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Nueva revista de filología hispánica

versión On-line ISSN 2448-6558versión impresa ISSN 0185-0121

Nueva rev. filol. hisp. vol.70 no.1 Ciudad de México ene./jun. 2022  Epub 14-Mar-2022

https://doi.org/10.24201/nrfh.v70i1.3798 

Reseñas

Sonia Betancort, Oriente no es una pieza de museo: Jorge Luis Borges, la clave orientalista y el manuscrito de “Qué es el budismo”. Universidad de Salamanca, Salamanca, 2018; 316 pp.

Antonio Cajero Vázquez1 
http://orcid.org/0000-0002-5730-2857

1El Colegio de San Luis acajerov@hotmail.com

Betancort, Sonia. Oriente no es una pieza de museo: Jorge Luis Borges, la clave orientalista y el manuscrito de “Qué es el budismo”. Universidad de Salamanca, Salamanca: 2018. 316p.


Una mirada superficial a la sección Museo que Borges publicó al alimón con Bioy Casares en Destiempo y Los Anales de Buenos Aires parece desmentir el título del libro más reciente de Sonia Betancort, Oriente no es una pieza de museo: Jorge Luis Borges, la clave orientalista y el manuscrito de “Qué es el budismo”. A mi juicio, Oriente aporta innumerables piezas para el original museo de textos breves que habrá de nutrir otras colecciones borgeanas: Antología de la literatura fantástica, Cuentos breves y extraordinarios, Libro del cielo y el infierno y Libro de sueños, donde las piezas orientales se multiplican o se repiten. Para Borges, sin embargo, sus museos textuales carecen de toda intención estática o inmutable; por el contrario, en ellos se aprecia un dinamismo que huye de la estructura acartonada desde la perspectiva estética o ideológica. En un sentido más profundo, en consonancia con la hipótesis de Betancort, Oriente es más que una pieza de museo: un factor esencial del pensamiento borgeano mediante el cual logra “la superación de las fronteras entre el canon occidental y las raíces de la cultura oriental, una tensión aplicada a la estructura y a la argumentación filosóficas de la ficción” (p. 28).

Los usos de la literatura y las filosofías de Oriente (el Libro tibetano de los muertos, El Mahabarata, El Ramayana, Las mil y una noches o la bibliografía crítica y sus mediadores occidentales) en la obra borgeana constituyen un generador de poemas, reseñas, traducciones, relatos, ensayos, conferencias y cursos, además de una peculiar visión de mundo en que, en permanente diálogo, afloran numerosas simpatías entre Oriente y Occidente. El rastreo de estos contactos culturales fue posible gracias a que, en su investigación sobre Borges y la cultura oriental, Betancort dio con un documento de suyo valioso: el manuscrito que puede calificarse como el antecedente más remoto de Qué es el budismo (1976), escrito en colaboración con Alicia Jurado, depositaria del manuscrito mencionado. Al respecto, se agradece la reproducción del facsímil en el Anexo I, porque permite observar el taller del Memorioso in fieri.

Además de una iluminadora “Introducción” sobre la relación de Borges con Oriente a lo largo de su vida, Betancort presenta un detallado estado de la cuestión del que la crítica especializada no sale bien parada, que habría obliterado la naturaleza esencial del orientalismo en la obra borgeana. En palabras de la estudiosa, “es precisamente en la ausencia de comentarios críticos a dichas proposiciones donde se evidencia una notable distancia de la bibliografía académica con respecto del tema orientalista en su obra” (pp. 27-28). Más que una tierra baldía, lo que sí puede afirmarse es que los estudios al respecto se han centrado en asuntos específicos (las traducciones y los traductores de Las mil y una noches, el orientalismo en “El jardín de senderos que se bifurcan” o “El acercamiento a Almotásim”, etc.), antes que en una visión abarcadora como la de Betancort, quien se propone analizar el orientalismo a partir de la doble perspectiva filosófica y literaria desde la más temprana producción borgeana (la traducción de “El príncipe feliz”, de Wilde) hasta los últimos textos reunidos en Atlas. Con esta visión amplia, la autora procura demostrar que la obra y el pensamiento borgeanos superan “las fronteras entre el canon occidental y las raíces de la cultura oriental, una tensión aplicada a la estructura y a la argumentación filosóficas de la ficción” (p. 28). Al mismo tiempo, el recorrido histórico de esta relación le permite concluir que, en la cultura hispanoamericana, Borges llevó a cabo una incomparable, y permanente, recepción productiva de la cultura oriental a lo largo del siglo XX. En este sentido, sólo Octavio Paz podría hacerle contrapeso: ni Lugones (con sus afinidades teosóficas), ni Tablada (con sus injertos de japonismo lírico y pictórico), ni los modernistas adictos al exotismo rampante habrían experimentado el Oriente, lo otro, como parte esencial de su pensamiento ni de su obra creativa.

En el primer capítulo, “La clave orientalista” (pp. 33-124), Betancort procede cronológicamente para reconstruir la relación de Borges con la literatura oriental desde sus lecturas infantiles y sus ensayos juveniles de alcances filosóficos (por ejemplo, “La nadería de la personalidad”) hasta “Historia de la eternidad”, “Nueva refutación del tiempo”, “La personalidad y el Buddha”, “Diálogos del asceta y el rey”, “Formas de una leyenda”, entre otros ensayos que Betancort glosa para ilustrar las múltiples tentativas de Borges previas y más o menos contemporáneas del manuscrito que, en 1950, le sirvió para articular una serie de conferencias en el Colegio Libre de Estudios Superiores de Buenos Aires; en 1976, aquél se transformó en un libro en colaboración con Alicia Jurado, Qué es el budismo. Paralelamente a este ejercicio exegético, Betancort reconstruye las redes intelectuales que permitieron a Borges ampliar su enciclopedia sobre Oriente: Macedonio Fernández, Leopoldo Lugones, Ricardo Güiraldes, Xul Solar. Estas influencias, directas e indirectas, se suman a la revisión de la bibliografía canónica sobre el orientalismo generada en Occidente durante los siglos XVIII, XIX y principios del XX, además de textos no canónicos.

En la segunda parte de su libro, “Entre la erudición y la fantasía. Génesis e interpretación de Qué es el budismo” (pp. 125-237), Betancort emprende un pormenorizado ejercicio de crítica genética a partir de los testimonios disponibles: el manuscrito y el libro escrito con Jurado. Más que el cotejo de los testimonios, la especialista reconstruye el proceso de configuración no sólo de la versión impresa, sino del orientalismo en la obra ensayística y narrativa del polígrafo argentino. Esta dilatada exposición no se concentra en un mecánico y monótono contraste; por el contrario: Betancort elige una serie de temas (la leyenda budista, las raíces del budismo, la cosmología y la metafísica indias, la doctrina budista, el lamaísmo y el tantrismo, y la ética budista en China y Japón) que le permite llevar a cabo excursiones recurrentes a la narrativa y la ensayística para ilustrar cómo se comportan, primero, en las notas del manuscrito, en el esbozo del libro (también asentado en el manuscrito) y en el impreso; luego, en el resto del corpus borgeano. De esta manera, Betancort evita analizar los doce capítulos de Qué es el budismo, al tiempo que abstrae sus ideas rectoras; asimismo, aprovecha para analizar los procesos de reformulación y reescritura, el tránsito, podría decirse, del manuscrito de 1950 en textos de diversa índole genérica (poemas, ensayos y relatos), donde advierte una constante supresión de las fuentes como marca de erudición, con una nueva masa de lectores en mente.

Para cerrar, me gustaría hacer algunas precisiones que juzgo necesarias, principalmente porque todo texto imprescindible, como el que aquí comento, con frecuencia adquiere un valor apodíctico. Como Betancort opta por citar de las Obras completas de Emecé (1996), ciertas referencias suelen resultar anacrónicas o cuestionables, como cuando reproduce algunos versos de “Benarés” o “El truco”, que, a pesar de datarlos en 1923, habrían sufrido numerosas reescrituras, por lo que su texto apenas si coincide con el de la editio princeps de Fervor de Buenos Aires, es decir, citaría versos reformulados en 1943, 1954, 1958, 1962, 1964, 1966, 1969, 1972, 1974 o 1977.

He aquí los pasajes que podrían mejorar en próximas ediciones de Oriente no es una pieza de museo. Uno de ellos tiene que ver con la edad en que Borges habría traducido “El príncipe feliz”: “Y gracias a dos importantes influencias familiares, la de su padre y la de su abuela paterna, comenzó la conquista del precoz horizonte literario que lograría la traducción de «El Príncipe Feliz» de Oscar Wilde, cuento repleto de imágenes de Oriente, que Georgie publicó con sólo once años” (p. 33). El dato contrasta con el que aparece páginas después: “Con apenas siete u ocho años, desarrolla sus primeros escritos, entre los cuales conviene destacar su traducción de «El Príncipe Feliz» de Oscar Wilde que concluyó a la edad de nueve años. Ésta sería su primera experiencia literaria publicada y, como traductor…” (p. 44). ¿Quién testimonia que Borges terminó la traducción de marras a los nueve años? Lo incuestionable es que apareció en El País, el 25 de junio de 1910: Borges estaría por cumplir once años.

En relación con “El tiempo circular”, se comete la siguiente anacronía: “Hacia 1936, como parte de las meditaciones de Historia de la eternidad, en «El tiempo circular», se sumerge en el estudio de la cosmogonía hindú” (p. 87). Este ensayo no formaba parte de la primera edición de Historia de la eternidad; fue agregado en 1953 para la Colección Obras Completas de Jorge Luis Borges en Emecé. En el “Prólogo” de esta edición, firmado en “Buenos Aires, 24 de mayo de 1953”, Borges aclaraba: “Dos artículos he agregado que complementan el texto: La metáfora, de 1952; El tiempo circular, de 1943”. En realidad, “El tiempo circular” fue publicado el 14 de diciembre de 1941, en La Nación, con el título de “Tres formas del eterno regreso”.

Otra más: “Estos juegos se reconocen en «Nota sobre Walt Whitman» (O. C. 1, 251) o, de forma más encubierta en «Avatares de la tortuga» (O. C. 1, 258), «La perpetua carrera de Aquiles y la tortuga» (O. C. 1, 248) y «La penúltima versión de la realidad» (O. C. 1, 199-201), de su libro Discusión de 1932 (O. C. 1, 179-285)” (p. 177). Adviértase que, implícitamente, los cuatro ensayos mencionados se fechan en 1932; sin embargo, “Avatares de la tortuga” no formaba parte de Discusión y, por ello, no fue publicado en 1932: con el título de “Los avatares de la tortuga”, se incluyó por vez primera en la editio princeps de Otras inquisiciones (1952), mientras que “Nota sobre Walt Whitman” apareció en Los Anales de Buenos Aires (núm. 13, marzo de 1947, pp. 41-45); luego pasó a Otras inquisiciones en 1952 y, por último, junto con “Avatares de la tortuga” y otros textos, se incorporó a Discusión en 1957.

Para finalizar este sucinto comentario, diría que, en sentido estricto, el orientalismo borgeano resulta uno más de los componentes esenciales de su poética, tanto como el idealismo, la poesía gauchesca, la literatura de los skalds, la crítica del lenguaje, la traducción, el género fantástico, las reflexiones metaliterarias, las implicaciones autobiográficas, entre otros. El conocimiento de la cultura oriental, sin embargo, cruza toda la obra de Borges y el libro de Sonia Betancort exhibe esta deuda crítica, hoy dignamente saldada por ella. Oriente no es una pieza de museo resulta un referente no sólo por el facsímil del manuscrito más remoto de Qué es el budismo, sino por el despliegue crítico acerca del tema, primero, y, luego, sobre los procesos escriturarios (genéticos, se diría) que desembocaron en un libro que demuestra, por la perspectiva crítica y por los recurrentes paralelismos entre las fuentes orientales y occidentales, cómo Borges encarnó, en el horizonte cosmopolita, a Jano bifronte: con un rostro hacia Oriente y otro hacia Occidente, sin menoscabo de un inveterado nacionalismo.

Recibido: 10 de Junio de 2021; Aprobado: 01 de Julio de 2021

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