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Estudios de Asia y África

versión On-line ISSN 2448-654Xversión impresa ISSN 0185-0164

Estud. Asia Áfr. vol.58 no.2 Ciudad de México may./ago. 2023  Epub 26-Jun-2023

https://doi.org/10.24201/eaa.v58i2.2920 

Reseñas

Ferran de Vargas. 2020. Izquierda y revolución: una historia política del Japón de posguerra (1945-1972). Barcelona: Bellaterra. 222 pp. ISBN 9788472909977

Alejandro Chirino Castillo1 
http://orcid.org/0000-0001-7876-8034

1El Colegio de México, A.C., México, achirino@colmex.mx

Vargas, Ferran de. 2020. Izquierda y revolución: una historia política del Japón de posguerra (1945-1972). Barcelona: Bellaterra, 222p. ISBN: 9788472909977.


La persistente imagen de Japón como una nación homogénea cuya población aprecia la armonía, la obediencia y la uniformidad como máximos valores sociales es un cliché que presenta al país como un ente ahistórico, un paraíso del conservadurismo donde toda idea revolucionaria o de “izquierda” tiene su fuente en influencias foráneas y ajenas a la cultura nacional japonesa hegemónica. Este lugar común ignora u omite la rica historia de disenso y resistencia política propia de las islas japonesas, ya fuera autóctona o a raíz del intercambio trasnacional, incluso antes de la Renovación Meiji. Por ejemplo: las luchas de resistencia indígena de los pueblos ainu al norte y las de las islas Ryūkyū al sur; las numerosas revueltas campesinas a lo largo de la época medieval y el periodo Tokugawa en casi todos los rincones de Japón; la significativa presencia del anarquismo a partir del regreso, en 1906, de Kōtoku Shūsui de su viaje a Estados Unidos, o las protestas estudiantiles que ocurrieron en las décadas de 1950 y 1960. A partir de un análisis histórico profundo de estas últimas, Ferran de Vargas contribuye de manera importante a la necesaria labor de disipar el mito del “Japón armonioso” en su libro Izquierda y revolución. Una historia política del Japón de posguerra (1945-1972), a fin de presentar una imagen más cabal.

De Vargas se plantea dos objetivos que son, además, su contribución principal a la materia. Primero se propone relatar una historia contrahegemónica del Japón de posguerra desde la perspectiva de las distintas organizaciones de la izquierda revolucionaria activas durante los años que abarcan el periodo inmediato a la derrota en la Segunda Guerra Mundial en 1945, hasta la masacre del aeropuerto de Lod, Israel, perpetrada por miembros del Ejército Rojo Japonés (Nihon Sekigun 日本赤軍) en 1972. Como segundo objetivo, De Vargas procura subsanar un desequilibrio -así lo llama él- en el conocimiento de los movimientos revolucionarios de izquierdas que hay entre el mundo japonés y el hispanohablante, desequilibrio que estriba en la influencia unilateral de éste sobre aquél y en el ya mencionado desconocimiento general sobre el tema en Hispanoamérica.

Los seis capítulos que conforman el libro se estructuran alrededor de eventos decisivos, de sus causas y sus consecuencias. Por ejemplo, el segundo capítulo abarca los años de 1955 a 1959, y se centra en la preparación de la lucha contra la renovación, en 1960, del Tratado de Cooperación y Seguridad Mutuas entre Estados Unidos y Japón, mejor conocido como Anpo. Éste es, probablemente, el suceso de mayor trascendencia para la izquierda de posguerra, seguido de las luchas estudiantiles de la década de 1960, lideradas por el Consejo de Lucha Conjunta Panuniversitario (Zenkyōtō 全共闘), de las cuales se ocupa en los capítulos cuarto y quinto.

Si bien la exposición histórica se concentra en la praxis de los movimientos, como huelgas, protestas y encontronazos con la policía, De Vargas no deja de lado los desarrollos teóricos de pensadores como Tokoro Mitsuko, Umemoto Katsumi y Yoshimoto Takaaki. Sus ideas ayudaron de manera cardinal a la conformación de la Nueva Izquierda, nombre con el que se conoce a la tendencia que definió los movimientos surgidos en las décadas de 1950 y 1960. Esta exposición del lado teórico del movimiento muestra que la teoría revolucionaria en Japón no fue una mera reiteración o calco del pensamiento europeo de la época, sino que se desarrolló en diálogo con él y tuvo un carácter específico acorde con las particularidades históricas, políticas, socioeconómicas y culturales del Japón de posguerra.

Las secciones históricas, por su parte, son sumamente detalladas: en algunos hechos decisivos, De Vargas realiza un seguimiento día por día e incluso hora por hora. Asimismo, cuando lo amerita, procura incluir las diversas perspectivas de los participantes (individuos y organizaciones estudiantiles universitarias) y hasta las de los espectadores, es decir, de la población general que, en distintas ocasiones, se volvió también un sujeto político activo, en especial cuando su modo de vida peligraba o cuando la fuerza policial era particularmente brutal con los manifestantes. Es incluso emocionante leer estas secciones debido al dinamismo de los acontecimientos, pues se alejan mucho de las típicas historias que se centran en las instancias gubernamentales o en los servidores públicos de carrera como únicos actores políticos de relevancia.

Una característica notable del libro es la visión ecuánime que mantiene ante los distintos grupos de izquierdas. De Vargas señala sus aciertos y sus errores, sus logros y sus vergüenzas, pero no desde una mera objetividad academicista, sino desde la solidaridad del historiador que aprende críticamente del pasado para transmitirlo al presente. Por otro lado, cuando se habla de “izquierdas” en plural, se quiere señalar no sólo la pluralidad de organizaciones e ideologías, sino también las interacciones, las tensiones y las negociaciones entre ellas y con la sociedad civil. Había una constante tensión entre adoptar una actitud moderada en las protestas o una insurreccional, y entre obtener el apoyo popular mediante la participación en las comunidades o el proselitismo militante y la propaganda del acto. Sin embargo, la tensión más trascendente y constante fue la que hubo entre la subjetividad del individuo y las condiciones materiales objetivas, entre la revolución individual y la organización colectiva, y entre la búsqueda del individuo por la liberación y la subordinación a la “causa mayor” dictada por algún líder.

El contexto general de Japón en la época ayuda a explicar estas tensiones. El impulso a la industrialización, la bonanza macroeconómica y los Juegos Olímpicos de 1964 llevaron a una demanda mayor de trabajadores, y la urbanización provocó un aumento en la cantidad de personas que abandonaron el campo y migraron a las ciudades. Esto trajo el surgimiento de una cultura del consumo y del espectáculo (la transmisión televisiva de las protestas tuvo un gran impacto en la conciencia popular, por ejemplo). Las teorías marxistas de la alienación y el existencialismo cobraron una importancia fundamental y tuvieron una influencia profunda en la Nueva Izquierda, al punto de que “existir con la máxima intensidad” se convirtió en su principal norma política.

Este cambio de orientación hacia el individuo y su subjetividad llevó, a su vez, a reflexionar sobre el papel de Japón durante la Segunda Guerra Mundial y su participación indirecta en las guerras de Corea y de Vietnam como proveedor y aliado de Estados Unidos. En la Nueva Izquierda comenzó un cambio de conciencia, de una victimista a una del victimario, y términos como “autorreflexión”, “autonegación” y “autocrítica” se volvieron de uso común. Paradójicamente, el énfasis en el individuo se compensó con su negación en los sectores más autoritarios de la Nueva Izquierda.

Quizás el error más grave de la Nueva Izquierda fue la discordancia entre medios y fines. La lucha en sí misma llegó a tener una importancia excluyente; los objetivos estratégicos y los resultados concretos quedaron en segundo término. Las confrontaciones entre grupos por ver cuál era “el más comunista” se volvieron frecuentes. A raíz de esto, los abusos y las purgas dentro de las organizaciones se incrementaron hasta culminar, en 1971, en las atrocidades cometidas por el Ejército Rojo Unido (Rengō Sekigun 連合赤軍) contra sus propios miembros: a quien cuestionara la autoridad de los líderes o se le acusara de alguna conducta “anticomunista”, se le sometía a golpizas colectivas y exposición a la intemperie, lo que casi siempre terminaba en la muerte. Al leer la sección sobre el Rengō Sekigun, uno tiene la sensación de estar leyendo la trama de una película de terror. Finalmente, el sectarismo extremista y la violencia gratuita entre organizaciones y dentro de ellas, y contra edificios gubernamentales, alienó a la población en general, provocó que la energía y el apoyo popular acumulados se extinguieran y llevó a una deserción en masa de estudiantes desilusionados.

Para 1972 ya no había un movimiento lo suficientemente organizado como para oponer resistencia al capital o al Estado. El proyecto de la Nueva Izquierda había terminado. El libro menciona la manera en que muchos exmilitantes de la lucha estudiantil, al decepcionarse de la lucha a la que habían dedicado su juventud, se abandonaron al alcohol o al suicidio, o dejaron la política por completo. Otros más optaron por continuar su actividad en otros movimientos, como el feminista, el ecologista o el de los derechos humanos. Si bien no se ahonda en las particularidades de estos movimientos, queda la posibilidad de que otras investigadoras relaten sus historias desde su perspectiva autónoma y no como supeditadas a la “historia alternativa” de la Nueva Izquierda.

Ferran de Vargas logra una visión panorámica y al mismo tiempo minuciosa de estas décadas tan convulsas, todo con una prosa amena y una amplitud de fuentes. Izquierda y revolución cumple cabalmente los objetivos que traza en la introducción, y sin duda es una referencia obligada en el mundo hispanohablante para quien desee investigar o informarse sobre la historia contrahegemónica del Japón de posguerra desde las izquierdas revolucionarias.

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