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Nueva revista de filología hispánica

versión On-line ISSN 2448-6558versión impresa ISSN 0185-0121

Nueva rev. filol. hisp. vol.65 no.1 Ciudad de México ene./jun. 2017

 

Reseñas

Jacques Issorel, Últimos días en Collioure, 1939 y otros estudios breves sobre Antonio Machado

Gabriel Rojo* 

* El Colegio de México, México, email: grojo@colmex.mx.

Issorel, Jacques. Últimos días en Collioure, 1939 y otros estudios breves sobre Antonio Machado. Centro de Estudios Andaluces-Editorial Renacimiento, Sevilla: 2016. 224p.


En este libro, Jacques Issorel recopila ocho ensayos que ha ido escribiendo a lo largo de su carrera y que los ha revisado para esta publicación. Su interés en Machado data de hace mucho tiempo. Si atendemos tan sólo a las fechas de los ensayos que sirvieron como germen para la elaboración de este libro (pp. 205-206), descubrimos que el más remoto fue publicado en 1973 y el más reciente es de 2014. Más de cuarenta años de dedicación y, podríamos decir, de ferviente admiración.

El crítico nos narra que su interés por Machado nació desde muy pronto en su quehacer como hispanista, al ser elegido para ocupar un puesto vacante como profesor de Lengua y Literatura españolas en la Universidad de Perpiñán en 1971, que es la ciudad más cercana al pueblecito de Collioure, lugar donde murió el poeta y en el que yacen sus restos. En Perpiñán, Issorel tuvo la oportunidad de conocer al profesor Josep María Corredor, quien también era exiliado y había recalado, años antes, en la misma universidad. Gracias a Corredor, Issorel conoció a Jacques Baills, quien en 1939 no sólo era el jefe de la estación de trenes de Collioure sino que incluso se hospedaba en el mismo hotel en el que se hospedó Machado junto con los familiares con quienes había cruzado la frontera. Issorel aprovechó su encuentro con Corredor y Baills, así como la cercanía del pueblo de Colliure, para reconstruir los últimos días de Machado. Esto es lo que nos presenta, en forma narrativa, en el primer ensayo del libro: “Últimos días en Collioure, 1939. Recuerdos de Jacques Baills, Corpus Barga, Juliette Figuères, José Machado y Matea Monedero de Machado”. Si bien Issorel no es el único que ha abordado este tema, pues los testimonios comenzaron a publicarse casi desde el momento mismo en que Machado se exilió de su país, la evocación de esos momentos por parte del hispanista francés es más que afortunada, pues además de recoger el testimonio de Baills, tuvo la oportunidad de entrevistar también a Juliette Figuères, quien era en aquellos años la dueña del pequeño hotel en donde se hospedaron Antonio Machado y sus familiares. Estos testimonios que Issorel recogió directamente, los complementa con recuerdos y añoranzas, que ya se habían publicado anteriormente, de otras personas que estuvieron cerca del poeta en aquellos días y que se mencionan en el subtítulo del artículo, como Corpus Barga, José Machado, Matea Monedero; pero también toma en cuenta otros testimonios como los de Waldo Frank, Joaquín Xirau y Enrique Rioja. Con todo ello, Issorel construye una narración de los días que transcurrieron desde la salida de Machado de Barcelona, en enero de 1939, hasta su muerte en Collioure en febrero del mismo año. Uno de los aciertos mayores del método expositivo del crítico francés consiste en construir una especie de collage con citas cuidadosamente elegidas de los autores antes mencionados. Issorel, con comentarios mínimos, únicamente hilvana los testimonios para darles coherencia narrativa.

Este primer ensayo del libro no se limita a lo anteriormente dicho. También aborda la indisoluble relación que el pueblecillo de Collioure ha llegado a tener con el poeta. El hecho de que se conserven allí sus restos mortales, y de que se hayan librado todas las batallas para evitar que el franquismo capitalizara la fama del poeta para sus intereses políticos, ya forma parte de la historia de Collioure. No por nada se ha creado una fundación dedicada a promover el recuerdo del poeta y de su herencia literaria y humanista.

En otro de los ensayos del libro, titulado “Josep María Corredor, fiel servidor de la memoria de Antonio Machado”, Issorel recuerda el papel fundamental que jugó el hispanista catalán para que los restos de Machado permanecieran en el pueblo francés. Después de realizar un atractivo retrato de su amigo, que es una especie de homenaje a la amistad que tuvieron, Issorel relata todos los esfuerzos que hizo Corredor para que la voluntad de Machado y sus hermanos fuera respetada y se construyera ahí una tumba para el poeta.

Otro ensayo que también se refiere a la muerte de Machado es el titulado “Antonio Machado y Alfonso Reyes”. Si bien uno esperaría que, por el título, Issorel abundara en la relación que entablaron ambos escritores durante la estancia de Reyes en Madrid, Issorel pasa rápidamente por esta relación para concentrarse más bien en un momento posterior a la muerte de Machado. Al año de su fallecimiento, en un homenaje al poeta organizado en México por la Junta de Cultura Española, estuvieron convocados escritores exiliados y mexicanos. Issorel se interesa sobre todo en el discurso, al parecer improvisado, de Alfonso Reyes. Issorel destaca la precisión y el amplio conocimiento que el escritor mexicano tenía del poeta español: “es visible que en Reyes tuvo Machado al lector que merecía”. Al crítico francés le llama especialmente la atención la siguiente imagen que Reyes ofrece de la poesía de Machado: “aquella poesía que parece agua para la sed del alma, agua bebida en el manantial, y echado de bruces sobre el suelo”, que, según Issorel, “traduce con admirable intuición, la densidad humana, la sencillez calurosa, la honda y cordial visión de los paisajes que caracteriza a la poesía de Antonio Machado”. Y se pregunta retóricamente Issorel, como afirmándolo sin lugar a dudas: “¿Acaso existe mejor lector de un poeta que otro poeta?”. En ese sentido, más que una coincidencia biográfica, que la hubo, encuentra Issorel una afinidad espiritual profunda entre los dos poetas:

A tal respecto no carecería de interés un estudio comparativo de algunas páginas de Visión de Anáhuac -cuya redacción terminó Reyes en 1915- y de Campos de Castilla que vio la luz tres años antes. En ambas obras la mirada contemplativa va más allá del paisaje, atravesando los siglos en busca de “la tradición eterna” de un pueblo y de una tierra “où souffle l’esprit” (pp. 156-157).

Los demás ensayos del libro ofrecen estudios estilísticos de la poesía de Machado. En ellos Issorel nos muestra su versatilidad como crítico. Nos referiremos a algunos de ellos. En “El último verso”, Issorel se detiene en la historia del que, se supone, es el último verso escrito por Antonio Machado. Se trata del verso alejandrino que dice:

Estos días azules y este sol de la infancia.

Issorel nos informa que el verso fue encontrado por José Machado en un trozo de papel que estaba en el bolsillo del gabán de su hermano. El crítico francés acierta al considerar este verso como un poema y estudiarlo como tal, si bien reconoce que podría constituir “el principio de un poema que Machado nunca llegó a escribir” (p. 66). Issorel aborda el poema en varios sentidos, destacando sobre todo la armonía que tiene este alejandrino en los aspectos rítmico, fónico, sintáctico y semántico, y llega a la conclusión de que en este verso, Machado “puso lo mejor de sí mismo”, pues “expresa a la vez la contemplación maravillada del poeta y su desesperación, el presente luminoso y el pasado para siempre perdido, la suavidad de los días y el desgarro del exilio” (pp. 75-76).

En otro ensayo, dedicado al famoso soneto que comienza con el verso “Por qué, decísme, hacia los altos llanos...”, Issorel se interesa por la oposición implícita que se establece entre Sevilla y Soria, entre las tierras bajas y las altas. El poeta se siente desgarrado y se cuestiona a sí mismo por qué, habiendo nacido en Andalucía, prefiere las tierras altas, áridas y frías de Soria. Si bien la causa de este desgarro se hace explícita en el segundo terceto del poema, “Mi corazón está donde ha nacido / no a la vida, al amor, cerca del Duero”, Issorel pacientemente va desmenuzando el poema y haciendo visibles para el lector los diferentes recursos poéticos que utiliza Machado en aras de lograr el sentido del poema. Así, nos habla de variaciones del discurso -pasando del estilo directo al indirecto, y viceversa-; desdoblamientos en la voz del yo poético, entre él mismo y su corazón; bruscos encabalgamientos en los que se expresa la insatisfacción del sujeto poético (“y en tierra labradora y marinera / suspiro...”); la cantidad y la ubicación de los sintagmas que evocan la Soria castellana en contraste con los que se refieren a su región natal, etc. Es digno de mencionar el comentario sobre el último verso del poema, que se apoya en imágenes visuales, como si se tratara de una composición pictórica: “¡El muro blanco y el ciprés erguido!”. Issorel demuestra cómo, con este sintagma, se evoca el cementerio en donde yace Leonor, nombre del amor encontrado por Machado en las tierras sorianas. El crítico añade:

Cuando lee “muro blanco”, el lector construye una imagen mental horizontal. De la misma manera, cuando lee “ciprés”, crea la imagen mental de un “ciprés” erguido, o sea, vertical y también “verde”... De esa construcción geométrica, de ese contraste cromático, de la vehemencia de la exclamación y de la ausencia de verbo, procede la fuerza expresiva y penetrante de este último verso en el que todo es emoción, inmovilidad, silencio (pp. 92-93).

Con la misma destreza con que Issorel analiza los versos y los poemas de Machado, también estudia un tema que es muy importante en su poesía: el viaje. En el ensayo “Contemplar, observar, soñar, recordar: el poeta viajero” el crítico francés nos dice que, más que trasladarse de un lugar a otro, la importancia del viaje para Machado es el viaje mismo. Pero no le interesan demasiado los aspectos mecánicos del viaje ni tampoco la oportunidad que el viaje le brinda para descansar: lo que le importa es que el viaje es un momento propicio para ejercitar sus cuatro “aficiones favoritas, que son otros tantos temas mayores de su poesía”, y que son las actividades mencionadas en el título del ensayo: “contemplar, observar, soñar y recordar”. Tomando como base estas aficiones, el hispanista francés nos proporciona en este ensayo pequeños fragmentos entresacados de la poesía del andaluz y destaca cómo estas aficiones se convierten en temas torales de su poesía.

Para concluir, en este libro, Issorel demuestra que no hace falta acudir a teorías sofisticadas para escribir algo interesante y profundo acerca de un poeta: le basta asumir una actitud respetuosa ante el texto poético y confiar en su intuición, su sensibilidad y su conocimiento del autor estudiado. Éste, en fin, es un libro bien pensado y bien escrito que, gracias al amplio conocimiento que su autor tiene del tema, esclarece varios aspectos importantes de la vida y obra de Machado.

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