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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.72 no.1 Ciudad de México jul./sep. 2022  Epub 20-Jun-2022

https://doi.org/10.24201/hm.v72i1.4113 

Reseñas

Sobre Iván Jaksic y Susana Gazmuri (eds.), Historia política de Chile, 1810-2010, tomo IV: Intelectuales y pensamiento político

Iván Ramírez de Garay1 

1El Colegio de México

Jaksic, Iván; Gazmuri, Susana. Historia política de Chile, 1810-2010, tomo IV: Intelectuales y pensamiento político. Santiago: Universidad Adolfo Ibáñez, Fondo de Cultura Económica, 2018. 378p. ISBN: 978-956-289-183-7.


Los volúmenes colectivos se debaten siempre entre ser compendios de textos individuales y, por así decirlo, obras unitarias. Nunca son por entero una u otra, sino algo en el medio y, por supuesto, no hay soluciones óptimas. Este libro, que corresponde al último volumen de Historia política de Chile, 1810-2010, reúne ensayos de temáticas y perspectivas muy diversas, también de calidad desigual. Lo mismo hay textos de carácter general, que perfilan los principales debates intelectuales y políticos en el Chile decimonónico, que los que se abocan, más específicamente, al pensamiento católico y de derechas, o a las ideologías de izquierda y de masas. Hay ensayos que se dedican a los siglos XIX o XX, e incluso al periodo de la transición, y otros que abarcan casi todo el arco temporal del libro. Los hay también de tema más acotado, como las ideas sobre la educación, las revistas culturales, la academia y las ciencias sociales, el pensamiento político mapuche.

A lo largo de once capítulos, en esta obra se hace una revisión de las principales ideas, polémicas e intelectuales que, a juicio de sus respectivos autores, han configurado durante los dos siglos pasados el campo de lo político en Chile: sus instituciones y actores, sus conflictos, debates y estrategias, sus proyectos y las condiciones de su éxito o fracaso. Se trata, pues, más de una historia intelectual que de las ideas.

Hay en todos los textos un propósito deliberado, que se cumple en grado variable, de estudiar las ideas políticas en relación con las circunstancias que las hicieron factibles, relevantes, necesarias o útiles. Se analiza el orden institucional en que determinados conceptos pudieron recibirse y ponerse en circulación, también a los actores que los dotaron de significados y usos específicos, insertos en tramas complejas de intereses, procesos políticos, redes e intercambios locales y trasnacionales. Es decir, que el tema de este libro no son sólo los pensadores y sus ideas, sino las condiciones de su aparición en la escena política, y también la forma en que contribuyeron a modificar, o no, esos escenarios. Encontramos aquí a los conceptos sirviendo como sustrato ideológico y condición de posibilidad de determinados proyectos, intereses y estrategias, pero vemos también cómo esos programas políticos, en el transcurso de su bregar, transforman a las ideas y los intelectuales mismos.

Este volumen ofrece al lego una perspectiva bastante amplia, polícroma, de la historia del pensamiento político chileno, y al lector profesional nuevos campos de estudio, vetas originales de interpretación historiográfica. No obstante, no está exenta de algunos problemas esta diversidad, que a ratos se antoja un tanto caótica. Por la forma en que está estructurado el libro, es inevitable que la lectura sea en algunos puntos algo repetitiva, pues no es infrecuente que los temas de los ensayos se superpongan entre sí. Otra consecuencia de este traslape es que en ocasiones nos encontramos, de un capítulo a otro, con perspectivas e interpretaciones muy distintas sobre un mismo tema, cuando no de plano contradictorias. El sano debate historiográfico que va implícito en ello tiene sin embargo un costo en cuanto a la coherencia interna de la obra. Ese sacrificio se habría podido evitar, acaso, con un diálogo más explícito entre los diferentes capítulos y autores. Se hubieran, así, presentado al lector las diferentes posibilidades interpretativas de forma más coherente y ordenada, ya que uno de los objetivos del tomo Intelectuales y pensamiento..., y de la obra toda, es ofrecer campos de investigación y líneas historiográficas novedosos.

Por citar un caso, en sus ensayos Jaksic y Gazmuri se proponen analizar, respectivamente, los principales debates y tradiciones políticas chilenas del siglo XIX apartándose de la identificación habitual de, por un lado, el conservadurismo con la tradición y el orden religioso; y por el otro, del liberalismo con la secularización, la modernidad y el progreso. Los autores coinciden en que, a partir de la independencia, hubo en Chile un consenso republicano, antimonárquico, del que no abjuró ninguna escuela de pensamiento político. Nadie propuso seriamente la vuelta al orden colonial, la disputa nunca fue entre los defensores del antiguo régimen y los del nuevo. Sobre todo, Jacsik y Gazmuri tienen el acierto de no tratar al liberalismo y el conservadurismo como fuerzas constituidas de antemano, que anteceden al acontecer histórico y determinan su curso. Al contrario, se analizan como lenguajes políticos en permanente construcción y adaptación a los procesos históricos.

Por eso, no deja de ser un tanto desconcertante encontrarse con la operación contraria en la contribución de Renato Cristi. El autor estudia las ideologías de derecha a través de la obra de seis autores que, a su juicio, son las figuras principales del pensamiento conservador del siglo XX chileno: Edwards, Encina, Eyzaguirre, Lira, Guzmán y Góngora. Según su caracterización, la derecha de ese siglo puede agruparse en dos vertientes: la nacionalista y la corporativista, a las que les encuentra orígenes en la disputa entre la thèse nobiliare y la thèse royale, ¡de la Francia de Luis XIV! No es fácil entender cuál pudiera ser el parentesco entre una polémica del siglo XVII, donde lo que estaba en disputa era la soberanía del Estado monárquico absolutista, y otra en la que, tres siglos más tarde, lo que no se ponía en duda era precisamente la soberanía estatal ni la legitimidad de la república.

Viene a la mente la analogía que Hannah Arendt empleó para señalar un problema recurrente de la historia de las ideas: se puede usar un zapato para golpear un clavo, pero eso no nos autoriza a tomarle por un martillo. No toda defensa de la autoridad ejecutiva puede tenerse por una reedición del absolutismo, ni la defensa de la subsidiariedad y los cuerpos intermedios puede emparentarse con el régimen de privilegios de la nobleza francesa. Después de todo, un zapato no es un martillo; y si fuera cierto que, en el siglo XX, aparecieron influencias monárquicas y feudales en la derecha chilena, faltaría explicar cómo pudieron surgir, cuál fue su procedencia, si es verdad lo que Jacsik y Gazmuri argumentan: que el conservadurismo decimonónico nunca dejó de ser republicano ni moderno. Ni siquiera los intelectuales católicos de los siglos XIX y XX hicieron guiños al antiguo régimen; después de la independencia, ninguno rechazó públicamente la república, como señala Lisa M. Edwards en su capítulo. Es aquí, por ejemplo, donde se echa de menos un debate más explícito entre los autores.

Como sea, esta hipótesis de Cristi no parece indispensable para dar cuenta de que el nacionalismo de Edwards y Encina, lo mismo que el corporativismo de Lira y Ezaguirre, eran ya una derecha de otro tipo, que se alejaba del núcleo de liberalismo político que habían compartido conservadores y liberales el siglo anterior. Con claridad y pertinencia, el autor describe cómo en las obras de Mario Góngora y Jaime Guzmán se va forjando, hacia finales del siglo XX, una amalgama entre el pensamiento nacionalista, el corporativismo gremialista y el neoliberalismo que servirá como base ideológica de la dictadura del general Pinochet.

Varios de los capítulos comparten la virtud de tratar las corrientes intelectuales desde su pluralidad, considerando sus tensiones, sus redefiniciones a partir de sus polémicas internas y externas, y no como si se tratase de unidades cerradas, coherentes y estables en el tiempo. Lisa M. Edwards, en su ensayo sobre el pensamiento católico durante la época republicana, muestra cómo sus distintas vertientes se van definiendo mutuamente y reconfigurando en sus alianzas políticas, de acuerdo con las diferentes polémicas locales e internacionales. Importa notar que los intelectuales católicos chilenos no sólo reaccionaban a las voces provenientes de Europa, y especialmente de Roma, sino que los debates y acontecimientos en Chile también incidieron en las preocupaciones y postulados vaticanos, merced a un intenso intercambio transcontinental de personajes e ideas que la autora rastrea.

Así también, en el capítulo a cargo de Marcus Klein se estudian las ideologías de masas, de derechas e izquierdas, tanto partidos políticos como sindicatos, movimientos y organizaciones más informales. Se trata de una historia compleja donde, a lo largo del siglo XX, izquierda y derecha se van definiendo y redefiniendo mutuamente, según sus postulados, estrategias y prácticas. Vemos movimientos y partidos que surgen y desaparecen, se escinden o se alinean con otras fuerzas, que se van adaptando ideológica y pragmáticamente, en respuesta a las coyunturas de la ocasión: la línea política soviética, los debates sobre la participación parlamentaria de partidos revolucionarios, las amenazas del fascismo y la revolución, etc. Klein, como Ivette Lozoya en su análisis de la relación entre intelectuales y partidos de izquierda durante el siglo XX, describen la radicalización de la escena política chilena durante la década de 1960, que llevaría al paroxismo del golpe militar de 1973. Vemos luego, en ambos textos, el sombrío éxito que tuvo la dictadura al desmantelar las bases sociales y culturales de la izquierda.

Los capítulos de Pablo Toro Blanco, Claudia Darrigrandi y Joanna Crow, de tema más específico, son de un tono algo distinto. Con prosa no siempre de fácil tránsito, Pablo Toro expone las principales ideas sobre la educación (c. 1810-1980), y en particular sobre la función que debía tener para la construcción del Estado, la formación de ciudadanía, la consecución del orden y el progreso. Se revisan, así, los debates sobre la laicidad, sobre la educación como derecho, las pugnas por el control curricular -entre Iglesia y Estado- y se analiza cómo se han articulado con otras disputas y posicionamientos políticos. A Darrigrandi también le preocupa la forma como se han relacionado la política y el ámbito de las revistas culturales, comprendidas como espacios de socialización y formación de comunidades intelectuales.

En esta tríada, el capítulo de Joanna Crow sobre el pensamiento político mapuche, desde finales del siglo XIX hasta el presente, resulta especialmente interesante. La autora analiza textos de líderes e intelectuales indígenas, discursos y cartas dirigidas a autoridades estatales, concentrándose en el uso que ahí se hace de nociones como “Estado” y “nación”. Lo que revela es la forma en que los líderes mapuche, como intermediarios típicos, se apropiaron de estos conceptos y los emplearon estratégicamente en una sutil política de negociación, conciliadora y calculada, que a un tiempo implicaba reconocimiento y chantaje velado. En una carta que se cita en el texto, un cacique indígena le cuenta a algún funcionario chileno del cariño que muchos jefes le profesan “por ser buen amigo de los hombres cristianos y civilizados”. El ejemplo es elocuente: se reconoce el dominio del conquistador, pero sólo será posible mantener relaciones amistosas, pacíficas con los conquistados, en la medida en que se reconozca la autoridad y prestigio de los líderes locales. El discurso autonomista, de nacionalismo étnico, argumenta Crow, es una invención del siglo XXI; antes, la autonomía se usó como recurso discursivo para negociar con el Estado las condiciones de la integración a la sociedad chilena, y demandas muy concretas como la educación.

Los últimos dos textos cierran el volumen con una nota un tanto sombría. Gonzalo Delamaza describe cómo el pensamiento político durante la transición estuvo marcado por los fantasmas del pasado autoritario reciente. El temor de que pudiera surgir una nueva etapa de radicalización, como la que desembocó en el golpe militar de 1973, fue un acicate constante que mantuvo a la derecha centrista y a la izquierda moderada unidas en torno del consenso de la transición: la idea de que el crecimiento económico bajo un modelo neoclásico era requisito sine qua non de la legitimidad democrática. Consenso que desdibujó las distinciones ideológicas, diluyó el carácter plural y antagonista de la política, y excluyó de la agenda cualquier tema que pudiera amenazar al acuerdo: el divorcio, los derechos sexuales y reproductivos, la ecología, la ampliación de los mecanismos de participación, etcétera.

Paradójicamente, la hegemonía de la transición no sólo prolongaba el legado económico de la dictadura, sino que se seguía sosteniendo en la misma estructura de producción y circulación del conocimiento que construyó el régimen militar, como argumenta Marcos González Hernando en su capítulo sobre intelectuales y científicos sociales durante el siglo XX. La debilidad relativa de la universidad pública, y un pensamiento crítico confinado sobre todo a los centros de investigación independientes, desde donde los postulados de la economía neoclásica se fueron asumiendo como verdades técnicas, neutrales, apolíticas, eran aún el andamiaje que sostenía al consenso de la Concertación. No obstante los profundos cambios en la vida social chilena, y debido a los límites autoimpuestos, no hubo durante los veinticinco años de la transición un replanteamiento profundo de las bases de ese consenso, sentencia Gonzalo Delamaza.

Tanto más meritorio resulta el esfuerzo que hay en Intelectuales y pensamiento político por ofrecer nuevos campos de estudio y perspectivas historiográficas. Por ejemplo, todos los capítulos proponen periodizaciones novedosas, definidas con base en el análisis de cada tema, y ya no según los supuestos de la historia política tradicional. Hay también un empeño compartido por revisar críticamente la idea común del excepcionalismo chileno. Sobre todo, es de notar la forma amplia en que se concibe la historia política, considerando sus diversas manifestaciones sociales y culturales, sus prácticas y circuitos de circu la ción, y no meramente desde el punto de vista de las instituciones formales. En este sentido, su cuarto y último volumen aporta bien al propósito de esa empresa editorial monumental que es la Historia política de Chile, 1810-2010.

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