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Estudios de Asia y África

versión On-line ISSN 2448-654Xversión impresa ISSN 0185-0164

Estud. Asia Áfr. vol.56 no.2 Ciudad de México may./ago. 2021  Epub 11-Jun-2021

https://doi.org/10.24201/eaa.v56i2.2683 

Traducción

El amo de los libros: una traducción borgiana de un cuento de Naiyer Masud

The Master of the Books: A Borgean Translation of a Short Story by Naiyer Masud

Ursula Natalia Wood Guadarrama1 

1El Colegio de México, México


Resumen:

Los críticos literarios han clasificado la obra del escritor indio Naiyer Masud dentro del género de lo fantástico. El escritor crea un universo literario desconcertante pero intrigante que recuerda las técnicas narrativas de Jorge Luis Borges. En el texto se presenta la primera traducción al español del cuento “Kitābdār” de Masud.

Palabras clave: Masud; urdu; literatura fantástica; Borges; traducción literaria

Abstract:

Literary critics have classified the work of the Indian writer Naiyer Masud within the genre of the fantastic. The writer creates a puzzling but intriguing literary universe reminiscent of Jorge Luis Borges’ narrative techniques. This article presents the first translation into Spanish of Masud’s short story “Kitābdār”.

Key words: Masud; Urdu; fantastic literature; Borges; literary translation

La obra del escritor indio en lengua urdu Naiyer Masud llegó a mi vida de manera inesperada, gracias a una investigación acerca de la literatura fantástica del sur de Asia. Desde el inicio, su estilo narrativo, su precisión del lenguaje y los escenarios que creaba en sus cuentos me cautivaron por completo. Pronto me di cuenta de que el enigma de la escritura de Masud se escondía tras un simple pero laberíntico lenguaje. Este gusto por los inconmensurables significados secretos de las palabras trajo hasta mí la imagen de otro famoso escritor: Jorge Luis Borges. Aunque asidua lectora de ambos, las similitudes narrativas y temáticas entre sus obras no se me revelarían sino hasta la traducción al español del cuento que aquí se presenta: “Kitābdār” (2009) [El bibliotecario] de Naiyer Masud.1 Así, en esta breve introducción se narra el viaje que convirtió al bibliotecario de Masud en “El amo de los libros”. Antes de nuestro recorrido entre lenguas, dedico un momento al autor y su obra.

Fragmentos de vida y de escritura

Naiyer Masud nació el 16 de noviembre de 1936 en la ciudad de Lucknow. A diferencia de Borges, cuya vida transcurría entre continentes, Masud no soportaba la idea de alejarse de su ciudad natal. Su lugar de residencia y de creación era “Adabistán”, la Morada de la Literatura, casa construida y nombrada así por su padre, y hogar del escritor desde la infancia. El corazón de esta morada era, por supuesto, la biblioteca. Gracias a su trabajo como académico de lengua persa en la Universidad de Lucknow, el padre de Masud “reunió en ésta una amplia colección de libros y manuscritos raros a los que el autor tuvo acceso durante su formación” (Shum 2006, 31). Inspirado por los misteriosos universos que habitaban la biblioteca de su padre, Naiyer Masud decidió estudiar a profundidad las lenguas que lo acompañaron desde su infancia, por lo que obtuvo un doctorado en lengua urdu por la Universidad de Allahabad y otro en lengua persa por la Universidad de Lucknow, institución en la que comenzaría su carrera como académico en 1965. Naiyer Masud dejaría su amada ciudad y su Morada de la Literatura para convertirse en un habitante más del laberinto de tinta el 24 de julio de 2017.

Respecto a su carrera como escritor, aunque se puede decir que empezó a muy temprana edad, sus textos literarios no se publicaron sino hasta 1971. Además de sus cuentos -que han sido clasificados dentro del género ficción-, su obra también incluye libros para niños, traducciones e investigaciones académicas. Masud escribió un total de 35 cuentos, los cuales se fueron publicando tanto en colecciones de cuentos del propio autor como en revistas literarias. La primera colección, Sīmiyá [Lo oculto] de 1984, es la única en la que los cinco cuentos se relacionan entre sí para narrar la historia del hogar ancestral y de la gente que lo habita. En su segunda colección, ‘Itr-e-Kāfūr [Aroma del alcanfor] de 1990, el autor desarrolla, a lo largo de siete historias, sus ideas acerca del arte de escribir mediante alusiones a otros oficios. En 1997 se publica su tercera colección: Tā’ūs Chaman kī Mainā [El pájaro estornino del jardín del pavo real], que consta de ocho cuentos en los que relata la decadencia de las costumbres, las culturas y las personas. Con un total de 11 cuentos, su última colección, Ganjefa [Juego de naipes] de 2008, se centra en los enigmas del lenguaje. El cuento que aquí se presenta forma parte de esta colección.

Los cuentos de Masud han sido clasificados como literatura fantástica debido a su peculiar estilo y a sus desconcertantes tramas con finales inesperados. De acuerdo con Todorov (2006, 31): “lo fantástico implica […] una integración del lector al mundo de los personajes; se define por la percepción ambigua que tiene el propio lector de los acontecimientos relatados”. En el caso de los cuentos de nuestro autor, aunque cumplen con las características mencionadas, presentan una ambigüedad que no es resuelta, por lo que el lector se queda con una sensación de confusión, como si la historia continuara en un plano paralelo al que no tiene acceso.

Este plano al que me refiero forma parte de la poética de la infinidad, término que se plantea aquí para describir las estrategias narrativas que el autor utiliza -y, por tanto, que el traductor debe reproducir- para desencadenar la experiencia de lo fantástico. Esta poética se caracteriza por descripciones exhaustivas que dan como resultado espacios infinitos e inconcebibles, así como por el uso de un lenguaje llano que evita la ambigüedad. En efecto, la sensación de extrañeza que se experimenta al leer a Masud no surge tanto de la trama que se relata, sino del lenguaje que se utiliza, pues aunque los lectores son capaces de entender cada una de las palabras escritas, no logran concebir los espacios o las situaciones que se plantean debido a su nivel de abstracción.

Esto ha llevado a varios críticos literarios a establecer paralelismos entre el mundo de los sueños y las atmósferas que se recrean en los cuentos de Masud. De hecho, los estudiosos de su obra coinciden en que “los cuentos de Masud son esencias, fragmentos de sueños y de historias largas en forma concentrada” (Muse 2006, 14); “es un mundo de espejismos, de ambigüedades, de vacuidades a la vez sutiles y eminentes que nos desconciertan con sus abismos” (Shum 2006, 24). Al respecto, en una entrevista con Asif Farrukhi (1997, 266), Masud comentó: “lo que sea que se considere ‘atmósfera’ en mis historias surge, en gran parte, del lenguaje. Presto mucha atención al lenguaje; […] en cómo escribir con precisión, en la selección de palabras que comunicarán mi intención de la manera más adecuada”. Como se deduce de estas citas, la atmósfera onírica en sus narraciones se crea mediante una precisión en el uso del lenguaje que, en el afán de evitar la ambigüedad, termina desorientando al lector, pues lo traslada a un escenario en el que el tiempo se ha desvanecido, en el que todo da la impresión de estar presente eternamente, y donde el lenguaje parece haber perdido su capacidad de significación. ¿Cómo traducir un lenguaje sin referente? ¿Será acaso ésta una de las razones por las que los protagonistas de sus ficciones se pierden en una constante búsqueda de significado?

La biblioteca de Masud

Fiel admirador de Edgar Allan Poe, Kafka y Borges, Naiyer Masud no duda en integrar estrategias narrativas de estos escritores en sus cuentos. La influencia de Borges es notoria sobre todo en su antología de cuentos Ganjefa o Juego de naipes, de 2008.2 Así, no es casualidad que en esta colección se encuentre también la historia en la que se describe la vida dentro de una biblioteca. Como “La biblioteca de Babel” de Borges, “Kitābdār” comienza con una exhaustiva descripción del recinto que alberga la biblioteca, un sitio recóndito habitado por los libros. A medida que la narración avanza, el lector asiste al proceso de decadencia del edificio y al desvanecimiento de sus moradores. De manera paralela, se presenta una serie de personajes que permite ahondar en el propósito de esta enigmática biblioteca dentro del universo de la ficción.

Antes de comenzar nuestro viaje entre universos lingüísticos, es pertinente ahondar en la poética de la infinidad, recurso que, como ya se explicó, utiliza el autor no sólo para desencadenar la experiencia de lo fantástico, sino también para trasladar la búsqueda del lenguaje más allá del plano de la ficción. Empezaré por mostrar su nivel espacio-temporal, el cual se manifiesta desde el inicio del relato mediante la presentación de situaciones y escenarios. En efecto, Masud opta por describir exhaustivamente la locación de la biblioteca con palabras sencillas. Pese a su claridad, la narración transmite un sentimiento desconcertante; como si tras ese lenguaje tan simple se escondiera el verdadero enigma del cuento. Esta sensación de extrañeza se explica, en parte, porque el autor suprime cualquier referencia temporal y espacial que permita a los lectores situar la historia en una época o ciudad determinada. Marcel Le Goff (1995, 32), hablando del estilo de Borges, explica: “el relato borgeano puede prescindir de los ingredientes habituales de una narración; no se respeta el marco espacio-temporal y no siempre es fácil para el lector dejarse llevar al no-lugar de la utopía, al no-tiempo de la acronía”. Siguiendo esta línea de ideas -y con el fin de aludir a las similitudes estilísticas entre los escritores-, los críticos de Masud argumentan que “si las historias no empiezan en un punto lógico, si no culminan al final del día, si fracasan en concluir y se muestran siempre abiertas, es porque no conciben la realidad como algo divisible o lineal” (Memon 1997, 4).

Así, la vida del “amo de los libros” de Masud acontece en un no espacio, en un no lugar, en el que la biblioteca se presenta como un universo aislado espacial y temporalmente. A la luz de la poética de la infinidad, esto es muy relevante, pues da cuenta de cómo, mediante descripciones exhaustivas, el autor logra no sólo materializar la eternidad a través de un lenguaje simple, sino que además le permite quebrantar las fronteras entre ficción y realidad mediante un doble movimiento. En otras palabras, los lectores participan de la historia -como sucede usualmente en el género fantástico-, pero también trasladan el mundo ficticio a su realidad cotidiana, pues como señalara el mismo Masud: “mis historias no son fantasías, al menos no en el sentido de lo fantástico. No se puede decir que esos acontecimientos no ocurren en la vida real” (Farrukhi 1997, 268).

Ahora bien, ¿qué pasa con el lenguaje tanto dentro como fuera del universo de la biblioteca? Desde siglos atrás, pensadores, escritores y poetas se han perdido en la búsqueda del Libro perfecto, aquel que contendría el lenguaje de la creación. Demiurgos efímeros, los escritores dejan tan sólo entrever atisbos de aquella escritura para que los lectores la interpreten. Masud, como muchos otros de sus camaradas, dedicó textos enteros a desvelar los misterios del lenguaje. De hecho, su obsesión por el tema llegó a tal punto que, mediante juegos metatextuales, empezó a crear interpretaciones de textos y manuscritos imaginados, ¿acaso aquellos de su biblioteca? Así, entre sueños y combinaciones de grafías, nuestro demiurgo de Babel reproduce ad infinitum esos símbolos, y cautiva a todos los que osan atravesar las puertas de la biblioteca. Vemos, entonces, cómo la poética de la infinidad aparece nuevamente para ejercer su doble movimiento, sólo que ahora el lector se convierte en un reflejo de aquellos lectores-personajes que, al igual que el propio creador, se la pasan buscando incesantemente los arcanos del lenguaje entre los laberintos de tinta.

El laberinto de los senderos que se bifurcan: un recorrido entre lenguas

Traducir a Naiyer Masud implica transgredir las fronteras entre la ficción y la realidad. En efecto, conforme se avanza en la tarea, el traductor se descubre llevando a cabo la misma misión que los personajes acerca de los que está leyendo; me refiero a descifrar el mensaje para luego intentar transmitirlo mediante un lenguaje preciso. Y es que, como explica Muhammad Umar Memon (1997, 2), el traductor más célebre de Masud en el mundo anglófono: “[en sus cuentos] las palabras se seleccionan con sumo cuidado, no tanto por su significado como por su predisposición para evocar el silencio y la quietud en los que lo impreciso se torna evidente”. Esta obsesión con la precisión del lenguaje haría que Masud enfureciera a más de uno de sus traductores, pues “insistía en mantener la misma palabra, incluso el mismo orden en el que aparecían los elementos en la oración; pero sobre todo odiaba que se hiciera el mínimo énfasis, aun cuando éste pudiese explotarse creativamente en la traducción” (2). Ahora bien, ¿qué debe hacer el traductor para conservar la precisión lingüística al mismo tiempo que trabaja con una estructura de significación que parece derrumbarse ante sus ojos? ¿Qué es lo que hace tan desafiantes los cuentos de Naiyer Masud para nosotros los traductores?

Contrariamente a lo que se esperaría, varios estudiosos de la obra de Masud -entre los que destacan John Kenneth Muse (2006), Asif Farrukhi (1997), Muhammad Umar Memon (1997) o Jane A. Shum (2006)- coinciden en que leer sus cuentos en traducción resulta particularmente apropiado, pues su estilo de escritura es desconcertante incluso para los propios hablantes de urdu. En efecto, el escritor logra crear el extrañamiento en el lector a partir de un recurso muy sencillo, pero altamente eficaz: evitar cualquier tipo de referencia idiomática que permita al lector asociar sus historias con una lengua, un tiempo o un contexto específico. En palabras del propio autor: “[mi estilo] llevó a mis lectores a pensar que, efectivamente, había traducido mis historias de alguna otra lengua; [algunos] incluso me escribían para preguntarme directamente si [los cuentos] eran originalmente míos o eran traducciones. No los culpo” (en Farrukhi 1997, 275).

Así, emulando la figura del artesano -personaje siempre presente en las historias de nuestro autor-, la traductora de este cuento dedicó jornadas enteras de reflexión a la búsqueda incesante del lenguaje preciso. Al igual que hacía Masud cuando escribía o realizaba sus traducciones, cada palabra fue cuidadosamente seleccionada para preservar el estilo llano y a la vez complejo que lo caracteriza. Con el objetivo de brindar al lector hispanohablante la experiencia de lectura del texto en la lengua original, se decidió mantener las repeticiones de palabras y, en la medida de lo posible, el orden en que aparecen los elementos de las oraciones en el original.

Llegados a este punto, el lector se estará preguntando, ¿cómo es posible entonces hablar de una traducción borgiana del cuento? Es aquí donde los universos literarios de ambos autores nos toman por sorpresa, ya que la búsqueda del lenguaje preciso en un cuento de Masud me condujo involuntariamente hasta la Biblioteca de Babel, lugar donde encontré las combinaciones de palabras que tanto añoraba sin tener la necesidad de alterar ni una sola vez el sentido o el significado del texto del autor indio.

Para mí, la traducción de este cuento al español significó llevar la experiencia de lo fantástico más allá de la ficción; fue como asistir a una curiosa puesta en escena en la que se mostraba otra faceta, tal vez la más fascinante de la poética de la infinidad, aquella de la mise en abîme. Al igual que los personajes, quienes intentan descifrar el sentido mediante frases sacadas de los libros, yo trasladé esa búsqueda fuera del universo literario e intenté hallar significados ocultos tras ese lenguaje que, por su simpleza y su precisión, sigue desconcertándome, pero ¿acaso existe un significado último? Para el demiurgo de Babel la respuesta es simple: el universo es tan sólo una palabra habitada por todos los símbolos (Le Goff 1995, 281). Y en este universo, el lenguaje de Naiyer Masud aparece ante nosotros cristalino y delicado como el agua de un estanque cuyas profundidades podemos observar, pero no distinguir.

El amo de los libros

NAIYER MASUD

En la biblioteca no solían comprarse libros, pero ya contaba con muchos desde el inicio; eran de todo tipo, pues la gente que los había donado tenía gustos muy diversos. De hecho, era una biblioteca establecida por una importante fundación. A un costado de uno de los edificios de la fundación, una angosta escalera conducía al piso de arriba. Donde terminaba, seguía un pequeño espacio abierto, luego del cual había una amplia habitación con tres puertas; la biblioteca estaba en esa misma habitación. Había muchos anaqueles en las paredes, todos estaban repletos de libros bien organizados y en buenas condiciones; la mayoría tenía cubierta rígida y parecían recién empastados. Dos puertas de esta habitación siempre permanecían cerradas, sólo una se dejaba entreabierta para poder pasar; también había varias ventanas, pero éstas también estaban permanentemente cerradas. Cubierta por una malla de hierro, la única ventana abierta, a través de la cual se podía apreciar el paisaje exterior, se ubicaba en la pared este del edificio. En ese horizonte, sólo se veían las fachadas traseras de las casas y una tienda de pan3 por la que los perros acostumbraban a merodear.

Cerca de la ventana, había dos o tres takhts4 para los lectores que visitaban la biblioteca. Gracias a la ventana, en aquel rincón de la habitación se propagaba la luz de afuera; si ésta hubiese estado cerrada, quienes entraban no habrían podido ver por un instante, aunque por el aroma del papel se habrían dado cuenta de que aquel era el lugar donde moraban los libros. Después de unos segundos, habrían podido ver los anaqueles. Y una vez que los ojos se habituaran a la escasa luz, habría aparecido el bibliotecario sentado a la derecha.

Al momento de su nombramiento, el bibliotecario era joven. En aquel tiempo, la condición de la biblioteca no era buena, pues mucha gente que venía a leer hojeaba constantemente las páginas y, a causa de esto, los libros tenían un semblante deteriorado; sus costuras estaban sueltas y las cubiertas de algunos libros se habían despegado. Un empleado anciano atendía la biblioteca; más o menos arreglaba las cubiertas y demás. Después de asumir el cargo, lo primero que hizo el bibliotecario fue mandar traer los materiales adecuados para la compostura y el empastado de los libros e hizo que el empleado empezara a restaurarlos bajo su propia supervisión. El empleado era experto en su trabajo, hablaba mucho; una hija suya a menudo estaba enferma y la mayor parte del tiempo hablaba de ella, pero su mano no se detenía y restauró una gran cantidad de libros. Un día, sin embargo, el bibliotecario se enteró de que el empleado se había enfermado y supo que su condición no era buena. Cuando fue a verlo, su juicio ya se había deteriorado, pero aun en ese estado seguía preguntando por la medicina y por otras cosas para su hija. Al tercer día, llegó la noticia. En su lugar quedó el hijo; no era tan hábil como el padre, pero su trabajo era aceptable; no obstante, un mes más tarde obtuvo un empleo en el sector salud. Luego de esto, el puesto estuvo vacante; pero, de tanto ver al anciano, el bibliotecario había aprendido por sí solo el trabajo, por eso en los momentos libres él mismo se encargaba de restaurar los libros, entre otras cosas más. Finalmente, después de ser bien restaurados, los libros se acomodaron en los anaqueles. El bibliotecario también empezó a reconocer cada uno de ellos por su apariencia. Tenía su propia manera de ordenar y clasificar los libros y podía ubicar cada uno de los tomos con mucha facilidad. A los otros se les dificultaba y no podían encontrar el libro requerido fácilmente, pero ni siquiera necesitaban buscarlo; con escuchar el título, el bibliotecario decía si estaba o no, y, si estaba, inmediatamente lo sacaba y lo colocaba enfrente.

En ese entonces, todo tipo de personas visitaban la biblioteca; muchos de ellos eran los que querían adquirir conocimiento. Con una mirada, el bibliotecario sabía que eran quienes querían adquirir conocimiento. Además, con una sola mirada adivinaba qué tipo de libros le interesaban al visitante. Sin embargo, un día llegó un hombre que no parecía tener ninguna relación con la cultura de la lectura y la escritura; colocó un papel en las manos del bibliotecario en donde estaban apuntados títulos de libros, entre los que estaban un famoso libro de texto religioso, el comentario a aquel libro, dos relacionados con artesanía y una autobiografía de un individuo propenso al deleite que, tras haber pasado una vida a la deriva, había corregido su conducta luego de ver el mismo sueño continuamente durante varias noches. Además de aquellos que estaban en la biblioteca, también había otros títulos. El bibliotecario siguió viendo la lista y especulando acerca de aquel hombre; luego, marcó los libros que sí estaban y le regresó el papel. El hombre vio rápidamente el papel y dijo:

-Sáquelos todos.

El bibliotecario volteó hacia donde estaba el hombre y éste dijo:

-Sáquelos todos de una vez para ahorrar las vueltas.

El bibliotecario sacó todos los libros y los puso sobre un takht. Mientras volvía, vio que el hombre había empezado a hojear uno de los ejemplares con mucha prisa. Una hora y media más tarde, regresó todos los libros y los colocó frente al bibliotecario, dio las gracias y se marchó. Al día siguiente, llegó otro hombre y pidió los mismos libros y se fue después de haberlos hojeado de la misma manera. En aquel momento, también estaban presentes en la biblioteca dos hombres que querían adquirir conocimiento. Luego de que se fuera el segundo hombre de los que hojearon los libros, uno de los que querían adquirir conocimiento dijo:

-Los de la competencia también han llegado aquí.

Después, aquellos dos hombres que querían adquirir conocimiento empezaron a platicar entre ellos. Sus voces eran muy tenues, pues dentro de la biblioteca estaba prohibido hablar fuerte; de hecho, no estaba prohibido, pero la propia gente hablaba en voz baja al llegar ahí. A través de las conversaciones de los que querían adquirir conocimiento, el bibliotecario supo que había una famosa competencia cuyas pistas se obtenían de libros impresos; los que participaban en ésta intentaban descubrir qué libros se estaban leyendo en la oficina de la competencia; luego, buscaban esos mismos libros pensando tal vez que alguna de sus frases se había utilizado en la competencia. Aquellos dos hombres que habían hojeado libros habían llegado a la biblioteca por esta misma razón; no estaban interesados en los temas de los libros y ni siquiera les importaba el significado de las oraciones; sólo buscaban una frase en la que apareciera cierta palabra.

El bibliotecario se quedó pensado durante largo rato. Entonces, se puso a escribir sobre un papel grande en una caligrafía de buen tamaño: “Mi muy estimado señor de la competencia, tenga compasión…”. En seguida, su pluma se detuvo; siguió pensando por mucho tiempo con la pluma en la mano, hasta que entró una persona más a la biblioteca. El bibliotecario lo conocía; era alguien que visitaba la biblioteca desde hacía muchos días y siempre copiaba algo del mismo libro, que era muy grande y pesado y, ahora, el bibliotecario lo dejaba colocado en el takht después de que se iba el hombre, en vez de regresarlo al anaquel. Ese día, cuando llegó el hombre, el bibliotecario puso a un lado la hoja que tenía en la mano y le dirigió su atención. El hombre fue directamente hacia el takht, tomó el libro y se sentó a escribir. Después de un rato, levantó la cabeza y dijo con voz exhausta:

-Todavía falta mucho. -Y comenzó a escribir de nuevo. Al día siguiente, no vino; al tercero, tampoco; finalmente, el bibliotecario levantó el libro y lo colocó en el anaquel.

Entre las personas que frecuentaban la biblioteca, había algunas que el bibliotecario esperaba ver; entre ellas, había un hombre extasiado por lo divino; su voz se empezaba a escuchar desde muy lejos. La mayor parte de las veces hablaba consigo mismo o enseñaba a los perros a no ladrarle, pero su voz se atenuaba apenas llegaba a la biblioteca. Saludaba al bibliotecario de manera muy educada, le preguntaba por su salud y se dirigía directamente al anaquel donde había libros sobre espiritualidad. Pedía que sacaran algún libro y se la pasaba leyéndolo silenciosamente. De vez en cuando, apuntaba algo en un papel y, en ocasiones, mientras leía se llenaba de emoción, pero, aun en ese momento, se controlaba apretando los puños y lo más que hacía era levantarse y acercarse al bibliotecario, quien, si no estaba ocupado con algún trabajo, entonces volteaba a verlo y le sonreía. El hombre extasiado por lo divino regresaba a su lugar y volvía a sentarse, tras relatar brevemente su opinión sobre la esencia del alma. El bibliotecario levantaba después el papel que había dejado el hombre y lo tiraba a la basura. Un afamado caballero le había dicho al bibliotecario que, a fuerza de estudiar profundamente sobre la espiritualidad, el hombre había perdido la razón, y ahora estaba estudiando acerca de la espiritualidad detalladamente como remedio. De vez en cuando, el afamado caballero llegaba a la biblioteca cuando él estaba presente, entonces, iba directamente hacia él y los dos se la pasaban platicando en voz baja durante mucho tiempo. Un día, el hombre extasiado por lo divino dejó de venir a la biblioteca. El afamado caballero le dijo al bibliotecario que sus parientes se lo habían llevado a otra ciudad.

El afamado caballero estaba entre los visitantes asiduos de la biblioteca y venía desde antes de que fuera nombrado el bibliotecario. Tenía la intención de leer todos los libros de todos los anaqueles y ya había terminado varios para entonces. Tenía tratos con personas de todas las zonas de la ciudad. Era un hombre muy alegre y con su llegada se expandía la luz en la sombría biblioteca. Cuando se cansaba de leer, iba a sentarse junto al bibliotecario y decía:

-Dígame, ¿cómo se encuentra hoy?

Después, él solo empezaba a platicar acerca de su condición y de aquella de la ciudad; luego, se levantaba para volver a su libro y se la pasaba leyendo hasta que su amigo venía a recogerlo. El bibliotecario esperaba ver al afamado caballero y a su amigo, pero era informal sólo con el afamado caballero; mejor dicho, sólo el afamado caballero era informal con el bibliotecario y platicaba mucho con él. Fue el mismo afamado caballero quien empezó a llamarle “Amo de los libros”, aunque en los documentos del servicio aparecía como encargado de los libros. El bibliotecario no sabía bien a bien el significado de “Amo de los libros”, pero le gustaba el nombre y apreciaba al afamado caballero por habérselo dado.

También venía un joven muy puntualmente a la biblioteca; pedía cualquier libro y se la pasaba leyendo durante mucho tiempo; frecuentaba la biblioteca desde que tenía diez u once años de edad; era debilucho y su rostro estaba enrojecido todo el tiempo. El afamado caballero también lo conocía; muy probablemente era amigo de algún anciano de su familia. Siguió visitando la biblioteca hasta los quince o dieciséis años de edad. Después, la biblioteca fue cerrada al público.

El bibliotecario tan sólo se enteró de que habían surgido algunos conflictos relativos a la fundación, pero su trabajo permaneció intacto. Se le dijo que ahora únicamente podían visitar la biblioteca las personas a las que se les diera un permiso especial de parte de los responsables de la fundación, pero el bibliotecario no vio nunca ningún tipo de permiso porque, después de esta condición, la gente dejó de venir de una vez por todas.

En ese intervalo, muchos cambios se habían presentado en la vida del bibliotecario: su esposa y sus dos hijas murieron, una tras otra. La esposa siempre estaba enferma, pero las hijas estaban sanas. Había querido mucho a la hija menor y ella también se preocupaba mucho por él. Después de la muerte de la hija menor, permanecía poco en casa. Pasaba la mayor parte del tiempo en la biblioteca; ahora no le quedaba más que cuidar los libros. La biblioteca estaba protegida de la humedad; las polillas tampoco habían llegado; aunque, de vez en cuando, pequeños gusanitos perforaban los libros y él los reparaba constantemente.

No recibía su salario a tiempo, pero tampoco tenía gastos, salvo por la comida, la cual frecuentemente también se saltaba; ya ni siquiera le daba hambre.

En esa época, en una ocasión cuando salía a comer, vio a un hombre bien vestido caminar hacia la biblioteca. El hombre saludó al bibliotecario, fue hacia él y se detuvo a su lado:

-¿No me reconoce? Venía muy seguido a la biblioteca.

El bibliotecario tardó un momento en reconocerlo; ahora el hombre trabajaba en algún buen lugar.

-Aquí estudié mucho -dijo él-, vine a este rumbo después de mucho tiempo y pensé en pasar a saludarlo.

Luego, siguió contando detalles de su empleo; se marchó, después de dar la mano al bibliotecario.

Los libros se estaban deteriorando rápidamente; el bibliotecario también podía sentirlo. No alcanzaba a ver fácilmente las perforaciones hechas por los gusanitos y, para valorar la condición de los libros, los llevaba cerca de la ventana y los observaba; pero incluso ahí debía casi pegarlos a sus ojos para ver. Escribió a la fundación para que se designara un nuevo empleado para la biblioteca. Mandó su petición a través de alguien, pero no hubo acción alguna por parte de la fundación.

Ya no alcanzaba a ver claramente a lo lejos, ni siquiera las canaletas del techo de la biblioteca por donde corría el agua de la lluvia para llevarla lejos; estaban un poco salidas, por lo que el agua caía lejos de las paredes. Ahora, una se había roto y parte del agua se salía de la canaleta y otra parte corría por la pared.

Un día, en la temporada de lluvia, el bibliotecario se acercó a los anaqueles para regresar un libro después de verlo bajo la luz de la ventana, y le pareció ver al afamado caballero de pie cerca de un anaquel lejano. Muy emocionado, de inmediato fue hacia él. El afamado caballero también empezó a avanzar en su dirección con rapidez, pero luego de dos o tres pasos se tambaleó y cayó, pero luego recuperó el equilibrio y se levantó. El bibliotecario también se detuvo. El libro se resbaló de sus manos y cayó al suelo. El afamado caballero vio caer el libro y avanzó para recogerlo, pero se tambaleó otra vez. Después, los dos se quedaron mirándose uno al otro en silencio hasta que se escuchó un ruido de pasos cerca de otro anaquel; era el amigo del afamado caballero, que se acercó a ellos. En ese momento, una densa nube tal vez ocultó el sol y, por un instante, la oscuridad cubrió la biblioteca; cuando la nube se apartó del sol, en la biblioteca únicamente estaba el bibliotecario, o tal vez ya ni siquiera él estaba ahí.

Referencias

Farrukhi, Asif. 1997. “A Conversation with Naiyer Masud”. Traducido por Muhammad Umar Memon. The Annual of Urdu Studies 12: 265-278. http://digital.library.wisc.edu/1793/12013Links ]

Le Goff, Marcel. 1995. Jorge Luis Borges: el universo, la letra y el secreto. Montevideo: Librería Linardi y Risso. [ Links ]

Masud, Naiyer. 2009. Ganjefa. Lucknow: Adabistan. https://www.rekhta.org/ebooks/ganjafa-naiyer-masud-ebooksLinks ]

Masud, Naiyer. 2018. Ganjīfā aur anya kahāniyã. Nueva Delhi: Rajkamal Prakashan. [ Links ]

Memon, Muhammad Umar. 1997. “Naiyer Masud: A Prefatory Note”. The Annual of Urdu Studies 12: 2-8. https://minds. wisconsin.edu/handle/1793/11983Links ]

Muse, John Kenneth. 2006. “The Craft of Naiyer Masud”. The Annual of Urdu Studies 21: 3-22. http://digital.library.wisc.edu/1793/18576Links ]

Shum, Jane A. 2006. “Authorial Intention and the Question of Meaning in the Works of Naiyer Masud”. The Annual of Urdu Studies 21: 23-100. http://digital.library.wisc.edu/1793/18578Links ]

Todorov, Tzvetan. 2006. Introducción a la literatura fantástica. Buenos Aires: Paidós. [ Links ]

1La traducción del cuento se realizó a partir de la versión en devanagari del texto original en urdu. En la lista de referencias se han incluido ambas versiones.

2Aunque actualmente la palabra ganjifa está asociada a los juegos de naipes europeos, en su cuento Masud alude al juego de cartas proveniente de Egipto, luego adoptado por los persas y que llega al sur de Asia en el siglo XVI con la dinastía mogola. Cabe mencionar que, con estos naipes, existe también un juego de bazas que comparte el mismo nombre.

3La palabra que aparece en el texto original es nānbāī kī dukān, es decir, una tienda donde se venden productos horneados, principalmente, un tipo de pan plano típico del sur de Asia y galletas.

4Base baja de madera utilizada para sentarse, descansar o dormir. La palabra también puede significar “trono”, por lo que se utiliza para aludir a algún símbolo de poder.

Traducción del urdu e introducción de Ursula Natalia Wood Guadarrama

Recibido: 19 de Septiembre de 2020; Aprobado: 03 de Noviembre de 2020

Ursula Natalia Wood Guadarrama estudió la licenciatura en lenguas y literaturas modernas en la Universidad Nacional Autónoma de México, donde recibió el premio Juvencio López Vásquez por su trabajo de titulación: “Espectros femeninos del Mahabharata. Una reinterpretación de la epopeya desde el espacio intersticial en la obra de teatro La malédiction des étoiles ou le Mahabharata des Femmes de K. Madavane”. Tiene una maestría en estudios de Asia y África, área Sur de Asia, por el Centro de Estudios de Asia y África de El Colegio de México. Sus investigaciones de posgrado se centraron en la poesía india contemporánea de expresión francesa. Actualmente es profesora de literatura y de lengua hindi en el programa de posgrado en estudios de Asia y África de El Colegio de México. Sus líneas de investigación se centran en las literaturas modernas y contemporáneas del Sur de Asia, así como en la enseñanza de la lengua hindi. https://orcid.org/0000-0002-7181-2714 unwood@colmex.mx

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