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Estudios de Asia y África

versión On-line ISSN 2448-654Xversión impresa ISSN 0185-0164

Estud. Asia Áfr. vol.56 no.3 Ciudad de México sep./dic. 2021  Epub 01-Nov-2021

https://doi.org/10.24201/eaa.v56i3.2697 

Artículos

La Armada Imperial japonesa en México: ¿búsqueda de una alianza militar o despliegue de estrategias geopolíticas?

The Japanese Imperial Navy in Mexico: Searching for a Military Alliance or Deploying Geopolitical Strategies?

1Universidad Nacional Autónoma de México, México, uscanga@hotmail.com


Resumen:

Las primeras décadas del siglo XX atestiguaron el ascenso de tensiones político-diplomáticas entre Japón y Estados Unidos. El incremento de fricciones desplegó un juego geoestratégico en América Latina como escenario principal, y México tuvo un papel relevante al implementar acciones para capitalizar el acercamiento de Japón. En ese contexto particular, surgió en la prensa y en los servicios de inteligencia estadounidense el tema recurrente de la existencia de un “tratado militar” entre México y Japón. En esa coyuntura, la Armada Imperial japonesa fue pieza clave en la antesala del inicio de la guerra del Pacífico el 7 de diciembre de 1941.

Palabras clave: México; Japón; tratado militar; Armada Imperial; juego geopolítico

Abstract:

The first decades of the twentieth century marked the rise of political and diplomatic tensions between Japan and the United States. The increased friction reflected a geostrategic positioning in which Latin America was center stage and Mexico played an important role by implementing actions to capitalize on Japan’s overtures. In this particular context, the press and U.S. intelligence services frequently referred to a “military treaty” between Mexico and Japan. The actions of the Japanese Imperial Navy were also influential in the period leading up to the outbreak of the War of the Pacific on 7 December 1941.

Keywords: Mexico; Japan; military treaty; Imperial Army; geopolitical game

Introducción

En los albores del siglo XX, el triunfo de Japón en la guerra con Rusia en 1905 derivó en su reconocimiento como potencia emergente en la región del Este de Asia con gran capacidad militar, y, sobre todo, en la evidencia de que el naciente Imperio japonés contaba con una armada que había logrado el desarrollo no sólo en lo tecnológico, sino también en las estrategias de batalla. Lo anterior indudablemente modificó la balanza de poder sustentada en las acciones desplegadas por la Casa Blanca a fin de inhibir, por medios políticos, económicos y diplomáticos, que Tokio asumiera una posición preponderante en el sistema de hegemonía en el Pacífico. Las frecuentes resistencias y la falta de reconocimiento de Japón como jugador relevante marcaron una ruta inevitable contra Estados Unidos, la cual se expresó en Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941.

En el emergente escenario geopolítico del nuevo siglo, México ha sido una variable permanente en las relaciones entre Japón y Estados Unidos en las décadas que precedieron a la guerra del Pacífico. En los gobiernos de Porfirio Díaz, Francisco I. Madero, Victoriano Huerta y Venustiano Carranza, Japón fue una pieza clave en sus estrategias de política exterior con la aspiración de que fuera un contrapeso frente a Washington.

En ese contexto, los diarios estadounidenses señalaron el peligro de la creciente presencia japonesa en México e incluso denunciaron la firma de tratados secretos. Es decir, los “otros tratados”. Los periódicos de esa época destacaron el deseo de que la alianza con un actor extrarregional (Japón) diera mejores resultados para contener la constante amenaza de la soberanía mexicana por parte de Estados Unidos. En ese marco general, diferentes buques de guerra (la mayoría en calidad de escuadras de instrucción) de la Armada Imperial de Japón visitaron México, lo que intensificó el despliegue de estrategias en una contienda geopolítica compleja contra Estados Unidos.

En este sentido, el presente artículo parte del supuesto de que las argumentaciones expresadas de manera constante por la prensa y los servicios de inteligencia sobre la construcción de una alianza militar nipomexicana de carácter defensivo y ofensivo se sustentaban en evidencias endebles o de difícil comprobación. Sin embargo, esa narrativa la usaron tanto el gobierno mexicano como el japonés para buscar ventajas frente a Estados Unidos. La llegada de buques de guerra a las costas mexicanas en ese contexto superaba lo protocolario al implementarse acciones de prospección e inteligencia en el territorio nacional, lo que incrementó las sospechas de acuerdos mutuos de asistencia militar entre México y Japón.

¿Una alianza militar entre México y Japón?

La proyección de Japón como actor emergente en el Pacífico durante el periodo entreguerras generó profundas sospechas del gobierno de Estados Unidos por el acercamiento del gobierno japonés a América Latina. En México, las políticas de diversificación emprendidas por Porfirio Díaz hacia Europa y Japón dieron espacio a que Washington apreciara que el fortalecimiento de esos nexos económicos y diplomáticos implicaría un problema para la seguridad nacional de Estados Unidos. En ese contexto, el tema de las recurrentes sospechas sobre la negociación de un tratado secreto entre México y Japón siempre aparecía en los reportes de inteligencia estadounidenses.

Friedrich Katz (1982, 100-101) explica que el servicio secreto alemán afirmaba tener una copia de un documento sustraído de las oficinas de José Yves Limantour, secretario de Hacienda, en el que México otorgaba a Japón algunos derechos sobre el istmo de Tehuantepec y concesiones para el reabastecimiento de carbón para sus acorazados en el Pacífico mexicano a cambio de apoyar “por mar y tierra” al gobierno ante un conflicto contra un tercer país.

Un aspecto interesante es que los representantes diplomáticos alemanes fueron muy activos en esparcir frecuentemente ese rumor y en pasar esa información a la prensa. Un reportero del New York Sun consultado para identificar su fuente sobre el supuesto tratado secreto entre México y Japón señaló al agregado militar de la legación de Alemania en la Ciudad de México, el mayor Hanz von Herwarth.1

Sin embargo, independientemente del origen de esas aseveraciones, los servicios de inteligencia estadounidenses se mantenían alertas. En marzo de 1908, el encargado de negocios de la representación diplomática de Estados Unidos en Guatemala solicitó un encuentro con Fidel Rodríguez Parra, miembro de la legación mexicana, para consultar sobre la alianza secreta de tipo ofensiva y defensiva con Japón. Parra reportó a la Cancillería mexicana y tuvo la siguiente respuesta: “México no tiene ningún interés en suscribir tratados de esa especie con países separados del nuestro, no tanto por la inmensidad del océano, como por la divergencia de razas, costumbres, tendencias y tradiciones”.2

Lo interesante de la consulta del diplomático estadounidense fue la estrategia para cotejar información. Se esperaba la reacción del funcionario mexicano y la respuesta de México porque las líneas de comunicación estaban intervenidas. En el reporte de los servicios de inteligencia de Estados Unidos que interceptaron la respuesta de Ignacio Mariscal, secretario de Relaciones Exteriores, a Rodríguez Parra, se indica que estaba: “instruido en decir que, si tal tratado secreto existiera, no lo podríamos negar aunque no podríamos revelar su contenido, la misma existencia del tratado es una absurda invención sin fundamento”.3

El tema de la posible alianza militar surgía por los rumores de que el gobierno mexicano había otorgado un permiso a Japón en la bahía Magdalena, ubicada en la península de Baja California, donde en 1907 se había dispuesto la concesión anual a Estados Unidos para establecer una estación de abastecimiento de carbón, que se sumaba al permiso para la realización de prácticas de tiro de la flota de Estados Unidos en el Pacífico con un vencimiento de tres años (Andrade 1989, 37-42). El entonces embajador de México en Estados Unidos, Francisco León de la Barra, desmintió la enajenación o el establecimiento de una estación carbonífera cedida a Japón.4 Asimismo, el gobierno japonés negó que existiera ese tipo de acuerdos con México.

En ese contexto, el ministro Ramón G. Pacheco reportó a la Cancillería mexicana las reacciones a la publicación de un reportaje de un periódico alemán (que recuperaba lo referido por Katz) sobre el compromiso de Japón de apoyar a México ante un conflicto con una “tercera potencia” a cambio de las concesiones de la vía férrea que cruzaba el istmo de Tehuantepec, los derechos migratorios para los ciudadanos japoneses y el establecimiento de la mencionada estación carbonífera en bahía Magdalena. El diplomático mexicano envió un resumen de las notas publicadas en los periódicos japoneses en los siguientes términos:

Los periódicos netamente japoneses estamparon una serie de artículos en que se esforzaron ahincadamente por desmentir la noticia hasta no dejar ninguna duda […] en efecto, dicen los órganos japoneses. El Japón no ha invertido capitales en México; su colonia de nuestro país es muy pequeña; sus relaciones comerciales son de poca o ninguna importancia, y sobre todo, hacen hincapié en la consideración de que el Imperio japonés no tiene nada que esperar de México para hacer causa común en el caso de un conflicto en que nos viéramos empeñados. La actitud de Japón, agregan, no es otra que la de una nación amiga que lamenta la interrupción de la paz en México y desea su breve restablecimiento.5

La prensa extranjera tanto en Estados Unidos como en Europa publicaba insistentemente notas sobre tema. Los Angeles Examiner (1911, 1) refería que el presidente William H. Taft había recibido fotografías del tratado firmado por el régimen de Díaz con Japón. Según el diario, el embajador de Estados Unidos en México, Henry Lane Wilson, había tenido en su poder por un par de horas el documento original, que ya había sido aceptado por Díaz y su gabinete, y ratificado por el Senado mexicano. Se relataba que el representante diplomático se había dirigido a Washington, donde había presentado la evidencia en una reunión del presidente Taft y su gabinete, por lo que se había decidido desplegar a 20 000 efectivos en la frontera y enviar buques a las costas mexicanas.

Asimismo, se mencionaba que Lane Wilson, en reunión con José Yves Limantour, secretario de Hacienda, había expresado que su país consideraría como un acto no amistoso que se cumplimentara el contenido de las cláusulas del supuesto tratado, por lo que externaba un ultimátum para abrogar el citado documento. De lo contrario, Washington tomaría las acciones necesarias contra México y Japón (San Francisco Chronicle 1911, 1). La información era imprecisa y el gobierno de Taft la desmintió (El Chico Record 1911, 1). Años más tarde, el diplomático estadounidense envió un mensaje al entonces senador Philander C. Knox (que había sido secretario de Estado durante esa época) en el que apuntó que “ningún tratado de este tipo fue puesto en mis manos, ni que yo sepa, en manos de los asuntos del Departamento de Estado durante su administración”.6

El mismo Limantour señalaría que esos rumores eran falsos: “Del mismo modo, los rumores de cualquier Alianza política o concesión de instalaciones navales a Japón carecen de la más mínima verdad”.7 Años más tarde, refrendó la negativa después de una consulta hecha por Miguel A. Escalona que refería información provista por el general Manuel Mondragón8 sobre un acuerdo de esa naturaleza con Japón, del cual conocieron Enrique Creel, Porfirio Díaz y su hijo Porfirio Díaz Ortega. El exfuncionario porfirista lo expresaba así: “Ante todo debo decirle que jamás se ha celebrado, que yo sepa, tratado alguno entre México y Japón, que se parezca a una alianza contra Estados Unidos, y que si algún compromiso contrajo nuestro gobierno en ese sentido, lo ignoro por completo”.9

Las noticias sensacionalistas y falsas proliferaban y agregaban elementos, como el compromiso de Japón de combatir a los insurgentes y apoyar el régimen porfirista, o bien, la idea de convertir a México en una plataforma ante un potencial conflicto entre Estados Unidos y Japón. Además, en las primeras planas de los diarios estadounidenses se insertaban encabezados con informaciones contradictorias sobre la cancelación de ese acuerdo bilateral como resultado de las presiones de Washington (Daily Telegram 1911, 1).

En otros países de Europa, fuera de las notas que se generaban activamente en Alemania, se reproducían ampliamente esas noticias. El ministro Gonzalo Aurelio Esteva y Landero, encargado de la legación mexicana en Italia, le remitió a la Cancillería un artículo publicado por el diario La Tribuna el 28 de marzo de 1911 sobre el contenido de la alianza militar mexicano-japonesa.10 En ese sentido, el tema del “otro tratado” de tipo militar se mantuvo presente a lo largo de las primeras dos décadas del siglo XX, tanto en la prensa como en el ambiente diplomático, y en los servicios de inteligencia de Estados Unidos.

La Armada Imperial japonesa en México: ¿más allá de visitas protocolarias?

Es un hecho que Japón supo jugar con los recurrentes rumores de la alianza militar con México y tuvo un acercamiento pragmático antes, durante y después de la culminación del movimiento revolucionario mexicano. La idea de la protección de las comunidades japonesas en el territorio nacional le permitió activar los protocolos de inspección e inteligencia y así la Marina Imperial tuvo un brazo operativo de gran eficiencia, lo cual, de nuevo, generó reacciones de Washington.

Durante la visita de la delegación de marinos del acorazado Asama 浅間 y del crucero protegido Kasagi 笠置 de la Armada Imperial de Japón, al mando del almirante Yashiro Rokurō 八代六郎 y que llegaron a costas mexicanas a principios de diciembre de 1910, se ampliaron las sospechas de una alianza nipomexicana. En el discurso de la recepción ofrecida en el Castillo de Chapultepec, el almirante Yashiro afirmaba:

Encuentro otro parecido entre ambos pueblos, ambos son razas antiguas y a la vez modernas, y ambos tienen un gran futuro por delante. Tanto México como Japón están aumentando su Marina y su Ejército para resistir cualquier insulto contra su territorio, su patria sagrada y sus derechos a la nacionalidad (La Campana 1911, 2).

Esas expresiones daban lugar, indudablemente, a diferentes interpretaciones. Proliferaban las notas periodísticas sobre la supuesta evidencia de la construcción de una alianza japonesa-mexicana. En un comunicado del entonces secretario de Relaciones Exteriores, Enrique Creel, a Limantour, refería la visita de los marinos japoneses y lo expresaba así:

Ya habrá usted sabido que dos buques de la escuadra japonesa visitaron algunos de nuestros puertos y que el contralmirante, con alguna oficialidad, banda de música y 150 cadetes, vino hasta esta capital, donde se les recibió con cortesía. El pueblo estuvo galante y tuvo aplausos y ovaciones para los japoneses. Estos acontecimientos, unidos al éxito de la Exposición japonesa y al lugar prominente que ocupó la embajada especial del Japón durante el Centenario, ha contribuido bastante para despertar celos de parte de la prensa de los Estados Unidos, y aun se han atrevido a anunciar que México está negociando un tratado secreto, ofensivo y defensivo, con el Japón. No creo que el gobierno de los Estados Unidos haya tomado en serio estas cosas; pero sí se puede notar que está muy pendiente de nuestra conducta, y el rumor que ha circulado de que el Japón piensa proponer al gobierno de México el establecimiento de una embajada en esta capital, tiene muy nervioso al señor embajador americano. Se nota por parte de los japoneses un interés muy vivo por estrechar sus relaciones con nuestro país…11

Es claro que durante el Porfiriato y en gobiernos posteriores, México también movía sus piezas usando el acercamiento a Japón como una alianza extracontinental en el terreno diplomático, político (la negociación de un tratado secreto) y logístico (obtención de armas y pertrechos militares), al ser una carta útil en la negociación como estrategia diplomática de tipo triangular entre Washington-Tokio-México.

Fuente: Secretaría de Cultura.-INAH.-Sinafo FN.-Mex. MID: 77_20140827-134500:422049. Reproducción autorizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia.

IMAGEN 1 El almirante Yashiro Rokurō y oficiales del Asama (tarjeta postal) 

Los representantes mexicanos mandaban dobles señales. Mientras algunos negaban aquel acuerdo bilateral de naturaleza defensiva u ofensiva, otros hacían comentarios que dejaban un amplio margen a la interpretación sobre la existencia de una “relación especial” con Japón. Al cónsul Manuel A. Esteva se le atribuía haber dicho que, con su nueva acreditación en Japón, tendría completos poderes para negociar con ese país una alianza militar.12 Asimismo, se mencionaba que el representante consular de México en Laredo, Antonio Lozano, había comentado que el gobierno mexicano estaba insatisfecho porque Estados Unidos no había reconocido a la administración de Victoriano Huerta, por lo que Japón podría apoyar a nuestro país ante una invasión estadounidense al territorio nacional.13

En el contexto de la insurrección interna desde la caída de Porfirio Díaz y del breve gobierno de Francisco I. Madero, resultado de la imposición de la dictadura de Victoriano Huerta, y ante el clima de ausencia de legitimidad y reconocimiento internacional, Japón decidió mandar a México el buque acorazado Izumo 出雲 bajo el mando del capitán Moriyama Keizaburō 森山慶三郎. El ministro de la legación de Japón en México, Adachi Mineichirō 安達 峰一郎, informó sobre la crítica situación política en México, en particular en el norte del país, que estaba afectando y ponía en riesgo a los inmigrantes japoneses del noroeste. La misión del Izumo incluía desde recabar datos más precisos sobre las condiciones del país y valorar el desalojo o la asistencia a la comunidad japonesa dentro del territorio nacional, hasta realizar actividades de inteligencia.

Fuente: Secretaría de Cultura.-INAH.-Sinafo FN.-Mex. Archivo Casasola, MID: 77_20140827-134500:8604. Reproducción autorizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia.

IMAGEN 2 El ministro Adachi Mineichirō con el capitán Moriyama Keizaburō 

El gobierno huertista justificó inicialmente la llegada de los marinos japoneses como una respuesta de Tokio por el envío de la embajada especial presidida por el entonces embajador en Francia, Francisco León de la Barra, para agradecer al gobierno de Japón su participación en las fiestas del Centenario en 1910 (El País 1914a). Sin embargo, los funcionarios de la legación japonesa en México dieron datos más precisos sobre sus motivos: habían venido para atender a los japoneses ubicados particularmente en Sinaloa, Sonora y Chihuahua, por las condiciones de insurrección interna que atravesaba el país (El Diario 1913, 8).

El capitán de fragata Mori Denzo 森電三14 (Schuler 2010, 76-81) fue comisionado, junto con otros marinos, para dirigirse a la Ciudad de México a fin de entrevistarse con Adachi (El País 1913a, 1). En lo particular, Mori llevó a cabo, junto con el teniente Ikeda Keinosuke 池田 敬之助, una detallada investigación y búsqueda de información e inteligencia a lo largo del territorio nacional (El País 1914b, 8). Los análisis de prospección incluían desde el reconocimiento de la orografía mexicana y el estado y el número de los buques extranjeros en los puertos mexicanos, hasta los perfiles y la trayectoria de los miembros del gabinete huertista, de la prensa mexicana y los sistemas de comunicación telegráficos.15

Huerta usó abiertamente la visita del Izumo para generar rumores sobre el posible apoyo de Japón al gobierno mexicano. Es interesante la nota publicada por el periódico El País en la que se menciona que el ministro mexicano residente en Japón, Luis G. Pardo, había señalado que 50 militares japoneses podrían incorporarse al ejército mexicano -previa naturalización- ante cualquier amenaza por parte de Estados Unidos (El País 1913b, 1 y 8).

Independientemente de la falta de veracidad de esas noticias, la llegada de los marinos japoneses sirvió a los intereses de México y Japón, que le dieron un uso político. Al ministro Adachi le permitió llevar a Moriyama con Huerta y ofrecer una imagen de apoyo a su gobierno de parte de Japón a cambio de avanzar en los programas de migración de ese país asiático a territorio nacional, además de generar un clima positivo para continuar las negociaciones de compra de armas con la empresa Mitsui, cuyo primer contrato se realizó el 13 de marzo de 1913 por la cantidad de 50 000 rifles de siete milímetros, calibre 38, que el régimen huertista requería desesperadamente.

Al regreso del capitán Moriyama a Manzanillo, se embarcaron en el Izumo para navegar a varios puertos mexicanos. El acorazado visitó de nuevo Mazatlán, Guaymas, La Paz y Salina Cruz, y se mantuvo en alerta en las aguas del Pacífico mexicano. Incluso se solicitó permiso al gobierno mexicano para que el buque Kiyo-Maru trajera desde Japón 800 toneladas de carbón y “otros objetos”.16

Asimismo, en los reportes que Moriyama remitía al ministro de la Marina Imperial, el barón Saitō Minoru 斎藤 実, daba pormenores sobre el avance de Francisco Villa y de Carranza en el norte del país, en particular de los enfrentamientos en Chihuahua, Torreón y Ciudad Juárez, y de la represión a los “revoltosos” por parte de las tropas huertistas. También se notificaba que 150 japoneses estaban involucrados en la guerra civil, y que otros residentes habían sido afectados en sus propiedades debido a los constantes saqueos a sus negocios, por lo que habían tenido que cerrar, y algunos de ellos carecían de recursos económicos. Ante esa situación, el gobierno japonés envió a un diplomático de su consulado en Chicago para hacer un diagnóstico más detallado de la comunidad japonesa, con lo que se presentaba la posibilidad de darles apoyos económicos, trasladarlos a otras ciudades o incluso internarlos en Estados Unidos.

De igual forma, se describe que los diversos partes de guerra del gobierno de Huerta no eran confiables, pues su ejército había recurrido a la leva para incorporar a nuevos soldados y su calidad no era la mejor, ya que se buscaba elevar las tropas de 150 000 a 200 000. Se relata que la represión contra los pobladores se había incrementado, lo que aumentaba la posibilidad de rebeliones o deserción. Por último, Moriyama informaba que los revolucionarios, en particular el Ejército Revolucionario Constitucional, tenían apoyo, tangible e intangible, de Estados Unidos. No obstante, todavía no dominaban claramente en el territorio mexicano, y el capitán recomendaba que “sería moralmente irracional que el ministro del Imperio japonés negociara con Villa, ya que admitiría su poder”.17

La prensa filtró noticias de que Moriyama se había reunido con los “rebeldes” (Ramón F. Iturbe y Eduardo Hay)18 en el puerto de Altata (El Imparcial 1914, 7) y con representantes de Carranza e incluso de Villa. Posteriormente se negaron esas reuniones (El País 1914c, 3). Sin embargo, es un hecho que tuvieron lugar encuentros con los “bandoleros” (como usualmente los calificaban los medios escritos) para negociar con ellos (sin involucrar directamente a la legación japonesa en el país) las garantías necesarias que aseguraran la integridad de la comunidad japonesa, ya que las noticias de que el Izumo había traído armas para el ejército de Huerta se habían esparcido en la prensa y entre los revolucionarios.

Durante los nueve meses de su permanencia en México, el Izumo no realizó ninguna evacuación de miembros de la colonia japonesa radicados en México, y se mantuvo a la expectativa del avance de la insurgencia. Fue testigo de la renuncia de Victoriano Huerta el 15 de julio de 1914 y, un mes después, todavía logró ver el arribo triunfal de Venustiano Carranza a la Ciudad de México el 20 de agosto.

Después de la caída de Huerta, hubo un periodo de conflictos internos entre las diferentes facciones del nuevo grupo en el poder, situación políticamente endeble para el gobierno interino de Carranza, que logró el reconocimiento de Estados Unidos en octubre de 1915, y dos meses después, el de Japón (Gaytán 2018, 378-385). Sin embargo, los constitucionalistas estaban conscientes de su vulnerabilidad, por lo que la adquisición de armas y equipo militar fue prioridad en sus estrategias internacionales, y de nuevo Japón resurgía en el panorama.

En ese marco, el tema del “otro tratado” continuaba siendo motivo de preocupación en Washington. Los servicios de inteligencia estadounidenses seguían muy activos en el rastreo de la hipotética alianza bilateral de tipo militar, mientras que los funcionarios mexicanos mantenían, de manera ambigua, abierta esa posibilidad. En un comunicado supuestamente enviado a Cándido Aguilar, secretario de Relaciones Exteriores, la embajada estadounidense le solicitaba que explicitara los siguientes puntos contenidos en el “tratado secreto”:

  1. Si las compañías marítimas japonesas tendrían privilegios exclusivos en los puertos mexicanos del Pacífico.

  2. Si estaban negociando el préstamo de una suma considerable con la banca japonesa.

  3. Si estaban contratando con manufactureras japonesas una cantidad considerable de municiones de guerra.

  4. Si esos acuerdos favorecerían las políticas migratorias y de colonización de Japón en el territorio mexicano.

  5. Si se consideraba el aprovisionamiento de combustible de buques de guerra y mercantiles de Japón en Manzanillo y Salina Cruz.

  6. Si el referido tratado se había firmado o estaba en curso de negociación, y cuándo entraría en vigor.

  7. Si el tratado se estaba llevando a cabo con el conocimiento o la aprobación de Estados Unidos.19

Es interesante observar cómo los mismos diplomáticos estadounidenses consideraban que esos rumores tenían poco margen de credibilidad, y que más bien los movimientos del gobierno carrancista estaban encaminados a buscar con Japón una opción alterna para la compra de armas y maquinaria militar.

Me inclino a pensar que los informes sobre las negociaciones pendientes de un tratado entre México y Japón tienen, de hecho, un fundamento endeble. Casi la única base tangible que se puede determinar para estos rumores consiste en la certeza virtual de que este gobierno parece ahora bastante seguro de obtener un suministro considerable de municiones de guerra por parte de proveedores japoneses y que se están considerando algunos arreglos recíprocos para permitir a médicos japoneses y a otros profesionales establecerse en México y viceversa.20

A pesar de lo anterior, en noviembre 1919 el Departamento de Estado instruía de nuevo a la embajada estadounidense en Tokio para que investigara, ya que tenía supuestas evidencias sobre la propuesta de Japón a México para conformar una alianza defensiva-ofensiva que estaba siendo considerada por el gobierno mexicano.21

En efecto, Carranza requería armas para enfrentar la insurrección interna ocasionada por la división del grupo revolucionario que había permitido deponer a Victoriano Huerta, así como para estar preparado ante las presiones internacionales originadas por la Constitución de 1917. En ese sentido, el gobierno carrancista comisionó a Manuel Pérez Romero como enviado especial para emprender negociaciones con la compañía Mitsui para la compra de armas, pedido que fue parcialmente entregado al gobierno de Huerta. El representante del gobierno constitucionalista se enfrascó en una negociación fútil en la que se puso de manifiesto que carecía de información al reclamar la entrega del pedido completo o la devolución del dinero (Kerber 2018, 225-250).

Los “malos negocios” con Mitsui fueron un obstáculo para el tema de la venta de armas a México, no sólo por parte de esa empresa, sino también de otras, como Okura. El gobierno mexicano nombró intermediario a Onodera Toshio 小野寺寿雄, corresponsal del periódico Asahi en México y que había entablado amistad con Mori durante su “viaje de estudio” (The Mexican Herald 1914) a varias partes de la República a lo largo de la estancia del Izumo en México en 1914. Se pretendía que, a través de sus contactos y sus buenos oficios, lograra la deseada compra de rifles y cartuchos. Sin embargo, el ambiente era adverso, pues el gobierno japonés mantenía una moratoria a la venta de armas, excepto para las naciones aliadas en el marco de la Primera Guerra Mundial. En ese sentido, México, en su calidad de país neutral en el conflicto, no podía obtenerlas, por lo que Onodera reportaba:

Aunque practiqué de todas maneras posibles para conseguir objeto, tratando con el gobierno, al alto jefe de fábrica de armas, a los ministros actuales y anteriores de gabinete y a las fábricas privadas, a los todos siempre presentaba al Sr. Romero, pero por las razones y rumores originados de la compañía Mitsui que ambiciona monopolizar el negocio en México, fracasó por lo pronto la compra de armas y cartuchos… Pues de hoy para adelante voy a tratar de las máquinas para la fabricación de cartuchos y los barcos que hay cierta esperanza.22

Posteriormente, en otra misiva enviada a Carranza, Onodera apuntaba que una fábrica de armas y cartuchos costaría alrededor de tres millones de pesos.23 El ya nombrado ministro en Japón, Manuel Pérez Romero, coincidiría en la posibilidad de cerrar la transacción de las fábricas con mayor rango de posibilidades. En un mensaje que envió a Venustiano Carranza expresó lo siguiente:

Con referencia a las fábricas completas, hay mucha más facilidad y me han presentado varios proyectos que estudio con detenimiento y toda eficacia, para que al someterlos a Ud. no le quiten inútilmente su tiempo. De un momento a otro tendrá Ud. en su poder los datos principales a este respecto para que se sirva Ud. ordenar lo que a bien tenga.24

Tiempo después, se insistía en la adquisición de armas, para lo cual el ministro Pérez Romero solicitaba el envío de una comisión especial (Kunimoto 1975, 215). El gobierno de Carranza despachó al mayor José María Carpio, cuya actividad fue monitoreada por Washington y por su representación diplomática en Japón. Desde su llegada a Tokio el 14 de noviembre de 1916, los servicios de inteligencia dieron un seguimiento minucioso a sus negociaciones con las compañías japonesas. Se reportó la posible compra de 40 000 fusiles, municiones e incluso barcos, y la noticia se filtró a la prensa japonesa. The Japan Advertiser daba información precisa de los movimientos de Carpio (acompañado por el ingeniero naval, coronel Rafael Vargas, y Ángel Gutiérrez Astreaga, experto en armas). Se confirmaban así las negociaciones, y que la delegación mexicana había estado en contacto cercano con oficiales de la Armada Imperial. Se apuntaba que, a pesar de los esfuerzos mexicanos para no dar a conocer sus tratos, éstos no habían tenido éxito. En efecto, lo anterior lo refrendaba el coronel Vargas en un comunicado a Carranza en el que le expresaba que, a pesar de sus gestiones para la adquisición de la “maquinaria” solicitada, ésta no se había concretado.25

De acuerdo con León de Frago, agregado naval de la legación de México en Japón, el entonces contralmirante Moriyama Keizaburō (en su calidad de jefe del Estado Mayor de la Armada Imperial) se había entrevistado con Carpio, Vargas y Gutiérrez,26 ante quienes se expresó de manera cordial sobre las relaciones bilaterales. La cercanía con los altos mandos de la Marina japonesa se observó también en las visitas frecuentes a los puertos de Kure, Sasebo y Yokosuka, donde encontraron empatía para sus demandas. En ese sentido, los altos funcionarios de la Armada Imperial fueron muy activos y abiertos en apoyar las solicitudes de los mexicanos, lo cual generó tensiones con el Ministerio de Asuntos Exteriores de Japón, que deseaba mantener la política de embargo de armamento (Kunimoto 1975, 216).

The Japan Advertiser (1917, 1) apuntaba que se había rentado por dos meses y medio el barco Kotohira Maru, de la compañía Katsuda Steamship, por medio del señor Suzuki Akiyuki 鈴木昭, dueño del Suzuki Shiten, a pesar de la baja calidad del material ofrecido, al parecer armamento caduco. De acuerdo con Kunimoto Iyo, se concretó la negociación. El coronel Carpio regresó a México a bordo del barco mercantil japonés junto con 27 expertos japoneses en armas (Kunimoto 1975, 219-220).

Ante la opción de la compra de maquinaria para la manufactura de rifles y municiones, llegó una propuesta para negociar con el acero y el fierro mexicanos a cambio de armas. Pérez Romero informó a la Cancillería que la oferta había sido recibida de un grupo de inversionistas japoneses interesados (detrás de los cuales se encontraba Mitsui), en la que resaltaban los siguientes aspectos:

  1. Entrar en negociaciones con una empresa siderúrgica mexicana y establecer una “empresa cooperativa” con aportación proporcional mexicana y japonesa de cinco o diez millones de pesos cada uno.

  2. Destinar el capital a ampliar las capacidades de la empresa acerera mexicana.

  3. Establecer un astillero en un puerto mexicano para la construcción de embarcaciones.

  4. Construir una fábrica de rifles en cuya producción México tendría la prioridad, y el excedente sería destinado a la exportación hacia países de Centroamérica y América del Sur.

  5. Condicionar lo anterior a que se produjera fierro en términos de la cantidad y la calidad requeridas por la empresa.

  6. Obtener precios “equitativos” de carbón mineral para las necesidades de la empresa.27

La propuesta era considerada por Pérez Romero como viable a través de la empresa Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey. No obstante, su materialización sin lugar a duda contaría con la oposición de Washington y la profundización de las tensiones con el gobierno de Carranza. Sin embargo, la idea de la compra de equipos para fabricar armas y cartuchos se mantuvo como proyecto de Estado hasta el final del gobierno de Carranza. Japón, a través de la Armada Imperial, mostró un decisivo apoyo para fortalecer esa iniciativa como una pieza importante para la seguridad nacional mexicana.

Alemania, mientras tanto, había sido muy activa en difundir los rumores de la inminente alianza militar entre México y Japón, estrategia que se mantenía en el marco de la Primera Guerra Mundial para distraer la atención de Estados Unidos antes de la decisión del presidente Woodrow Wilson de ingresar, el 2 de abril de 1917, al escenario de la conflagración en Europa. En un telegrama interceptado por Gran Bretaña, enviado al representante diplomático germano en México por el ministro de Asuntos Exteriores de Alemania, Arthur Zimmerman, en enero de ese año, se planteaba la propuesta de una alianza triple entre Alemania, Japón y México, mediante el ofrecimiento de apoyo financiero y la devolución de los territorios perdidos en 1848.

Lo anterior renovó la atención de la opinión pública estadounidense, cuando el gobierno de Estados Unidos decidió darlo a conocer a la prensa (Gaytán 2018, 418-422). Japón negó cualquier tipo de acuerdo tripartita, pero de nuevo el gobierno de Carranza usó la noticia como estrategia de política internacional y como pieza dentro de una virtual partida de ajedrez de carácter geopolítico.

El avance para la instalación de “un establecimiento de fabriles militares” por parte del gobierno constitucionalista requería la adquisición de la maquinaria y el know how para su conversión en proyecto viable. En ese contexto, Japón se visualizaba como pieza clave para la proveeduría de insumos militares al término de la Primera Guerra Mundial y el posterior levantamiento de las restricciones de la comercialización de armamento por parte de Tokio.

En ese panorama ocurrió la estancia en México del crucero Yakumo 八雲, como parte del entrenamiento de 49 cadetes del área de ingeniería (El Chico Record 1919, 1) durante 13 días, al mando del comandante Usagawa Tomoyoshi 宇佐川 知義.

Fuente: Secretaría de Cultura.-INAH.-Sinafo FN.-Mex. Archivo Casasola, MID: 77_20140827-134500:40160. Reproducción autorizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia.

IMAGEN 3 Marinos del buque de guerra Yakumo en México 

Como en las anteriores visitas de marinos japoneses, llegaron en un momento políticamente complejo del país. La escuadra de instrucción arribó el 1 de enero al puerto de Manzanillo y zarpó el 13 del mismo mes para Salina Cruz con dirección a Panamá. Igual que en las visitas previas de los buques de guerra japoneses, fueron objeto de diversas recepciones y encuentros con funcionarios y representantes de la comunidad japonesa en México (México Nuevo 1920, 1).

La llegada de los marinos japoneses a la estación ferroviaria de Buenavista el 3 de enero fue el inicio de diversas actividades en las que el comandante Usagawa utilizaba, de nuevo, la empatía entre México y Japón como base de su amistad. Lo refería de la siguiente manera: “En mi patria se tienen grandes simpatías por México y por los mexicanos, y tanto el gobierno como el pueblo japonés se muestran interesados por seguir de cerca el desarrollo y el desenvolvimiento de este joven país” (Excelsior 1920a, 1).

Usagawa apuntó que el objetivo de su visita era de cortesía y para apoyar la instrucción de los cadetes japoneses. Asimismo, expresó que algunos miembros de la tripulación ya habían visitado el país, como Ikeda Keinosuke, ahora con rango de mayor y jefe del Estado Mayor del Yakumo. La presencia de Ikeda, que era un hombre de confianza del contralmirante Moriyama, como se había comprobado durante la estancia del Izumo en México, y que había estado presente en reuniones con Carpio en Japón, generaba varias preguntas.

¿Su llegada se debía a su conocimiento del español o se pretendía mantener contacto con el gobierno mexicano y con la legación japonesa, en particular con el encargado de negocios, Itō Keiichi 伊藤敬, para tener información directa sobre el avance del proyecto de las fábricas nacionales de armamento que había tenido el respaldo de miembros de la Armada Imperial de Japón? Es más, ¿la misión buscaba recabar datos del ambiente de confrontación política entre Álvaro Obregón y la administración carrancista por designar a Ignacio Bonillas, embajador de México en Estados Unidos, como candidato presidencial y sucesor de Carranza? En efecto, lo anterior era objeto de interés de la Marina japonesa. Destaca la visita a varias instalaciones militares en la Ciudad de México, pero en particular a las dos destinadas a la fabricación de cartuchos: la primera en la zona de Chapultepec y la segunda en Molino del Rey, que tenía maquinaria japonesa para la manufactura de insumos para los máuseres de 7 mm que había sido negociada por Carpio y Vargas hacía tres años (El Demócrata 1920, 1). Es relevante que se sumaron otros cadetes del Yakumo que habían llegado en un tren especial desde Manzanillo. Una pregunta adicional sería saber cuál era el objetivo de añadir más miembros exclusivamente para conocer el lugar donde la maquinaria japonesa había sido instalada. ¿Era sólo una decisión para aportar a la instrucción de los cadetes japoneses o un medio para que los jóvenes estudiantes de ingeniería naval conocieran los resultados de la transferencia tecnológica para la fabricación de cartuchos que había realizado su país a México? El arribo del Yakumo generó más sospechas sobre los motivos de su estancia en el Pacífico mexicano. No fue coincidencia la publicación de notas en la prensa (basadas en fuentes de inteligencia de Estados Unidos) acerca de que los miembros de la Armada Imperial habían descargado armas y municiones en 18 furgones que contenían 500 ametralladoras, 15 000 rifles y cartuchos en el puerto de Manzanillo para ser entregados al gobierno, e incluso se comentó que se había acordado, de nuevo, un tratado secreto entre México y Japón (Excelsior 1920b, 1).

El subsecretario de Relaciones Exteriores, Hilario Medina, negó ese hecho (La Prensa 1920a), y la legación japonesa desmintió también la noticia. Sin embargo, se destacaba una declaración de Luis Cabrera (hecha un mes atrás) de que el gobierno esperaba recibir un cargamento de armas proveniente de Europa o de Japón, y cuando los periodistas lo cuestionaron al respecto, se negó a responder. Después surgió una ambigua explicación de que se trataba de una “maquinaria especial” para fabricar cañones en los talleres de la Secretaría de la Defensa (La Prensa 1920b, 4), lo cual incrementó las dudas de una hipotética alianza nipomexicana.

En un informe al Departamento de Estado se notificó la llegada del Yakumo a Manzanillo, pero Harry L. Walsh, cónsul americano en ese puerto, reportó que a finales de diciembre había arribado a Salina Cruz otro barco con bandera japonesa con un gran cargamento de maquinaria para la manufactura de municiones que fue declarado como “equipo agrícola”.28 Los servicios de inteligencia no reportaron el desembarco de armamento proveniente del Yakumo, aunque era altamente probable que Cabrera se refiriera al barco de Salina Cruz. Sin embargo, era notable -e innegable- el programa gubernamental para la modernización de su arsenal militar y, en particular, de los rifles tipo máuser y las ametralladoras (Excelsior 1920c, 1).

El tema del “otro tratado” siguió apareciendo durante el resto de la década de 1920 en el marco del aumento de las fricciones entre Estados Unidos y Japón. La prensa insistía en publicar ese tipo de notas sensacionalistas. En 1927, en consultas de funcionarios del Departamento de Estado con el embajador de Japón en Washington, Matsudaira Tsuneo 松平恒雄,29 se inquiría sobre el asunto con base en una declaración publicada en el New York American, por lo que le solicitaban que desmintiera la noticia, lo que el representante diplomático hizo un par de días después en los siguientes términos:

Con respecto al informe recientemente circulado en algunos periódicos de que Japón y México estaban negociando un tratado “secreto”, la Embajada de Japón afirma, en nombre del gobierno japonés, que nunca se ha acercado a México con propuestas de ningún tipo de tratado secreto ni ha recibido nunca sugerencia de tal naturaleza por parte del gobierno mexicano y, por tanto, que no existe tratado o acuerdo secreto alguno entre Japón y México.30

Más allá de las conversaciones oficiales o informales sobre un tratado militar secreto entre México y Japón, fue una temática recurrente a la que daban seguimiento los servicios de inteligencia, que interpretaban una especie de juego de suma cero en el que la mayor cercanía japonesa con México constituía un peligro constante para la seguridad de Estados Unidos.

México y Japón capitalizaron, en diferentes momentos, esa preocupación y dieron lugar a declaraciones vagas, incluso a pronunciamientos de amistad o solidaridad entre ambas naciones por parte de funcionarios de alto nivel, diplomáticos o visitantes distinguidos (como los marinos), en las que dejaban abierta la interpretación de que el gobierno mexicano podía contar con el apoyo de un país extracontinental ante cualquier circunstancia. Es claro que, en sus estrategias internacionales, ambos países usaron la posible existencia del “otro tratado” como un activo de negociación frente a Washington.

Reflexiones finales

En el escenario geopolítico de Japón en las primeras cuatro décadas del siglo XX, México fue pieza clave en el juego de estrategias frente a Estados Unidos. Tokio usó de manera eficiente el sólido vínculo de amistad forjado entre los dos países después de la firma del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación de 1888, y los sentimientos antiestadounidenses de un sector importante de la élite y el pueblo mexicano (Schuler 2010, 56-57), para mandar señales a Washington (que vigilaba los movimientos de los diplomáticos y de los miembros de la comunidad japonesa en México y en América Latina en general) de su capacidad de incidencia en el área de influencia directa norteamericana como una afrenta a la doctrina Monroe.

Desde la perspectiva de la defensa de Estados Unidos, México era (y sigue siendo) un eslabón endeble. Diferentes factores, como los geográficos, al compartir una frontera de 3 185 kilómetros, y sobre todo su porosidad, generaban preocupaciones constantes. El uso de los vastos litorales mexicanos y de sus puertos como potenciales puntos de control y abastecimiento de la Armada Imperial japonesa, en un hipotético escenario de conflicto, era un aspecto que advertía no sólo la prensa sensacionalista, sino también los servicios de inteligencia de la Casa Blanca.

En ese contexto, los ocupantes de los barcos Asama, Izumo y Yakumo fueron testigos de la descomposición acelerada tanto de la dictadura porfirista como de la huertista, así como del ocaso del gobierno de Venustiano Carranza, con la diferencia de que la agenda del barco al mando de Moriyama superaba la visita de cortesía para inspeccionar la situación interna en México, lo que implicó la entrevista con representantes carrancistas y villistas.

Durante las primeras dos décadas del siglo XX, Japón desplegó una política exterior pragmática que, de manera independiente al grupo en el poder en México, buscaba garantías para proteger a la comunidad japonesa residente en el país, así como oportunidades de negocios. La idea de que México era una pieza importante y de alta vulnerabilidad para la seguridad nacional estadounidense también fue advertida por países como Alemania, que fue muy proactivo en la difusión de rumores sobre la alianza defensiva y ofensiva nipomexicana, que incluso se usó como táctica en la Primera Guerra Mundial con el telegrama Zimmerman.

Quizá lo más importante fue el papel de la Marina japonesa, que desplegaba tanto acciones de protocolo a través del ejercicio de una diplomacia naval como labores de inteligencia y enlace con los actores políticos en México. Independientemente de la existencia o no de un tratado militar bilateral, fue claro el apoyo ofrecido por la Armada Imperial al gobierno de Carranza para la compra de armas y maquinaria para la fabricación de cartuchos en momentos en que los funcionarios de la Cancillería japonesa se negaban a romper la moratoria implementada por el gobierno de Japón. En suma, la Armada Imperial tuvo un papel estratégico en las relaciones de Japón con México, las cuales serían cada vez más importantes como parte de la estrategia política internacional en América Latina en la antesala de la guerra del Pacífico.

Referencias

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1“Comunicación al secretario de Estado”, 28 de junio de 1911. National Archive and Records Administration (NARA), RG 59, General Records of Department of State. M315 712.00-712-942.

2“Supuesta alianza México-japonesa”, 5 de marzo de 1908. Archivo Histórico Genaro Estrada (AHGE), Archivo Histórico Diplomático (AHD), Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), clasificación topográfica 15-20-62.

3“Comunicación al embajador Thomas J. O’Brien de Estados Unidos en Japón”, 26 de marzo de 1908. NARA, RG 59, General Records of Department of State. M315 712.00-712-942.

4“Venta de la Bahía Magdalena”, 12 de abril de 1911. AHGE, AHD, SRE, clasificación topográfica L-E-653.

5“Comentario de la prensa sobre la situación en México”, 23 de marzo de 1911. AHGE, AHD, SRE, clasificación topográfica L-E-653.

6“Comunicación de Henry Lane Wilson al senador Knox”, 19 de febrero de 1919. NARA, RG 59, General Records of Department of State. M315 712.00-712-942.

7“Carta de José Y. Limantour”, 11 de marzo de 1911. Centro de Estudios de Historia de México (CEHM), fondo cdliv.2ª, carpeta 26, documento 95,http://www.archivo.cehmcarso.com.mx/janium-bin/janium_zui.pl?jzd=/janium/JZD/CDLIV/2a/1910/26/95/CDLIV.2a.1910.26.95.jzd&fn=280798

8“Carta de Miguel A. Escalona a José Y. Limantour”, 31 de diciembre de 1919. CEHM, fondo cdliv, carpeta 12, documento 33,http://www.archivo.cehmcarso. com.mx/janium-bin/janium_zui.pl?jzd=/janium/JZD/CDLIV/2a/1910/12/33/CDLIV.2a.1910.12.33.jzd&fn=247552

9“Carta de José Y. Limantour”, 16 de enero de 1920. CEHM, fondo cdliv,carpeta 12, documento 403, http://www.archivo.cehmcarso.com.mx/janium-bin/janium_zui.pl?jzd=/janium/JZD/CDLIV/2a/1910/12/403/CDLIV.2a.1910.12.403.jzd&fn=247902

10“Un artículo de La Tribuna sobre supuesta alianza entre México y el Japón”, 31 de marzo de 1911. AHGE, AHD, SRE, clasificación topográfica L-E-653.

11“Comunicación de Enrique Creel, secretario de Relaciones Exteriores, a José Y. Limantour”, 19 de enero de 1911. CEHM, fondo cdliv.2ª, legajo 76, carpeta 8, foja 8,http://www.archivo.cehmcarso.com.mx/janium-bin/janium_zui.pl?jzd=/janium/JZD/CDLIV/2a/1910/8/76/CDLIV.2a.1910.8.76.jzd&fn=247065

12“Comunicación de H. Jackson al presidente Woodrow Wilson”, 27 de marzo de 1913. NARA, RG 59, General Records of Department of State. M315 712.00-712-942.

13“Comunicación de John A. Valls al secretario de Estado, Willian J. Bryan”, 18 de abril de 1913. NARA, RG 59, General Records of Department of State. M315 712.00-712-942.

14Mori hablaba español, francés, inglés, alemán e italiano. A sus 33 años de edad había participado en la guerra rusojaponesa, y realizó en varias partes del país inspecciones meticulosas de la infraestructura del gobierno huertista que autorizaron su labor de inteligencia ante el hipotético apoyo militar de Japón (Schuler 2010, 76-81).

15“Reporte del lugarteniente Denzo Mori”, 13 de enero de 1914. Japan Center for Historical Records (JCHR), reference code: C08020414800.

16“Oficio del ministro Adachi al secretario de Relaciones Exteriores, José López Portillo y Rojas”, 2 de marzo de 1914. AHGE, AHD, SRE, expediente III/325(52)/3, clasificación topográfica 11-4-106.

17“Reporte de Keizaburo Moriyama al ministro Saitō Minoru”, 19 de marzo de 1914. JCHR, Records, National Archives of Japan, reference code: C08020413300.

18Ramón F. Iturbe viajó posteriormente a Japón y, por muchos años, fue el agregado militar de la legación de México en Japón, hasta el rompimiento de las relaciones diplomáticas entre los dos países en el inicio de la guerra del Pacífico. Eduardo Hay fue nombrado enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de México en Japón, del 17 de mayo al 23 de diciembre de 1923, donde volvió a encontrarse con el capitán Moriyama.

19“Comunicación de la Embajada de Estados Unidos en México al secretario de Estado”, 1 de noviembre de 1916. NARA, RG 59, General Records of Department of State. M315 712.00-712-942.

20Comunicación de la Embajada de Estados Unidos en México al secretario de Estado”, 3 de noviembre de 1916. NARA, R.G 59, General Records of Department of State. M315 712.00-712-942.

21“Comunicado del Departamento de Estado a la Embajada de Estados Unidos en Japón”, 20 de noviembre de 1919. NARA, R.G 59, General Records of Department of State. M315 712.00-712-942.

22“Comunicación de T. Onodera”, 5 de julio de 1915. CEHM, fondo xxi, legajo 5307, carpeta 48,http://www.archivo.cehmcarso.com.mx/janium-bin/janium_zui.pl?jzd=/janium/JZD/XXI/48/5307/1-3/XXI.48.5307.1-3.jzd&fn=14927

23“Comunicación de R. Zubarán Campany a Venustiano Carranza”, 10 de abril de 1916. CEHM, fondo XXI, legajo 8008, carpeta 73,http://www.archivo.cehmcarso.com.mx/janium-bin/janium_zui.pl?jzd=/janium/JZD/XXI/73/8008/1/ XXI.73.8008.1.jzd&fn=18912

24“Mensaje de Manuel Pérez Romero a Venustiano Carranza”, 16 de julio de 1916. CEHM, fondo XXI, legajo 9847, carpeta 88,http://www.archivo.cehmcarso.com.mx/janium-bin/janium_zui.pl?jzd=/janium/JZD/XXI/88/9847/2-2/XXI.88.9847.2-2.jzd&fn=78783

25“Comunicación de R. Vargas a Venustiano Carranza”, 6 de octubre de 1916. CEHM, fondo XXI, lejago 11151, carpeta 98,http://www.archivo.cehmcarso.com.mx/janium-bin/janium_zui.pl?jzd=/janium/JZD/XXI/98/11151/1/XXI.98.11151.1.jzd&fn=42551

26“Comunicación de León de Frago a Cándido Aguilar”, 26 de diciembre de 1916. CEHM, fondo XXI, legajo 12337, carpeta 108,http://www.archivo.cehmcarso. com.mx/janium-bin/janium_zui.pl?jzd=/janium/JZD/XXI/108/12337/1-3/XXI.108.12337.1-3.jzd&fn=32898

27“Comunicación de Manuel Pérez Romero al subsecretario de Relaciones Exteriores”, 22 de noviembre de 1917. CEHM, fondo XXI, legajo 13497, carpeta 119,http://www.archivo.cehmcarso.com.mx/janium-bin/janium_zui.pl?jzd=/janium/JZD/XXI/119/13497/1/XXI.119.13497.1.jzd&fn=27550

28“Comunicación del Consulado en Manzanillo al Departamento de Estado”, 15 de enero de 1920. NARA, RG 59, General Records of Department of State. M315 712.00-712-942.

29“Conversación con el embajador japonés”, 1 de diciembre de 1927. NARA, RG 59, General Records of Department of State. M315 712.00-712-942.

30“For the Press”, 8 de diciembre de 1927. NARA, RG 59, General Records of Department of State. M315 712.00-712-942.

Recibido: 06 de Noviembre de 2020; Aprobado: 20 de Enero de 2021

Carlos Uscanga es doctor en cooperación internacional por la Universidad de Nagoya, Japón, maestro en ciencia política internacional por la Universidad de Ejime, Japón, y licenciado en relaciones internacionales por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es profesor titular de tiempo completo nivel “C” en el Centro de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Fue miembro del Grupo de Estudio intergubernamental para el Fortalecimiento de las Relaciones Económicas de México y Japón. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores de México, nivel 2. Participó, en 2011, en el programa de estancias cortas de investigación en la colección latinoamericana Nattie Lee Benson, de la Universidad de Texas en Austin. Recibió, en 2019, el Reconocimiento del Ministerio de Asuntos Exteriores de Japón por sus aportaciones en la investigación y la docencia en estudios japoneses en México. Tiene diversas publicaciones sobre relaciones económicas y diplomáticas entre México y Japón, política exterior japonesa y mecanismos de cooperación regional en el Pacífico asiático y sobre cooperación internacional.

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