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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.73 no.1 Ciudad de México jul./sep. 2023  Epub 26-Jun-2023

https://doi.org/10.24201/hm.v73i1.4390 

Reseñas

Sobre Rafael Olea Franco, Un pulque literario (A la sombra de las pencas del maguey)

Diego Pulido Esteva1 

1El Colegio de México

Olea Franco, Rafael. Un pulque literario (A la sombra de las pencas del maguey). Ciudad de México: El Colegio de México, 2020. 337p. ISBN: 978-607-564-194-2.


Este libro combina rasgos de la investigación histórica y del ensayo literario. Por pertenecer estas páginas a una revista especializada en historia, me ocuparé sobre todo del segundo aspecto, esto es, de las contribuciones de Un pulque literario a nuestro conocimiento del pasado. Primero que nada, lo considero un libro relevante porque, a pesar de los estudios realizados sobre el pulque, hasta ahora ninguno se había abocado de manera exclusiva a conocer y analizar en profundidad las representaciones literarias, menos a lo cargo de una temporalidad tan larga. Para ello el autor eligió “muestras representativas” de los siglos XIX y XX.

Es cierto que se ocupa de expresiones literarias desde el periodo independiente, pero contextualiza inercias y continuidades de etapas previas que resultan útiles para entender los significados del pulque y del maguey; es decir, la bebida y la planta de la cual ésta se extrae. En ese sentido, expone desde códices y crónicas virreinales hasta relatos breves y novelas que van desde la costumbrista -por medio de autores como José María Roa Bárcena, Manuel Payno y Guillermo Prieto- hasta la de la revolución, con referencias a Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán e Ignacio F. Muñoz, ocupando entre ambas corrientes un lugar relevante varios exponentes del modernismo, como Rubén M. Campos, Jesús E. Valenzuela, Ciro B. Ceballos y José Juan Tablada. La presencia del pulque parece desvanecerse en la literatura, como si el gradual declive que experimentó esta bebida en el siglo XX fuese concomitante con su aparición en la literatura. No obstante, Olea recupera las menciones que la bebida tuvo en Carlos Fuentes, Elena Poniatowska, Jorge Ibargüengoitia, lo mismo que en expresiones más bien vernáculas, como las canciones de Chava Flores.

La estructura del texto es libre o poco convencional y el lector no encontrará apartados ni acápites que subdividan el ensayo. No obstante, inicia con una sección de epígrafes y extensas citas, sigue el cuerpo o contenido propiamente dicho y finaliza con un apéndice que reproduce en forma íntegra ocho relatos. En esa fluida continuidad del libro hay núcleos temáticos muchas veces organizados sobre el tipo de expresión literaria. El primer rasgo destacable, y acaso uno de los principales atributos de este libro, es que contextualiza con sutileza los testimonios acopiados. Por ejemplo, Roa Bárcena figura como “uno de los fundadores del cuento moderno en México”, pero también como lector ávido de Francisco Javier Clavijero y Mariano Veytia, lo cual sugiere circulaciones y apropiaciones del patriotismo criollo en escritores del siglo XIX, consolidándose las versiones de las leyendas prehispánicas sobre el descubrimiento del pulque, para lo cual este ensayo es también una historia de libros, así como fijación por escrito de leyendas y mitos recuperados por bibliófilos y eruditos. Si bien predomina la atención a la literatura, diversas expresiones culturales emergen entreveradas. Así, aparecen registros como la pintura histórica y académica, figurando desde luego El descubrimiento del pulque de José Obregón.

En segundo lugar, desbroza un amplio registro de temas, espacios y hábitos mediados por las representaciones, como la transversalidad social del consumo de pulque durante el siglo XIX. Novelas, cuentos, crónicas y otras expresiones de la cultura escrita mostraron la relevancia de esa bebida en la cotidianidad, pues “su consumo cruzaba todos los ámbitos sociales, desde el más humilde hasta el más encumbrado”. Es cierto que pudiera matizarse esa impresión, porque hay un proceso segregatorio correctamente problematizado en otras partes del texto. En ellas se muestra cómo el consumo de pulque enfrentó condenas nutridas de “prejuicios” y expresiones de lo que otros autores han denominado “la querella contra el pulque”. Precisamente durante el porfiriato, cuando la producción de esta bebida se incrementó, se estigmatizaron tanto el pulque como los espacios donde era consumido por los sectores populares.

Al referir los prejuicios, este libro no solamente muestra las filias y fobias de los escritores frente a expresiones populares, sino la relatividad e historicidad del sentido del gusto. Esto es un aspecto prácticamente inexplorado en otros acercamientos al pulque y que se retoma en varias partes de este texto. Algunos viajeros equipararon su sabor con el de los “huevos podridos” o “carne podrida” (Humboldt). Las páginas que incluyen el pulque en las crónicas de viajeros son fundamentales para entender parangones generalmente negativos sobre su olor, sabor y consistencia. Asimismo, muestra posicionamientos intermedios y cómo algunos mexicanos escribieron con nostalgia sobre el pulque cuando se encontraban fuera de su país, como Payno entre 1888 y 1891. Otros subrayaron su carácter antihigiénico, lo cual fue interiorizado en las actitudes de las élites contra el pulque. Sin embargo, hubo también réplicas realizadas con base en criterios entonces considerados científicos, como la de Francisco Bulnes en 1909, año que también atestiguó la consolidación del trust pulquero.

Atento a las discordancias de los testimonios sobre el sabor y las propiedades del pulque, Olea Franco apunta que “todas las culturas tienen gustos adquiridos mediante la práctica reiterada, aprendida incluso desde la temprana niñez” o, dicho de manera sintética: “los gustos no son universales” (p. 58). Aunque parezca una obviedad, el autor emplea numerosos ejemplos para entender por qué discrepaba tanto la experiencia de quienes lo consumían. Menciona, en este sentido, los testimonios sumamente vivenciales de Madame Calderón de la Barca, que “luego de año y medio de su arribo al país […] pasó de la repugnancia absoluta por el pulque al gusto sin cortapisas” (p. 60).

Como lector, resulta difícil extraer conclusiones indiscutibles de este libro. Aparentemente, el pulque y el maguey tuvieron mejor acogida bajo cánones culturales nacionalistas, tanto en su versión romántica como posrevolucionaria. Sin embargo, los modernistas también consideraron la importancia de esta bebida. “En el fondo, el interés, común a los escritores de la época, deriva de la creencia romántica europea de que existe un alma nacional, visible en las leyendas populares, muchas de ellas rescatadas por medio de la cultura letrada” (p. 28), apunta el autor. De los “orígenes legendarios” recuperados por Bustamante o Roa Bárcena a las costumbres y tipos populares en los relatos de Payno o Prieto, la mención de la bebida fue parte de la esencia del estereotipo mexicano. Por su parte, los modernistas Valenzuela, Campos, Ceballos y Tablada contrastaron y mezclaron el cosmopolitismo etílico fin de siécle con el casi bucólico consumo de pulque (p. 75). Para este último, se trataba de una bebida que despertaba “‘pasiones dormidas en la conciencia popular’” (p. 202).

En otros relatos el pulque tuvo un papel completamente marginal, como en los escritos por Martín Luis Guzmán. Aparentemente, durante las décadas de 1920 y 1930 adquirió mayor relevancia en las artes visuales que en la literatura. Sin embargo, mientras que José Clemente Orozco dejó una imagen decadente de los expendios, Diego Rivera reconoció un valor estético en la decoración y nombres de esos espacios, pintando más adelante, junto con Frida Kahlo, una pulquería (p. 173). El renacimiento mexicano fue sumamente activo para inventar el arte popular: el Dr. Atl, Rivera, Jean Charlot, así como las fotografías de Edward Weston y Tina Modotti (p. 167).

En suma, la moderación para explicar y entender el pulque no fue, precisamente, la regla para comprenderlo y explicarlo. Como señala Olea Franco, “la inclinación a beber ese licor ha sido representada en la literatura mexicana como un gusto o como una enfermedad” (p. 159). De hecho, los registros positivos y negativos de la bebida figuraron en un mismo autor, variando según el circuito o género. Se encuentra, por ejemplo, el caso de Campos, quien deja testimonios divergentes en sus memorias, en un relato corto publicado en una revista de sátira política y, finalmente, en la novela Claudio Oronoz (1906).

Acaso la sátira exoneró al pulque. En ese sentido, Ibargüengoitia señaló “‘que los pulquientos brutos eran brutos desde antes’” (p. 214). De hecho, al desplazar la mirada de la “alta cultura” a la popular, el libro finaliza con un recorrido del pulque en expresiones escritas y gráficas que van de los grabados de Posada a las historietas, como “La familia Burrón” de Vargas, “Los agachados” de Rius e, incluso, las canciones de Salvador “Chava” Flores. Señala Olea Franco: “des terra do paulatinamente de la cultura letrada, por suerte el pulque halló refugio en otras manifestaciones artísticas, entre ellas, desde mucho tiempo atrás, en la múltiple cultura popular y, ya en la época moderna, en el cine” (p. 226).

Tal vez no haya sido uno de sus propósitos principales, pero el autor conecta la cultura literaria popular con la esfera pública plebeya, acercándonos a los sujetos y ambientes donde éstos interactuaban. Dicho llanamente, en los testimonios acopiados aparecen comentarios y personajes que plausiblemente correspondieron con diálogos desarrollados en los espacios de sociabilidad etílica. Por ejemplo, en el relato de Campos reproducido en el primer apéndice -y que da título a este libro-, los concurrentes del expendio de pulques “El Atrevido” leen exponentes de la prensa satírica que, en efecto, existieron y circularon a comienzos del siglo XX, como La Guacamaya, donde colaboró el grabadista José Guadalupe Posada. Se mencionan, entre otros oficios, a los cajistas que acudían a conversar con el pulquero don Febronio. En esta y otras escenas descritas por los escritores, no era extraño que se recitaran y cantaran versos que circularon por medio de pliegos, cuadernillos y hojas sueltas producidas en el taller de Antonio Vanegas Arroyo. Por las características reseñadas, Un pulque literario también pudiera incluir en su título el adjetivo de “histórico”.

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