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Nueva revista de filología hispánica

versión On-line ISSN 2448-6558versión impresa ISSN 0185-0121

Nueva rev. filol. hisp. vol.70 no.2 Ciudad de México jul./dic. 2022  Epub 15-Ago-2022

https://doi.org/10.24201/nrfh.v70i2.3821 

Reseñas

Alfonso García Morales y Rosa García Gutiérrez (eds.), México, 1915-1920. Una literatura en la encrucijada. Renacimiento, Sevilla, 2020; 658 pp.

Araceli Sulemi Bermúdez Callejas1 
http://orcid.org/0000-0003-0606-4999

1El Colegio de México abermudez@colmex.mx

García Morales, Alfonso; García Gutiérrez, Rosa. México, 1915-1920. Una literatura en la encrucijada. Renacimiento, Sevilla: 2020. 658p.


A poco más de un siglo de distancia, sabemos que el segundo lustro de la década de 1910 marcó un parteaguas en la historia política y cultural de México. Es común que en la historiografía literaria se consideren estos años como un período estéril y poco relevante en el campo de las letras. Nada más lejos de la realidad como lo muestra la antología de ensayos México, 1915-1920. Una literatura en la encrucijada, editada por dos destacados mexicanistas: Alfonso García Morales y Rosa García Gutiérrez. Bajo la premisa de matizar el supuesto de que existió un desierto cultural entre el Ateneo y el vasconcelismo (p. 18), como sugiere García Morales en su estudio introductorio (pp. 7-24), este volumen reúne a especialistas de ambos lados del Atlántico, que se han dedicado a estudiar los círculos literarios mexicanos de la primera mitad del siglo XX.

Durante esos cinco años, la turbulencia revolucionaria afectó a todos por igual. La comunidad literaria mexicana no fue la excepción y padeció las consecuencias del levantamiento armado y la reconfiguración del poder político. Esta encrucijada cultural se cuenta pormenorizadamente en los catorce ensayos de la antología. Cada texto ofrece la posibilidad de asomarse a una escena de la vida literaria en esa difícil época, por lo que su conjunto es un crisol muy detallado de lo acontecido en esos años. Según Lorenzo Meyer (“La periodización de la historia política de México en el siglo XX”, Estudios Políticos, 5, 1980, núms. 20/21, p. 183), la periodización en la historia, generalmente, tiene como objetivo encontrar los puntos de inflexión que permiten determinar marcos temporales de una relación de sucesos. En la historiografía, la Revolución mexicana ha tenido diversas propuestas de periodización. Una de éstas sugiere pensar 1915, año de violencia y desasosiego, “el año del hambre” (p. 12), como un momento de quiebre en la vida cultural de México. En ese año las diferencias entre los jefes revolucionarios se agudizaron y empezó la carestía y la escasez de alimentos por toda la República.

Con absoluta conciencia del problema que representa tomar una periodización por absoluta, Alfonso García Morales se concentra en exponer los avatares que vivieron los intelectuales ante la inestabilidad reinante en el país durante la segunda mitad de la década de 1910. Con un magistral manejo de la prosa, el ensayo que inaugura este volumen da cuenta del cruento panorama que padecieron tanto los escritores exiliados como aquellos que permanecieron en México durante los múltiples cambios de sucesión política. La llegada de Carranza al poder y el tironeo entre los diversos grupos revolucionarios significaron cambios estratégicos en el ámbito cultural, según las animadversiones y simpatías de la facción triunfante.

El período de 1910 a 1914 puede considerarse un período de desintegración del antiguo sistema político, con la derrota de la División del Norte y el reconocimiento del gobierno de Carranza por parte de Estados Unidos. La Ciudad de México vio desfilar en sus calles batallones de diversos bandos revolucionarios e incluso perdió durante algún tiempo la condición de capital de la República. No obstante, la élite intelectual continuaba asistiendo a eventos culturales de diversa índole. Había corridas de toros, se presentaban espectáculos de ópera e, incluso, empezaban a consolidarse las carpas y el cinematógrafo. De igual manera, en el mundo de las letras hubo algunas iniciativas individuales y varios intentos por reunir en torno a publicaciones periódicas a ciertos grupos de intelectuales que habían desaparecido de la escena pública.

En este sentido, el artículo “1915-1920: la literatura mexicana y sus nuevos contratos sociales” (pp. 25-41), de Ignacio Sánchez Prado, plantea las claves para entender de manera general la situación cultural de ese momento. El autor repasa los proyectos culturales en turno que derivaron en la aparición de revistas como Gladios y SanEv-Ank. Sánchez Prado desmenuza artesanalmente la resistencia cultural de las instituciones porfirianas. Asimismo, estudia la interacción de distintos personajes del ámbito político y cultural del momento, con lo que pinta la situación de varios intelectuales de la época, con especial atención en Alfonso Reyes y Mariano Azuela. A partir de su análisis es posible vislumbrar que la comunidad letrada empleaba la literatura como espacio de movilización cultural, lo que contrastaba con el anquilosado ambiente bélico nacional e internacional.

Los artículos sucesivos presentan de manera más puntual la configuración de los círculos intelectuales y políticos durante estos años. Cada personaje o grupo literario ahí expuesto es una pieza importante del complejo rompecabezas en que se fragmentó la comunidad cultural mexicana. Vicente de Jesús Fernández Mora (pp. 42-83) se dedica a estudiar algunas empresas literarias colectivas que derivaron en publicaciones periódicas. Particularmente, se centra en las revistas Gladios, La Nave, Pegaso, San-Ev-Ank y La Revista Nueva. Fernández Mora hace un repaso por las agrupaciones literarias detrás de estas publicaciones, con lo que se explica la relación disonante de los sucesos caóticos derivados del conflicto armado y la persistencia de la estética tardomodernista que sostenían la mayoría de las publicaciones. Cabe destacar el análisis material de cada una de las revistas y la precisión en la reconstrucción meticulosa de las interacciones de varios grupos intelectuales.

Antes de la aparición de las vanguardias, el relevo generacional parecía inminente con los jóvenes del Ateneo de la Juventud, pero este decisivo paso se interrumpió por el éxodo de sus pilares (Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña) y el exilio interior de los que se quedaron (Julio Torri, Mariano Silva y Aceves, Carlos Díaz Dufoo hijo). Aunque hubo varios intentos individuales y colectivos de continuar este proyecto de renovación generacional, también se presentó cierta resistencia por parte del círculo literario de la capital, liderado por Enrique González Martínez, cuya posición de privilegio fluctuaba según los ánimos políticos del momento. Este intelectual fue una de las figuras más importantes de la época, a pesar de que no siempre contó con el favor de los poderosos. En su artículo, Leonardo Martínez Carrizales (pp. 118-151) se adentra en la poética de este escritor durante el período revolucionario. Con la publicación de Jardines de Francia en 1915, González Martínez se consolidó como la figura rectora de la república de las letras mexicanas. Sin embargo, el movimiento armado representó para el poeta un vuelco en sus circunstancias vitales, puesto que rápidamente debió moderar su postura de escritor comprometido con el régimen de Díaz y opositor de Madero. Esta animadversión terminó convirtiéndose en una culpa que cargó el resto de su vida. Sus desafortunadas circunstancias, según Martínez Carrizales, ilustran la caída de un régimen y la inestabilidad que generó el conflicto armado.

Entre 1914 y 1915, diferentes bandos revolucionarios se presentaron en la Ciudad de México, por lo que la comunidad letrada vivió entre la paralización y el ocultamiento. Las vidas de varios intelectuales se vieron directamente trastocadas por el conflicto armado. Los poetas modernistas afiliados a instituciones porfiristas tuvieron que repensar sus afinidades políticas y literarias. Varios escritores encontraron nuevas formas literarias que ayudaron a sobrellevar esta época de transición. Uno de ellos fue José Juan Tablada, quien huyó del país en 1914. Se conoce poca información acerca de su vida desde ese momento hasta octubre de 1918, cuando partió desde La Habana en misión diplomática hacia Sudamérica. Posteriormente, en 1919, Tablada publicó sus primeros poemas visuales en El Universal Ilustrado. Rodolfo Mata (pp. 189-261) estudia en su ensayo los orígenes de la poesía visual de este poeta, mientras explora su deuda con la cultura francesa y sus vínculos personales, en particular, su amistad con Marius de Zayas. También en este artículo, Mata se cuestiona si Tablada tuvo algunas aproximaciones previas con el futurismo, el cubismo o los caligramas de Apollinaire, puesto que los poemas del mexicano dialogan con los de sus contemporáneos al reafirmar la función plástica de las letras.

A partir de 1914, con el arribo de Carranza al poder, Félix F. Palavicini, periodista y político, se encargó del Despacho de la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, puesto desde el cual impulsó empresas culturales que encajaban en el proyecto nacional del momento. La comunidad intelectual se vio obligada a reconstruir sus lazos con el encargado en turno a gran velocidad a causa de los vertiginosos cambios políticos que enfrentó el país en ese lustro. De esta manera, la esperanza de algunos intelectuales por preservar el sitio que ocupaban en el ajedrez cultural previo a la Revolución dio lugar a diversas publicaciones tanto de los que se quedaron como de los exiliados. Antonio Caso, dedicado a la docencia universitaria, y José Vasconcelos, desde el exilio, encontraron en la historia de las ideas un aliciente para continuar con su labor intelectual. Raúl Trejo Villalobos (pp. 84-117) dedica su investigación a explorar el pensamiento filosófico de esta pareja de intelectuales, a partir de un riguroso análisis de las obras que escribieron durante ese período. La trayectoria de estas dos personalidades prefigura una etapa de renovación cultural que sucedió en el lustro siguiente, con la llegada de Obregón al poder y el proyecto educativo y cultural de Vasconcelos como su secretario de Educación.

Previamente a la aparición de las vanguardias, como mencioné arriba, la comunidad literaria mexicana oscilaba entre el modernismo de fin de siglo y la renovación literaria que se vislumbraba con la paulatina llegada del relevo generacional. Según Xavier Villaurrutia, en su conocido ensayo “La poesía de los jóvenes de México” (1924), esta transformación en la lírica tuvo tres personajes tutelares: Enrique González Martínez, Ramón López Velarde y José Juan Tablada. Alfonso García Morales (pp. 189-261 y 262-336) utiliza la configuración de este canon como punto de arranque de un amplio ensayo dividido en dos partes, en donde analiza puntualmente las relaciones significativas de estos intelectuales con el resto de la comunidad literaria, lo cual permite entender la configuración de diversos grupos y valorar las críticas cruzadas que emitían los poetas mexicanos acerca de la obra de sus contemporáneos. Uno de los aciertos de este estudio es que sus alcances no se restringen a las figuras antes mencionadas, sino que también explora generaciones de poetas olvidados y las interacciones de los ateneístas y modernistas exiliados con aquellos “desterrados en su propia patria”, e, incluso, se centra en Genaro Estrada como una figura intergeneracional, quien apareció ante el ojo público con la antología “Poetas nuevos de México” (1916), y que después cobraría particular relevancia en la escena cultural. Puesto que el propósito de este ensayo radica en describir el tránsito del modernismo hacia la vanguardia, la periodización se extiende un lustro más en la apostilla, con lo que se prefigura la recepción preliminar de los estridentistas y los contemporáneos en la élite letrada. Otro aspecto destacable de este texto es el arrojo crítico de García Morales al revalorar a algunas de las figuras consagradas de la época. Así, no duda en señalar las limitaciones de González Martínez como poeta, la desconfianza que éste le inspiraba a Reyes por su excesiva retórica modernista o la versatilidad, que puede entenderse como oportunismo, de Tablada.

Ahora bien, este impulso de renovación poética también tuvo otras formas y otros exponentes. Para Gabriel Wolfson (pp. 337-448), la popularidad del poema en prosa en este lustro fue deliberada, ya que varios de los antiguos ateneístas se constituyeron como los principales promotores de este subgénero, heredero de la prosa artística romántica del siglo XIX. Aunque los antecesores de este modelo lírico proceden del modernismo, la generación del Ateneo de la Juventud afiló su pluma poética sin recurrir al verso. Fue así como Mariano Silva y Aceves, Martín Luis Guzmán, Carlos Díaz Dufoo hijo, Julio Torri, José Vasconcelos, Alfonso Reyes, Ramón López Velarde, Guillermo Jiménez, entre otros, publicaron sus poemas en prosa tanto en revistas emergentes (Gladios, La Nave, Pegaso, San-Ev-Ank) como de manera independiente o en la recién creada editorial Cvltvra, algunas veces con títulos que apelaban a la disonancia genérica. El escrupuloso trabajo de Wolfson retoma el contexto cultural como amalgama del heterogéneo grupo de escritores que cultivaron este estable subgénero lírico, ya que reunió por igual a exponentes del modernismo tardío, colonialistas e, incluso, vanguardistas.

Como es bien sabido, la generación del Ateneo de la Juventud dejó su impronta en este lustro por su obra y por las complejas relaciones que sostuvieron sus miembros fundadores con importantes personajes de la época. Pese a que se intentó dar continuidad a las ideas de esta generación -basta considerar la refundación del Ateneo de México y, posteriormente, la aparición de la revista La Nave-, lo cierto es que se cuestionó la vigencia del proyecto cultural ateneísta en un país devastado por el movimiento armado. En esta antología se recogen estudios acerca de las trayectorias vitales y las obras de tres ateneístas distinguidos: Julio Torri, Martín Luis Guzmán y Alfonso Reyes, los dos últimos en el exilio.

Aunque parecería que quedarse pudo haber sido más sencillo, Elena Madrigal (pp. 449-468) muestra que el exilio interior de Torri fue tan insoportable como el destierro de sus colegas, puesto que sufrió la persecución política y el ostracismo. Con la publicación de Ensayos y poemas en 1917, el “cuentagotas” Torri rompe el silencio con textos que en su momento no tuvieron la recepción esperada, quizá, como apunta la autora, porque fueron incomprendidos. En este artículo, Madrigal retoma la relación epistolar de Torri en la que expone su sentir ante el movimiento armado. Posteriormente, hace un análisis minucioso de “El Maestro” y “‘Tis pity she’s a whore”, en el cual toma referencias intertextuales de este par de textos y realiza una lectura bien argumentada acerca de los ecos de las obras de William Shakespeare, John Ford y Oscar Wilde en ese par de piezas torrianas. Estos análisis permiten apreciar la profundidad y riqueza, ocultas ante lectores menos experimentados, de un par de textos brevísimos.

Por su parte, Carlos Betancourt Cid (pp. 469-527) indaga en la correspondencia literaria que sostuvo Martín Luis Guzmán con sus antiguos compañeros ateneístas y otros renombrados escritores de la época durante su primer exilio (1915-1919) en Estados Unidos y España. Betancourt Cid contextualiza la relación epistolar que Guzmán conservó con prominentes intelectuales de la época, a partir de un amplio manejo de la bibliografía alusiva, así como de fragmentos de las cartas recibidas y enviadas por este joven escritor. Este ensayo saca a la luz algunos detalles de la vida del escritor durante este lapso, tales como la ríspida relación que el futuro novelista sostenía con Pedro Henríquez Ureña cuando empezaba a buscar el reconocimiento de los círculos intelectuales en Madrid, el triángulo amoroso en el que se vio implicado con José Vasconcelos y la esposa de éste, su amistad con Diego Rivera o la formalidad que nunca abandonó al referirse a Reyes.

Este último se considera por antonomasia el intelectual más afectado por la Decena Trágica, debido a la muerte de su padre y a su exilio en Madrid. En las páginas de su ensayo, Alfonso García Morales (pp. 528-570) dibuja los duros momentos que vivió Reyes durante su estancia en España: sus dificultades económicas, los múltiples trabajos a los que tenía que recurrir para ganarse la vida como periodista y traductor, sus nuevas relaciones en los círculos literarios madrileños y todos los avatares por los que atravesó para profesionalizarse como escritor antes de ser el personaje consagrado. Con gran pericia, García Morales reconstruye a detalle la biografía intelectual de este personaje fundamental para la cultura letrada mexicana que estrechó los lazos entre las dos naciones por medio de su delicado trato personal, puesto que se consideraba a sí mismo como el “representante de México” en España (p. 557). En su etapa madrileña, Reyes consiguió una vasta cantidad de publicaciones periódicas o eruditas, pero, sin duda, la más significativa de esta época fue Visión de Anáhuac. Con la entrada del obregonismo, el destino de Reyes sufrió un vuelco y comenzó su carrera diplomática, que le permitió pensar menos en la producción escrita a destajo para dedicarse a textos más prolijos, más artísticos. En la misma línea crítica de Monsiváis, Hiriart o Castañón, García Morales cuestiona si este tránsito hacia la diplomacia lo llevó a ser más complaciente con la comunidad letrada y menos profundo en su escritura.

En este marco cultural centralista de arraigadas resistencias en la comunidad literaria, un médico jalisciense llegó a la Ciudad de México y rompió los tópicos literarios de la capital con una novela que trataba sobre el conflicto armado que la mayoría de los antes mencionados se habían dedicado a evadir. Con testimonios de primera mano, recogidos durante su época entre los revolucionarios, Mariano Azuela inauguraría con Los de abajo la narrativa de la Revolución. Sin embargo, el éxito de esta obra vendría varios años después de su publicación, cuando fue redescubierta en 1924, en ocasión de la polémica sobre el afeminamiento de la literatura. Rosa García Gutiérrez (pp. 571-656) dedica sus páginas a la reconstrucción de la biografía de Mariano Azuela durante este lustro. Con un relato envolvente y muy preciso, la autora recrea las travesías de Azuela como revolucionario, así como sus genuinos intentos por ganarse un espacio en la comunidad letrada durante ese período. Con toda esta sapiencia biográfica, la autora logra un análisis muy puntual de Los de abajo y de otras obras de Azuela; aunque cabe decir que “La narrativa mexicana, 1915-1920: entre la Revolución y la resistencia” de García Gutiérrez se extiende hacia otros autores y otras obras narrativas del período, por lo que proporciona un panorama muy completo de este género que incluyó a exponentes muy variados.

Cada estudio de México, 1915-1920. Una literatura en la encrucijada es una cápsula del tiempo, un cartón, una postal, una arquilla, una fotografía que compone un gran mural que se puede apreciar de manera nítida tan sólo visto en su conjunto. Las notas cultas que inundan este volumen son un regalo para los estudiosos del tema, puesto que los especialistas generosamente ponen a la mano del lector las más recientes investigaciones acerca de sus temas de estudio. Es por esta razón que se echa de menos una sección bibliográfica compendiada o por ensayo, que permita recuperar rápidamente las múltiples referencias ofrecidas. No obstante, la calidad y el cuidado de la edición, estoy segura, bien alegrarían a cualquier ateneísta que lo tuviera entre sus manos.

En el canal de YouTube de la Filmoteca de la UNAM, hay un antiguo y breve documental titulado “Se está volviendo gobierno (19151919)”1, en el que se recogen algunas imágenes de este período. Se pueden observar las sonrisas de Madero, los sombreros de Díaz, el caballo de Villa, las turbas revolucionarias con fusil en mano cruzando las calles del centro de la Ciudad de México. Estas imágenes contrastan con algunas anécdotas recogidas en la antología, en las que intelectuales de la talla de Genaro Fernández MacGregor, Enrique González Martínez o José Juan Tablada trataban de evadir sin éxito los disparos de la turba con los cantos de la musa. La estupefacción y resistencia ante la violencia durante el conflicto armado llevó a buena parte de la élite letrada a sustraerse de la terrible realidad por la que atravesaban en ficciones de otros tiempos, de otras latitudes. García Morales explica que fue una “expresión defensiva por parte de la élite intelectual capitalina ante el desconcierto y el dolor de la Revolución” (p. 213). Con la narrativa de la Revolución y las vanguardias, la perspectiva literaria acerca del movimiento revolucionario cambia y la encrucijada cultural a la que sobrevivieron tantos grupos logra disiparse lentamente.

1En col. 18 lustros de la vida en México en este siglo, FilmotecaUNAM, https://www.youtube.com/watch?v=JbdpT27I1yI [consultado el 18 de noviembre de 2021].

Recibido: 22 de Noviembre de 2021; Aprobado: 29 de Noviembre de 2021

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