SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.72 número2Sobre Francisco Rodríguez Cascante y Ricardo Martínez Esquivel (coords.), Subjetividades esotéricas. Estudios sobre masonería, espiritismo y teosofía en Costa RicaSobre Roberto R. Narváez, Criptografía diplomática política y militar en México (1813-1926) índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.72 no.2 Ciudad de México oct./dic. 2022  Epub 14-Sep-2022

https://doi.org/10.24201/hm.v72i2.4148 

Reseñas

Sobre Lara Campos Pérez, Ave, oh Porfirio! Conmemoraciones, cesarismo y modernidad al final del Porfiriato (1900-1911)

Erika Pani1 

1El Colegio de México

Campos Pérez, Lara. Ave, oh Porfirio! Conmemoraciones, cesarismo y modernidad al final del Porfiriato (1900-1911). México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2018. 314p. ISBN: 978-607-301-120-4.


El fin del porfiriato se resume en una imagen trillada pero llamativa. En septiembre de 1910, México echaba la casa por la ventana para celebrar el centenario de la independencia. Hubo harta obra pública que inaugurar, desfiles que aplaudir, ciudadanos entusiasmados e invitados de fuera que agasajar. Ocho meses después, se desmoronó el gobierno que organizara esta gran celebración. En el paso relámpago del cénit del Centenario al nadir de la renuncia y el exilio, las fiestas fastuosas, prueba de la previsión, capacidad e inteligencia del caudillo que había transformado el caos decimonónico en Orden y Progreso, se convirtieron en fachada embustera de un régimen autoritario, explotador y malinchista, que se derrumbaba por el peso de sus vicios.

Las fiestas del Centenario se erigen así en símbolo contradictorio, tanto de los logros y aspiraciones del régimen como de su fracaso. El libro de Lara Campos, Ave, oh Porfirio! Conmemoraciones, cesarismo y modernidad al final del Porfiriato (1900-1911), nos invita a desmenuzar esta paradoja. Los porfiristas estaban conscientes de la utilidad de las festividades patrióticas como herramienta política. Permitían, en palabras de un perceptivo Rosendo Pineda, “dar forma visible a un fondo invisible” (p. 12). Sin embargo, el cuidadoso análisis de Campos muestra que la fiesta cívica es más que símbolo, más que despliegue de la parafernalia del poder, más que “ritual de dominación”. Las herramientas de la historia cultural permiten a la autora explorar “no sólo lo que se hizo y se dijo”, sino la manera en que la forma “confería un significado al fondo”, sin que estas comunicaciones fueran inequívocas, transparentes o aceptadas y procesadas pasivamente (p. 12, p. 17). Se trata de un estudio especialmente sugestivo por centrarse en los últimos años del régimen, periodo atravesado por la incertidumbre, las tensiones y el temor que provocaban la fragilidad y las contradicciones del presidente, y por una conflictividad creciente, de la cual no estuvo exento el espacio festivo.

En este contexto, las conmemoraciones patrióticas representaron un terreno de impugnación, incluso de disputa. El libro rastrea las formas en que se marcaron, en el espacio público, cinco fechas señeras de la historia de México: el 5 de febrero, aniversario de la promulgación de la Constitución de 1857; el 2 de abril y el 5 de mayo, fechas en que se conmemoraban las victorias de las armas republicanas en Puebla, al principio y al final de la lucha en contra de la intervención francesa y el imperio; el 18 de julio, conmemoración solemne de la muerte de Benito Juárez, y la celebración de la independencia -que convenientemente coincidía con el cumpleaños del general Díaz-, el 15 y 16 de septiembre. El impacto de estos actos no se limitaba al que producían el espectáculo callejero, las inauguraciones y los discursos pronunciados, desde el podio ceremonial o en el marco de una velada literaria. Estas celebraciones reverberaban y se transformaban por medio de la discusión que desataban en torno al sentido que tenía -que debía tener- la fiesta cívica.

El estudio de Campos revela la diversidad de actores involucrados en estos rituales: en primera línea, el gobierno y los círculos porfiristas de un lado, la oposición liberal y católica del otro, pero también el cuerpo diplomático, la élite capitalina y los actores económicos, que, desde los vendedores ambulantes de globos y chicharrones, quienes rentaban sillas para los espectadores -en cantidad sorprendente-, hasta los grandes empresarios del Buen Tono, la cervecería Cuauhtémoc y El Correo Ilustrado, supieron aprovechar las fiestas patrias para promover el negocio. La gran variedad de escenarios -abiertos y cerrados, populares y exclusivos, en unos casos marcados por un peso simbólico significativo- que ofrecía la ciudad de México permitía convocar a públicos específicos, y diseñar los mensajes a los que serían más receptivos. Así, el panteón de San Fernando, en el que reposaban los restos de los -verdaderos- héroes a los que los mexicanos debían rendir culto, se erigía en marco solemne de los homenajes de los liberales ortodoxos, mientras que, para conmemorar el 5 de mayo, los campos de Anzures, en las afueras de la ciudad, dieron mayor realce a los ejercicios con que el ejército pretendía mostrarse ante quienes mejor podían apreciarlo, compacto, profesional y moderno -“amaestrado para las festividades”, escribiría burlonamente El Diario del Hogar (p. 15).

Por otra parte, las conmemoraciones, tan frecuentemente engalanadas por la inauguración de obra pública -mobiliario urbano, obras de infraestructura, culminando con la iluminación eléctrica-, permitían dirigir los reflectores a los logros de una administración empeñada en modernizar el espacio urbano y a quienes lo poblaban. Entre éstos, resultaba especialmente exiguo el espacio -tanto discursivo como físico- que se abría, en la ciudad festiva y moderna, para la población indígena. Hasta 1910, su historia y cultura -salvo el monumento a Cuauhtémoc- se hicieron invisibles por resultar quizá, como opinaba un portavoz de la prensa oficiosa, “fuera de tono en la actualidad” (p. 72). De hecho, las percepciones, interpretaciones y reacciones de los chilangos de a pie, que como “pueblo” debían ser el destinatario y protagonista privilegiado de estos despliegues patrióticos, son más difíciles de leer, comparado con el nutrido repertorio de quienes intervenían en la esfera pública. Con todo, Ave, oh Porfirio! nos permite rastrear, por medio de las conmemoraciones patrias, la construcción de imaginarios, narrativas e idearios encontrados sobre el pasado de la nación y sobre lo que debía ser su futuro, y, de manera más trascendente, ponderar el alcance y los límites de estas visiones durante un periodo movedizo de la historia de México.

El discurso conmemorativo del régimen, arguye Campos, se articuló en torno a la tradición que quería honrar y a la modernidad a la que aspiraba. La definición de ambas respondía a las concepciones e intereses de los porfiristas. Con esta liturgia compartida -que revestía, a veces, posturas distintas, incluso contrapuestas- se pretendía consagrar en vida, como héroe nacional y encarnación de la patria, al presidente de la República. Se esperaba también “rutinizar” el carisma del presidente para transmitir “la fuerza simbólica del líder a su sucesor” (p. 8). El libro muestra, sin embargo, que el sentido de estas conmemoraciones estuvo siempre en disputa: era ignorado, cuestionado e incluso abiertamente desafiado por la oposición. Más allá de la superposición -a menudo intencional, por parte de los liberales- de fechas significativas y las coincidencias en el calendario festivo, ésta no parece haber sido, para los católicos, una batalla que les interesara dar. En cambio, para los liberales doctrinarios, las conmemoraciones constituyeron una prueba de lo equivocado del camino en el que se había embarcado el régimen y un espacio para actualizar el legado liberal. Estaban convencidos de que era mucho lo que estaba en juego.

La superioridad moral, devoción e idealismo político de los defensores de la Reforma los hacían desentonar con la gramática conmemorativa de la época. Desaprobaban el derroche y la frivolidad de estas fiestas, en ocasiones que debían avocarse a que “el pueblo” reflexionase sobre “la importancia y significación” de las instituciones y valores que habían legado los revolucionarios (p. 95). En su añoranza por el liberalismo épico del medio siglo, algunos de los críticos más radicales de su sucesor “conservador”, conciliador, materialista y complaciente, llegaron incluso a reprobar a “esa hidra de cien cabezas que se llama paz” (p. 104). Frente a la burda adulación de Porfirio Díaz, los liberales ortodoxos exigían se honrara la memoria de los “santos laicos” -muertos- del “martirologio nacional” (p. 200). Frente a la indiferencia -cuando no la hostilidad- que manifestaban los hombres del poder hacía “la Constitución más adelantada que pueblo alguno pueda ambicionar” (p. 106), y distinguiéndose de las prácticas que circulaban en el espacio atlántico, sus críticos liberales buscaron ensalzar a la Ley Suprema de 1857, a pesar de tratarse, como bien apunta la autora, de un objeto tan poco emotivo y evocativo (p. 87) y que tan poco se prestaba al festejo.

El jansenismo político de estos liberales adustos limitaba sin duda sus alcances. Sin embargo, su crítica central a las conmemoraciones porfirianas -la condena de su carácter “marcadamente megalómano” (p.181), de su personalismo y servilismo- es quizá la que mejor explica el fracaso del cesarismo en general y de su estrategia conmemorativa en particular: estas fiestas no podían, a un tiempo, transformar al presidente Díaz en el caudillo imprescindible, artífice de todo lo bueno que le había sucedido al país, y “rutinizar” su carisma -palpablemente único e intransferible- en beneficio de su eventual sucesor. Es en esta contraposición de imágenes y discursos que la amplia y cuidadosa investigación de Ave, oh Porfirio es más sugerente, pues logra mostrar el potencial, complejidad y riqueza de la fiesta cívica como fuente para la historia.

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons