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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.73 no.3 Ciudad de México ene./mar. 2024  Epub 22-Ene-2024

https://doi.org/10.24201/hm.v73i3.4472 

Reseñas

Sobre Ana Lidia García Peña, Feminismo y racismo. Los miedos de María Ríos Cárdenas

Julia Tuñón1 

1Instituto Nacional de Antropología e Historia

García Peña, Ana Lidia. Feminismo y racismo. Los miedos de María Ríos Cárdenas. Ciudad de México: El Colegio de México, 2021. 226p. ISBN: 978-607-564-248-2.


Marc Bloch y Lucien Febvre, pioneros de la Escuela Francesa de los Annales, compartían la idea de que el historiador es como el ogro del cuento, y cuando huele carne humana sabe que ahí está su presa. Siguiéndolos, diría que Ana Lidia García Peña cumplió este propósito, logró un rescate magistral de lo humano en el tiempo, dejando de lado cualquier tentación de ofrecer una historia de vida coherente, acabada, de esas que exudan bondad y que no existen más que en la fantasía, para ofrecernos -en cambio- un ensayo biográfico que da cuenta de los debates y contradicciones de una vida atrapada entre el voluntarismo y una ambición enormes y los propios límites del pensamiento, los posibles en el contexto en que una vida se desarrolló, tiempo complejo en el que conviven valores gestados siglos atrás, rezagados, con aquellos emergentes que apenas anuncian otro México, creando un conglomerado vivo, dinámico, que a ratos seduce y a ratos repele, pero en el que se da un proceso humano que huele a su carne.

María Ríos Cárdenas fue una mujer que nació en 1890 y vivió su vida adulta en el México posrevolucionario, pasando por facetas muy diversas que aparentemente se ubican en los extremos de un mapa social, pero que dan cuenta de las posibilidades inmensas de cualquier existencia, y también de las oportunidades de ascenso social en ese denso periodo de nuestra historia. Aparentemente Ríos Cárdenas tuvo un origen pobre, una vida que debió de ser ardua, al grado de que optó por esconderla en silencios y mentiras para pulir su propia historia, por lo que no se conservan detalles. Lo evidente en los hechos conocidos es su talante determinado y resuelto, que le permitió ascender socialmente, aunque fuera mediante formas peculiares. Fue actriz, de esas llamadas “cómicas”, tan despreciadas en esos años; estudió para enfermera y laboró en uno de los hospitales de más duro ejercicio para la profesión, fue esposa, estudió Literatura en la Escuela de Altos Estudios y con esas armas ejerció el periodismo y escribió dos novelas: Atavismo. Novela de la vida real y angustiosa, que hasta ahora era tan solo una referencia ausente de nuestras bibliotecas, y La mujer mexicana es ciudadana. Historia con fisonomía de una novela de costumbres, en donde hace una historia del feminismo entre elementos fictivos que le permiten llamarla “novela”. Fue fundadora, directora, propietaria y articulista de la revista Mujer. Periódico Independiente para la Elevación Moral e Intelectual de la Mujer, entre 1926 y 1929. Esta publicación difundió ideas feministas de vanguardia que en ese momento eran francamente transgresoras, no únicamente respecto a la situación social de las mujeres, sino también porque enuncia un cambio radical en las relaciones entre los sexos. También ejerció el periodismo en El Nacional y otros medios.

El interés por el feminismo la acompañó desde joven y usó cuantos medios pudo para desarrollarlo, eso sí, adaptándose a las posibilidades del contexto, no siempre generosas, particularmente en sus últimos años. Son evidentes en su conducta el sentido práctico, la pasión y el cómo hace gala de un concepto que hoy en día es recriminado: el racismo y los prejuicios hacia los grupos populares, nutrida por las ideas del darwinismo social y el eugenismo, muy en boga en el siglo XIX y que se conservan todavía en la primera mitad del XX. García Peña desgrana poco a poco, concienzuda y ricamente, esta vida que brega en el difícil mundo que le tocó vivir, especialmente para las mujeres sujetas a prejuicios y códigos de conducta, que apenas desbrozaban el terreno para pensarse autónomas y respetables. Comparto plenamente la aseveración de que gracias a la labor de estas pioneras diferentes feminismos se ganaron el derecho a ser pensados y actuados en México.

Ciertamente en la historia hay periodos más calmados que otros, y el que vive Ríos Cárdenas es fogoso, pues en él se construye un país con una dinámica marcada todavía por la Revolución y por múltiples conflictos rezagados del siglo XIX, campo de tensión en el que sin pudor campean ideas de diverso orden, las que procuran un México más justo con las de la eugenesia y el degeneracionismo, un racismo de tipo biológico que transita a uno de tipo cultural caracterizado por la mestizofilia, visto como instrumento para cohesionar a la sociedad. Ríos Cárdenas vive en ella misma este debate, y por un lado participa del temor a los sectores populares, a los que considera lacras, mientras que por el otro quiere emancipar a sus mujeres, en general a todas. Ella sufre el miedo ante los “atavismos”, conductas innatas contrarias al ideal civilizado, producto de la degeneración biológica que observa en la sociedad, tal y como muestra en su novela Atavismo, y personalmente parece superarlo en la medida en que asciende social y económicamente, radicalizando su crítica contra los más pobres y desprotegidos en la sociedad, a quienes piensa proclives a las peores pulsiones. García Peña marca con claridad cómo esta vida respira entre contradicciones e incoherencias, y se agradece la inclusión de aspectos poco glamurosos o virtuosos, algo infrecuente en las biografías, que a menudo más parecen llevarnos a la vida de los santos que al conocimiento histórico. Ríos Cárdenas era sumamente progresista en algunos aspectos, pero reaccionaria y racista en otros, porque así era esa época y García Peña tiene el cuidado de marcar que “Ahora consideramos absurdo…” (p. 83) algo que no lo era en sus tiempos, porque sí, no se puede revisar el pasado desde los valores presentes.

Ni Ríos Cárdenas es una sinécdoque del mundo público, ni viceversa. García Peña rescata tanto su contexto como su vida personal y el punto trae a colación cómo los vínculos entre lo público, lo privado y aun lo íntimo, nunca están tan separados como a menudo se ha querido ver. Más bien se retroalimentan en una dinámica de influencias mutuas, pues cabe esperar que la labor feminista de la biografiada influya en su entorno.

El feminismo que nos reseña García Peña es también un movimiento contradictorio, que brega tanto con elementos rezagados como emergentes, los cuales muestran una dinámica que explica su vigencia hasta nuestros días, a veces de manera escondida y a veces evidente. Efectivamente, el feminismo no nació maduro, ha sido creado por personas con claroscuros, no por heroínas inmaculadas. Los hay, además, de diferentes tipos, porque aspirar a un mundo más justo no quiere decir que se escape de él, participa tanto de lo que puede ser pensado en su tiempo como de la utopía de mejorarlo. Con estos mimbres García Peña caracteriza al de Ríos Cárdenas como “feminismo eugenésico”, tomando el término de Caleb Williams Saleeby, y da cuenta de la pluralidad de los feminismos, porque no, no son nunca movimientos simples o unívocos. No comparto con la autora la calificación de que la tratada en este texto sea la “primera ola” del feminismo, creo que fue la segunda, pero sí la de más importancia.

García Peña muestra este conglomerado confuso de la mentalidad de Ríos Cárdenas, como -cabe agregar- son siempre los pensamientos humanos. Hay otro elemento vigente en sus reflexiones, igualmente explicable e igualmente de su tiempo, que no toca nuestra autora. Me refiero al peso de la mentalidad católica presente en el lenguaje religioso que utiliza Ríos en su revista cuando se refiere a la concepción, el embarazo y el parto, asociándolo con lo sagrado, que también convive con el discurso científico y eugenésico de la biografiada y con el propósito de dar un vuelco de tuerca en la vida social y personal de las mujeres. A modo de ejemplo apunto lo que plantea en la revista Mujer: para ella el claustro materno refiere a los conventos y es “el sacrosanto depósito [… ] de la santa concepción”, la sangre materna se convierte en leche en un proceso que recuerda a la transubstanciación religiosa.1

El pequeño libro de la colección La Aventura de la Vida Cotidiana, editada por El Colegio de México, consta de cuatro capítulos, una breve introducción y unas reflexiones finales, y en ellos se desarrollan diversos tipos de tensión, los del contexto, los de María Ríos Cárdenas e incluso los de la autora, que da cuenta de los procesos de la investigación, las dudas que la asaltan durante la búsqueda de fuentes, el carácter de éstas, la reflexión, las dificultades personales. Esta situación no es común en el trabajo de los historiadores, y se agradece. Pienso que los estudiantes que la lean tendrán un aprendizaje útil respecto a lo que es la experiencia de fatigar los archivos y acervos, en el caso de este libro abundantes, que dan cuenta de la puntillosa investigación realizada.

Cabe concluir congratulándonos de obras como ésta, que no temen a las contradicciones del pensamiento, que no intentan presentar los procesos humanos como impolutos y absolutos, sino darnos el ejemplo de una vida como es posible de ser vivida.

1“Cultura física de la mujer”, en Mujer. Periódico Independiente para la Elevación Moral e Intelectual de la Mujer, año II, núm. 12 (ene. 1928).

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