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Estudios de Asia y África

versión On-line ISSN 2448-654Xversión impresa ISSN 0185-0164

Estud. Asia Áfr. vol.53 no.3 Ciudad de México sep./dic. 2018

 

Reseñas

J. A. Millward (1998). Beyond the pass: Economy, ethnicity, and empire in Qing Central Asia, 1759-1864

Chiara Olivieri1 

1Universidad de Granada

Millward, J. A.. 1998. Beyond the pass: Economy, ethnicity, and empire in Qing Central Asia, 1759-1864. Stanford: Stanford University Press, XXII, 353p.


El libro se presenta como una demostración de lo inadecuado que resulta el modelo sinocéntrico, estático e inamovible propuesto por un grupo de académicos y que, en buena medida, ha influido en la historiografía sobre China y sus diversos territorios. Esto es, ha promovido una estratégica invisibilización de la propia diversidad que ha tocado diferentes aspectos de la historia de lo que hoy llamamos China, al allanar matices relevantes respecto de lo étnico, lo político, lo económico y lo social. Por lo tanto, demuestra abiertamente las características propiamente Qing -que no chinas- de la adquisición y anexión de territorios periféricos al Imperio, lo que el autor define, y no sin razón, como “imperialismo”.

A lo largo de los seis capítulos que componen el libro se detallan, mediante material diverso -desde fuentes literarias hasta registros oficiales, estadísticas, etc.-, los puntos que ya desde un principio se dejan patentes en la introducción y que funcionan como una declaración de intenciones: i) la falta de una correcta inclusión de la “periferia” en la historiografía, debida a una confusa noción de “sinocentrismo” en las obras de los estudiosos tradicionales; ii) la necesidad de incidir con mayor profundidad en el debate terminológico -con evidentes consecuencias ontológicas y sociopolíticas- entre Qing y China; y iii) la complejidad de las relaciones “coloniales”. La discusión se mueve en los ámbitos del comercio interregional -a través de una frontera “fluida” y difícilmente definible en términos geográficos y políticos- y las relaciones interétnicas que a partir de ahí se generan.

Tras una sucinta pero clara introducción histórica y geográfica acerca del territorio, se hace un franco hincapié en el carácter colonial de las relaciones de control territorial impuestas por los Qing: las estrategias de pacificación de la región, a través del establecimiento de bases militares, gubernamentales y económicas, y el control del mercado intraasiático -y, por consiguiente, la promoción de migraciones controladas de mercaderes han a la región para gestionar los tráficos- son síntomas de un proyecto político -enmascarado/justificado planteado en un inicio con bases económicas- de ocupación forzosa de un territorio “infraexplotado” por los primitivos indígenas, y que podría en cambio ser propicio para el fortalecimiento del Imperio, en una serie de ámbitos. En primer lugar, se imponía como base geoestratégica para favorecer importaciones y comercio con otras regiones de Asia Central; por otro lado, la vastedad territorial proporcionaba un adecuado safety pad para el excedente de población. Las innovaciones en la tasación y el ámbito monetario experimentadas en el territorio proporcionaron un importante argumento a favor de la ruptura con la imagen de “una China milenaria”.

Por otra parte, a lo largo del texto se hace patente cómo la anexión de un territorio periférico culturalmente diferente y, por ende, de más difícil gestión y control, que además presenta características topográficas que lo hacen poco apto para su explotación agrícola, suscitó no pocas críticas dentro de la propia administración y élite cultural de la época, que, no hay que olvidarlo, era un semillero constante de posibles protestas debido a que sus gobernantes no pertenecían al grupo han; dichas críticas, en la mayor parte de los casos, se apaciguaron al recibir datos económicos favorables: los costos previstos eran menores que las ganancias para el gobierno central, debido especialmente a la política de autosustento aplicada en la región. Los beneficios del comercio escasamente favorecieron a las poblaciones indígenas y sí a la clase mercantil -sobre todo chinos han y tungan-, pero permitieron tejer una compleja red de relaciones interétnicas en el plano de la inclusión, las narrativas y la gestión práctica de la vida diaria. La separación de los diferentes grupos poblacionales de la región -indígenas, chinos y manchúes-, ratificada incluso por decretos imperiales, no tardó en crear rupturas ontológicas, jerárquicas e incluso físicas entre los habitantes que, supuestamente, convivían. Hubo procesos de folclorización, subalternización y exclusión de la vida política, social e incluso legal, así como el convencimiento, típico de las penetraciones coloniales, de la legitimidad de adquirir terrenos a expensas de los procesos de gestión tradicional por parte de la población autóctona. Todo esto se expone en el libro con ejemplos del ámbito mercantil y se propone reflexionar a partir de la manera en que el comercio vehiculó la construcción estatal Qing en los “nuevos dominios”. Obviamente, las infraestructuras comerciales llevan consigo consecuencias culturales que se identifican y subrayan en el texto. Quizá las que más refuerzan el argumento “colonial” del discurso son las referentes a las propias narrativas que establecen una jerarquización de la población, que no siempre reflejan un paradigma étnico o religioso, sino que más bien sirven para justificar objetivos políticos y económicos que ayudan a mantener el control de la región (la élite mercantil y paulatinamente gubernamental de Xinjiang fue pasando de manos manchúes a manos han, y el sistema de tasación se hizo más ligero hacia los indígenas para no crear malestares).

Así pues, a lo largo de los capítulos se va conformando un mosaico de argumentos que confluyen de manera fluida en las siguientes ideas:

  1. El carácter colonial de las relaciones entre el imperio Qing y los nuevos territorios.

  2. El establecimiento de “líneas abismales” como herramienta de control político y poblacional, a través de la creación de narrativas multilaterales y jerarquizaciones de naturaleza no étnica, sino social y económica.

  3. La necesidad de un cambio de perspectiva académica que se aparte del eurocentrismo, que ha mermado las investigaciones modernas, pero también del sinocentrismo, que ha devuelto una imagen parcial de varios aspectos de la historia del país y que ha proporcionado una definición confusa de lo que llamamos China, al allanar e invisibilizar su profunda diversidad y su historia.

Destaca, pues, la necesidad constante de establecer comparaciones entre procesos históricos, buscando encajarlos en categorías eurocéntricas. La política expansionista Qing, así como sus medidas de control territorial, pueden definirse como imperialistas, pero no necesariamente debido a una influencia “occidental”, sino como un mecanismo autogestado y que responde a las necesidades específicas del lugar de donde emana.

Quizás uno de los puntos más importantes, especialmente por sus consecuencias hodiernas, es el relativo a las segregaciones y las categorizaciones semipermeables que, en general, parecen ser un elemento común en un sistema “colonial” a escala global. Resulta interesante y clarificadora la elección de incluir informaciones y datos de las violaciones y los excesos físicos de las poblaciones migrantes contra las indígenas, acompañados de narrativas despectivas y humillantes sobre ellas. Talvez desde la perspectiva de lo subalterno, y proyectando la lectura a nuestros días, “justificar” estos actos debido a la prohibición de la reunificación familiar resulta un poco redundante, aunque, qué duda cabe, cierto; en cambio, el empleo del término “fraternizar” cuando los ejemplos muestran actos de sumisión moral y física, especialmente hacia las mujeres indígenas, parece bastante desafortunado e inapropiado.

Otra reflexión atañe al papel del historiador respecto de los sujetos involucrados en su investigación. Una de las ventajas de estudiar épocas pasadas es la relativa libertad de la que se disfruta al presentar los mecanismos de dominación, y esto se hace evidente no sólo por la terminología empleada -imperialismo, segregación, violencia, masacre, etc.-, sino también por la manera en la que se relatan los hechos. Claro está, las implicaciones de tales mecanismos se reflejan en la realidad actual, aunque no se trata en el libro por evidentes distancias cronológicas. La elección de no “pretender ningún mensaje político por éste o cualquier otro uso terminológico en este libro” (p. XX) -además, colocada en posición estratégica al final del apartado terminológico- es en sí un reconocimiento de las implicaciones políticas relacionadas con el tema, de las que un historiador comprometido debe tener constancia y con las que debe lidiar, independientemente del nivel que ocupen en su estudio. En conclusión, el abordaje desde lo económico/comercial resulta una pieza fundamental en la construcción de una imagen completa y plural de la situación de los dominios periféricos Qing, pues devuelve un matiz socioeconómico imprescindible para entender los mecanismos de dominación, incluso los contemporáneos, y presenta numerosas claves para una lectura más amplia, al incidir, sobre todo, en el matiz utilitarista de unos procesos coloniales propios y profundamente arraigados en la estructura imperial de lo que consideramos la China de los siglos XVIII-XIX.

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