Introducción
En el noreste asiático, los inicios de la segunda década del siglo XXI también fueron los comienzos de una nueva época política caracterizada por el incremento de las tensiones geopolíticas regionales. En diciembre de 2011, Kim Jong-un fue nombrado líder supremo de la República Popular Democrática de Corea (RPDC o Corea del Norte), después del fallecimiento de su padre, Kim Jong-il. En noviembre del mismo año, Barack Obama fue reelecto presidente de Estados Unidos de América, y XI Jinping fue electo secretario general del Partido Comunista Chino -lo cual, posteriormente, habría de otorgarle el cargo de presidente de la República Popular China (también China) en marzo de 2013-. En diciembre de 2012, Shinzo Abe fue electo primer ministro de Japón. Por último, en febrero de 2013, Park Geun-hye fue electa primera presidenta de la República de Corea (también Corea del Sur).
Tan sólo un año después de la toma de posesión del poder político por parte de Kim Jong-un, en diciembre de 2012, Corea del Norte lanzó un misil a la órbita planetaria. Los gobiernos de Corea del Sur, Estados Unidos y Japón coincidieron en enmarcar este ensayo como una “prueba de tecnología de misiles” (Kim y Negishi, 2012). Con esta prueba, Corea del Norte reanudó prácticas nucleares, suspendidas desde 2009. En enero de 2013, Pyongyang anunció el retiro oficial de las llamadas “pláticas de seis bandas” o “Diálogo de los Seis” (Six Party Talks) y, por ende, del proceso de desnuclearización de la península coreana. Un mes después, el país norcoreano efectuó su tercer y más poderoso ensayo nuclear -los primeros dos sucedieron en 2006 y 2009 respectivamente-, que produjo un sismo de entre 4.7 y 5.2 de magnitud en la escala de Ritcher (McCurry y Branigan, 2013). Aparentemente, la elite política norcoreana vio una oportunidad debido a las fluctuaciones políticas globales, ya que estas agresivas acciones han buscado el reconocimiento del estatus de “potencia nuclear” (Kwak y Joo, 2014, pp. 2-3), demanda que ha sido ignorada por la comunidad internacional y, principalmente, por las potencias regionales.
A partir de este punto, se ha construido un statu quo sumamente endeble y con alto nivel de riesgo. Pyongyang ha utilizado, conscientemente, una política relacional de poder -visto desde el realismo constructivista- en razón de una pretendida influencia en los resultados políticos de su interés (Barkin, 2010, pp. 20, 90), léase el reconocimiento diplomático por parte de Estados Unidos y el del estatus de potencia nuclear. Ante esto, los respectivos gobiernos en Beijing, Seúl, Tokio y Washington han fracasado en lidiar con las intenciones del gobierno norcoreano. Esto se agudizó a raíz de la llegada al poder político estadunidense de Donald Trump y su agresiva retórica contra Corea del Norte.
La falta de reconocimiento a las demandas de Corea del Norte se debe a dos factores. El primero es la identidad. Si se sigue la línea de Hemmer y Katzenstein (2002), Estados Unidos considera a Corea del Norte como un país ajeno, extraño e inferior, mientras que Pyongyang mantiene una identidad que busca negociar en términos de igualdad frente al país americano. A esto se añade el legado histórico de la agresión nipona a la península coreana, las trayectorias históricas divergentes que ambas Coreas han experimentado desde 1953 y, sobre todo, el decreto “Promoción de la consolidación del estatus de potencia nuclear defensiva” en la vii sesión de la xii Asamblea Popular Suprema norcoreana en abril de 2013 (Kim, 2014, p. 1). En otras palabras, se han construido fuertes identidades antagónicas y divergentes.
El segundo factor es la seguridad regional. En esa zona convergen cuatro potencias nucleares, tres de los ejércitos más poderosos del mundo, las tres principales economías globales, y todo en ausencia de una organización de seguridad del noreste asiático (Chung, 2014). El rearme nuclear norcoreano ha impulsado la reconsideración del statu quo de seguridad regional, lo cual implica debatir la situación del artículo 9.º de la Constitución japonesa, la modernización de las fuerzas armadas surcoreanas y el incremento de la presencia militar estadunidense. Cualquier desequilibrio en este delicado balance de poder podría desembocar en consecuencias funestas para la región Asia-Pacífico.
Comprender la situación actual en la península coreana implica analizar detalladamente el estado de la geopolítica regional. La principal hipótesis de este artículo es que, debido a la falta de progreso en la desnuclearización de la península, el gobierno de Trump en Washington ha impulsado -osadamente- una agresiva retórica para modificar el inestable statu quo regional con la intención de obtener prebendas tanto de Beijing -en materia económica- como de Pyongyang -en materia de seguridad-, e incluso de sus aliados en el noreste asiático para asumir costos de la provisión de seguridad regional. Para explicar esto, el texto se divide en cuatro secciones. En la primera se analiza la llamada “paciencia estratégica” de la administración Obama como antecedente directo de la retórica de Trump. Esta estrategia de política exterior se basa, precisamente, en una percepción errónea de la identidad del régimen norcoreano y en la autopercepción de Estados Unidos como potencia que ha perdido presencia en Asia-Pacífico. En la segunda parte se estudia la política exterior de China hacia su vecino Corea del Norte, para lo cual se afirma que el país norcoreano se ha convertido, cada vez más, en un problema para Beijing. En la tercera parte se expone la formación de la agresiva “diplomacia de negocios” (business diplomacy) por parte de Trump para modificar el statu quo en la región y, así, obtener capital para fines políticos y económicos internacionales. En la cuarta parte se plantean consideraciones finales y escenarios de prospectiva.
La “paciencia estratégica” de Obama
Ante la prueba del misil Taepodong-2 -que supuestamente buscó colocar un satélite en el espacio en abril de 2009-, Washington estableció la política de la “paciencia estratégica” para lidiar con Corea del Norte, que consistía en exhortar a Pyongyang a comprometerse con la desnuclearización, mejorar las relaciones con Seúl, regresar al Diálogo de los Seis, convencer a China de adoptar una línea más dura con el país norcoreano y aplicar medidas coercitivas de presión por medio del embargo de armas y sanciones (Kim, 2016, p. 33). No obstante, esta política no pudo gestionar efectivamente el hundimiento del buque surcoreano Cheonan ni el bombardeo en la isla surcoreana Yeonpyeong, en marzo y en noviembre de 2010 respectivamente (Snyder, 2013, p. 100), ambas acciones presuntamente realizadas por Corea del Norte.
Como parte de esta estrategia, Washington sostuvo tres rondas de conversaciones directas con el gobierno norcoreano entre julio de 2011 y febrero de 2012. Sin embargo, en abril de 2012, Pyongyang anunció el lanzamiento, que resultó fallido, del misil Unha-3, mismo que volvió a probar, esta vez con éxito, en diciembre de ese año. Las pruebas de abril produjeron críticas a las acciones de Pyongyang y, sobre todo, a la administración Obama por no actuar de manera proactiva para disuadir a Corea del Norte (Rodríguez y Semova, 2014).
Si bien se llegó a creer que el ascenso de Kim Jong-un implicaría priorizar el desarrollo económico y no el militar, Pyongyang anunció -con la prueba nuclear de 2013- la “nueva línea estratégica byungjin” del gobierno, con base en el desarrollo simultáneo de capacidades nucleares y económicas (Lee, 2013, pp. 179-181; 2014, p. 90). Aunado a la “paciencia estratégica”, lo anterior le permitió a Kim Jong-un consolidar el poder militar y desarrollar la economía de la RPDC. Por un lado, en 2014, Pyongyang removió y reclasificó a siete de diez funcionarios de la Comisión Nacional de Defensa, y en mayo de 2015 probó, exitosamente, el misil Bukgeungsong-1, lanzado desde un submarino (Hayes y Cavazos, 2015, p. 123; 2016, p. 71). Por el otro, de 2011 a 2015 el producto interno bruto de Corea del Norte creció, en promedio, 0.6%, y alcanzó un crecimiento récord de 3.9% para 2016, a pesar de las sanciones económicas derivadas de las resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. De igual modo, el comercio exterior creció 4.7% en 2016 respecto al año anterior, y alcanzó 65 500 millones de dólares estadunidenses.
Los progresos económicos y militares de la RPDC son sintomáticos de que la “paciencia estratégica” de la administración Obama no funcionó. Esta situación ha sido ampliamente debatida (Ahn, 2012; Choi, 2015; Kim, 2016). La renuencia de Obama, al haber continuado esta particular táctica, se relaciona con la tesis del “inevitable colapso de Corea del Norte” (Choi, 2015, O, 2016; Yea, 2017), la cual establece que el régimen norcoreano caerá -en algún momento u otro- debido a inestabilidades económicas, políticas y sociales. El asunto es que, sin embargo, la RPDC se mantiene, e incluso se ha fortalecido. Pensar que el régimen de Kim Jong-un caerá “sólo porque sí” es percibir un Estado fallido, con un sistema político disfuncional, con una sociedad problemática, entre otras razones que, evidentemente, son falaces.
Aunado a esto, se percibe que el liderazgo de Kim Jongun ha impulsado una renovación de la identidad de Corea del Norte. De ahí que busque ser reconocida como una “potencia nuclear”. Esto, sin duda, influye en la percepción de Washington, que se aferra a ver en Corea del Norte un Estado con el que no debe ni puede dialogar en términos de “igualdad”. La “paciencia estratégica” de Obama contribuyó a los fines identitarios y políticos de Pyongyang a un grado tal que Trump, después de su llegada a la Presidencia de Estados Unidos, ha tenido que lidiar con una Corea del Norte mucho más consolidada, con una elite política más fuerte y renovada, y con una economía revigorizada. En este proceso, China también influyó, situación que se discute en la siguiente sección.
La política exterior de China hacia Corea del Norte
De alguna manera, la política de China hacia Corea del Norte también se podría caracterizar como “paciencia estratégica”, aunque su esencia es totalmente diferente. Los vínculos sinonorcoreanos han mantenido dos ejes, el ideológico-estratégico y el económico. El primero incluye una percepción positiva de China de las demandas norcoreanas de seguridad. De acuerdo con varios autores (Daewon y Richey, 2015, p. 484; Li, 2016; Wang, 2017; Yang, 2016), Beijing afirma que una de las principales razones por las que el problema nuclear en la península coreana no se ha resuelto es porque no se reconoce la legítima percepción norcoreana de su propia inseguridad, ante lo cual Estados Unidos debería ofrecer un tratado de paz como primer paso.
Las relaciones económicas son el eje de la llamada “estrategia de orientación comprometida” (2009-2012) de China hacia la RPDC (Kong, 2017). Es posible afirmar que el gobierno chino pensó que este tipo de estrategia funcionaría para disuadir a Pyongyang de impulsar un programa nuclear. En 2010, ambos Estados desarrollaron, conjuntamente, las zonas económicas de Hwanggumpyong, Rason y Wiwha. En 2011, la más grande empresa conjunta sino-norcoreana, Hysean Youth Cooper Mine, entró en operaciones (Cheng, 2017, pp. 121-123). Como se observa en la gráfica 1, de 2009 a 2012 la “estrategia de orientación comprometida” incrementó los lazos económicos entre China y Corea del Norte, hasta el punto de aumentar el comercio bilateral a 62.5% en 2011 respecto al año anterior; a su vez, los montos de cooperación económica y ayuda exterior del gobierno chino a la RPDC se incrementaron 60.3% en el mismo periodo.
A pesar del ensayo de misil en abril de 2012, China recibió al entonces “número dos” de Kim Jong-un, Jang Song-thaek, en agosto del mismo año, para tratar temas de las zonas económicas especiales. Relacionado con esto, el gobierno norcoreano anunció las reformas económicas “Nuevo sistema de gestión económica a nuestro propio estilo” -o simplemente “medidas del 28 de junio”-. Por momentos pareció que el gobierno de Kim Jong-un seguiría el estilo chino de reformas económicas (Gray y Lee, 2015). No obstante, en diciembre de 2013, Jang Song-thaek y numerosos funcionarios vinculados a él fueron purgados del partido y del gobierno norcoreano. Jang era la persona por medio de la cual Beijing pretendía influir en el curso de las acciones del gobierno norcoreano (Daewon y Richey, 2015, pp. 488-489). La cercanía de Jang con China causó, precisamente, su purga y ejecución en Corea del Norte (Cheng, 2017, p. 129). En su lugar, Choe Ryong-hae fue designado para tratar los asuntos con China. Esto es importante, pues, a diferencia de Jang -quien tenía un perfil más económico-, Choe posee un perfil con perceptible pasado militar (Cathcart, 2015). Según el North Korea Leadership Watch (2016), Choe Ryong-hae lideró una visita a Beijing en mayo de 2013 para entrevistarse con el presidente chino, Xi Jinping, y explicarle los motivos del ensayo nuclear por parte de la RPDC, en febrero del mismo año.
Los ensayos nucleares y de misiles, en 2012 y 2013, explican la caída de los vínculos económicos que se observan en la gráfica 1. Para 2014, el comercio decreció 2.4% respecto al año anterior, y los montos de cooperación económica disminuyeron 25.1% en el mismo periodo. El desarrollo conjunto de las zonas económicas especiales se detuvo desde 2013. En noviembre de 2012, Li Jianguo, miembro del Buró Político del Partido Comunista Chino, encabezó una delegación y entregó una carta a Kim Jong-un con la petición de no lanzar un misil. Las acciones de Pyongyang hicieron que China adoptara las resoluciones del Consejo de Seguridad 2087 y 2094 como condena a los dos ensayos -misil y nuclear- respectivos. China, incluso, fue copatrocinadora de la resolución 2094 (Daewon y Richey, 2015, pp. 490-491).
De 2013 a 2015, Corea del Norte detuvo ensayos de todo tipo. Probablemente, esto fue razón para que China retomara su estrategia de política exterior. En septiembre de 2015 ambos estados abrieron una ruta para embarques de contenedores y carga a granel para fomentar la exportación del carbón norcoreano a China. Del mismo modo, la zona de comercio transfronteriza Guomenwan, en Dandong, se abrió en octubre de ese año para impulsar el comercio bilateral. Destaca que casi 70% del comercio bilateral se realizaba en esta zona (Albert, 2017). Paralelamente, y como parte del 70 aniversario del Partido de los Trabajadores de Corea en octubre de 2015, Beijing envió a Liu Yunshan -miembro del Buró Político del Partido Comunista Chino- a entrevistarse con Kim Jong-un en Pyongyang, para visitar el cementerio de los Voluntarios Populares Chinos en Anju, la embajada china en la RPDC y el Museo de Guerra de Liberación de la Madre Patria (Cathcart, 2015). Parecía que las relaciones retomaban su línea ideológico-estratégica y económica.
Sin embargo, de mayo a diciembre de 2015, Pyongyang probó un misil lanzado desde un submarino, condujo una serie de pruebas de misiles en vísperas de la visita de Xi Jinping a la capital surcoreana, amenazó con un ataque nuclear a Estados Unidos y anunció que la RPDC estaba lista para detonar su primera bomba de hidrógeno, misma que probó con éxito en enero de 2016. De febrero a octubre de 2016, Corea del Norte lanzó un misil de largo alcance que puso un satélite en órbita, lanzó exitosamente un misil desde un submarino, disparó tres misiles en un radio de 1 000 kilómetros -uno ingresó a la zona de defensa aérea japonesa-, realizó su quinto ensayo nuclear y disparó un misil balístico que explotó inmediatamente después de su lanzamiento. Frente a esto, China adoptó las resoluciones 2270 y 2321 aprobadas por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Para 2015, el comercio decreció 13.5% respecto al año anterior, y la cooperación económica disminuyó 79.8% en el mismo periodo.
Es opinión de varios autores (Cheng, 2017; Kong, 2017) que la “estrategia de orientación comprometida”, fundamentalmente económica, de Beijing, más que disuadir a Corea del Norte de promover un programa nuclear, indirectamente contribuyó a este fin. Esto se puede relacionar con una particular percepción de China sobre su vecino norcoreano y la importancia de éste para su situación geopolítica regional. La literatura sobre el tema coincide en afirmar que Corea del Norte es importante para China por su categoría geopolítica de Estado buffer o “tapón” en la península coreana (Albert, 2017; Buszynski, 2013, p. 28; Ávila, 2012, p. 43; Byun y Snyder, 2014). Si bien Beijing reconoce las reclamaciones sobre seguridad de Pyongyang como legítimas, la prioridad de China es no permitir tener una frontera con Corea del Sur, lo cual supondría, también, tener una frontera con Estados Unidos. La manera en que el gobierno chino ha percibido a su vecino es, pues, discriminatoria y prejuiciosa -similar a la que tuvo la administración Obama-, con lo cual ha subestimado al gobierno norcoreano. El fortalecimiento de las capacidades económicas y nucleares de Corea del Norte ha supuesto que este país haya pasado de ser una “zona buffer” a ser un “agobio estratégico” para China (Kim, 2010). Los errores de Obama y el gobierno chino han puesto sobre la mesa importantes herramientas de presión y negociación que la administración Trump ha sabido utilizar. Esto es tema de análisis de la siguiente sección.
La “diplomacia de negocios” de Trump ante China y Corea del Norte
Aunque el tema de Corea del Norte no se mencionaba tanto al inicio de las campañas presidenciales de 2016 en Estados Unidos, sí era una cuestión candente. La primera vez que el entonces precandidato republicano sacó la “carta Corea del Norte” fue para referirse al gasto militar que Estados Unidos realiza en Corea del Sur como parte de la seguridad nacional surcoreana y regional asiática. La manera en que Trump se refirió al gasto militar en Corea del Sur, sin recibir “nada a cambio”, para después decir que Kim Jong-un era un personaje “loco” e inestable (Harrold, 2015), puede ser reflejo de una apelación a cuestiones emocionales para obtener votos. En otras palabras, Trump se refirió a la importancia de la presencia estadunidense en la península coreana, situación que ambas Coreas no pueden ni deben pasar por alto.
Poco después de esta declaración, Trump utilizó de nuevo la “carta Corea del Norte”, pero esta vez en relación con China. En una entrevista, el precandidato republicano afirmó que le diría a China: “Es mejor que vayas (a Corea del Norte) y hagas algo al respecto, porque entonces te costará económicamente” (Swoyer, 2015). A partir de este punto, las declaraciones de Trump respecto a China y Corea del Norte continuaron en el mismo tono. Por un lado, hubo críticas a China por no haber hecho nada respecto a su vecino norcoreano, aunado a las dificultades económicas que esto implicaría de seguir su curso. Es importante subrayar que, para Trump, China “tiene total control sobre Corea del Norte” (Campbell, 2016a). Por el otro, se criticó a Corea del Norte por haber desarrollado un programa nuclear de mano de un líder inestable. Las declaraciones de Trump subieron de tono en febrero de 2016, cuando infirió que la opción de “desaparecer” al líder norcoreano era una posibilidad y que “China haría ese trabajo” (Revesz, 2016). En medio de la efervescencia presidencial en Estados Unidos surgió el caso Otto Warmbier.1
La diferencia de percepciones y realidades da cuenta de una “diplomacia de negocios” (business diplomacy) de Trump en las relaciones internacionales. Se podría describir esta diplomacia como una forma de realizar negociaciones agresivas al involucrar problemas entre actores para obtener prebendas de ellos. En este sentido, Trump quiere prebendas económicas y comerciales de China, y para esto la ha presionado con Corea del Norte. Del mismo modo, Trump quiere prebendas en seguridad por parte de Corea del Norte, y para eso la presiona con afirmaciones de que “se permitirían” una Corea del Sur y un Japón nuclearmente armados, vinculado a la agresiva retórica en contra de Kim Jong-un. Por último, Trump quiere prebendas en costos de seguridad por parte de Corea del Sur y Japón, y por ello recurre a la “cartaCorea del Norte”.
Corea del Norte formó parte importante del primer debate presidencial en materia de política exterior. Es posible suponer que Pyongyang quedó satisfecha con esto, pues, precisamente, Kim Jong-un ha impulsado una redefinición de su identidad como “potencia nuclear” y Estado con voz en la arena global. Esto, sobre todo, se reforzó con el lanzamiento de misiles balísticos y la quinta prueba nuclear los días 5 y 9 de septiembre, respectivamente, una semana antes del primer debate presidencial. En ese primer debate, Trump volvió a utilizar la “carta Corea del Norte” para presionar a China. En el segundo y en el tercer debate presidencial el enfoque fue mucho más hacia dentro de Estados Unidos.
Después de la elección de Trump como presidente de Estados Unidos, las críticas por la ausencia de un plan para lidiar con la RPDC no se hicieron esperar (Campbell, 2016b). Hasta inicios de 2017 se empezó a vislumbrar lo que podría ser la política de Trump hacia Corea del Norte. El primer obstáculo al que se ha enfrentado es el anuncio de la prueba de un misil balístico intercontinental por parte de Pyongyang, en enero de 2017. Ante esto, la administración de Trump volvió a utilizar la “carta Corea del Norte” para presionar a China a que hiciera algo al respecto y para criticar el anuncio de la prueba del misil Pukguksong-2 (Haberman y Sanger, 2017), lo cual sucedió en febrero del mismo año. Trump calificó la prueba de “intolerable” y, al haber caído en el mar de Japón, respaldó 100% a Tokio (Sharman, 2017). A continuación, Trump caracterizó una “nueva fase” en el programa nuclear norcoreano, situación que impulsó a Estados Unidos a establecer el sistema de defensa aérea terminal de gran altitud (THAAD, por sus siglas en inglés) en Corea del Sur (McCurry, 2017). Ante las amenazas de un ataque nuclear a Estados Unidos por parte del gobierno de Corea del Norte, en agosto de 2017 Trump declaró: “Es mejor que Corea del Norte no amenace más a Estados Unidos. Conocerán fuego y furia [fire and fury] como el mundo nunca ha visto […] él [Kim Jong-un] ha estado amenazando más allá de cualquier estatus. Conocerán fuego, furia y franco poder de manera tal que el mundo no haya visto antes” (Zeleny, Merica y Liptak, 2017, énfasis añadido).
Consideraciones finales
“La furia es nuestra” (Ours is the fury) parece haber sido la respuesta de Pyongyang ante el comentario de Trump, ya que a finales de agosto de 2017 Corea del Norte lanzó una serie de misiles sobre Japón -también en respuesta a los ejercicios militares conjuntos de Corea del Sur y Estados Unidos-, y en septiembre del mismo año se realizó otra prueba nuclear -bomba de hidrógeno-. La escala de la agresiva retórica de Trump en contra de la RPDC parece haber forzado una especie de “carrera de poder” entre Corea del Norte y Estados Unidos, con China de por medio. Esta carrera ha visto un desenlace que bien podría ser sintomático de la “marcha forzada” que ha experimentado el programa nuclear norcoreano, pues el 31 de octubre de 2017 se reportó que casi 200 personas habían fallecido en el sitio de pruebas nucleares Punggye-ri (OnyangaOmara, 2017), lugar donde se probó la bomba de hidrógeno.
¿De quién es “la furia” en estos dimes y diretes? Todo se reduce a la diferencia de percepciones. Por un lado, Corea del Norte percibe un ambiente internacional hostil y un enemigo en Estados Unidos, pero el gobierno de Kim Jong-un también ha percibido una oportunidad de construir una nueva identidad política con base en el desarrollo económico y el poder nuclear. La “paciencia estratégica” de la administración Obama y la “estrategia de orientación comprometida” del gobierno chino fueron fundamentales para que Pyongyang alcanzara el estatus antedicho. Por otro lado, Beijing percibe en Corea del Norte un Estado que cada vez le causa mayores problemas, ya que ha influido en aspectos poco relacionados con la situación geopolítica exclusivamente regional, como los vínculos comerciales sino-estadunidenses. Por último, la administración Trump ha percibido una oportunidad en este asunto para obtener beneficios políticos y económicos. La “diplomacia de negocios” del presidente estadunidense ha aprovechado el endeble statu quo regional para exigir: i) que Corea del Sur y Japón asuman los costos de proveer el bien público de la seguridad regional; ii) que China asuma “su responsabilidad” en relación con Corea del Norte, apelando a los “costos económicos” que podría haber de no hacerlo, y iii) que Corea del Norte suspenda su programa nuclear o afronte el riesgo de “fuego y furia”.
Todavía es temprano para evaluar una política exterior estadunidense hacia Corea del Norte que aún no está totalmente definida. Las acciones analizadas en este artículo bien podrían ser emblemáticas para delinear escenarios de prospectiva sobre las tendencias del gobierno de Trump ante la problemática en la península coreana. Un primer escenario es la probabilidad del reconocimiento de “potencia nuclear” por parte de Washington a Pyongyang. Dejando de lado si esto implicaría ofrecer un tratado de paz, este reconocimiento podría acercar a Corea del Norte y Estados Unidos para retomar el diálogo bilateral. En este escenario, China podría verse afectada, pues si bien Beijing desea mantener al régimen norcoreano por razones estratégicas, una Corea del Norte reconocida nuclearmente también es una amenaza, sobre todo por el despliegue del sistema de defensa THAAD que afecta el equilibrio regional de poder. Un segundo escenario es el mayor involucramiento de China con su vecino norcoreano en respuesta a las amenazas comerciales de Trump. Esto implicaría un cambio radical en la política exterior de Beijing. Un tercer escenario, poco probable y menos deseable, es el conflicto militar entre Estados Unidos y Corea del Norte. El Tratado de Amistad, Asistencia Mutua y Cooperación de 1961 obliga a China a involucrarse en este escenario en respaldo de la RPDC. A pesar de la retórica, es seguro afirmar que ninguna de las partes desea llegar a este escenario. Es menester observar los desenlaces de esta situación.