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Estudios de Asia y África

versión On-line ISSN 2448-654Xversión impresa ISSN 0185-0164

Estud. Asia Áfr. vol.58 no.1 Ciudad de México ene./abr. 2023  Epub 27-Mar-2023

https://doi.org/10.24201/eaa.v58i1.2864 

Artículo reseña

Victimización y negación: estudios recientes sobre el legado de los asesinatos masivos en Indonesia de 1965 a 1966

Victimhood and Denial: Recent Scholarship on the Legacy of the Indonesian Mass Murders of 1965-66

1El Colegio de México, México


Resumen:

Los estudios recientes siguen arrojando luz sobre las masacres anticomunistas de 1965-1966 en Indonesia, así como sobre su efecto en la política de la Guerra Fría en todo el mundo. Buried Histories: The Anti-Communist Massacres of 1965-66 in Indonesia (2020), de John Roosa, es su tercer libro sobre el tema, y explica, mediante rigurosos estudios de caso, algunas de las variaciones en el alcance de las matanzas debido al papel de los militares y las milicias. The Jakarta Method: Washington’s Anticommunist Crusade and the Mass Murder Program that Shaped Our World (2020), de Vincent Bevins, sostiene que el caso indonesio se convirtió en un “manual de estrategias” para que otras fuerzas de derecha sofocaran el comunismo en América Latina y otros lugares, y ha dejado un legado de violencia legitimada del que muchos aún no se han recuperado.

Palabras clave: Indonesia; genocidio; comunismo; movimientos anticomunistas; América Latina; Guerra Fría

Abstract:

Recent scholarship continues to shed light on the 1965-66 anti-communist massacres in Indonesia, as well as its effect on Cold War politics around the globe. John Roosa’s Buried Histories: The Anti-Communist Massacres of 1965-66 in Indonesia (2020) is his third book on the subject, and explains, through rigorous case studies, some of the variation in the scope of the killings due to the role of the military and militias. Vincent Bevins’ The Jakarta Method: Washing-ton’s Anticommunist Crusade and the Mass Murder Program that Shaped Our World (2020) argues that the Indonesian case became a “playbook” for other right-leaning forces to crush communism in Latin America and elsewhere, and has left a legacy of legitimized violence from which many have not yet recovered.

Keywords: Indonesia; genocide; communism; anti-communist movements; Latin America; Cold War

La masacre de cientos de miles de indonesios inocentes entre 1965 y 1967 ha llamado la atención en los últimos años, pero sigue siendo un fenómeno incomprendido, con frecuencia pasado por alto en los estudios sobre el genocidio.1 Los intentos de debatir públicamente las matanzas en Indonesia son obstaculizados por las figuras militares y se bloquea la exhumación de las víctimas sepultadas en fosas comunes, ya que el ejército afirma que ello sólo provocaría conflictos, al tiempo que argumenta que las muertes no pudieron haber tenido lugar a tan gran escala porque no hay cadáveres (Roosa 2020, 254-266). El reciente libro de John Roosa, Buried Histories: The Anti-Communist Massacres of 1965-66 in Indonesia, es una magnífica adición a la literatura sobre el Movimiento 30 de Septiembre (Gerakan September Tiga Puluh, G30S) y sus consecuencias, y arroja luz sobre muchas preguntas al respecto que quedaron sin respuesta. El libro de Vincent Bevins, The Jakarta Method: Washington’s Anticommunist Crusade and the Mass Murder Program that Shaped Our World (2020), nos lleva fuera de Indonesia y muestra cómo las masacres se convirtieron en un modelo para otros estados de derecha que pretendían liquidar a la izquierda.

El atractivo del comunismo y el socialismo para los indonesios pobres -y de otros lugares- que vivían en condiciones feudales antes y justo después de la independencia es fácil de entender; el comunismo era una ideología intrínsecamente anticolonial y, como organización política, el Partido Comunista Indonesio (PKI) apoyaba a los sindicatos y los derechos de los trabajadores y distribuía ayuda. En la Indonesia de Soekarno,2 el partido fue ganando rápidamente apoyos en la década de 1950 y principios de la de 1960, y compitió abiertamente en las elecciones. Entonces, como si sólo bastara tocar un botón, el PKI fue prohibido prácticamente de la noche a la mañana tras un torpe intento de golpe de Estado dirigido por oficiales de la Fuerza Aérea. Sus seguidores, casi todos inocentes y sin idea del plan, se convirtieron en personas no gratas. Cuando fueron detenidos, no se defendieron y fueron masacrados sin apenas resistencia. Indonesia declaró efectivamente la guerra a sus propios ciudadanos, pero, como señalan Roosa y otros, difícilmente podría llamarse guerra, ya que uno de los bandos no se defendió. Además de un genocidio político, fue también un ataque a la clase trabajadora hasta en el plano del discurso: el término buruh, afiliado a la izquierda, se prohibió y fue sustituido por karyawan o pekerja (empleado) (Roosa 2020, 214-215). El G30S dio paso a 32 años de brutal dictadura militar bajo el mando del general Suharto.

Para los interesados en el G30S, el trabajo de Roosa ha sido invaluable, junto al de sus contemporáneos Geoffrey Robinson y el cineasta Josh Oppenheimer. Las películas de este último, The Act of Killing (2012) y The Look of Silence (2014), describen narrativa y visualmente los horrores del periodo desde la perspectiva de los autores y las víctimas. Robinson también ha contribuido significativamente a la conversación con sus libros The Dark Side of Paradise (1995), sobre la violencia en Bali, y The Killing Season: A History of the Indonesian Massacres, 1965-66 (2018). El trabajo de Roosa, sin embargo, ha mostrado un enfoque único y ha expuesto, en tres partes, diferentes elementos de las masacres. Su primer libro sobre el tema, Tahun yang tak pernah berakhir (“El año que nunca terminó”) (2004), examinó las experiencias de los presos políticos y sus familias después del G30S. Su segunda obra sobre el tema, Pretext for Mass Murder (2006), exploró los acontecimientos que rodearon el G30S: el secuestro y asesinato de siete oficiales militares por parte de soldados afiliados al Partido Comunista, su rápida capitulación ante el contragolpe, y los papeles desempeñados por varios de los participantes clave, entre ellos el general de división Suharto, quien casi con toda seguridad conocía el complot y lo utilizó para hacerse con el poder, y que permaneció como presidente de Indonesia hasta 1998.

A pesar de estos estudios, sigue habiendo significativos interrogantes sobre la naturaleza de las masacres. El gobierno y el ejército indonesios han ofuscado los hechos de las matanzas a lo largo de las décadas, a la vez que se atribuían y negaban la responsabilidad y ocultaban o destruían pruebas importantes, y nunca hubo un esfuerzo oficial coordinado para determinar la verdad que rodea las muertes y el encarcelamiento de cientos de miles de ciudadanos indonesios. ¿Fueron las masacres obra de milicias civiles desbocadas, atemperadas por el ejército? ¿Fueron una orden nacional desde arriba? ¿O fueron dirigidas por elementos locales del ejército, de ahí la diferente magnitud de la matanza según el lugar? Éstas son las preguntas que Roosa trata de responder.

Muchos de los responsables ya no están vivos. En cuanto a las víctimas y los testigos presenciales, hay varios problemas para encontrar personas dispuestas a hablar, el principal es que casi todas las figuras importantes del PKI fueron asesinadas junto con los cientos de miles de miembros de base del partido e incluso aquellos con lazos más débiles -o inexistentes-. Además, los que sobrevivieron se vieron rechazados u obligados a intentar ocultar su pasado. Los que hablan ahora se ven amenazados por miembros del ejército, que desean mantener la narrativa oficial del gobierno (que los alaba como héroes, no como asesinos en masa), islamistas y otros. A pesar de que el PKI no supone una amenaza para Indonesia, el gobierno mantiene la ficción de que lo es en el plano existencial y que, por tanto, todo el mundo debe permanecer vigilante. Esto es una mentira.

A pesar de los obstáculos, el trabajo de varias décadas de Roosa ha desvelado algunas verdades sobre estos asesinatos en masa, a través de rigurosas investigaciones primarias y secundarias, la mayoría en lengua indonesia, y extensas entrevistas tanto a los autores como a las víctimas. Uno de los elementos fascinantes es cómo algunos autores se dan cuenta de que cometieron atrocidades masivas contra víctimas mayormente pasivas y tratan de ocultar su participación. Otros, sin embargo, la relatan abiertamente y se deleitan con la mitología posterior a la matanza que los retrata como héroes.

Las perspectivas discrepantes arrojan luz sobre sucesos como la masacre de Kapal en Bali. Aunque quedan algunas cuestiones pendientes -el número exacto de víctimas, por ejemplo-, Roosa responde a otras y ofrece una imagen más completa de lo sucedido. Al hacerlo, corrige el trabajo anterior de Robinson y aporta pruebas convincentes sobre el momento y la magnitud del exterminio. Puede que Robinson haya oído rumores y los comunicara, pero Roosa realizó extensas entrevistas e investigaciones de archivo y sostiene que la masacre de Kapal no fue un “centro de exterminio”, como afirma Robinson, sino que fue “notoria por la fama de las víctimas, no por el número de ellas”; entre ellas se encontraban figuras públicas como Ktut Kandel e I Gde Puger (Roosa 2020, 305-306, nota 2).

Este tipo de exploración minuciosa recorre toda la obra. Su falta de voluntad para hacer suposiciones y su franqueza ante la información incompleta hacen de Roosa no sólo un investigador destacado, sino también uno increíblemente fiable. Su trabajo desenmascara a quienes han hecho suposiciones o, lo que es más importante en este caso, han tomado la versión oficial del gobierno indonesio al pie de la letra. Uno de esos estudios fue financiado por la CIA (Central Intelligence Agency) y publicado en 1968; su autora, Helen-Louise Hunter, lo reeditó después descaradamente como una nueva investigación (Roosa 2020, 112) a pesar de que el original había sido desclasificado. La reseña crítica que publicó Roosa (2008) en Critical Asian Studies es un desmantelamiento brutal de ese trabajo de Hunter (y de otros dos) y de la exigua investigación en la que se basa. Periodistas estadounidenses como John Hughes y Horace Sutton informaron igualmente de la propaganda militar como si fuera un hecho, e incluyeron tropos como que los asesinatos estaban justificados por el fervor religioso o que los adeptos estaban en estado de trance y no eran conscientes de lo que estaban haciendo. También informaron que los militares estaban tratando de detener los asesinatos, lo cual es igualmente ficticio (Roosa 2020, 152).

Donde la obra de Roosa es más importante es en el panorama general. Los trabajos sobre los asesinatos masivos han tendido a pasar por alto los detalles de cada región y pintado un cuadro amplio con conclusiones igualmente genéricas sobre la participación. Los estudios de caso muestran que hubo militares y políticos locales que se resistieron a la matanza masiva que dirigían algunos oficiales en Yakarta, a veces con éxito, a veces sin él. En Java Oriental, por ejemplo, un bastión del PKI, el jefe militar local se opuso a la matanza de partidarios, pero Yakarta envió equipos de tropas que esencialmente anularon la iniciativa local y se produjo la masacre. En Riau, los políticos locales se resistieron a los llamamientos a la violencia desde el centro a pesar de la destitución del jefe militar local Panuju, y los prisioneros del PKI se salvaron en su mayoría.

Roosa describe la estrategia del PKI antes de los acontecimientos de 1965 en términos gramscianos, como una “guerra de posiciones” por la que el PKI se insertó en varios sectores de la sociedad indonesia. Sin embargo, señala que los análisis del G30S no enfrentaron una cuestión difícil, a saber, la falta de poder militar del PKI (esto es algo que se aborda en el volumen de Bevins, véase más adelante). Debido a la antipatía con la que muchos de los altos dirigentes del TNI (Tentara Nasional Indonesia) veían al PKI, es significativo que éste no estuviera armado. Y, como señala Roosa (2020, 35), Soekarno no controlaba tanto al ejército (y otras fuerzas sociales), sino que más bien equilibraba la relación entre éste y el PKI, así como con otras fuerzas con ideologías opuestas. Cuando lo marginaron, no había nadie que controlara a los militares, y éstos contaban con el apoyo de las organizaciones islámicas, la tercera fuerza importante en la política indonesia de la época, que también despreciaban al PKI y participaban en las masacres.

Para controlar la narrativa, los militares arrestaron a los periodistas que no repetían la línea oficial y cerraron los diarios (Roosa 2020, 52). Soekarno reprendió abiertamente a los que publicaban las mentiras de los militares, pero siguieron haciéndolo, y los periódicos patrocinados por los militares fueron fuente de algunas de las historias más escandalosas, como el engaño sobre la mutilación de los cuerpos de los generales asesinados por integrantes sexópatas de la organización de mujeres Gerwani (Gerakan Wanita Indonesia), afiliada al Partido Comunista.

Las observaciones de Roosa sobre la tortura en relación con el G30S también son acertadas. La mayoría de los críticos sostiene que la tortura no es fiable y produce información falsa: las víctimas dirán cualquier cosa para acabar con el tormento. En este caso, los soldados indonesios tenían una narrativa preexistente sobre la naturaleza del G30S, y utilizaron la tortura para conseguir que las víctimas confesaran los crímenes de acuerdo con esa narrativa. En este sentido, la tortura fue eficaz para reproducir lo que el gobierno sostenía. Se utilizaba como castigo, pero también como imposición de la realidad y “creación de mundo” (Roosa 2020, 92). Las confesiones firmadas bajo coacción se presentaron como prueba de una conspiración inexistente de gran alcance, utilizada para justificar más detenciones, torturas y asesinatos en un proceso continuo.

En el segundo capítulo, Roosa examina el papel de los militares en la propaganda que justificaba las detenciones, las torturas y los asesinatos. Esta desinformación, que justificaba el ataque hasta a los miembros individuales del PKI que no tenían responsabilidad ni conocimiento del plan del G30S, se basaba en cuatro temas: la culpabilidad colectiva de los miembros del PKI; la deshumanización de sus miembros y simpatizantes; la presencia de amenazas continuas contra los individuos y el Estado, y la anterior amenaza del PKI, por ejemplo, por su papel en la rebelión de Madiun (Roosa 2020, 63-84). Con los medios de comunicación críticos silenciados y otros que se limitaban a informar lo que el ejército les decía (o que publicaba el propio ejército), los indonesios comunes tenían poco acceso a fuentes que cuestionaran estas mentiras. Las historias inverosímiles sobre miembros del PKI que almacenaban armas rudimentarias para arrancarle los ojos a la gente y cavaban fosas comunes antes de las matanzas que supuestamente planeaban parecen increíbles o risibles en retrospectiva, pero en el frenesí posterior a 1965 se creyeron. Las amonestaciones de Soekarno a la prensa se tergiversaron para que pareciera que apoyaba la posición del ejército. Y la propaganda fue en ambos sentidos. Los militares responsables de horrendas masacres de civiles desarmados fueron presentados como héroes y salvadores de la nación, como Sarwo Edhie, que comandó los asesinatos en masa en Java Central. Retratado como un “cazador de dragones”, Roosa (2020, 144) señala que los que lo alababan “no entendían claramente que había matado al dragón mientras éste se quedaba quieto y se negaba a luchar”.

Al examinar estos casos individualmente y en profundidad para detectar diferencias y similitudes, Roosa hace otra observación astuta. Los análisis del genocidio suelen reconocer tres papeles: autor, víctima y espectador. A esto se añade, según él, el papel de la resistencia. En algunos de sus casos, quienes ocupaban posiciones de poder tuvieron posibilidad de resistirse a quienes propugnaban los asesinatos en masa, lo que salvó a un gran número de personas. Roosa afirma que se trata de un fenómeno poco investigado, aunque una búsqueda somera muestra muchos estudios académicos sobre la resistencia al genocidio, y también hay numerosos ejemplos de la cultura pop, como las películas La lista de Schindler y Hotel Rwanda, así como representaciones, en museos y otros lugares, del heroísmo atestiguado.

Las conclusiones de Roosa son sólidas y apuntan a áreas en las que se podría perfeccionar la investigación posterior. Los trabajos que pintan al ejército como algo monolítico son incorrectos, como Roosa lo ha demostrado. Hubo tres niveles de poder que determinaron los resultados durante la violencia: el alto mando del ejército en Yakarta, los líderes del Mando Territorial (Komando Saerah Militer, Kodam) y las milicias civiles. El alto mando del ejército fue el responsable de conceder una “licencia para matar” que justificaba el asesinato de cualquier persona relacionada con el PKI (Roosa 2020, 243). Suharto -que tomó el poder tras el G30S-, Ali Moertopo y Yoga Sugama contribuyeron a instar a la violencia y al asesinato. Sin embargo, los comandantes del Kodam mantenían diferentes lealtades, algunos con Suharto y otros con Soekarno. Los fieles a este último intentaron, por lo general, limitar los asesinatos y detener sólo a los sospechosos, y los que además tenían un firme control sobre sus subordinados, como Ibrahim Adjie en Java Occidental, pudieron resistir la presión de Yakarta; los que ocupaban posiciones más débiles, como Panuju en Sumatra Occidental, no lograron evitar el derramamiento de sangre. Y la magnitud de la matanza también estuvo determinada por la relación de las milicias civiles anticomunistas, su capacidad de organización, su apoyo en el ejército y el tamaño y la organización de los afiliados al PKI. Al observar el funcionamiento de estos tres grupos en distintos entornos, Roosa ha analizado su fuerza y la importancia de estas relaciones a la hora de determinar las dimensiones del asesinato. Y señala que hubo dos fases: una inicial que consistió, sobre todo, en detenciones y encarcelamientos, y una segunda en la que se produjeron asesinatos en masa. Éstos fueron, por lo general, “desapariciones” no reconocidas; no se notificó a los familiares y los muertos fueron ocultados en fosas comunes o arrojados a los ríos para que fueran arrastrados.

El relato de Roosa pinta un cuadro espantoso de atrocidades masivas a una escala tremenda, “injustificable”, con los militares creando de la “nada” su razonamiento (Roosa 2020, 261, 262). Civiles inocentes que no tenían ninguna razón para sentirse culpables fueron masacrados en gran número sin poder defenderse. Muchos confiaban en la policía y en el ejército y pensaban que los protegerían de las milicias desbocadas. Uno de los genocidios más atroces del siglo XX fue barrido bajo la alfombra de la historia, justificado por sus participantes victoriosos como una guerra justa y apoyado por Occidente.

El trabajo de Bevins sitúa el G30S en el contexto global de la Guerra Fría, cuando Estados Unidos y otros países alentaron y apoyaron a los partidos y los líderes militares de derecha mientras perseguían a los partidos y los líderes de izquierda, algunos de los cuales contaban con un apoyo popular similar al del PKI en Indonesia, como en el caso del chileno Salvador Allende. De hecho, Indonesia no fue una anomalía, sino un modelo de actuación para eliminar a la izquierda en varios países.

Bevins comienza el libro con un breve repaso del anticomunismo en Estados Unidos, incluido el macartismo, que tuvo un alcance mundial e intentó exponer y castigar a los comunistas ocultos en Estados Unidos, a través del Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara (de Representantes). Sus líderes eran demasiado exagerados, y a finales de la década de 1950 habían caído en desgracia por sus tácticas prepotentes y fanáticas. Aun así, otros gobiernos tomaron nota, como los estados descolonizadores del Sudeste Asiático y África, muchos de los cuales rechazaron el leninismo pero abrazaron el socialismo como medio para escapar de la pobreza poscolonial. A través de la diplomacia y las estrategias encubiertas, Estados Unidos esperaba convertir a estos estados de izquierda en estados de derecha.

Al igual que Roosa, Bevins utiliza historias personales para poner rostros a los relatos que ilustra. En el segundo capítulo, describe la transición de Indonesia a la independencia a través de las historias de los esposos Zain y Francisca Pattipilohy, jóvenes indonesios educados que se vieron atraídos por la lucha poscolonial para levantar la nueva nación. A continuación, nos ofrece un viaje relámpago por la dinámica de la Guerra Fría y la intervención estadounidense en varios países: la instalación del sha en Irán, la guerra contra los Huks en Filipinas, el fracaso en Corea, el establecimiento de un gobierno militar de derecha en Guatemala, donde los agentes de la CIA entregaron listas de presuntos comunistas para que el gobierno los matara. Volviendo a Indonesia, la Conferencia de Bandung de 1955 le dio a Estados Unidos más motivos de preocupación. El diplomático estadounidense Howard Jones, sin embargo, tenía una buena relación con Soekarno y trató de razonar con sus superiores. No lo escucharon, y eso condujo al desastroso apoyo encubierto de Estados Unidos a las rebeliones del PRRI (Pemerintah Revolusioner Republik Indonesia) y de Permesta (Perjuangan Semestra) a finales de esa década. El piloto de la CIA Allen Pope fue abatido en 1958 tras matar a cientos de civiles en un bombardeo, y Estados Unidos ya no pudo negar su intervención. Se retiró y las rebeliones se derrumbaron; entonces adoptó un enfoque diferente: apelar a los militares anticomunistas.

Brasil merece su propio capítulo, ya que la antipatía entre la derecha y la izquierda data de antes de la Segunda Guerra Mundial. Ahí los comunistas, antes del Gestapu (Gerakan September Tiga Puluh o G30S) en Indonesia, eran retratados como desviados sexuales empeñados en el asesinato en masa (Bevins 2020, 103) -como lo serían en Indonesia-, y la fascista Açaõ Integralista Brasileira aterrorizó a la población para que la apoyaran. Sin embargo, la izquierda era popular y Brasil tenía un presidente de izquierda en João Goulart, lo que causó consternación en Washington. Como era de esperar, la CIA colaboró con los militares de la derecha difundiendo falsos rumores de un golpe de Estado de la izquierda, lo que condujo al golpe militar del 31 de marzo de 1964 -y a años de brutal dictadura.

Mientras Brasil caía a la derecha, Soekarno pronunció un discurso en el que rechazaba las condiciones políticas ligadas a la ayuda extranjera: “¡Vete al infierno con tu ayuda!”, dijo en inglés durante un discurso. Al año siguiente, Jones fue destituido de su puesto en Yakarta cuando Estados Unidos adoptó un enfoque más duro contra Indonesia. Los agentes estadounidenses cortejaron a los oficiales indonesios, apoyaron plenamente la eliminación del partido comunista tras el G30S y repitieron la propaganda de los militares indonesios. Plenamente consciente de las masacres que se estaban produciendo, Estados Unidos informó con regocijo sobre los acontecimientos como una victoria contra el comunismo mundial. La campaña anticomunista en Indonesia se convirtió en un “manual de estrategias” (Bevins 2020, 158). Bevins nos lleva a otro viaje relámpago por el mundo posterior al G30S: Vietnam perdió importancia para Estados Unidos (160) y el G30S se convirtió en propaganda de la Revolución cultural antiburguesa y en un cuento con moraleja para los comunistas de Camboya, que observaron la pasividad del PKI y se dieron cuenta de la importancia de armarse; el padrastro de Barack Obama, Lolo Soetomo, que estudiaba en la Universidad de Hawái, fue llamado de vuelta a casa.

En otros países, Yakarta se convirtió en una amenaza cuando la derecha utilizó el manual de estrategias. En Chile, la Operación Cóndor logró derrocar (y asesinar) a Salvador Allende después de que la derecha inventara, con ayuda de Estados Unidos, amenazas de un golpe de Estado de la izquierda. Brasil inició la Operação Jacarta, y el general Ednardo D’Avila Mello afirmó delante de un periodista que tenía una lista de 2 000 comunistas a los que había que matar (Bevins 2020, 205), como lo hizo McCarthy. Benny Widyono, un economista indonesio de origen chino y educado en Estados Unidos cuya historia se entreteje a lo largo del libro, fue trasladado de su trabajo en las Naciones Unidas en Bangkok a Santiago. Allí se dio cuenta de que había pintas escritas con aerosol: “Yakarta viene”, “Djakarta se acerca” (208). El nombre de la ciudad en la que creció se había “convertido en sinónimo de asesinato en masa” (209), y la palabra se continuó usando en la década de 1980 y en la administración Reagan, en Argentina, El Salvador y Guatemala. En este último país, los escuadrones de la muerte asesinaron a pueblos enteros de indígenas ixiles en nombre del anticomunismo. La obra de Bevins podría haber abordado con mayor eficacia los vínculos con el trabajo organizado que explora Roosa. El final de la década de 1990 trajo la democratización a Indonesia y a Brasil.

¿Había ganado el primer mundo? A principios del siglo XXI, la Unión Soviética se había derrumbado y el comunismo internacional estaba desacreditado. Algunos de los Estados comunistas restantes se habían mercantilizado: Vietnam tuvo el Doi Moi en la década de 1980 y China estaba creando zonas de capitalismo. Cuba también se estaba abriendo, aunque con las sanciones de Estados Unidos. Corea del Norte seguía siendo una brutal dictadura militar y un Estado paria. Pero ¿a qué precio llegó esta victoria? Bevins (2020, 240-243) señala cinco formas en las que esta violencia dio forma al mundo en el que vivimos ahora: i) el trauma no resuelto en lugares como Chile, Argentina, Brasil e Indonesia, donde permanecen las cicatrices del “terror de masas”; ii) la destrucción de visiones alternativas para el desarrollo; iii) la calcificación de los regímenes capitalistas de compadrazgo; iv) el alejamiento del cambio pacífico y democrático entre algunos elementos de la izquierda y el acercamiento a la revolución violenta maoísta, y v) un legado de anticomunismo fanático y violento como respuesta legítima a la izquierda. El último capítulo del libro cierra perfectamente esta obra con la visita a los personajes que poblaron los capítulos anteriores y que ilustraron las consecuencias personales de estas campañas.

The Jakarta Method tiene la virtud de pintar un “panorama general” de los costos de la Guerra Fría, incluidas las referencias a la teoría de la modernización frente a la teoría de la dependencia, pero, como muchas obras que examinan multitud de casos, el libro está plagado de generalizaciones excesivas y errores varios. Bevins afirma que Brasil sólo tiene una religión, el cristianismo, lo que agrupa a católicos y protestantes, pero también ignora a los judíos y a los seguidores de religiones sincréticas, así como a los ateos. Asevera que la empresa minera Freeport McMoRan encontró una montaña llena de “minerales valiosos” tras la llegada de Suharto al poder. La montaña está llena de metales -oro, plata y cobre- no de minerales, y Freeport había realizado viajes de exploración que encontraron enormes filones de cobre en 1960. Los especialistas en política latinoamericana probablemente encontrarán más imprecisiones. Su estilo periodístico elabora líneas sucintas como: “Después del mojigato Eisenhower, Estados Unidos eligió a un presidente que era un mujeriego, como Sukarno” (Bevins 2020, 82), o señala la “insaciable demanda” de prostitutas de Soekarno (85). La falta de un índice es frustrante: hay que hojear las páginas y buscar partes anteriores de los hilos de la historia personal si se olvida un detalle, por ejemplo.

Aun así, el libro es una importante contribución que esencialmente se pregunta: “¿qué precio tiene la victoria?”. Para los de la izquierda, a menudo significó la muerte, la tortura, el encarcelamiento, la persecución y la privación de derechos. Para los simpatizantes de la derecha, muchos podrían responder que el precio valió la pena. Si la historia la escriben los vencedores, al menos Bevins y Roosa son capaces de presentar el costo para los perdedores.

Referencias

Bevins, Vincent. 2020. The Jakarta Method: Washington’s Anticommunist Crusade and the Mass Murder Program that Shaped Our World. Nueva York, NY: PublicAffairs. [ Links ]

Oppenheimer, Josh, dir. y prod. 2012. The Act of Killing. Dinamarca: Instituto Danés del Cine. [ Links ]

Oppenheimer, Josh, dir. 2014. The Look of Silence. Dinamarca: I Wonder Pictures. [ Links ]

Robinson, Geoffrey. 1995. The Dark Side of Paradise. Ithaca, NY: Cornell University Press. [ Links ]

Robinson, Geoffrey. 2018. The Killing Season: A History of the Indonesian Massacres, 1965-66. Princeton, NJ: Princeton University Press. [ Links ]

Roosa, John. 2004. Tahun yang tak pernah berakhir [El año que nunca terminó ]. Yacarta: Lembaga Studi dan Advokasi Masyarakat. [ Links ]

Roosa, John. 2006. Pretext for Mass Murder. Madison, WI: University of Wisconsin Press. [ Links ]

Roosa, John. 2008. “President Sukarno and the September 30th Movement”. Critical Asian Studies 40 (1): 143-159. https://doi.org/10.1080/14672710801959182 [ Links ]

Roosa, John. 2020. Buried Histories: The Anti-Communist Massacres of 1965-66 in Indonesia. Madison, WI: University of Wisconsin Press. [ Links ]

1Roosa señala que los “historiadores se han visto atrapados en un círculo hermenéutico: sin una comprensión clara del acontecimiento en su conjunto, han sido incapaces de captar el significado de la información de una localidad concreta, y con poca información de localidades concretas han sido incapaces de construir un modelo del acontecimiento en su conjunto” (2020, 7). Las estimaciones sobre el número de muertos varían, pero algunas superan el millón.

2Utilizo la ortografía original del nombre de Soekarno porque considero anacrónico escribirlo con “u”. Soekarno escribía su nombre con “oe” y el cambio en la ortografía indonesia de “oe” a “u” se produjo en 1972, dos años después de su muerte. Mantengo la grafía con “u” en las citas directas o en los títulos de obras citadas.

3Traducción del inglés Yolanda A. González Gómez

Recibido: 24 de Febrero de 2022; Aprobado: 29 de Marzo de 2022

Chris Lundry es profesor-investigador en el Centro de Estudios de Asia y África de El Colegio de México desde 2017. Su investigación se centra en Indonesia y Timor-Leste, así como en el Sureste de Asia en general, con temas que incluyen la democratización, el conflicto, la reconciliación, la religión y la política. Obtuvo su doctorado por la Universidad Estatal de Arizona.

https://orcid.org/0000-0002-7160-7534

clundry@colmex.mx

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