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Estudios de Asia y África

versión On-line ISSN 2448-654Xversión impresa ISSN 0185-0164

Estud. Asia Áfr. vol.52 no.1 Ciudad de México ene./abr. 2017

https://doi.org/10.24201/eaa.v52i1.2289 

Reseñas

Juan Felipe López Aymes, Corea del Sur. Economía política del cambio institucional

Adolfo Laborde* 

*Tecnológico de Monterrey

López Aymes, Juan Felipe. Corea del Sur. Economía política del cambio institucional. México: El Colegio de México, 2015. 290p.


Corea inició el siglo XXI con una política comercial abierta, negociando acuerdos de libre comercio con distintos países como Chile, Singapur y Estados Unidos, así como con las naciones del Sudeste Asiático. Debido a su limitada producción de materias primas, se vio obligada a fomentar una política de inteligencia comercial exterior para suministrar las necesidades básicas de su mercado interno y de su sector exportador. Hoy en día, este país se muestra como una economía abierta inmersa en una continua competencia global por ganar mercados para sus productos.

A diferencia de otros países, Corea ha entrado en la dinámica de las relaciones económicas internacionales con una base económica sólida creada por una alianza entre el gobierno y el sector empresarial. Para lograr esto, antes de iniciar el proceso de internacionalización de las empresas coreanas (conocidas como chaebol), Corea destinó una buena parte del gasto público a desarrollar infraestructura física, investigación y educación para impulsar sectores que con el paso del tiempo se convertirían en la punta de lanza de su economía: la industria del acero, la petroquímica, la automotriz y la electrónica. De esta manera, logró una amplia competitividad mundial al aprovechar las ventajas competitivas del país. A su vez, se instrumentó una estrategia nacional con el fin de cumplir con los niveles de calidad de sus productos para que lograran competir exitosamente en el mercado global y con un valor agregado para desplazar a sus competidores cercanos primero en el terreno regional y posteriormente en el internacional. Con ello, se sentaron las bases del crecimiento económico que Corea experimentó en los últimos 36 años.

Nada de esto podría explicarse sin la participación del Estado en la política económica exterior y el rol de éste en la planeación de la política industrial. No se trata de un “milagro económico” o de una casualidad de la historia económica de Corea. La realidad es otra. Es aquí donde la obra Corea del Sur. Economía política del cambio institucional, de Juan Felipe López Aymes, cobra una importancia fundamental para explicar el proceso evolutivo del desarrollo industrial y, sobre todo, el papel del Estado coreano en la planeación y puesta en marcha de una política económica liberal que se inició en la década de 1980 y que fue capaz de llegar a un cambio institucional cuya característica fue la separación entre el poder político y los dueños del capital (p. 118).

Además de esto, como lo señala el autor, “Es importante reconocer que el cambio institucional es un proceso gradual y progresivo, acentuado por eventos que alteran el ambiente externo, como una innovación tecnológica crítica […]. Esto puede indirectamente afectar los marcos mentales que se desarrollaron en el medio ambiente” (p. 50). Según el autor, el cambio institucional, acompañado de un legado cultural organizacional (bases del confucionismo quizá o cultura colectiva basada en la organización productiva agrícola), fueron fundamentales para que el cambio vertical de la organización tuviera éxito (p. 116). Esto, acompañado de la creación de los chaebol, que fueron producto del financiamiento que se asignaba y coordinaba de acuerdo con la política industrial presentada en los planes quinquenales de desarrollo económico, jugó un rol de suma importancia.

La estrategia de industrialización creó mecanismos formales mediante regímenes de propiedad que privilegiaron y apoyaron a empresas nacionales […]. Es decir, siempre y cuando las empresas estuvieran dentro de las industrias seleccionadas y cumplieran con las expectativas del gobierno era posible cultivar una relación cooperativa estable (p. 107).

El libro desmenuza detallada y claramente los mecanismos y los procesos que usó el gobierno coreano para seleccionar las áreas estratégicas donde se dirigieron los recursos de apoyo; es decir, la política pública, además de canalizar recursos en los sectores con mayor capacidad de competencia de acuerdo con las capacidades nacionales, impulsó un sistema de seguimiento y evaluación que permitió medir los niveles de competitividad, lo que dio paso a un sistema de evaluación “competitivo” que monitoreó la política industrial.

El cambio de rumbo o reformismo económico no fue fácil.

La propia experiencia coreana […] respecto de la dependencia económica y tecnológica de las compañías multinacionales influyó de manera importante en la percepción sobre la inversión extranjera directa y sus efectos en el desarrollo de las industrias nacionales en el largo plazo. Ciertamente, el capitalismo echó raíces en Corea, pero el gobierno mantuvo gran parte de las compañías internacionales a raya a través de restricciones formales e informales; en cambio, el financiamiento para el desarrollo vino de otras fuentes, principalmente de la deuda (p. 127).

Este argumento es revelador en especial cuando se concibe a Corea como un país industrializado, pero que no dependió de inversión extranjera para lograr sus objetivos de desarrollo de industria nacional.

En este contexto, cabe mencionar que la actitud hacia la inversión extranjera cambió a finales de la década de 1980. Los factores que influyeron fueron: i) los juegos olímpicos de 1988; ii) la diplomacia comercial de Estados Unidos, y iii) la mayor participación en la toma de decisiones y en el diseño de políticas de los burócratas con ideas liberales y la comunidad empresarial, que tuvo un mayor entendimiento de las empresas internacionales debido a la formación de muchos de sus ejecutivos en universidades extranjeras, principalmente en Estados Unidos (p. 134). Naturalmente, el cambio se gestó mediante una estrategia de autonomía complementaria denominada “nacionalismo industrial”, influida por tres pilares: i) estructura de la propiedad; ii) estilo de administración (o gobierno corporativo), iii) y filosofía de los dueños fundadores (p. 152).

Paralelamente a lo descrito en los párrafos anteriores, el li­bro tiene otra virtud, además, claro, de la magnífica descripción y análisis de la historia económica de Corea en los últimos años. Me refiero a que cubre de manera muy puntual la historia de los cambios económicos, políticos y sociales de los últimos 40 años: desde el “gran empuje” hacia la industria pesada y química a principios de la década de los años setenta, pasando por el asesinato de Park Chung­hee en 1979 y el acentuado autoritarismo que detonó una mayor movilización política de la clase media hacia la democratización en los años ochenta, así como las dificultades de la transición democrática antes del gobierno civil que asumió el poder en 1993. Debido a su importancia en la historia reciente, el autor dedica una buena parte de su obra a la crisis económica de 1997 y sus repercusiones en el proceso evolutivo del aparato industrial coreano y su vinculación con el capitalismo global. Sin lugar a duda, estos temas y la forma de abordarlos dan una visión global muy completa y didáctica para comprender las transformaciones de Corea en el contexto externo e interno (p. 179).

Finalmente, como consumidor ferviente de libros relacionados con la historia económica de Asia, puedo decir con absoluta confianza que las aportaciones del libro de Juan Felipe López Aymes contribuyen a que el estado del arte en la materia cuente con una obra fresca, original y novedosa, actualizada e integral, que, sin duda, despeja muchas dudas y desmitifica el proceso de modernización de Corea, reflejado en su política económica externa efectiva. Esta política, según el autor, no sólo le ha dado un lugar importante a ese país en el concierto de las relaciones económicas internacionales, sino que en un periodo muy corto ha logrado elevar los estándares de vida de su población. Nada de esto hubiera sido posible sin tomar en cuenta la importancia que los legados de los regímenes de propiedad tuvieron en el proceso de cambio institucional (p. 246).

En otras palabras, el carácter nacional reflejado en los marcos mentales, las inercias institucionales —que no son más que ciertos modos de capitalismo que vincularon la noción de propiedad con el nacionalismo— y la historia son factores indispensables para entender cabalmente los cambios experimentados por Corea y que, de una manera u otra, ayudan a rebatir los argumentos que atribuyen el desarrollo económico y el cambio institucional de este país a un simple “milagro económico”. El libro Corea del Sur. Economía política del cambio institucional, de Juan Felipe López Aymes, rompe precisamente con este paradigma y aporta una versión científica y balanceada de suma importancia no sólo para los especialistas del tema, sino también para muchos responsables de elaborar políticas públicas que buscan salir del atraso e impulsar el desarrollo y el crecimiento económico a través una planeación (sectorial) de las industrias competitivas nacionales. Ésta es, a mi juicio, la gran aportación de este libro.

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