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Nueva revista de filología hispánica

versión On-line ISSN 2448-6558versión impresa ISSN 0185-0121

Nueva rev. filol. hisp. vol.65 no.2 Ciudad de México jul./dic. 2017

 

Reseñas

Antolín Sánchez Cuervo y Guillermo Zermeño Padilla (eds.), El exilio español del 39 en México. Mediaciones entre mundos, disciplinas y saberes

James Valender* 

* El Colegio de México. Correo electrónico: avalen@colmex.mx.

Sánchez Cuervo, Antolín; Zermeño Padilla, Guillermo. El exilio español del 39 en México. Mediaciones entre mundos, disciplinas y saberes. El Colegio de México, México: 2014. 260p.


El presente libro es resultado de un proyecto interinstitucional promovido en España por el Centro de Ciencias Humanas y Sociales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, y en México, por El Colegio de México. El título del proyecto da una buena idea de los propósitos generales perseguidos en el libro: “El exilio español de 1939 en México y el debate en torno a la modernidad iberoamericana. Antecedentes, planteamientos y realizaciones prácticas” (p. 9). De acuerdo con las metas del convenio establecido entre las dos instituciones, los nueve trabajos reunidos aquí entablan un interesante diálogo interdisciplinario que se desarrolla en muy diversos campos historiográficos, literarios, científicos y filosóficos. Lo que me parece particularmente encomiable del proyecto es que los investigadores parten de la premisa de que la historia del exilio español supuso un diálogo constante con los países que acogieron a los españoles republicanos (en este caso, México). En uno de los capítulos de este libro leemos: “la historia cultural del exilio republicano es ininteligible si no se considera su interacción con la sociedad mexicana y su labor en la construcción de un crisol en el que ambas culturas se cruzaron” (p. 73). Resumida así, la existencia misma de un diálogo parecería bastante obvia. Y, sin embargo, en muchos de los estudios que existen sobre el exilio español en América (y sobre todo en aquellos escritos en España) se observa un claro prejuicio nacionalista que lleva a los investigadores a intentar escribir la historia como si los refugiados hubieran vivido los cuarenta años de su destierro en una burbuja, sin contacto alguno con los nuevos países de adopción. Siguiendo por este mismo camino, también me parece del todo atinada la importancia que el concepto (o la práctica) de mediación va cobrando aquí. Porque, como señalan Antolín Sánchez Cuervo y Guillermo Zermeño Padilla en su “Presentación” del libro: “el exilio como mediación es el principal hilo conductor de este libro. Mediación entre dos mundos, aparentemente simple, que a medida que se ramifica y complica, nos va descubriendo un laberinto complejo, lleno de sincronías y complicidades, pero también de contradicciones y adversidades, por el que circulan multitud de actores tanto individuales como colectivos e institucionales, abriendo espacios y registros muy diversos” (p. 10).

El libro arranca con un trabajo de Aurelia Valero Pie titulado “Puentes de papel: Eduardo Nicol en la revista Filosofía y Letras”. Su ensayo nos introduce en el mundo de uno de los filósofos menos estudiados del exilio español, el catalán Eduardo Nicol. Y lo hace documentando el importante papel que tuvo como secretario de una revista de la Universidad Nacional Autónoma de México, Filosofía y Letras, que durante los años cuarenta y cincuenta no sólo contribuyó decisivamente a la modernización educativa del país, sino que además promovió un importante diálogo entre los intelectuales del exilio español y los universitarios mexicanos. Valero Pie traza la historia de la revista, a la vez que la influencia intelectual y científica que el propio Nicol ejerció en ella, sobre todo durante los años 1941-1946. La autora presta especial atención a los enfrentamientos que se dieron entonces entre las diferentes escuelas y grupos en sus pugnas por imponer tal o cual línea de investigación filosófica, pugnas que llevaron (entre otras cosas) a que Nicol, que se negaba a poner su disciplina al servicio de la causa política que fuese, quedara relegado a un segundo término. Porque, en efecto, pese a su condición de exiliado político, la imagen que el ensayo finalmente nos ofrece de él es la de un hombre que defendía una concepción fríamente científica del trabajo filosófico, creyendo que sólo así su disciplina podría convertirse “en salvaguarda de la dignidad humana y en un baluarte contra el irracionalismo y la barbarie” (p. 24).

En “La revista Ciencia, un espacio de mediación para el exilio científico español”, Ana Romero de Pablos centra su mirada ya no en la filosofía, sino en la ciencia y, más concretamente, en la construcción de la tabla periódica de los elementos, que figura aquí como metáfora del desarrollo de la modernidad. El objeto de su estudio son los artículos publicados entre 1940 y 1945 en Ciencia, una notable revista de investigación científica fundada e impulsada en México por científicos españoles como el entomólogo Cándido Bolívar, el bioquímico Francisco Giral, el físico Blas Cabrera y el fisiólogo José Puche. Romero de Pablos examina algunas de las principales contribuciones a la tabla periódica publicadas en dicha revista, a la vez que pondera la forma en que esas contribuciones supusieron una continuación de la misma labor investigativa promovida en España antes de la Guerra Civil por la Junta para Ampliación de Estudios. “Medir, nombrar, codificar”, nos informa Romero de Pablos, “fueron actividades que articularon la construcción de una ciencia moderna que ayudó a incorporar una nueva forma de entender el mundo” (p. 59). Entre los distintos casos estudiados, la autora dedica atención particular a las publicaciones de la judía vienesa Marietta Blau, especialista en rayos gamma, que trabajó en el Instituto Politécnico Nacional y en el Laboratorio de Radioactividad de la Comisión Impulsora y Coordinadora de la Investigación Científica en México. Su caso subraya el hecho de que en los años cuarenta los españoles no fueron los únicos exiliados, desde luego, en ayudar a fomentar la investigación científica en México.

En “La editorial mexicana Atlante: claves de una iniciativa cultural de republicanos españoles exiliados”, Leoncio López-Ocón narra la historia de una de las editoriales más significativas fundadas por los españoles exiliados en México. Por un lado, estudia la forma en que la empresa se inserta en el medio cultural mexicano y, por otro, examina la medida en que constituye una continuación de la labor cultural ya realizada en España en tiempos de la segunda República. Si bien Atlante raras veces figura en las investigaciones sobre la vida cultural del exilio español, este estudio demuestra que su aportación, en efecto, fue considerable, sobre todo en el campo de la difusión de la ciencia y la tecnología. López-Ocón nos ofrece una detallada descripción de su catálogo (unos sesenta títulos publicados a lo largo de casi veinte años), que entre otras cosas incluye información novedosa sobre la obra de figuras tan destacadas como Juan Grijalbo, Manuel Sánchez Sartó, Juan Vicens, José Ferrater Mora, Otto Mayer-Serra e Isaac Costero. Muy iluminadora también es la atención prestada al trabajo de José Giral y de sus hijos Francisco y Antonio como traductores de importantes tratados científicos, lo mismo que a la estrecha relación que Atlante sostuvo con la revista Ciencia ya mencionada.

En “Martín Heidegger, traducido por José Gaos en El arco y la lira de Octavio Paz” se vuelve a resaltar la importante labor realizada por los exiliados como traductores, pero esta vez en el campo de la filosofía. Este estudio, de Anthony Stanton, se centra en la versión de Sein und Zeit, de Heidegger, que José Gaos publicó en 1951, al mismo tiempo que explora la influencia que dicha obra de Heidegger ejerció en la redacción de El arco y la lira, al llevar a Octavio Paz a escribir, no una versión poética del existencialismo, sino una “filosofía de la poesía” (p.109), para retomar una distinción formulada por el traductor Gaos en una carta que le enviaría después a Paz y que se cita aquí. Con mucha agudeza, Stanton demuestra cómo El arco y la lira se apropia de la ontología de El ser y el tiempo, a la vez que se deja influir por las reflexiones de Heidegger sobre la relación entre la poesía y el ser. Finalmente, Stanton nos enseña cómo Heidegger incluso ayuda a Paz a descubrir una de las bases fundamentales del pensamiento del poeta mexicano: la oposición complementaria que a su juicio vincula poesía con historia. “La tercera parte de El arco y la lira”, leemos, “explora los tensos y ambiguos lazos que unen y separan estas dos experiencias. La poesía es, al mismo tiempo, una esencia irreductible y un producto social: no puede existir fuera de la historia, pero tampoco se puede reducir a ella. Lo absoluto y lo relativo coexisten en el poema tal y como la divinidad humanizada se revela en la figura de Cristo: «La historia es el lugar de la encarnación de la palabra poética»” (p. 114).

Vicente Herrero es un exiliado español sobre el cual apenas existen estudios y, sin embargo, fue uno de los más dedicados traductores con los que contó el Fondo de Cultura Económica (F.C.E.) en los años cuarenta. De él se ocupa Andrés Lira en su trabajo “Vicente Herrero. Tiempo y lugares de un traductor”. Durante los años 1940-1946, Herrero publicó traducciones de unos doce títulos, de autores tan notables como Edmund Burke, Franz Neumann, Ferdinand Tonnies, Thorston Veblen y Florian Znaniecki. Para documentar esta labor, Lira se sirve, sobre todo, de la correspondencia cruzada entre Herrero (que antes de refugiarse en México pasó varios años en Santo Domingo) y el director del F.C.E., en México, Daniel Cosío Villegas: una correspondencia muy interesante, cuyos originales se conservan en el Archivo Histórico del F.C.E. y que se cita aquí con excelente provecho. Además de relatar los vaivenes del trabajo de Herrero como traductor, la correspondencia recoge sus sugerencias para futuras publicaciones del F.C.E. Estas propuestas de edición se vuelven especialmente instructivas cuando en 1946 Herrero se traslada a París con el Gobierno de la República en el exilio y, aprovechando el viaje, se ofrece a establecer vínculos entre el F.C.E. y los editores franceses e ingleses del momento.

En “Ediciones de crónicas de Indias y hermenéutica comunes entre Edmundo O’Gorman y Ramón Iglesia”, Fermín del Pino-Díaz nos ofrece un testimonio personal de las reverberaciones en España del debate historiográfico entablado en México por historiadores mexicanos y españoles en los años cuarenta. Se toma como ejemplo los diferentes modos empleados en ese tiempo para editar las crónicas de Indias y, muy específicamente, las crónicas del padre Acosta. Del Pino-Díaz se identifica plenamente con el proceder del español Ramón Iglesia y del mexicano Edmundo O’Gorman, cuya metodología clasifica como etnográfica, “en cuanto se preocupa de «rescatar» una voz del pasado en sus propios términos, procurando hacer valer los signos distintivos y variados que definen su punto de vista y experiencia, a través de una cuidadosa práctica ecdótica” (p. 150). Rechaza, en cambio, los trabajos de Silvio Zavala, un historiador mexicano formado en España en la escuela más convencional de Rafael Altamira. A continuación, ofrece un bien documentado resumen de los conflictos historiográficos que surgieron entonces en México, concretamente entre Iglesia y O’Gorman, por un lado, y Zavala y Altamira, por otro, antes de volver a subrayar que es el ejemplo de los dos primeros el que siempre ha intentado seguir a la hora de preparar sus propias ediciones en España. “La apuesta por «establecer» la verdadera personalidad de un autor pasado -su punto de vista personal-”, nos explica, “es base imprescindible de toda edición renovadora” (p. 153). En fin, el capítulo tiene el indudable valor de documentar uno de los grandes debates intelectuales del México de los años cuarenta, además de reivindicar, aunque sea indirectamente, la labor del exiliado Ramón Iglesia que, a pesar de su importancia, sigue más o menos olvidada en España.

Rafael Altamira vuelve a ocupar nuestra atención en el capítulo que sigue, de Guillermo Zermeño Padilla: “Rafael Altamira o el final de una utopía modernista”. Se trata de un notable esfuerzo por documentar los últimos años de la vida del historiador, desde su llegada a México como exiliado en noviembre de 1944 hasta su muerte en junio de 1951. El trabajo establece un tono algo distinto de los demás capítulos del libro, en la medida en que la historia que se cuenta resulta cualquier cosa menos gloriosa. Al contrario, el capítulo nos presenta el caso de un intelectual español que, si bien a principios del siglo xx fue considerado uno de los grandes historiadores de su tiempo, al exiliarse en México al final de la Segunda Guerra Mundial, sale a defender una forma de concebir la historia que está ya en plena decadencia. Así, al lado de los homenajes más o menos obligados de los que fue objeto al poco tiempo de llegar, Zermeño Padilla nos brinda abundante información sobre los fuertes cuestionamientos de que también fue objeto por parte de los jóvenes historiadores, tanto de México como de España. También documenta el virtual silencio con que fue acogida en México la última obra de Altamira, su Proceso histórico de la historiografía humana (1948). Su principal contrincante parece haber sido Edmundo O’Gorman, “el enfant terrible de la nueva historiografía mexicana, lector asiduo de otra vertiente del modernismo español, representada por Ortega y Gasset y la Revista de Occidente, y de nuevas corrientes críticas de la filosofía alemana que la Revista acogía en sus páginas” (p. 168). No toda la obra cultural realizada en el exilio tuvo necesariamente que alcanzar la misma excelencia, desde luego. Pero la historia de Altamira es una historia que definitivamente termina mal. Y el panorama sólo se vuelve más triste aún cuando leemos que hasta el propio Altamira finalmente “reconoció pertenecer a una escuela algo antigua ya” (p. 187).

Antolín Sánchez Cuervo, por su parte, nos ofrece una concisa y muy exacta imagen de cuatro filósofos del exilio español que, a su juicio (y a diferencia de Altamira), sí supieron mantenerse a la altura de los tiempos modernos: “Epígonos de una modernidad exiliada: Gaos, Nicol, Xirau, Zambrano”. Lo que se traza aquí es el interés de estos cuatro pensadores por explorar “la singularidad de la filosofía en lengua española” (p. 262), si bien esta inquietud, se nos aclara un poco más adelante, “más allá del conflicto entre las dos Españas, se responde a las derivas totalitarias, opresivas e instrumentales arraigadas en la ciencia y la política moderna, y en sus despliegues canónicos” (p. 212). Los cuatro intentan plantear, cada uno a su manera, “un humanismo a la altura de tiempos oscuros, capaz de inscribirse con voz propia en medio de un contexto particularmente crítico y convulso como el que por entonces atraviesa la racionalidad occidental” (p. 213). En el caso de José Gaos, la meta consiste en desarrollar “una filosofía de la filosofía” como forma crítica de asumir la modernidad (p. 216). En el de Xirau, en desarrollar “una fenomenología de la conciencia amorosa, llamada a articular una nueva racionalidad capaz de restituir la experiencia vital en su riqueza y plenitud orgánicas” (p. 218). En el de Zambrano, en “adueñarse del ser oculto tras las contradicciones mundanas, erigiéndolo en principio universal del conocimiento y la realidad” (p. 223). Y en el de Nicol, en respetar “la vocación reflexiva y comunitaria del hombre sin sacrificarla al esteticismo personalista, pero tampoco a la impersonalidad instrumental” (p. 229). En la obra de los cuatro filósofos, se nos dice, estamos ante un esfuerzo por rescatar “las posibilidades críticas del pensamiento de lengua española” (id.) en tiempos especialmente difíciles.

El último capítulo del libro es de Manuel-Reyes Mate Rupérez y se titula “Del exilio a la diáspora. A propósito de Max Aub y María Zambrano”. El trabajo aparentemente nos lleva muy lejos de los temas hasta ahora tratados, ya que arranca con una larga disquisición no sobre tal o cual aspecto del exilio español en México, sino sobre el sentido exacto que los judíos dan a la palabra diáspora. El desvío, sin embargo, resulta más aparente que real, en la medida en que constituye un primer paso necesario para poder luego demostrar que hay por lo menos dos intelectuales del exilio español, Max Aub y María Zambrano que, al igual que los judíos, atribuyeron a su exilio no un carácter accidental, sino una realidad verdaderamente sustancial (es decir, que hicieron suya la noción de exilio que los judíos resumen en la palabra diáspora). Y es que, a raíz de su experiencia, ambos escritores españoles habrían ido descubriendo que el exilio era algo más que la simple pérdida de una tierra, que “la identidad no nos la dan elementos tan materiales como la sangre y la tierra, sino que es creada desde la libertad que opera sobre estos elementos materiales, es decir, desde la tradición viva” (p. 248). De Max Aub, que es al mismo tiempo español y judío, se nos ofrece el ejemplo de su obra teatral San Juan, que expresa la soledad y el abandono en que queda un grupo de judíos que viaja en un barco sin nunca encontrar país que lo acoja, pero también la soledad y el abandono que sufre la República española por parte de los países democráticos de Europa. María Zambrano no es judía, pero de todos modos no tarda en descubrir que “el exilio no es un accidente en nuestra historia sino la forma hispana de construirla” (pp. 251-252). Para evitar que esta historia de violencia se vuelva a repetir, argumenta ella, no hay más remedio que enfrentarla. Es decir: “Lo que Zambrano propone es mirar de frente ese pasado doloroso y así rescatar la parte pendiente de la misma, a saber, el sufrimiento olvidado” (p. 252). Partiendo de una interesante relectura del libro Eichmann en Jerusalén de Hannah Arendt, Mate Rupérez sugiere que la noción sustancial del exilio, tal y como lo concebían Aub y Zambrano, encierra una verdad muy importante no sólo en aquellos años, sino incluso ahora, en la sociedad contemporánea. Y la lección es muy sencilla: “Eichmann y los suyos fueron reos de lesa humanidad porque llegaron a pensar que podían escoger con quién cohabitar la tierra... Entiéndase bien: uno puede ir a vivir donde le plazca; lo que no puede es decidir que el vecino se vaya” (pp. 256-257).

En resumen: estamos ante una aportación muy valiosa a los estudios sobre la cultura del exilio español en México. Varios de los trabajos reunidos aquí abren capítulos nuevos en la compleja historia de este largo episodio de convivencia hispano-mexicana. Pero además de la novedad de los temas, cabe subrayar la conveniencia del enfoque, es decir: el propósito de situar a los protagonistas de esta historia en el contexto de la lucha por una cultura iberoamericana moderna. Una contextualización que nos ayuda a comprender, por ejemplo, la actualidad de la obra de Gaos, Xirau, Zambrano y Nicol, frente a la postura más bien decimonónica de un historiador como Altamira. En esta historia de mediaciones no todos los conflictos, desde luego, se resuelven en armonía. Pero otra virtud de este libro, me parece, consiste en demostrar que las diferencias generacionales son a veces más determinantes que las seculares diferencias entre España y sus antiguas colonias; prueba de ello es la profunda insatisfacción que la obra de Altamira, por ejemplo, despierta en la conciencia no sólo de un joven mexicano como O’Gorman, sino también en la de un joven español como Iglesia. Otro mérito del libro consiste en señalar que la mediación entre España y México no siempre se da de modo directo, sino que a veces supone la intervención de un tercero, y de ahí la especial relevancia, por ejemplo, del trabajo sobre Gaos, Heidegger y Paz, en que la mediación asume una forma triangular. En fin, por los temas escogidos, lo mismo que por el rigor y la inteligencia con que son tratados (por no decir nada de la nutrida bibliografía que acompaña a cada capítulo), este libro contribuye de manera muy sólida y muy oportuna al campo de estudios en que se inserta.

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