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vol.68 número2José María Buzón García, M. Begoña Gómez Devís y José Ramón Gómez Molina, Actitudes lingüísticas en Valencia y su área metropolitana. Estudio longitudinal y análisis de tendencias. Tirant Humanidades, Valencia, 2017; 309 pp.Luis Vélez de Guevara, La rosa de Alejandría. Ed. crítica y anotada de William R. Manson y C. George Peale, estudio introductorio de María Elisa Domínguez de Paz. Juan de la Cuesta, Newark, DE, 2018; 217 pp. (Serie: Ediciones críticas, 91). índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
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Nueva revista de filología hispánica

versión On-line ISSN 2448-6558versión impresa ISSN 0185-0121

Nueva rev. filol. hisp. vol.68 no.2 Ciudad de México jul./dic. 2020  Epub 09-Sep-2020

https://doi.org/10.24201/nrfh.v68i2.3661 

Reseñas

Jimena N. Rodríguez, Escribir desde el océano. La navegación de Hernando de Alarcón y otras retóricas del andar por el Nuevo Mundo. Iberoamericana-Vervuert, Madrid-Frankfurt/M., 2018; 187 pp. (El Paraíso en el Nuevo Mundo, 5).

María José Rodilla1 

1Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, rodile6@yahoo.com.mx

Rodríguez, Jimena N.. Escribir desde el océano. La navegación de Hernando de Alarcón y otras retóricas del andar por el Nuevo Mundo. Iberoamericana, Vervuert, Madrid: Frankfurt/M.: 2018. 187p. El Paraíso en el Nuevo Mundo, 5,


Escribir desde el océano es un magnífico libro, tan bien documentado como ameno, escrito con la pasión y la inteligencia de una conocedora devota de las crónicas de Indias. Conformado en dos partes, la primera es un valioso estudio sobre las naos como espacios de enunciación, la mirada del navegante hacia las costas, el mar como espacio de conocimiento -donde impera la estética de la violencia y la vulnerabilidad- y, por último, las navegaciones de los siglos XVI y XVII a California. La segunda parte está dedicada a la edición de uno de los relatos de su corpus, la Relación de la navegación y el descubrimiento que hizo el capitán Fernando de Alarcón, uno de los viajes al Nuevo Mundo que compilara Juan Bautista Ramusio en su antología Navigationi et viaggi (1550-1559).

Los conceptos de heterología de Michel de Certeau, de la cultura de la violencia de José Rabasa, de la discursividad de los “relatos periféricos” de Kim Beauchesne, de las zonas de contacto de Marie Louise Pratt o del cuerpo inscrito en el texto escrito de Margo Glantz van guiando el estudio de Jimena Rodríguez con una claridad meridiana a lo largo de tres capítulos y con un corpus de ejemplos que va desde los renombrados viajes de Colón, de Cortés a las Hibueras y de Cabeza de Vaca, hasta los derroteros de navegantes menos estudiados, como Francisco de Ulloa (1539), Juan Rodríguez de Cabrillo (1542), Hernando de Grijalva (1533-1534) o el mismo Hernando de Alarcón (1540).

El primer capítulo trata sobre la nao, ese “mundo de origen abreviado” con jurisdicción propia, un espacio de contención desde el que se observa la tierra, pero sin el peligro inminente del caminante que se adentra en lo desconocido. Un lugar de enunciación cuya estética presenta antítesis tales como seguridad y vulnerabilidad, violencia y fragilidad. El barco como prolongación del imperio español en el ámbito de las exploraciones marítimas hacia California para incorporar dicho territorio al imaginario europeo es “un satélite que permite la observación sin el contacto” (p. 34).

El mar, como “metáfora de todas las incertidumbres” (Zumthor dixit), conforma el segundo capítulo, en el que nos ilustra, entre otras muchas curiosidades, acerca de la toma de posesión de las tierras bañadas por el océano, con sus diferentes gestos para la apropiación, las actas de posesión y el requerimiento, “siempre marcados por la violencia de su mirada” (p. 69), y, por último, el bautizo de los parajes intervenidos para incorporarlos a una tradición en que resuenen como propios. Otro dato curioso versa sobre los métodos de comunicación en los límites del Imperio: las cartas que dejaban los navegantes enterradas bajo algún árbol y que comunicaban cierto hallazgo, cierto derrotero a seguir para futuros navegantes o para delimitar una jurisdicción, sobre todo en espacios liminares, en los confines de los continentes: las Californias, el Río de la Plata, la Patagonia.

El relato de los navegantes a California, materia del tercer capítulo, se mueve entre “la fragilidad y la violencia”, polos que condensan “la imagen simbólica del mensaje en la botella o de la información enterrada o lanzada al Océano” (p. 78). Nacida como apoyo para llevar provisiones a la expedición terrestre de Vázquez Coronado (1540-1542) en busca de las Siete Ciudades de Cíbola, la misión marítima de Alarcón, con sus dos navíos, el San Pedro y el Santa Catalina, navega por el mar de Cortés y se interna por el río Colorado bajo “el signo de la decepción”, porque no encuentra ni las ciudades buscadas ni a los expedicionarios a los que iba a apoyar, aunque sí obtiene valiosa información sobre la demarcación de la tierra. Los navegantes se mueven entre el optimismo, como estrategia de supervivencia en el mar, y el encubrimiento de la información, como hizo Colón con la medición de las leguas para no desesperar a sus tripulantes.

Estos textos marítimos, por lo demás, están imbuidos de un sentido providencialista, no sólo por los capitanes de las naves que cumplen una misión divina, sino también porque se encomiendan a una fuerza omnipotente ante los infortunios del mar o las tormentas, con la consabida promesa de acudir al santuario o de ofrendar alguna dádiva, promesa que no sólo pertenece a la retórica del navegante, sino a la de todos los viajeros medievales, ya sean peregrinos, embajadores o misioneros. La retórica del “andar navegante”, como la llama Rodríguez, tiene varias inflexiones: el barco es una casa en movimiento gobernado por un experto navegante, quien además es el elegido (en el sentido providencial de la palabra); el barco se hace cuerpo en estos discursos, sufre y se fatiga, se personifica como si fuera la prolongación del cuerpo del tripulante; los navegantes, que se desplazan siempre con la mirada en la tierra, en la costa y sus accidentes geográficos, informan sobre un “perfil continental desconocido” (p. 107); el navegante tiene vistas parciales y lejanas de la tierra y no puede más que especular sobre lo que divisa; no obstante, obtiene datos que, aun cuando en ocasiones sean contradictorios, sirven para futuros navegantes, tales como medición de leguas, alturas, recorridos, dirección de los vientos, las corrientes, profundidad, bancos de arena, relieves costeros, es decir, toda una gama de saberes necesarios “para hacer seguros los caminos de la mar” (p. 113). La estética que prima en el discurso del navegante es la de la vulnerabilidad por los trabajos pasados en el mar, la falta de bastimentos, las enfermedades o heridas durante el viaje, las averías del barco, los rigores del clima, etc. La última inflexión es el providencialismo: la presencia divina acompaña al viajero y se refleja en el carácter moral del viaje.

La segunda parte del libro es ya propiamente el estudio del viaje de Alarcón con la aplicación de todas las categorías del andar navegante vistas en la primera parte y, sin embargo, se destaca como un texto singular, al ser una de las primeras “etnografías de las culturas del río Colorado”, según Maureen Ahern. Alarcón es el único navegante que se adentra en la tierra remontando el río con el método fluvial de la sirga, es decir, arrastrando las embarcaciones con cuerdas tiradas por hombres o animales. Lo curioso de su viaje es la manera en que logra maquillar el fracaso de su expedición: al no encontrar a Vázquez Coronado, convierte su relato en una evangelización y pacificación de los pueblos de las riberas que guerreaban con frecuencia. Mediante las cruces que regala a los diferentes habitantes de las orillas, va arraigando en el receptor de la relación, el virrey Antonio de Mendoza, la idea de que su viaje sí tuvo una utilidad esencial propia de los textos coloniales, además de la información de la tierra.

Aunque desde 2004 se contaba ya con una traducción del italiano a cargo de Julio César Montané Martí, publicada por El Colegio de Jalisco, en esta ocasión el traslado de la obra al castellano se ha encomendado a Celia Felipetto, quien, para resolver pasajes difíciles, contó con la ayuda de la propiaJimena N. Rodríguez , cuya impecable edición va explicando el viaje según el estudio preliminar y según anotaciones de realia, apoyadas en expediciones anteriores-sobre todo en la de Vázquez Coronado, escrita por Pedro Castañeda de Nájera-, y otras de similia -básicamente a partir de los Naufragios de Cabeza de Vaca.

Perteneciente a la colección El Paraíso en el Nuevo Mundo, esta nueva entrega de Jimena N. Rodríguez viene a llenar un hueco importante en las letras coloniales, el de los relatos de navegación a California, “que poco interés han causado en la crítica” (p. 115), y para muestra, nos deja un botón de oro en ese prodigioso viaje de Alarcón por el golfo de California y el río Colorado.

Recibido: 08 de Marzo de 2019; Aprobado: 28 de Abril de 2019

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