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Estudios de Asia y África

versión On-line ISSN 2448-654Xversión impresa ISSN 0185-0164

Estud. Asia Áfr. vol.52 no.3 Ciudad de México sep./dic. 2017

https://doi.org/10.24201/eaa.v52i3.2265 

Traducción

Literatura y crítica política: El río de la locura, de Tawfīq al-Hakīm

Literature and Political Criticism: Tawfiq al-Hakim’s River of Madness

Arturo Ponce Guadian* 

* El Colegio de México, apguadian@colmex.mx


Introducción

Las principales obras narrativas y escénicas de Tawfīq al-Hakīm (Alejandría, 1898-El Cairo, 1987)1 han sido traducidas a diferentes idiomas, incluido el español. Sin embargo, las historias breves, obras de teatro en un acto y los relatos cortos no han merecido igual atención.2

En esas obras, al-Hakīm logra una prosa flexible y de alta calidad matizada, en muchas ocasiones, con el árabe dialectal. Para al-Hakīm, el relato corto es el arte de resumir y contener las diversas facetas, materiales y espirituales, de la vida humana.

Por esta razón se presenta la traducción, del árabe al español, de la narración teatral en un acto El río de la locura (Nahr al-yunūn), de Tawfīq al-Hakīm,3 considerado el “fundador” del teatro egipcio contemporáneo y figura destacada de la literatura árabe moderna.4

Tawfīq al-Hakīm: literatura y crítica sociopolítica

Tawfīq al-Hakīm, uno de los escritores egipcios más prolíficos y polifacéticos,5 estudió leyes en El Cairo, más por influencia y presión familiar que por una vocación real, pues desde joven mostró un interés particular por las letras.

Al terminar la carrera de derecho y recibir su licenciatura, reconoció que ése no era su camino: “Sin embargo, después de la primera reacción jubilosa -confesó- me puse a contemplar el futuro con un sentimiento mezclado entre perplejidad y autocuestionamiento. ¿Qué voy a ser ahora? ¿Abogado? ¿Fiscal? Mis inclinaciones no iban en esa dirección”.6

Por este motivo intentó emprender una carrera literaria en Egipto, pero su padre lo persuadió, con el consejo de su amigo el escritor y político Aḥmad Luṭfi al-Sayyid (1873-1963), de que debía continuar estudios superiores en el extranjero. Así lo envió en 1925 a estudiar un doctorado en París, donde pasó tres años. Paradójicamente, ese viaje fue determinante para fortalecer su interés en las letras y no en el derecho.

En su estancia en París, al-Hakīm entró en contacto directo con el mundo literario y la cultura europea, especialmente la francesa. Así fue como conoció una gran variedad de obras que ampliaron su visión del mundo y sus recursos literarios; de manera especial tuvo conocimiento de las obras de teatro europeo de escritores como Henrik Ibsen (1828-1906), Luigi Pirandello (1867-1936), Bernard Shaw (1856-1950) y Maurice Maeterlinck (1862-1949).

Tawfīq al-Hakīm recuerda así esa notable influencia:

La maravilla es que en París ya no continué con la línea que había seguido en Egipto, la línea del humor, el vaudeville, la operetta, el teatro popular en general […] Lo que sucedió es que perdí el interés en este tipo de arte fácil […] Yo seguí una nueva dirección, con un grupo diferente de escritores, autores y productores que estaban efectuando una revolución renovadora en contra del otro camino exitoso. Se trataba del grupo de Ibsen, Pirandello, Bernard Shaw, Maeterlinck, dramaturgos y autores que encontraban dificultades extremas en mantener un público grande en ese tiempo, porque le habían dado la espalda a los métodos usuales de lograr el aplauso para abrir nuevos caminos.7

Sin haber obtenido el grado de doctor en derecho regresó a Egipto en 1928. “Entonces -comentó- regresé a mi país. Regresé con la misma maleta de mí mismo que me había llevado conmigo… Regresé con todas mis cosas, nada faltaba… Sólo una cosa no traje y esa era por la que yo había ido: un doctorado en derecho”.8

La experiencia que tuvo en Francia marcó de manera definitiva su carrera literaria. Al tiempo que iniciaba su trabajo en la burocracia del gobierno egipcio, continuó su creciente interés en la literatura.

La primera obra que escribió al-Hakīm, siendo todavía un joven estudiante en El Cairo, fue al-Dayf al-ṯaqīl (El huésped pesado), de 1919, la cual nunca fue publicada. Sin embargo, sabemos por él mismo que fue su primer trabajo dramático extenso. Se refirió a ese ejercicio pionero en estos términos:

Creo que fue escrita hacia finales de 1919 -no lo recuerdo exactamente-. Todo lo que recuerdo -porque hace mucho tiempo que se ha perdido- es que estaba inspirada en la ocupación británica. La referencia era a ese huésped no bienvenido que estaba entre nosotros, sin ninguna invitación de nuestra parte y sin ningún deseo de retirarse.9

Esta obra temprana mostraba ya la preocupación de al-Hakīm por los aspectos sociales y políticos de Egipto, así como su interés en expresarla de manera literaria. Al respecto importa destacar que algunos críticos árabes contemporáneos le han reprochado a al-Hakīm su poco interés posterior en aquel tipo de asuntos.

A la luz de la lectura de su producción literaria, esa consideración no es correcta, pues siempre, de una u otra manera, estuvo presente esa temática. Lo que importa resaltar es que esa inquietud por la realidad social y política fue transformándose en el transcurso de su experiencia como escritor y su contacto con un mundo diferente al egipcio. De este modo, es notable la declaración en torno a la política que hace Tawfīq al-Hakīm en su obra Min al-burŷ al-‘āŷī (Desde la torre de marfil), en la que señala “que su alejamiento del tumulto y de los partidos políticos no se debe a una indiferencia ante la sociedad y sus problemas, sino a una necesidad de elevarse por encima de la realidad y de los intereses particulares”.10

En París, al-Hakīm no abandonó su preocupación por la realidad social y política de su país, de tal modo que en 1927 escribió su primera novela, ‘Awdat al-rūḥ (El regreso del espíritu), publicada en 1933.11 En ella describe, con elementos alegóricos, la vida y los problemas de la clase media egipcia, así como su participación en el movimiento nacionalista que envolvió a su país en 1919.12

Después de su estancia en Francia y el regreso a Egipto en 1928, sus inclinaciones políticas fueron atemperándose, al tiempo que afinó el espíritu de reformador social que había animado sus primeras obras.

A partir de entonces, mostró una predilección particular por el simbolismo y los temas clásicos, especialmente en obras como La gente de la caverna (Ahl al-kahf, 1933),13 inspirada en la leyenda de los siete durmientes de Éfeso, el mito de la caverna de Platón14 y en una azora de El Corán;15Sherezada (Šahrazāda, 1934),16 basada en Las mil y una noches; y Masraḥiyyāt (Piezas escénicas).17

Estas obras teatrales formaron parte de lo que él calificó como “teatro intelectual” (dihnī) y como obras de teatro para ser leídas más que representadas.18 Se trata de un teatro interesado en la reflexión filosófica y en responder a preguntas existenciales del hombre: el sentido de la vida en el mundo, su relación con la sociedad, la vida como realidad o sueño.

La reflexión metafórica (al-fikr al-maŷāzī) no significaba para él la aplicación del pensamiento al análisis de conflictos sociales o políticos a la manera de la tendencia realista (al-fikr al-wāqi‘ī) de autores como Henrik Ibsen o George Bernard Shaw, sino el juego libre del pensamiento a través de situaciones y personajes históricos y legendarios que adquirían dimensiones simbólicas.

El río de la locura, obra escénica en un acto, es un claro ejemplo de ese teatro intelectual, pero no alejado de la crítica social y política. Al-Hakīm trató, de manera particular, el tema de la razón y la locura en relación con el poder político y la sociedad en este texto escrito en 1935, pero publicado en 1937,19 cuyo argumento se basa en una vieja leyenda.

En esta pequeña obra, de carácter simbólico y crítica política, un rey y su visir descubren que son los únicos en el reino que no han bebido agua del río, la cual provoca la pérdida de la razón, pues el torrente había sido contaminado con veneno vertido por serpientes negras. A causa de esa situación, el rey y el visir están perplejos al ver que todos a su alrededor están locos.

Por otra parte, la reina y el doctor de la corte, así como los súbditos, también están consternados por la conducta -que consideran irracional- del rey y su visir, la cual atribuyen a que sólo bebían vino. Después de muchas incertidumbres, la reina sugiere buscar un remedio y se le ocurre que el rey y el visir también deberían tomar agua del río para recuperar la razón y el buen juicio.

A partir de esto, se suceden varios cuestionamientos acerca del sentido de la razón y la locura que resultan valiosos por sus implicaciones sociales, políticas, éticas y psicológicas.20 Estas interrogantes son expresadas, por una parte, en los diálogos entre la reina y el doctor de la corte y, por otra, en las disquisiciones del rey y el visir. Al final, motivado por el interés y el deseo de conservar el trono, el rey decide beber agua del río, a sabiendas de que con ello perderá la razón.

Entre las obras cortas de al-Hakīm, esta pequeña representación en un solo acto es un gran drama simbólico que sugiere una variedad de interpretaciones que quedan abiertas al lector.

A esta fase “simbolista” le sucedió una época rica en la producción de obras escénicas y en la búsqueda de nuevas ideas.21

Otro viaje a París, entre 1959 y 1960, le abrió nuevas perspectivas. Durante su estancia descubrió a Samuel Beckett (1906-1989), Arthur Adamov (1908-1970) y Eugène Ionesco (1909-1994). Desde entonces percibió el sentimiento de la fragilidad fundamental del mundo y de la humanidad, la soledad individual y “lo absurdo” de los razonamientos lógicos y analíticos.

Los intentos de desmitificar la razón y al hombre adquirieron sentido en la nueva visión de Tawfīq al-Hakīm. Así surgió la primera obra árabe representativa del género no racional (lā ma‘qūl), publicada con el título de “Tú que subes al árbol” (Yā tāli‘ al-šayara, 1962).22

Sin embargo, el teatro del absurdo no limitó el pensamiento de al-Hakīm, puesto que su realidad histórica y social era diferente a la de los autores que lo habían influido. En este sentido, seguía pensando que el hombre era capaz de hallar respuestas y realizarse en sociedad. Esta posición se manifestó en obras como Al-ta‘ām li-kulli fam, de 1963 (Comida para cada boca),23 entre otras.

Por otra parte, el absurdo contribuyó a reforzar su idea de la necesidad de buscar nuevas formas no lógicas para transmitir un tipo de realidad que en sí misma es significativa. El rescate de una realidad que va más allá de lo inmediato era lo que consideraba la finalidad de lo que denominó “arte nuevo”; un medio de expresión que se libera de los significados corrientes y de la lógica verbal, desechando el valor de la simple razón.

A mediados de la década de 1960, al-Hakīm publicó una recopilación de relatos cortos, Laylat al-zafāf (Noche de bodas),24 en los que se mezcla lo real y lo irreal, lo visible y lo oculto, para descubrir las diferentes facetas de la vida humana. Esas narraciones breves resumen y sintetizan la búsqueda de la expresión literaria e intelectual de al-Hakīm.

El río de la locura

Representación teatral en un acto

Un pabellón en el castillo del rey de épocas pasadas.

EL REY Y SU VISIR, SOLOS

EL REY: ¡Lo que me dices es terrible!

EL VISIR: Es el destino que se cumple, mi señor.

EL REY: (Con asombro y sorpresa.) ¿La reina también?

EL VISIR: (Cabizbajo.) ¡Qué tristeza!

EL REY: ¿También ella bebió agua del río?

EL VISIR: Ella bebió como toda la gente del reino.

EL REY: ¿Dónde viste a la reina?

EL VISIR: En el jardín del castillo.

EL REY: ¡Como si este daño no fuera ya un desastre!

EL VISIR: Mi señor le advirtió que tuviera cuidado de acercarse a las aguas del río y le sugirió que bebiera vino. ¡Pero es el destino!

EL REY: Dime, ¿cómo sabes que ella bebió agua del río?

EL VISIR: Por su aspecto, por sus movimientos.

EL REY: ¿Te habló?

EL VISIR: No alcancé a acercarme a ella porque se alejó de mí casi con temor. Además, sus sirvientes y sus allegados empezaron a hablar en voz baja y a lanzarme miradas como locos.

EL REY: (Como si hablara para sí mismo.) Todo eso apareció ante mis ojos en aquel sueño.

EL VISIR: ¡Oh, cielo! Ten piedad de nosotros.

EL REY: Sí, todo eso lo vieron mis ojos desde antes.

(Silencio.)

EL VISIR: ¿Cuándo desaparecerá la cólera del cielo sobre el río?

EL REY: Quién sabe…

EL VISIR: ¿No vio, mi señor, en aquel sueño, algún indicio de solución?

EL REY: (Intenta recordar.) No recuerdo…

EL VISIR: Recuerde, mi señor.

EL REY: (Trata de recordar.) No recuerdo más de lo que te he contado… Al principio observé que el río era del color de la aurora, después vi que unas serpientes negras descendieron repentinamente del cielo y derramaron sobre el río un veneno que salía de sus colmillos. Por eso ahora ha tomado el color de la noche. Entonces escuché una voz que me decía: “¡Ten cuidado de beber desde ahora del río de la locura!”.

EL VISIR: ¡Qué infortunio!

EL REY: Vi a toda la gente bebiendo…

EL VISIR: Excepto dos…

EL REY: Tú y yo.

EL VISIR: ¡Qué alegría!

EL REY: ¿Por qué te alegras, hombre?

EL VISIR: (Rectifica.) Perdón, mi señor. Mi tristeza es muy grande. ¡Ojalá yo pudiera rescatar a la reina!

EL REY: Cuánto odio estas palabras. ¡Espero que puedas encontrar pronto un remedio para ella! ¡Me entristece que pierda su mente sensata y que se apague la razón que ilumina el cielo de este reino!

EL VISIR: En verdad, ella era como el sol en el cielo de este reino.

EL REY: Sí, siempre repites lo que digo, pero no haces nada. ¡Qué me traigan al jefe de médicos!

EL VISIR: ¿Al jefe de médicos?

EL REY: Sí, al jefe de médicos. Quizá pueda curarla.

EL VISIR: Mi señor olvida que el jefe de médicos también fue…

EL REY: ¿A dónde fue?

EL VISIR: Él también es de los que bebieron.

EL REY: ¡Qué desgracia!

EL VISIR: Lo vi en presencia de la reina; su mirada y sus movimientos cambiaron. Cada vez que me veía agitaba su cabeza, pero no comprendí su significado.

EL REY: ¿¡El jefe de médicos ha enloquecido!?

EL VISIR: Sí…

EL REY: Fue un genio de su tiempo. ¡Vaya pérdida que este hombre ahora padezca también locura…!

EL VISIR: En un momento en el que más necesitamos de su ciencia y sus medicinas.

EL REY: Sólo hay alguien ahora en este reino que puede salvarnos de nuestra situación.

EL VISIR: ¿Quién es, mi señor?

EL REY: El gran sacerdote.

EL VISIR: ¡Ay de mí!

EL REY: ¿Qué?

EL VISIR: Es uno de ellos, mi señor.

EL REY: ¿Qué dices? ¿De los que bebieron?

EL VISIR: ¡Claro, de ellos!

EL REY: Sin duda, éste es un asunto grave. ¡Hasta el gran sacerdote padece de locura! ¡Él es el más virtuoso de los hombres, precavido, de fe firme, puro de corazón y el más cercano al cielo!

EL VISIR: Es el destino, mi señor. ¡¿Acaso no dije que es el destino que se cumple?!

EL REY: Por supuesto, es una catástrofe general. ¡No hay nada similar en las historias ni en las leyendas: un reino que, en su totalidad, sufre de locura al mismo tiempo y en el que únicamente el rey y el visir gozan de razón!

EL VISIR: (Levanta la cabeza hacia lo más alto.) ¡Misericordia del cielo!

EL REY: ¡Escucha, visir! El cielo nos ha favorecido apartándonos y conservando la salud de nuestra razón. Sin duda nos ve como dos elegidos y atenderá nuestros ruegos. Ven conmigo al templo del castillo, oremos y roguemos para que la razón vuelva a la reina y al pueblo. Éste es el último refugio en el que podemos protegernos.

EL VISIR: Sí, mi señor, el último y el mejor refugio para nosotros: el cielo.

(Salen los dos por una de las puertas.)

(Entran por otra puerta, la reina, el jefe de médicos y el gran sacerdote.)

LA REINA: ¡Ésta es una situación abrumadora!

EL JEFE DE MÉDICOS Y EL GRAN SACERDOTE: (Juntos.) ¡Sí, es una gran calamidad!

LA REINA: (Al jefe de médicos.) ¿No hay alguna forma de que la medicina devuelva la luz de la razón a esos dos miserables?

EL JEFE DE MÉDICOS: ¡Ay, majestad! Me apena mi incapacidad.

LA REINA: Piense, jefe de médicos.

EL JEFE DE MÉDICOS: Lo he pensado con detenimiento, mi señora. Lo que ellos padecen no puede tratarlo mi ciencia.

LA REINA: Entonces, no tengo esperanzas en la curación de mi esposo.

EL JEFE DE MÉDICOS: No desespere, mi señora. Hay milagros que vienen del cielo hacia nosotros y están por encima de la ciencia de los médicos.

LA REINA: ¿Cuándo vienen esos milagros?

EL JEFE DE MÉDICOS: Quién sabe, mi señora.

LA REINA: ¡Oh, gran sacerdote! Haz que venga a mí uno de ellos ahora… ahora… ahora…

EL GRAN SACERDOTE: ¿Hacer que venga uno de qué?

LA REINA: Uno de esos milagros que están en el cielo.

EL GRAN SACERDOTE: ¿Quién dijo, mi señora, que yo podía hacer descender algo del cielo?

LA REINA: ¿Acaso no es ése tu trabajo?

EL GRAN SACERDOTE: ¡El cielo, mi señora, no es como una palmera de la que el hombre puede bajar los frutos a su antojo!

LA REINA: Entonces, ¿no puedes hacer nada? Soy una esposa que ama a su marido, una mujer que desea salvar a su hombre. ¡Salven a mi esposo, salven a mi esposo!

EL JEFE DE MÉDICOS: Tenga un poco de paciencia, mi señora.

EL GRAN SACERDOTE: ¡Deja que la reina hable! Ella tiene razón. Llora por un esposo noble. Si la gente supiera la verdad, también lloraría por un rey que tenía opiniones firmes y mente sensata.

LA REINA: Tengan cuidado con dejar que la gente conozca la noticia.

EL GRAN SACERDOTE: Somos más mudos que una tumba, mi señora, pero temo las consecuencias de este asunto. Por mucho que ocultemos la noticia, inevitablemente se revelará algún día. Sería una desgracia terrible que la gente supiera que el rey y el ministro…

LA REINA: ¡Silencio! ¡Esto es espantoso!

EL GRAN SACERDOTE: En verdad esto es espantoso y muy peligroso.

LA REINA: ¿Cuál es la solución? No adopten una actitud desesperada en este asunto, pero hagan algo. Si se alarga esta situación, sin duda también perderé la razón.

EL GRAN SACERDOTE: Si pudiera entender lo que sucede en la cabeza del rey.

LA REINA: El rey recuerda el río con temor y cree que sus aguas están envenenadas.

EL GRAN SACERDOTE: ¿Y qué bebe, entonces?

LA REINA: Vino de los viñedos y nada más que vino de los viñedos.

EL JEFE DE LOS MÉDICOS: Sí, vino de los viñedos. Lo más probable es que la adicción haya afectado su mente.

LA REINA: Si la enfermedad es la que dices, entonces el remedio es muy fácil: prohibámosle el vino.

EL JEFE DE LOS MÉDICOS: ¿Y qué beberá?

LA REINA: Agua del río.

EL JEFE DE LOS MÉDICOS: ¿Acaso piensa que él estará de acuerdo, mi señora?

LA REINA: Yo lo obligaré a eso.

EL JEFE DE LOS MÉDICOS: (Presta atención a una voz que se acerca.) Aquí viene el rey.

LA REINA: (Señalando al jefe de médicos y al gran sacerdote.) Déjennos solos.

(Salen y dejan a la reina, que se prepara para el encuentro con el rey.)

EL REY: (Ve a la reina y se detiene en su lugar.) ¿Tú, aquí?

LA REINA: (Observa al rey detenidamente.) Sí.

EL REY: ¿Por qué me observas fijamente?

LA REINA: (Observa al rey y murmura suplicando.) ¡Oh, milagros!

EL REY: (Contempla a la reina con tristeza.) ¡Qué pena! Mi corazón se desgarra. Si supieras cuánto es mi dolor, ¡oh, querida!

LA REINA: (Fija la vista en el rostro del rey.) ¿Por qué?

EL REY: ¿Por qué? Sí, tú no sabes. Esta hermosa cabeza no puede saber ahora.

LA REINA: ¿Qué es lo que te lastima?

EL REY: (Observa a la reina con detenimiento.) Me lastima… ¿puedo decirlo? Esto no puedo soportarlo.

LA REINA: (Con asombro.) ¿Sientes el infortunio?

EL REY: ¿Me preguntas? ¡Vaya si lo siento!

LA REINA: (Con sorpresa.) Qué extraño.

EL REY: ¡Qué tristeza!

LA REINA: (Contempla al rey un momento con compasión, después lo llama.) Ven, querido, siéntate a mi lado sobre este lecho para que no sientas toda esa tristeza. Ya es hora de que este mal se aleje de nosotros.

EL REY: ¿Qué dices?

LA REINA: Sí, confía en que desaparecerá.

EL REY: (La observa con asombro.) ¿Percibes lo que sucede?

LA REINA: ¿Cómo no sentirlo, querido? Eso es lo que llena mi alma de pena.

EL REY: (Observa a la reina con detenimiento.) Esto es sorprendente.

LA REINA: ¿Por qué me observas fijamente?

EL REY: (Suplica compasivamente.) ¡Oh, cielo!

LA REINA: ¿Invocas al cielo? ¡Pues el cielo ya respondió favorablemente!

EL REY: ¿Qué escucho?

LA REINA: (Con alegría.) Ya encontramos el remedio.

EL REY: ¿Encontraron la cura? ¿Cuándo?

LA REINA: (Con alegría.) ¡Hoy!

EL REY: (Con entusiasmo.) ¡Qué alegría!

LA REINA: ¡Sí, qué alegría! Sólo necesitas escuchar lo que digo y hacer lo que te aconsejo. Debes dejar de inmediato de tomar vino, debes beber agua del río.

EL REY: (Observa a la reina y regresan a él la desesperanza y la tristeza.) ¡Agua del río!

LA REINA: (Con energía.) Sí.

EL REY: (Como hablando consigo mismo.) ¡Ay de mí. Yo creí que el cielo había respondido a la plegaria!

LA REINA: (Con vigor.) Escúchame y haz lo que digo.

EL REY: (Observa a la reina con desesperación.) Veo que la situación empeora cada día más. Cómo imaginar que ella hablaría con esas palabras y que se llegara a esto. ¡Qué pena! Hay que salvarla… Hay que salvarla… Estoy a punto de que mi cabeza pierda la razón. (El rey sale con rapidez.) ¡El visir! ¡Traedme al visir!

LA REINA: (Como hablando consigo misma, triste y cabizbaja.) El jefe de médicos afirma que el asunto es más difícil de lo que… (Suspira y sale.)

EL VISIR: (Entra por la otra puerta con el rostro alterado.) ¡Mi señor! ¡Mi señor!

EL REY: (Regresando.) ¡Oh, visir!

EL VISIR: Le traigo una noticia espantosa.

EL REY: (Temblando.) ¿Qué más?

EL VISIR: ¿Sabe lo que la gente dice de nosotros?

EL REY: ¿Qué gente?

EL VISIR: Los locos.

EL REY: ¿Qué dicen?

EL VISIR: Dicen que ellos son los cuerdos y que el rey y el visir están locos…

EL REY: ¡Silencio! ¿Quién dice ese disparate?

EL VISIR: Ésa es ahora su creencia.

EL REY: (Con sarcasmo triste.) ¡Nosotros somos los locos y ellos los cuerdos!… ¡Oh, cielo, ten misericordia! En verdad ellos no saben que están locos.

EL VISIR: Dice usted la verdad.

EL REY: Imagina que el loco no sabe que está loco.

EL VISIR: Eso es lo que veo.

EL REY: La reina, pobre de ella, me estaba hablando ahora como si comprendiera lo que decía. Más aún, me mostraba su tristeza y me daba consejos.

EL VISIR: Sí, sí. Así se comportaron conmigo todos los hombres del palacio que he encontrado y la gente de la ciudad.

EL REY: ¡Oh, cielo, ayúdalos!

EL VISIR: (Replicando.) Y a nosotros.

EL REY: (Interrogando con asombro.) ¿¡Y a nosotros!?

EL VISIR: ¡Mi señor!, yo quiero decir algo.

EL REY: (Con temor.) Di, ¿qué es?

EL VISIR: Estuve a punto de ver…

EL REY: ¿Ver qué?

EL VISIR: Es que ellos… cada cosa.

EL REY: ¿Quiénes ellos?

EL VISIR: La gente, los locos nos acusan de que estamos locos. Hablan en voz baja y conspiran contra nosotros. Cualquiera que sea su situación y su estado mental, su causa triunfará, pues son la mayoría. Además, ellos son los únicos que deciden la diferencia entre razón y locura, porque son como el mar, y nosotros no somos más que dos granos de arena. ¿Escuchará mi consejo, mi señor?

EL REY: Sé lo que quieres decir.

EL VISIR: ¡Sí, vamos, actuemos como ellos y bebamos agua del río!

EL REY: (Observa con detenimiento al visir.) ¡Tú has bebido! Veo destellos de locura brillar en tus ojos.

EL VISIR: No lo he hecho todavía.

EL REY: Confírmame lo dicho.

EL VISIR: (Con firmeza.) Lo confirmo ante usted. Yo beberé, he decidido convertirme en loco como el resto de los hombres porque soy incapaz de mantener la razón entre ellos.

EL REY: ¡Extinguir en tu cabeza la luz de la razón con tus propias manos!

EL VISIR: ¡La luz de la razón! ¡Qué vale la luz de la razón en medio de un reino de locos! Es seguro que si insistimos en seguir como estamos, no estaremos a salvo de que esa gente nos asalte. Veo en sus ojos una guerra ardiente y veo también que no tardarán en gritar en los campos: “¡El rey y el visir han enloquecido, depongamos a los locos!”.

EL REY: ¡Pero nosotros no estamos locos!

EL VISIR: ¿Cómo lo sabemos?

EL REY: ¡Pobre de ti! ¿Hablas seriamente?

EL VISIR: Usted lo ha dicho ahora, mi señor: los locos no saben que están locos.

EL REY: (Gritando.) ¡Pero yo estoy en posesión de mis facultades mentales y esa gente está loca!

EL VISIR: Ellos también sostienen esa afirmación.

EL REY: Y tú, ¿acaso no crees que esté mentalmente sano?

EL VISIR: ¿De qué sirve que sólo yo crea en usted? El testimonio de un loco a otro loco no sirve de nada.

EL REY: Pero tú sabes que yo no he bebido nunca agua del río.

EL VISIR: Lo sé.

EL REY: He estado a salvo de la locura porque no he bebido, pero la gente ha enfermado porque sí bebió.

EL VISIR: Ellos dicen que están a salvo de la locura porque bebieron y que el rey está loco porque no bebió.

EL REY: ¡Asombroso! Esto es un descaro.

EL VISIR: Eso es lo que dicen y les creen, ¡pero usted no encuentra a nadie que le crea!

EL REY: ¿¡Acaso pueden también atentar contra la verdad!?

EL VISIR: ¡¿La verdad!? (Oculta una risa.)

EL REY: ¿¡Ríes!?

EL VISIR: En verdad, esta palabra es extraña para nosotros en esta situación.

EL REY: (Temblando.) ¿Por qué?

EL VISIR: La verdad, la razón y la virtud son palabras que se han convertido también en dominio de esa gente. Ellos son sus poseedores ahora.

EL REY: ¿Y yo?

EL VISIR: Usted, en su soledad, no tiene ningún dominio de ellas.

(El rey, cabizbajo, pensando en silencio.)

EL REY: (Levanta la cabeza, finalmente.). Dices la verdad, veo que mi vida no puede seguir en este camino.

EL VISIR: ¡Sí, ciertamente, mi señor! Lo mejor para usted es vivir con la reina y con la gente en armonía y sinceridad. Aun cuando el precio sea perder la razón.

EL REY: (Pensando.) Sí, todo eso es lo mejor para mí. En efecto, la locura me da la facilidad de vivir con la reina y la gente, como dices. En cambio, la razón ¿qué me da?

EL VISIR: Nada. La razón hace que usted sea repudiado por todos y que sea visto como un loco.

EL REY: Entonces, la locura es no elegir la locura.

EL VISIR: Esto mismo es lo que yo digo.

EL REY: O sea que incluso alguien que tiene la razón prefiere la locura.

EL VISIR: Sin duda, eso pienso.

EL REY: ¿Cuál es, entonces, la diferencia entre la razón y la locura?

EL VISIR: (Sorprendido.) Espere… (Piensa un momento.) ¡No distingo la diferencia!

EL REY: (Con rapidez.) ¡Dame un vaso con agua del río!

Telón

1Siguiendo el ejemplo de su padre, al-Hakīm decidió tener fechas diferentes de nacimiento, como lo confiesa él mismo refiriéndose a su padre: “Él tenía varias edades, entre las cuales escogía la que mejor le convenía, así que me transmitió a mí esta preferencia por la libertad de elección”. Tawfīq al-Hakīm, The Prison of Life. An Autobiographical Essay, tr. Pierre Cachia, El Cairo, American University in Cairo Press, 1964, p. 140. Véase texto árabe: Tawfīq al-Hakīm, Siŷn al-‘umr, El Cairo, Maktabat al-Ādāb, s.a., p. 21.

2Para una presentación resumida de la obra de al-Hakīm, véase William M. Hutchins, Tawfiq al-Hakim. A Reader’s Guide, Boulder, Lynne Rienner Publishers, 2003.

3Tawfīq al-Hakīm, “Nahr al-ŷunūn” (El río de la locura), en Tawfīq al-Hakīm, Masraḥiyyāt (Piezas escénicas), El Cairo, Maktabat al-Nahdat al-Misriyya, 1937, vol. 1, pp. 144-168. Texto árabe recopilado en James A. Bellamy et al. (comps.), Contemporary Arabic Readers. IV. Short Stories, Ann Arbor, The University of Michigan Press, 1963, pp. 69-80. Traducido al francés y publicado en París en 1950; traducido al inglés en Naghib Ullah, Islamic Literature, Nueva York, Washington Square Press, 1963.

4Algunos arabistas lo han considerado en realidad como el fundador en sentido estricto del drama en la literatura árabe, en general. Muhammad Mustafa Badawi, Modern Arabic Drama in Egypt, Cambridge, Cambridge University Press, 1987, p. 52. Dina Amin, “Tawfīq al-Hakīm”, en Roger M. A. Allen, Essays in Arabic Literary Biography: 1850-1950, Wiesbaden, Otto Harrassowitz Verlag, 2010, p. 100.

5Escribió alrededor de setenta obras en diferentes géneros: novela, teatro, relato corto, memorias y ensayo. De esta producción, se estima que la mitad corresponde a teatro, “al que habría que añadir toda una serie de ‘narraciones dramatizadas’ y ‘ensayos dialogados’”. En estas obras destaca la diversidad de temas, de técnicas, recursos formales y de extensión. María Antonia Martínez Núñez, “El teatro de Tawfīq al-Hakīm: un género literario y su legitimación”, en Miscelánea de Estudios Árabes y Hebraicos, Sección Árabe-Islam, vol. 46, 1997, pp. 207-208.

6Tawfīq al-Hakīm, The Prison of Life, op. cit., p. 185. Véase texto árabe: Tawfīq al-Hakīm, Siŷn al-‘umr, op. cit., p. 259.

7Ibid., pp. 156-157. Texto árabe: ibid., p. 222.

8Ibid., p. 208. Texto árabe: ibid., pp. 292-293.

9Ibid., p. 116. Texto árabe: ibid., p. 168.

10Tawfīq al-Hakīm, Min al-burŷ al-‘āŷī, El Cairo, 1941, p. 7, apud. María Antonieta Martínez Núñez, “La temática socio-política en la producción literaria de Tawfīq al-Hakīm: ¿Indiferencia o preocupación constante?”, Analecta Malacitana, vol. 10, 1987, p. 320.

11Tawfīq al-Hakīm, ‘Awdat al-rūḥ, El Cairo, Matba‘a al-Raga’ib, 1933; traducido al español como El despertar de un pueblo, tr. Federico Corriente, Madrid, Instituto Hispano-Árabe de Cultura, 1967.

12Respecto a este importante acontecimiento político, al-Hakīm refirió que: “Una de las características notables de la Revolución de 1919 fue, ciertamente, la participación de la mujer por primera vez en la historia de Egipto”. Tawfīq al-Hakīm, The Prison of Life, op. cit., p. 149. Véase texto árabe: Tawfīq al-Hakīm, Siŷn al-‘umr, op. cit., p. 213.

13Tawfīq al-Hakīm, Ahl al-kahf, Beirut, Dār al-Kitāb al-Lubnānī, 1978; versión al español: Teatro. La gente de la caverna, tr. Federico Corriente, Madrid, Instituto Hispano-Árabe de Cultura, 1963, pp. 11-150. Véase Paul Starkey, “Philosophical Themes in Tawfīq al-Hakīm’s Drama”, Journal of Arabic Literature, vol. 8, 1977, pp. 136-139.

14Platón, La República, tr. Antonio Gómez Robledo, México, UNAM, 2007, pp. 241-245 (ed. bilingüe).

15El Corán, tr. Julio Cortés, Barcelona, Herder, 2005, p. 303 (18:9-26).

16Tawfīk al-Hakīm, Šahrazāda, El Cairo, Dār al-Kutub al-Misriyya, 1934; versión al español: Shehrezada, tr. Pedro Martínez Montavez, Madrid, Instituto Hispano-Árabe de Cultura, 1977.

17Tawfīq al-Hakīm, Masraḥiyyāt, 2 vols., El Cairo, al-Nahda al-Miṣriyya, 1937.

18Martínez Núñez, “El teatro de Tawfīq al-Hakīm”, op. cit., p. 214.

19Tawfīq al-Hakīm, “Nahr al-ŷunūn”, op. cit., pp. 144-168. Incluida también en Tawfīq al-Hakīm, al-Masraḥ al-munawwa‘ (Teatro diverso), El Cairo, Maktabat al-Adab, 1956, pp. 705-716.

20Para una discusión sobre esas implicaciones, véase Paul G. Starkey, “Theme and Form in the Works of Tawfiq al-Hakim”, tesis de doctorado, Universidad de Oxford, 1978, pp. 90-92, apud Badawi, Modern Arabic Drama in Egypt, op. cit., p. 52.

21Martínez Núñez, “La temática socio-política…”, op. cit., p. 322.

22Tawfīq al-Hakīm, “Tú que subes al árbol”, intr. y tr. Adriana Sanguinetti, Estudios de Asia y África, vol. 12, núm. 3 (35), 1977, pp. 315-360.

23Tawfīq al-Hakīm, Al-ta‘ām li-kulli fam (Comida para cada boca), El Cairo, Maktabat al-Adāb, 1963; Comida para todos. Obra teatral en tres actos, tr. A. Labarta, Córdoba, Universidad, 1995.

24Tawfīq al-Hakīm, Laylat al-zafāf (Noche de bodas), El Cairo, Maktabat al-Adāb, s.a.

Recibido: 28 de Septiembre de 2016; Aprobado: 10 de Febrero de 2017

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