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Historia mexicana

On-line version ISSN 2448-6531Print version ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.72 n.3 Ciudad de México Jan./Mar. 2023  Epub Jan 30, 2023

https://doi.org/10.24201/hm.v72i3.4590 

Semblanza

Manuel Ceballos Ramírez (1947-2022) in memoriam

César Morado1 

Lawrence Douglas Taylor2 

1Universidad Autónoma de Nuevo León

2El Colegio de la Frontera Norte


Manuel poseía habilidad especial para entender los problemas humanos. Pudo ser un buen sacerdote, pero al hermano marista le ganó su pasión por Clío y su vocación magisterial. Profesor normalista de origen, estudió luego una maestría en educación en Monterrey, y posteriormente el doctorado en historia en El Colegio de México. A nuestro juicio, son tres los ejes rectores de la obra de Ceballos: la frontera, la Iglesia, la historiografía. El primero de ellos tiene que ver con sus espacios vitales: hizo de su espacio vital, Nuevo Laredo, un microcosmos, una atalaya para dimensionar los múltiples pliegues de la frontera (La fundación de Nuevo Laredo: elementos para la interpretación de una tradición épica, Porrúa, 1989). Nada de concesiones positivistas o estructuralistas.

Aunque residió en Guadalajara, Monterrey y México, donde sembró grandes amistades, vivir junto al Bravo le proporcionó un lente para darse cuenta de su carácter contingente, dimensionarlo sólo como una línea divisoria en la cartografía política, pero no en el ámbito de la cultura. No sólo abrevó de las calles de su pueblo la sabiduría de su gente, sino de su rico archivo histórico municipal que rescató y del que fue director y promotor durante más de tres décadas hasta su deceso (Nuevo Laredo, siglo y medio de vida fronteriza, edición conmemorativa del sesquicentenario de la fundación de Nuevo Laredo (coordinador), Republicano Ayuntamiento de Nuevo Laredo, Patronato Nuevo Laredo 150, Universidad Autónoma de Tamaulipas, 1999). Una de sus facetas poco conocidas, pero muy relevante.

Aceptó el cargo de cronista municipal y nos legó numerosos trabajos sobre este pueblo fronterizo. Desde luego no era un cronista convencional. Interpretó a su querida ciudad como parte del proceso de construcción de la frontera. Su aguda mirada contempló las raíces del Estado nacional, producto de la herida de 1848, de la que “todo nace” (“La epopeya de la fundación de Nuevo Laredo: el nexo entre la tradición y la historia”, en Manuel Valenzuela, Entre la magia y la historia: tradiciones, mitos y leyendas de la frontera, México, Programa Cultural de las Fronteras, El Colegio de la Frontera Norte, 1992). De una aduana que desemboca en ciudad. Pero no a la manera del Melquiades de Macondo, cuya verdad le es revelada en un momento de inspiración epifánica. Para Manuel, el hombre y su despliegue sobre el territorio tendrían la última palabra. Si bien, desde su cosmovisión católica, el orden del mundo está definido, el libre albedrio podría construir, desde su terrenalidad, mejores lugares, más habitables. Con la inspiración braudeliana sobre el Mediterráneo, toda su obra tiende a explicar las raíces que crecen por debajo del Bravo y brotan sobre ambas orillas. Su apuesta epistémica fue siempre para rebasar la estirpe positivista de la frontera como límite, propuso una visión holística, comprensiva, que incluye lo mismo fenómenos económicos que religiosos -recuerdo su alusión al equipo de beisbol de “los Dos Laredos” o su inédita “Historia del agua” que implica una gestión hídrica binacional-.

Sabedor, como Ginzburg, de que Ninguna isla es una isla, se preguntó por lo que había más allá del río Salado. Desde Laredo piensa Monterrey, discute sobre la formación de la región. ¿Se trata de algo objetivo o es sólo una construcción del historiador? Y peor aún, qué pasa cuando una supuesta región es atravesada por espacios binacionales (Encuentro en la frontera: mexicanos y norteamericanos en un espacio común (coordinador), El Colegio de México, El Colegio de la Frontera Norte, Universidad Autónoma de Tamaulipas, 2001). Durante su larga estancia en El Colegio de la Frontera Norte y en la Universidad Autónoma de Tamaulipas reflexionó sobre estos problemas. ¿Qué es lo que estructura el espacio? Plasmó sus respuestas en uno de sus más lúcidos ensayos premiado por Conaculta en 2006: La frontera norte de México: reflexiones en torno a su génesis, esencia y evolución histórica a 150 años de su conformación, México, Senado de la República.

Lo plasmado en este y otros ensayos conexos lo convirtieron en uno de los primeros historiadores en problematizar sobre la existencia del noreste como categoría teórica. Rastreo su huella desde el positivismo hasta las posturas más holísticas como el construccionismo, la territorialización de la frontera, y llamó la atención para enfocar la estirpe genealógica que configura el noreste de México, desde luego con Texas incluido.

A contrapelo de las élites culturales de los pueblos norteños que se decantan por la masonería, Ceballos opta por el catolicismo y se forja en Guadalajara. Ya estamos sobre el segundo eje de su obra y quizá el más difundido. De todos los espectros teológicos, le preocupaba el más terrenal, el que tiene que ver con lo social y que fue tema de su tesis doctoral en El Colegio de México (“El catolicismo social. Un tercero en discordia”, 1990). Es en esta etapa de su vida académica donde finca sus grandes vínculos afectivos y académicos -Josefina Z. Vázquez, Jean Meyer, Antonio Rubial, Elisa Cárdenas, Clara E. Lida, Erika Pani, Carlos Manuel Valdés-, que terminan siendo colegas e interlocutores en muchos de sus libros. Muy pronto vieron sus alcances y lo invitaron a ingresar como académico de número a la Academia Mexicana de la Historia en 1998. Durante muchos años sólo Ceballos e Israel Cavazos Garza representaron al noreste de México en esta centenaria agrupación. Ambos fungieron también como jurados del Premio Atanasio G. Saravia, de Banamex, y eso les permitió conocer de primera mano las mejores tesis de historia que estaba produciendo la academia mexicana.

Probablemente ello reforzó su interés por el tercer eje de su obra, el historiográfico. Desde muy temprano, en Guadalajara, se había planteado el lugar de la historia dentro del universo de las ciencias sociales (Teoría de la historia, antología de lecturas, Guadalajara, Gráfica Nueva, 1985). Era un admirador de las múltiples formas en que se configura el discurso histórico. Sin ser formalmente un filósofo se cuestionó sobre las nociones de verdad prevalecientes en los textos sobre la frontera, la Iglesia y sus contornos (“Frontera norte: balance y perspectivas en la historiografía mexicana”, en Historia e historiografía de la frontera norte, Ciudad Victoria, Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Autónoma de Tamaulipas, 1996; Catolicismo social en México: teoría, fuentes e historiografía, coordinado junto con Jaime del Arenal y Alejandro Garza Rangel, Academia de la Investigación Humanística, 2000). Ávido lector de los clásicos, era un diestro detective para desenmascarar posturas encubiertas, como lo hizo con el positivismo implícito en la obra de Juan E. Richer sobre Nuevo Laredo o en “La invención de la frontera y el noreste histórico” (1999).

Fue también un destacado editor de libros sobre los temas de su interés, tantos que no pueden resumirse en este perfil. Apoyó en la redacción de guiones científicos para los museos de la región y siempre fue un impulsor de encuentros y debates. Quizá una de sus mayores hazañas fue haberse echado a cuestas en 2003, a nivel local, el XI Encuentro Internacional de Historiadores de México, realizado en Monterrey, Nuevo León, en las instalaciones del ITESM, presidido por Josefina Z. Vázquez bajo el tema “Las instituciones en la historia de México. Formas, continuidades y cambios”. Ceballos se mantuvo siempre como miembro del Consejo Consultivo de este congreso -la edición XVI se efectuará en Austin, Texas, en 2022-. Gracias a su vasta obra, Ceballos fue nombrado investigador nivel II del Sistema Nacional de Investigadores con vigencia desde 2015 hasta 2029. La última obra que publicó en vida resume mucha de su trayectoria académica y es un reconocimiento a décadas de trabajo; aludimos a Historia mínima. La Iglesia católica en México, El Colegio de México, 2021, redactada junto con Antonio Rubial, Brian Connaughton y Roberto Blancarte.

Cuando las balas y secuestros del narco arreciaron sobre su querido Nuevo Laredo, le llegamos a sugerir que se mudara: “de aquí somos, cómo nos vamos a ir, que se vayan ellos”. Y aquí terminó sus días -10 de mayo de 2022-, cobijado por su familia -Ana Laura Martínez, Manuel, Ana Laura- y sus antepasados. Misionero cabal, hombre fronterizo, vecino y poblador en tierra de “guerra viva”.

Lawrence Douglas Taylor

El Colegio de la Frontera Norte

En el mes de mayo de 2022, los pueblos de México y el mundo perdieron uno más de sus historiadores de gran prestigio y trayectoria académica. La vida del doctor Manuel Ceballos -o Manolo, como le llamábamos sus amigos y conocidos- se caracterizó por una combinación de empeño en todo lo que hacía, el esfuerzo en el trabajo y en la vida en general, así como un espíritu de amabilidad con las demás personas que se encontraban en el largo camino para convertirse en historiadores y también para quienes ya ejercían la profesión.

Manuel Ceballos Ramírez nació en octubre de 1947 en Nuevo Laredo, Tamaulipas, región en donde su familia había tenido su hogar desde el periodo de la guerra entre México y Estados Unidos. Realizó sus primeros estudios en su ciudad natal y, posteriormente, cursó la secundaria y la preparatoria en Guadalajara. Al salir de la preparatoria, estudió y desempeñó labores como profesor en la Escuela Normal Anáhuac de aquella ciudad (1964 a 1968). Posteriormente se tituló con el grado de licenciado en historia en la Escuela Normal Superior Nueva Galicia, Guadalajara (1974). Durante toda esta primera etapa de sus estudios superiores, era miembro religioso en la Congregación de los Hermanos Maristas.

A mediados de los años setenta se retiró de dicha congregación y se mudó a Monterrey, donde, en 1980, obtuvo el título de maestría en Ciencias de la Educación en la Universidad de Monterrey. De 1981 a 1984 realizó sus estudios de doctorado en Historia de América Latina en El Colegio de México, titulándose como doctor en historia de esta institución en marzo de 1990. Su tesis doctoral “El catolicismo social: un tercero en discordia, Rerum Novarum, la ‘cuestión social’ y la movilización de los católicos mexicanos (1891-1911)”, fue publicada por el mismo Colegio en 1991 con el título de El catolicismo social, un tercero en discordia Rerum Novarum: la cuestión social y la movilización de los católicos mexicanos, 1891-1911.

A partir de la publicación de Rerum Novarum, junto con una multitud de otras publicaciones (libros, capítulos de libros, antologías de lecturas, artículos en revistas especializadas, ensayos, entre otras) que también realizó, algunas de las cuales databan desde mediados de los años ochenta, Manuel Ceballos se convirtió en uno de los historiadores más distinguidos sobre la historia del catolicismo en México. Sus colegas reconocieron sus contribuciones notables al abrir una nueva veta de investigación: la del llamado catolicismo mexicano. Entre sus muchas contribuciones a esta línea de investigación se encuentran sus numerosas publicaciones, conferencias y charlas sobre la historia de los congresos católicos del porfiriato, las actividades de la red de intelectuales católicos durante la misma época, y las diversas actividades de los periodistas católicos de finales del siglo XIX y principios del XX. Por medio de estos estudios, Ceballos pudo, paso por paso, deslindar los aspectos fascinantes de un eje geopolítico católico que, partiendo de Chiapas y Oaxaca en el sudeste, llegaba hasta los estados de Durango y Zacatecas en el norte y al noroeste, después de pasar por las regiones central y occidental del país. También se destacaron sus estudios sobre el clericalismo y el anticlericalismo en México, así como las relaciones entre ellos. En lugar de ver la Iglesia católica en México como una entidad monolítica, Ceballos mostró, a través de sus obras, la complejidad y diversidad de sus integrantes y las fuerzas que los motivaron durante los periodos analizados.

A lo largo de los años, Manolo continuó publicando obras sobre la historia de la religión y la vida religiosa en México. Además del libro derivado de su tesis doctoral, cabe destacar las siguientes obras: Historia de Rerum Novarum en México, 1867-1931: estudios, e Historia de Rerum Novarum en México, 1867-1903, antecedentes y contexto sociopolítico (México, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, 1991-1992), Hacia un proyecto sólido de reforma (México, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, 1992); Cien años de presencia y ausencia social cristiana, 1891-1991, en coautoría con J. Miguel Romero Solís (México, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, 1992), Catolicismo social en México: teoría, fuentes e historiografía, compilación en coautoría con Alejandro Garza Rangel (Monterrey, Academia de la Investigación Humanística, 2000), y Catolicismo social en México: las instituciones, compilación (México, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, Academia de Investigación Humanística, 2005).

También fueron notables sus contribuciones al estudio de la historia de la región de la frontera norte y de los estados del noreste de México. Manuel y el que suscribe nos conocimos a principios de los años ochenta, cuando éste realizaba sus estudios de doctorado en El Colegio de México y también cuando estaba trabajando sobre su tesis doctoral. Manolo fue investigador del Centro de Estudios Históricos de 1985 a 1987. En mayo de 1991, me incorporé a El Colegio de la Frontera Norte (El Colef) y colaboré con Manolo, quien había estado trabajando como investigador de esta institución desde 1987, en la obtención del financiamiento de la Fundación Rockefeller para realizar un proyecto extenso sobre la historia de la región fronteriza entre México y Estados Unidos que El Colef, bajo la dirección de su entonces presidente, el doctor Jorge Bustamante Fernández, estaba iniciando. Manolo y yo logramos compilar una bibliografía muy extensa de obras y materiales sobre la historia de esta región, así como acumular en nuestros respectivos acervos una gran cantidad de materiales bibliográficos y copias de documentos provenientes de diversos fondos de archivo.

Mientras que nos ocupamos en la redacción de la propuesta de proyecto y la planeación del mismo, tuvimos la oportunidad de compartir opiniones y experiencias sobre nuestras respectivas carreras y hábitos de investigación. A Manolo le daba pena que yo, otro visitante suyo a las oficinas de El Colef en Nuevo Laredo, se quedara solo en el hotel (que por cierto era muy cómodo), a media cuadra de distancia de las instalaciones del trabajo. Manolo le trataba a uno como si fuera miembro de la familia, es decir, nos invitaba a participar en las reuniones familiares o carnes asadas que se llevaban a cabo los fines de semana, hasta incluso a asistir a la misa matutina en la iglesia los domingos. A pesar de que Manolo había dejado atrás cualquier idea de convertirse en sacerdote católico, siguió siendo profundamente religioso a lo largo de su vida.

Manolo ocupó el puesto de director de las oficinas regionales de El Colef en Nuevo Laredo de 1989 a 1995 y también fue director brevemente de las oficinas regionales de El Colef en Monterrey a mediados de los años noventa. En Nuevo Laredo, donde tenía su residencia permanente, tenía la costumbre de asistir a la oficina para atender los asuntos administrativos y algún otro trabajo. Aunque tenía una biblioteca particular muy extensa en su casa, para la realización de sus publicaciones o trabajos que exigían toda su atención acostumbraba recurrir al recinto que llamaba su búnker, que le prestaba uno de sus tíos.

Pronto logramos reunir, con Manolo como coordinador del proyecto Rockefeller, un equipo de investigadores de El Colegio de la Frontera Norte y nos dedicamos, con los fondos otorgados por la fundación, a llevar a cabo varias actividades, como talleres o la adquisición de copias de fondos documentales relevantes para nuestro proyecto. Entre los productos derivados de éste, hicimos varias contribuciones conjuntamente, entre las cuales se destacaron algunos ensayos sobre la historia de los mexicanos en Estados Unidos (que fueron editados por nosotros individualmente después) y otro grupo de ensayos sobre aspectos teóricos de la historia y la historiografía, publicados en forma de libro con el título De historia e historiografía de la frontera norte (Nuevo Laredo, Universidad Autónoma de Tamaulipas, Instituto de Investigaciones Históricas y El Colegio de la Frontera Norte, 1996). Cabe mencionar que Manolo, a mediados de los ochenta, ya había publicado una compilación de documentos sobre la teoría de la historia, titulado Teoría de la historia: antología de lecturas (Guadalajara, Gráfica Nueva, 1985), que sirvió como antecedente importante para el libro antes mencionado.

Un rasgo notable del comportamiento de Manolo, a lo largo de este proceso, fue su capacidad para intervenir en las discusiones con un intento de reconciliar y mediar entre los diversos intereses. El resultado fue que, con la participación activa de los investigadores de El Colef involucrados en el proyecto, junto con varios historiadores de México y Estados Unidos en general, invitados a colaborar, pudimos celebrar, a mediados de los noventa, un gran simposio en las instalaciones de El Colef en Tijuana. Los trabajos presentados en dicho acto fueron editados posteriormente en forma del libro coordinado por Manolo titulado Encuentro en la frontera: mexicanos y norteamericanos en un espacio común (México, El Colegio de México, El Colegio de la Frontera Norte y la Universidad Autónoma de Tamaulipas, 2001). Al terminar el proyecto, cada uno de los investigadores participantes se dedicaron principalmente a sus respectivos intereses y seguimiento de carreras, aunque Manolo y yo continuamos durante largo tiempo como los únicos historiadores en El Colef. Mientras que Manolo se dedicaba al análisis de la historia del noreste del país (Tamaulipas, Coahuila, Nuevo León), yo me aboqué a la investigación y publicación de obras sobre el noroeste (Baja California, Sonora y Chihuahua).

A lo largo de su carrera, Manuel Ceballos recibió varios reconocimientos y distinciones por su trayectoria. El Comité Mexicano de Ciencias Históricas le otorgó un premio en dos ocasiones, por La encíclica Rerum Novarum y los trabajadores católicos en la Ciudad de México (1984) y por Rerum Novarum en México: cuarenta años entre la conciliación y la intransigencia, 1891-1931 (1987). También recibió el Premio Universitario General y Licenciado Bernardo López García, por la Universidad Autónoma de Tamaulipas, en dos ocasiones (1997) y (2002). Desde 1990, perteneció al Sistema Nacional de Investigadores sin interrupción. En 1991, la Webb County Heritage Foundation de Texas le otorgó el Premio Meritorious Service Award por la organización del Diplomado en Estudios Fronterizos y su contribución al conocimiento de la historia fronteriza en Laredo. En 1998, la Academia Mexicana de la Historia, afiliada a la Real Academia de Madrid, lo eligió como académico de número en el sillón 15, que anteriormente pertenecía al distinguido historiador tamaulipeco Juan Fidel Zorrilla. En 1999 recibió el reconocimiento “Proclamation” de la Ciudad de Laredo, a petición de Texas A&M International University (TAMIU) por haber ingresado a la Academia Mexicana de la Historia. Aquel mismo año, también obtuvo el reconocimiento Good Neighbor Award por su colaboración en la Comisión de Historia del Patronato Nuevo Laredo 150 y su rescate de la historia de los Dos Laredos. En 2015, fue condecorado con la Presea “Vito Alessio Robles” al Mérito Histórico.

La capacitación que Manolo recibió en la docencia durante sus primeros años de la educación superior le ayudó considerablemente en su carrera posterior como profesor. Impartió cursos y seminario en varias instituciones en el país y en el extranjero: el Seminario Mayor de Nuevo Laredo, la Universidad Estatal de Laredo (Laredo State University), la Universidad Autónoma de Tamaulipas (UAT), El Colegio de México, El Colegio de Michoacán, el Instituto Tecnológico Autónomo de México, la Escuela Normal Superior Nueva Galicia, la Universidad Autónoma de Monterrey, el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey, El Colegio de la Frontera Norte y Texas A&M International University. Después de jubilarse de El Colef en 2017, continuó activo como profesor y asesor del Instituto de Investigaciones Históricas de la UAT. Impartió cursos en todos los niveles de educación superior (licenciatura, maestría y doctorado); también es importante señalar que no sólo impartía clases y seminarios relacionados con la historia y la religión, sus áreas de especialización, sino que también daba clases de francés.

Otra área en la que Manolo hizo una muy notable contribución fue en la preservación de fuentes primarias y documentos. Desde 1990 dirigió el Archivo Histórico Municipal de Nuevo Laredo “Juan E. Richer” y ocupó el cargo de cronista de la ciudad de Nuevo Laredo de 1991 a 1993 y nuevamente a partir de 2008. Manolo aprovechó cada oportunidad que tuvo para tratar de los asuntos del archivo y, de hecho, para él, trabajar con los documentos originales y tomar medidas para su preservación fue una especie de pasatiempo. También estuvo vinculado con este tipo de trabajo en otros archivos y acervos de la nación. Formó parte del Consejo Académico Asesor del Archivo General de la Nación y también sirvió como integrante del Consejo Consultivo del Acervo Histórico Diplomático del Archivo Histórico Genaro Estrada de la Secretaría de Relaciones Exteriores.

Además de sus obras sobre la historia de la religión en México, Manolo destacó también por sus contribuciones al conocimiento de la historia regional, particularmente el área de su ciudad natal, Nuevo Laredo. En algunos de sus primeros ensayos a fondo sobre la historia de su ciudad natal de Nuevo Laredo, La fundación de Nuevo Laredo: elementos para la interpretación de una tradición épica (Ciudad Victoria, El Colegio de la Frontera Norte, Universidad Autónoma de Tamaulipas, 1989), y La historia y la epopeya en los orígenes de Nuevo Laredo (Nuevo Laredo, Facultad de Comercio y Administración, Universidad Autónoma de Tamaulipas, 1991), presentó un análisis riguroso sobre la tradición fundacional de dicha ciudad, escrito desde la perspectiva de las fuentes primarias y la teoría de la historia. Cabe señalar que Ceballos, conjuntamente con el doctor Octavio Herrera y otras personas de la misma generación, formaron parte del primer grupo de historiadores con entrenamiento profesional que, con el tiempo, reemplazarían a los antiguos historiadores “aficionados” que en otras épocas se encargaban de registrar o asentar los datos relacionados con el desarrollo de sus respectivos pueblos y entidades estatales.

Dentro del contexto de las contribuciones de Ceballos al estudio de la historia regional, también cabe destacar: Historiografía nuevoleonesa (Monterrey, Archivo General del Estado de Nuevo León, 1995), Monterrey 400: estudios históricos y sociales (Monterrey, Universidad Autónoma de Nuevo León, 1998), Nuevo Laredo: siglo y medio de vida fronteriza (Edición conmemorativa del sesquicentenario de fundación de Nuevo Laredo; compilación) (Nuevo Laredo: Republicano Ayuntamiento de Nuevo Laredo, Patronato Nuevo Laredo 150, Universidad Autónoma de Tamaulipas, 1999), Cuatro estados y una frontera: Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila y Texas en su colindancia territorial a finales del siglo XIX y sus consecuencias cien años después (Monterrey, Universidad Autónoma de Nuevo León, Universidad Autónoma de Tamaulipas, 1999), La frontera norte de México: reflexiones en torno a su génesis, esencia y evolución histórica a 150 años de su conformación (México, Senado de la República, 2006) y Tamaulipas: tradición y orgullo (Ciudad Victoria, Gobierno del Estado de Tamaulipas, 2010).

A lo largo de su carrera, Manolo también publicó gran cantidad de artículos en revistas especializadas, capítulos en libros de compilación (en algunos de los cuales figuró como coeditor), colecciones de documentos, ensayos sobre diversos temas, entre otras muchas publicaciones. En los diversos lugares donde impartía conferencias, el público recuerda su gran capacidad como expositor y su uso de anécdotas y relatos para estimular el interés en los temas tratados durante dichos actos.

Probablemente, los historiadores de la historia de México y de América Latina recuerden a Manolo muy especialmente por su labor en la organización, como coordinador general, de la XI Reunión de Historiadores de México, Estados Unidos y Canadá, que se llevó a cabo en Monterrey en 2003. Recuerdo que Manolo supervisó de manera personal y minuciosamente cada actividad y cada detalle de esta reunión. Por ejemplo, no sólo recorría los comedores de los hoteles desde temprana hora asegurándose de que los congresistas estuvieran desayunando bien, sino que también subió con ellos a bordo de los autobuses para asegurar que llegaran al Centro de Convenciones (lugar donde se llevaron a cabo las mesas de ponencias) sin percance. Asimismo, escogió cuidadosamente los sitios para las comidas y cenas, entre los cuales se destacó, desde luego, una cena única e inolvidable con una selección de platos regionales en el patio del Museo del Obispado. Por supuesto, para llegar al sitio, había que subir caminando hasta llegar a la cima del cerro en la oscuridad de la noche, pero valió la pena hacer el esfuerzo porque, como sitio para cenar, fue incomparable por la vista y el ambiente del lugar.

Los años pasaron y, aun cuando Manolo y yo compartíamos mesas de ponencias en los congresos y también la impartición de cursos en El Colef, debido a la gran distancia entre Tijuana y Nuevo Laredo, no nos veíamos ya con tanta frecuencia. En uno en el que Manolo y yo participamos, la celebración de la XIII Reunión de Historiadores de México, Estados Unidos y Canadá en la ciudad de Querétaro en 2010, fui testigo de un ejemplo extraordinario de su sentido del humor y carácter bromista. Habíamos concluido con los días de sesiones de las ponencias y me encontré en el lugar del banquete de despedida con Manuel y otros compañeros historiadores. Manolo, en vista de que no había cerveza en el banquete, y desesperado por tomar su bebida preferida, propuso que fuéramos él y yo a comprar un buen abasto en una de las tiendas ubicadas en el Centro Histórico. Nos encontrábamos en el camino de regreso, cargando las cajas sobre nuestros hombros, cuando, al dar la vuelta en una de las plazas -fue un sábado en la noche y había muchísima gente en las calles y en aquella plaza- Manolo de repente se detuvo e hizo algunas exclamaciones y aplausos dirigidos al grupo de personas que hacían un espectáculo sobre una plataforma ubicada en el centro de la plaza. Estaba yo tan atacado de la risa que me costó mucho esfuerzo seguir sus pasos hasta llegar nuevamente al lugar del banquete y continuar con la celebración de la conclusión del congreso aquella noche.

El fallecimiento de Manuel Ceballos ha dejado un hueco enorme en la historiografía y en vida intelectual de México que será muy difícil de llenar. Constituirá parte de la tarea de su hijo, Manuel Ceballos Martínez, y de las y los demás historiadores actuales y de futuras generaciones, continuar la obra iniciada por este distinguido historiador nuevolaredense para el beneficio y bienestar de los ciudadanos de este país.

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