SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.73 número1Sobre Jesús Méndez Reyes, Capitalizar el campo. Financiamiento y organización rural en México. Los inicios del Banco Nacional de Crédito AgrícolaSobre Sebastián Rivera Mir (coord.), Historias entrelazadas. El intercambio académico en el siglo XX: México, Estados Unidos, América Latina índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.73 no.1 Ciudad de México jul./sep. 2023  Epub 26-Jun-2023

https://doi.org/10.24201/hm.v73i1.4385 

Reseñas

Sobre Susana Sosenski y Gabriela Pulido (coords.), Hampones, pelados y pecatrices. Sujetos peligrosos de la ciudad de México (1940-1960)

Josefina Mac Gregor1 

1Universidad Nacional Autónoma de México

Sosenski, Susana; Pulido, Gabriela. Hampones, pelados y pecatrices. Sujetos peligrosos de la ciudad de México (1940-1960). Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 2019. 397p. ISBN: 978-607-166-554-6.


El periodo que se aborda en esta obra colectiva, la veintena de años que van de 1940 a 1960, fue de un gran crecimiento poblacional de la ciudad de México, proceso que la mantuvo como el principal centro político de la nación, y, por mucho, como la ciudad más poblada del país.

Muchos de los nuevos espacios de la ciudad en expansión hicieron posible que “se desarrollaran sujetos que encarnaron las ideas del riesgo y del peligro social” (p. 18). En ellos se concentró el miedo de algunos sectores sociales respecto a la criminalidad, la moralidad, la enfermedad y las ideologías. Aunque estos sujetos ya habían aparecido con anterioridad, “crecieron exponencialmente como símbolos de los riesgos urbanos”. En 1940 habitaban esta metrópoli 1 800 000 personas (estoy redondeando los números), 500 000 más que diez años atrás, y 1 250 000 menos que en 1950, cantidad que para 1960 llegaba ya a casi 5 millones de habitantes. Siempre un poco más mujeres que hombres; también era más voluminoso el grupo femenino en el caso de los que no sabían leer ni escribir. No obstante este empuje y la modernización que podía apreciarse en la sociedad y la economía, también siempre era creciente el número de analfabetas y la población rural.

Estos pobladores de la ciudad de México, bajo la perspectiva de este libro, parecen dividirse en dos grupos: el de los amenazadores, los temibles, y el de los amenazados, los temerosos. Sólo que en este trabajo son los peligrosos los que cobran cuerpo y vida, mientras que los segundos son más bien entidades abstractas que apenas se vislumbran: la sociedad, los sectores medios, las instituciones, etcétera.

El libro consta de 13 capítulos, uno por cada uno de esos colectivos que causaban alarma o preocupación social.

Martha Santillán se ocupó de las vampiresas -las mujeres dispuestas a trastocar su papel en la sociedad y someter a los hombres a las humillaciones más indignas-. Estereotipo que, de acuerdo con la autora, sirvió para señalar que las mujeres que no aceptaban su papel en la sociedad eran depravadas, codiciosas, mentirosas y aun asesinas. Gabriela Pulido, por su parte, se divirtió con las exóticas, esas bailarinas del espectáculo cuya expresión más extraordinaria, en mi opinión, fue Tongolele, no sólo porque era guapa y atrevida en sus atuendos sino porque era una excelente bailarina. Bailarinas que por sus pocos convencionalismos podían pervertir a niños y jóvenes y hacer perder el buen sendero a los esposos débiles que se atrevían a mirarlas. Mujeres que ponían en riesgo la “moralidad” social. Lo que ocurría también con los homosexuales, estudiados por Víctor Macías. Aunque quizá en este caso los temores eran aún mayores pues, considerada en ese tiempo la homosexualidad como tema psiquiátrico y una aberración sexual, ponía en entredicho la estructura heterosexual aparente de la sociedad, y por ello eran perseguidos de múltiples maneras. Es de señalar que el autor estima que, finalmente la visibilidad que se dio a los estereotipos del homosexual ligado al crimen y la inmoralidad permitió a los homosexuales ir desarrollando una conciencia social que dio paso al mundo gay citadino.

Por su parte, Susana Sosenski abordó el tema de los temidos robachicos, los secuestradores de niños cuya presencia obligó a los padres a retirar a los niños de las calles de la ciudad, que crecía y se modernizaba, al mismo tiempo que se degradaba. Nos dice la autora que la información sobre el tema hizo que la prensa incorporara a sus páginas a los niños, pero no como actores sociales sino como víctimas. Pablo Piccato se ocupó de los pistoleros: guardaespaldas de toda clase de individuos que requirieran protección, extorsionadores, guardias de burdeles o clubes que hacían gala de sus armas, su poder y su impunidad. Instalados en la modernidad, los pistoleros, según Piccato, reflejaban la sobrevivencia de prácticas rurales traídas a la gran ciudad por los políticos revolucionarios.

Diego Pulido irrumpe en las representaciones de los “azules”, o la chota, como también se les decía a los policías. El autor no deja a su grupo en el campo de la peligrosidad, reconoce la complejidad de sus acciones; incluso en las imágenes difundidas por la filmografía encuentra una clara ambivalencia: tanto el policía empático, representado por Joaquín Pardavé o por Cantinflas, como el que formaba parte de la administración de justicia que violentaba a los sectores pobres de la ciudad.

Los drogadictos y traficantes son presentados por Ricardo Pérez Montfort al abordar el ensayo mexicano de 1940, que trataba la toxicomanía como una enfermedad y que fracasó al poco tiempo frente al prohibicionismo y criminalización de la drogadicción. Los borrachos son el tema de Nadia Menéndez, considerados como individuos negativos para la sociedad porque eran viciosos, de malas costumbres, vagos, y potencialmente criminales. El alcohol llevaba a la degeneración del ser humano. De ahí seguía la destrucción familiar.

Los enfermos de tuberculosis, la peste blanca, enfermedad infecciosa causada por una bacteria, estudiados por Claudia Agostoni, alejaban, por su posibilidad de contagio, la aspiración de lograr “individuos sanos, higiénicos, vigorosos y trabajadores”, como asienta la autora. Con los extranjeros, pocos por cierto para una ciudad tan populosa, abordados por Delia Salazar, se corrían riesgos políticos, particularmente durante la segunda Guerra Mundial, pues el espionaje era el tema del momento. Después la desconfianza persistió o quizá encubrió la xenofobia de muchos mexicanos.

Daniel Luna despliega los riesgos políticos y sociales que representaban los comunistas para los citadinos de la gran capital, y que estaban proyectados por la campaña anticomunista de la prensa que estaba dispuesta a combatir el “peligro rojo”, operación que continuó durante toda la Guerra Fría. No gustaban sus procedimientos políticos, los comunistas eran un peligro para la paz mundial por sus afanes de expansión. La causa comunista fue delineada por sus opositores como antimexicana, anticatólica y pro soviética.

También comparecen en este escenario de riesgos y temores, como ya decíamos, los estudiantes, investigados por Aymara Flores Soriano. La autora considera que el imaginario proyectado por el cine en torno a la familia cambió en los años cincuenta respecto a la década anterior. Se considera al joven susceptible de manipulación, precisamente por su juventud. La politización de este sector no es bien vista, se le quería mantener en los espacios educativos y deportivos, no en las calles; en ellas pasaban de la categoría de estudiantes a la de vagos o agitadores, poniendo en riesgo los valores de la sociedad mexicana.

Mario Barbosa cierra el libro con su trabajo sobre los pobres, que para el medio siglo se habían hecho más visibles por el incremento poblacional. El autor se acerca a la pobreza por medio del discurso académico, que buscaba explicarla, y la representación que hacían de ella los medios de comunicación y las industrias culturales. Se asocia pobreza con delincuencia, con protección, con necesidad de guía. Por su parte, el cine mexicano exhibió a los pobres por medio del melodrama como víctimas de las circunstancias, “injusticias de orden social [que] se convierten en orden natural” en palabras del autor, y promovió una gran variedad de imágenes e identidades en torno al crimen y la pobreza, pero también respecto a la honradez y laboriosidad del pobre.

En esta obra es posible percibir el interés de las coordinadoras y de los autores por incorporar a todos aquellos personajes que de un modo u otro podían lesionar “la salud social”, la moral y la higiene pública de los habitantes de la ciudad de México en los años de estudio. Aquellos sectores de los que se debía estar alejado porque podían causar algún daño: emocional, moral o físico. En este sentido, despunta su propósito de no dejar fuera ningún tema o asunto considerado “peligroso” en aquel entonces, aunque a la luz de una mirada actual ese riesgo ya no se comparta para algunas categorías -es el caso de los tuberculosos- y, para otras, se haya incrementado, por ejemplo: el de la policía y los pistoleros.

Durante mucho tiempo, los historiadores -grosso modo- nos autoimpusimos el año 1940 como límite para nuestros trabajos. Así se lograba la “perspectiva temporal” que se creía imprescindible en los estudios históricos. Las cosas han cambiado y este libro responde al interés por la segunda mitad del siglo pasado, y hace evidente la existencia de un numeroso grupo de historiadores preparados para investigar con rigor y profesionalismo etapas más cercanas al momento actual. Una característica más que enlaza los trabajos que integran este libro es la sólida investigación en la que se sustentan. Al ocuparse de representaciones, hay un empeño central de acudir a la filmografía, las fototecas y los periódicos y revistas de la época, literatura, canciones, carteles, poesía, timbres postales, nota roja -mucha nota roja-, además de la historiografía existente y los documentos que pudieran ayudar a desentrañar los temas. Particularmente el manejo de las películas da como resultado que las partes se relacionen estrechamente, pues la filmografía es referencia forzosa en la mayor parte de los capítulos. Se trata de una mirada con muchas facetas.

Sosenski y Pulido consideran que el libro integra una mirada caleidoscópica que hace posible apreciar la construcción de sus representaciones y “los usos sociales de estas imágenes e ideas y la recepción que tuvieron entre los mexicanos” (p. 19). Más adelante explican que las “representaciones sociales no son sólo atisbos ‘construidos’ o imaginados, sino que tienen un vínculo estrecho con la clase política, las industrias culturales y las producciones populares. Esta relación es la que permite entender por qué se construyen ciertas representaciones sobre ciertos sujetos” (p. 22).

Desde mi perspectiva, al margen de las representaciones que puedan levantarse sobre estos sujetos, hay unos hechos, unas circunstancias que las hacen posibles, no surgen de la nada, aunque las representaciones las doten de imagen y las carguen de prejuicios. Los que vivimos el periodo, no lo hicimos inmersos en una representación, sino metidos en la realidad, que exhibía todos esos peligros. Por mi edad, mis primeros diez años se desenvolvieron en la segunda década que aborda este libro. Es decir: todos los temas tratados fueron muy cercanos para mí, no me causan ninguna extrañeza. Pero los temores, mayores o mínimos, según las reacciones de las familias, eran reales. La pobreza, además de poder ser representada, es real y no lo debemos olvidar como estudiosos de la vida en sociedad.

Para terminar, sólo me queda por decir que, tratándose de un libro colectivo, el lector puede apreciar diversas cualidades en los artículos: algunos son más exhaustivos en lo que a fuentes se refiere; otros, más teóricos; los hay que por el tiempo que llevan trabajando los temas, logran más profundidad. También está el texto inesperado, o los mejor ilustrados; tal vez el más reflexivo o el mejor narrado, dependerá del interés y el conocimiento de los lectores. No obstante las diferencias, todos los capítulos constituyen un aporte a nuestro conocimiento sobre ese pasado. En su totalidad ofrecen sucesos e interpretaciones interesantes que explican al lector los procesos abordados. Estoy segura de que este libro se está convirtiendo en un texto de consulta obligado para quienes quieren conocer o saber más sobre este periodo.

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons