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Historia mexicana

versão On-line ISSN 2448-6531versão impressa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.73 no.3 Ciudad de México Jan./Mar. 2024  Epub 22-Jan-2024

https://doi.org/10.24201/hm.v73i3.4458 

Reseñas

Sobre Georges Roque, La cochenille, de la teinture à la peinture: une histoire matérielle de la couleur

Carlos Marichal1 

1El Colegio de México

Roque, Georges. La cochenille, de la teinture à la peinture: une histoire matérielle de la couleur. París: Gallimard, 2021. 324p. ISBN: 978-207-852-31-2.


El libro que reseñamos es una historia cultural de un producto mexicano, la grana cochinilla, que durante largo tiempo fue ignorado por la historia económica, social y comercial desde la época prehispánica hasta el siglo XX. Además, se trata de un análisis muy erudito de las trayectorias de un tinte y pigmento que ejerció un papel fundamental en la historia de los textiles en gran parte del mundo durante varios siglos, así como en la historia de la pintura, pues fue utilizado por un amplio número de los más destacados pintores de las épocas moderna y contemporánea. Es una obra necesaria que recupera un tema que abre múltiples perspectivas para trabajos adicionales de tipo interdisciplinario que enlacen historia material con historia del arte.

Suele olvidarse que después de los metales preciosos, y especialmente de la plata, la grana cochinilla fue el producto de exportación de mayor valor de la Nueva España e, incluso, de la temprana república durante la primera mitad del siglo XIX. Lo más sorprendente es que el responsable de esta extraordinaria historia es un pequeño insecto que han cultivado los campesinos mexicanos durante dos milenios. La cochinilla vive habitualmente sobre las hojas de los nopales y es cosechada por las familias campesinas. Las hembras de este diminuto bichito producen un valioso tinte de color rojo que alcanzó un alto valor monetario durante muy largo tiempo, sobre todo por su uso como colorante de telas o pigmento para pinturas en Europa. La fama que logró después de la conquista de México fue casi inmediata, como consta en las cartas del emperador Carlos V a Hernán Cortés a mediados de la década de 1520, en las que solicitaba información sobre este tinte mexicano cuyas cualidades excepcionales habían llegado a oídos de la Corte española. Pronto comenzaron los embarques de algunas bolsas de grana cochinilla en los navíos que regresaban a la península. Éste fue el punto de partida de una historia de larga duración que enlazó México con Europa y, posteriormente, con Asia, a través de las largas y complejas rutas del comercio global, con destinos muy diversos por la alta demanda que este tinte maravilloso provocó entre los talleres de textiles de lujo de la época y, de manera complementaria, por el ávido interés de numerosos pintores por adquirir pigmentos derivados de este tinte rojo excepcional.

El libro tiene la ventaja de haber sido publicado por la prestigiosa editorial Gallimard de París, en su excelente colección “Arts et artistes”, por lo que es seguro que se difundirá entre un público amplio y cosmopolita interesado en la historia del arte y la cultura. Además, puede atraer la atención de los lectores hacia la historia y cultura de México, algo necesario, en tanto que en los últimos tiempos ha decaído la publicación en Francia de obras sobre México y Latinoamérica. Personalmente creo que merece una traducción con prontitud.

El autor de la obra que reseñamos es Georges Roque, investigador de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, con largos años de trabajo en México, especialmente en el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, donde publicó el notable volumen El color en el arte mexicano (2003). La mayor parte de su extensa obra sobre la historia del arte y la teoría del color ha sido editada en Francia y lo califica como uno de los mayores expertos en estos campos de nuestro tiempo. Vale la pena subrayar que Roque ha impulsado de manera infatigable la investigación colectiva, científica, artística e histórica de los colores y pigmentos que han utilizado muchos grandes pintores y, más particularmente, el caso del tinte de la grana cochinilla.

De hecho, el libro que reseñamos es el resultado de un ambicioso proyecto de investigación que Roque coordinó con el Museo del Palacio de Bellas Artes, bajo la dirección del siempre inquieto y entusiasta Miguel Fernández Félix. Ambos resolvieron que valía la pena juntar historiadores del arte y de los textiles con algunos de los mayores especialistas de los departamentos de grandes museos de arte de América y Europa, en un primer coloquio celebrado en 2014 en el Palacio de Bellas Artes, lo que daría pie a la preparación de una gran exposición titulada “Rojo mexicano”, que se celebró en el mismo recinto en 2017, atrayendo a un nutrido público. Al coloquio asistieron expertos en análisis de arte y de pigmentos del Museo Metropolitano de Nueva York, de la National Gallery de Londres, de la National Gallery de Washington D.C., del Museo del Louvre, del Museo del Prado, del Rijksmuseum de Ámsterdam, así como especialistas en historia del arte provenientes de Madrid, de la Ciudad de México, de Oaxaca y de Sudamérica. Los resultados de las investigaciones permitieron confirmar el uso del tinte mexicano por grandes pintores como Velázquez, Tiziano, Veronese, Rembrandt, Renoir y Van Gogh, entre muchos otros afamados artistas cuyos cuadros se conservan en las respectivas colecciones europeas y americanas. A su vez, el Museo de Bellas Artes publicó a fines de 2017 un espléndido catálogo de la exposición mencionada, con el título Rojo Mexicano. La grana cochinilla en el arte, que incluyó no sólo las magníficas reproducciones de los cuadros expuestos en la exhibición, sino también un conjunto de ensayos interpretativos de la trayectoria e importancia de la grana cochinilla en la historia del arte mundial.

Cuatro años después llega este espléndido libro, La cochenille, de la teinture à la peinture, que abre un conjunto de nuevas ventanas sobre el tema. El texto comienza con una síntesis histórica del uso de la grana cochinilla en México en la época prehispánica, combinando un relato de los hallazgos de arqueólogos con los análisis de expertos en códices, en muchos de los cuales se ha identificado el uso del tinte rojo en formas muy llamativas. También incluye un resumen de la importancia de la grana como parte del tributo que los emperadores aztecas obtenían cada año de sus súbditos. De acuerdo con los estudios etnohistóricos de R. A. Donkin, se estima que anualmente los pueblos campesinos sometidos -especialmente de Oaxaca, pero también de Tlaxcala y otras regiones- debían entregar al imperio unos 4 400 kg de grana por año. Esta cifra podría parecer relativamente modesta, pero en la práctica nos habla de una cantidad enorme, ya que para producir un kilo de cochinilla seca se requería cosechar alrededor de 140 000 insectos. Por lo tanto, en palabras de Roque: “Era necesario reunir 140 millones de cochinillas secas para producir una tonelada del colorante”. Los campesinos indígenas mexicanos criaban con un cuidado extraordinario las cochinillas en las plantas de nopal y más tarde las mataban con agua caliente, para después secarlas, o las dejaban morir y secarse lentamente al sol, lo que les daba un color plateado; otra posibilidad era cocerlas en bateas o en hornos calientes, lo que daba un color negro final a los granos. En buen número de los códices del temprano siglo XVI se recogen imágenes ilustrativas de las gruesas bolsas llenas del tinte seco, cerradas con cuerdas, que se transportaban como tributo a la capital mexica cada año. Después de la conquista, los nuevos amos de México también exigían este tributo, que luego se exportaba mayormente a España.

Desde la década de 1530, los tintoreros y pintores de España, Italia y Francia dieron fe de que el tinte de la grana cochinilla mexicana superaba ampliamente en calidad, brillantez y durabilidad, a los tintes rojos conocidos hasta entonces en Europa y Asia, que se usaban para teñir textiles o para pintar cuadros. En poco tiempo, la grana cochinilla se convirtió en el más solicitado y más caro de todos los tintes que se vendían en los mercados europeos y, en consecuencia, pronto se consumió en los principales centros manufactureros de textiles de lujo de Europa, entre ellos, los de Segovia, en España; Suffolk, en Inglaterra; Florencia, Milán y Venecia en Italia; Ruan y Lyon, en Francia; Malinas y otros centros manufactureros en Flandes. La importancia de la grana para el teñido de telas de lujo, sobre todo de lanas y sedas finas, era preemi nen te desde el punto de vista comercial. Es más, si se considera en función de la historia económica comparativa, el comercio de la grana cochinilla ofrece un contrapunto espléndido a la historia mucho mejor conocida de la ruta de la seda, que abarcó gran parte de Asia hasta Europa, a partir de la Alta Edad Media. Ambos, tintes americanos y sedas chinas, se encontraban y se unían en las telas fabricadas en los talleres textiles de gran parte de Europa.

Otro tema fundamental al que Roque presta una especial atención es la importancia de este tinte rojo como pigmento, apreciado y buscado por los pintores desde el siglo XVI hasta fines del XIX. Sobre este tema es más difícil encontrar información de época porque en las academias del Antiguo Régimen no se escribía mucho sobre los pigmentos, ya que se consideraban un material algo vulgar, en tanto derivado de los tintes que se usaban en las telas. Sin embargo, en los manuales de tintoreros y en algunos textos clave de pintores, Roque encuentra pistas muy interesantes sobre la forma en que se elaboraban los diversos tintes y sus tonos. Dedica un capítulo a explicar por qué es fundamental estudiar esta temática para la teoría del arte y sus colores, puesto que la mejor pintura depende del manejo delicado y trabajoso de los colores que proyectan distintos matices de luminosidad, variantes en las sombras, así como combinaciones y contrastes que permiten crear contrapuntos y sensaciones visuales atractivas. En este sentido, el autor llama la atención sobre la necesidad de tener en cuenta que el pigmento de laca rojo, derivado de la grana, requería de mezclas diversas del tinte original con otros elementos -alumbre, plomo, cobre, estaño y líquidos- que permitían diluirlo y le daban diferentes tonos, así como mayor o menor brillantez, tal como lo demuestran las investigaciones científicas muy sofisticadas de los expertos de los departamentos de investigación del arte de los grandes museos.

En el capítulo quinto del libro, Roque aborda a profundidad la historia material del color, que ubica en el contexto de las conexiones entre los centros de fabricación textil y los puntos anexos de venta de pigmentos, a los que acudían los pintores. Describe la llegada de la grana mexicana a los puertos de Sevilla y Cádiz, así como su redistribución posterior a ciudades como Venecia, Amberes, Ámsterdam, Londres y París, todos centros de manufactura de telas de lujo, pero también lugares donde proliferaban los pintores que compraban los tintes, muchas veces en pequeñas tiendas especializadas en productos exóticos, conocidos como drogas. Por ejemplo, se señala que en las tiendas de los apotecarios en Londres en el siglo XVII, la venta de los pigmentos podía resultar más rentable para sus dueños que la de sus medicamentos.

Otro tema fundamental, al que Roque le dedica dos capítulos fascinantes, es la importancia simbólica de los colores de las telas, y en particular del rojo profundo o brillante, característico de las teñidas con grana cochinilla. En primer lugar, resulta de gran interés observar la relevancia que daban los pintores del Antiguo Régimen a la pintura de telas de todos los colores dentro de sus propios cuadros, que convertía a las diversas vestimentas en objetos de gran atracción para el observador del cuadro. En segundo lugar, el autor resalta la importancia de la jerarquía de colores en la época, tanto en la vida real como en la pintura. A ese respecto, a partir de la Edad Media, uno de los colores más apreciados por la Corona, la Iglesia y la nobleza de Europa para sus telas más finas fue el carmín o carmesí, lo cual se debía, en parte, a la importancia simbólica de ese tono como representativo de la preeminencia de las clases superiores de la sociedad. Otros colores -en especial el azul intenso, el oro y el plateado- tenían un prestigio similar, como se puede deducir de las pinturas renacentistas de los príncipes, los aristócratas, así como de los funcionarios del Estado y de la alta jerarquía eclesiástica, pero, sin duda alguna, los tonos del carmesí eran los más sobresalientes. Ya fuese para mantos, togas, uniformes, vestidos o medias, ya para cojines, cortinas o doseles, las telas de seda, lino y lana de color rojo intenso tuvieron siempre una gran demanda por parte de los europeos más acaudalados y poderosos del Antiguo Régimen. De allí que la grana cochinilla mexicana fuese tan valorada y que pudiera mantener su importancia en el comercio internacional hasta mediados del siglo XIX, cuando fue suplantada gradualmente por tintes químicos y pasó a ser un producto marginal, incluso en las comunidades campesinas de Oaxaca, que durante tanto tiempo habían disfrutado de una bonanza económica por las cualidades notables y la demanda mundial de su tinte rojo.

George Roque finaliza su libro con un capítulo más breve sobre el uso de la grana como pigmento por parte de los grandes pintores del siglo XIX -Turner, Monet, Renoir, Van Gogh-, para concluir señalando que existe también otra historia por explorar que es el uso de la grana para pintura y decoración en otras culturas, como es el caso de las estampas japonesas y las lacas china de fines del siglo XIX. En resumidas cuentas, el autor nos ofrece una obra erudita, placentera para la lectura y para la apreciación visual de sus numerosas y bellas ilustraciones, todo lo cual ofrece una gran cantidad de información sobre un tema que toca el corazón de una faceta clave de la historia cultural de México en un contexto global.

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