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Estudios de Asia y África

versión On-line ISSN 2448-654Xversión impresa ISSN 0185-0164

Estud. Asia Áfr. vol.57 no.1 Ciudad de México ene./abr. 2022  Epub 14-Mar-2022

https://doi.org/10.24201/eaa.v57i1.2749 

Reseñas

María Elvira Ríos, Gonzalo Maire, Pablo Álvarez, Isabel Cabañas y Matilde Gálvez, coords. 2019. Nuevos diálogos. Asia y África desde la mirada latinoamericana

Jean Bosco Kakozi Kashindi1 
http://orcid.org/0000-0002-8313-8931

Manuel Rivera Espinoza2 
http://orcid.org/0000-0002-1379-1791

1El Colegio de México, México, jkakozi@colmex.mx

2Universidad de Macao, China, yb57710@um.edu.mo

Ríos, María Elvira; Maire, Gonzalo; Álvarez, Pablo; Cabañas, Isabel; Gálvez, Matilde. 2019. Nuevos diálogos. Asia y África desde la mirada latinoamericana. Ciudad de México: El Colegio de México, Ebook, ISBN: 9786076285787.


El libro reúne artículos presentados en el XV Congreso Internacional de la Asociación Latinoamericana de Estudios de Asia y África (ALADAA), celebrado en Chile en 2016, y está dedicado a la memoria del profesor Luis Óscar Gómez Rodríguez, cuya conferencia magistral abre la publicación e insiste en la importancia de desarrollar una aproximación distintivamente latinoamericana a Asia y África. Nuevos diálogos se divide en cuatro secciones o capítulos compuestos por entre tres y cinco artículos.

El capítulo 1 se centra en el diálogo entre Oriente y Occidente. Michiko Okano explica que, con la fuerte occidentalización que vivió Japón durante la era Meiji (1868-1912), el concepto japonés de bijutsu se llegó a equiparar con el de bellas artes occidental, y el de kogei con el de arte popular. Karina Takiguti describe cómo ciertos artistas contemporáneos brasileños o extranjeros radicados en Brasil que cultivan una relación con la cultura japonesa, han “orientalizado” el arte japonés para hacerlo asequible a las capas medias y altas “occidentalizadas”, aferradas aún a la noción eurocéntrica de “lo oriental” como algo exótico. Madalena Natsuko menciona la recepción portuguesa y española de las artes en Japón como “pintura de los bárbaros del sur”. De la interacción entre ella y el arte japonés nació una suerte de “hibridismo”. Rafel Tadashi entiende la caligrafía japonesa como una serie de gestos y distingue entre precisos, singulares y públicos. Los últimos tienen la capacidad de interpelar la tradición, reinventándola e incluso desarrollando una aproximación distintivamente brasileña a la caligrafía japonesa.

En el capítulo 2 se discuten formas de liberación e interculturalidad. Inara Rodrigues denuncia el colonialismo portugués basado en la explotación esclavista de Pará y Maranhão, en Brasil, así como de las comunidades africanas de Cabo Verde. Maiane Tigre resalta la violencia contra la mujer negra, sujeto doblemente negado; equipara la violación de esa mujer con la ocupación de territorios. Anuncia su liberación valiéndose burlescamente de las mismas armas de su opresor machista. Mónica Yamamoto destaca un método intercultural de aprendizaje del japonés que no sólo da importancia a la relación entre lengua y cultura, sino que además enfatiza la comprensión y el respeto mutuo entre la cultura japonesa y la del aprendiz. Olivia Nakaema analiza cómo los jesuitas adaptaron de modo pragmático algunos pasajes de la Biblia para que fueran comprendidos por los japoneses, los que, con la misma creatividad, tradujeron algunas obras japonesas a lenguas europeas.

El capítulo 3 sigue las huellas de la historia y el colonialismo. Mauro Timpanaro arguye que el viaje de la reina Hatshepsut al Punt durante el Reino Nuevo de Egipto antiguo debe ser visto como una acción propagandística destinada a legitimar la autoridad real a través del mandato oracular de realizar tal viaje, con lo que cuestiona la tesis de que fue un mero ejercicio diplomático y comercial. José Miguel Vidal examina cómo ciertos geógrafos chinos del siglo XVIII integraron conocimientos geográficos sobre América, y subraya que dicha integración estuvo supeditada al respeto de la cosmología confuciana, en particular a la noción de que China era el centro político, económico y cultural del mundo. Francesco Correale describe cómo, entre 1958 y 1975, el gobierno español dificultó el desarrollo del nacionalismo y el independentismo en su colonia de Marruecos por medio de cuantiosas y onerosas “ayudas sociales” e indemnizaciones. Ellen Lima e Inara Rodrigues retratan la problemática de la Guiné-Bissau poscolonial, en particular de la lucha por la independencia, la perpetuación de una mentalidad colonial entre los dirigentes africanos y el papel de la diáspora.

El capítulo 4 versa sobre el encuentro de las culturas latinoamericanas, asiáticas y africanas. Ramiro de Altube enfatiza un cierto universalismo ahistórico en la propuesta de diálogo intercultural hecha por Enrique Dussel. De la mano de Raúl Fornet-Betancourt, José Santos Herceg y varios otros filósofos, el autor nos invita a entender la interculturalidad como la exploración de un horizonte filosófico completamente ajeno a la modernidad occidental. Isaías de Carvalho utiliza las nociones de “Caribe extendido” y de “Atlántico Negro” para argüir que dos obras literarias dan voz a poblaciones negras previamente silenciadas, lo que refleja las identidades híbridas que caracterizan aquella región que se extiende desde el sur de Estados Unidos hasta el nordeste de Brasil. El autor se refiere a este proceso de visibilización como una “otrización productiva” (outrização produtiva). Paulo dos Santos explica que la literatura y la música brasileña, en particular la samba, pusieron de manifiesto la herencia africana, mientras que la élite “blanca” y racista quiso borrarla, pues no aceptaba a los negros como parte de la identidad brasileña. Elisa Massae explica cómo la popularización de Japón por medio de su cultura pop ha transformado a los alumnos interesados en dicho país, lo cual conlleva grandes desafíos pedagógicos e implica que la cultura japonesa ya no es dominio exclusivo de los nikkei. Felipe Luarte muestra cómo la masificación del yoga, el vegetarianismo, los gurúes, etc., es sólo la última forma de “neovedantismo” absorbida por la sociedad chilena y está vinculada más al rechazo del catolicismo y el secularismo que al hinduismo propiamente.

El capítulo 5 se centra en la migración y las relaciones internacionales. Carlos Uscanga detalla el caso de Kiso Tsuru y su empresa Mina Azul para plasmar cómo los bienes de japoneses en México fueron confiscados durante la Segunda Guerra Mundial con el pretexto de que constituían una amenaza a la “seguridad nacional”, reforzado mediante la habilidosa y a menudo artera manipulación de la opinión pública a través de los medios de comunicación y el tráfico de influencias. Emma Mendoza explica que la concentración forzosa en la Ciudad de México de la nutrida y dispersa población japonesa en el país durante la Segunda Guerra Mundial fue un proceso difícil e incluso traumático, en el cual se vieron obligados a sobrevivir de cualquier forma, muchos perdieron sus propiedades y algunos fueron sometidos a trabajos forzados, lo que en ciertos casos resultó mortal. Claudia Labarca y Claudia Carrasco analizan los discursos de los ejecutivos de empresas vitivinícolas chilenas en China a partir del concepto de frames de George Lakoff, y concluyen que, según ellos, China es un mercado emergente y la inversión hecha apuesta a retornar dividendos en un futuro visto como prometedor; los clientes chinos exigen retornos inmediatos y buscan controlar las negociaciones, por lo que es necesario adaptarse a la cultura china, particularmente a través del rebranding y las redes sociales locales.

A partir de una increíble variedad de perspectivas heurísticas y temáticas, esta obra entrega la oportunidad invaluable de profundizar la crítica de una de las nociones centrales de la modernidad y el eurocentrismo; a saber, que “Occidente” es la región que ha alcanzado el mayor nivel de maduración y desarrollo de la humanidad. Según Edward Said (Orientalismo, Debolsillo, 2008), el concepto de “Occidente” surgió vis-à-vis el de “Oriente”, la otredad por excelencia. De este modo, aunque la noción de “lo oriental” tenga un matiz geográfico, evidencia y participa de una ideología eurocéntrica basada en la hegemonía establecida primero por Europa y, más tarde, por Estados Unidos y el mundo anglosajón en general. Estos centros exportaron la ideología eurocéntrica a Asia, África y América Latina, junto con las instituciones del Estado-nación, el capitalismo y el colonialismo. Esto según la presunción de que dichas regiones periféricas no tenían más alternativa que seguir los pasos que la civilización europea había trazado, teniendo por tanto que emularla con la esperanza, implícita o explícita, de “madurar” algún día”.

El libro refleja una actitud ambivalente frente al legado de la modernidad en aquellas periferias. Por un lado, hace ver que, según diferentes contextos y a pesar de los encantos de las ideas modernas, estas tres regiones se resistieron a la implantación del proyecto moderno de maneras sorprendentemente similares. Así, varios autores ofrecen la oportunidad de reflexionar sobre cómo las experiencias vividas por las comunidades africanas, asiáticas y latinoamericanas pueden ser vistas como formas de resistencia al eurocentrismo y sus corolarios. Sin embargo, y por otro lado, en varios textos se observa la persistencia de un cierto eurocentrismo metodológico y hermenéutico, cuando, al teorizar a partir de los datos recabados, los autores recurren sistemáticamente a académicos anglosajones o europeos. Así, Mendoza se apoya en Hisako Omori, Carvalho en Immanuel Wallerstein y Paul Gilroy, Luarte en Yvon Ambroise y Friedhelm Hardy, Tadashi en James Gibson, y Labarca en Marc Angenot y Lakoff. Esto no deja de ser problemático -como advierte Luis Óscar Gómez- en términos de desarrollar una aproximación distintivamente latinoamericana al estudio de Asia y África, en cuanto el procesamiento de los datos queda siempre supeditado a su adecuación a un marco teórico angloeuropeo, el cual se ha forjado a partir de realidades y preocupaciones angloeuropeas, pero ¿no es ésta precisamente la oportunidad de desafiar y revisar esos marcos? Por ejemplo, en el caso de Labarca uno no puede dejar de preguntarse de qué manera el fuerte énfasis que el imaginario de los ejecutivos chilenos pone en el futuro se ajusta al concepto de frame de Lakoff, el cual se centra en la adaptación exitosa al presente. En este sentido, el estudio de Labarca y Carrasco ¿acaso no muestra un espectro que se extiende más allá de esa noción y ofrece, por tanto, una oportunidad de revisarla?

Se alcanzan resultados aún más interesantes cuando se exploran los temas sin ataduras teóricas y con miras a dar buena cuenta de sus singularidades intrínsecas. Éste es justamente el camino trazado por otros artículos de esta colección, los cuales ensayan tres formas principales de lidiar con los problemas derivados del eurocentrismo: el hibridismo, la interculturalidad y la “otrización productiva”. Esta última destaca como un concepto potente, equiparable al de “interculturalidad crítica” (diálogo horizontal y respetuoso que enriquece y fecunda ambas partes) de Catherine Walsh (Construyendo interculturalidad crítica, Convenio Andrés Bello, 2010). Esta mirada, así como la cultivada por el giro decolonial en general (Castro-Gómez y Grosfoguel, El giro decolonial. Reflexiones para una diversidad epistémica más allá del capitalismo global, Siglo del Hombre, 2007), complementaría los esfuerzos de varios autores de este libro por tratar a los pueblos y las culturas racializadas como objetos de enunciación y permitirles irrumpir desde la marginalidad para volverlos sujetos enunciativos. Ahí se concretaría el llamado del profesor Luis Óscar Gómez a cultivar una mirada auténticamente latinoamericana y caribeña, una en la cual seamos capaces de desarrollar nuestras capacidades creativas al máximo.

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