Introducción
Cada civilización tiene una visión propia de la belleza de la mujer que suele verse condicionada por la percepción masculina sobre la feminidad y por factores como la época, las modas, las tendencias o los códigos estéticos. Para algunos, la belleza reside en el rostro, mientras que para otros emana de la armonía del cuerpo, o bien se asocia a la delicadeza, la inteligencia y la feminidad (valor que a su vez es relativo, según las culturas). A lo largo de la historia, las sociedades árabes premodernas también configuraron arquetipos de aquello que consideraban bello y armonioso en su entorno, y en especial definieron los rasgos y las cualidades presentes en la hermosura femenina.
Al atender a los símbolos típicos que caracterizan el cuerpo de una bella mujer en la lírica árabe, se observan imágenes alegóricas reiteradas en las que los poetas comparan los rasgos femeninos que consideran hermosos con diferentes animales. Si bien este recurso está presente en diversas literaturas como, por ejemplo, la española, donde encontramos muestras de analogías de la mujer con ciertos animales (el conejo o la garza), en obras como el Libro de buen amor (véase López 2009, 53-83), es tal la profusión en la lírica árabe que bien merece un análisis preciso de este fenómeno. Ciertamente, nos encontramos ante un mecanismo tópico de dicha tradición literaria, cuyas manifestaciones responden a una aceptación meramente convencional. Al respecto, Al-Ğāḥiẓ (1991, 158) señala que “el poeta o quien describe sabe que la ğāriya [mujer] bella es más hermosa que la gacela, que el antílope y que todo lo que se le parezca, pero la compara con ellos porque es lo más bonito que ha encontrado en su entorno”.
En esta investigación se pretende identificar esa extensa tópica de la cultura árabe, al indagar en la costumbre de los poetas de comparar la belleza femenina con ciertas especies del reino animal. Así pues, el análisis de distintos fragmentos poéticos en los que se emplean metáforas faunísticas para describir a una fémina permitirá discernir cómo determinados rasgos de su belleza son equiparados a un animal concreto para establecer una especie de analogía convencional entre los rasgos de éste y los de la mujer. En el presente estudio se constituyen como fuentes de información relevantes el medio literario (poesía) y el léxico (diccionarios). No obstante, para llegar a este objetivo, primero me aproximaré al concepto de belleza femenina en las sociedades árabes medievales y premodernas. Finalmente, en las conclusiones intentaré elucidar por qué se ha producido esta comparación tan frecuente en la literatura árabe entre la mujer hermosa y los animales.
La belleza femenina en la lírica árabe
La admiración por la figura femenina vertebra gran parte de las manifestaciones de la poesía árabe, desde el nasīb de la poesía preislámica hasta la poesía amorosa o ġazal, así como otros géneros en la poesía clásica, como la sátira, la elegía o el panegírico. Por ejemplo, la qaṣīda de Ka‘b b. Zuhayr Bānat Su‘ād, la mu‘allaqa de ‘Antara o el célebre poema Ya Tūnus Al-ẖaḍrā’ de Nizār Qabbānī, por citar sólo unos ejemplos antiguos y modernos. La profusión de composiciones en las que se materializa este patrón temático refleja que la belleza femenina es uno de los recursos líricos por excelencia en la poesía árabe.
Sostiene Celia del Moral (1990, 705) que los poetas clásicos establecieron para la mujer unas características físicas peculiares configuradas y fijadas desde la época preislámica. En los divanes de notables poetas como Imru’ l-Qays, ‘Umar b. Abī Rabī‘a, Ğamīl Buṯayna, Al-Mutanabbī o Al-Mu‘tamid b. ’Abbād hallamos diversos tópicos e imágenes que materializan los atributos deseados, como la blancura de la tez, el cabello negro como las tinieblas de la noche, los ojos grandes y rasgados y los dientes blancos como el granizo o las perlas. Se trata, pues, de una serie de rasgos estereotipados que conformaban un ideal físico de mujer, reflejo del gusto y la tendencia de las diversas épocas, el cual terminó anquilosándose como recurso estilístico y se mantiene hasta la actualidad. Vestigios tales pueden hallarse en diferentes testimonios y anécdotas de la historia árabe, como la acontecida con el califa ‘Abd Al-Malik b. Marwān,1 quien dijo a un hombre de Qaṭafān:2 “Descríbeme una mujer bella según tu parecer”, por lo que este último le aconsejó:
Oh, Príncipe de los Creyentes, cásate con quien tenga pies finos, talones sanos,3 piernas suaves, rodillas grandes, muslos redondos, brazos grandes, manos delicadas, pechos redondeados y turgentes, mejillas rojas, ojos enmarcados como si estuvieran perfilados con kohl, cejas finas y arqueadas, labios rojo grana, de entrecejo amplio, nariz fina, dientes blancos, cabello negro, cuello largo y abdomen plano (Al-Ibšīhī 2008, 671).
Sin duda, tal riqueza y precisión de las características corporales de la que ha de considerarse hermosa evidencia la dedicación prolífera de los líricos a este campo, así como cierta obstinación en hallar deleite en las descripciones explícitas de lo deseado en una mujer, una “cosificación” si se quiere. Esta anécdota supone una inmejorable condensación de los rasgos demandados por el ideal femenino para ser merecedores de tal denominación. Así pues, se encuentran alusiones a cómo ha de ser el cuerpo, desde la figura y el talle hasta asuntos tan minuciosos como el estado de los talones; pasando por curvas, cabellos, forma del rostro, aspecto de los dientes y los labios, e incluso el perfilado de los ojos.
Diversas muestras de arquetipos de belleza se suceden en diferentes composiciones líricas que se sirven de figuras alegóricas recurrentes para destacar aquellos atributos percibidos como deseados en la amada; ciertamente, el recurso a imágenes del reino animal es constante en la literatura árabe clásica. Por ello, es pertinente mostrar los rasgos que más se han descrito y equiparado convencionalmente, y para lograrlo citaré distintos fragmentos que constaten la importancia de las características más solicitadas en la aproximación a un ideal de belleza femenino árabe y la posterior vinculación de éstas con la simbología animal.
Rostro: supone uno de los principales elementos de atracción y belleza para los poetas, quienes lo describieron de manera profusa y detallada mediante imágenes como el sol o la luna llena para resaltar la blancura y la claridad de la tez, que se extendía al resto del cuerpo. Un blanco que tiende a ser níveo o nacarado por no salir de casa ni tener que realizar tareas, y por usar afeites que cambian el tono (según el color de éstos, la tonalidad podría tender a rojo) (Al-Ḥūfī 1950, 36). Se trata de un tipo de mujer acostumbrada al lujo y a la buena vida. Esta expresión alude a la cultura de las élites, pues las mujeres representadas en esas composiciones se inspiraban en las que pertenecían al mismo círculo social que los poetas, esto es, de linaje noble y clase pudiente. Cabe destacar que tal cultura surgió en Medina en el siglo primero de la Hégira como estratagema política de los omeyas para evitar posibles sublevaciones en la zona del Ḥiğāz, por lo que destinaron ingentes cantidades de dinero a dicha región. Tal favorable y acomodada situación propició diversas manifestaciones artísticas (poesía, danza, música), y el Ḥiğāz se convirtió en uno de los centros culturales de referencia de aquella época (‘Uṭwī 1986, 28). ‘Umar b. Abī Rabī‘a (siglo VII) describe en uno de sus versos a este tipo de mujer y su forma de vida:
Hembra soberana, ebúrnea y de abdomen plano,
alegría es su alimento
y dicha eterna su sustento
De él mismo:
Con sirviente que vele por sus preocupaciones
para que éstas no desvelen sus noches (125).
De Mağnūn Laylā4 (siglo VII):
Es blanca como el alba;
acomodada, apenas el gineceo abandona
(Mağnūn Laylā 1979, 69).
También tiende a destacarse la delicadeza de la piel, que al mínimo roce puede lastimarse de lo fina que es (Tağūr 1999, 311). Aquí muestra ‘Umar b. Abī Rabī‘a hasta qué punto llega la exquisitez de su amada:
De piel tan fina que, si pasa una hormiga sobre ella,
notarás que deja huella
Esta imagen la hallamos varios siglos más tarde en Ibn Zaydūn (siglo XI):
Tan leve, que le pesan, si se curva
las margaritas del collar; tan muelle,
que su piel ensangrientan [sic] las ajorcas
(traducción de García Gómez 1976, 74).
Cabello: su presencia en las descripciones poéticas lo convierte en condición esencial de la sensualidad femenina, y se solía retratar de un negro tan intenso como la noche oscura, largo y abundante. Cabe destacar que el cabello en la cultura árabe-musulmana tiene un significado especial, por lo que debe estar cubierto a los ojos de los demás, y solamente podrá descubrirse ante los más cercanos; esto evidencia su calidad de objeto de atracción y erotismo, que se retrotrae hasta la ğāhiliyya. Tal superstición, creada en torno a la fascinación generada por el cabello y su ocultación como medida de decoro y protección del honor, se aprecia en la historia protagonizada por el tercer califa ortodoxo ‘Uṯmān, quien, al verse sorprendido por los sublevados que entraron a su casa, donde su mujer se encontraba sin velo, dijo: “¡Tápate!, que juro por Dios que su presencia aquí en mi casa es menos comprometida que el que te vean con el pelo suelto” (Al-Iṣfahānī 2008, 221).
Al-Nābiġa Al-Ḏubyānī (siglo VI):
Sublime cual blanca luna es su rostro,
parecen desatarse las tinieblas sobre sus hombros
Como se observa, en los poemas árabes es frecuente contrastar el color del cabello con la blancura de la cara o la piel, la cual se equipara a la aurora o el alba.
Las metáforas zoomorfas como recurso descriptivo de la amada, que analizaré más adelante, también está presente en la caracterización del cabello, y un ejemplo es el siguiente verso de Al-‘Arğī (siglo VIII):
Juega sosteniendo sus largas trenzas,
y, al soltarse, se convierten en serpientes negras
Cuello: es uno de los componentes recurrentes en las composiciones líricas árabes; se suele describir como largo, esbelto y adornado. A menudo se compara con el del antílope o la gacela (Al-Ḥūfī 1950, 46-47).
Ibn Ḥiṣn Al-Išbīlī (siglo XI):
Precipicio abismal desde el pendiente de esta perfecta criatura,
de opulentas muñecas y fina cintura
Abū Al-Rabī‘ Al-Muwaḥḥidī (siglo XII):5
De larga y abundante melena,
al contemplarla, hallarás
su pendiente en el suelo
y su collar entre estrellas
En ambos versos se evidencia una expresión frecuente en la estética literaria árabe que resalta la largura del cuello de una mujer haciendo referencia a cuán alejado queda su pendiente, como si de un abismo se tratara.
Ojos: eran uno de los requisitos ineludibles en la descripción de la belleza femenina, e incluso se convirtieron en la principal fuente de inspiración y fascinación del poeta (Tağūr 1999, 312-13).
Ğamīl Buṯayna (siglo VII):6
Posee de nacimiento grandes ojos delineados,
¿acaso la gacela o la vaca fueran sus allegados?
Ibn Al-Ğahm (siglo IX):
Ojos de órix que entre Al-Ruṣāfa7 y el puente cautiváronme sin de ello ser consciente (1980, 141).
El parangón de los ojos con animales como la gacela y el órix es quizá su representación más idealizada, y siempre son negros, grandes y penetrantes. Además, como refleja el último verso, es pertinente la alusión al poder que ejercen y la magia de su mirada (Tağūr 1999, 312-313).
Boca: si los ojos representan la fascinación del lírico, en la boca se materializa la atracción hacia su amada.
Al-Mutanabbī (siglo X):8
¿Acaso rocío o vino es tu saliva?
pues mi boca atempera,
mientras mi corazón aviva
Ibn Zaydūn:
Cuántas veces pedí vino a una gacela
y ella me ofrecía vino y rosas,
pues pasaba la noche libando el licor de sus labios
y cogiendo rosas en su mejilla
(traducción de Sobh 1979, 46-47).
Abū Al-Ḥasan Al-Tihāmī (siglo XI):
Sus nacaradas lágrimas hallaron las perlas de su boca,
desbordándose hasta impregnar los aljófares de su collar
Los versos anteriores reflejan cómo la boca encarna la sensualidad que cautiva los sentidos del poeta, atrae por la frescura de su aliento, cuyo aroma recuerda los mejores perfumes (sándalo, ámbar, azahar…); deleita por el sabor de su saliva, la más excelente ambrosía, cuyo gusto, comparable al vino o al mejor néctar, embriaga el alma, e impacta por la perfección de su forma, y porque ahí se esconden las perlas blancas, los dientes, bien armonizados y alineados. Algunos poetas los comparaban con los crisantemos (Al-Ḥūfī 1950, 41-42).
Pechos: en sus diferentes representaciones poéticas, a menudo son descritos como grandes, y deben, además, ser erectos y firmes (Tağūr 1999, 323-24).
Ibn Al-Mu‘tazz (siglo IX):
Juro por las granadas de sus pechos
en la rama de su talle sostenidos,
y por el racimo9 de sus sienes
y la flor de sus mejillas
(Ibn Al-Mu‘tazz 1961, 173).
Al-Aẖṭal (siglo VII):
Sus pechos son joyas plateadas
y sus senos, tiernas granadas
(Abū Tammām 1922, 220).
Mejillas: los poetas recrearon de manera sublime la imagen de las mejillas en sus composiciones al realzarlas como otro de los atractivos de la mujer y como símbolo de seducción (Safi 2012, 73).
Al-Ramādī (siglo X):
Vistiéronse de rojo rubí las perlas de sus mejillas
a causa de las miradas
En diversas descripciones poéticas, como en el verso anterior, las mejillas suelen estar relacionadas con el color rosa o rojo y se comparan con las flores (Safi 2012, 73). Esta metáfora es tan corriente y ha sido tan usada que se mantiene incluso hasta el siglo XX, como ilustra este verso de H̱ayrī Al-Hindāwī (siglo XX):
Y tras besarla comentó: ¡calmaos,
pues ya ensangrentaron la flor de mis mejillas vuestros besos!
Talle y cadera: los poetas preferían a las mujeres que les parecían, según sus cánones de belleza, altas, esbeltas y de abundantes caderas y trasero (Del Moral 1990, 708).
‘Umar b. Abī Rabī‘a:
Esbelta, de rollizos muslos y tersas mejillas,
parece quebrar bajo el peso de sus nalgas
Mağnūn Laylā (1979, 102):
Se balancea el talle bajo su ropa
cual vaivén de la bella rama del arrayán.10
Además, como se observa en el verso anterior, los líricos solían comparar el talle con elementos semejantes de la naturaleza, como la rama o la palmera.
Ibn Ḥamdīs (siglo XI):
La rama de su talle, la duna de su cadera,
los crisantemos de su boca y el rocío de su saliva
(Ibn Ḥamdīs 1960, 64).
Características como el volumen de las caderas, anchas y exuberantes, o los glúteos, tan grandes que impedían el movimiento de la dama, eran manifestadas al equiparar la imagen de la mujer con una rama sobre una duna o un montículo de arena (Del Moral 1990, 708). A su vez, apreciaban la cintura fina y delgada, como lo indican los versos siguientes de Al-Mu‘tamid b. ‘Abbād (siglo XI):
Cuántas noches pasé divirtiéndome a su sombra, con mujeres de caderas opulentas y talle extenuado (traducción de García Gómez 1985, 73).
Por eso, añade Ibn ‘Abd Rabbih (1983, 116) en su obra Al-‘Iqd Al-farīd, “la mujer preferible es la más alta cuando se levanta y la más voluminosa cuando se sienta”.
Como se observa, las sociedades árabes premodernas expresaron un gran interés y delectación por representar y describir a la mujer de muy diversas formas, y una de las maneras más curiosas era compararla con los animales, reflejo de la importancia de la naturaleza en la lírica árabe, condicionada por un entorno indómito, cuestión que abordaré más adelante.
‘Amrū b. Lağa’ Al-Tamīmī (siglo VII):
De caminar pausado y paso sosegado,
cual perdices sobre arena, acusan cansancio
‘Umar b. Abī Rabī‘a:
Blancas, bellas, tímidas y pausadas,
pasos de órix son sus zancadas
Mağnūn Laylā:
De tiernos dedos, pechos turgentes y vientre plano,
anda cual caballo sobre pantano (Mağnūn Laylā 1979, 180).
Ciertamente, resulta notable la importancia que otorgaron a la forma de andar de la mujer al compararla con el movimiento de algunos animales, como las perdices, las camellas en el desierto, los antílopes que se contonean sobre las dunas, las manadas de caballos que andan en el barro; o bien con elementos naturales como las ramas cuando se inclinan de un lado a otro (Tağūr 1999, 334-35). En este verso, el poeta Ğarīr Al-Tamīmī (siglo VII) compara el movimiento de las mujeres con las ramas que se inclinan sigilosamente por el viento:
Las de los ojos de hurí, caminan lento,
cual ramas mecidas por el viento
En los andares se manifiesta el juego de la seducción, el coqueteo y la excitación generada, y tal es la obsesión de los poetas respecto a la forma de contonearse, que dichas composiciones superan las descripciones de las diferentes partes del cuerpo (Safi 2012, 80). Destaca el gusto por una mujer de ademanes parsimoniosos, signo de carácter presumido y, a su vez, reflejo del gran volumen de sus curvas, que le impiden moverse con premura (Tağūr 1999, 334).
Estos versos suponen una clara muestra de la versatilidad de la simbología animal como recurso análogo de los atributos femeninos. Mas, para examinar detalladamente el posible origen de estas figuras alegóricas de manera tan asidua en la tradición literaria, cabe cuestionarse primero sobre la significación de la fauna en la existencia y el pensamiento de las sociedades árabes premodernas, así como sobre las representaciones de determinados animales.
La fauna para los árabes
En la época preislámica (Al-ğāhiliyya), la vida del hombre estaba muy vinculada a la de los animales. Su presencia era tal en el día a día, que son profusas las muestras escritas en las que se habla de ellos, con la descripción de su cuerpo, su carácter y sus movimientos. Posiblemente un régimen de vida semisedentario, condicionado por un entorno abrupto y en comunión constante con la naturaleza, consolidó su importancia en dichas sociedades. Debido a la estrecha relación que en las primeras épocas tuvieron los árabes con el medio natural, la fauna es un referente constante, tanto en la lírica como en la narrativa, sobre todo en lo que se refiere a los animales que viven en su entorno (el desierto), como el camello, el caballo, la gacela y las aves, entre otros (Šākir 1985, 7-8). Dicha presencia va más allá de lo profano y se observa en algunas suras del Corán cuyo título es el nombre de un animal, como Al-naḥl (las abejas), Al-baqara (la vaca), Al-naml (las hormigas), etc.; o en algunas aleyas donde el animal es importante, como el lobo con el profeta José (Corán 12:17) o el cuervo de los hermanos Caín y Abel (Corán 5:31), etc. En total, los animales mencionados en el libro sagrado son de 27 especies.
Tan relevante fue la naturaleza, y en concreto la fauna, que se llegó a designar y reconocer a tribus y personas con nombres de algunos animales, como Kalb (perro), Asad (león), Qurayš (tiburón) y Ṯa‘laba (zorro), entre otros. Según Al-Ğāḥiẓ (1965, 324), el empleo de estas denominaciones obedecía a señales de buen augurio para quien las portara, debido a la asociación de determinadas cualidades con cada animal. Así, el lobo representaba la astucia; el perro, la vigilancia y la atención; el burro, la fuerza y el aguante, etc. La poesía es fiel testigo de la simbología creada en torno a los animales y sus facultades, como en el siguiente verso de Al-Ṭirimmāḥ b. Ḥakīm Al-Ṭā’ī (siglo VIII):
La tribu de Tamīm en el camino hacia la ignominia
mejor que las perdices se encamina,11
mas si toma el sendero de la honra hállase perdida
En estos versos el poeta ataca a la tribu rival al resaltar su baja conducta moral en el marco del tradicional enfrentamiento bélico, y se vale del recurso de la comparación: las perdices nunca pierden el camino hacia su nido, aunque sea de noche, lo que remite al dicho árabe ahdā min qaṭā (se orienta mejor que una perdiz) (Šākir 1985, 145).
Los rasgos de animales como elemento descriptivo se observa en el poeta clásico Imru’ l-Qays Al-Kindī (siglo VI), quien representa al caballo mediante las cualidades de otros animales:
Posee patas de avestruz, cintura de ciervo,
trote de zorro y galope de lobo12 (Al-Kindī 1990, 176).
La alegoría del animal inunda, pues, el imaginario de los árabes, y se adentra también en su paremiología, como sucede en otras muchas tradiciones culturales.13 En el siguiente dicho se personifica a un mulo para reprochar un comportamiento humano: “Preguntan al mulo: ‘¿Quién es tu padre?’. Contesta: ‘Mi tío materno es el caballo’”.14 Este proverbio se utiliza para reprender a la persona que no asume críticas (Šākir 1985, 162).
Antiguamente, los árabes creían que en el principio de los tiempos todos los seres tenían la capacidad del lenguaje, como ejemplifican obras clásicas de la literatura universal: las fábulas de Esopo, de Luqmān o el Panchatantra, antecedente principal del Kalīla wa Dimna. Las reminiscencias de estas presunciones hallaron espacio en el fabulario y las leyendas populares, donde los animales retomaron la palabra al servicio del escritor (Al-‘Ubūdī 2011, 26-27). Muestra de ello es una de las obras más famosas de la literatura árabe, Las mil y una noches, en las historias de la tortuga y el martín-pescador, el zorro y el cuervo o el cuento del ratón y la comadreja, pero la mayor expresión del protagonismo de la fauna la encontramos en Ibn Al-Muqaffa‘ y su Kalīla wa Dimna.15
Los animales como símbolos
La naturaleza supone una de las principales fuentes de inspiración en la configuración de sistemas alegóricos en todas las civilizaciones, de los que la cultura árabe, con su simbología faunística, también participa. Abundan animales como la gacela, el camello o el caballo en los fragmentos poéticos, y la paloma ocupa una parte muy importante en la lírica árabe para representar el afecto, el amor y la tristeza. El cuervo, en cambio, siempre figura como augurio de pesimismo y separación debido al juego de palabras entre ġurāb (cuervo) y la raíz ġaraba (‘extrañarse’, ‘irse’, ‘separarse’) (Šākir 1985, 3, 14). Estas imágenes inundaron las distintas composiciones líricas, en especial como elemento análogo de belleza femenina, tanto en parangón con sus atributos como al equiparar a la mujer convencionalmente en sí misma. A continuación, se presentan los más destacados exponentes simbólicos configurados en torno a la feminidad: el camello, la gacela y la paloma.16
El camello
El camello es uno de los animales que mayor impacto ha tenido en la vida y el pensamiento de los árabes. Fuente de sustento desde la constitución de las tribus primigenias, ha satisfecho las necesidades básicas para su supervivencia: comida, bebida, abrigo, cobijo y transporte (de hecho, es conocido con el sobrenombre de “barco del desierto”) (Naṣr 2007, 33). Este vínculo del camello con el árabe beduino no se limita sólo a las labores que presta, sino que adquiere otra dimensión, más bien sagrada y afectiva, en la que la camella se presenta como un animal fértil que simboliza la maternidad, pues se encarga de criar y cuidar a sus crías, como lo hace la mujer (32).
Al-Farazdaq (siglo VII):
Brama mi camella por el rabal cual madre despojada,
suspirando por su cría anhelada (Al-Muṯannā 1998, 514).
En este verso del poeta Al-Farazdaq se equipara la imagen de una camella con la de una mujer que ha perdido a su hijo. De hecho, el vocablo ‘ağūl, presente en el verso, sirve para designar tanto a una camella que ha perdido a su cría como a una madre que perdió a su hijo (Ibn Manẓūr 1981, s.v. “‘-ğ-l”).
Desde el ámbito de la poesía, destaca el papel de la camella como apoyo emocional del escritor y como recurso físico de vinculación con la amada, pues alivia y consuela su alma apenada y supone el medio para acudir a los lugares en los que estuvo su amor, o salir a su encuentro y búsqueda (Rūmiyya 1979, 52). Los poetas clásicos son los que más han empleado la imagen de la camella como figuración del cuerpo de una mujer deseada, comparación menos recurrente en siglos posteriores.
‘Amrū Ibn Kulṯūm (siglo VI):17
Largos su cuello y sus brazos, de su madre es la única,
blanca, y no ha alumbrado nunca (Ibn Kulṯūm 1991, 68).
En el presente ejemplo, el poeta compara las patas o los brazos de la camella con los de la amada para acentuar su tamaño, por lo que a través de esta imagen se deduce que la fémina es corpulenta y fornida. Tales metáforas no son las únicas imágenes alegóricas en las que el autor vincula cualidades de su amada con las características de la camella; otra de las más destacadas es la figuración del movimiento de la mujer.
Al-Aẖṭal:
El ademán de su andar igual al de camellas
sobre amontonadas dunas (Al-Aẖṭal 1994, 31).
Como se observa, el contoneo es esencial para los líricos árabes, pues denota coqueteo y seducción, y lo comparan con los andares que al autor le parecen bellos y atractivos, como el de las camellas al caminar sobre una arena que amenaza con hundirse.
Del mismo autor:
Se contonean cual camellas al ocaso, retornando
ante el reclamo del camello excitado (Al-Aẖṭal 1994, 315).
A través de estos versos se recrea una escena de flirteo de las mujeres al andar cuando se encuentran con un varón de su agrado.
La gacela, el antílope y la vaca salvaje18
La gacela es uno de los animales más representados en la poesía árabe y el que tiene una mayor vinculación con el ideal de la mujer y su belleza, según dos dimensiones: desde una perspectiva estética y física, en alusión a la blancura, la esbeltez y la belleza de este animal; y porque se daba una conexión entre ambas desde un plano sacro, afín al tema de la fertilidad y la maternidad (Bayāt 2012, 135-36). En efecto, en la antigua Babilonia la gacela ya se utilizaba como símbolo de la diosa Ištār, la cual representaba el amor, la belleza y la fertilidad. No obstante, hay cierta discrepancia académica respecto a este asunto, ya que algunos investigadores niegan la relación de la mujer como representación sacra de la fertilidad y la maternidad y sugieren que, en realidad, se trata de un medio para manifestar la belleza de la mujer (véase Al-‘Āmirī 2014, 283-336). La poesía árabe clásica, no obstante, representó a menudo a la gacela como imagen de una bella mujer y madre que cuida y protege a sus crías. De entre los muchos ejemplos de este recurso destacan:
‘Abīd b. Al-Abraṣ (siglo VI):19
Ojos de hurí, tierna y suave
igual a una gacela madre
Imru’ l-Qays Al-Kindī:
Se aparta y vuelve su tersa mejilla,
acechando despavorida
cual recelosa madre de gacela
El poeta árabe describió minuciosamente a la gacela, atendiendo detalladamente a cada una de sus partes, sobre todo a los gestos de los ojos. En el verso previo, Imru’ l-Qays habla de la mirada de su amada y la compara con una gacela en estado de pánico, lo cual se percibe en sus ojos, que al encontrarse completamente abiertos se ven enormes. También se refiere a la gacela con crías, porque es una circunstancia en la cual el animal está con los ojos abiertos, atento al peligro que le rodea, como ocurre con los ojos de su amada Fátima. Un ejemplo similar lo encontramos en el verso de ‘Antara b. Šaddād Al-‘Absī (siglo VI):
Fue tan fija su mirada,
semejaba una gacela azorada
en mitad del desierto atemorizada
Los ojos de la gacela siempre han conquistado la atención del poeta, que siente especial predilección por ellos. De hecho, no hay más comparaciones de los ojos de la mujer con otros elementos naturales o animales; era la más frecuente y esto se remonta a la poesía preislámica (Safi 2012, 63, 65). La fascinación era tal que adquirió una denominación específica: ‘ayn ḥawrā’ (aquellos ojos grandes y negros en los que apenas se intuye la esclerótica, típicos de la gacela y el antílope), que posteriormente se tomó para aludir a las mujeres de bellos ojos, según recogen los lexicógrafos Ibn Manẓūr (1981, s.v. “ḥ-w-r”) e Ibn Sīda (1996, 99). Además, como es sabido, el término se trasplantó a un concepto técnico de la escatología musulmana: ḥawārī o huríes, criaturas celestiales femeninas que acompañarán a los creyentes en el paraíso. Las alusiones al poder de estos ojos son reiteradas y abundantes, puesto que su mirada posee un atractivo mágico capaz de enamorar locamente a quienes contemplan dicha hermosura y magnificencia.
Ğarīr Al-Tamīmī:
Ojos de hurí
nos dieron muerte sin retornar a la vida,
abaten a la persona cuerda,
aun siendo del cuerpo parte tan delicada
Así lo expone uno de los versos famosos que describen el poder de estos ojos, que matan metafóricamente al enamorado al anular su capacidad de reacción.
Al-Munaẖẖal Al-Yaškarī (siglo VI):
Y su respiración al besarla,
el jadeo del antílope evocaba
La imagen de la gacela también adquiría una connotación sexual importante para el poeta en su analogía con la mujer, como se observa en el verso anterior.
La mujer no fue extraña a la escena literaria árabe, a la cual asistió ocasionalmente en primera persona y en un ambiente dominado por el hombre. De hecho, hubo algunas poetisas que emplearon las mismas imágenes (comparaciones con la gacela, la paloma, el caballo, etc.) creadas por los hombres y las aplicaron a sí mismas para autodescribirse, como lo ejemplifica Salmā Al-Baġdādiyya (siglo XII):
Los ojos de órix sucumben a mis ojos,
al igual que el cuello.
Adornarlo suelo, mas ciertamente,
por él se realzan los colgantes
La paloma
La paloma se ha asociado en la mayoría de las culturas y las civilizaciones a la figura de un mensajero portador de buenas noticias. Igualmente, su imagen en la poesía árabe se relaciona con el emisario del amor, quizá porque es quien trae y lleva las cartas de los enamorados. Con el tiempo, se le dio a la paloma un significado sentimental. Además, diversas creencias populares legendarias, como la que afirma que a estas aves les fue designado un dios llamado Muṭ‘im Al-Ṭayr20 (sustentador de aves) (Al-Azraqī 2003, 196), contribuyeron a reforzar su importancia en la tradición árabe. Cabe destacar que las palomas que viven en la Gran Mezquita de La Meca y su área circundante (Al-ḥaram) están protegidas; se prohíbe hacerles cualquier daño (Al-Sawwāḥ 2002, 151).
Al tratarse de uno de los pájaros más socorridos en la poesía árabe, la paloma, además de una faceta triste y sentimental más propia de la poesía amorosa, simbolizaba la hermosura y encarnaba la belleza y las cualidades femeninas, o bien a la misma amada.
‘Antara b. Šaddād Al-‘Absī:
Lloraré hasta a las aves apenar
y a las palomas conmover con mi pesar
Abū Bakr Al-Šiblī (siglo X):
¡Qué paloma la que zurea al mediodía!
gorjea abatida sobre una rama
al recordar tiempos gratos y su compañía;
rompió triste a llorar, despertando mi pesar
En los versos se observa cómo, en la poesía amorosa, la paloma representa la tristeza y el dolor, lo que crea un estrecho vínculo con el sufrimiento del poeta, pues comparten llanto y lamento, uno por la ausencia y el anhelo de la amada, y la otra por la pérdida de su pichón (Al-Šamsī 2002, 215-16). Son los sonidos propios de la paloma (gorjeo, arrullo, zureo), como si clamara la vuelta de su pareja o de su hijo, los que conmueven y estremecen al poeta, que los relaciona con sentimientos de pena y aflicción. El poeta comparte este sentimiento y el dolor por la pérdida de su amada (Al-Qaysī 1970, 194).
Ğamīl Buṯayna:
¿Sabes, Buṯayna, que todavía vives en mí?
Y es tal mi tristeza,
que a las palomas mueve a llorar por mí
Ğamīl Buṯayna, uno de los máximos representantes del amor ‘udrī (amor casto), veía en dicha ave un consuelo a su dolor, pues compartía con ella la pena y el desconsuelo. En su verso se observa cuán desgarradora era su aflicción por su amada, que llegaba a provocar el llanto de las palomas, lo que aliviaba un poco su malestar.
Abū Tammām (siglo IX):
¿Acaso fueron tus sollozos por el zureo de una paloma al ocaso provocados?
Que ella no sea la causa de tus lamentos,
pues son risa sus lloros,
y los tuyos de amor llantos
Respecto a la belleza femenina, encuentra su representación en la paloma como símbolo de hermosura.
Nāqid b. ‘Uṭārid Al-‘Abšamī:
Como si entre pecho y cuello tuviera
de un cálamo la línea,
que la letra nūn21 señalado hubiera
(Ibn Dāwūd 1985, 330).
Algunos escritores encontraban en la paloma similitudes con el cuerpo de su amada, y veían en esta ave el reflejo de una mujer bella; la contemplaban y la poetizaban, como lo hizo Nāqid b. ‘Uṭārid Al-‘Abšamī en su descripción del cuello de una paloma, en la que en realidad plasmó los rasgos de una mujer.
A continuación, recojo un ejemplo en el cual se emplean atributos de la paloma para acentuar la belleza en la descripción de la amada:
Al-A‘šā (siglo VII):
Blanco granizo sobre encías renegridas,
igual a la remera22 de las palomas
(1950, 129).
En el verso, las alas de la paloma acentúan la negrura de las encías de la mujer. Es frecuente esta analogía, debido a la costumbre preislámica de aplicarse antimonio en las encías para oscurecerlas y resaltar la blancura de los dientes (Al-H̱ālidiyyān 1965, 166).
Pero la paloma no sólo era metáfora de las cualidades de la amada, también representaba a la mujer en sí, en forma de apelativos cariñosos y coquetos (Ṣāliḥ 1956, 106). Hay numerosos ejemplos, como el de Aḥmad Šawqī (siglo XX):
Siento lo mismo que tú, ¡Oh paloma!
Clamé por ti, Layla, así que álzate en la oscuridad y muéstrate
La poetisa H̱adīğa bt. Al-Ma’mūn (siglo IX) se autodescribe como paloma en uno de sus versos:
Ojalá su gavilán o su paloma fuera,
para que dispusiese de mí como quisiera
Otros animales
La representación en las manifestaciones literarias del camello, la gacela y la paloma como figuras alegóricas de la mujer y sus cualidades es frecuente, pero los poetas también recurrían a otros animales, como la yegua, e incluso a otros más pintorescos, como los gusanos o los escorpiones. Algunas de estas alegorías se refieren más a las facultades del animal que a sus atributos físicos. Hind bt. Al-Nu‘mān b. Bašīr (siglo VII) le dedicó estos dos versos a su marido, Al-Ḥağğāğ b. Yūsuf,23 a modo de sátira, refiriéndose a sí misma como una yegua y comparándolo a él con un mulo:
Hind, una yegua distinguida,
de ascendencia pura,
fue por mulo desposada.
Si potro alumbra, bien por ella,
mas si es mulo, de él será la falta
(Fawwāz 2012, 854).
La autora emplea las características simbólicas asociadas a la yegua (pureza, elegancia y distinción) para referirse a sí misma.
Imru’ l-Qays Al-Kindī:
Ase con finos dedos,
semejan larvas de Ẓabī24 o mondadientes de Isḥal25
Por otro lado, el poeta clásico Imru’ l-Qays compara los dedos de su amada con unas larvas blancas que tienen la cabeza de color rojo, llamadas asārī‘, que se parecen a los dedos deseados en las mujeres, pues son finas y largas.
Ğamāl Al-Dīn b. Maṭrūḥ (siglo XIII):
“Adolece de picadura”, comentan de mi amada.
Repuse a tal hablilla:
“¿De cuál, del escorpión de sus aladares
o de la serpiente de sus mechones?”
Por último, el cabello trenzado o ensortijado, preferido por los poetas árabes, se compara con las serpientes o los escorpiones, con las primeras por las guedejas o trenzas que caen sobre los hombros, y con los segundos por los mechones que se deslizan por las sienes. Además, son frecuentes las manifestaciones donde se compara con las crines del caballo, como en el siguiente verso de Imru’ l-Qays Al-Kindī:
Trenzas de mujer son sus crines,
cual vedijas enmarañadas
en día de tempestades
La belleza femenina y la lexicografía árabe; vestigios en diccionarios
Gracias al acopio de materiales literarios se logra una aproximación a los diversos gustos y preferencias de la sociedad árabe a lo largo de las épocas, y concretamente a las características y las cualidades inherentes a la mujer bella. La analogía con ciertos animales como recurso alegórico para definir a la mujer halló múltiples referentes en las interpretaciones de cada autor y en su profusión léxica, y devino en una amplia colección de topoi, cuya temprana adopción estableció toda una tópica en la tradición árabe en torno a esos supuestos culturales. Además, estas manifestaciones poéticas tienen su correlato y reflejo en la lexicografía, y los diccionarios son valiosas fuentes para extraer los términos aplicables tanto al animal como a la fémina.26
Ibn Sīda condensa en su Muḥkam los atributos físicos que comparte la mujer con la camella:
Al-‘awhağ: mujer de cuello largo Al-nā‘iğa: mujer de color bello Al-šuġmūm: mujer alta y hermosa Al-ğalfazīz: mujer avejentada imra’atun qunāẖira:* mujer de gran tamaño samrā’: mujer morena |
Al-‘awhağ: camella que tiene el cuello largo Al-nā‘iğa: camella que tiene el pelaje blanco Al-šuġmūm: camella alta y bella Al-ğalfazīz: camella que envejece antes de tiempo ẖarnaqat Al-nāqa: camella que presenta pliegues de grasa en los flancos de la joroba samrā’: camella de capa trigueña |
* El significado es común, según consta expresamente en Ibn Sīda 2000, sin duda con una metátesis tan frecuente en los diccionarios árabes medievales.
Fuente: Ibn Sīda 2000, 1: s.vv. “‘-h-ğ”, “n-‘-ğ”; 5: s.vv. “š-ġ-m”, “ẖ-q”; 7: s.v. “ğ-l-f-z”; 8: s.v. “s-m-r”.
Prosigue Ibn Sīda en otra de sus obra, Al-Muẖaṣṣaṣ, con las características anímicas de una dama y de la camella:
salūb: mujer que ha perdido a su hijo por aborto Al-dil‘aws: mujer atrevida mudniya: mujer que está a punto de parir Al-iẖlīğ: mujer que ha perdido su marido por divorcio o fallecimiento Al-ṣiqā‘: venda de tela que recubre el cabello de la mujer para proteger el velo del aceite que se echa en el pelo |
salūb: camella que perdió a su cría por
aborto o por la muerte posterior de ésta Al-dil‘aws: camella que no teme viajar de noche mudniya: camella que está al borde de dar a luz Al-iẖlīğ: cría de camello que ha sido arrebatada de su madre Al-ṣiqā‘: muserola de tela que cubre el hocico del camello |
Fuente: Ibn Sīda 1996, 2:131, 198, 132, 134, 141.
El diccionario Al-Qāmūs Al-muḥīṭ de Al-Fayrūzabādī recoge también términos en los que la mujer comparte cualidades físicas con los caballos:
warradat Al-mar’a: mujer de mejillas de
color rosa imra’atun hayfā’: mujer de abdomen plano imra’atun šaṭiba: mujer alta y esbelta ğāriyatun rawqā’: mujer hermosa imra’atun bat‘ā’: mujer que tiene las articulaciones robustas |
Al-ward min Al-ẖayl: caballo de
tonalidades rojizas* farasun hayfā’: yegua de abdomen delgado farasun šaṭiba: yegua estilizada Al-rawq min Al-ẖayl: caballo bello farasun bati‘: yegua que tiene el arranque del cuello recio |
* Pudiera tratarse de la capa rosillo.
Fuente: Al-Fayrūzabādī 2005, s.vv. “w-r-d”, “h-y-f”, “š-ṭ-b”, “r-w-q”, “b-t-‘”.
En Lisān Al-‘arab de Ibn Manẓūr hallamos características anímicas compartidas con los caballos:
waḏmā’: mujer estéril Al-ḥiğl: ajorca que pone la mujer en su tobillo ğarrat Al-mar’a: cuando la mujer tiene más de nueve meses de embarazo Al-ġarība: mujer que se casa fuera de su tribu o de su región našaṣat Al-mar’a: mujer rebelde y perversa con su marido |
waḏmā’: yegua infértil Al-ḥiğl: herraje del caballo ğarrat Al-faras: cuando la yegua tiene más de once meses de embarazo farasun ġarb: cuando corre la yegua y se aleja mucho farasun našāṣī: yegua desobediente y terca |
Fuente: Ibn Manẓūr 1981, s.vv. “w-ḏ-m”, “ḥ-ğ-l”, “ğ-r-r”, “ġ-r-b”, “n-š-ṣ”.
Ahí mismo, hay acepciones de la gacela, el órix y el antílope que también comparten características físicas y anímicas con la fémina:
‘aynā’: mujer de ojos negros y grandes Al-mašdūna: dama joven Al-‘uṭbūl: fémina de cuello largo Al-muršiq: mujer con hijos Al-sirb: grupo de mujeres |
Al-‘īn: vaca salvaje ašdanat Al-ẓabya: cría de la gacela cuando está en fase de desarrollo Al-‘uṭbūl: antílope de cuello largo Al-muršiq: gacela con crías Al-sirb: manada de antílopes |
Fuente. Ibn Manẓūr 1981, s.vv. “‘-y-n”, “š-d-n”, “‘-ṭ-b-l”, “r-š-q”, “s-r-b”.
Finalmente, Al-Zabīdī, en su obra Tāğ Al-‘arūs, reúne rasgos de la mujer compartidos por determinados animales:
tafaẖẖatat Al-mar’a: mujer que camina como
la paloma Al-qaš‘a: mujer vieja rasḥā’: mujer de trasero plano Al-sibaḥl: mujer de gran tamaño Al-‘ātiq: mujer joven |
Al-fāẖita: paloma torcaz Al-qaš‘: camaleón arsaḥ: sobrenombre del lobo por tener la parte posterior enjuta Al-sibaḥl: lagarto gigante Al-‘ātiq: perdigón |
Otra de las ramas de la lexicografía árabe que merece ser mencionada, dada su riqueza en lo referente al parangón de la feminidad con la fauna, es la onomástica. En árabe proliferan los nombres femeninos cuyo sentido primitivo alude a un animal, como Mahā (órix), Rīm (gacela blanca), Ġazāla o Ġizlān (gacela, -s), Ḥamāma (paloma), Ẓabya (antílope), Šādin (cría de gacela), etc. Sin duda, la presencia de este tipo de denominaciones en árabe es notablemente mayor que en otras lenguas, como la española, donde hay una muestra mucho menor de nombres femeninos de origen animal, por ejemplo, Paloma o Úrsula.
Conclusiones. Reflexión sobre una tópica extendida en la literatura árabe
La alegoría animal como representación de la feminidad en diferentes campos y usos de la lengua árabe lleva a preguntarnos por su origen en la cultura y las tradiciones de esa civilización. Por un lado, en las sociedades preislámicas bien pudo haber respondido en parte a las limitaciones propias del entorno, pues en un medio dominado por la aridez floral, la fauna se habría configurado como modelo de contemplación para la inspiración. Por otro lado, el posible carácter totémico de la sociedad preislámica habría evidenciado lo transcendental de la fauna para estos pueblos, tanto en el plano económico-social como en su sistema de creencias e ideales, por lo que habría hallado éste su paradigma en la construcción del arquetipo de belleza femenina (Del Moral 2002, 203-04).
Bien sea por las particularidades propias del entorno o por los condicionantes socioideológicos que conformaron las sociedades árabes preislámicas, la fauna configuró unos supuestos culturales de recurso frecuente y abundante y constituyó una de las principales tópicas en la tradición literaria árabe.
A lo largo de este estudio mostré cómo los rasgos de ciertos animales y los atributos femeninos constituyeron lugares comunes para eruditos y líricos en la composición de su discurso literario, con el objetivo de identificar ese mecanismo retórico destinado principalmente al descriptio puellae. La mayor parte de las imágenes faunísticas mantiene un estilo arcaico configurado desde la época preislámica, el cual bebe del entorno y las costumbres de entonces en Oriente (reconstrucciones geográficas como campamentos, jaimas, palmerales, etc.; vinculación con la tribu, sentido del honor…), estilo que sobrevivió a las reticencias y las restricciones de los primeros años del islam y se perpetuó hasta nuestros días a modo de recurso lírico redundante. A través de estas metáforas descriptivas, gracias al conjunto de rasgos en ellas señalados, es posible recrear un amplio concepto de belleza femenina árabe cuyos vestigios, afianzados en los pilares de la ğāhiliyya, hallamos en la actualidad.
Los versos recopilados en este artículo suponen un compendio que refleja la extendida convención de los autores respecto a la analogía de determinados animales con la belleza femenina árabe, lo que evidencia la omnipresencia de dicha topología en su tradición literaria. Reproduzco una reflexión del poeta Al-Muraqqiš Al-Akbar (siglo VI) como muestra final de cuán primordial era la mujer en la literatura árabe, así como el amor y la devoción por ella:
Donde estés o vivas,
siempre avivas,
tales lugares