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Nueva revista de filología hispánica

versión On-line ISSN 2448-6558versión impresa ISSN 0185-0121

Nueva rev. filol. hisp. vol.68 no.2 Ciudad de México jul./dic. 2020  Epub 09-Sep-2020

https://doi.org/10.24201/nrfh.v68i2.3659 

Reseñas

Graciela Fernández Ruiz, Decir sin decir. Implicatura convencional y expresiones que la generan en español. El Colegio de México, México, 2018; 329 pp.

Violeta Vázquez Rojas Maldonado1 

1El Colegio de México vazquezrojas@colmex.mx

Fernández Ruiz, Graciela. Decir sin decir. Implicatura convencional y expresiones que la generan en español. El Colegio de México, México: 2018. 329p.


“César Millán es mexicano, por lo tanto, su idioma natal es el español”. Esta oración la encontré en algún portal de entrenadores de perros en Internet. La persona que la enuncia seguramente ignora que hay ciudadanos mexicanos por nacimiento cuya lengua nativa (que no natal) puede ser una de entre las decenas de lenguas que aquí se hablan. Podríamos decir, entonces, que el enunciador está equivocado, incluso cuando lo que dijo, textualmente, es verdadero: ciertamente, César Millán es mexicano, y es verdad que su lengua nativa es el español. ¿Dónde, pues, exactamente; en qué parte de lo que dijo, está la proposición falsa: “todos los mexicanos son hablantes nativos de español”? Si el enunciador anónimo del portal de entrenadores de perros hubiera dicho: “César Millán es mexicano y habla español”, el contenido de su aseveración se mantiene, pero la otra proposición, la que juzgamos errada, automáticamente desaparece. ¡Qué poderosa y qué misteriosa es esa partícula: por lo tanto! Y con ella, una familia entera de expresiones que analiza Graciela Fernández en este libro: aunque, pero, sin embargo, no obstante, hasta, incluso, ni siquiera, tanto/ tanque. Pensemos en qué sugiere quien dice: “Hasta Rusia entiende la crisis en Venezuela”, “Es mexicano, aunque no le gusta el aguacate” o “Les comió el mandado un fulano que ni siquiera habla español ” (nuevamente, todos éstos son ejemplos reales encontrados en Internet).

A pesar de que el subtítulo de este libro es Implicatura convencional y expresiones que la generan en español, y que casi la mitad de sus páginas están dedicadas al análisis minucioso de las ocho expresiones que se enlistaron arriba, el libro de Graciela Fernández no tiene como tema central el estudio de estas palabras en específico. Decir sin decir es, sobre todo, un libro sobre el significado lingüístico; más precisamente, sobre la teoría del significado de Paul Grice, tal como quedó recogida en las conferencias William James que dictó en Harvard en 1967. Una de las tesis centrales que aquí se defienden es que la teoría del significado de Grice está indisociablemente engarzada con su teoría de la conversación. El libro comienza por presentar estas dos teorías que se sustentan mutuamente. En la teoría del significado de Grice, un componente crucial y necesario es la intención del hablante de causar cierto efecto (o generar cierta creencia) en el oyente. No se comprende el significado sin intencionalidad. Pero la intención sola no basta: para que esa intención se convierta en significado, tiene que ser reconocida por el oyente. El significado, pues, se logra en un juego intersubjetivo, tal como queda capturado en esta precisa formulación de la autora:

Para Grice el significado no se entiende sin un “tú” y, todavía más, sin un “nosotros”. Efectivamente: el significado comienza a ser tal como una intención de generar en el otro (en un “tú”) una creencia, pero no de generarla de cualquier modo: para ser realmente un significado, debe tratarse de una intención de que la creencia surja en el otro precisamente porque el otro reconoció mi intención de generarla en él (p. 28).

A menudo decimos que una palabra “significa x”, pero para Grice es igualmente importante reconocer que “el hablante quiera dar a entender x al usar esa palabra”. El significado de una expresión se va integrando al sistema de lengua en la medida en que se generaliza la práctica de que los hablantes intenten incidir por medio de esa expresión de una determinada manera en las creencias de sus oyentes. Y, a la vez, los oyentes reconocemos las intenciones de nuestro interlocutor porque éstos escogen expresiones que usualmente se emplean para revelar dichas intenciones. La visión de Grice, como se aprecia, es mucho más sofisticada que la noción del significado como simple “contenido codificado” en las expresiones de la lengua, de manera independiente a sus hablantes. En su primera parte, el libro explica, pues, cómo es que para Grice el significado es intersubjetivo, dinámico y reviste más de una dimensión.

Por lo demás, una parte medular de este libro trata de distinguir claramente entre lo dicho y lo implicado. Lo dicho está relacionado con el significado convencional de las expresiones empleadas, con su contenido veritativo (es decir, con la proposición que se expresa) y, además, con la intención del hablante, con lo que quiso decir. Lo implicado, en cambio, son todos aquellos contenidos que se comunican, o que el hablante procuró decir, pero que quedan fuera del contenido proposicional. Lo dicho no es exactamente igual a lo codificado, o al significado literal de las expresiones. Como la intención del hablante es un aspecto crucial del significado -es más: el significado se origina en las intenciones de los hablantes-, la intención central del hablante es parte necesaria de lo dicho. Además de esta intención, lo dicho incluye el significado sistémico de las expresiones empleadas y también sus condiciones veritativas.

Quienes están familiarizados con Grice seguramente lo recuerdan por su teoría de la conversación, bastante más conocida que su teoría semántica. Su afirmación básica es que toda conversación es un intercambio racional que, como tal, se apega a un principio: el famoso principio de cooperación, según el cual los hablantes tratamos de hacer nuestra contribución “such as is required, at the stage at which it occurs, by the accepted purpose or direction of the talk exchange in which [we ] are engaged”. Este principio no sólo guía la interacción comunicativa, sino que además entra en el cálculo de la interpretación de lo que escuchamos. Para cada uno de nuestros enunciados, el interlocutor deberá inferir cuál es la creencia que estamos tratando de generar en él, no sólo atendiendo al significado sistémico de las expresiones elegidas, sino también al hecho asumido de que éstas se eligieron bajo la premisa de que hacerlo garantiza que el intercambio será máximamente cooperativo.

Supongamos que le pregunto a mi hija, que viene regresando de la escuela, si se comió todo el almuerzo que puse en su lonchera. Ella me contesta simplemente: “Me comí la gelatina”. ¿Qué creencia está tratando de generar en mí? Que se comió la gelatina, claro. Eso lo sé por el significado proposicional, directo, de lo que me contesta. Pero mi pregunta no fue ésa, sino si se había comido todo el almuerzo. Mi razonamiento como interlocutor es el siguiente: mi hija está obedeciendo el principio de cooperación y, por lo tanto, me está dando toda la información que le pido y que me puede dar con veracidad. Si se hubiera terminado todo el almuerzo, me habría contestado: “Sí, me terminé todo el almuerzo”. Pero, en lugar de eso, escogió: “Me comí la gelatina”. Como asumo que eligió la expresión que de mejor manera comunica lo que está dispuesta a decirme, si no prefirió simplemente “Sí, me terminé todo el almuerzo”, es porque esa proposición no es verdadera. Por lo tanto, infiero -sin que jamás me lo haya dicho- que la niña no se comió todo el almuerzo que le puse en la lonchera. En otras palabras: me lo dijo sin decirlo. Y lo entendí sin jamás escucharlo, sólo recurriendo al cálculo pragmático que se basa en asumir que la conversación que tenemos ocurre entre dos agentes racionales, es decir, cooperativos.

Lo que acabo de ejemplificar es el fino mecanismo de la implicatura conversacional, pero el centro del libro que aquí se reseña es un fenómeno ligeramente más complejo: el de la implicatura convencional. Para entenderlo, contrastemos dos ejemplos que hemos dado hasta ahora. “Me comí la gelatina” puede usarse para implicar “no me acabé todo el almuerzo”, pero lo hace de una manera muy distinta a como el enunciado “Es mexicano, por lo tanto, es hablante nativo de español” se usa para implicar que ser mexicano conlleva la propiedad de tener al español por lengua nativa. En este último caso, la locución “por lo tanto” está directamente involucrada en la inferencia; si la sustituimos por otra conjunción, la implicatura desaparece. Si bien tanto la implicatura conversacional como la convencional pertenecen al nivel de lo implicado (por oposición al ámbito de lo dicho), surgen de maneras distintas: la convencional, como su nombre lo dice, es más sistemática que la conversacional, está directamente asociada al empleo de ciertas palabras específicas -es decir, no es separable- y, aun así, escapa al contenido veritativo del enunciado que las despliega. Para quienes se sienten cómodos en esta jerga: la implicatura convencional es la prueba fehaciente de que el significado sistémico no se agota en el significado veritativo.

Decíamos, pues, que éste es un libro sobre una teoría del significado, que por ser la de Grice en realidad son dos teorías: una del significado y otra de la conversación. Y como todo libro que versa sobre una teoría, en este trabajo se exploran y sopesan teorías alternativas, cada una en diferentes ámbitos. Por ejemplo, al contrastar el tratamiento de Grice de lo dicho frente a lo implicado, se explora también el contraste entre las teorías minimalistas y las teorías contextualistas del significado, y el papel que cada una de ellas asigna al contexto en la resolución del significado lingüístico. En este tenor, preguntas apasionantes que plantea la autora (y que nos podrían llevar por derroteros muy ajenos a lo planteado centralmente en este libro) son las siguientes: ¿cuánta información contextual necesitamos para calcular las condiciones de verdad de un enunciado? ¿Cuántas expresiones tienen un contenido “fijo” y transparente, independiente de las condiciones particulares de su enunciación? Si digo en este momento: “Está lloviendo”, ¿eso es verdad? Literalmente, tiene muchas probabilidades de serlo, pues debe haber un lugar del mundo donde esté lloviendo en este instante. Pero parte de ese enunciado y de sus condiciones de verdad es que el lugar de donde se predica es el de la enunciación y, por lo tanto, esa información que no aparece explícita es necesaria para determinar su contenido proposicional. Todos sabemos que en la lengua hay elementos cuya interpretación requiere por fuerza una asociación al contexto de enunciación (los llamados deícticos, como yo, ahora, mañana, allí). Pero las teorías más contextualistas afirman que prácticamente todas las expresiones de la lengua requieren contexto para poderse interpretar. El debate entre el minimalismo y el contextualismo, que expone la autora magistralmente en el tercer capítulo es, a fin de cuentas, el viejo debate de la división del trabajo entre semántica y pragmática.

La autora también contrasta teorías alternativas a la griceana en lo que respecta al tratamiento de la implicatura convencional que, para algunos autores, o no es implicatura o no es convencional. Kent Bach sería un ejemplo de los primeros, y los proponentes de la teoría de la relevancia, un buen ejemplo de los segundos. El acercamiento más reciente al fenómeno es el de Chris Potts, quien desarrolla una teoría alternativa pero con base en expresiones que distan mucho de los ejemplos prototípicos de la implicatura convencional. Uno a uno, Graciela Fernández va rebatiendo los argumentos de los detractores de Grice. Finalmente, una vez que llegamos a tener claros los conceptos que va puliendo en el camino, se propone una metodología para distinguir las implicaturas convencionales de otros contenidos implicados, como las implicaturas conversacionales y las presuposiciones; luego, en los últimos dos capítulos del libro, pone en práctica estas pruebas para detectar el contenido implicado por las expresiones que se mencionaron anteriormente: aunque, pero, sin embargo, no obstante, hasta, incluso, ni siquiera y tanto/ tanque.

En resumen, Decir sin decir comienza por exponer de una manera clara y amable la compleja teoría del significado de Grice. En este aspecto, no sólo es un texto para especialistas, sino también, según creo, un magnífico acompañante de quien quiera acercarse a Grice por primera vez, con interés genuino de entenderlo. Después, la autora sopesa la teoría griceana con respecto a teorías alternativas y, por último, desarrolla un mecanismo para poner a prueba esa teoría en expresiones concretas, escogidas de ese fenómeno liminar que es la implicatura convencional: un significado que es parte de la intención del hablante, pero que no pertenece a lo dicho, que es sistemático, pero no veritativo, cuyas características contrapuestas lo convierten en un fenómeno suficientemente complejo como para poner a prueba las teorías sobre el significado lingüístico. La conclusión que nos queda es que, defendida por el sable argumentativo de Graciela Fernández, la teoría de Grice sale muy bien fortalecida, y a pesar de los más de cincuenta años que nos separan desde su formulación, en el análisis de las implicaturas convencionales se muestra que es una teoría semántica poderosamente explicativa y más vigente que nunca.

1Véase Paul Grice, “Logic and conversation”, en Syntax and semantics. T. 3: Speech acts. Eds. P. Cole & J. Morgan, Academic Press, New York, 1975, pp. 41-58. La cita, en p. 45.

Recibido: 21 de Noviembre de 2019; Aprobado: 09 de Diciembre de 2019

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