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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.72 no.3 Ciudad de México ene./mar. 2023  Epub 30-Ene-2023

https://doi.org/10.24201/hm.v72i3.4586 

Dossier

El comunismo argentino y sus primeras relaciones con la revolución rusa y la komintern: militancias locales, emigrados rusos y emisarios

Argentinian Communism and its Early Relations with the Russian Revolution and the Comintern: Local Militancies, Russian Emigres and Emissaries

Hernán Camarero1 

1Universidad de Buenos Aires/CONICET


Resumen

Los objetivos de este artículo son dos. Por un lado, examinar los modos en que el comunismo de la Argentina se referenció en torno a la Revolución de octubre de 1917, al régimen soviético y a la Komintern. Se reconstruye, previamente, el surgimiento de aquella fuerza política en un proceso de redefinición ideológico-política que tuvo su impronta local y le confirió rasgos peculiares. Por otro lado, y de manera más específica, queremos explorar los primeros laberintos de la relación de esta corriente con la Komintern, una historia interna y clandestina. En los complejos, cambiantes y difíciles vínculos entre Buenos Aires y Moscú cumplieron un papel una serie de emigrados rusos radicados temporalmente en el Río de la Plata, un argentino-alemán posteriormente renombrado, diversos cuadros de la Internacional y, por supuesto, los dirigentes del propio partido local.

Palabras clave: Comunismo argentino; Revolución rusa; Komintern; Emigrados; Emisarios

Abstract

This article has two objectives. One is to examine the ways in which communism in Argentina used the October Revolution, the Soviet regime and the Comintern as references. The emergence of this political force is first reconstructed as a process of ideological-political redefinition that had a local imprint and that gave it peculiar characteristics. The other, more specifically, is to explore the labyrinthic early relationship of this current with the Comintern, an intimate, clandestine history. In the complex, changing and difficult ties between Buenos Aires and Moscow, a series of Russian emigres temporarily based in Río de la Plata played an important role, as did a later-renowned Argentine-German, the cadres of the International and, of course, the local party leaders.

Keywords: Argentinian Communism; Russian Revolution; Comintern; Emigres; Emissaries

El Partido Comunista de la Argentina (PCA) surgió con ese nombre en diciembre de 1920. La organización contaba con una historia previa, que se remontaba a comienzos de la década de 1910. Desde ese entonces surgió un grupo de izquierda disidente en el seno del tradicional y ya consolidado Partido Socialista, al cual cuestionó por su deriva reformista y parlamentarista. De esa impugnación, potenciada por una práctica en el medio obrero y juvenil, emergió una tendencia interna, que acabó siendo expulsada y conformó en enero de 1918 el Partido Socialista Internacional (PSI). Esta novel formación fue la que finalmente se convirtió en el PCA. En el proceso de definitiva coagulación de esta agrupación, y de transformación en estas dos estructuras partidarias, fue clave el impacto producido por la revolución rusa de 1917, la adhesión que generó el modelo de los bolcheviques y la constitución en 1919 de la Komintern o Internacional Comunista (IC), la entidad que planteaba expandir la ola transformadora a todo el planeta. Como ocurrió a lo largo de toda la geografía mundial, fue en la causa y en el fenómeno soviéticos donde los comunistas argentinos encontraron la matriz donde afincar su identidad, programa y formas de organización.

Eric J. Hobsbawm sostuvo: “Cada partido comunista fue el producto del matrimonio de dos consortes de difícil avenencia, una izquierda nacional y la Revolución de Octubre”.1 La clave está en poder calibrar cuánto incidieron cada uno de estos factores y cómo se combinaron, a veces, en tensión. Hay aquí un entrelazamiento entre elementos nacionales e internacionales, entre incidencias internas y externas a las organizaciones en cuestión. El proceso de identificación, reconocimiento, acercamiento y, finalmente, inserción de los comunistas argentinos en la Komintern inicialmente atravesó varias vicisitudes, las cuales deben reconstruirse y problematizarse.

En función de ello, los objetivos de este artículo son dos. Por un lado, examinar brevemente los modos en que el comunismo de la Argentina se referenció en torno a la revolución de octubre de 1917, al régimen soviético y a la Komintern. Se reconstruye, previamente, el surgimiento de aquella fuerza política en un proceso de redefinición ideológico-política que tuvo su impronta local y le confirió rasgos peculiares. No debe perderse de vista el nuevo marco político del país: el presidente Hipólito Yrigoyen, de la Unión Cívica Radical, inauguraba un régimen político inmediatamente desafiado por un ascenso de las luchas obreras, que no cesaron en su intensidad por lo menos hasta 1921. Este auge de la conflictividad laboral fue acompañado por un proceso global de radicalización social, política y en el mundo de las ideas, el arte y la cultura, en el cual la revolución rusa operó como un acicate y un catalizador. Por otro lado, y de manera más específica, queremos explorar los primeros laberintos de la relación de esta corriente con la Komintern, una historia interna y clandestina, en la que el relevamiento de los antiguos archivos soviéticos y los extraordinarios aportes de algunos investigadores, como Lazar y Victor Jeifets, resultan decisivos. En los complejos, cambiantes y difíciles vínculos entre Buenos Aires y Moscú cumplieron un papel una serie de emigrados rusos radicados temporalmente en el Río de la Plata, un argentino-alemán posteriormente renombrado, diversos cuadros de la Internacional y, por supuesto, los dirigentes del propio partido local. El estudio de esta experiencia puede resultar útil para comprender algunos aspectos del recorrido inicial del comunismo argentino y de la naturaleza de la IC, de las peculiares formas de construcción de sus distintas secciones y del enlazamiento con su centro directivo.2

Un partido construido en torno a la adhesión a la revolución de octubre

¿Cómo fue el proceso de configuración partidaria de la corriente constituyente del comunismo argentino y qué influencia ejerció en ello la revolución rusa? La tradición y la cultura política de la que provenía esta tendencia, el Partido Socialista (PS), se habían conformado desde fines del siglo XIX. Luego de la Ley Sáenz Peña de 1912, que sancionó una apertura del juego electoral y las posibilidades de una democracia ampliada, el PS quedó definitivamente ordenado bajo un horizonte reformista, cuyas metas eran el perfeccionamiento de las instituciones democráticas, el mejoramiento de las condiciones de vida de las clases subalternas y la modernización del país.3 El PS se integraba al sistema político, muy eficaz para la conquista del voto y las lides parlamentarias. Si bien los trabajadores eran mayoría en sus redes de apoyo, el socialismo no lograba articularse cabalmente en y con el movimiento obrero, al postular una radical separación entre lucha sindical y acción política, y al alejarse de las prácticas de acción directa.

Este perfil del socialismo había sido cuestionado internamente, provocando algunas escisiones. Así, una vez más, surgió una expresión de izquierda en el interior de dicha fuerza, en oposición a su “desviación parlamentaria” y su “degeneración reformista”. Sus primeros antecedentes deben situarse en 1911, cuando un grupo de militantes quisieron constituir la organización juvenil del PS a nivel nacional, proyecto que no prosperó, finalmente, debido al rechazo de la dirección partidaria. Un paso más efectivo ocurrió en julio de 1912, cuando se fundó el Centro de Estudios Sociales Carlos Marx y comenzó la publicación de su vocero, el quincenario Palabra Socialista, que se editó durante dos años.4 Estas iniciativas aparecían impulsadas por un puñado de militantes obreros y estudiantiles, liderados por Juan Ferlini y José Fernando Penelón.

Los objetivos políticos del grupo disidente se enunciaron en el primer número de su periódico:

En desacuerdo con el pensamiento reformista del teórico socialista alemán Bernstein, de que, en la lucha por la emancipación obrera ‘el movimiento es todo y nada, lo que se llama habitualmente la aspiración final del socialismo’, nosotros entendemos que este movimiento, para responder real y fecundamente a los trascendentales fines de la doctrina marxista, debe cultivar con firmeza las concepciones fundamentales del socialismo, o de otro modo el ideal de la completa transformación social”.

Según estos militantes, se trataba ahora de un problema local: en el movimiento obrero y socialista de esta república ya se ha dejado sentir la influencia de un extremo y no confesado ‘revisionismo práctico’”.5 Varios de los impulsores de Palabra Socialista crearon en 1916 la Federación de las Juventudes Socialistas y editaron un periódico quincenal, ¡Adelante!, cuya dirección ejerció Ferlini desde su aparición, en abril de ese año. En el contexto de la Primera Guerra Mundial, la agrupación se lanzó a una campaña de agitación antimilitarista y de reivindicación del carácter internacionalista del marxismo, adhiriéndo a los manifiestos de las conferencias socialistas de Zimmerwald (1915) y Kienthal (1916).

Con la organización del Comité de Propaganda Gremial, en 1914, la izquierda socialista protagonizó una apuesta aún más decisiva.6 Para la izquierda socialista, se debía participar dentro del movimiento obrero con el objetivo de ligar sus reivindicaciones con la lucha política. Había un objetivo doble: por un lado, recuperar la organización sindical, luego que, tras la derrota de las huelgas de 1910, había sobrevenido un periodo de represión gubernamental y de repliegue de las luchas; por otro lado, implantar con más fuerza al partido en el proletariado, vinculándolo a sus reclamos. En síntesis, antes que mantener al partido alejado del sindicato, reconocer la necesidad del entrelazamiento entre ambos. La dirección del partido acabó por disolver el Comité desde fines de 1916, por entender que negaba las tradicionales posturas de abstencionismo y neutralidad ideológica en el mundo del trabajo propiciadas por dicha fuerza.

Por otro lado, los ecos de la guerra mundial seguían llegando cada vez con más fuerza a las costas argentinas, mientras desde la lejana Petrogrado provenían noticias extraordinarias. El PS no salió indemne de esta doble conmoción: la Guerra y la Revolución. El proceso de discusiones se agudizó dentro del partido a propósito de la posición que el país debía adoptar frente al gran conflicto bélico, correlato de las polémicas que sacudieron a la II Internacional. Lo que se debatió en el PS argentino era si había que promover el fin de los vínculos diplomáticos con el Imperio alemán o mantener la neutralidad en el conflicto desde una posición “internacionalista”. Justo se posicionaba por un “incómodo” neutralismo, mientras abogaba por el librecambio. La dirección del partido quedó comprometida con una “defensa de los intereses nacionales”, ligados a los de las potencias aliadas (fundamentalmente Inglaterra), con las cuales Argentina aseguraba su exportación de carnes y cereales. El PS mantuvo un delicado equilibrio entre la defensa del comercio exterior y la propaganda del principio de la no intervención y denuncia de la contienda. Este equilibrio se alteró en abril de 1917, con el hundimiento del barco argentino Monte Protegido, producto de un ataque alemán. Los parlamentarios del partido (el senador Del Valle Iberlucea y los diputados Justo, Bravo, De Tomaso, Repetto, Giménez, Zaccagnini, E. Dickmann, Augusto Bunge y Francisco Cúneo), convocaron al gobierno a adoptar todas las medidas necesarias “para hacer efectivo tan ampliamente como sea posible el comercio argentino en buques de cualquier bandera”.7

Debió convocarse a un III Congreso Extraordinario para decidir sobre el asunto. En ese tumultuoso encuentro, desarrollado en el Teatro Verdi del barrio de La Boca el 28 y 29 de abril, el partido se dividió: por un lado, la mayoría del Comité Ejecutivo sostenía la posición de los parlamentarios, contando con el apoyo de Justo; por el otro, la izquierda “internacionalista” representaba la minoría en el comité (impulsada por Penelón y Ferlini). La mayoría de la dirección adujo la defensa del comercio exterior como argumento para promover la ruptura con Alemania. Por la minoría, Penelón, Ferlini, Carlos Pascali, Alberto Palcos y Rodolfo Ghioldi reafirmaron que la responsabilidad de las hostilidades era de todas las potencias imperialistas y no del militarismo de uno de los bandos. Realizada la elección, de manera impactante fue la izquierda quien obtuvo la victoria para su proyecto, por unos 4 200 votos contra 3 500.

Tras el ataque alemán al velero argentino Toro y el incidente con el Conde Luxburg, que llevaron al conservador Joaquín V. González a solicitar al gobierno de Yrigoyen la suspensión de relaciones diplomáticas con Alemania, volvió a estallar el conflicto dentro del PS. Sus legisladores apoyaron esa propuesta, esgrimiendo sus posiciones aliadófilas y contraviniendo las disposiciones del III Congreso Extraordinario. Quedó en debate el desempeño del senador y los diputados socialistas, y el control que debía ejercerse sobre los mismos, pues con aquel voto, argumentaba la izquierda, los parlamentarios, avalados por la mayoría del CE, violaban la democracia al desconocer el mandato que habían recibido de un Congreso soberano. La discusión se expresó en La Vanguardia de septiembre a diciembre de 1917, participando las grandes figuras de ambas fracciones contendientes y también cientos de militantes de base del partido que a veces matizaron las posiciones de los bandos en pugna.8

La tendencia de izquierda podía expresarse desde La Internacional, que se lanzaba a una impugnación global a la dirección del PS. Frente a las declaraciones de ésta, a propósito de la posición ante el pedido de suspensión de relaciones diplomáticas con Alemania, cuando afirmó que no se quería ser sólo un partido de oposición sino también de gobierno, la izquierda señaló el peligro de desviar al movimiento socialista “hacia la negación de su política de clase, de su misión histórica que consiste en orientar la clase trabajadora hacia su emancipación integral y no en procurar su tutela solidarizándola con la clase capitalista, haciéndola copartícipe de un gobierno burgués”.9 Repudiaba el camino del acceso al poder por la vía electoral: “El único sentido posible de las palabras de Marx al referirse a la conquista del poder, es la conquista revolucionaria para establecer la dictadura proletaria a fin de realizar la transformación histórica que el socialismo persigue”. Advertía acerca de la pérdida del carácter obrero y revolucionario del PS, devenido en un partido al estilo radical europeo, ajeno a la lucha de clases e identificado con la defensa del Estado nacional desde un chauvinismo que negaba el carácter interimperialista de la guerra. Finalmente, denunciaba el fenómeno de oligarquización, que dejó los resortes de la vida partidaria en manos de un puñado de “doctores”, los cuales dominaban el CE y monopolizaban la representación parlamentaria y La Vanguardia.

Los legisladores socialistas a principios de octubre realizaron un giro en la discusión: presentaron como opción la renuncia a sus bancas y pidieron al CE que el voto general de los afiliados juzgara su actitud. El carácter mismo de la consulta incrementaba las posibilidades para un triunfo de los parlamentarios, pues de ganar la moción contraria, el PS habría perdido sus bancas, dejando amenazada su principal base de sustentación política. De manera obvia, el resultado fue favorable al grupo parlamentario (5 345 votos contra 909, 72 abstenciones y más de 2 000 ausentes). Los disidentes movieron sus piezas. En octubre constituyeron un comité pro defensa de la resolución del III Congreso Extraordinario. Pero, aprovechando el respaldo obtenido en aquella votación, la dirección mayoritaria lo disolvió por “ilegal, disolvente y anarquizante”. Penelón y Ferlini renunciaron al CE, el cual procedió en noviembre y diciembre a efectivizar la separación de los opositores. Se conformó un Comité de Relaciones de los Centros Socialistas Disueltos y Minorías Expulsadas que convocó a un Congreso de Expulsados del PS, el cual acabó sesionando el 5 y 6 de enero de 1918 en el salón porteño “20 de septiembre”.10 La mayoría de los asistentes provenían de la Capital Federal, de la Agrupación Gráfica y algunos pocos de las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba. Los delegados representaban a unos 750 militantes, pertenecientes a 22 centros. Es decir, sólo un pequeño sector de quienes habían respaldado a la izquierda en el debate sobre la guerra acompañó a los internacionalistas. El perfil social del colectivo era de un carácter más plebeyo que el de la fuerza liderada por Justo y predominaba la impronta juvenil. Uno de los pocos diarios nacionales que cubrió el acto informó: “llama la atención en este congreso el hecho de que predomina casi en absoluto el elemento joven”.11 Muchos venían de una inserción reciente en el PS y carecían de la trascendencia pública del oficialismo.

La nueva organización fue denominada Partido Socialista Internacional. El PSI inicialmente intentó disputar de lleno la legitimidad histórica al PS. En aquel congreso de enero de 1918 se aprobaron la declaración de principios (que retomaba la adoptada en 1896), el programa mínimo y el estatuto del partido. Y se lanzó un manifiesto de constitución de la nueva fuerza, donde se sostenía: “El Partido Socialista ha expulsado de su seno, deliberada y conscientemente, al socialismo. No pertenecemos más al Partido Socialista. Pero el Partido Socialista no pertenece más al socialismo”.12La Vanguardia respondió con desdén al grupo escindido: “¿No estamos asistiendo aquí a la triste farsa de un puñado de individuos que pretenden hacer maximalismo difamando al Partido Socialista y tratando de restarle fuerzas, para mayor gloria y provecho de la reacción burguesa, clerical y militarista que representa la facción titulada radical?”.13

En el manifiesto fundacional, el PSI colocaba la cuestión del posicionamiento ante el conflicto bélico como asunto decisivo para explicar la ruptura y hacía explícita su adhesión a la tendencia internacionalista impulsada desde 1915-1916 por Lenin, Trotsky y Rosa Luxemburgo:

El Partido Socialista, al aprobar la guerra capitalista, rompe por completo su solidaridad con los socialistas que, en medio de los horrores de la conflagración, trabajan infatigablemente en toda Europa y Estados Unidos por la instauración de la paz y del socialismo, conforme a las resoluciones de los congresos socialistas de Stuttgart, Copenhague y Basilea, confirmadas por los recientes congresos de Zimmerwald y Kienthal.14

El largo ciclo de desarrollo de la corriente de izquierda que acabó formando el PSI empezó antes de la toma del Palacio de Invierno, y comenzó a estructurarse como espacio alternativo global con la aparición de La Internacional, apenas tres meses antes de dicho acto. Pero en el proceso de diferenciación total entre el oficialismo y la disidencia, las formas de abordar el proceso ruso ya eran distintas desde antes: no hubo un extenso periodo de transición para clarificar esta desigual postura. Por ello, en su manifiesto constitutivo, de enero de 1918, el PSI consideraba a la posición del PS frente a los hechos de Petrogrado el ingrediente decisivo para la erección de una valla entre ambos partidos:

[…] para hacer más patente esa absoluta desvinculación del Partido Socialista con el socialismo, el órgano oficial del partido, en un comentario sobre los maximalistas, llamó a éstos ‘los peores enemigos de la Revolución Rusa’, como si el advenimiento al poder del primer gobierno genuinamente socialista que registra la historia fuera una gran desgracia.

Las disonancias de los planteamientos eran claros. Para la mayoría de la dirección del PS lo acaecido en octubre era un golpe de Estado, protagonizado por agitadores sin respaldo popular, que habían extraviado el curso sensato de la construcción de una república abierta a las reformas democráticas y atenta a sus responsabilidades en la guerra, para reconducirlo a la aventura de un gobierno extremista, que dejaría como consecuencia el desquicio en la administración, la guerra civil y un armisticio indigno con la autocracia alemana. En esta visión, la saga abierta en Petrogrado se había desnaturalizado y había perdido su destino histórico: la revolución verdadera era la de febrero. Más definido el curso del proceso soviético, el PS profundizó una impugnación global a la revolución impulsada por los bolcheviques, oponiendo la dictadura del proletariado a un verdadero camino socialista democrático. En 1919 el dirigente partidario Antonio de Tomaso asistió al Congreso de Berna de la Internacional Socialista, teniendo la oportunidad de entrevistarse con Pável Axelrod, Eduard Bernstein y Alexander Kérenski. Tras ello, afirmó que la “llamada dictadura del proletariado” era una experiencia fallida, que “de simple pasaje perdido en el libro de un teórico del socialismo, de postulado más o menos vago”, se había convertido en la excusa para el golpe de Estado y la sustitución de la democracia y la voluntad de la mayoría.15

Sin embargo, durante un tiempo también siguieron existiendo en el seno del PS otras voces, como la de la corriente “tercerista”, favorable al proceso soviético, que a partir de 1920 reclamaron la adhesión del socialismo a la Tercera Internacional (de ahí el nombre de la tendencia), propuesta inaceptable para la organización conducida por Justo. Varios de estos militantes se habían agrupado en torno a una revista efímera, Claridad, que adhería al movimiento internacional de escritores que con ese nombre (Clarté, “la internacional del pensamiento”) se lanzó al apoyo de la revolución rusa y el pacifismo. También tuvo esta posición José Ingenieros, el prestigioso profesional e intelectual socialista. Pero la figura que operó como más claro respaldo de la tendencia “tercerista” fue el doctor Enrique del Valle Iberlucea, destacado senador, teórico y experto en derecho del PS, quien en 1917 había sido adversario tenaz de los internacionalistas en la cuestión de la guerra, sosteniendo posiciones aliadófilas, pero que poseía una ubicación a la izquierda del reformismo justista en varios aspectos. A partir de 1918 se fue convirtiendo en defensor de la revolución rusa. Inspirado en la experiencia soviética, se manifestó a favor de los consejos obreros e, incluso, llevó esa propuesta al plano institucional, planteando en el Senado la conformación de un Consejo Económico del Trabajo. Una vez creada la IC, sostuvo que el destino del partido debía ser ingresar en ella. Un juez federal le inició una causa, lo condenó “por delito de opinión” y exigió su desafuero, lo cual fue votado por el Senado argentino en junio de 1921, poco antes de que Del Valle Iberlucea muriera. Para ese momento ya los terceristas habían obligado a dirimir las discusiones en un IV Congreso Extraordinario del PS, reunido en la ciudad de Bahía Blanca en enero de ese año. La posición de los jóvenes fue vencida por el oficialismo, por 5 713 votos a 3 656. Luego de esta derrota, varios terceristas fueron expulsados del PS y los centros donde ellos eran mayoría fueron disueltos. El destino de una buena parte de los terceristas fue el de terminar ingresando en el PC dos meses después de aquel congreso.

El flamante PSI, en cambio, no expresó ninguna duda y, desde un inicio y sin ninguna disidencia, manifestó su apoyo a la revolución de octubre. Retrataba la faena de “un pueblo que se propone firmemente concertar la paz mundial, derrocar a la burguesía e implantar el tan anhelado reino del proletariado socialista […]”. De hecho, cuando el PSI buscó concluir su manifiesto fundacional y completar su identidad pública, eligió la revolución rusa como su desiderátum:

Un ardiente e impetuoso soplo revolucionario parece cruzar triunfante por el planeta. Ha comenzado en Rusia y se extiende hacia todos los rincones del mundo. Su móvil: la instauración del socialismo. Con la mirada elevada en tal alto ideal queremos ser en esta sección de América, los agentes eficientes, activos, de esta hondísima transformación revolucionaria.16

Estas formulaciones ocurrían cuando el régimen soviético estaba apenas en ciernes. En la progresiva construcción del perfil del PSI la adhesión a la revolución rusa fue alcanzando una notable preeminencia. El partido ganó el espacio público con las acciones de solidaridad con el proceso soviético. El 7 de noviembre de 1918, junto con otras organizaciones obreras y de izquierda, el PSI impulsó en Buenos Aires una marcha en conmemoración de la insurrección de octubre, en la que participaron unas 10 000 personas, y que luego se convirtió en una suerte de efemérides anual impostergable. Con la firma del armisticio que puso fin a la guerra mundial, pocos días después, el CE del PSI expresó: “Ratificar su solidaridad con el gobierno de los ‘soviets’ de Rusia y congratularse por el movimiento maximalista que en Bulgaria, Austria-Hungría y Alemania se propone establecer un estado de cosas idéntico al de la nueva Rusia, augurando se extienda por todo el universo”.17 En el posterior manifiesto que celebraba la culminación de la conflagración bélica, saludaba: “¡Gloria a los maximalistas rusos! Gracias a su acción la horrenda carnicería mundial se ha acortado en algunos años, ahorrando a la humanidad varios millones de muertos”, aludiendo al hecho de que la revolución de octubre había diseminado “las semillas de la revolución social” y provocado el derrumbe de los imperios centrales. Y culminaba su proclama:

Los maximalistas rusos, heroica vanguardia del socialismo internacional, han echado los cimientos de una Humanidad nueva, la Humanidad redimida del porvenir, sin castas ni privilegios sociales, sin guerras y sin déspotas. Firmes en nuestros principios pacifistas e internacionalistas, trabajemos en nuestro medio por el advenimiento de hora tan venturosa […] y preparemos la transformación revolucionaria de la sociedad americana.18

A fines de 1918 el PSI publicó la Constitución de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia19 y comenzó a realizar campañas para su reconocimiento por parte de la Argentina, agitando esa consigna en el periódico y en sus proclamas electorales: Ferlini, quien había sido electo como el primer concejal del partido, en julio de 1920 pidió pronunciamiento en ese sentido al Concejo Deliberante de la Capital Federal para que lo solicitase al Congreso Nacional. En el campo de la propaganda, la labor fue muy vasta. En 1919 se publicaron escritos de Lenin y Zinóviev sobre el socialismo, la guerra y la revolución: De la Revolución Rusa.20 El PSI también consideró auspiciosa la edición en Buenos Aires de Documentos del Progreso, revista que cubría la realidad del régimen soviético y reproducía escritos de sus autoridades. Bajo la dirección de Simón Scheimberg y Aldo Pechini, se publicaron 45 números entre agosto de 1919 y junio de 1921. Desde esa publicación salieron varios folletos y libros de Lenin, Trotsky, Zinóviev y Radek.

El 7 de agosto de 1920 había concluido en la capital soviética el II Congreso de la Internacional Comunista. Entre sus resoluciones estaban las 21 condiciones de la “Circular Zinóviev”, que estipulaba los requisitos que las organizaciones miembros debían cumplimentar, incluso, adaptar su propia denominación. Por esta razón el PSI convocó a su I Congreso extraordinario, celebrado el 25 y 26 de diciembre en el salón del Circolo Mandolinistico de Buenos Aires, con un escenario adornado con dos inmensas banderas rojas y un escudo de la Rusia soviética. Se presentó el proyecto que proponía acatar la citada circular. Ello implicaba un estatuto que suponía una transformación definitiva de la fuerza, intentando convertirla en una organización disciplinada, orientada a la conspiración revolucionaria y la acción clandestina, un proceso que experimentó fuertes desventuras, como se observó en los siguientes años.21 Desde ese momento pasó a llamarse Partido Comunista, Sección Argentina de la Internacional Comunista. En su manifiesto la referencia a 1917 fue inevitable: “[…] la Revolución Rusa es nuestra antorcha. Ella encierra un caudal inmenso de experiencias revolucionarias. La revolución rusa tiene un valor universal. Sus principios son los únicos que pueden servir de base a las próximas revoluciones proletarias en todos los países”.22

Los difíciles vínculos con la IC: los emigrados rusos entran en escena

Los vínculos entre el PC argentino y la Internacional Comunista no fueron fáciles de concretar. El comunismo del Cono Sur quedó distante de las redes inicialmente tendidas por la IC en el continente. La verdad es que el centro de gravedad estaba en México, país en donde surgió la primera sección reconocida de dicha Internacional en América Latina. Ello le confirió al Partido Comunista de México (PCM) un prestigio evidente. Fue allí donde Moscú envío en 1919 a Mijail Gruzenberg (Borodin), con el cargo de cónsul general, a la vez que emisario kominterniano. Aquel país, de manera excepcional, no había roto las relaciones con Rusia tras la revolución de octubre, además de mantener cierta hostilidad con Estados Unidos. Se buscaba alcanzar el pleno reconocimiento diplomático para el gobierno soviético y, al mismo tiempo, avanzar en formas de financiamiento y coordinación del movimiento comunista latinoamericano desde la capital azteca. El PCM fue un fenómeno incipiente en ese periodo, y tampoco existía el antecedente de un sólido partido socialista, en el marco de un movimiento obrero con influencia anarquista. Pero fue sobre la base de ese precoz partido en donde se destacó el protagonismo de un inmigrante indio, Manabendra Nath Roy, sobre la cual se montó el Buró Latinoamericano. Este organismo, de fugaz existencia entre 1919-1921, estuvo destinado a hacer propaganda comunista en el continente y a vincular a las distintas organizaciones que se reclamaban de ese origen.23

En sus comienzos, el sistema de relacionamiento de la IC con sus partidos fue complejo y cambiante. Se apuntó a la creación de burós regionales para fijar enlaces entre el centro y las distintas áreas. En septiembre de 1919 se decidió conformar el Buró de Ámsterdam, para estrechar las relaciones entre los comunistas de Europa Occidental y América. Desde 1920 se dio un paso más, aunque transitorio: la conformación del Buró Panamericano (BPA), también llamado Agencia Americana, bajo la incidencia de los comunistas de Estados Unidos, que estaban en proceso de fusión en un solo partido. Sus dirigentes pensaban que esa sería una buena estrategia para la lucha contra el imperialismo y ansiaban organizar una conferencia comunista panamericana, una aspiración incumplida. Sen Katayama, un experimentado kominternista, fue nombrado como principal dirigente del BPA. El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista (CEIC) confiaba en él para que se ocupara de manera centralizada de los vínculos con los comunistas del hemisferio, entre ellos, con los argentinos.

En octubre de 1920, el CEIC definió las tareas del BPA en el sentido de ayudar a la fundación y desarrollo de los partidos comunistas en el continente, a la coordinación de sus actividades y a su financiamiento. La Komintern hizo saber que podría aportar hasta cien mil dólares durante tres meses para contribuir a este proyecto, el cual incluía también la edición en castellano de la revista La Internacional Comunista.24 La IC comenzó a prestar, tardíamente, más atención a la región: hacia enero de 1921 se conoció el lanzamiento del primer manifiesto del CEIC sobre ella, titulado “Sobre la revolución en América”, en donde denunciaba el dominio colonial del imperialismo yanqui en el continente, la doctrina Monroe y el panamericanismo y en el cual convocaba a la formación de un movimiento de masas revolucionario formado por la clase obrera y el campesinado pobre, liberado de las direcciones reformistas y conducido por los partidos comunistas.25 Bajo estos presupuestos, el BPA pudo ponerse en funcionamiento a comienzos de 1921 en Nueva York, aunque Katayama actuó luego desde México. Sin embargo, este Buró no logró prosperar, y para fines de ese año fue siendo desactivado. El propio dirigente japonés fue trasladado a la capital soviética para ser incorporado al CEIC. Como veremos, en paralelo al fracaso del BPA emergió la proyección regional del PCA. Antes de ello, el partido debió ganarse la confianza y construir contactos fluidos con Moscú. Era una tarea compleja.

El conocimiento de la génesis del primer contacto del partido argentino con la IC sigue estando en penumbra. Se intentó enviar como delegado al II Congreso de la IC a Penelón, en ese entonces principal referente de la organización (todavía el PSI). Pero ese viaje a Rusia no habría podido efectivizarse por impedimentos legales. Un relato establecido indica que, ante esta dificultad, se habría confiado la representación argentina en el cónclave kominterniano a Egidio Gennari, uno de los líderes del ala izquierda del PS italiano, quien luego, tras el Congreso de Livorno, se convirtió en uno de los dirigentes del PC de la península.26 Sin embargo, no hay fuentes o documentos que lo acrediten con claridad.

En la dificultad de las relaciones del PC argentino con la Komintern influyeron varios factores: la lejanía, las imposibilidades legales, las dificultades de transporte y la carencia de fondos partidarios para establecer los nexos con Moscú. Los lazos del PSI-PCA con la IC se fueron estableciendo de a poco y en varios pasos, de manera asistemática. Y para entenderlos es vital repasar el papel cumplido por una serie de exiliados rusos en la Argentina.

En primer lugar, señalemos la gran importancia que tenía la presencia de rusos en Argentina, el país de América Latina que más inmigrantes recibió del Imperio: unos 150 000 entre mediados del siglo XIX y la Revolución. El ingreso más vasto se produjo entre 1901-1910, con un número superior a las 80 000 personas. Se ubicaron mayoritariamente en Buenos Aires, La Plata y Rosario, y en menor medida en las provincias de Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, Mendoza y San Luis; un cierto número se situó también en la Patagonia, empleado en las compañías petroleras. Estos inmigrantes presentaron diversidad étnica, confesional y social, sobre todo los del medio rural, que incluían rusos de las estepas del Cáucaso Norte, ucranianos de Jerson, bielorrusos y polacos de la zona de Baranovichi-Brest, judíos de Berdichev y Odesa, a los que se sumaban los “alemanes del Volga”. En cantidad de feligreses, la comunidad ortodoxa de Argentina fue una de las más importantes del mundo desde 1890.27 Iniciado el siglo XX, una tercera parte de los rusos en el país eran obreros con cierta calificación. Entre ellos, había muchos activistas políticos, escapados de la persecución zarista por su militancia de izquierda.

Un cuarto de los inmigrados desde el imperio zarista a la Argentina, sobre todo Buenos Aires, era judío, y un gran porcentaje de ellos era proletario, en especial en las ramas de la confección, el vestido y la industria del mueble.28 Ellos incrementaron su número desde comienzos del siglo a partir de la trágica experiencia de los pogromos y, tras la derrota de la revolución de 1905, con el aumento de la reacción política y la xenofobia antisemita. Se hallaban animados por ideas avanzadas y de emancipación social. Los rusos nucleados en torno al uso del ídish constituyeron un mundo propio, con ámbitos bien definidos, animando una red de asociaciones e instituciones que se desplegaba en ciertos circuitos sociales y culturales. Una prolongación natural eran los cafés del barrio del Once, centro de la “judería” de la ciudad porteña. Al borde de ese “gueto abierto”, en la Plaza Once, fue donde se realizó el primer gran mitin de las colectividades israelita y rusa para “exteriorizar su júbilo” y “rendirle su homenaje” a la revolución.29 Ocurrió el 1 de abril de 1917, cuando 47 agrupaciones judías y rusas realizaron un gran acto púbico en aquella plaza, en donde romaron la palabra oradores en castellano, ruso e ídish, para luego marchar hasta la Plaza Lavalle, donde organizaron otro mitin.

El nivel de conciencia política y sindical en la colonia de emigrantes rusos, sobre todo judíos, fue muy significativo. Desde 1905 se fue desplegando un denso entramado asociativo, con varias corrientes recorridas por rupturas y fusiones.30 Fue muy importante la presencia de los círculos anarquistas, formados por judíos del Imperio zarista o, más en general, por askenazís provenientes de Europa Oriental. Asimismo, estaba el sionismo de izquierda (linkepoalesionismo), con gran influencia entre los judíos rusos. En 1907 se había creado la Organización Socialdemócrata Obrera Judía Avangard, que editaba el periódico en ídish Der Avangard. Al poco tiempo, la agrupación se dividió. Por un lado, quedaron los bundistas, defensores del uso exclusivo del ídish y de una organización socialista judía autónoma y clasista. Por el otro lado, se conformaron los iskrovzes o iskristas, favorables a integrarse al PS y sostener su política dentro de la colectividad. Con el tiempo, estos últimos adoptaron las posiciones asimilacionistas propugnadas por Lenin desde el periódico ruso Iskra. Hacia marzo de 1908 los iskristas constituyeron el Círculo Ruso, al cual el PS por el momento admitió como agrupación idiomática, bajo la denominación de Centro Avangard. Desde esa entidad se publicó un periódico en ídish, llamado Di Shtime fun Avangard (“La Voz de la Vanguardia”).31 Un organismo importante de la colonia durante ese periodo fue la Biblioteca Rusa, fundada en 1906 por militantes mayoritariamente judíos, que organizaba actividades artísticas, conferencias y debates, y cuya dirección era disputada entre bundistas e iskristas.

El Centro Avangard no continuó, pues el PS, en función de su política de disolución de todas las secciones idiomáticas, ordenó desactivarlo en 1914. Los sectores iskristas, sin embargo, siguieron como núcleo, editando la revista Golos Avangarda, al tiempo que colaboraban con el grupo de París de ayuda a la fracción bolchevique. Al poco tiempo, se sucedió una cadena de emprendimientos asociativos, ya muy relacionados con los actos que conmovían al país de origen de los emigrados. Hacia 1916 se formó un Comité de Ayuda a los Desterrados y Trabajadores Forzados de la Rusia Zarista. Estallada la revolución de febrero de 1917, este organismo tomó el nombre de Comité de Ayuda a los Diputados Obreros, Soldados y Campesinos. Sobre la base de este último se constituyó luego la Unión Obrera Socialista Rusa. Y fue ella la que, por último, hacia comienzos de 1921 se convirtió en el Grupo Comunista Ruso (GCR), al ingresar al recién constituido PC, junto con la Agrupación Comunista Israelita Avangard. El GCR se mantuvo activo durante buena parte de la década de los veinte. En paralelo a ello, entre fines de 1917 y comienzos de 1918 se creó la Federación de Organizaciones Obreras Rusas de Sudamérica (FORSA), con importante actividad en los años siguientes, y que contó con presencia no sólo en el país, sino también en Brasil, Uruguay y Paraguay. Durante varios años la FORSA editó el periódico Golos Truda (La Voz del Trabajo).

Dentro de este complejo y diverso universo de rusos emigrados, queremos destacar cuatro nombres: Mayor Semionovich Mashevich, Ida Isakovna Bondareff, Mijail Alexeevich Komin-Alexandrovsky y Mijail Efimovich Yaroschevsky. Sus vidas estuvieron signadas por elementos comunes: una edad relativamente similar, su condición judía, la temprana adhesión a la militancia revolucionaria en Rusia, los pesares de la represión y el exilio obligado, el arribo a un país lejano como Argentina hacia la misma época, su inserción en el movimiento obrero y socialista, sus difíciles vínculos con el PCA y, durante los años veinte, su regreso definitivo a la URSS, tras haber permanecido en la Argentina poco más o menos una década y media. Congregaron todo lo odiado por el nacionalismo antiobrero, anticomunista y antisemita de ese periodo que comenzaba a tener fuerte gravitación en el país: eran trabajadores, rusos, judíos y maximalistas.

El que más tempranamente arribó a la Argentina y primero retornó a su país de origen fue Mashevich. Había nacido en marzo de 1884 en Ucrania, en la región de Kajovka. Se desempeñó como trabajador textil, heredando el origen obrero de su familia judía. Durante su precoz militancia en el movimiento obrero local sufrió los efectos de la represión, y hacia comienzos de siglo emigró a Buenos Aires. Fue uno de los miembros principales de la Organización Socialdemócrata Obrera Judía Avangard y de la corriente iskrista, y de los que más sufrió la represión del Centenario. Tras el asalto a la Biblioteca Rusa, a Mashevich se le colocó bajo las normas de la Ley de Defensa Social y, por ello, fue deportado del país. Debió permanecer exiliado un breve tiempo en los países vecinos. Luego de su retorno, se convirtió en uno de los principales referentes de la Unión Obrera Socialista Rusa y del posterior GCR.

Bondareff había nacido en 1887 en la ciudad ucraniana de Yuzovka (actual Donetsk). En 1903 se incorporó al POSDR pero luego fue detenida junto con varios otros militantes de su ciudad natal y enviada a la cárcel de Lugansk, en la que permaneció durante seis meses. Amnistiada después del Manifiesto de Octubre de 1905, volvió a la lucha. Pero pronto debió emprender el exilio: en 1906 se trasladó a Suiza, formando parte del grupo de apoyo al POSDR en la ciudad de Lausana. Tras nacer en Viena su hija, en 1908 se instaló en la Argentina. Aquí, ingresó a estudiar Biología en la Universidad de Buenos Aires y reinició su militancia. Formó parte de la organización Avangard y devino luego en otro de los referentes claves de la tendencia iskrista. Actuaba como corresponsal local del periódico de los bolcheviques en el exilio, Proletarii. Hacia 1914 la encontramos organizando cursos de economía marxista y sosteniendo posiciones leninistas frente a anarquistas y bundistas, al tiempo que editaba la revista Golos Avangarda. Si bien se graduó como bióloga, acabó trabajando como odontóloga, en un consultorio que derivó en lugar de reuniones clandestinas. Tras la revolución de 1917 encontramos a Bondareff como vocal del Comité Pro Rusia Libre, constituido a mediados de abril de ese año, con el fin de recaudar fondos el nuevo régimen.32 Ella fue una de las animadoras de la fracción bolchevique en el país, convirtiéndose en figura del GCR. Cuando el PCA se fundó, ingresó a sus filas y se hizo miembro de la redacción del periódico Proletarskoye slovo (luego, Kommunisticheskoye slovo).

Alexandrovsky nació en noviembre de 1884 en la ciudad rusa de Nizhny Nóvgorod. Siendo un muy joven trabajador mecánico se acercó al Circulo Obrero Marxista y al POSDR. Desde esa temprana militancia se sumó a la revolución de 1905, con una participación en la insurrección armada en el distrito industrial de Sórmovo, a orillas del río Volga. Tras ello, intervino en el movimiento huelguístico en la cuenca ucraniana del Donbass; en esa zona hacia 1907 integró el Comité del POSDR en Yuzovo-Petrovsk, donde resultó detenido, aunque luego liberado bajo fianza. Tras seguir militando en la clandestinidad, en noviembre de 1908 fue procesado en contumacia (negándose a comparecer en juicio) y condenado al destierro perpetuo en Siberia. Finalmente, logró salir de manera ilegal hacia Alemania y desde allí emprendió el exilio en Argentina, a la que arribo en 1909. En Buenos Aires volvió a trabajar como mecánico y recomenzó su militancia política y sindical, siguiendo el mismo camino de los otros, en la organización Avangard y el iskrismo. Pero donde Alexandrovsky jugó un papel clave fue en la creación de la FORSA, de la cual fue uno de sus líderes y el director de su periódico.

El último en ingresar y el que menos permaneció aquí fue Yaroschevsky, nacido en enero de 1880 en el seno de una familia judía de clase media asalariada de Besarabia. Tras realizar estudios en Lituania y Petrogrado, y servir como soldado en el ejército del zar, se hizo miembro del Bund y fue detenido en Rusia en 1914. Pero casi inmediatamente logró escapar a la Argentina. Aquí se vinculó a la corriente que conformó en 1918 el PSI. Durante los dos años siguientes, Yaroschevsky se destacó como traductor de textos marxistas del ruso al castellano, en especial las obras de V. I. Lenin, tales como Lecciones de la Comuna, El Estado y la Revolución y El socialismo y la guerra.

La trayectoria de Mashevich se entroncaba con la Unión Obrera Socialista Rusa y su heredero, el Grupo Comunista Ruso. Además, sus vínculos eran con la FORA IX° Congreso y, en cierta medida, con la corriente de izquierda socialista fundadora del PSI. Alexandrovsky, en cambio, era de la Federación de Organizaciones Obreras Rusas de Sudamérica, con caracterizaciones y estrategias diferentes a las del partido de Penelón, Codovilla y Ghioldi. Encontraba potencialidad revolucionaria en la FORA V° Congreso y en los grupos anarcosindicalistas y anarco-bolcheviques, que habían tenido un gran desarrollo en el país desde los inicios de la revolución.33 El PSI-PCA no depositaba expectativas en estos grupos y no logró atraer a sus filas a casi ningún militante proveniente de este sector. La FORSA acusaba a la Unión de tener tendencia “menchevique” mientras que esta última reputaba a la primera como “anarquista”. En cualquier caso, para la IC, ellos tenían la ventaja del manejo del idioma, de su nacionalidad de origen y de poseer una trayectoria militante posible de ser conocida y valorada en las estructuras bolcheviques.

Pero las atribuciones de este tipo de militantes no estuvieron claramente definidas por la IC en sus comienzos, por lo menos hasta 1922. Si bien todo era expresión de una forma de control de la Internacional sobre las secciones nacionales, las labores de estos cuadros debían desplegarse en estrecho contacto con el Comité Central de cada partido. Mashevich y Alexandrovsky (en algún sentido, también Mijail E. Yaroschevsky) quisieron reportar como los intermediarios de Moscú en el comunismo local. Sólo que lo hicieron de manera descoordinada, dadas las diferencias que los separaban y los mandatos cruzados. A ello se sumaba la desconfianza del partido argentino hacia esos militantes rusos, carentes de legitimidad dentro de la organización.

Hacia la meca revolucionaria: primeros contactos con Moscú

Un punto de inflexión fue el momento en que se planteó el contacto directo con la nueva meca revolucionaria, a través de los viajes. Tras varios años de exilio en suelo argentino, ahora los emigrados podían volver a Rusia, luego del triunfo de una revolución por la que ellos habían luchado y de la que se sentían parte. La ocasión fue la realización del II Congreso de la IC, desarrollado del 17 de julio al 7 de agosto de 1920. Mashevich fue el primero en llegar. Si bien contó con el carné de delegado al evento, no está confirmado que haya podido asistir al mismo. En todo caso, lo hizo como integrante del Grupo Comunista Ruso en conformación, pero también llevando algún tipo de representación o saludo de la FORA IX° Congreso y del en ese entonces todavía PSI argentino. Los alcances de esa representación no están del todo claros. Existe una carta que Mashevich escribió en diciembre de 1921, ya cuando estaba reinstalado en Rusia, a I. I. Radchenko, vicecomisario del Pueblo de Comercio Exterior de la RSFSR, en la que se mostraba preocupado por impulsar las relaciones comerciales argentino-soviéticas (sobre todo con la venta de trigo). Lo relevante es que, al finalizar la misiva, afirmaba: “Siendo ex delegado de Argentina (donde residí 18 años) al II Congreso de la III Internacional Comunista y miembro del Partido Comunista Ruso me oprime la conciencia que esta cuestión no se solucione”.34 Quizás, éste fue el primer contacto efectivo entre Buenos Aires y la IC en Moscú.

El periplo de Alexandrovsky fue más complicado. Decidió viajar con su familia, y su recorrido duró cuatro meses, pasando por Alejandría, la ciudad turca de Constantinopla, Batumi y Tiflis (ambas en Georgia), Bakú (Azerbaiyán), Astracán (ya en Rusia) y desde allí en barco hasta Nizhny Nóvgorod, su lugar natal. Cuando tres días después arribó al congreso, éste ya había concluido. No obstante, pudo presentar sus informes sobre el país (y que fueron incluidos en el libro oficial de los informes del evento), bajo el título de “El movimiento obrero en la Argentina”. Lo hizo como delegado de la FORSA, bajo el pseudónimo de Kolman.

El 23 de agosto el Buró del CEIC abordó la cuestión del movimiento sudamericano, advirtiendo las diferencias de líneas que expresaban Mashevich y Alexandrovsky, por lo que decidió invitar a ambos para la sesión del 31 de ese mes. Mashevich se disponía a volver a la Argentina para retornar su militancia en el país y la región. Una semana después, el 7 de septiembre, el CEIC impulsó esa decisión. En esa reunión el Buró también preparó el envío de una carta especial al PSI y a las dos centrales obreras (la FORA IX° Congreso y la FORA V° Congreso, a la que ambos rusos estaban vinculados); asimismo, decidió prestar ayuda financiera al PSI y a la FORA V°.35 Moscú dudaba y tendía a explorar o habilitar varias líneas de apoyo para la acción comunista. Alexandrovsky había logrado influir con sus posiciones favorables a que el partido interactuara con los anarcosindicalistas y anarco-bolcheviques e incluso a que se refundase bajo esos nuevos aportes. La FORSA pugnaba por ese acercamiento, mientras el Grupo Comunista Ruso y Mashevich no juzgaban conveniente tal orientación.

A partir de las resoluciones de la IC, durante los primeros meses de 1921, los dos rusos prepararon su retorno a la Argentina, lo que ocurrió en tiempos diferentes. Mashevich fue el primero en llegar a Buenos Aires, en la segunda semana de marzo, dispuesto a realizar una gestión confidencial. Pero su regreso resultó muy fugaz. Su valija traía varios recados, documentos e informes enviados por los organismos kominternianos. Primero, se dirigió al Grupo Comunista Ruso. Pero éste ya se había incorporado al PCA, por lo que se reunió directamente con la dirección del partido que estrenaba su nuevo nombre y reclamaba su pertenencia a la IC. Le hizo entrega de varios materiales: una resolución del Comité Ejecutivo de la IC sobre la cuestión argentina; un manifiesto del Comité Provisorio de la Internacional Sindical Roja (ISR) y del Comité Central de los Sindicatos de Rusia; otro manifiesto, en este caso, de la Sección Israelita del PC ruso al proletariado judío de la Argentina; un tercer manifiesto, de la Internacional Comunista Juvenil a la juventud comunista argentina; un cuarto manifiesto, del Comisario del Pueblo para Asuntos Exteriores del gobierno soviético, Chicherin, dirigido a los trabajadores emigrantes rusos; y por último una nota de la Academia de Moscú solicitando algunos materiales literarios. En las reuniones que Mashevich tuvo con la dirección del PCA en marzo le informó acerca de las decisiones que el CEIC había adoptado sobre el asunto argentino, planteando que este último le solicitaba al partido que enviara delegados a Rusia lo más rápido posible. El PC estaba ya preparado para eso, disponiendo el envío de Penelón y Ghioldi. Junto con todos estos papeles, Mashevich trajo un aporte económico de la Komintern al PCA, en forma de dinero y de alhajas, con un fin asignado, el de la edición de libros de propaganda comunista y a favor de la revolución rusa (facilitados por el propio GCR). En discusiones con el partido argentino, Mashevich quería que éste se comprometiera por escrito a realizar la traducción e impresión de libros rusos, lo que resultó en una situación de fricción.

En ese momento se discutió la situación de Mashevich en la Argentina. El GCR ya había considerado que su presencia no era necesaria aquí. Y ante la consulta al propio PC argentino, éste no hizo nada por retenerlo. Como informaba Ghioldi en una carta a la IC:

El CE, considerando que la permanencia del compañero Masevich [sic] en el país no tenía objeto puesto que todos los encargos de que se había hecho interprete serían cumplidos por el Partido Comunista argentino, al que había consignado documentos y valores y considerando además que aparte de su estadía inocua en tal sentido, de quedarse debía hacerlo ilegalmente y sin un propósito indispensable de mayor eficiencia, acordó indicarle la conveniencia de su más pronto retorno.36

Finalmente, Mashevich partió de la Argentina. Pero antes de eso, proveyó los fondos para financiar el envío de una primera delegación del PC local a Moscú, para asistir al III Congreso de la Internacional: esa representación recayó en Rodolfo Ghioldi. Llegado a Rusia, Mashevich realizó en los meses siguientes las últimas ocupaciones en relación con el país que lo acogió como emigrado. Fue él quien presentó en aquel cónclave el informe sobre el movimiento obrero argentino (y también, parcialmente, sobre Uruguay, Brasil y Chile), insistiendo varias veces para que Lenin lo recibiera, sin resultado positivo (consta que le envío informes sobre la Argentina, incluyendo su situación económica y de comercio exterior desde 1920). A partir de julio, el ex exiliado ruso ya quedó orientado hacia una reinstalación definitiva en su país, al ser nombrado jefe del Departamento de Materia Fibrosa de la Dirección de Exportación del Comisariado del Pueblo de Comercio Exterior. Desde ese cargo, como ya señalamos, Mashevich quiso aprovechar su conocimiento sobre la Argentina para promover acuerdos comerciales con Buenos Aires. A pesar de estas preocupaciones, lo cierto es que, a partir de ese entonces, Mashevich fue desapareciendo como referencia para el comunismo argentino.37

Al mismo tiempo, estaba Alexandrovsky. Había retornado a la Argentina hacia mediados de julio de 1921, como otro de los representantes de la Komintern y de la ISR, y a disposición del Buró Panamericano de la IC. En Buenos Aires dio cuenta de sus impresiones sobre la Rusia revolucionaria que él conoció.38 La IC, además, lo proveyó de importantes fondos económicos con el objetivo de que el partido adquiriese una imprenta y editase y difundiese una serie de libros de propaganda comunista. El ruso propugnó que la FORSA se adhiriese al PCA e impulsó la Campaña de Ayuda a los Hambrientos en Rusia Soviética. Pero lo cierto es que su relación con la dirección del partido argentino estuvo signada por la desconfianza y el conflicto. En medio de estos enfrentamientos entre los emisarios rusos y la dirección del PCA ya había otra persona en escena: Félix J. Weil, el primer representante extraoficial de la Komintern en pisar suelo argentino, pocos meses antes de que retornaran los rusos desde Moscú. Su misión muestra que la IC buscaba abrir varios canales de contacto con la región.

Un encomendado por Zinóviev en Buenos Aires

La vida de Weil reviste una singularidad, pues en ella se entremezclaron sus actividades de heredero de una próspera empresa en el rubro de la comercialización agrícola, de teórico marxista e, incluso, de militante comunista sui géneris.39 Un hombre que transitó entre el ámbito local y, sobre todo, el escenario europeo e internacional. Es bien conocida su función desde 1924 como impulsor financiero de la Escuela de Frankfurt.40 Lucio Félix José Weil, tal su nombre completo, había nacido en Buenos Aires en febrero de 1898. Su padre, Hermann Weil, era un comerciante de granos, de origen judío alemán, que se había instalado en la Argentina pocos años antes, donde logró amasar un voluminoso capital a partir de sus operaciones de exportación de cereales al continente europeo. Su empresa, Weil Hermanos & Cía, ejerció hasta 1930, junto con otras dos grandes firmas internacionales (Bunge & Born y Dreyfus), el control del mercado cerealero del país. Tempranamente, en 1907, Félix fue enviado a recibir educación en las tierras del káiser Guillermo II, en el distinguido Gymnasium Goethe, de Frankfurt am Main. Los siguientes trece años vivió en ese país, al cual también pronto acabaron retornando sus padres. Félix residió la mayor parte del tiempo en aquella ciudad, en cuya universidad inició sus estudios superiores.

Pero el triunfo de la revolución rusa de 1917 y los diferentes procesos revolucionarios que se desarrollaron en Europa luego del acontecimiento soviético encontraron a Weil en posiciones definidamente marxistas, que lo desviaron de una tranquila carrera académica y profesional. Tuvo un tránsito fugaz por la Universidad de Tübingen, para tomar clases con el profesor socialista de economía Robert Wilbrandt, pero terminó excluido, dadas sus posiciones y actividades revolucionarias. Finalmente, en 1920 pudo conseguir su doctorado en Ciencias Políticas en la Universidad de Frankfurt, con una tesis dirigida por Alfred Weber, dedicada al estudio de la “socialización”. Quedó convencido de la superioridad del socialismo como forma económica y de la posibilidad de realizarlo. El joven intelectual ya se encontraba compenetrado con la causa revolucionaria. En 1919 se puso a disposición del Consejo de Obreros y Soldados de Frankfurt. Como militante estudiantil realizó actividades en distintas ciudades alemanas, acompañando a la Liga Espartaquista, que luego se convirtió en el Partido Comunista de Alemania (Kommunistische Partei Deutschlands, KPD), al cual Weil se adhirió, pese a que nunca se afilió al mismo, debido a su ciudadanía argentina y a que eligió preservar cierta distancia y autonomía. De aquella época datan las intensas relaciones que el joven Weil trabó con la veterana dirigente del movimiento obrero y socialista Clara Zetkin, así como con Karl Korsch y, de modo incipiente, con el joven filósofo Max Horkheimer, entre otras figuras intelectuales y políticas.

Fue en ese contexto de adhesión al bolchevismo donde Weil conoció al ruso Grigori Zinóviev, en ese entonces dirigente máximo de la IC. Eso ocurrió en octubre de 1920, en la ciudad alemana de Hasse, mientras Zinóviev participaba en el importante congreso que condujo a la fusión de los espartaquistas con el ala izquierda del Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania, conformando el Partido Comunista Unificado de Alemania. Esas conversaciones con el líder de la IC tuvieron su importancia. Weil se preparaba para un retorno a la Argentina y le propuso a aquél aprovechar ese viaje para realizar actividades clandestinas al servicio del Comité Ejecutivo de la IC. El arreglo fue convenido, aunque el ruso no alcanzó a entregarle a Weil un mandato escrito, lo cual inicialmente debió haber generado desconfianza y dificultado los contactos de éste con el partido argentino. Las funciones del enviado serían las de fomentar la edición de literatura comunista y brindar informaciones lo más claras posibles al CEIC acerca del PC local, con el objetivo de corroborar si su línea y sus acciones eran acordes con las estrategias kominternianas.

En los primeros días de diciembre Weil arribó a Buenos Aires, con el objetivo de hacerse cargo de cuestiones de la economía familiar y bajo estos otros compromisos militantes de extraña conjugación. No le atraía el hecho de ganar dinero. Lo cierto es que le había prometido a su padre que se ocuparía de su firma por lo menos un año, haciéndose cargo, junto con su hermana Ana, de la mayor parte del paquete accionario de la empresa. Pero como él mismo señaló en sus memorias, otro de los objetivos fundamentales de su viaje era conocer y viajar por la Argentina y, en particular, estudiar el desarrollo del movimiento obrero.

Con el permiso del CE kominternista para realizar, en su nombre, tareas secretas en Argentina y otros países latinoamericanos, Weil se convirtió, técnicamente, en uno de los primeros contactos de aquel organismo mundial en el país, actuando bajo el apodo de Beatus Lucius (o B. Lucio). Se vinculó al PCA, en proceso de constitución. Es muy probable que él haya estado presente en el congreso fundacional y tampoco es descartable la hipótesis de que ya hubiera contribuido económicamente con el flamante partido (teniendo en cuenta que lo hizo en otra de sus estadías en el país, a partir de 1931). La actuación de Weil en la Argentina, que se extendió hasta principios de 1922, fue curiosa: se ocupaba de los asuntos comerciales de su compañía y de atender su vida familiar, pero en buena medida eso le permitía encubrir su intensa actividad comunista. En los materiales del RGASPI pueden encontrarse algunos registros de sus labores con el Comité Central del PCA, así como con otras secciones kominternistas latinoamericanas en formación, como las de Uruguay y Chile. Apenas llegado, comenzaron los informes y cartas que Weil envió al CEIC y al propio Zinóviev, donde señalaba el creciente desarrollo del PC argentino entre los trabajadores, señalaba su carácter “indudablemente comunista” e impulsaba a la Internacional a apoyar al partido y a convocar a la clase obrera argentina a reconocerlo como su genuino y revolucionario elemento dirigente.41 Hacía juicios negativos sobre la FORA V° Congreso, calificándola como “un absurdo completo” (a diferencia de las posiciones de Alexandrovsky). Asistía a las reuniones y asambleas obreras con el fin de recabar datos para sus estudios. En sus informes a la IC de marzo de 1921 daba cuenta de la fuerte presencia del PC entre los metalúrgicos, tipógrafos, zapateros y marineros.42

Félix Weil se plegó a los comunistas argentinos en la misma situación de malestar con el comportamiento y las caracterizaciones de los emisarios rusos, sobre todo de Alexandrovsky, cuando éste retornó en la segunda mitad de 1921: los acusaba de incomprensión del contexto local y por la subestimación que hacían de los dirigentes del PCA. Le informó a la dirección de la IC que el Comité Ejecutivo del partido argentino “quedó muy sorprendido por la entrega de las credenciales a tales camaradas”; al mismo tiempo, recomendaba “tener mucho cuidado encomendando misiones a tales camaradas ruso-argentinos”.43 El juicio crítico de Weil se venía dirigiendo, en verdad, a todo el Grupo Comunista Ruso, el cual, a pesar de que era poco numeroso, lo sentía, “sin embargo, como si fuera el Lenin argentino”.44

En los dos primeros años de existencia de la IC, los comunistas argentinos sólo habían podido establecer vínculos más bien extraoficiales con ésta, por medio de los dos emisarios rusos residentes en el país, y de Félix Weil. En Buenos Aires lo que interesaba era conquistar otra vía de relacionamiento: que un dirigente importante del propio partido pudiese viajar a Moscú y lograse contacto directo con las autoridades de la Internacional, hablando con sus propias palabras. Esa oportunidad se presentó con el viaje del que en ese entonces oficiaba como secretario general del PCA: R. Ghioldi.

La incorporación plena del PCA en la komintern: el viaje de un argentino a la capital soviética

El periplo de Ghioldi se inició a fines de marzo de 1921 y derivó en una estadía de cierta duración en tierra soviética. Estuvo primeramente en Italia, arribando a Rusia recién en mayo. A las pocas semanas también llegó a Moscú, como corresponsal de periódicos sindicales, otro de los rusos emigrados en Buenos Aires: Yaroschevsky. La ansiedad y las expectativas por su presencia en el corazón del régimen soviético debieron haber sido enormes para el joven maestro y periodista, un militante que en ese entonces apenas tenía veinticuatro años.45 De inmediato, comenzaron sus importantes gestiones.

El hecho histórico trascendente fue cuando Ghioldi pudo participar en Moscú como único delegado oficial del PCA, con voz, pero aún con voto consultivo, pues todavía no había sido oficialmente admitido como sección de la IC, en las deliberaciones de su III Congreso. Ghioldi transmitió, además, el saludo de los comunistas uruguayos. Yaroschevsky también asistió a ese Congreso, pero sin ostentar representación del partido argentino. En la capital soviética, Ghioldi también participó en el II Congreso de la Internacional Comunista Juvenil (ICJ). Y también lo hizo en el Congreso fundacional de la ISR, en nombre de los grupos gremiales comunistas; pero allí el argentino todavía soportó el cuestionamiento de la legitimidad de la acción del partido por parte de una representación de procedencia anarquista favorable a la revolución, que cuestionaba el carácter poco proletario y revolucionario del PCA. El hecho de que en Moscú aún pudiera escucharse este tipo de planteos muestra que la confianza en el partido argentino no estaba del todo conquistada. Ghioldi pareció ser consciente de ello, y por eso se dedicó permanentemente a enviar cartas e informes sobre el PCA y la situación argentina a los dirigentes de la IC, solicitando la admisión definitiva del partido y apoyo financiero.

Ghioldi estuvo en la sesión del CEIC donde se discutió la admisión del partido argentino como sección de la Internacional. Esa decisión fue adoptada e informada a fines de agosto de ese año. El máximo organismo de conducción kominterniana reconocía la labor comunista del PCA y declaraba que su trabajo se ajustaba a los principios del marxismo revolucionario, retomando lo contenido en los propios informes de Ghioldi. Se ha argumentado que una de las razones clave de esta disposición de la IC fue la fuerte ascendencia que los argentinos ya ejercíans en la región, anticipando el papel de dirección subcontinental, que luego aseguraron plenamente.46 En efecto, los contactos del PSI-PCA con Chile, Uruguay y Brasil, desde 1918-1919, influyendo para la formación de partidos y acercándolos a la IC y a la ISR, resultaron un elemento de peso, confiriendo la confianza necesaria a los ojos de la Komintern.47 En Moscú también se decidió crear un Comité de Propaganda para América Latina, a operar desde México y Argentina-Uruguay, con el fin de impulsar la labor editorial de la IC en el continente.48

A ese reconocimiento definitivo por parte de la IC al PCA contribuyeron también los despachos y cartas favorables que había estado enviando Weil desde Buenos Aires. Pero se quería corroborar de algún otro modo esos diagnósticos. Y allí reapareció en escena Yaroschevsky, quien, ya reinstalado definitivamente en Rusia, desde septiembre de 1921 ejercía como encargado de la Sección Latinoamericana de la IC. Los informes del exemigrado no fueron benévolos con el partido argentino, al que acusaba de ser indolente con los planes comprometidos de edición de libros de la literatura marxista y con la edición de su propio periódico, empleando los fondos financieros otorgados por Moscú para otros fines no esenciales; al mismo tiempo, señalaba que en el PCA existía aún una presencia inconveniente de “elementos eseristas y mencheviques”. A pesar de todo, el reconocimiento del PCA como sección de la IC no fue alterado, aunque sí quedó bajo la necesidad de seguir siendo escrutado.49

Como si faltara sumar más factores de confusión y de intervención kominterniana en Buenos Aires, durante ese periodo tuvo lugar la curiosa estadía de otro emisario, de origen norteamericano, que actuaba bajo el seudónimo de Henry Allen. Maximilian Cohen, tal su verdadero nombre, de profesión odontólogo, era un dirigente comunista neoyorkino, uno de los fundadores del PC en E. U., aunque luego entrado en conflicto con su conducción.50 Por gestión del encargado del BPA, Sen Katayama, se decidió su envío al Cono Sur, en especial a la Argentina, que ya aparecía como “eje del trabajo” en Sudamérica. Luego de estar algunas semanas en Montevideo, Allen arribó a Buenos Aires en mayo de 1921, permaneciendo aquí unos cuatro meses, aunque con alguna visita política a Brasil. El japonés estaba ansioso por recibir noticias del emisario de modo regular, “en una especie de carta semanal. Debe ser concisa, pero al mismo tiempo debe abarcar todo”, tal como le escribió en abril.51 Ello no ocurrió, de modo que la estadía de Allen no pudo ser mayormente monitoreada desde México.

Las tareas del estadounidense no estaban del todo claras, salvo en un sentido general: ayudar al desarrollo y coordinación de los partidos comunistas de la región, y contribuir a establecer una sólida presencia de la ISR. Desde la perspectiva de los argentinos, la anomalía de la situación era evidente: en poco más de seis meses, por lo menos cuatro militantes de diversas procedencias geográficas (dos rusos, un argentino de familia alemana y ahora un norteamericano) traían credenciales de la IC para operar en Buenos Aires, pero todos sin tener la necesaria coordinación ni una definición precisa de sus funciones. El caso de Allen alcanzaba ciertos niveles de absurdo: no tenía conocimiento del país ni de la existencia consolidada del PCA ni del idioma castellano. Quedó sorprendido ante la presencia de una organización política que evaluó como muy sólida, fuertemente implantada en la clase obrera y con cinco mil militantes, la cual, sin serlo aún, se orientaba a convertirse en un “partido de masas”, a la vez que operaba como articuladora de todo el movimiento comunista de la región.52 Era una caracterización completamente exagerada y equivocada: el PCA estaba lejos de presentar esta situación. La dirección del partido no sólo no sabía de su viaje al país, sino que también ignoraba hasta ese momento la formación del BPA. Lógicamente, surgió la desconfianza. Como escribió Weil al CEIC: “Es imposible averiguar la autenticidad del mandato. El compañero no sabe ni una palabra de español, no trajo consigo ni dinero, ni literatura”.53 No obstante, pudieron establecerse los vínculos entre el estadounidense y la dirección del partido argentino: el primero brindó datos sobre el BPA y la unificación del PC de E. U., mientras que la segunda le entregó una carta de felicitación a ese partido e informes y materiales sobre el desarrollo del comunismo y el movimiento obrero de la Argentina.

Finalmente, Allen tuvo que reconocer ante el CEIC que la idea de una conferencia comunista panamericana era inviable, dada la aún incipiente implantación y, sobre todo, coordinación de los partidos comunistas latinoamericanos. Ya en septiembre de 1921 Sen Katayama no pudo más que coincidir con este juicio y le comunicó a Zinóviev que el BPA y el proyecto de conferencia eran imposibles sin consolidar previamente los trabajos de cada partido y su articulación regional. Luego, pensó en la realización de ese acto directamente en Moscú, hacia 1922, haciéndolo coincidir con las semanas previas al IV Congreso de la IC. Nada de ello ocurrió. La existencia del Buró Panamericano y su conferencia acabaron por naufragar.

Mientras Allen abandonaba el país sin mucho éxito en sus intentos de relacionar al PCA con el proyecto del BPA, Ghioldi regresaba a Buenos Aires desde Moscú hacia principios de septiembre de 1921 con nuevas indicaciones y la expectativa de que, ahora sí, la dirección del PCA sería la que establecería los nexos oficiales con la IC. Pudo informar de manera detallada acerca de su misión y de las resoluciones adoptadas por la IC. El informe adquirió rango oficial algunos meses después, en ocasión del IV Congreso del PC argentino, reunido en enero de 1922. El joven dirigente comunicó otras instrucciones dadas por Moscú, en especial, del Departamento de Países Latinos de la IC: crear un Buró de Propaganda Comunista para Sudamérica, con sede en Buenos Aires, integrado por cinco miembros, con Ghioldi mismo como secretario. Ese organismo resultó vital para el desarrollo de varios partidos comunistas de la región, lo cual evidenciaba la centralidad que se le iba asignando al PCA.

Uno de los que integró el Buró de Propaganda Comunista para Sudamérica fue Weil. Lo hizo en tareas de tesorería y administración financiera, así como de enlace del Departamento de Vínculos Internacionales (OMS, sus siglas en ruso), el organismo clandestino de comunicaciones de la Komintern. Ésas fueron sus últimas actividades en la Argentina, de la que partió hacia comienzos de 1922, para volver a establecerse en Alemania durante una década más. El PCA siempre valoró positivamente las labores de Weil. En un informe que la delegación argentina presidida por Penelón elaboró para el IV Congreso de la IC, hacia septiembre de ese año, se señaló que Weil (B. Lucio) había colaborado “útilmente a la obra del partido”.54 En buena medida, esto se decía estableciendo una contrapartida con Alexandrovsky, con el cual el PC se había enfrentado tanto. Weil había tenido parte en esas mismas discrepancias. No sólo no comulgaba con los métodos y los comportamientos del ruso sino que tampoco con sus caracterizaciones acerca de la Argentina.

Precisamente, tras su regreso a Europa, una de las primeras tareas que Weil encaró fue terminar de escribir un pequeño libro, para el cual había estado recolectando datos en su estadía en el país, que publicó en la ciudad alemana de Leipzig en 1923, bajo el título de Die Arbeiterbewegung in Argentinien. Ein Beitrag zu ihrer Geschichte (“El movimiento obrero en Argentina. Una contribución a su historia”).55 La obra poseía el mismo encabezamiento del documento que Alexandrovsky había presentado en el II Congreso de la IC en Moscú en 1920. Es probable que el propio Zinóviev y los dirigentes de la Komintern hubieran desconfiado y querido corroborar esos análisis, y en parte eso explique el propio objetivo del trabajo de Weil. El texto de Weil tiene valor en sí mismo: es uno de los primeros intentos de reconstrucción sobre los orígenes del movimiento obrero y de las izquierdas en la Argentina.56 Allí definió a éste como el más desarrollado y autónomo de Sudamérica, aunque señaló el riesgo de sobrevalorar su importancia. Se trataba de un país capitalista joven, insuficientemente industrializado y con expectativas de una movilidad social ascendente: allí encontraba las razones de las tendencias antipolíticas entre los trabajadores. Apuntaba la ausencia de una auténtica consciencia de clase y la búsqueda del éxito individual, lo que alejaba a los obreros de la participación política. Esta visión impugnaba la de Alexandrovsky, con sus caracterizaciones acerca del poderío y el nivel de conciencia revolucionaria de los trabajadores en el país. Da cuenta de las diferencias de enfoque entre los enviados kominternianos. Sin embargo, no alcanzó a conocerse en la Argentina. Weil desapareció de escena, sin tener contacto con el PCA durante algunos años.57

Desde que Ghioldi trajo la representación definitiva del comunismo argentino en la IC, quedó por definir la situación de Alexandrovsky dentro del partido. Éste había vuelto al país en julio de 1921, poco antes del regreso del argentino: debió ingresar bajo la falsa identidad de un inmigrante polaco y tuvo que actuar en la clandestinidad, lo cual dificultó su accionar en el país y debilitó su posición en los contactos con los sindicatos y en las siguientes discusiones internas en el partido.58 Si bien las relaciones entre Ghioldi y Alexandrovsky no eran malas, sí se deterioraron los vínculos del ruso con el resto de la dirección del PCA (en especial con Penelón). El emisario kominterniano seguía teniendo influencia, desplegando actividades sindicales, de propaganda y de participación en la dirección partidaria. Fue el otro representante de la IC en el Buró de Propaganda Comunista para Sudamérica, en difícil convivencia con los argentinos y con Weil. Otra vez, la disputa se extendió hacia el manejo del dinero traído antes desde Moscú: Alexandrovsky acusó a la dirección del PCA de haberlo usado para comprar un automóvil y no para sus objetivos específicos, de traducción y edición de literatura kominterniana. Las discusiones fueron agrias, en parte, porque el ruso contaba con nuevos fondos otorgados por la IC. De hecho, fue el que ayudó a la financiación del Buró de Propaganda Comunista para Sudamérica y de algunos de los partidos de la región.

Pero la mayor obsesión de Alexandrovsky fue impulsar el proyecto de la Internacional Sindical Roja en el país. Finalmente, la ISR hizo su congreso constituyente en Moscú en julio de 1921, con el objetivo de agrupar a las fuerzas gremiales de la Komintern e intentando atraer corrientes anarcosindicalistas y sindicalistas revolucionarias, para contrarrestar el poder de la Federación Sindical Internacional.59 Desde comienzos de ese año el PC no había conseguido que la FORA IX° rompiera con esta central de Ámsterdam y se acercara a la emergente ISR. Alexandrovsky opinó que debía insistirse en esa política: la estructuración de un polo a favor de la ISR era un modo de potenciar la labor gremial del partido y permitir establecer un mayor vínculo con sectores afines, como los del periódico El Trabajo (que se manifestaban a favor de la ISR y de la unión de las centrales obreras en el país). En la opinión de Alexandrovsky el PCA parecía no mostrar mucho entusiasmo en poner en práctica esta política. Él pensaba que el partido seguía siendo débil en el movimiento obrero y que la hegemonía era del anarcosindicalismo con simpatías con la revolución rusa. Para el PCA, el ruso capitulaba ante sectores oportunistas y adversarios del comunismo. Alexandrovsky también le reprochaba al PCA no haber apoyado más a las grandes huelgas de ese año o que La Internacional no atendiera más firmemente las preocupaciones de la clase obrera. Todo ello era negado de plano por la dirección partidaria. En la segunda mitad de 1921, el ruso pareció imponer algunas de sus posiciones frente a la dirección argentina y logró formar un buró provisional de la ISR en el país, en conjunto con algunos anarquistas y sindicalistas. Alexandrovsky se mostró favorable con el congreso de unificación de marzo de 1922, en el que, producto de la convergencia entre la FORA IX° y otras organizaciones sindicalistas y anarquistas, surgió la Unión Sindical Argentina.

Desde fines de 1921 Alexandrovsky viajó a Chile, Uruguay y Brasil con el fin de contribuir a la consolidación o construcción de sus respectivos partidos comunistas. Con relación al del último país, fueron importantes sus encuentros con Abilio de Nequete, secretario de la Unión Maximalista, luego devenida en Agrupación Comunista de Porto Alegre, que permitieron la fundación del PC brasileño en 1922. Para ese entonces, las relaciones entre el ruso y la dirección del PCA eran tan malas que aquel no ocultaba su preferencia, por ejemplo, por el comunismo uruguayo, como una manera de contrastarlo con el argentino. Por ello, propuso ampliar el Buró de Propaganda Comunista para Sudamérica con integrantes de estos otros tres países, con el fin de extender la esfera de acción de éste y reducir los niveles de influencia del partido argentino.

La situación de crisis entre Alexandrovsky y el PCA pareció llegar a una ruptura total desde inicios de 1922. Los informes que aquél venía enviando a Rusia eran negativos sobre el partido argentino y contradictorios a los antes remitidos por Weil. Ante ello, con preocupación por la falta de comunicación del CE del PCA y ciertas noticias sobre el curso de la organización, la dirección de la IC decidió solicitar a aquel que girara sus puntos de vista. Pero un hecho importante ocurrió en mayo de ese año: Alexandrovsky abandonó Buenos Aires y se estableció definitivamente en la URSS. La conducción de la IC puso en pie una comisión para estudiar el caso argentino, conformada por el catalán Andreu Nin (de pasado anarcosindicalista), el checo Karl Kreibich y el italiano Ersilio Ambrogi, y a la cual invitó como expertos al exemisario Yaroschevsky, al propio Alexandrovsky y a un dirigente del partido uruguayo que le respondía. Todo lo discutido y resuelto allí fue pésimo para las posiciones del PCA, al cual se acusó de un “doctrinarismo incapaz”, reformismo e ineficiencia para dirigir al movimiento obrero. Se lo oponía con el mejor desarrollo que habría tenido el PC chileno e incluso el de Uruguay, al cual se elogiaba por sus acuerdos con sectores anarquistas. Se postulaba la necesidad de reestructurar el Buró de Propaganda Comunista para Sudamérica, incorporando al mismo a representantes de los cuatro países de la región y trasladándolo a Montevideo.60

La condena al partido argentino contenida en los informes de esa comisión de la IC estaba contaminada por las querellas con los emisarios rusos, por sus propias concepciones reactivas con la dirección del PCA e incluso por sus expectativas hacia algunos grupos sindicalistas, anarcosindicalistas y anarco-bolcheviques. Lo cierto es que estos últimos sectores, finalmente, no mostraron una evolución de empalme efectivo con el comunismo: en los años siguientes, el reclutamiento a las filas partidarias de aquellos integrantes fue casi nulo. Todo intento de subordinar o de disminuir la importancia del partido argentino, en función de fortalecer el de otros de los países vecinos (que ni siquiera habían sido formalmente admitidos aún en la Internacional), olvidaba que el PCA era por mucho el más importante y el pionero en la región. Probablemente esas fueran las razones por las cuales las disposiciones de aquella comisión de la IC nunca se aplicaron.

Más aún, pudo revertirse la dinámica. En septiembre llegaron a Moscú los delegados del partido José F. Penelón y Juan Greco, para participar en el IV Congreso de la IC. Su informe era lapidario con Alexandrovsky. Según ellos, el emisario kominterniano sostenía que en el CE del PCA existía una “mayoría reformista”, lo cual era reputado como completamente erróneo; además, se le acusaba de haberse inclinado al apoyo de los anarco-bolcheviques, que desde 1919 editaban el diario Bandera Roja, de tendencia libertaria favorable a la revolución rusa, pero siempre reactivos al PC.61 El resultado fue que la dirección de la IC decidió de inmediato crear una nueva comisión para el examen de la cuestión sudamericana. Ésta estuvo conformada nuevamente por Nin y otros tres dirigentes: la francesa Lucie Leiciague, el ruso Solomon A. Lozovsky (principal dirigente de la ISR, y su secretario general desde su fundación en 1921) y Antonio Gramsci, el gran teórico marxista y dirigente del PC italiano, quien se hallaba en ese entonces en su estadía soviética. Esta nueva comisión rebatió lo formulado por la anterior y señaló que las caracterizaciones impulsadas por Alexandrovsky y los otros eran equívocas y tendenciosas, señalando que la postura del PC argentino hacia las huelgas había sido justa, y que la orientación reformista y de sabotaje a la ISR era falsa.62 También dio marcha atrás con la idea de trasladar el Buró de Propaganda Comunista para Sudamérica a Montevideo. Era un aval al PCA.

Como había ocurrido antes con Mashevich y Yaroschevsky, Alexandrovsky no volvió más a la Argentina y acabó perdiendo el contacto con la vida del PCA.63 Como a los otros, la dirección del partido local tampoco lo extrañó: lo consideraba un “inspector” ruso. De los cuatro grandes cuadros que habían llegado al país antes o poco después de 1910 y conformado grupos rusos probolcheviques, la que más tiempo permaneció fue Ida Bondareff, pero sólo hasta 1926, cuando también retornó a Moscú (tras un conflicto interno con la mayoría de la dirección del partido argentino). La victoria de la dirección del PCA y la derrota de los emisarios rusos kominternianos encierra la paradoja de que el PCA encaró la “rusificación” de su organización y su plena inserción en las estructuras de la Internacional establecida en Moscú, colisionando con los emigrados y emisarios rusos que recalaron en su territorio. Fue una lucha por la autonomía y por mantener márgenes de poder para diseñar su política y su dirección, e incluso, su preponderancia en el mundo comunista del Cono Sur latinoamericano.

Conclusión

La revolución rusa de 1917 y la Komintern incidieron decisivamente en la historia del Partido Comunista de la Argentina. Pero esta fuerza se constituyó a partir de una militancia que era previa, conformada durante la década de 1910, a partir de un cuestionamiento a los planteos reformistas del socialismo, que derivó en la conformación del Partido Socialista Internacional (1918-1920), cuya inicial figura dirigente fue José F. Penelón. Sólo después de algunos años se perfilaron los liderazgos de Rodolfo Ghioldi y Victorio Codovilla, precisamente, cuando el ahora PCA se empalmó con la dinámica soviética y kominterniana. La organización fue mutando su carácter, adoptando el “modelo ruso” en casi todos los sentidos. Y convirtiéndose en una organización en donde la propaganda y la solidaridad activa con la revolución de octubre constituyeron los elementos esenciales de sus credenciales de identidad. Para ello, también contribuyeron la difusión pública de posiciones y la acción clandestina de la Komintern.

El proceso de conformación de esta corriente fue complejo. Al PSI, aun en su consustanciación con la emergente dictadura del proletariado en Rusia, le costó definir una identidad política homogénea. Se halló en tensión y reformulación interna durante sus tres años de existencia. Inicialmente, incluso pretendió disputar su razón de ser al propio PS, presentándose como el genuino representante de un proyecto socialista que aquella organización habría mancillado. Obviamente, ese partido de rasgos revolucionarios, hostil al parlamentarismo y orientado hacia la lucha de clases que se pretendía conformar, no era fácil de plasmarlo en los marcos tradicionales heredados de la Segunda Internacional. Su orientación hacia la Komintern fue inevitable. La constitución del PCA y la adhesión a las pautas políticas, programáticas y organizativas provenientes de la IC supuso un salto en su homogeneización. El modelo de octubre fue el hilo rojo que terminó galvanizando a la nueva corriente, dotándola de un principio de identidad y diferenciándola del resto de las culturas políticas de izquierda.

Como parte de este proceso problemático estuvo la vinculación con la IC. Como hemos visto, los contactos se fueron estableciendo desde el II Congreso de dicha organización, por medio de emisarios rusos (Mashevich y Alexandrovsky). También intervino en Buenos Aires el argentino-alemán Félix Weil. La inserción del PCA en la Internacional pudo formalizarse más claramente con el viaje de Ghioldi a Moscú en 1921, para participar en el III Congreso de la IC, y con la creación del Buró de Propaganda Comunista para Sudamérica. Hubo aquí un rompecabezas de travesías entre Moscú y Buenos Aires (con interferencias de México), intercambio de informes, documentos y aporte económico, rivalidades apenas encubiertas e intervención de los dirigentes argentinos. Operó una disputa por quien expresaba las credenciales simbólicas y materiales de la revolución rusa, la Internacional y las banderas del comunismo en la Argentina y la región. Las relaciones del PSI con estos militantes rusos estuvieron signadas por la desconfianza. Ellos ingresaron al partido tardíamente, al convertirse éste en PC, y lo hicieron en conflicto y de manera fugaz, antes del regreso definitivo a su país de origen. Los lazos entre los propios emigrados no fueron los mejores. Se produjeron disputas entre ellos cuando llegó la hora de pautar formas de representación e ingreso de Argentina en la Komintern, y a su vez, colisionaron con los dirigentes del partido local. La “membrecía” de la revolución rusa en Buenos Aires desató un embrollo de juegos cruzados por intrigas y maniobras. Todo ello dice mucho acerca de la dinámica compleja que caracterizó el proceso de construcción de las secciones de la Komintern en todo el mundo.

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1 Hobsbawm, “Problemas de la historia comunista”, p. 13.

2Para una visión más de conjunto sobre el desarrollo del PCA en los años veinte, remitimos a Camarero, A la conquista de la clase obrera.

3Sobre el socialismo en el periodo, Walter, The Socialist Party of Argentina; Camarero y Herrera, El Partido Socialista en Argentina.

4 Díaz, “El periódico Palabra Socialista”.

5Palabra Socialista (jul. 1912).

6 Camarero, “El Partido Socialista de la Argentina”.

7La Vanguardia (18 abr. 1917).

8 Campione, El comunismo en Argentina, pp. 25-51.

9La Internacional (27 oct. 1917).

10La convocatoria apareció en La Internacional (6 dic. 1917).

11La Razón (5 ene. 1918).

12 Partido Socialista Internacional, Historia del socialismo marxista, p. 56.

13La Vanguardia (14 feb. 1918).

14 Partido Socialista Internacional, Historia del socialismo marxista, p. 57.

15 De Tomaso, La Internacional y la revolución, p. 122.

16 Partido Socialista Internacional, Historia del socialismo marxista, p. 58.

17 Partido Socialista Internacional, Historia del socialismo marxista, p. 64.

18 Partido Socialista Internacional, Historia del socialismo marxista, pp. 65-66.

20 Zinóviev y Lenin, De la Revolución Rusa.

21Las nuevas disposiciones fueron rápidamente editadas: PC, Sección Argentina de la III Internacional, Estatutos. 21 condiciones de la Internacional Comunista. Tesis sobre la Sindical Roja y Declaración de Principios, Buenos Aires, La Internacional, 1921.

22 Partido Comunista, Comisión del Comité Central, Esbozo de historia del Partido Comunista de la Argentina, p. 44.

23 Caballero, La Internacional Comunista; Melgar, “Redes”; Taibo II, Bolcheviques; Spenser, Los primeros tropiezos.

24Tal como consta en el Archivo Estatal Ruso de Historia Política y Social (RGASPI, por sus siglas en ruso), citado en Jeifets y Jeifets, “La Internacional Comunista”, p. 79.

25“Sobre la revolución en América. Llamamiento a la clase obrera de las dos Américas”, en L’Internationale Communiste (ene. 1921), citado en Löwy, El marxismo en América Latina, pp. 81-87.

26 Corbière, Orígenes del comunismo argentino, p. 68.

27Nota del ministro de Negocios Extranjeros de Rusia, 15/04/1890, en el Archivo de Política Exterior de Rusia, citada en Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la República Argentina y Ministerio de Asuntos Exteriores de la URSS, 1990, p. 58.

28 Bilsky, “Etnicidad y clase obrera”.

29La Vanguardia, 3502 (1o abr. 1917).

30 Kersffeld, Rusos y rojos; Visacovsky, Argentinos, judíos y camaradas.

31 Laubstein, Bund. Historia del movimiento obrero judío.

32La Vanguardia, 3522 (21 abr. 1917).

33 Doeswijk, Los anarco-bolcheviques; Pittaluga, Soviets en Buenos Aires; Aquino, “Bajo la influencia”.

34Carta de Mashevich a Radchenko, 22/12/21, existente en el antiguo Archivo Central del Estado de la Economía Nacional de la URSS, citada en Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la República Argentina y Ministerio de Asuntos Exteriores de la URSS, 1990, p. 98. Véase Gilbert, El oro de Moscú.

35 Jeifets y Jeifets, “La Internacional Comunista”, p. 75.

36Rodolfo Ghioldi, “Al Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, Moscú”, 16/3/21. Sobre los intercambios de cartas entre el PCA y la IC en esos meses, véase Piemonte, “De la autonomía relativa”.

37Instalado en Moscú y ya como miembro del PC ruso, en 1923 Mashevich fue designado suplente de director de la fábrica de pintura La Victoria del Proletariado. Luego de trabajar en una granja estatal en las afueras de la ciudad de Egórievsk, habría participado en la red de espionaje militar de la URSS, muriendo en la capital soviética en diciembre de 1951. Jeifets y Jeifets, América Latina, p. 401.

38Aparecieron en artículos del periódico La Internacional y compilados en un folleto: Alexandrovsky, Impresiones de un viaje.

39 Rapoport, Bolchevique de salón.

40 Wiggershaus, La Escuela de Fráncfort.

41Carta de B. Lucio a Zinóviev, 12 de diciembre de 1920, e Informe de B. Lucio, diciembre de 1920, en RGASPI, f. 495, inv. 134, exp. 14, 1.

42Informe de B. Lucio, 24 de marzo de 1921, en RGASPI, f. 495, inv. 134, fs. 17-24.

43 Jeifets y Jeifets, América Latina, p. 327.

44 Jeifets, “La derrota”.

45La narración sobre su viaje en La Internacional. Suplemento (15 ago. 1921).

46 Jeifets y Jeifets, “La Internacional Comunista”, p. 78.

47Desde Buenos Aires se alentó la formación de un ala izquierda en el PS de Uruguay, enviando materiales de propaganda y dirigentes a ese país. Penelón y Ghioldi viajaron a Montevideo en 1920 y 1921 para participar en los congresos de conformación del PC uruguayo y su adhesión a la IC. También se mantuvieron relaciones con la Federación Obrera de Chile y con el Partido Socialista Obrero de ese país, en donde fue decisiva la figura de Luis Emilio Recabarren, de anterior militancia en el PSI argentino. Hubo una incipiente correspondencia con grupos militantes de São Paulo, que tiempo después conformaron el Partido Comunista en Brasil.

48 Degras, Storia dell’Internazionale, pp. 301-302.

49 Jeifets y Jeifets, “La Internacional Comunista”, p. 79.

50 Jeifets y Jeifets, “Panamerikanskoye biuro”, pp. 137-140.

51Archivos del RGASPI, en Spenser y Ortiz, La Internacional Comunista, p. 141.

52La visión de Sen Katayama también era optimista sobre las posibilidades en el país. Si bien con preocupación, en carta del 11 de junio de 1921, le informaba al CEIC: “no he sabido nada más de Argentina” (es claro que no le llegaban informes de Allen); también allí afirmaba: “A juzgar por los informes de la prensa burguesa, las cosas en Argentina son muy interesantes y prometedoras”. En Archivos del RGASPI, en Spenser y Ortiz, La Internacional Comunista, pp. 173-174.

53 Jeifets y Jeifets, “La Internacional Comunista”, p. 81.

54José F. Penelón y Juan Greco, “Informe de la delegación argentina. Al Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista”, septiembre de 1922. RGASPI, f. 495, inv. 134, exp. 28, fs. 44-51.

55(Leipzig, C. L. Hirschfeld, 1923).

56 Camarero, “Félix Weil”.

57En 1923 fue uno de los principales convocantes, junto con los filósofos Karl Korsch y Georg Lukács, de la Primera Semana de Trabajo Marxista, en Turingia. Con la fortuna heredada de su madre y fondos financieros de su padre, Weil inauguró en 1924 el Instituto de Investigación Social, conocido como Escuela de Frankfurt (asociada a la universidad local), agrupando a destacados intelectuales, como Max Horkheimer, Friedrich Pollock, Theodor Adorno, Herbert Marcuse, Leo Lowenthal y Erich Fromm. De 1931 a 1935 Weil residió otra vez en Argentina, restableciendo sus contactos con el PC y el Secretariado Sudamericano de la IC, a los que cuales ayudó a financiar. Cuando el Instituto se fue de Alemania, debido al nazismo, y acabó insertándose en 1934 en la Universidad de Columbia (Nueva York), Weil continuó con su papel de mecenas. Sus vínculos con el mismo quedaron diluidos con el Instituto vuelto a Frankfurt en los cincuenta. Weil ofreció perfiles discordantes: un joven marxista de una familia burguesa; un académico no inserto del todo en su medio, alternando su actividad con la de mecenas y militante; un admirador de la URSS y la planificación, que luego simpatizó con E. U. y los principios de mercado. Con referencias geográficas dispersas: Argentina, en la que estuvo apenas 16 años, pero que percibió como su país de origen y su eje de interés; Alemania, en la que vivió dos décadas; y E. U., donde vivió hasta su muerte en 1975. Había un dato casi oculto: Weil fue el primer representante con credenciales de la IC en Buenos Aires.

58 Jeifets, “La derrota”.

59 Tosstorff, The Red International.

60 Jeifets y Jeifets, “La Internacional Comunista”, pp. 84-90.

61José F. Penelón y Juan Greco, “Informe de la delegación argentina. Al Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista”, septiembre de 1922. RGASPI, f. 495, inv. 134, exp. 28, fs. 44-51.

62 Jeifets, “La derrota”.

63Si bien en la URSS trabajó un breve periodo como experto de la comisión sudamericana, sus actividades se centraron luego en la actividad económica de su país, entre otras, como miembro del Presidium del Consejo Moscovita de la Economía Popular, jefe de la Dirección Industrial de Rentas y de Concesiones, administrador del trust de la industria de la mercería y director de una planta hidroeléctrica de Moscú. Murió en esta ciudad en 1968, siendo enterrado en el famoso y prestigioso cementerio de Novodévichi. Jeifets y Jeifets, América Latina, p. 327.

64Traducción de Joshua Neuhouser

Recibido: 12 de Noviembre de 2020; Aprobado: 15 de Junio de 2021

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