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Estudios de Asia y África

versión On-line ISSN 2448-654Xversión impresa ISSN 0185-0164

Estud. Asia Áfr. vol.55 no.3 Ciudad de México sep./dic. 2020  Epub 13-Nov-2020

https://doi.org/10.24201/eaa.v55i3.2516 

Artículos

La creatividad en el sistema educativo actual de Corea del Sur. Reflexión comparada desde la filosofía de John Dewey

Creativity in the South Korea’s education system today: A comparative reflection based on John Dewey’s philosophy

1Universidad de Málaga, España, glorialm@uma.es


Resumen:

El sistema educativo coreano se ha convertido en un referente internacional debido a los buenos resultados obtenidos en las últimas décadas, que lo sitúan en los primeros puestos de las clasificaciones mundiales. Sin embargo, este modelo ha traído aparejados diversos problemas que requieren atención. El gobierno coreano ha tomado conciencia de esta realidad y ha propuesto reformas que promuevan “talentos creativamente integrados”. Este artículo analiza las líneas de actuación planteadas en relación con el pensamiento del filósofo y pedagogo John Dewey, y se centra en lo que se ha denominado “pedagogía de la creatividad”.

Palabras clave: crecimiento; educación feliz; semestre libre; Suneung; innovación

Abstract:

South Korea’s education system has become an international model due to its top ranking in international league tables during recent decades. Nonetheless, this model has raised a number of problems that need to be addressed. The Korean government is aware of this situation and has proposed a set of reforms to promote “creatively integrated talents”. This article analyzes the proposed courses of action in relation to the ideas of the philosopher and educational reformer John Dewey, focusing on what has come to be called creative pedagogy.

Keywords: growth; happy education; free semester; Suneung; innovation

Introducción

En las últimas décadas, Corea del Sur ha pasado a ser una de las principales potencias mundiales en el ámbito económico y formativo. Los informes internacionales sobre la evaluación de estudiantes y otros sondeos la sitúan a la cabeza del sistema educativo, más alto incluso que países que tradicionalmente habían ocupado los primeros lugares en la vanguardia educativa. Así lo subraya la OECD (Organisation for Economic Co-operation and Development): Corea ha sido uno de los países que más ha destacado en estas pruebas, al demostrar una mejora constante desde 2000 en estos reportes (OECD, 2014, p. 24). En el último informe PISA (Programme for International Student Assessment), por ejemplo, el país alcanzó el puesto número 11 y la Seul National University está clasificada entre las mejores universidades del mundo.

El desarrollo y el fortalecimiento de este potente sistema vienen marcados por una mezcla de internacionalización y fuerte inversión, tanto pública como privada, así como por el valor tradicional atribuido a la educación desde el confucianismo (Lee, 2011, p. 396 ; Park, 2009, p. 52). Y aunque esa tradición se está viendo cada vez más mermada por la globalización y la expansión del individualismo, lo cierto es que en Corea se concede gran importancia a la figura del profesor y se le retribuye con buenos salarios. Como han mostrado Oswaldo Castro Romero y Sang Cheol Yun (2016, p. 140), “ser docente es una actividad de alto prestigio, los maestros son respetados entre los alumnos, padres de familia y comunidad”. Asimismo, el acceso a la enseñanza terciaria es hoy una aspiración entre la mayor parte de los jóvenes y los padres coreanos.

Sin embargo, estos resultados se han visto ensombrecidos por otra realidad: el enfoque prioritario hacia los exámenes de acceso a la universidad ha generado un nuevo sistema que bloquea la creatividad y la innovación. De hecho, la presión por las calificaciones a la que se someten los estudiantes durante la educación universitaria sigue siendo sumamente alta. De este modo, pese a las estrategias de internacionalización y movilidad transnacional, la trayectoria académica de los jóvenes sigue delimitada por los resultados que les permitirán obtener un puesto de trabajo específico, más que por el intercambio y el máximo desarrollo del potencial humano.

En este contexto, resulta sumamente valioso retomar la figura del filósofo y pedagogo estadounidense John Dewey (1859-1952), quien criticó la educación tradicional porque no proporcionaba a los estudiantes la preparación necesaria para su contexto, sino que estaba anclada en la memorización de unos contenidos teóricos fijos y estáticos. En cambio, él propuso una educación progresiva basada en un método experimental que promoviera la creatividad de los pupilos y el desarrollo de sus destrezas individuales, sus iniciativas y sus capacidades.

Las ideas novedosas de este autor contribuyeron significativamente al desarrollo de un nuevo sistema educativo y traspasaron las fronteras de su país hasta llegar incluso al contexto coreano de la mano de Yoon Bo Seon y su política educativa (véase Yoon, 2014, p. 169), y siguen ofreciendo sugerentes aportaciones al escenario contemporáneo. Se muestran especialmente valiosas a la luz del conjunto de reformas que ha fijado el Ministerio de Educación para los próximos años.

Este artículo ofrece una revisión del panorama, destacando sus posibilidades y sus limitaciones. Para ello se analizan las principales debilidades de la educación surcoreana actual y las líneas de actuación respecto al pensamiento de John Dewey. A modo de conclusión, se apunta la necesidad de un cambio que permita renovar el sistema desde un enfoque que no sólo reconozca la creatividad del estudiante, sino que también sea consecuente con el nuevo contexto transnacional en que se desarrolla dicho sistema educativo.

Análisis sobre los problemas de la educación surcoreana actual

Hoy en día es indudable el éxito del sistema educativo surcoreano. La estructura de enseñanza integrada por las instituciones y los organismos que regulan y financian la educación en el país ha sido elogiada por el mundo entero. Si nos remitimos a los informes internacionales de evaluación, los resultados son sorprendentes, pues en sólo 15 años se ha situado en los primeros puestos (OECD, 2014, pp. 32-33). Es más, el sistema coreano se ha caracterizado durante los últimos tiempos por un desarrollo igualitario en el que la brecha de género es nula en lectura y muy baja en matemáticas y ciencias. La adaptación al nuevo contexto social, cultural y económico ha venido marcada por un conjunto de reformas que buscaban la mejora educativa en todos sus habitantes.

Sin embargo, los grandes logros se han visto manchados en los últimos años por diversos problemas que han llevado al gobierno a reflexionar y a proponer políticas de cambio no sólo del sistema, sino también del modelo y el proceso educativo. Esto es, se ha cuestionado la síntesis de teorías y enfoques pedagógicos que orientan a los docentes en la elaboración de sus programas y el propio desarrollo del proceso de enseñanzaaprendizaje, y se plantea la necesidad de un cambio de paradigma.

En este sentido, las principales debilidades de la educación surcoreana las genera un modelo educativo fuertemente competitivo. Como destacó Gwang Jo Kim (2002, p. 30), la demanda de mayor y mejor educación se basa en la enorme competencia para ingresar en las universidades, y concretamente en las tres más grandes del país, denominadas SKY (Seul National University, Korea University y Yonsei University). El prestigio de estas instituciones se debe a que son la vía de acceso a un trabajo en alguna de las grandes empresas del país (Samsung, LG, Hyundai, SK o Lotte). Por esto, el grado de exigencia para ingresar en estas universidades es sumamente alto. Las cifras recogidas por la BBC (Sharif, 2018) exponen que, aunque 70% de los estudiantes de secundaria irá a la universidad, sólo 2% lo hará en el grupo SKY.

Este dato invita a reflexionar sobre el propio examen que da acceso a la universidad, denominado College Scholastic Ability Test o CSAT (대학수학능력시험), conocido por el acrónimo Suneung (수능). Dicha prueba se hizo oficial en 1994 y es gestionada por el Korea Institute of Curriculum and Evaluation (KICE). A diferencia del examen de acceso de otros países, en Corea es sumamente importante, hasta el punto de que todo el país se paraliza. El día del examen -el último se produjo el 15 de noviembre de 2019-, tiendas y bancos permanecen cerrados, las obras de construcción se detienen en gran parte, e incluso la policía se encarga de trasladar a los estudiantes que llegan tarde al examen. Esta situación se explica porque el resultado marcará el futuro de los examinados. Por ello, los padres rezan todas sus oraciones y disponen sus ingresos y su tiempo para que sus hijos puedan acceder a la mejor educación universitaria. Ahora bien, ¿realmente este examen puede medir todas las capacidades de los estudiantes?

La presión por obtener buenos resultados en este examen único ha propiciado la creación de hagwons (학원), centros que preparan a los jóvenes para la prueba de acceso a la universidad, dirigidos por tutores privados. Los niños asisten a los hagwons todas las tardes, de lunes a viernes, desde temprana edad. En Seúl, oficialmente, estas escuelas no pueden cerrar después de las 22:00 hrs. y no pueden utilizar ningún material antes que las escuelas oficiales; asimismo, se les han limitado sus tarifas. No obstante, esto no ha frenado lo que algunos autores han denominado la “fiebre de la educación coreana”, propiciada en gran medida por las aspiraciones parentales en relación con el futuro laboral de sus hijos (Kim y Bang, 2017, p. 210).

Hoy en día hay más de 100 000 hagwons en Corea del Sur, y más de 80% de los niños coreanos, tanto de primaria como de secundaria, asiste a este tipo de escuelas. La BBC ha destacado que se trata de una industria que genera 20000 millones de dólares anuales (Sharif, 2018). Y esto no se limita a las edades medias, sino que se extiende a la educación en edades muy tempranas, ya que muchos padres piensan que el acceso a determinadas guarderías marcará la diferencia para el futuro de sus hijos.

El alto nivel de exigencia de este sistema ha generado una situación económica compleja para los padres, y delicada en términos del bienestar de los niños. Los estudiantes no sólo se ven obligados a dedicar gran número de horas diarias al estudio, sino que además viven una difícil encrucijada en la que sufren una fuerte presión por parte del sistema y por las aspiraciones de sus padres, que los lleva a experimentar un individualismo extremo. Ni siquiera cuentan con sus amigos, pues se ven obligados a competir con ellos.

Este escenario explica el alto índice de suicidios registrados entre los jóvenes de ese país, donde el suicidio es la principal causa de muerte de personas entre 10 y 30 años de edad (OECD, 2019; Singh, 2017). De hecho, según la OECD (2017), Corea del Sur tiene los niveles más altos de estrés entre los jóvenes de 11 a 15 años en comparación con otros países industrializados. Estos datos ponen de manifiesto cómo esa presión escolar y familiar ha generado un grave problema social. De esta manera, pese a los excelentes resultados en los informes de evaluación de la educación, se hacen evidentes las consecuencias nefastas de este sistema.

Este modelo ha propiciado infelicidad no sólo entre alumnos y padres, sino también entre los profesores, que se ven obligados a preparar a sus estudiantes para obtener buenos resultados en un examen. El sistema bloquea así cualquier tipo de pedagogía y enseñanza que promueva la creatividad como modelo para incentivar la innovación y las capacidades del educando. Es decir, el modelo memorístico, centrado en la resolución del examen, no estimula el desarrollo del potencial de los jóvenes, sino la obtención de buenas calificaciones, números en los informes. La situación no mejora tras el acceso a la universidad, sino que continúa y se endurece.

En este sentido, los diversos reportes que exponen positiva y laudatoriamente la educación en Corea apuntan ya la diferencia de este sistema respecto a los de otros países que están a la cabeza, como Finlandia (OECD, 2014, p. 24). Los problemas sociales han llevado a que los miembros del gobierno planteen la urgencia de un cambio, tal como lo expuso el 23 de septiembre de 2015 el superintendente de Educación, que presentó las guías nacionales para revisar el currículo (Han y Kwon, 2017).

Cho Hee-Yeon, superintendente de Educación desde 2014 (en 2018 fue reelegido), es un prominente sociólogo, activista y analista de movimientos sociales que se ha convertido en líder civil (Levine, 2016, p. 36) y que lucha por el cambio del sistema educativo. Es decir, se trata de uno de los líderes políticos que intenta reformar el modelo coreano a través de un paradigma que elimine las escuelas privadas, promueva una educación igualitaria y fomente el desarrollo de la creatividad y la innovación en los estudiantes.

Las líneas que propuso ya en 2015, y que buscaba implementar por completo en 2020, tenían como principal objetivo integrar un nuevo currículo para un aprendizaje creativo e integral. Esto es, trataba de superar el sistema centrado en el conocimiento estandarizado y establecer un nuevo enfoque que promoviera la flexibilidad y la creatividad para que los estudiantes hicieran frente a los retos del siglo XXI. Dicho cambio de orientación, además, puede cifrarse en el nuevo paradigma educativo que se está siguiendo internacionalmente, en el que se demanda la formación de recursos humanos, es decir, de individuos con capacidades para adecuarse a los problemas complejos que les planteará la sociedad futura.

En este contexto hay que entender el cambio del currículo. Si el anterior proponía dos itinerarios (uno centrado en las ciencias y otro en las humanidades), el nuevo modelo pretende unir las dos áreas en un itinerario completo que enfatiza la importancia de la “educación feliz”. Para ello, se introducen métodos de enseñanza-aprendizaje que privilegian clases más interactivas y propician la participación de los estudiantes en las aulas. Asimismo, como han recogido diversos autores, desde 2017 se ha implementado el “semestre libre”, en el que no hay exámenes escritos ni resultados sumatorios (Cho y Hu, 2017; Han y Kwon, 2017, p. 4).

Estas mejoras tratan de formar estudiantes capaces de aprender estrategias para alcanzar sus objetivos y resolver los problemas que se presenten en su futuro, en lugar de memorizadores de contenidos. Es decir, no sólo será importante y necesario conocer un conjunto de información, sino también las vías para continuar aprendiendo y desplegar su potencial humano a lo largo de la vida. Así, estas modificaciones evidencian la capacidad de la nación para reconocer los problemas a los que se enfrenta y proponer líneas claves para establecer su resolución.

Tras este breve análisis de los principales problemas del sistema educativo coreano, basado en una fuerte competitividad, parece plausible e incluso necesario reflexionar sobre la ruta a partir de la cual este modelo pretende verse mejorado, examinando sus puntos fuertes y sus puntos débiles.

Hacia un nuevo sistema educativo: fortalezas y debilidades

El informe del Ministerio de Educación, luego de percatarse de la urgencia de crear un plan con nuevas estrategias y políticas educativas que respondieran a la situación actual, puso el foco en la era digital, la promoción del currículo integrado, el fortalecimiento de la educación moral y el aprendizaje personalizado. En otras palabras, se ha pasado de un contexto previo de posguerra en el que era eminentemente necesario el desarrollo industrial, a un nuevo momento histórico en el que se fomenta la transformación y la mejora de habilidades y aptitudes humanas.

Aunque este cambio de perspectiva es amplio y resultaría muy fructífera la comparación completa en relación con el pensamiento de John Dewey, me centro en cómo se intenta desarrollar lo que se ha denominado “talentos creativamente integrados” (Han y Kwon, 2017, p. 11). Para ello, primero analizo las reformas generales que el gobierno propone, y luego pongo en diálogo estas guías básicas con la propuesta educativa de Dewey.

Principales líneas de actuación

Los principales investigadores encargados de la elaboración de las reformas señalan en el informe de 2015 que resulta necesario cultivar estos talentos para la futura sociedad coreana. Para lograrlo proponen implementar un paradigma educativo que fomente el nuevo ideal de persona: independiente, creativa, culta y que viva junto a los otros (citado en Han y Kwon, 2017).

La vía para alcanzar este ideal de persona es el desarrollo de seis tipos de competencias relacionadas: autogestión, procesamiento de conocimiento e información, pensamiento creativo, sensibilidad estética, comunicación y comunidad (Han y Kwon, 2017, p. 3). Ahora bien, ¿qué implican estas capacidades?

En el siguiente cuadro se muestra el resumen que ofreció el Ministerio de Educación coreano en 2015:

Autogestión

Competencia para vivir con iniciativa propia como habilidad básica y cualidad necesaria para la vida y la carrera profesional, así como la autoidentificación y la confianza.

Procesamiento de conocimiento e información

Competencia para procesar y usar el conocimiento y la información en una variedad de áreas para resolver los problemas razonablemente.

Pensamiento creativo

Competencia para crear nuevas cosas con el uso integral del conocimiento, las habilidades y las experiencias en una variedad de áreas de especialización basada en un amplio rango de conocimiento.

Sensibilidad estética

Competencia para descubrir el significado y el valor de la vida con base en una comprensión empática de los humanos y de la sensibilidad cultural, y para divertirse en el proceso.

Comunicación

Competencia para expresar los pensamientos y los sentimientos efectivamente y escuchar y respetar las opiniones de los otros en diferentes situaciones.

Comunidad

Competencia para participar activamente en el desarrollo de la comunidad con los valores y las actitudes requeridos por los miembros de las comunidades regionales, nacionales e internacionales.

Fuente: Ministry of Education, Korea Institute for Curriculum and Evaluation, & Korea Foundation for the Advancement of Science and Creativity, citado en Han y Kwon, 2017 (traducción propia).

Se evidencia cómo el nuevo currículo destaca un modelo educativo en el que se trata de formar estudiantes más creativos y activos en el proceso de aprendizaje mediante estrategias y metodologías innovadoras en las diferentes etapas educativas:

  • En primaria se pretende dar mayor importancia a lo que se ha denominado “educación experimental segura”, mediante planes que promuevan la lectura y que busquen cultivar actividades experimentales creativas.

  • En la educación secundaria se ha recomendado el semestre libre de exámenes y la mejora de actividades como la exploración de profesiones, actividades artísticas y físicas y actividades en clubes.

  • En los años previos al acceso universitario se intenta crear cursos integrados, como “estudios sociales integrados” y “ciencias integradas”. Se busca que estos cursos se reflejen no sólo en el currículo, sino también en el examen de acceso a la universidad, el CSAT, que tradicionalmente había generado una división entre humanidades y ciencias (Han y Kwon, 2017, p. 13).

Sin embargo, pese a lo ambicioso del proyecto al tratar de reformar las distintas etapas educativas, sus líneas de mejora parecen reducirse a pequeñas modificaciones en la redistribución de horas que, además, no atienden en profundidad una de las mayores causas de sus problemas: el examen de acceso a la universidad.

El semestre libre es bastante cuestionable y habrá que esperar los informes que se elaboren en los próximos años sobre sus consecuencias. Según el gobierno coreano, se busca con éste que los alumnos puedan desarrollar sus sueños y sus talentos (Han y Kwon, 2017, p. 27), así como incrementar sus habilidades para el aprendizaje autodirigido, la exploración de sus aptitudes y su futuro, y la mejora de la calidad de su experiencia de aprendizaje (p. 28). Ahora bien, esto habrá de realizarse durante las 170 horas que ocupan ese semestre, pero ¿qué ocurre con el resto de las horas que los estudiantes dedican a su educación?

El informe pone especial énfasis en las actividades experimentales creativas por su capacidad para mejorar el conocimiento y desarrollar un estudio holístico. Se propone realizarlas en cuatro áreas: autónomas, en clubes, para el servicio a la comunidad y para las carreras profesionales, aunque su desarrollo variará dependiendo de la escuela. Esta libertad es un arma de doble filo que parece inclinarse por una implementación parcial o su minusvaloración. A esto se suma que su introducción está ligada al modelo de conexión con el semestre libre de exámenes, lo cual puede desvirtuar su correcto impulso en las aulas.

Es cierto que se está llevando a cabo un cambio de metodología. Considérese, por ejemplo, cómo se emplean otros verbos para definir los objetivos de las asignaturas: en lugar de “identificar”, se usa “explorar” (Han y Kwon, 2017, p. 61). No obstante, aún es necesario un cambio en la mentalidad de la comunidad educativa (profesores, padres y alumnos) sobre el proceso de enseñanza-aprendizaje. En estos términos, ¿qué puede aportar la filosofía de John Dewey? Esto es lo que se verá en la siguiente sección.

Aportaciones desde la filosofía de John Dewey

John Dewey fue filósofo, psicólogo, educador, esteta y crítico de la cultura. Pero fue también un líder social y un intérprete de su tiempo que trató de renovar la sociedad de su época, tanto la estadounidense como la internacional.

En este contexto, Dewey consideró la educación como pilar básico de la sociedad, no tanto por propiciar su estabilidad, sino por aportar a los pupilos las herramientas y los medios para afrontar los cambios y crear nuevos modelos de interacción y significados. Por ello, la meta fundamental de la educación, dijo, no es otra que capacitar al individuo para seguir educándose:

La educación es función constante, independiente de la edad. Lo mejor que puede decirse de un proceso educativo cualquiera […] es que capacita al sujeto para seguir educándose; que lo hace más sensible a las condiciones de crecimiento y más hábil para aprovecharlas. La adquisición de la destreza, la posesión del conocimiento, el logro de cultura, no son fines, son señales de crecimiento y medios para continuarlo (Dewey, 1955, p. 249).

Concretamente, él planteó un modelo de enseñanza basado en la experiencia y la creatividad. A partir de esta línea de pensamiento, enseguida se reflexiona sobre las posibles aportaciones de las propuestas de Dewey a la actual Corea del Sur, en particular, la contribución de la pedagogía de la creatividad en todos los niveles educativos, pues se trata de una nueva área de estudio que defiende la estimulación del potencial de cada alumno para realizar actividades creativas. Estas actividades se caracterizan por atributos como novedad y originalidad. Como ha dicho Diacouni Mihai (2016, p. 86), la primera investigación pedagógica que promovía la estimulación de la creatividad data de la década de 1950, y es de Joy Paul Guilford, publicada en el artículo “Creatividad” (Guilford, 1950), tema que se generalizó en los años sesenta. Sin embargo, el precursor de este tipo de pedagogía, como algunos de estos autores reivindican, es el propio John Dewey.

Dewey acuñó el concepto de “pedagogía de la creatividad” para indicar no tanto una capacidad personal, sino la cualidad del ser humano para crear nuevas interacciones con su medio en aquellos momentos en que se presentan situaciones problemáticas o de desequilibrio. Esto es, la creatividad se despliega cuando nos enfrentamos a momentos de tensión, cuando descubrimos una situación novedosa en la que resultan inútiles nuestras experiencias pasadas o los modelos de acción aprendidos y creamos nuevas formas que implicarán un crecimiento personal.

En este sentido, la creatividad se entiende como el potencial que le permite al ser humano crecer como persona. En el cuarto capítulo de su obra Democracia y educación (1916), titulado “La educación como crecimiento”, Dewey explica que el crecimiento sólo puede darse si tenemos capacidad y potencialidad; la capacidad para llegar a ser algo diferente, y el potencial de crecimiento (Dewey, 2010, p. 46). La potencialidad implica plasticidad, estar dispuesto a modificar nuestras relaciones con el medio. La habilidad para aprender de nuestra experiencia, para modificar nuestras acciones, supone, en definitiva, apertura a la espontaneidad, entendida como la novedad que emerge en las situaciones y que implica transformar hábitos.

Dewey utiliza el término “potencial” para referirse a la fuerza que nos conduce a interacciones creativas con nuestro medio. El filósofo hizo una crítica feroz al sistema tradicional de la escuela porque abogaba por el aspecto intelectual de nuestra naturaleza y nuestro deseo de aprender acumulando información y comprendiendo símbolos en lugar de responder a nuestros impulsos y nuestras tendencias para crear arte o para producir algo útil (Dewey, 1915, p. 15).

Esto supone dos aspectos importantes: en primer lugar, el crecimiento implica situaciones futuras; en segundo, no es individual, sino que el medio también participa en él. Cabe destacar que el crecimiento se caracteriza porque no sólo resuelve los conflictos de situaciones nuevas, sino que alcanza el equilibrio en relación con contextos futuros, de ahí que haya crecimiento y no mero cambio. Ahora bien, como ha destacado Stroud (2011, p. 191), el crecimiento sólo puede darse en el presente, que conlleva dinamismo y progresión. Esto también lo ha señalado Brian Bruya (2004, p. 205): para Dewey la persona es una entidad en proceso, constantemente en formación por el medio.

El medio es quizás el aspecto más relevante para estas páginas, ya que, aunque la persona es una entidad en proceso, su capacidad de desarrollar nuevos hábitos no es meramente individual, sino que, en su formación, el medio es esencial. La continua interacción del hombre con su entorno supone un arte, una habilidad para acometer los ajustes necesarios ante la emergencia de circunstancias nuevas, que el sistema educativo debe cultivar.

La clave de la educación reside en aportar experiencias reales al alumnado, y en este sentido va la propuesta de actividades experimentales creativas del gobierno coreano. Sin embargo, lejos de limitarlas a cierto número de horas en el currículo, Dewey defendía una educación progresiva centrada en el interés del niño, la libertad, la iniciativa y la espontaneidad. Es necesario, por lo tanto, ampliar esas actividades y que formen parte de todos los ámbitos educativos. Ahora bien, para lograrlo se requieren varios cambios significativos que ya aparecían en la propuesta del filósofo en la primera mitad del siglo XX.

En primer lugar, hay que crear auténticas experiencias de aprendizaje en el aula con las que el alumnado pueda aprender y desplegar su potencial humano. Dewey traza su planteamiento educativo desde un humanismo que defiende que es el estudiante quien debe descubrir, quien debe ser el principal actor del proceso de enseñanza-aprendizaje (véase Pring, 2007). Por ello, en lugar de imponer el estudio de ciertos contenidos, es necesario crear experiencias en las que el alumno, entendido como un organismo en continuo crecimiento (Dewey, 2010,p. 50), pueda aprender habilidades y conocimientos nuevos. Esta estrategia es esencial si tenemos en cuenta el nuevo entorno educativo, dominado cada vez más por las tecnologías de la información y la comunicación.

Se trata, pues, de un aprendizaje experimental basado en diferentes situaciones que invitan al alumno a reflexionar sobre los contenidos, a crear hipótesis y significados diferentes a partir de lo aprendido, y a probarlos a través de las acciones y las experiencias futuras. Por ello, es necesario desarrollar el proceso educativo en espacios donde el estudiante pueda desplegar su potencial. Como apuntó Aliya Sikandar (2015, p. 194), estos entornos son los ámbitos en los que las situaciones y las condiciones interactúan con las necesidades y los propósitos personales con el fin de propiciar experiencias para toda la vida. Esto conduce al segundo cambio importante: el docente debe conectar los contenidos del currículo con los intereses del alumno, y crear entornos estimulantes en los que éste desarrolle y oriente su capacidad de actuar. Debe dejarse atrás la visión del alumno como sujeto vulnerable al que se le imponen los contenidos y los criterios, para ahora tratarlo como un individuo libre con sus propios intereses y aptitudes (Dewey, 2010, p. 41). En otras palabras, es necesario reformar el modo de aprender, pasar de un modelo afincado en la memorización de contenido a otro basado en la construcción del conocimiento mediante una actitud creativa, crítica y reflexiva. En este nuevo formato, tal como Dewey lo concibe, el alumno es un actor social activo que participa en las experiencias educativas: “Las escuelas requieren para su plena eficacia más oportunidades para las actividades conjuntas en las que toman parte los que son instruidos, de modo que éstos puedan adquirir un sentido social de sus propios poderes y de los materiales y recursos utilizados” (Dewey, 2010, p. 45).

En tercer lugar, las reformas no servirán de nada si no abogan por un cambio de orientación desde la educación infantil hasta el nivel universitario. Ésta era la posición de Dewey (2010,p. 48), quien creía que el modelo debía ser instrumentado desde la infancia más temprana y desarrollarse en todos los niveles educativos.

El filósofo no sólo ideó la parte teórica de esta pedagogía, sino que también la puso en práctica a través del proyecto educativo conocido como la “escuela experimental”, de la Universidad de Chicago, en un entorno cooperativo de aprendizaje que trataba de desplegar las capacidades de los individuos y satisfacer sus propias necesidades. Para ello, trazó un itinerario que abarcaba desde la educación básica hasta la universitaria, con un modelo educativo basado en la continuidad del proceso de enseñanza-aprendizaje.

Dicho entorno buscaba que los alumnos experimentaran con situaciones concretas semejantes a las que se encontrarían en su vida diaria y en situaciones futuras, para lo que debían recurrir a sus conocimientos curriculares con el fin de resolver los problemas que se les planteaban. Este modelo no está muy alejado de la propuesta coreana; la diferencia radica en que Dewey incluía todos los niveles educativos y todas las materias.

Hoy se reivindica el ejercicio de una “enseñanza” basada en nuevas tendencias pedagógicas en las que los profesores acompañan a sus alumnos en los procesos de aprendizaje. Y esta visión no se limita a la educación primaria y secundaria, sino que se extiende a la educación superior. En términos generales, estamos ante un nuevo paradigma educativo en el que los estudiantes, con sus intereses y sus conocimientos, ocupan el centro del proceso. En este sentido, Dewey tiene mucho que aportar.

La educación es una constante reconstrucción de la experiencia, pues le da cada vez más sentido, lo que habilita a las nuevas generaciones para responder a los desafíos de la sociedad. Educar, como Dewey (1955, p. 249) reivindicaba, más que reproducir información implica incentivar a las perso nas para transformar algo, dotarlas de los conocimientos y las herramientas para afrontar situaciones nuevas. En palabras del filósofo: “Consiste en una dirección inteligente de las actividades innatas a la luz de las posibilidades y necesidades futuras” (Dewey, 1964, p. 96).

Así, a través de este modelo educativo, el individuo hace de la educación parte primordial de su vida, ya que continúa aprendiendo en todos y cada uno de los estadios de su experiencia vital. Esta pedagogía, basada en la creatividad y el potencial humano, define la educación como la reconstrucción y la reorganización de la experiencia que otorga sentido al presente y aumenta la capacidad para dirigir el curso de nuestra existencia.

Conclusión

Los resultados obtenidos en los informes PISA no parecen recoger datos sobre el desarrollo de las habilidades y el potencial de los jóvenes. Si bien muestran cifras sobre el conocimiento adquirido, en los hechos éste no es suficiente si no se acompaña de un correcto impulso de las aptitudes y la creatividad de los niños para desenvolverse en el futuro. Dewey no critico directamente los exámenes, pero su propuesta atacó el sistema tradicional de enseñanza basado en la memorización y abogó por un modelo en el que el estudiante fuera el centro del proceso de enseñanza-aprendizaje.

El gobierno surcoreano, a la vanguardia en educación, ha tomado conciencia de esta situación tras haber experimentado graves problemas sociales: la presión y el estrés a los que son sometidos los jóvenes, y que han derivado en depresión y suicidio; la brecha de desigualdad que se está generando producto de los hagwons y los tutores privados; el propio desgaste de los profesores, que ven limitada su labor a preparar a sus alumnos para resolver un examen, etcétera.

Las líneas que se han marcado para los próximos años constituyen un gran avance, pero no son suficientes si no hay un auténtico cambio en todos los niveles educativos y su institucionalización, así como en la propia mentalidad de la comunidad educativa. Las guías fijadas se restringen a los niveles de primaria y secundaria -no llegan a la educación superior,y aún queda por ver si transformarán realmente el examen de acceso a la universidad. En términos generales, uno de los principales problemas es este examen, por lo que, si no se produce una actualización, será difícil vislumbrar un cambio.

Cabe preguntar hasta qué punto el método pedagógico determina el sistema educativo y viceversa. Para el filósofo estadounidense la respuesta era clara: ambos se influyen mutuamente, porque no es posible separar las diferentes fases y las partes que conforman la educación. De esta opinión parece ser el superintendente de Educación Cho Hee-Yeon, que ha pasado de ser un líder civil a ocupar un alto puesto en el sistema educativo e iniciar su reforma. Sin duda alguna, la conferencia que pronunció el 30 de marzo de 2017, en la que explicó las reformas que se pondrían en marcha para pasar de un paradigma educativo basado en la autoridad y la memorización a otro más democrático, asentado en la creatividad y la igualdad, fue un gran paso adelante. Este cambio plantea un nuevo currículo que busca que los estudiantes realicen sus sueños y desarrollen su talento (Han y Kwon, 2017, p. 13), y trata de incluir a los padres a través de un proceso más colaborativo que incluye la creación de asociaciones de padres en las escuelas.

Sin embargo, las líneas se pueden ver desdibujadas fácilmente debido a la imprecisión y la limitación de las reformas. Corea necesita transformaciones profundas que no se restrinjan a semestres libres o a etapas educativas. En este sentido, el diálogo con la propuesta educativa de John Dewey puede resultar beneficioso, ya que aporta estrategias para introducir cambios que promuevan no sólo el desarrollo de la creatividad del alumnado, sino también la mejora en otras áreas claramente deficitarias, como la comunicación y la cooperación.

La propuesta de Dewey cobra especial relevancia, ya que permite superar elementos heredados del confucianismo y de su rígida estratificación que han impedido en gran medida que la comunidad educativa vea con buenos ojos una modificación de tal alcance. En este sentido, la teoría de la educación del filósofo puede ayudar a encauzar el desarrollo de un sistema educativo que atienda las demandas de la sociedad actual, a través de un proceso de enseñanza-aprendizaje centrado en el alumno y que promueva su autoconfianza y su felicidad con el fin de formar seres humanos dotados de las capacidades necesarias para afrontar su futuro.

Referencias

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Recibido: 29 de Mayo de 2019; Aprobado: 30 de Julio de 2019

Gloria Luque Moya es doctora en filosofía por la Universidad de Málaga (España) y licenciada en antropología social y cultural por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (España). Ha disfrutado de una beca predoctoral y posdoctoral y actualmente es profesora del Departamento de Filosofía de la Universidad de Málaga.

http://orcid.org/0000-0002-7626-3961

glorialm@uma.es

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