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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.73 no.3 Ciudad de México ene./mar. 2024  Epub 22-Ene-2024

https://doi.org/10.24201/hm.v73i3.4704 

Semblanza

Algunas aportaciones historiográficas de Adolfo Gilly

Felipe Arturo Ávila Espinosa1 

1Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México


El pasado 4 de julio falleció Adolfo Gilly (Buenos Aires, Argentina, 1928-Ciudad de México, 2023), uno de los más importantes intelectuales de izquierda latinoamericanos. Su larga trayectoria política dentro del movimiento trotskista y en varias de las más importantes luchas populares latinoamericanas en las que participó, como en los casos de Bolivia, Cuba, Nicaragua y México, son bien conocidas y han sido descritas en múltiples espacios, muchas de ellas narradas por él mismo en diarios y revistas de izquierda o para el público en general. Gilly tal vez haya sido el último representante de una generación de intelectuales revolucionarios que, lamentablemente, se nos han ido. Con una sólida cultura y formación teórica marxista, una amplia visión de distintas épocas, países y acontecimientos históricos, un compromiso militante a toda prueba desde joven hasta sus últimos días, una mirada crítica, analítica y profunda del pasado y de su relación con el presente y una admirable prosa, por fortuna escribió mucho y sus mejores obras están todavía disponibles para el gran público, en librerías y en sitios digitales.

Me gustaría comentar algunas de sus aportaciones historiográficas más importantes para la historia de México y, de manera particular, para la historia de la revolución mexicana. Es curioso que su obra más conocida y la que mayor impacto ha tenido en la historiografía de la revolución mexicana, La revolución interrumpida (Ediciones El Caballito, 1971), la haya escrito durante los años que estuvo como preso político en Lecumberri a fines de la década de 1960. Las condiciones de su encierro hicieron que su investigación y su relato estuvieran construidos sólo a partir de fuentes secundarias. Su propósito no era hacer un libro académico. Por el contrario, era un libro militante, como el propio Gilly escribió:

Los fundamentos teóricos de este texto, que son a la vez una historia y una interpretación marxista de la revolución mexicana, están en la concepción de la revolución permanente y en la idea esencial del marxismo de que la historia de las revoluciones es para nosotros […] la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos […] Las condiciones peculiares de la prisión explican la imposibilidad de ir hasta el extremo en la consulta de las fuentes, pero fuera de esta circunstancia secundaria no implican ninguna limitación especial en el rigor y la severidad del estudio, ni en la reflexión, la elaboración y la formulación de las ideas[…].1El objeto de esta obra no es hacer una investigación histórica ni exponer una tesis teórica. Es explicar y comprender para organizar una intervención revolucionaria.2

La intención es diáfana: la historia como un medio para propiciar una acción revolucionaria. Nada más alejado de la historia académica prevaleciente en esos años. Tal vez ese alejamiento de la academia mexicana le permitió ver a la revolución mexicana desde una perspectiva muy distinta, porque las preguntas con las que comenzó a estudiarla y entenderla eran de otro carácter y por eso, a los mismos acontecimientos y personajes que habían estudiado casi todos los investigadores anteriores a él, les encontró otro significado y produjo, así, una nueva interpretación de ella.

El consenso historiográfico después de décadas de crónicas, memorias e investigación, era, a principios de la década de 1960, que la revolución había tenido un carácter popular, agrario, nacionalista y antiimperialista. La corriente revisionista de las dos décadas siguientes cuestionó esa visión homogénea y, con importantes investigaciones globales o regionales, encontraron que no había una sola revolución mexicana, sino muchas, con múltiples actores y proyectos, a veces contrapuestos, que una de las corrientes había sido la ganadora y había construido el estado posrevolucionario sobre la derrota de las otras. Los más audaces, como François-Xavier Guerra, subrayaron las continuidades de largo plazo que había en el resultado de la Revolución con el porfirismo y aún más atrás, con las reformas borbónicas, y otros más llegaron a poner en duda el que realmente hubiera habido una revolución.

En contraste, La revolución interrumpida de Gilly, publicada antes que la mayoría de las obras revisionistas, había reafirmado el carácter revolucionario de lo ocurrido en México entre 1910 y 1940: se había destruido al Estado oligárquico y a su ejército; se habían creado nuevas instituciones; se había entregado la tierra a los campesinos y establecido una avanzada legislación social. Esos cambios profundos eran el resultado de la acción revolucionaria de los campesinos, particularmente, villistas y zapatistas. Esa fue la principal novedad del libro de Gilly, que por primera vez la revolución mexicana era explicada por lo que habían hecho los campesinos armados y los pueblos que seguían a Villa y Zapata, ésta era la clave para entenderla. Los ejércitos campesinos construyeron su propia dirección política, tuvieron autonomía de la dirección carrancista, mucho más moderada, y no sólo contribuyeron decisivamente a destruir al Estado porfirista-huertista, sino que avanzaron en construir un proyecto distinto en las zonas que dominaron. Para Gilly, los ejércitos campesinos fueron capaces, en diez años de guerra civil, de rehacer el país y de rehacerse a sí mismos, encumbrando a sus dos líderes emblemáticos a una dimensión más allá de las fronteras mexicanas.

El libro de Gilly tuvo una enorme repercusión. Se convirtió en un libro de texto para los CCH y preparatorias en las que los docentes eran de izquierda y se leyó ampliamente en las carreras de ciencias sociales y humanidades de la UNAM y de otras universidades públicas. Tal vez fue el libro más leído sobre la revolución mexicana en las décadas de 1970 y 1980. Varias generaciones de alumnos y profesores conocieron la revolución mexicana a través de sus páginas. Y fue un libro muy polémico. Su caracterización de la revolución mexicana como una revolución interrumpida, en la que la acción de las masas campesinas había destruido al Estado oligárquico pero que, por carecer de programa y de partido revolucionario permitieron que la pequeña burguesía tomara el poder y los derrotara, así como su afirmación de que la acción de los campesinos, a pesar de todo, era revolucionaria y formaba parte de la revolución mundial, pero que había quedado en suspenso, desató amplios debates. Así resumió Gilly su interpretación:

La revolución quedó interrumpida. Quiere decir que no alcanzó la plenitud de los objetivos socialistas potencialmente en ella contenidos, pero tampoco fue derrotada; que no pudo continuar avanzando, pero sus fuerzas no fueron quebradas ni dispersadas ni sus conquistas esenciales perdidas o abandonadas. Dejó el poder en manos de la burguesía, pero le impidió asentarlo en bases sociales propias; le permitió un desarrollo económico, pero le impidió un desarrollo social. Dejó en cambio en las manos y en la cabeza de las masas una seguridad histórica inextinguible en sus propias fuerzas, en sus propios métodos, en sus propios hombres, en sus propios sentimientos profundos de solidaridad y fraternidad desarrollados, probados y afirmados en la lucha, en el trabajo y en la vida cotidiana. Entonces se mantuvieron vivas, en la conciencia de las masas y en sus conquistas esenciales, la revolución y la posibilidad de continuarla. Eso fue después del periodo de Lázaro Cárdenas.3

Su caracterización del gobierno de Álvaro Obregón como un régimen bonapartista también suscitó fuertes críticas. Era una caracterización audaz, original, rechazada por buena parte de la academia mexicana. Se decía que era una interpretación ideológica, que los conceptos que utilizaba no encajaban en la realidad mexicana. En el colmo, durante mucho tiempo, lo más acartonado de la academia mexicana le restó méritos a Gilly, a quien consideraban periodista, no historiador. Se le llegó a descalificar porque la Revolución interrumpida no tenía casi notas a pie de página, haciendo caso omiso de las condiciones en que había sido escrito en prisión.

A pesar de esas críticas, el libro de Gilly se defendió sólo. Se convirtió en un clásico. Se leyó muchísimo, mucho más que las obras de sus críticos. Y lo más importante es que alentó el debate. En los años siguientes se dio una intensa discusión historiográfica sobre el carácter de la revolución mexicana y la propuesta de Adolfo fue un referente necesario en esa polémica.

La revolución interrumpida es una historia general de la revolución, desde los años finales del porfiriato hasta el cardenismo. Aparecen todos los procesos, acontecimientos y actores que en el resto de las historias de la Revolución. Lo novedoso y valioso del libro es que los sucesos inconexos y la acumulación de datos y personajes de las otras historias, en La revolución interrumpida aparecen concatenados como un proceso total en el que intervienen clases sociales, con sus ejércitos, representantes y propuestas luchando por el poder, enfrentándose por la hegemonía nacional en ese proceso en el que la clave es la acción revolucionaria de las masas campesinas como los motores centrales, y el villismo y el zapatismo -sobre todo este último-, como quienes determinaron las etapas y el ritmo de la Revolución, donde el ascenso y el reflujo de la lucha de las masas campesinas explican los derro te ros de la revolución nacional y sus resultados. El libro de Gilly tuvo la virtud de hacer inteligible ese proceso, de explicar su razón, su lógica y su dinámica. Nadie antes que Gilly había puesto con esa claridad a las masas campesinas en el centro de la Revolución.

1Adolfo Gilly, La revolución interrumpida, México, El Caballito, 1971, p. 5.

2Adolfo Gilly, La revolución interrumpida, México, El Caballito, 1971, p. 399.

3Adolfo Gilly, La revolución interrumpida, México, El Caballito, 1971, p. 394.

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