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El trimestre económico

versión On-line ISSN 2448-718Xversión impresa ISSN 0041-3011

El trimestre econ vol.86 no.343 Ciudad de México jul./sep. 2019  Epub 23-Jun-2020

https://doi.org/10.20430/ete.v86i343.917 

Notas y comentarios bibliográficos

La perenne desigualdad, de Rolando Cordera*

Jorge Isaac Egurrola** 

**Profesor de tiempo completo del Programa de Investigación, Facultad de Estudios Superiores Acatlán, UNAM (correo electrónico: rrespacial@yahoo.com.mx).

Cordera, Rolando. 2017. )., La perenne desigualdad . México: Fondo de Cultura Económica,


A partir de la reflexión sobre el tema de la desigualdad, Rolando Cordera nos ofrece un repaso panorámico de varios aspectos fundamentales de la vida nacional que se anudan dramáticamente en la situación del México actual y sus más grandes desafíos. Elude reduccionismos y simplificaciones para ofrecer una mirada progresista que conjunta, de manera informada, la densidad económica, política y social. Lo cual, si bien resulta una exigencia impuesta por el propio tema de la desigualdad que discurre en estos tres ámbitos, es sin duda un acierto del autor ante la necesidad analítica y metodológica de actuar sobre una realidad que irremediablemente anuda dichas dimensiones y que, a su vez, se disgrega en éstas. Este precepto metodológico y expositivo es uno de los mayores méritos del trabajo.

Más que una revisión detallada del contenido de los cinco capítulos que integran el libro, me permito puntualizar algunos aspectos que muestran su pertinencia y recomendable lectura.

1. La desigualdad es un rasgo distintivo de la sociedad actual y representa uno de los temas más acuciantes de nuestro tiempo. No es casual que en años recientes, en particular después del estallido de la gran crisis en 2007-2008, la desigualdad ocupe un lugar central en la agenda de los organismos internacionales más importantes en el debate público, y que vuelva a ser objeto de estudio de la economía y las ciencias sociales en general, de donde había sido relegada.

En el caso de México, “la desigualdad marca nuestra historia y ha modulado nuestras mentalidades”, afirma Cordera de manera lapidaria. Es un problema añejo y arraigado -añadimos nosotros-, ante el cual se corre el riesgo de asumir su persistencia como normal y no saber entenderlo en su complejidad y verdadera magnitud. O, peor aún, desentendernos de éste, ya sea por resignación o insensibilidad social. La revisión histórica y la reflexión que ofrece Cordera evitan esos riesgos. Nos enfrentan a una realidad lastimosa por la dimensión del problema y sus implicaciones en el funcionamiento de nuestra economía, del sistema político, del ejercicio del poder, de las prácticas democráticas y, sobre todo, en el desgarramiento y la descomposición de la vida social.

Los datos que ofrece son elocuentes. Basta consignar algunas cifras: 20% de los mexicanos más ricos acaparan más de la mitad del ingreso nacional; uno de cada dos mexicanos sufre carencias alimentarias; 74% de los indígenas del país son pobres; sólo 10% de los mexicanos que trabajan ganan más de cinco salarios mínimos, es decir, la fabulosa cifra de 13 000 pesos al mes (equivalente a 700 dólares). En cuanto a la distribución factorial, hace 50 años en los países más avanzados los salarios representaban entre 70 y 80% del producto, y en México oscilaba alrededor de 40%; ahora, en los primeros se redujo a poco más de 60%, mientras que en nuestro país apenas llega a 27%. Por otro lado, recientemente la cepal estima que 80% de los activos financieros en México está en manos de 10% de las familias.

A su vez, la desigualdad se expresa en un acceso altamente diferenciado a los servicios de salud, la educación, la vivienda digna y la alimentación suficiente. Si atendemos la desigualdad en el ámbito regional, los datos alcanzan proporciones aún más dispares que, en algunos casos, resultan vergonzosas. De igual manera, constatamos que la desigualdad para los jóvenes y las mujeres es todavía más grave.

La desigualdad se escala de manera creciente. En las condiciones actuales, la marginalidad y la pobreza para las familias mexicanas es una condena ad vitam que se perpetuará por generaciones.

Ante esto la pregunta obligada es: ¿la desigualdad representa una fatalidad histórica para nuestro país, que resulta insuperable, o, por el contrario, es un proceso económico social cuyas causas y consecuencias es posible combatir? La respuesta de Cordera se decanta en el segundo elemento.

2. Aunque de manera telegráfica, conviene recordar algunos aspectos sustantivos: la sociedad mercantil, y el capitalismo como su forma de organización más avanzada, se caracteriza por un desenvolvimiento que genera al mismo tiempo el crecimiento y la expansión de las capacidades productivas, pero también induce la desigualdad en todos los órdenes. El “efecto desigualdad” abarca tanto la diferenciación progresiva de las propias unidades económicas, como la de las clases y los grupos que componen la sociedad. Se expresa en la disparidad entre naciones y al interior de ellas. Son conocidas las tendencias seculares a la concentración de la riqueza, el surgimiento del monopolio y las estructuras oligopólicas, así como a la pauperización y la exclusión social.

Esta tendencia a la desigualdad con la que opera el sistema se puede contener e incluso contrarrestar. De hecho, históricamente ha sucedido, por medio de la acción del Estado, a través de su política redistributiva y fiscal; sobre todo, cuando ha asumido dar impulso al desarrollo y a la inclusión social para garantizar una reproducción más o menos estable del sistema capitalista. Pensamos particularmente en la distribución progresiva del ingreso, el combate a la pobreza y el fomento del bienestar. El caso emblemático, en este sentido, es la edificación del Estado social que se despliega con toda fuerza en la segunda posguerra del siglo XX. En éste, los derechos fundamentales de la población son asumidos como responsabilidades sociales.

No obstante, la actuación del Estado no se borda en el vacío; está condicionada por una serie de factores, como las características y los alcances del régimen de acumulación vigente, la composición del bloque dominante, los conflictos y las alianzas de clase, el entorno internacional, así como por una gran cantidad de aspectos estructurales y contingentes que marcan el curso y las fases históricas del sistema.

3. De tal manera, el sempiterno problema de la desigualdad en México alcanza una nueva dimensión y significado a partir del agotamiento del desarrollismo, el desmantelamiento del Estado social y la instauración del régimen neoliberal. Ante la crisis agudizada hacia el final de los años setenta y principios de los ochenta, se imponía una profunda revisión del orden social en nuestro país que significó, como entonces lo advirtieron Carlos Tello y el propio Cordera, una clara “disputa por la nación”, tanto al interior del bloque dominante como fuera de éste, que llegó a representar, en algún momento, una abierta crisis de hegemonía.

Finalmente, se instauró el neoliberalismo como régimen de acumulación de recambio. En su discurso legitimador se le presentaba como un salto modernizador, tanto para una economía anquilosada como para un sistema político burocrático y autoritario que reclamaba la transición hacia una auténtica vida democrática incluyente y legalmente sancionada. Sin embargo, aquello que se presentaba como un paso hacia delante se convirtió en un salto al vacío.

Es evidente que el neoliberalismo ha trastocado el funcionamiento del sistema capitalista. Si observamos dos aspectos básicos -los niveles y la dinámica del crecimiento económico y el efecto de desigualdad- podemos observar cómo sus tendencias y las proporciones se han invertido. La lógica previa priorizaba el crecimiento sostenido y las desigualdades moderadas o atemperadas que resultaron funcionales a la reproducción del sistema. Ahora se imponen crecimientos pírricos y elevados grados de desigualdad tanto en la distribución del ingreso como en el patrimonio y el bienestar de las familias, en el poder y la magnitud del capital de las empresas.

Es innegable que la grave desigualdad imperante en nuestro país se relaciona con la regulación neoliberal a la mexicana. Sus rasgos más negativos dan cuenta de ello: a) bajos ritmos de crecimiento económico, o cuasiestancamiento si nos referimos al PIB per cápita; b) distribución altamente regresiva del ingreso; c) precarización y abaratamiento persistente de la fuerza de trabajo por la disminución creciente del salario real, la desregulación de las relaciones laborales, la fragmentación y la flexibilización de los procesos de trabajo; d) incremento desproporcionado en los grados de explotación laboral; e) elevada generación de excedente económico y consecuente incremento de su peso en el ingreso nacional (potencial de reproducción ampliada); f) bajos ritmos de acumulación e inversión productiva que inciden negativamente en los niveles y las cadencias de la productividad y que contrastan con la disposición de excedentes que fluyen fuera del ámbito productivo, y g) una economía caracterizada, como consecuencia de lo anterior, por el despilfarro y el parasitismo.

Otros elementos distintivos a tomar en cuenta son la desregulación y el aperturismo desmedidos; la exacerbación del dominio del capital monopólico, las estructuras oligopólicas y las corporaciones trasnacionales; el dominio del capital financiero, cuya valorización se autonomiza del funcionamiento de la economía real; el desplome industrial, la fractura de sus encadenamientos y el vaciamiento productivo del espacio económico; el incremento de la dependencia y la heterogeneidad estructural que ahora abarca, entre otras, la dependencia energética y agroalimentaria; la consolidación del Estado neoliberal, es decir, la adulteración de la concepción del Estado y el abandono de sus responsabilidades sociales, cuyos costos se transfieren a los asalariados; la privatización de los espacios y la vida pública, tanto en su relacionamiento como en su gestión; el desgarramiento de la sociedad como totalidad orgánica, y la deformación de su reproducción material, así como la exclusión, la disgregación y la descomposición moral de la sociedad.

A todo esto se suma la corrupción y la violencia exacerbadas que, si bien no son fenómenos ajenos a nuestra historia, alcanzan ahora dimensiones que desbordan la propia integridad del sistema. La ancestral corrupción se ha ensamblado con el funcionamiento transgresor de los oligopolios, y la violencia se ha convertido en un monstruo funcional del neoliberalismo, que se expande y sale de control.

Así, el neoliberalismo ha minado en México las condiciones objetivas para garantizar el crecimiento, el desarrollo y el bienestar de la población.

Surge otra pregunta básica: ¿bajo el régimen neoliberal es posible superar los alarmantes niveles de desigualdad social? O bien, ¿es suficiente enfrentar la pobreza y la desigualdad con mediciones que catalogan a los pobres y reglamentan su “combate” a partir de una suerte de “limosna institucionalizada”, que lejos de cimentar una solución de fondo, basada en un trabajo digno, denigra y crea un sometimiento económico, político e ideológico? Recordemos, en ese sentido, que el neoliberalismo no se reduce a una política económica. Es una forma de funcionamiento del capitalismo a favor del gran capital que tiene una considerable capacidad depredadora para las economías nacionales, particularmente las dependientes.

4. Cordera demuestra que México es hoy un país fragmentado y desigual, que reclama cambios de fondo. En La perenne desigualdad el autor arriba a una sugerente “tríada” que se complementa y se sostiene en su razonamiento para apuntar hacia la transformación de México en un país incluyente, próspero y progresista. La tríada se integra por:

Desarrollo Equidad Democracia
(a) (b) (c)

Donde: a) el soporte material es el desarrollo, se recupera así la mejor tradición cepalina, de los Pinto, los Furtado y los Prebisch. Se trata de reemprender el desarrollo, afirma Cordera; b) el propósito es la equidad y la justicia social, y c) la ruta para lograrlo es una auténtica democracia, cimentada en la legalidad y el Estado de derecho.

Para que la triada funcione es indispensable: 1) un Estado social que asuma sus responsabilidades bajo una visión estratégica, lo cual implica una reforma social del Estado que permita desmontar su ser neoliberal, y 2) una sociedad integrada por ciudadanos con derechos y compromisos.

Éste es el esquema que el autor nos ofrece para entender y enfrentar los grandes desafíos de nuestro país, que tienen como eje articulador la desigualdad. A lo largo del libro, el esquema se despliega y se enriquece de manera progresiva, con análisis, reflexiones, datos y evidencia empírica que le permiten arribar a un sugerente recuento de retos, obstáculos, compromisos y propósitos. Esta forma de abordar los desafíos del México actual es, a mi juicio, el mayor aporte del trabajo de Cordera.

5. Rolando Cordera confirma que en México la desigualdad es un fenómeno complejo y de vieja data; con hondas raíces de sustrato social, cultural e ideológico que han marcado nuestra historia y que se anudan dramáticamente en la dimensión económica y material. En los tiempos que corren, reflexionar y debatir sobre esta perenne desigualdad resulta una tarea de suma importancia en la cual el texto avanza con solvencia, delineando incluso una posible ruta de cambio. Conviene advertir, sin embargo, que esa tentativa para contender contra la desigualdad supone una precondición infranqueable: la declinación del dominio neoliberal.

Ese proceso, como lo demuestra la historia reciente de México y América Latina, no es sencillo ni rápido; representa, en sí mismo, un reto mayúsculo para cualquier proyecto progresista. Las condiciones para una transformación sustantiva no se limitan al cambio de gobierno, sino a la posibilidad real de impulsar un renovado proyecto nacional. Se trata, en breve, de desmontar el ser neoliberal que ha impregnado a la sociedad y al Estado, y de revertir las contrarreformas neoliberales a través de una legítima reforma social del Estado.

Con su libro, Cordera nos recuerda fundamentos básicos de las ciencias sociales, la gestión pública y el desempeño del Estado, que en las circunstancias actuales significan el redescubrimiento de una hoja de navegación, y una afrenta al pensamiento único y sus preceptos neoliberales. Nos recuerda que el desarrollo, la equidad y la democracia son una plataforma para superar la crisis; un imperativo histórico y cultural para nuestro país, y un principio ético de convivencia.

* Obra publicada por el Fondo de Cultura Económica, México, 2017.

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