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Estudios de Asia y África

versión On-line ISSN 2448-654Xversión impresa ISSN 0185-0164

Estud. Asia Áfr. vol.55 no.3 Ciudad de México sep./dic. 2020  Epub 13-Nov-2020

https://doi.org/10.24201/eaa.v55i3.2606 

Artículos

Los viajeros mexicanos a la China “roja” y la comuna popular

Mexican travelers to “red” China and the people’s commune

1Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, México, jaime_ortega83@hotmail.com


Resumen:

Se hace un seguimiento de los relatos de un conjunto de viajeros mexicanos que visitaron la China “roja”. La característica que unifica a los viajeros es que ninguno pertenecía al espectro político de la izquierda. Ubicados en posiciones cercanas al régimen del Partido de la Revolución Institucional, viajan en distintos momentos en que el país asiático intenta superar el aislamiento internacional. Los relatos de viaje resultan, entonces, teñidos por un entusiasmo que va del “orientalismo” a posiciones anticoloniales o “tercermundistas”. El trabajo presenta una aproximación a los viajeros a la China “roja” y a sus principales motivaciones para emprender la travesía, y se detiene en una temática recurrente: la comuna popular, así como su impacto en la vida de la nación oriental.

Palabras clave: comuna; viajeros; China; modernidad; tradición

Abstract:

This work focuses on following up on the stories of a group of Mexican travelers who visited “red” China. The members of this party had something in common: none belonged to the political Leh. Occupying positions closely connected to Mexico’s Institutional Revolution Party, they travel at different times when the Asian country tries to overcome international isolation. The travel stories are then tinged with an enthusiasm that ranges from “orientalism” to anti-colonial or “third-world” perspectives. The article introduces us to these travelers to communist China and their main motivations for undertaking the journey, and explores a recurrent theme: the people’s commune and its impact on the life in the “Red Dragon”.

Keywords: commune; travelers; China; modernity; tradition

La imagen moderna del viajero y del viaje probablemente se afincó en la segunda mitad del siglo XIX a partir de la consolidación del modo capitalista de producir, que revolucionó la comunicación del mundo en su totalidad. Si bien es posible rastrear a lo largo de la historia del pensamiento occidental equivalentes del viaje como emprendimiento cultural y del viajero como aquel que registra una cultura “otra”, no fue sino hasta la época moderna que ambos (el viajero y el viaje) adquirieron el perfil con el que actualmente los imaginamos, y sólo con el auge de esta poderosa forma económica tomaron, definitivamente, la fisonomía que nos permite pensarlos como hechos no casuales ni anecdóticos, sino como un ejercicio que posee una intencionalidad. Nuestra idea del viajero y de su actividad -viajar- remite a un conjunto de vocaciones que encajan perfectamente en el mundo moderno, el cual los potencia y los lleva a sus máximos extremos.

El siglo XX presenta variaciones importantes relativas al monopolio del registro a partir del viaje y, por lo tanto, de las representaciones que contribuye a socializar. Y no nada más por el ascenso vertiginoso del turismo como una vertiente hipermercantilizada de la práctica, sino sobre todo porque la mediación europea comienza a ser eludida. Ya no es sólo el dispositivo geocultural dominante -con su fuerte carga de eurocentrismo y orientalismo- el que es capaz de registrar, anotar y comunicar ideas e impresiones sobre los otros. Como dice Tatiana Escobar (2002, p. 2), la literatura de viajeros guarda en su corazón la intención y la “necesidad de compartir la vivencia de lo diferente”; la cuestión es quién lo comunica y para qué.

Hacia la segunda década del siglo XX, lo que hoy denominamos “literatura de viajeros” encontró una nueva fuente de inspiración: la búsqueda de ese lugar que, si bien era conocido desde tiempo atrás, presentaba un atractivo especial por ser escenario de un conjunto de acontecimientos novedosos en el terreno político y social. No es casual que haya sido uno de estos viajeros a la revolución el que titulara su obra más significativa como Los diez días que conmovieron al mundo, pues justamente los viajes de los que hablamos en este texto remiten a ello, a la conmoción del mundo, de su horizonte simbólico y de la geopolítica.

El viajero de izquierda o viajero a la revolución produce un tipo particular de obra en el entramado amplio que se conoce como “literatura de viaje”. Podemos pensar que busca eludir el espectro “orientalista” de gran parte de la cultura occidental, pero también se concentra en registrar y propagandear un acontecimiento radical con la posibilidad de que pueda repetirse en otras geografías. El viajero hacia la revolución, las más de las veces, se convierte en un propagandista, y, en ese sentido, su registro siempre estará adherido a un conjunto de perspectivas políticas o simbólicas. En adelante, serán decenas, de todos los rincones del mundo, los que emulen a John Reed: ellos constatarán las consecuencias del hecho revolucionario y transmitirán a su público los éxitos y los fracasos de aquellas experiencias.

Con este antecedente, no resulta extraño ni sorprendente que, antes de la mitad del siglo, otro evento haya provocado semejante conmoción en el orbe: la Revolución china de 1949. El país asiático era visto con benevolencia por las izquierdas, tanto nacionalistas como socialistas, desde mucho tiempo atrás. Asociado a una historia milenaria y a los zarpazos que le habían dado las potencias imperialistas inglesa y japonesa, obtuvo la simpatía de la cultura democrática y socialista europea. Los viajeros a la revolución encontraron en China un nuevo destino que expresaba la frescura de un conjunto de transformaciones en acto, y alentaron entonces un tránsito que fue fomentado desde el nuevo gobierno y que tomó distintos matices según la condición geopolítica.

El ascenso de la revolución en China conmovió y motivó a quienes se empeñaban en la idea de que el devenir de la humanidad marchaba por los pavimentados caminos del socialismo modernizante, así como a los que veían en el suceso el triunfo de las masas de campesinos hambrientos sometidas a un cada vez más insoportable y cuestionado dominio colonial. Ambas trayectorias, la de la modernidad prometida por el socialismo y la de la conservación de la tradición anclada en la práctica descolonizadora, encontraron un registro significativo en la “comuna popular”. En los siguientes apartados desarrollo éstas y otras temáticas que permitirán entender por qué no sólo la izquierda se sintió atraída por este viaje a la revolución.

Los viajeros, la revolución y la comuna

El corpus textual legado por los viajeros latinoamericanos es abundante. Es cierto que la definición de “literatura de viajeros” puede ser muy amplia y remite a distintos registros, como diarios, testimonios, conferencias, segmentos de autobiografías, etc., pues a decir de Uzcanga (2006, p. 204), es “un género abierto”. Dentro de esta amplitud, sin embargo, la temática de la revolución es significativamente más pequeña. Aun en escritos recientes que dan cuenta del largo trayecto de este tipo de escritura, la política no suele alcanzar un lugar central. Juliana González-Rivera (2019, p. 81) explica que “relatos que cuentan el mundo” son aquellos “donde haya un desplazamiento, o en el que éste sea el marco o eje principal”; para mí, además, van acompañados de la idea del acontecimiento revolucionario como el llamado para realizar ese movimiento, es decir, se posee una intencionalidad.

Es factible, entonces, preguntarse: ¿desde dónde enmarcamos nuestro objeto de estudio? ¿Qué características, más allá del corpus textual, deben ser consideradas? ¿Qué abordaje es preciso para hacer productivo el acercamiento a este tipo de lectura? Para presentar un trabajo que reflexione sobre la literatura de viajeros hacia la revolución es necesario formular éstas y otras interrogantes.

El corpus textual que se analiza aquí se pensó menos en su contexto de producción y más en su forma de operatividad interna, pero ésta tiene que referirse a una temática implícita en su contenido, aunque de manera diversificada. El anclaje con este corpus textual es el que se refiere al impacto diversificado de la Revolución china. Por impacto no hablo de un proceso directo ni inmediato, sino de una forma específica de transmitir un conjunto de elementos que conforman un horizonte de sentido que permite, a su vez, ubicar el significado histórico de un acontecimiento. El acontecimiento revolucionario no podía ser transmitido directamente, tenía que pasar por mediadores o traductores de aquella experiencia que involucraba a otros. Entre la gama amplia de posibles emisarios, los viajeros cumplieron la función -intencionalmente o no- de traducir a sus sociedades la multidimensionalidad de las transformaciones.

Este señalamiento es necesario, pues deslinda el contorno en el cual se dibuja la participación de quienes producen relatos. Primero, los viajeros son impactados, desde sus lugares propios y diversos de enunciación, por un evento externo: la revolución en China. Segundo, en su calidad de visitantes no del todo espontáneos, es decir, guiados interesadamente, hay algunos hilos conductores a pesar de la distancia temporal entre las visitas de unos y otros. Tercero, los casos atendidos deben ser comprendidos como efectos de un acontecimiento histórico y no de una ideología o del culto a una persona, lo que delimita la centralidad que se le ha dado a una forma particular de la cultura política de las izquierdas a partir de aquella revolución.

Esto último es de crucial importancia, pues, como indiqué, es lo que permite definir precisamente la contribución. No se trata de una lectura del impacto del “maoísmo”, término usado para referirse a un conjunto de proposiciones político-ideológicas. En fechas recientes, la monumental obra Maoism: A global history (2019) muestra los eslabones más significativos de una cadena de sucesos conocidos con ese título. Maoísmo, dice la autora de tan importante trabajo, es un paraguas que abarca muy diversos significados (Lovell, 2019, p. 9); sin embargo, no lo puede contener todo, y mi interés se centra en un conjunto de experiencias excedentarias, propiciadas por el impacto del acontecimiento revolucionario, pero más allá del código establecido por el maoísmo.

Así pues, no es el maoísmo como entramado ideológico, traducible a diversos contextos y con un impacto global de gran calado, mi principal interés. Me ubico más bien en el menos intenso campo del impacto duradero de la Revolución china, y en particular a partir de la producción escrita de un variado conjunto de viajeros. Si bien hay un periodo largo entre la primera y la última obras analizadas, resulta significativo en la medida en que sus autores no pertenecían al campo ideológico en que se ubicaba el acontecimiento, sino que se encontraban guiados por otras intervenciones, propias de un país que buscaba romper el aislamiento internacional.

El texto se organiza de tal manera que permite comprender tanto el origen y la motivación de los viajes como los principales formatos de producción del relato y su organización. Finalmente, decidí centrar el grueso de la revisión en el asunto de la comuna popular, tema recurrente en la escritura del viajero, crucial para entender una novedad en acto, pues se presenta como una síntesis de experiencias que abreva del pasado y de una noción de futuro. Así, la comuna expresa una tensión entre el ideario progresista del comunismo y la potencia de la conservación de la tradición. La revolución en China ofrecía ambas fuerzas, cuestión que para los lectores mexicanos y latinoamericanos tenía sentido de inmediato, en la medida en que se reconocía que, salvando las enormes diferencias culturales, había una fisonomía equivalente: un mundo campesino amplio que difícilmente transitaría a la colectivización como en el caso soviético, pero que requería un influjo modernizante para estar a la altura de la época.

La izquierda y los otros viajeros

Los otros viajeros remiten sin duda a un sector que no necesariamente se tenía que sentir atraído por una experiencia comunista en el país más poblado del mundo. Aunque entre los sectores nacionalistas la Revolución china fue leída menos como un triunfo de la “necesidad histórica” a la que el marxismo solía hacer referencia, y más como un proceso de liberación nacional, lo cierto es que la especificidad de cada país da un sentido distinto a las fuerzas y las tendencias políticas.

En el caso mexicano, además de la izquierda, un conjunto de personajes del ámbito político-estatal realizaron la travesía para llegar a China y, a partir de ella, dejaron testimonios escritos. En 1961, el expresidente Emilio Portes Gil presentó China: el fenómeno social, político, económico y cultural más extraordinario de todos los tiempos, y Carlos Zapata Vela, por entonces integrante del servicio diplomático mexicano, publicó en 1965 El viento del este: informe sobre China. Después siguieron Lo que vi en China (1974), de Miguel Osorio Marbán, y El tren rojo de la revolución China (1975), de Manuel Robles Linares. Cierra la lista el único trabajo firmado en los años ochenta, el de la senadora María del Carmen Márquez y su esposo Ricardo Romero Aceves, titulado China: coloso de oriente (1980).

Me referí aquí a otros viajeros, en el sentido de que se encuentran más allá de las coordenadas de la izquierda mexicana.

La Sociedad de Amigos de la República Popular operó como mediadora de muchos de los intercambios y los traslados hacia el país asiático. Según una circular1 -resguardada en los archivos de la Universidad de California, Berkeley- dirigida a los integrantes y los simpatizantes de esta sociedad de amigos, entre abril y junio de 1957 distintas personalidades ofrecieron conferencias, entre ellas Manuel Mesa Andraca, José Luis Ceceña, Eduardo Lizalde y Antonio Rodríguez.

En cambio, ninguno de los viajeros de los que nos ocupamos en este trabajo tuvo la mediación de aquel organismo. Ellos eran funcionarios o políticos en algún escalón del régimen que visitaron China en la etapa en que las relaciones comenzaban a “estabilizarse”. A diferencia de la década de 1950, en la de los sesenta se iniciaron las relaciones diplomáticas de los países de América Latina con China y en la de los setenta ya eran de franco reconocimiento, y México participaba de manera activa y acelerada por la entrada del país asiático a la Organización de las Naciones Unidas.

Portes Gil realizó su viaje en celebración de la instauración de la República Popular, que cumplía 11 años (Haro, León y Ramírez, 2011, p. 260), en tanto que Zapata Vela, quien ocupó la embajada en la Unión Soviética, no aclara el motivo específico de su viaje. Según el único autor que ha trabajado este material, se sabe poco de la actividad de Zapata Vela antes de su labor como diplomático, salvo su participación en el Partido Revolucionario Institucional (PRI) en los años cuarenta y su pasado “marxista” (Barandica, 2016, p. 194). Robles Linares, funcionario en el estado de Sonora, tampoco especifica la razón de su viaje, pero queda claro, en la introducción de su libro, que había sido una tarea encomendada por el gobernador del estado, a quien tuvo que informar, y aquella comunicación con su superior fue el germen de su publicación. Osorio Marbán fue un funcionario de cierta importancia en la conformación de la historiografía oficial del partido de Estado, y su viaje se debió a la invitación de la embajada mexicana en China, por vía de la Federación de Cooperativas La Forestal, y como Portes Gil y Zapata Vela, era alguien con cierta experiencia en la escritura. Finalmente, María del Carmen Márquez acudió por invitación de la Federación Nacional de Mujeres de China, como parte de un grupo de diputadas; en ese momento ella ocupaba una curul por el estado de Baja California. Al igual que en la obra sobre China, firma en coautoría con su esposo dos obras más: México y el mundo y Geografía e historia de Baja California.

Puentes y murallas

Se señaló arriba el problema de la intencionalidad. Además de reconocer que el relato de viajero es multiforme en la medida en que asume diversos formatos, es claro que el viaje hacia la revolución suele ir acompañado de un objetivo. La mayor parte-aunque no siempre- se trata de propaganda, ya sea de quien alienta al viajero o del que produce el relato. En esta sección me pregunto por el estatuto declarado de los viajeros, así como por la construcción discursiva que hacen de aquél. Globalmente, todos los relatos asumen una forma de propaganda al destacar lo novedoso o importante del acontecimiento revolucionario, sin embargo, lo codifican a partir de su lugar específico, la mayor parte de las veces asociado al PRI o al gobierno.

Ya se mencionó que ninguno de los viajeros realizó el desplazamiento por cuenta propia. Todos lo hicieron con el apoyo de alguna mediación, ya fuera la celebración del aniversario de la revolución o a través de algún tipo de asociación. Siguiendo las reflexiones de Sylvia Saítta (2007), es importante anotarlo, pues va imbricado, en el caso chino, con la necesidad de la traducción. Además, es preciso indicar que el intercambio con China en aquella época era una manera de romper el aislamiento, tanto de Occidente como por parte de la URSS. Es entendible, así, que no sólo la izquierda realizara viajes, como ocurrió sobre todo en los años cincuenta.

De los viajeros a los que aludimos, el expresidente Portes Gil es la personalidad más importante, por varias razones. La más obvia, por el peso institucional del puesto que alguna vez ocupó en México, pero hay otros factores; destacamos dos. El primero es que se trata de una figura no sólo más allá de la izquierda, sino incluso confrontada con ella. Durante los años de su breve gobierno ilegalizó al Partido Comunista Mexicano. No es casual que cuando el expresidente contó (Portes Gil, 1941) algunas de sus experiencias de aquellos años, el líder comunista Hernán Laborde (1950) respondiera críticamente.

La segunda razón es que Portes Gil fue el más prolífico de los autores aquí analizados. Su producción es amplia; cada libro cuenta con cientos de páginas, y, en particular, destacan varios relatos de viaje. En los años cincuenta escribió sobre su misión diplomática en India; en los sesenta viajó por España, Italia y Egipto, entre otros países; en los setenta, a Corea. Sus textos, siempre polémicos, muestran gran eclecticismo ideológico, como, por ejemplo, ufanarse de entrevistar a Francisco Franco, o comenzar el relato de su encuentro con el italiano Palmiro Togliatti alabando grandemente a Benito Mussolini.

Portes Gil visitó China en el marco del aniversario de la revolución, en una época de aislamiento del país asiático respecto a América Latina y a buena parte del mundo occidental. La intencionalidad de su libro sobre China, que denota tanto en el subtítulo de la obra como en la introducción, es la de seguir cierta ruta anticolonial. China no sólo es el “fenómeno social, político, económico y cultural más extraordinario de todos los tiempos”, como reza el subtítulo; el preámbulo es asimismo una gran alabanza a la historia de China y a su papel en la lucha contra el colonialismo. No por nada señala que, al igual que Gandhi en India o Nasser en Egipto, Mao Tse-tung se suma a los “apóstoles de la libertad y la justicia social” (Portes Gil, 1961, p. 14).

El expresidente brinda un relato ameno en el que establece una estructura no cronológica, sino en orden de importancia. Primero, las entrevistas que sostiene con Mao Tse-tung y con el primer ministro; en adelante los temas: historia y geografía del país, similitudes con México, el papel del Partido Comunista y, a partir de ahí, distintos aspectos de orden político. Posteriormente, asuntos económicos (reforma agraria, industrialización) y sociales (educación, salud). Como en otros relatos, la situación de la mujer merece un espacio -breve- aparte. Se acompaña todo esto de algunos elementos culturales y de descripciones de ciudades al final. Las últimas páginas son de aplauso a las revoluciones socialistas y de dura crítica a la Revolución mexicana, que, desde su punto de vista, se había perdido en sus objetivos. Por último, su relato celebratorio difiere mucho de la incredulidad que mostró en el momento mismo de hacer los recorridos programados, según constata el economista Alonso Aguilar Monteverde (2007, p. 201), quien viajó en la misma comitiva del expresidente.

Zapata Vela escribió poco comparado con Portes Gil; sin embargo, dejó cierta huella en su militancia juvenil y en su posterior trabajo de entrevistas con el político radical Heriberto Jara. Bien podría ser calificado como de izquierda dentro del régimen político, con un pasado aún más radical. Su texto es el único escrito en forma de diario, es decir, con un sentido estrictamente cronológico y no temático. Iniciado en mayo de 1964, se nota la impronta anticolonialista: “Las naciones socialistas y las masas populares de los países oprimidos y subdesarrollados, no abandonarán tampoco su lucha histórica por la libertad y por la justicia” (Zapata Vela, 1965, p. 11). Su relato, además de cronológico, ubica las ciudades, tanto de arribo como de estancia. Beijing sobresale; Zapata Vela expone su visión sobre los habitantes, las edificaciones de gobierno, la universidad y su funcionamiento, el lugar de la industria en la ciudad, el papel de las nacionalidades y la huella que ha dejado la revolución. Después el tema agrario, que es la conexión para salir de Beijing e internarse en Anshán, Fusen, Shilin, para volver nuevamente a Beijing.

Si bien el texto -editado por el autor- se organiza a partir de las fechas, incluye temas relevantes, es decir, no se trata de una narración exclusivamente cronológica. Cuando visita la universidad, no sólo habla del espacio, sino también del contenido de la enseñanza y de su funcionamiento. Lo mismo sucede con las dos entrevistas que realiza, una al mariscal Chen Yi y otra al exemperador; a partir del primer encuentro reflexiona sobre la geopolítica de la región y el papel de China respecto a Corea y Vietnam; con la segunda explica parte del trayecto de la antigua familia real durante los primeros años de la revolución y el estado actual de su actividad. El esquema se replica en otros casos; por ejemplo, en Fusen visita una mina de carbón, lo que le permite describir la situación general de esa actividad económica y relacionarla con otras formas energéticas. A diferencia del libro de Portes Gil, hay aquí muchas menos alusiones a la situación mexicana, salvo una conferencia en la que, declara, intentó defender el régimen político y mostrar sus bondades. Hacia el final, además de comentar la riqueza de la experiencia, incluye una cita de un poema de Mao Tse-tung que “recuerda”, signo inequívoco de su simpatía por los “vientos del Este”, aunque sin intención de replicarlos en Occidente.

Podríamos calificar a Osorio Marbán, el tercer autor que revisamos, como intelectual orgánico del PRI, es decir, comprometido plenamente con la historicidad de la Revolución mexicana y la expresión política partidaria. Fue un recopilador acucioso de la historia de su organización, particularmente en los volúmenes de su libro El Partido de la Revolución Mexicana, que, por su estilo libre y no profesional, recibió el severo juicio de Álvaro Matute (1972).

Autor prolífico -sólo equiparable en esta línea con Portes Gil-, inicia su relato de viaje, autoeditado, con una declaratoria sobre las “leyes sociales” que permiten acceder a la comprensión de los cambios: “La historia no la hacen los individuos, sino que está sujeta a leyes que se aplican con independencia de la voluntad de los hombres” (Osorio Marbán, 1974, p. 12). Posteriormente, ubica el discurso de la época a partir de su postura política en aquel momento: “Con el aliento siempre renovado de mi admirado compañero de lucha, Luis Echeverría Álvarez” (Osorio Marbán, 1974, p. 15). Su registro es, como en otros casos, temático y no cronológico. Dividido en 15 breves capítulos, el priista recorre, como sucede en los otros casos revisados, la “historia milenaria” (Osorio Marbán, 1974, p. 21) de manera sucinta, para de ahí pasar al desarrollo de temas o a la descripción de lugares. Como otros, evalúa las comunas populares y el papel de la industria, y describe ciudades como Cantón, Foshán, Shanghái y Beijing. Destacan dos componentes en su relato: uno que prácticamente no aparece en otros, la acupuntura, y otro que desarrolla ampliamente, la educación. En este terreno habla de varios aspectos: la situación de la niñez, su politización en las organizaciones de “pioneros”, la “reeducación” que busca borrar las fronteras entre trabajo manual y trabajo intelectual, las escuelas superiores y el papel del ballet y el teatro en la cultura. Aunque no dedica un apartado a la situación de la mujer, el registro de la cultura le permite introducir el tema, recordando que Mao “en cuanta ocasión es propicia, afirma que no hay cosa que el hombre realice que la mujer no pueda hacer” (Osorio Marbán, 1974, p. 82). El relato cierra con una loa a la “revolución en la revolución”, que significa la Revolución Cultural, e indica la importancia de su estudio, sin profundizar ni esgrimir críticas, y sin señalar paralelos o equivalencias con México. El de Osorio es uno de los primeros relatos que se ubica ya en una retórica “tercermundista” propia del gobierno mexicano de los primeros años setenta.

El cuarto relato corresponde al ingeniero Manuel Robles Linares y, al igual que el anterior, fue editado por su autor. De entrada, tiene un título sugerente. “El tren rojo de la revolución” viene de una frase que escuchó de uno de sus guías, pronunciada para animar a la comitiva mexicana que se encontraba consternada luego de presenciar la muerte de un habitante del distrito de Lin al ser atropellado. El tren rojo es, en realidad, la revolución mundial, y el fallecido, un tripulante-de entre 800 millones- que se bajó. La imagen es dura, pero remite a un asunto importante. Más allá de la lapidaria frase, expresa bien la visión de Robles Linares. De todos, es el menos político y el más técnico, el único que presume su condición académica -ingeniero- y que, efectivamente, proporciona datos más atrayentes en ciertos aspectos. La imagen del tren que avanza -aun con aquellos que se bajan- es la síntesis clásica del universo modernizante del socialismo del siglo XX.

Su relato, al igual que el de Portes Gil, es temático. Sin embargo, más de la mitad del libro se dedica a la explicación de cuestiones históricas o geográficas de la “enigmática República” (Robles Linares, 1975, p. 67). El primer capítulo expone largamente el tema de los ríos, la población y el clima; el segundo hace un extenso recuento desde el hombre de Beijing hasta la Rebelión de los bóxers a finales del siglo XIX, y el tercero avanza desde la revolución nacionalista de Sun Yat-sen hasta la “liberación” de 1949. Los siguientes dos capítulos alternan: su punto de arranque es alguna explicación geográfica e histórica que da paso a una descripción (el Palacio Imperial, una zona arqueológica, un canal) a partir de la cual se cuentan anécdotas o cuestiones técnicas (por ejemplo, el trabajo agrícola). Finalmente, en el último capítulo se establecen los datos más importantes de las recién inauguradas relaciones de México con China y el papel de la ONU. No hay crítica alguna al régimen político chino al explicar su funcionamiento (al que califica de “frente unificado”), ni mucho menos al mexicano, al que -señala- los chinos tienen en alta estima. Se incluye una afirmación que muy posiblemente sea una exageración: “Inclusive se encuentran retratos del presidente de México en algunas casas de comuneros” (p. 153).

Finalmente, reviso el texto de María del Carmen Márquez y Ricardo Romero. Además de ser de las pocas mujeres que escribieron un relato sobre su viaje, su testimonio se ubica en los años ochenta, es decir, después de la muerte del presidente Mao. Junto al libro de Portes Gil, también aparece en una editorial comercial, a diferencia del resto, que son autoediciones. Se trata de un libro que se despoja de las ínfulas anticolonialistas y se coloca más claramente en el orientalismo. No por nada su segunda línea dice: “Allí se mezclan la fantasía de las Mil y una noches con los mayores adelantos de nuestra técnica. China es uno de esos enigmáticos y sugestivos países de Oriente” (Márquez y Romero, 1980, p. 11).

Al igual que otros relatos, parte de una “historia milenaria” que pasa por la antigüedad y la China imperial. Luego se tratan temas variados; por ejemplo, la religión, el sistema médico o la ópera. Se describen lugares como Beijing, Cantón, Hangzhou, Shanghái y la Gran Muralla. Se dedica un capítulo especial al lugar de la mujer en la sociedad. Como novedad, hay una descripción de los refugios antiatómicos construidos en la época de guerras, en esos momentos ya vueltos lugares turísticos; también hay reflexiones sobre comida, artesanía y pintura. La perspectiva política se encuentra enmarcada en la idea de que México y China transcurren por sendas específicas de transformaciones nacionales. Se menciona, por supuesto, a los mandatarios mexicanos: “En el gran país del Oriente al licenciado Luis Echeverría Álvarez se le recuerda con cariño, así como también hay un reconocimiento depurado y tangible para nuestro actual primer mandatario de la nación, licenciado José López Portillo” (Márquez y Romero, 1980, p. 215). El texto, sin grandes pretensiones y con ciertos rasgos de “orientalismo”, denota, sin embargo, la diferencia de una pluma como la de la diputada priista. Ello, en gran medida, por el acento colocado en la situación de las mujeres.

La información desplegada en estas últimas páginas tiene la finalidad de ubicar el conjunto de las producciones. Esos “relatos que cuentan al mundo” se encuentran cruzados por experiencias disímiles, tanto en lo temporal como en lo observado y comunicado. Hay reiteraciones, pero también novedades. Algunas se deben a la distancia en el tiempo, otras a la finalidad del viaje, otras más al peso de los viajeros. De los cuatro, sólo uno se entrevistó con Mao Tse-tung y uno viajó cuando el líder había ya muerto, sólo para ejemplificar los cambios.

Entre las reiteraciones, el caso de las comunas populares es el más recurrente. Prácticamente no hay relato después de 1958 que no remita a su existencia. Se trata de una temática que permite conectar muchos niveles de análisis en la medida en que conjunta una experiencia nueva con la sinergia de procesos de industrialización, al tiempo que se presenta como reservorio de las experiencias de una “historia milenaria”.

La comuna popular vista por los viajeros

De la multiplicidad de temas sobre los cuales los viajeros dejaron constancia, destaca el de las comunas populares, formas organizativas que aparecían como un intento de reconciliar los ánimos modernizantes de la teoría socialista, que apuntalaban el crecimiento de la industria, con las formas tradicionales de producción, en particular aquellas que colocan al sujeto campesino en el centro. Finalmente, la comuna popular se presentaba como un espacio vital donde tenía lugar no sólo el trabajo, sino también numerosas muestras de desarrollo social y cultural. La comuna era vista, idílicamente, como el espacio del restablecimiento de la soberanía de los productores, al tiempo que nulificaba la ceguera del mercado al coordinar su producción con los planes estatales.

Se puede pensar en los distintos aspectos que componen la comuna popular a partir de los testimonios de los viajeros. Para Portes Gil, su surgimiento se vincula, inmediatamente, con la reforma agraria. En el sentido más clásico del tema, las comunas son una necesidad tras el reparto de tierras. Pero la distribución no basta y es justamente cuando lo productivo se renueva por la vía de la industria. No deja de pensar, en su relación, que la comuna puede tener algún vínculo con la situación de la reforma agraria mexicana, y la describe numéricamente: “7 u 8 o 10 brigadas distribuidas en 10 000 o 20 000 hectáreas de cultivo (algo así como si en México se agruparan 20 o 30 ejidos)” (Portes Gil, 1961, p. 121). Sin embargo, lo más importante no es el reparto de tierras, sino la vinculación de un nuevo estatuto productivo con la totalidad de la vida:

Todo en la comuna está industrializado. Tienen pequeños altos hornos; fabrican sus arados, sus molinos y todos sus aperos; sus tornillos; componen sus camiones, sus tractores, hacen sus utensilios de madera, tienen cría de patos, de gallinas, sus incubadoras, enlatado de frutas y verduras, ganado, lecherías, guardería infantil, salón de felicidad, que es donde están los ancianos; cine, radio, biblioteca, escuela primera, secundaria y un instituto técnico central o universidad de la región; un hospital y servicios médicos, dispensarios en cada una de las brigadas, comedores públicos donde se da alimento por una pequeña cantidad y habitaciones que se están construyendo en miles de multifamiliares que se ven no sólo en las ciudades sino en todos los campos (Portes Gil, 1961, p. 121).

Las comunas populares fueron establecidas en 1958 -en la narrativa oficial, y el expresidente lo repite- en un proceso doble, de iniciativa tanto de sectores de la sociedad como de intervención y aliento estatal. Apenas dos años después, es difícil imaginar que “todo […] está industrializado”, como lo señala en su relato; sin embargo, para el viajero, aquello se presentaba como una experiencia donde el trabajo no estaba separado del resto de la reproducción de la vida. Es decir, con su relato, el político mexicano nos recuerda que el evento político que conmociona a China no se encuentra sólo en sus grandes despliegues, sino, sobre todo, en la forma de afectar la vida cotidiana. Y en ella es preciso detenerse a imaginar un espacio productivo que, a la vez, es espacio de reproducción de la cultura y la sociedad. La amalgama de actividades presentadas por Portes Gil invitaba a considerar que el comunismo era menos una ideología política centrada en el Estado y más una intervención social que rehabilitaba la unidad entre producción y reproducción de las condiciones materiales de vida.

Apenas unos años después de este primer testimonio, otro viajero, Zapata Vela, hizo una aproximación al tema de la comuna popular. Como el expresidente, vincula el acontecimiento de la reforma agraria en los inicios de la revolución, con la disposición de ésta a moldear la sociedad:

cuando al triunfo de la Revolución comunista se reparte la tierra, se destruye la gran propiedad y se entregan parcelas a los campesinos pobres, la necesidad de la organización de la economía rural surge de inmediato: no puede un campesino sobre su parcela y con sólo su esfuerzo aislado subsistir y engrandecer a su patria; y eso lo sabe el chino desde hace muchos siglos. Por eso inmediatamente después del reparto de la tierra, los campesinos se organizan en pequeñas cooperativas para poder fabricar sus instrumentos de labranza (Zapata Vela, 1965, p. 81).

Para Zapata Vela, la explicación del surgimiento de la comuna popular tiene que ver con el proceso mediante el cual los propios campesinos reorganizan el trabajo y que confluye con los planes estatales. Son las cooperativas el germen de lo que más adelante será la comuna popular, y considera -según avanza su testimonio- que el problema se encuentra en que ésta está ligada a “formas elementales” (Zapata Vela, 1965, p. 81). Sin embargo, nota una confluencia que se vuelve poderosa en Hunan en 1958, en la que el campesino aporta su parcela y su trabajo, mientras que la cooperativa le permite contar con equipo y animales. El espontaneísmo de las cooperativas termina y es encauzado a partir de planes: aparece entonces la comuna popular como el espacio donde se dirige el futuro del campo, pero no sólo de él. Se tiene “un plan de producción y programas de trabajo racional, su autonomía administrativa y económica la transforma en la base y cimiento mismo de la organización económica y política del país” (Zapata Vela, 1965, p. 82). En el argumento del diplomático mexicano, la revolución en China tenía la característica de no basarse en supuestos ideológicos, sino en resultados prácticos. Para él, la comuna popular demostraba la capacidad de adopción de distintas formas productivas, pues en el país convivían la economía mixta y la centralización, la autonomía administrativa y formas de propiedad privada. Finalmente, agricultura e industria se reconciliaban por mediación de la comuna.

La descripción de la comuna popular agrícola que visitó, llamada Amistad Chino-Cubana (Zapata Vela, 1965, p. 83), se centra en los criaderos de caballos, así como en los campos “sembrados de arroz, de trigo, de sorgo y de cebada” (p. 83). Además de estos datos, se refiere a los talleres industriales de esa comuna en particular (siete en total), así como al número de campos de hortalizas y de árboles frutales. En términos de formación de recursos humanos, habla de la educación técnica que se imparte en la propia comuna, centrada sobre todo en el mejoramiento de tierras y la selección de semillas, y de las escuelas que tienen “como finalidad la elevación de la conciencia política de los campesinos” (p. 87). La reseña del diplomático es mucho más detallada que la de Portes Gil, y queda claro que, además de sus impresiones, reproduce información estadística de la propia comuna.

Sin embargo, más allá de esta mediación de información estadística, es preciso centrar su interés: para él, la comuna representa un gran esfuerzo organizativo que logra conciliar agricultura e industrialización. Es el espacio de la modernización, donde por igual hay legumbres y campesinos que radios y universidades. La comuna es síntesis de un proceso que conjunta la lógica de la tradición de un pueblo milenario con la lógica de la modernidad dirigida desde el Estado. Finalmente, destaca la “amistad chino-cubana” en una época en que el gigante asiático ya había entrado en conflicto con la URSS; es un dato significativo, pues habla de la persistencia de las relaciones con un país que también vive una revolución.

Los testimonios revisados hasta aquí remiten a un momento inicial de la vida de la comuna popular, muy joven en el tiempo de Portes Gil y más madura en el de Zapata Vela. El del ingeniero Robles Linares es el primer relato de la década de 1970, es decir, diez años después de fundada la comuna popular, pero aún en vida el presidente Mao. El sinaloense visitó la comuna de la Amistad Chino-Albanesa. Como en los otros informes aquí referidos, se habla del largo proceso de nacimiento de la comuna, que remonta a la precaria situación de los campesinos: “Como es lógico, las primeras grandes decisiones se refirieron a resolver este problema del campo” (Robles, 1973, p. 81). Su relato facilita la diferenciación de los distintos momentos del proceso: primero la repartición, luego las cooperativas, finalmente la colectivización. Y señala algo importante por lo que uno percibe que lee a un especialista en el tema: “Los agrónomos sostenían que la parcela era demasiado pequeña para la correcta tecnificación” (p. 82). Es decir, sin grandes extensiones conectadas productivamente, la producción se encontraba condenada al fracaso, muy en el tono que tomó la discusión en el México de los años treinta, cuando los “agrónomos socialistas” insistieron en la necesidad de preservar la “hacienda sin hacendados”.

El trayecto delineado por el funcionario permite entender los dilemas de la opción de la comuna. Básicamente, la posible resistencia del campesino; ahí, la política jugó un papel fundamental y fue el motor que posibilitó estas formas organizativas: “Los cuadros se encargaron de organizar al campesino y convencerlo de la necesidad de colectivizarse. Técnicamente era lo aconsejable. Eso es incontrovertible. Los dirigentes aceptaron que el campesino, individualista por milenios, posiblemente no lo aceptara” (Robles, 1973, p. 82). Se dio paso, así, vía la mediación política, a las cuadrillas de ayuda mutua, primero temporales y después permanentes; luego, a las cooperativas de producción y, más adelante, también de distribución y consumo. Finalmente, a las brigadas de producción, que permanecieron como el sustento de la comuna.

A diferencia de los anteriores testimonios de viajeros, no se proporcionan datos o cifras, sino que se observa el contenido de las relaciones. Una anotación importante es sobre la manera de contabilizar el trabajo: “La jornada de trabajo fue valorizada por labor realizada, no por horas” (Robles, 1973, p. 83). La descripción que el funcionario hace de la comuna es mucho más ambigua, pues si en un momento dice que son “organismos agrícolas”, inmediatamente después los califica como la “base económica, social y política de la nueva organización revolucionaria” (p. 78). La relación es, asimismo, menos celebratoria en torno a la fusión entre tradición y modernidad: “Fundamentalmente es agrícola, pero tiene algo de ganadería, silvicultura y pequeñas industrias” (p. 79).

El ingeniero otorga información valiosa. Por ejemplo, refiere que sobre el Gran Salto Adelante se escuchaba “en todas las comunas” (Robles, 1973, p. 84). Pero lo más sustancioso es cuando hace alusión a ciertas condiciones. Resalto tres que dan una idea más integral del funcionamiento de la comuna. La primera, la autonomía: “Enterados de la política de partido y dotada de cierta autonomía están encargados, asimismo, de tomar las medidas necesarias con miras a la tecnificación y aumento de producción” (p. 84). La segunda, la propiedad: “En la comuna hay una pequeña tolerancia; o sea un ligero paso a través en la ruta de la colectivización integral. Esto es la parcela de tierra privada (muy pequeña). Aunque no las posean los campesinos, tienen sobre ellas el derecho al uso y usufructo” (p. 85). Y, finalmente, una novedad frente a otros relatos, el proceso de distribución:

El producto se distribuye en función de la calidad y cantidad del trabajo efectuado. El cálculo se hace a nivel de equipo, pues recordemos que ésta es la unidad de producción y de distribución. Para calcular la distribución del producto se utiliza el sistema siguiente: se toma en cuenta el tiempo empleado en el trabajo y la calificación del comunero. El trabajo diario se calcula de acuerdo a una norma previamente establecida para cada tarea, equivalente a cierto número de puntos. Pueden concederse puntos adicionales si la norma es superada. Los comunes fijan estas normas en asambleas de los equipos tomando en cuenta el otro índice, la cantidad y la calidad […] En el curso de un año se calcula lo que el miembro recibe de acuerdo con los puntos obtenidos y con el ingreso de la venta de la cosecha. De su alcance, parte se le entrega en dinero y parte en especie, variando estos porcentajes de acuerdo con la especialización de la comuna y elevación del nivel de vida (Robles, 1975, p. 86).

La versión ofrecida por el sinaloense es sin duda una de las más específicas en lo que respecta a las comunas. Aunque hace referencia a lo que se cultiva en ellas (maíz y sorgo, por ejemplo), al simbolismo de sus nombres (comuna Sputnik) y a las actividades artísticas, sin duda presenta un cuadro interesante al analizar implicaciones técnicas, propias de la mirada de un agrónomo.

El último libro, firmado conjuntamente por dos autores, es resultado de la invitación de la Federación de Mujeres de China a diputadas mexicanas (del PRI, pero también del derechista Partido Acción Nacional y del extinto Partido Demócrata Mexicano) y cierra el círculo de las aproximaciones a la comuna. Como en otros relatos, se ubica su origen en 1958 y se reitera que la comuna era la constatación de que “el sol naciente ha aparecido en el extenso horizonte oriental de Asia” (Márquez y Romero, 1980, p. 108). Retomando la idea de la comuna de París, sin embargo, los autores señalan: “La comuna popular es una creación de las masas […] La comuna popular continúa, en la presente etapa, siendo una forma de propiedad colectiva de la economía socialista” (p. 109).

El reporte sobre el funcionamiento de la comuna coincide con el de otros relatos: el equipo de producción y la brigada conforman la comuna. Sin embargo, se le da una tonalidad dual, la de ser uno de los elementos del poder político y una forma de reproducción de la vida: “La comuna es tanto una organización económica colectiva como una entidad básica del poder socialista de China en el campo. O sea, una organización que fusiona en sí el poder de base y la administración económica”. El comité revolucionario de la comuna Siempre Verde “equivale al gobierno municipal y está directamente subordinado al Comité Revolucionario del Distrito” (Márquez y Romero, 1980, p. 110). La comuna Siempre Verde no se menciona en otros relatos.

Después de este acercamiento al lugar de la comuna en el entramado del poder político, el texto se enfrenta a la dimensión social: “La comuna popular dirige la industria, la agricultura, el comercio, la escuela y la milicia dentro de su esfera de administración” (Márquez y Romero, 1980, p. 110). Luego se describe el funcionamiento múltiple, que incluye plantar verduras y árboles frutales y criar patos, así como la existencia de maquinaria agrícola, fertilizantes y otros insumos para el cultivo de trigo y arroz, entre otros. No se duda en hablar de los “éxitos” (p. 111); los autores destacan como punto clave de la comuna: “aceptar las experiencias de la vieja generación y estudiar la técnica y la ciencia” (p. 112).

A diferencia de los otros relatos aquí referidos, el de Márquez y Romero (1980) proporciona más detalles sobre la situación particular de las mujeres: “En toda comuna, alrededor del 90% de las mujeres aptas para el trabajo asisten regularmente al mismo y construyen una fuerza principal en la producción […] La mujer sostiene la mitad del cielo de las comunas, al igual que la comuna Siempre Verde, cuya directora es una mujer con grado universitario” (p. 112). El señalamiento se extiende a la evaluación del régimen salarial en términos de igualdad para las mujeres, que son también “compañeras del esposo, dueñas de su saber y ejemplo insuperable” (p. 113). Asimismo, se indica que la centralidad de las mujeres en la dirección de la comuna -como jefas y subjefas de los grupos de producción- va acompañada de una consideración especial, por ejemplo, en periodos de embarazo: “Con el fin de garantizar la asistencia de la mujer al trabajo, se han establecido casas-cuna permanentes” (p. 113). El camino de las casas-cuna y de las guarderías conduce a los autores al tema de la educación, donde se integra estudio, trabajo y experiencia en el terreno. Finalmente, se alude a la dimensión cultural a partir del arte y la literatura, también central en la vida de la comuna. Hacia el final, hay un balance general: “Por medio de la reforma agraria, la cooperativización y el establecimiento de las comunas populares, se creó una nueva relación socialista de la producción, la cual impulsó enérgicamente la emancipación de las fuerzas productivas y el desarrollo de la agricultura” (p. 117).

Apuntes finales. ¿Un “orientalismo de nuevo tipo”?

Fue Hernán Taboada quien creó la categoría “orientalismo periférico” (1999). En su reflexión, sostiene que los viajeros aprendían y asimilaban categorías que tenían su origen en las construcciones teóricas europeas. Para los años cuarenta, con la profundización de los procesos de descolonización y el surgimiento de las corrientes adscritas a las ideas de la “liberación nacional”, a pesar de sus matices diversos, fue posible pensar el estatuto del “orientalismo” de los viajeros a la revolución, particularmente de aquellos que no parten del horizonte geocultural dominante, es decir, el euronorteamericano.

Todo ello se vuelve más complejo cuando la adscripción ideológico-política y los compromisos políticos e institucionales responden a un gobierno cuya retórica rayaba en el anticolonialismo o el “tercermundismo”. Por eso es posible pensar en una categoría que parta de la contribución de Taboada, pero que dé cuenta también de un conjunto de condiciones que pueden ser consideradas más allá del “orientalismo” clásico. El “orientalismo rojo” es la que propongo, en la medida en que responde a un conjunto de categorías que los viajeros expresan en sus relatos; por ejemplo, el constante señalamiento de la “historia milenaria” de China, pero también la presencia de variantes ideológicas adscritas a la política revolucionaria.

Es esto lo que más me interesa destacar. Sorprende cómo ninguno de los relatos de viaje critica la revolución. Por distintos motivos, todos parecen identificarse con ella. En los años sesenta, claramente la idea del “anticolonialismo” articula la observación: tanto Portes Gil como Zapata Vela se encuentran en este tramo; por ello no les resulta raro el diálogo que buscan establecer con las primeras décadas de la Revolución mexicana. En los relatos de los años setenta aparece la noción de “tercermundismo”, y no por nada se refiere de manera constante a la figura de Luis Echeverría. El último texto, ya en los años ochenta, muestra distancia de esta retórica, pero sigue manteniendo un pie en ella.

Este “orientalismo rojo”, por llamarle de alguna manera, proyecta una concordancia entre los objetivos, las orientaciones y sus formas de cristalización de una revolución, a partir de lo cual se puede entender la ausencia de crítica. Al releer este corpus textual, no parece que había grandes grietas ni contradicciones en el país asiático, sino una activa participación de una sociedad que avanzaba de la mano de su gobierno. Quizá por ello ninguno de los autores da cuenta de elementos negativos, asociados a represión, hambre, monolitismo o culto a la personalidad.

Las investigaciones contemporáneas en torno a la comuna se distancian abismalmente de una perspectiva celebratoria, pues reconocen que los periodos del Gran Salto Adelante y de la Revolución Cultural proletaria, durante los cuales surgieron las comunas populares, están atravesados por una multiplicidad de conflictos, contradicciones, intentos de control, manipulación, violencia descarnada, lucha por el poder, entre otros muchos elementos (Dikötter, 2017). Esto permite entender por qué los viajeros mexicanos alejados de la izquierda veían la comuna con tanta simpatía. Si bien por haber sido invitados los viajeros difícilmente podrían haber observado situaciones de violencia, despojo o represión, en el conjunto de sus relatos aparece siempre la mediación del idioma a partir del traductor y un plan de visitas perfectamente ordenado. La simpatía por la comuna puede comprenderse desde esta circunstancia especial del viajero; sin embargo, la ausencia de cuestionamiento a lo que se observa y lo que se presenta como información oficial expresa algo más profundo. El orientalismo rojo aparece como elemento articulador en la visión de los viajeros, pues manifiesta que asumen que un Estado y un gobierno como el chino tendrían la plena capacidad de controlar por completo a la sociedad, de ahí la falta de preguntas sobre la oposición política o la resistencia a los planes oficiales. El orientalismo rojo habita los relatos de viaje en la medida en que se adhieren a la concepción de que en la sociedad no hay conflictos. El llamado “despotismo asiático”, categoría de la tradición orientalista más arraigada, resurgirá.

La revolución en un país con una “historia milenaria”, donde el Estado lo es todo y la sociedad camina en correspondencia con sus deseos y sus proyectos, es lo que se trasluce en este orientalismo rojo. La operación es tal que incluso los que no comparten una perspectiva socialista o comunista se adscriben a esta posibilidad y la observan como un motivo de celebración.

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1El acceso directo a esta circular se debe a la paciente búsqueda de Diana Méndez en la Bancroft Library de la Universidad de California, Berkeley. Agra dezco su generosidad y su solidaridad al informarme de su existencia y permitirme leerla.

Recibido: 22 de Enero de 2020; Aprobado: 17 de Marzo de 2020

Jaime Ortega es licenciado en ciencia política por la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, así como maestro y doctor en estudios latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México. Es profesor-investigador en el Departamento de Política y Cultura de la División de Ciencias Sociales y Humanidades en la Unidad Xochimilco. Sus líneas de investigación son el pensamiento crítico, la historia intelectual y la historia de la izquierda.

https://orcid.org/0000-0002-8582-1216

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