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Estudios de Asia y África

versión On-line ISSN 2448-654Xversión impresa ISSN 0185-0164

Estud. Asia Áfr. vol.57 no.2 Ciudad de México may./ago. 2022  Epub 06-Jun-2022

https://doi.org/10.24201/eaa.v57i2.2703 

Traducción

“La guerra en el vientre”. Wang Xiaobo en el quirófano de la Revolución Cultural1

“The War within the Belly”. Wang Xiaobo in the Operating Room of the Cultural Revolution

1Universidad de Salamanca, España, imaillo@usal.es


Resumen:

Presento la primera traducción al castellano del ensayo “La guerra en el vientre”, una pieza del peculiar escritor Wang Xiaobo que ofrece un episodio estrambótico vivido en un hospital de provincias durante la Revolución Cultural. El texto funciona como testimonio de primera mano del caos, de la carencia de medios y del fanatismo político perpetrado contra la población china en esa época. La crudeza de la descripción de las penurias experimentadas por los pacientes viene compensada por el desapego del autor, quien, mediante el sarcasmo, critica la futilidad y la temeridad de los que tuvieron el poder durante aquellos 10 años perdidos, y concluye que aquélla fue una época de ignorancia y sinrazón en la que muchos aprovecharon la coyuntura para dar rienda suelta a sus locuras.

Palabras clave: Wang Xiaobo; Revolución Cultural; ensayo; literatura china

Abstract:

I present here the first translation into Spanish of “The War within the Belly”, an essay by the idiosyncratic writer Wang Xiaobo that features an outlandish first-person account of events taking place at a provincial hospital during the Cultural Revolution. The text provides a first-hand testimony of the chaos, supply shortages, and political fanaticism inflicted upon the Chinese population at that time. The crude depiction of the patients’ hardships is counterbalanced by the author’s detachment; Wang Xiaobo uses sarcasm to criticize the futility and temerity of those in power during those ten lost years, concluding that those were times of ignorance and absurdity, and that many took advantage of it to give free rein to their madness.

Keywords: Wang Xiaobo; Cultural Revolution; essay; Chinese literature

Introducción

El objetivo de este texto es aportar un testimonio de primera mano de hechos y circunstancias acaecidos en las zonas rurales de China durante una etapa de su historia conocida como la Gran Revolución Cultural Proletaria (1966-1976). En particular, se destacan episodios que permiten comprender un poco mejor lo que hoy en día se entiende como “sanidad pública”, así como la atención médica en aquellas zonas rurales donde los jóvenes urbanitas habían sido enviados durante el Movimiento de subir a las montañas y bajar al campo (Shàngshān xià xiāng yùndòng 上山下乡运动). A tal efecto, aporto el estudio y la traducción de una pieza ensayística de tipo autobiográfico rubricada por el novelista y ensayista Wang Xiaobo (1952-1997), quien en esa época era un adolescente de una familia de intelectuales de Beijing destinado a las comunas de la provincia sureña de Yunnan y que, a principios de la década de 1990, devendría escritor independiente y en pocos años alcanzaría gran reconocimiento en los círculos culturales nacionales.

Durante la mayor parte de su existencia, Wang Xiaobo fue muy reservado en relación con sus vivencias en esa época tan convulsa de la historia de China. Su familia y sus allegados, en su mayoría docentes, formaban parte del tejido intelectual de la capital que había sufrido ya la estigmatización, así como el de toda la clase pensante del país en el transcurso de las grandes campañas de movilización de los años cincuenta. Su padre, devoto miembro del Partido Comunista de China y profesor de lógica en la Universidad de Renmin, había sido tachado de “elemento de clase diferente” y expulsado de su puesto durante la campaña “de los Tres Anti” (sānfān 三反). Por causa de aquellas vicisitudes, el padre de familia exhortó a sus retoños a que se abstuvieran de la vida intelectual; el propio autor lo expresa en su ensayo “Por qué quiero escribir”: “mi padre no nos permitió estudiar humanidades, las razones eran evidentes” (Wang 1996, 156), y describe entonces cómo otros intelectuales en el pasado habían perdido la vida por atreverse a poner sus pensamientos en letra impresa.

Xiaobo nunca tuvo pretensiones de alcanzar la fama o de ganar dinero, y si escribía lo hacía para sí mismo, sin publicar casi nada, dedicado como estaba a sus estudios superiores en Estados Unidos, lo cual no le impidió retocar sus escritos durante la mayor parte de la década de 1980, época de apertura y relajación de la censura. Tras el episodio de Tiananmen, aquella “fiebre cultural” perdería fuerza y la sociedad de entonces dedicaría sus energías al desarrollo económico. Es en ese momento cuando Wang Xiaobo comienza a publicar y salta a la fama como escritor independiente. Toma por sorpresa a todos con su estilo sarcástico e irreverente, al hacer gala de una energía más propia de un autor novel, a la vez que exhibe una madurez sólo alcanzada luego de la revisión continua de sus escritos y su pensamiento durante décadas. Nadie esperaba que a Wang Xiaobo le quedaran tan pocos meses de vida ni que, tras su muerte, su fama aumentara como lo hizo. En esencia, Wang Xiaobo desarrolló un nuevo modo de escribir sobre la Revolución Cultural en un estilo fresco y desde fuera de los círculos literarios convencionales (Huang 2007).

En efecto, la Revolución Cultural fue el acontecimiento que dejó una impronta imborrable en el autor, que, con 14 años, estaba tan adoctrinado por las soflamas del Partido como cualquier otro de esa generación. Él mismo lo afirma en su ensayo “El placer de pensar”:

Si me hicieran elegir el momento de mi vida en el que yo fui más bondadoso, citaría a buen seguro mis inicios como “joven instruido”. En esos tiempos quería de todo corazón liberar a toda la humanidad y no pensaba lo más mínimo en mí. Al mismo tiempo quiero reconocer también que, en esa época, yo estaba pero que muy atontado, por eso no sólo no conseguí hacer nada; en vez de eso me puse muy enfermo, abandonando las armas hui de vuelta a la ciudad (Wang 2009, 29).

La expresión “jóvenes instruidos” (Zhīshì qīngnián 知识青年, simplificado a Zhīqīng 知青) era el eufemismo para referirse a los adolescentes de las grandes urbes destinados a zonas rurales para ser adscritos a equipos de trabajo durante el Movimiento de subir a las montañas y bajar al campo, que en la práctica era una desmovilización encubierta de los Guardias Rojos. En su lucha por deshacerse de los enemigos de clase, habían acabado con los enemigos políticos de Mao Zedong, y causaron en el proceso grandes destrozos en la cultura y en la economía chinas. Wang Xiaobo, en su más conocido ensayo, “La mayoría silenciosa”, llegaría a aclarar: “la Revolución Cultural parecía, de algún modo, un episodio de histeria colectiva” (Wang 2009, 15). De esta manera fueron alejados de las grandes ciudades y se les asignó la misión de “aprender a hacer la revolución y desarrollar sus talentos al máximo con los campesinos” (Dietrich 1997, 199). A Wang Xiaobo, como a otros tantos, le llegó la hora de marcharse al campo a fin de hacer la revolución; no obstante, era obvio que la locura que había sacudido al país a lo largo de 10 años había tenido impacto en todos los ámbitos de la sociedad. Wang Xiaobo, de naturaleza enfermiza, se daría de bruces con el sistema sanitario disponible en aquella época, trastocado por las injerencias políticas. Se impone, pues, explicar -aunque sea de manera somera- el estado en que se encontraba el sistema sanitario.

Durante la primera mitad del siglo XX, el personal sanitario de China se concentraba en aquellas zonas donde se encontraba el mayor número de clientes con la afluencia requerida para costearse tratamientos, es decir, en las ciudades, mientras que la población rural quedaba en manos de doctores de medicina china tradicional y curanderos de todo tipo. Llegada la Revolución Cultural, bandas de guardias rojos llevaron a cabo un acoso generalizado a las personas que ejercían profesiones liberales; eran tomados por burgueses y derechistas y eran despreciados por ser vestigios de un sistema tradicional abusivo que debía ser destruido para construir en su lugar uno nuevo. Dichos ataques afectaron a doctores y personal médico, lo que redujo su actividad y los llevó a una situación de precariedad opresiva, a sabiendas de que en cualquier momento podrían ser atacados por el siguiente grupo de adolescentes veleidosos.

La sensibilidad política primaba sobre todo lo demás, lo que daba lugar a situaciones ridículas, como las que describe Whyte (1991, 721): “enfermeras eran ascendidas a doctores y ordenanzas eran ascendidos a enfermeros, mientras los doctores eran obligados a vaciar orinales y limpiar ventanas”. Lynch (2016) refiere que los doctores tenían que considerar las consecuencias de lo que hacían, en una subordinación del criterio médico a la política: desde cancelar operaciones para ponerse a barrer suelos o limpiar baños a fin de mostrar solidaridad con los trabajadores, hasta negar anestesia o analgésicos a los pacientes, dado que mostrar dolor era una reacción burguesa.

Unos años antes, Mao Zedong (1965a), en sus “Directrices relativas a la salud pública”, había propuesto que la mayor parte de los sanitarios del país fueran enviados a las zonas rurales para asistir a los cientos de millones de campesinos que no tenían acceso a la atención médica, e insistió en que si se reducía drásticamente el tiempo de estudio y se centraban en las aflicciones de mayor prevalencia entre la población, se podría armar con toda urgencia un ejército de millones de doctores para ser asignado a las unidades de trabajo rurales. Estos doctores serían apodados “doctores descalzos” (chìjiāo yīshēng 赤脚医生), puesto que, en teoría, dedicarían gran parte de su tiempo a trabajar en el campo, y sus primeras promociones recibirían entre uno y tres meses de instrucción, mientras que las promociones más tardías completarían un semestre de curso reglamentario (White 1998). La política lo tocaba todo, por ello, los candidatos ideales para ser doctores descalzos eran los jóvenes campesinos pobres que fueran conocedores del pensamiento de Mao. Asimismo, muchos jóvenes instruidos pasarían a engrosar sus filas, ya que los campesinos los proponían como personal sanitario al no ser capaces de soportar el ritmo de trabajo, según Bernstein (1977, 133): “representaban una carga innecesaria, consumían más recursos de los que producían”. El propio Wang Xiaobo sufría constantes lumbalgias debido a las largas jornadas de labor en los campos de arroz; además, la comida era escasa y raras veces vería un pedazo de carne (Wang 2012).

Las opiniones de los expertos respecto a la mejora de la calidad de vida propiciada por las medidas implementadas en cuestiones de salud pública son dispares, si bien, en general, concuerdan en que la poca atención que ofrecían estos “doctores” era mejor que su ausencia. Los campesinos pudieron así beneficiarse de las campañas de vacunación, de erradicación de parásitos y, asimismo, recibieron educación sobre higiene básica, prevención y transmisión de enfermedades, uso de anticonceptivos, etc., lo que trajo consigo un aumento de la esperanza de vida (Lynch 2016, 221; Kraus 2012, 76-77) y la expansión y popularización de la medicina occidental (Leung 2007, 1-3).

Más arriba vimos cómo Wang Xiaobo, en “El placer de pensar”, mencionó que había enfermado y que debió volver a la ciudad. En su ensayo más conocido, “La mayoría silenciosa”, también hace referencia al inicio de aquella aventura:

Hubo una vez que, durante la temporada de labranza, caí gravemente enfermo, tan enfermo que de verdad no pude soportarlo más. En ese tiempo no vino nadie a cuidarme, sólo había un compañero -también enfermo- quien, medio sujetándome, medio arrastrándome, me acompañó a vadear el río Nanwan hasta el hospital (Wang 2009, 17).

Gracias a la biografía de Wang Xiaobo escrita por su hermano, Wang Xiaoping (n. 1949), tenemos acceso a información sobre su enfermedad. Debido a la dieta baja en nutrientes y a las malas condiciones higiénicas, Xiaobo se vio aquejado de una hepatitis aguda que lo dejó debatiéndose entre la vida y la muerte, y luego de mucho tiempo no hubo mejoría. En aquella época había pocas medicinas y no era tarea fácil conseguirlas, en especial en una provincia tan pobre como Yunnan. Como había la creencia popular de que el azúcar ayudaba a mejorar el hígado, su familia le envió por correo un paquete; mas, al abrirlo, estaba lleno de hormigas. Al final le fue concedido un permiso para volver a Beijing con el fin de tratarse (Wang 2012, 149), ya que la temporada que había pasado ingresado en aquel hospital no había ayudado en lo más mínimo a su recuperación. A partir de ésta y otras informaciones esparcidas por toda la obra de Wang Xiaobo, se intuye la marca que la enfermedad dejó en él, por eso entraremos de lleno en su ensayo dedicado a este tema.

Sobre el ensayo “La guerra en el vientre”

Ya bosquejado el contexto en que se desarrollaron los acontecimientos descritos en este texto, es necesario centrarse en el ensayo en sí, cuya traducción presento. La clave es la locura vivida durante la Revolución Cultural en general, y en el ámbito de la atención sanitaria en particular, en el que era manifiesta la carencia de personal. Los doctores y las enfermeras con educación formal como entendemos en Occidente habían sido destinados a grupos de trabajo o estaban siendo reeducados, lo que dejó a la población sin la debida atención médica. Por ello, sus funciones las desempeñaron personajes incompetentes, algunos muy peligrosos, ya que por su extremismo ideológico cometieron toda clase de barbaridades en los hospitales. En especial, destaca la cruda descripción de la falta de medios y de la ineficacia de los cuidados allí recibidos, que se limitaban a la prescripción de vitaminas y la realización de operaciones de apendicitis. Para colmo de males, dichas operaciones las hacían personas inexpertas, con la excusa de que “había que aprender a hacer la guerra”; sin duda, una tergiversación del pensamiento y la filosofía de Mao Zedong.

Conviene analizar, aunque sea brevemente, el ensayo. Es una pieza concisa, de apenas unos 1 900 caracteres, que apareció publicada por primera vez en 1997, en la recopilación titulada Wo de jingshen jiayuan 我的精神家园 (Mi jardín espiritual) (Wang 1997), que fue puesta a punto por los familiares y los colegas de Wang Xiaobo unas semanas después de su repentina muerte a los 45 años. La pieza que nos ocupa se encuentra en la sección de ensayos consagrados a la visión que el autor tenía sobre la sociedad.

“La guerra en el vientre” es un ensayo expositivo-descriptivo con una organización interna inductiva y dividido en cinco partes. Comienza con el relato de una situación, y luego presenta diversos hechos e informaciones para desplegar una serie de conclusiones, todo englobado en la anécdota que se narra. A pesar de ofrecer unas conclusiones generales, la crítica final debe inferirla el propio lector. La actitud frente a la realidad es eminentemente externa y descriptiva. La postura del autor es lógica, realista, de extrema objetividad, pero abunda en comentarios en clave de humor negro a fin de compensar la dureza expositiva de las situaciones descritas en el texto. Las descripciones se producen desde el punto de vista de la primera persona en forma de narrador homodiegético, y se hace asimismo un uso muy marcado de la tercera persona. El grado de cercanía con el lector queda definido mediante alguna expresión coloquial y algún giro en segunda persona: “Si te lo crees o no, tampoco importa” o “¿Adivina cómo me respondían?”. Su disposición en la transmisión es sobre todo realista. La forma de expresión es descriptiva y combina el estilo directo con el indirecto. El tono es informativo y desenfadado, mezclado con grandes dosis de humor irónico, cómico y sarcástico. Destaca la profusión de sustantivos, en especial los concretos, lo que hace que el discurso resulte realista y fluido. Los verbos abundan e instalan la argumentación en la realidad. La ausencia de adjetivos es manifiesta, con alrededor de una treintena en todo el texto. De este modo, el autor pone el énfasis en las acciones y deja a un lado las valoraciones y los adornos. En el plano sintáctico dominan las oraciones complejas. Llama la atención el gran número de oraciones coordinadas, sobre todo las adversativas, las explicativas, las consecutivas y las yuxtapuestas, lo que agiliza la lectura del texto y compensa por los incisos que el autor introduce a lo largo de sus descripciones. Las oraciones subordinadas más frecuentes son también las consecutivas, que junto con las condicionales apuntalan la intención inductiva del conjunto.

En lo concerniente a la traducción, este texto no presenta grandes dificultades en el plano semántico por lo poco rebuscado de su léxico. Me atuve, en la medida de lo posible, a la literalidad del original sin caer en la tentación de buscar un resultado más literario o artístico, a fin de no perder la intención comunicativa que Wang Xiaobo pretendía y el efecto producido al emplear un lenguaje llano para describir con franqueza situaciones ásperas y terribles. Si bien considero haber efectuado una versión fiel y ceñida al original, he tenido en cuenta en todo momento la necesidad de que la traducción final fuera legible e idiomática, por lo que evité traducir expresiones que aluden a un sentido específico en la sociedad china con términos de dudosa equivalencia en nuestro idioma. En pro del rigor, he dado el sentido justo de ciertas expresiones en nota al pie de página.

Realizada la primera traducción del ensayo, hubo varias revisiones sistemáticas, y en cada una de ellas se hizo especial énfasis en aspectos como la gramática y el tiempo o el aspecto en la lengua original, para que su versión en castellano no se viera distorsionada. Una vez terminado este proceso, se afinó el texto completo a fin de lograr una mayor inteligibilidad, procurando conservar la frescura estilística del autor. Se hizo necesario decidir, párrafo a párrafo, sobre aspectos prácticos que tienen que ver con las enormes diferencias entre el chino mandarín y el español. Destaca la alta frecuencia de adverbios como 就, 还 y 当然, de los demostrativos 这 y 那, y de conectores discursivos como 但, que son comunes en el registro coloquial, ya que aportan dinamismo, pero que hubieran resultado demasiado repetitivos en la versión española. Se mantuvieron siempre que fue posible y se controló su distribución equilibrada en el texto, o, en su defecto, se echó mano de sinónimos. Debido a que en nuestro idioma el adverbio, el adjetivo y el verbo cuentan con una alta movilidad sintáctica, intenté, mediante el hipérbaton, mantener el orden sintagmático original en la traducción al español.

Sin duda, la mayor dificultad de la traducción fue hacer justicia al elemento humorístico del ensayo, que merece un apartado propio, puesto que adquiere una enorme importancia dentro de la relación de acontecimientos, a veces grotescos y cruentos. Gracias al humor queda rebajado el tono, que de otra forma no hubiera sido sino trágico. Wang Xiaobo utiliza el humor crudo: “Venga, dame unas vitaminas”, “era un lío de siete manos y ocho pies”, “con la barriga abierta aireándose toda la noche”; el humor absurdo: “a los que iban vestidos con batas blancas, si no los llamábamos ‘doctores’, ¿cómo los íbamos a llamar?”, “a pesar de no haber comido dátiles, también contraje esta enfermedad”, “aunque yo no hubiera estudiado medicina […] había reparado un despertador y también un teléfono”; el humor irónico: “por lo menos todas las incisiones estaban en el vientre, esto sí que de verdad era algo meritorio”, “no había otro pasatiempo, salvo mirar a los ‘doctores’ […] El bisturí siempre se dirigía al apéndice -cabría decir que todavía tenían un poco de idea de lo que hacían”; y el humor sarcástico: “Este compañero era una persona muy heroica, si no hubiera sido así, no habría podido entregar sus entrañas para que los demás pudieran aprender a hacer la guerra”.

Parece pertinente, llegados aquí, ofrecer la traducción al español del ensayo de Wang Xiaobo.

La guerra en el vientre

Wang Xiaobo

Cuando era joven me puse una vez enfermo y me ingresaron en el hospital. En aquella época en el hospital no había doctores, todo el personal médico tenía origen obrero, campesino o soldado -todos los médicos de verdad habían sido destinados a diferentes unidades a fin de recibir la reeducación con campesinos de clase pobre y media-baja-.2 Sea como fuere, a los que iban vestidos con batas blancas, si no los llamábamos “doctores”, ¿cómo los íbamos a llamar? En el primer día hospitalizado, el “doctor” vino a hacer la ronda, miró los resultados del laboratorio, agarró el estetoscopio y me auscultó de arriba abajo; aun así, al final abrió la boca para preguntarme: “¿Qué enfermedad has contraído?”. El caso es que ni había entendido aquella hoja con los resultados de los análisis. En verdad, no hacían falta análisis, se podía apreciar mi enfermedad a simple vista: todo mi cuerpo tenía un color igual al del té cuando se deja toda la noche, estaba sufriendo ictericia. Le conté que, a mi parecer, debía haber contraído hepatitis.

Esto ocurrió hace más de veinte años, en una época cuando todavía no se había oído hablar de la hepatitis B, ni mucho menos de hepatitis C, D o E; sólo había un tipo de hepatitis contagiosa. Según se dice, supuestamente este tipo de hepatitis tampoco existía antes en China; en todo caso, surgió durante los “tres años de dificultades”3 al comer azufaifas confitadas de Iraq -se las llamaba azufaifas confitadas, pero en realidad eran dátiles-. Yo, a pesar de no haber comido dátiles, también contraje esta enfermedad. Cuando el “doctor” me preguntó sobre qué había que hacer, yo le dije: “Venga, dame unas pocas vitaminas”. Y exactamente así fue tratada mi enfermedad.

A decir verdad, estar ingresado en el hospital no ayudó en lo más mínimo a mi estado de salud. No obstante, a mí me parecía que era un poco mejor estar hospitalizado; viviendo con mi equipo podía contagiar a alguien.

En el hospital no había otro pasatiempo, salvo mirar a los “doctores” operando a la gente. El bisturí siempre se dirigía hacia el apéndice -cabría decir que todavía tenían un poco de idea de lo que hacían, sabiendo que no eran capaces de realizar otras intervenciones. Cuando digo que asistía a operaciones no lo digo a lo tonto, en ese sitio a menudo no había electricidad y, cuando había, la tensión era extremadamente inestable. La sala de operaciones era una casa cuyos cuatro lados eran todo ventanales de cristal. A las dos de la tarde había la mejor luz, y era entonces cuando se operaba. Todos los enfermos del hospital estaban afuera mirando, haciendo apuestas entre ellos sobre cuántas horas transcurrirían hasta encontrar el apéndice.

Más adelante mencioné este asunto a amigos que estudiaron medicina y ninguno lo creía. Decían: “¿Cómo van a hacer falta varias horas para operar de apendicitis?”. Si te lo crees o no, tampoco importa; de esas cuantas operaciones que presencié no hubo ni una vez en que se lograra encontrar el apéndice en menos de una hora. Todos los que realizaban operaciones decían que “el apéndice de las personas es demasiado difícil de encontrar”; entre ellos había muchos que habían sido veterinarios de mulas del ejército y habían participado en operaciones de caballos de guerra. El apéndice de los caballos es muy grande, el de las mulas tampoco es pequeño, el apéndice de cualquiera de ellos es más grande que el del hombre, e incluso si se tiene en cuenta el menor tamaño del ser humano, su apéndice sigue siendo demasiado pequeño.

En los momentos de descanso, cuando no había nada que hacer, charlábamos, y yo les decía: “Si no estáis familiarizados con las tripas de la gente, entonces no operéis a nadie”. ¡Adivina cómo me respondían! “Cuanto menos familiarizado se esté, más empeño hay que poner. ¡Es en la guerra donde se aprende a hacer la guerra!”. Los jóvenes de ahora puede que no lo sepan: esta última frase es una cita del presidente Mao.4 Las tripas de la gente y la guerra no son la misma cosa, pero esto no lo decía nadie. Creo que había un asunto que era de lo más abominable: cada vez que había operación, obligaban a un novato a hacerla para que todo el mundo tuviera oportunidad de aprender a hacer la guerra; por eso nunca se lograba encontrar el apéndice. El lugar donde se debía abrir y la longitud de la incisión dependían por entero del gusto de cada uno. No obstante, debo decir algo bueno de ellos: aunque algunas incisiones se inclinaran hacia la izquierda, otras se inclinaran hacia la derecha y otras estuvieran en el medio, por lo menos todas las incisiones estaban en el vientre, y esto sí que de verdad era algo meritorio.

Estando en el hospital me encontré con un colega aquejado de apendicitis. Los “doctores” lo animaron a que se operara. Yo le rogué que, por favor, no se operara, y en caso de no tener otro remedio, que exigiera que me dejaran operarlo. Aunque yo no hubiera estudiado medicina, en el pasado había reparado un despertador y también un teléfono de disco del equipo. Ya sólo con estos dos ejemplos, estaba yo más capacitado que aquellos “grandes doctores” del hospital. Pese a todo, al final dejó que otra persona lo operara, principalmente porque otros tenían que aprender a hacer la guerra dentro de la guerra. ¿Cómo podría no comprometerse?

También es que tuvo mala suerte. Después de abrirle el vientre, buscaron el apéndice durante tres horas sin llegar a encontrarlo. Estaban tan nerviosos que el “cirujano principal” le sacó las tripas y las fue repasando de arriba abajo.

Cuando era pequeño, cerca de mi casa había un fonducho que vendía hígado salteado y tripa estofada; a primera hora de la mañana, el cocinero estaba puertas afuera limpiando tripas de cerdo. Pues precisamente se trataba del mismo tipo de escena. Viendo que el cielo estaba cada vez más oscuro, otras personas empezaron también a meter mano para rebuscar, así que era un lío de siete manos y ocho pies. A mi compañero lo exploró tanto la gente que se impacientó. Apartó el campo quirúrgico blanco que estaba en medio, y también se puso a ayudar en la búsqueda. Al final, antes de que el sol se pusiera tras la montaña, consiguieron por fin encontrar el apéndice, lo cortaron y en ese momento se hizo de noche. De haberse retrasado más y de haber impedido la oscuridad una visión clara, entonces mi colega habría tenido que estar con la barriga abierta aireándose toda la noche. Antes, lo que más me gustaba comer eran las tripas de cerdo; desde que vi esa operación, ya no quiero comerlas más.

Ya han transcurrido cerca de treinta años, y de repente me viene a la memoria el asunto de estar ingresado en el hospital y presenciar las operaciones de otros. Sobre todo, son pensamientos acerca de lo ignorante que la gente era en aquel tiempo; sencillamente se habían vuelto locos. Quién sabe, a lo mejor cuando pasen otros treinta años, al contemplar de nuevo a la gente y los asuntos de hoy, puede que, asimismo, se descubra que algunos también enloquecieron. Si así fuera, parecería que nuestro razonamiento da un salto cualitativo precisamente cada treinta años, pero dudo si entenderlo de esta manera es correcto o no. Si la razón pudiera dar un salto así, sería como decir que la gente de entonces carecía por completo de razón. Hablemos, pues, del asunto de hace treinta años. Cuando aquel señor “cirujano principal” usaba sus negras manazas para ir estrujando las tripas de una persona viva, revolviéndolas de arriba abajo, aunque dijera que él mismo estaba estudiando la guerra, no me creo que no supiera que estaba enredando a lo bobo.

De ahí llegué a una conclusión: una de las causas de todos los disparates de este mundo son las circunstancias de toda la sociedad, si bien no es la principal. La principal es que la persona que monta el alboroto esté aprovechando la coyuntura para dar rienda suelta a su locura. Esto quiere decir que él sabía de sobra que estaba enredando a lo bobo, pero continuó enredando de todas formas, mayormente porque enredar a lo bobo era divertido.

Podemos dar todavía un paso más en la deducción: no importa cómo esté la sociedad, el individuo tiene que ser responsable de su conducta, pero para alguien que es ensayista, al poner por escrito todas estas conclusiones, es inevitable sospechar que uno ha sido demasiado explícito, por eso, llegado aquí, voy a parar.

Todavía no he terminado de escribir el asunto de mi hospitalización: estando ingresado en el hospital, la hepatitis no parecía mejorar nada; mi color de cara era cada vez más amarillento. Mi colega se había operado, pero la incisión no terminaba de cerrarse y él estaba cada vez más delgado. Al final regresamos juntos a Beijing para ir al médico. Nada más volver, me curé; mi amigo, sin embargo, fue hospitalizado y operado de nuevo. El doctor de Beijing le dijo que a pesar de que en la primera operación le habían extirpado el apéndice, la tripa no había sido bien cosida y se había pegado a la incisión y había formado una fístula. Los contenidos del intestino, siguiendo el hueco de la herida, se habían estado saliendo hacia fuera de su cuerpo, por eso la herida nunca mejoraba. El doctor dijo, además, que mi amigo había tenido muchísima suerte de que eso hubiera sucedido así; de haberse salido la materia hacia el interior de su vientre, él estaría acabado. A mi colega, sin embargo, no le pareció haber tenido suerte alguna; él sólo decía: “¡Su madre! No me extraña que nunca haya podido comer hasta saciarme, si es que todo se colaba para afuera”. Este compañero era una persona muy heroica; de no haber sido así, no habría podido entregar sus entrañas para que los demás pudieran aprender a hacer la guerra.

Referencias

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1Esta traducción es una versión corregida de la que incluí en mi tesis de doctorado publicada en 2019: Wang Xiaobo, un ensayista revolucionario (traducción y estudio de sus ensayos más representativos). Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca. https://doi.org/10.14201/0VI0441

2La frase “campesinos de clase pobre y media-baja” (pínxiàzhōngnóng 贫下中农) es una expresión para clasificar a los campesinos según sus condiciones. Comenzó a ser utilizada de 1955 en adelante. Aparece por primera vez en un informe interno que Mao presentó a los niveles centrales, provinciales y locales del Partido Comunista el 31 de julio de 1955 titulado Guānyú nóngyè hézuòhuà wèntí 关于农业合作化问题 (En lo relativo a la cuestión de la colectivización de la agricultura). En él se enfatiza la importancia de acelerar el desarrollo de la colectivización agraria, así como las directrices y los proyectos de ley necesarios para llevarlo a cabo. Para más información, véase la sección relacionada con dicho informe en la página web oficial del Gobierno Central de China: http://www.gov.cn/test/2008-06/03/content_1003737.htm

3Los “tres años de dificultades” es una expresión eufemística referida a los terribles años de hambruna y colapso económico y social generalizado durante el plan conocido como el “Gran Salto Adelante” (1958-1961).

4Mao puso por escrito la idea de “aprender a hacer la guerra dentro de la guerra” en diciembre de 1936 en la zona de Yenan, al norte de la provincia de Shaanxi. Allí es donde los comunistas encontraron refugio tras la Larga Marcha (1934-1935), donde nuevos reclutas se sumaban a sus filas y donde se estableció la línea ideológica definitiva del partido según las directrices de Mao. Fue el conocido como Movimiento de Rectificación de Yan’an (Yán’ān Zhěngfēng Yùndòng 延 安整风运动). Para explicarlo de manera sistemática, Mao Zedong compuso un escrito titulado Zhōngguó gémìng zhànzhēng de zhànlüè wèntí 中国革命战争的战略问题 (Problemas de estrategia de la guerra revolucionaria china), en el que también aportaba sus ideas y experiencias en la guerra. Sólo escribiría cinco capítulos, y dejó en el tintero los capítulos que se referirían a las técnicas de ataque ofensivo. Véase Mao 1965b, 189.

5Traducción e introducción de Ismael A. Maíllo

Recibido: 22 de Noviembre de 2020; Aprobado: 09 de Junio de 2021

Ismael A. Maíllo es licenciado en estudios chinos por la Universidad de Durham y doctor en lenguas modernas (chino) por la Universidad de Salamanca. Tras haber vivido en Beijing durante diez años para ampliar sus estudios, ejerció como profesor de chino mandarín en la Escuela Oficial de Idiomas de Valladolid. En la actualidad es profesor en la Universidad de Salamanca, en la que imparte lengua, historia y literatura chinas; asimismo, es coordinador de lengua china en el grado en estudios de Asia Oriental de la misma universidad. https://orcid.org/0000-0003-2578-6495 imaillo@usal.es

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