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Estudios de Asia y África

versão On-line ISSN 2448-654Xversão impressa ISSN 0185-0164

Estud. Asia Áfr. vol.54 no.2 Ciudad de México Mai./Ago. 2019

https://doi.org/10.24201/eaa.v54i2.2374 

Reseñas

J. Leibold (2007). Reconfiguring Chinese nationalism: How the Qing frontier and its indigenes became Chinese. Nueva York: Palgrave MacMillan. 271 pp.

Chiara Olivieri* 

*Universidad de Granada

Leibold, J.. 2007. Reconfiguring Chinese nationalism: How the Qing frontier and its indigenes became Chinese. Nueva York: Palgrave MacMillan, 271p.


El libro de James Leibold se presenta como una revisión y una profundización historiográfica del concepto minzu, así como un análisis de cómo, a partir de las fronteras imperiales establecidas bajo el periodo Qing, las poblaciones fronterizas han sido incluidas en lo que se ha definido como “China”. Con una crítica desde las primerísimas líneas a los estudios tradicionales que tienden a homogeneizar la imagen de China hacia el exterior -un bloque monolítico y étnicamente uniforme-, el autor subraya el carácter político de toda definición y etiqueta étnica/racial, así como de las narraciones que desde unas Chinese male elites se han producido para “plegar la fluida diversidad étnica del imperio ante la homogeneidad de un nuevo imaginario nacional” (p. 2; las traducciones son de la autora de esta reseña).

En China -nombrada a menudo como fatherland-, estos procesos han ido ligados al arribo de conceptos como modernidad, y sus manifestaciones políticas prácticas: nacionalismo e imperialismo. Una estrategia para lograrlo ha sido la de relacionar a la gente y sus recorridos históricos con lugares eternos y arraigados, y no con procesos políticos dinámicos (p. 4). Dos de los problemas con los que el cuerpo político de China, como herencia del legado Qing, ha tenido que lidiar son la “cuestión fronteriza (bianjiang wenti), es decir, el desafío de mapear, colonizar e incorporar políticamente las miles de millas cuadradas de frontera remota y desolada que forman ahora la primera línea en la lucha para defender la soberanía territorial de la nación” (p. 3), y la “cuestión nacional (minzu wenti), esto es, la tarea de identificar, clasificar y asimilar a los veinte o cuarenta millones de indígenas de la frontera en una sola identidad nacional” (p. 3).

Se toca ya en la introducción el debate de si hay una jerarquía moral dicotómica en el proceso de construcción identitaria, que materializa la autoidentificación a partir de un elemento “externo” para establecer con éste una “escala de valores” que forja nexos de superioridad/inferioridad. La academia tradicional, tanto la china como la euroamericana, ha identificado automáticamente a este “Otro” con lo “externo”, las potencias coloniales. Leibold considera que deberíamos indagar la influencia del inner Other, las poblaciones periféricas, bien en términos identitarios o bien en la conformación práctica del Estado-nación chino, a través de la visible tensión que se establece entre “la lógica exclusivista del nacionalismo […] y la retórica universalizante de la integración nacional” (p. 12).

En el capítulo “Del Imperio a la nación”, el autor realiza un conciso carrusel de la aplicación de teorías nacionalistas al caso de China al citar las de Fairbank y su Chinese world order, seguida y empleada por Levenson y Hsiao Kung-chuan, y las posteriores rectificaciones de Lattimore y Crossley y su Sinicization theory. En la segunda parte del capítulo se analizan, con mirada crítica, los procesos de construcción estatal y cómo han influido a lo largo de los tumultuosos años de transición en las narrativas de construcción de una alteridad identitaria.

Los pueblos “no sínicos” han sido objeto de definiciones alternadas por parte de los sucesivos órganos de poder, dependiendo de intereses políticos, económicos y geoestratégicos: de una inicial postura anti-no-sínicos, instrumental, para invalidar la autoridad del poder Qing/Manchú a los ojos del pueblo, se pasa a discursos unitarios y homogeneizadores cuando se ven en la necesidad de ser respaldados por sus inner Others frente a las amenazas de los alien Others, las potencias coloniales, y justificar su soberanía sobre los territorios colonizados durante la época Qing.

La penetración del darwinismo social, así como del concepto biológico de raza, combinada con un creciente sentimiento nacionalista, han favorecido el establecimiento de narrativas identitarias que han ayudado a la conformación de China como Estado-nación moderno y preparado para su inclusión en un panorama internacional amplio (p. 46). La periferia se torna imprescindible para el diseño nacional/nacionalista y para proporcionar ingresos y recursos a la economía del país (p. 45). El establecimiento de la soberanía sobre territorios “útiles” conlleva necesariamente la “aceptación/inclusión/asimilación” de sus poblaciones indígenas, consideradas “inferiores” numérica y culturalmente. “China”, por lo tanto, emerge como un actor diseñado ad hoc y aprovecha discursos inclusionistas y estáticos que, tanto desde dentro como desde fuera, se habían ido construyendo en torno a ella (p. 46).

El segundo capítulo, “Límites al poder del Estado”, revisa las políticas fronterizas en los primeros años de la República. Bajo la guía del Comintern, la coalición GMD-PCCH tuvo que proteger el geo-body constituido durante la época Qing de las amenazas externas, y de las pretensiones secesionistas/descentralizadoras de los señores de la guerra y los líderes locales. Los discursos acerca del derecho a la autodeterminación de los pueblos fronterizos, pronunciados y oficializados por Sun Yat-sen, han ido oscilando en la medida en la que esta autodeterminación ha tenido que ser puesta en práctica por las autoridades locales. Pese a los intentos soviéticos de conformar la política china según sus reglas, la autodeterminación de las minorías se sometía a los tiempos y las necesidades de la zhonghua minzu y a los proyectos políticos de quienes se encargaban de protegerla de las amenazas exteriores. La revolución y la defensa del territorio debían preceder a cualquier pretensión autodeterminista de las periferias: se toman en consideración en el libro los casos de Mongolia, Sichuan y el Tibet y sus minorías.

En el tercer capítulo, “Domesticando minzu”, se analizan los mecanismos empleados por el PCCH para mantener su soberanía en todo el territorio. Estas medidas se pensaron y actuaron de conformidad con las relaciones sino-soviéticas, y el difícil equilibrio entre GMD, PCCH, autoridades locales y señores de la guerra. Los dictámenes soviéticos se aplicaron alternativamente, dependiendo de su fuerza unificadora. Es fundamental subrayar el propósito utilitario -y no altruista ni ideológico- de las injerencias soviéticas en la política “interna” china. Las poblaciones fronterizas son llevadas a formar parte de un discurso nacional-identitario a través de su inclusión en un “nosotros” funcional para el mantenimiento del control sobre sus territorios, proyectando un fetiche de “enemigo”, alternativamente, las amenazas imperialistas-coloniales y el ancien régime. La ideología rara vez se materializa en las políticas estatales.

Tras unos capítulos de corte historiográfico, pero siguiendo la misma construcción especular periodo nacionalista-periodo comunista, los capítulos cuarto “Del Emperador amarillo al hombre de Pekín”, y quinto, “La carga del hombre han”, analizan la construcción de narrativas ontológicas para justificar la unidad nacional de China desde un punto de vista étnico y racial. En el capítulo cuarto se recorren diferentes teorías que aprovechan el nacimiento y la inclusión en China de disciplinas científicas -antropología, sociología, historiografía y descubrimientos arqueológicos-, para demostrar de manera “irrefutable” la unidad de las poblaciones incluidas en las fronteras Qing. Que se quieran remontar los orígenes del pueblo chino como corpus unitario al Emperador amarillo, a través de la génesis de unos mitos originarios ancestrales, o “biológicamente” al descubrimiento del llamado hombre de Pekín, el objetivo político se evidencia a lo largo del capítulo: mantener la cohesión interna en contraposición a las amenazas externas, especialmente la japonesa, al quebrarse las fronteras nororientales del país e incidir en el derecho a la autodeterminación de las poblaciones autóctonas. Éstas, en la visión unitaria de los intelectuales nacionalistas, constituyen no sólo una parte fundamental del conjunto nacional, sino que poseen características “primitivas” indispensables para mantener la potencia y la unidad de la “raza” china.

En el bando comunista, como se expresa en el capítulo quinto, pese al objetivo de mantener el control del territorio “nacional”, los intelectuales se veían forzados a emplear razonamientos que los diferenciaran de sus contrincantes. Ensalzaron la superioridad cultural de la mayoría han, que “absorbió innumerables y diferentes clanes, tribus, razas y grupos culturales […] y se transformó en un microcosmos de la diversidad colectiva de la zhonghua minzu: su extensión geográfica se convirtió en el territorio unificado de las nacionalidades chinas” (p. 173). La presencia, en los escritos de Mao Zedong, de nuevos etnónimos para referirse a subcategorías de las “cinco razas” definidas por Sun Yat-sen, y su inclusión general en una unitaria zhonghua minzu, facilitaban el proceso de unificación nacional al reconocer su heterogeneidad y enfatizar “los orígenes polifacéticos o multirraciales de la zhonghua minzu, mientras se continúa tejiendo una narración lineal e ininterrumpida de la interacción histórica y biológica entre las diversas minzu de la China contemporánea” (p. 165), y al hacerla confluir en un Estado político único lingüística, tradicional y legalmente para demostrar la correcta aplicación de los criterios estalinistas de “nación moderna”.

En sus conclusiones, Leibold resume brevemente los puntos centrales de su discusión: el principio de autodeterminación de los pueblos, que había llevado a la fragmentación de otros imperios hacia un más “moderno” Estado-nación, en China se empleó estratégicamente para mantener invariadas las fronteras nacionales en la transición del gobierno Qing a la República, a través de la “invención” de narrativas y discursos unitarios que han protegido al totum de China de las injerencias externas y de las reivindicaciones autonomistas interiores: “existe un modelo alternativo de construcción nacional que puede ser conformado, o más precisamente, negociado hegemónicamente desde arriba por un Estado transformativo y totalitario”(p. 178). China acaba siendo el resultado de varias narrativas de construcción estatal que beben de un pasado imperial fuertemente burocrático, convertido en un Estado centralizado a través de discursos “científicamente irrefutables” y la construcción de una imagen monolítica e inmóvil.

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