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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.73 no.1 Ciudad de México jul./sep. 2023  Epub 26-Jun-2023

https://doi.org/10.24201/hm.v73i1.4391 

Reseñas

Sobre Jan Bazant en tres tiempos: historia, viajes y orquídeas selección y prólogo Anne Staples

Mariano Schlez1 

1Universidad Nacional del Sur-CONICET

Jan Bazant en tres tiempos: historia, viajes y orquídeas. Staples, Anne. Ciudad de México: El Colegio de México, 2019. 630p. ISBN: 978-607-628-877-1.


Una nueva entrega de la colección Antologías, editada por El Colegio de México, nos ofrece un monumental trabajo dedicado al historiador Jan Bazant (1914-2012), al cuidado de Anne Staples, profunda conocedora de su obra edita y, lo más destacable, inédita.

A las virtudes de las antologías clásicas, que permiten una mirada de conjunto de la obra de un historiador, Staples suma una verdadera joya, que convierte al volumen en un acontecimiento editorial: la publicación de los manuscritos inéditos de Bazant, en los que describe su actuación como secretario y colaborador de León Trotsky. Su aporte no es anecdótico, sino que nos permite entender cabalmente su obra edita, a la luz de su militancia en la naciente Cuarta Internacional.

El interés que despierta este historiador, nacido en Brno (Moravia) y nacionalizado mexicano, no sólo radica en que se trata de uno de los más destacados de su generación, reconocido por sus múltiples libros y aportes a la famosa Historia de América Latina de la Universidad de Cambridge, sino también en las particularidades de una vida que, a diferencia de los tiempos que corren, regidos por becas y doctorados, lo muestran como un hombre apasionado, que dedicó su juventud a la revolución socialista, trabajó llevando las cuentas de la fábrica y tiendas de vestidos de su esposa, y sólo al cumplir medio siglo de vida se dedicó exclusivamente a la investigación histórica.1

En el prólogo, la compiladora presenta las diversas etapas de la vida política y científica de Bazant, concluyendo con una bibliografía completa de su obra. A continuación, ordena sus aportes en tres partes: los manuscritos inéditos, sus “andanzas” por el mundo y sus principales estudios históricos. De esta manera, la antología nos ofrece una mirada integral del autor, que nos permite adentrarnos en su actividad política, sus gustos e intereses personales (en particular, su experiencia de viajes, la cacería de la orquídea rara y la buena comida) y, por supuesto, sus investigaciones históricas.

Su temprano interés por la política es presentado en tres manuscritos: “Un año en Coyoacán” (sin fecha); “Mi actividad política” (1952) y “La muerte de Trotsky” (16 de junio de 1956). El relato se inicia con el variopinto proceso de radicalización política del joven Bazant, que lo llevó del nihilismo al trotskismo, durante el ascenso de Hitler, en 1933. Fue en ese contexto, influido también por la Guerra Civil española, que la lectura de una crítica de Trotsky a la incapacidad del Partido Comunista (estalinista) alemán para detener el avance del nazismo lo llevaron al campo de la Oposición de Izquierda. Su disposición a involucrarse activamente lo determinó a buscar un vínculo con la organización y, mientras estudiaba Leyes, contactó a Jan Frankel. En 1937, al finalizar su carrera, obtuvo una beca de una universidad estadounidense para estudiar economía y, una vez allí, recibió una recomendación para visitar al propio Trotsky, en México.

Desde su primer encuentro en la Casa Azul de Frida Kahlo, el revolucionario ruso notó el interés del joven por la historia, prestándole varios libros y ofreciéndole un consejo que marcaría su vida: “No basta leer. Hay que escribir”. A partir de ese llamado a la acción, Bazant puso manos a la obra y redactó su primer artículo del que tengamos conocimiento, dedicado a criticar al aprismo. Trotsky desempeñó un papel pedagógico durante el proceso de corrección, que le sirvió a Bazant para su posterior oficio de historiador, lo que es reconocido en los manuscritos: “hasta la fecha sigo los consejos del Viejo en esa materia”.2

A principios de 1939, Bazant recibió una invitación para vivir en la casa del revolucionario ruso, junto al resto de los camaradas, asegurando que “el sueño de mi vida se había cumplido”. Una vez allí, sus dotes lingüísticas le permitieron acercarse más a Trotsky, quien notó que leía ruso, por lo que comenzó a traducir sus artículos al español (actividad que, en el futuro, le ofrecería un medio de vida, trabajando para el Fondo de Cultura Económica).

No obstante, dos diferencias políticas quebraron el vínculo establecido. La primera de ellas, respecto de la sucesión presidencial mexicana (Bazant pugnaba por apoyar la candidatura del general Francisco Mújica, mientras que la dirección optó por la neutralidad); la segunda, sobre el carácter de la Unión Soviética (cuestionó su contenido proletario al establecerse el tratado Hitler-Stalin, luego de la ocupación de su país natal, Checoslovaquia, por parte de los nazis). Los manuscritos son ricos en la descripción de cómo estas diferencias concluyeron con la salida de Bazant de la casa.

A principios de 1940, aún visitaba a Trotsky y realizaba traducciones para él. De hecho, luego de felicitarlo por haber sobrevivido al atentado perpetrado contra su vida, Bazant fue detenido por la policía y llevado al “Pocito” (una cárcel clandestina), permaneciendo incomunicado por tres días. Aunque fue pronto liberado, gracias a una carta que Trotsky dirigió al presidente Cárdenas, comprendió las implicaciones de su acción revolucionaria. Como señala Staples, luego del asesinato de Trotsky, Bazant buscó escapar de los poderosos brazos criminales que el estalinismo poseía en México.

En 1940, aunque Bazant se seguía considerando un “trotskista ‘auténtico’”, había iniciado un proceso crítico que lo conduciría, en sus palabras, a deshacerse de “algunos de los últimos vestigios del trotskismo”, llevándolo al campo de la socialdemocracia. No obstante, la lectura de sus primeras investigaciones historiográficas a la luz de los manuscritos (redactados al mismo tiempo, en la década de 1950) prueba la poderosa influencia de Trotsky en el plano teórico, y que el interés de Bazant por el estudio de la revolución y la estructura social mexicana constituyeron un derivado de su experiencia militante.

“¿La Revolución Mexicana es sui géneris o es comparable a las revoluciones del Viejo Mundo?”, se cuestionaba en “Un estudio comparativo de la Revolución Mexicana” (1948), retomando el debate con sus antiguos camaradas en torno a la originalidad americana, al momento de justificar su apoyo a la candidatura de Mújica. Al comparar la revolución mexicana y la rusa, Bazant apeló (aunque sin citarlo) al arsenal teórico de Trotsky: el desarrollo desigual y combinado, y la imposición de leyes sociales a escala global. De esta manera, aseguró que el atraso de las estructuras de México y Rusia “era acompañado al mismo tiempo por un progreso rápido en ciertas y limitadas ramas industriales y ciertas y limitadas regiones, en tal forma que al lado de primitivas chozas campesinas brillaban modernísimos centros fabriles”. Este párrafo se corresponde en todo con los planteos del programa de transición, algo que se evidencia mejor cuando Bazant afirma que, en la revolución mexicana, “así como se combina el aspecto agrario con el democrático burgués, se combina también con el proletario-socialista”.

Por medio de estas conclusiones, continuaba su antigua militancia, ahora en otro campo, enfrentando los fundamentos históricos de la estrategia estalinista del frente popular y la revolución por etapas. Y lo hacía no sólo para México, asegurando que sus resultados se correspondían con otras regiones similares, en tanto “por encima de esas particularidades locales parece haber una sola ley de desarrollo histórico, válida para toda nuestra civilización occidental e industrial”.

Doce años después, en “Tres revoluciones mexicanas” (1960), apeló nuevamente a la historia de la revolución rusa, planteando que “el rasgo más obvio de una revolución es la directa interferencia de las masas en los acontecimientos históricos”; que su dinámica “es determinada directamente por cambios rápidos, intensos y apasionados en la sicología de las masas”; y que “se requiere que surja una situación enteramente excepcional e independiente de la voluntad de personas o grupos, para que lleguen las masas a la insurrección”. Todas estas consideraciones, sumadas a las esgrimidas en torno al carácter conservador de la conciencia, a la ausencia de un programa definido en la intervención de masas y al proceso político por el cual comprenden su posición social, corresponden a Trotsky. Aunque no lo menciona, tras las citas de los “especialistas” José María Luis Mora, Lucas Alamán y Lucio Mendieta y Núñez se encuentra el fantasma del fundador del Ejército Rojo.

Asimismo, la mayoría de sus estudios económicos estuvieron vincu la dos a diferentes aspectos del gran debate de nuestra época, a saber, el de los modos de producción en América Latina.3 Hasta el momento, debíamos colocarlo entre los pocos historiadores que no poseían una filiación política reconocida. Luego de la antología de Staples, podemos entender que sus posiciones en torno a la cuestión del feudalismo y el capitalismo colonial americano constituyen una continuación de su militancia política por otros medios.

En “Feudalismo y capitalismo en la historia de México” (1950), Bazant continúa enfrentando la “tesis feudal”, sostenida por los historiadores estalinistas, en torno a la economía colonial americana, alegando la combinación de elementos de diversos modos de producción (“las formas feudales tienden a resurgir, mezclándose en la hacienda con las formas capitalistas”) y el carácter mercantil-capitalista, aunque atrasado, de la hacienda.

Posteriormente, en “Evolución de la industria textil poblana (1544-1845)” (1964), desarrolla la cuestión al extender sus tesis a otras ramas de la industria novohispana, como la algodonera. Por medio de un análisis de su estructura y productividad, así como de una meticulosa ponderación estadística, concluye que “a los pocos años de la Independencia […] se hace capitalista”. Por su parte, sobre “La hacienda azucarera de Atlacomulco, México” (1977), advirtió que “no obstante un origen que algunos llamarían ‘feudal’ […] fue manejada con un espíritu comercial”, tanto durante la colonia como en el siglo XIX. SUCesivamente, los trabajos avanzaron en lo que él llamaba el “funcionamiento real” de las haciendas, mediante metodologías más sofisticadas y fuentes más amplias (libros de contabilidad, correspondencia, etc.), planteando problemas nuevos y observables.

De esta manera, siguiendo un derrotero similar al de sus pares latinoamericanos, Bazant no abandonó la cuestión de la definición del modo de producción, aunque la búsqueda de la “etiqueta” (feudal/capitalista) cedió al objetivo de ilustrar, de la mejor manera posible, y gracias a un mejor conocimiento de los archivos, la diversidad mexicana a través de sus industrias principales, durante periodos de mediano y largo plazo y apelando a estudios de caso regionales (Puebla, San Luis Potosí, Atlacomulco, Zacatecas). Asimismo, profundizó en el análisis de los sujetos sociales que dinamizaban la producción, en particular peones, arrendatarios y aparceros, así como de sus antagonistas, los hacendados. Aún en la década de 1990, en “Testimonio. Cuentas del capellán de la hacienda de Bocas en 1852” (1996), Bazant aseguraba que su interés radicaba en “los documentos referentes a las relaciones obrero-patronales”.

Como señala Staples, incluso al final de su carrera los personajes de sus biografías “desempeñan un papel de tragedia griega, destinados a la desgracia por fuerzas más allá de su dominio o de su comprensión”. No obstante, ella nos muestra que Bazant no hizo caso omiso de los múltiples enredos de la política mexicana, adentrándose en las redes familiares, la moral y las personalidades de sus protagonistas, aunque entendiéndolos como aspectos de compromisos de clase que explican, en ocasiones mejor que las posiciones ideológicas, las alianzas coyunturales. Todo ello cobraba sentido a partir de su conocimiento de las estructuras económico-sociales, que nunca dejaron de constituir su preocupación fundamental, y cuya importancia para el autor comprendemos hoy mejor gracias a esta nueva antología.

1Anne Staples, “Jan Bazant Nedoluha (1914-2012)”, en Historia Mexicana, lxiii: 1 (249) (jul.-sep. 2013), pp. 511-530.

2Lamentablemente, ningún artículo aparece firmado por Bazant en Clave (órgano de divulgación de la Cuarta Internacional en México). Probablemente haya sido de su au toría “La ignorancia no es un Instrumento de la Revolución. A propósito de un artículo escandaloso en Trinchera Aprista”, firmado como Clave, y publicado en su número 5, de febrero de 1939, dado que se corresponde con las referencias de los manuscritos.

3Juan Marchena Fernández, Manuel Chust y Mariano Schlez (coords.), El debate permanente. Modos de producción y revolución en América Latina, Santiago de Chile, Ariadna Ediciones, 2020.

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