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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.72 no.1 Ciudad de México jul./sep. 2022  Epub 20-Jun-2022

https://doi.org/10.24201/hm.v72i1.4106 

Reseñas

Sobre Teresa Eleazar Serrano Espinosa y Ricardo Jarillo Hernández (coords.), Cofradías de indios y negros: origen, evolución y continuidades

David Carbajal López1 

1Universidad de Guadalajara-Centro Universitario de los Lagos

Serrano Espinosa, Teresa Eleazar; Jarillo Hernández, Ricardo. Cofradías de indios y negros: origen, evolución y continuidades. México: Secretaría de Cultura, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2018. 357p. ISBN: 978-607-539-196-0.


Resultado del proyecto “Las cofradías y organizaciones cívico-religiosas en México, siglos XVI-XIX”, y producto también del encuentro “Las cofradías, panorama histórico y antropológico en México”, realizado en 2014, la obra que reseñamos reúne diez estudios monográficos en torno a este tema ya bien conocido de nuestra historiografía. Como es común en los libros colectivos, su riqueza se encuentra en la diversidad de objetos de estudio y de metodologías de análisis, bien que en este caso encontramos tanto planteamientos muy clásicos como algunos realmente originales. Según se indica desde el título, en el amplio y casi inabarcable océano del universo cofrade, la coordinación de la obra eligió en concreto una categorización a partir de criterios étnicos. Esta delimitación se hace aún más específica a partir de un marco cronológico novohispano, según se aclara en la presentación, en la que además se explica la voluntad de reflexionar historiográficamente sobre su conformación “entre grupos marginales”. Se extraña un poco que no haya en esa introducción un balance historiográfico, pues sólo se remite al lector a una obra previa derivada del mismo proyecto. Dicho balance acaso hubiera propiciado una reflexión más profunda en torno a la noción misma de cofradía y las ambigüedades del vocabulario utilizado para definirla. Lo mismo se habla de ellas en términos de “asociación” que de “institución colonial”, y en los capítulos siguientes también se les reconoce como “corporación”, nociones todas que ameritarían una explicación particular. En cambio, la presentación anticipa las líneas generales que efectivamente se encuentran en el desarrollo del capitulado: la relación conflictiva con “diversas autoridades”; su “larga duración” a pesar de ello, y su “dinámica económica”, es decir, sus bienes y sus usos.

Entre los diez capítulos, el más original es, sin duda, el primero. Se trata de un apasionante estudio del destacado antropólogo sevillano Isidoro Moreno Navarro sobre las cofradías de negros de la capital andaluza. Ya es interesante la inclusión de un caso que no corresponde a los límites geográficos del actual territorio mexicano, pero lo es más todavía porque se trata de una reflexión simultánea sobre la imposición de categorías identitarias (“negro” en este caso) y su reapropiación como medio de reafirmación étnica mediante las cofradías. El extenso recorrido cronológico del autor permite comprender el proceso completo, desde sus inicios en el siglo XV, cuando la formación de cofradías sirve para interiorizar el modelo de etnia, hasta el XIX, cuando la crisis demográfica y sus condiciones de marginalidad condujeron a la eliminación de la categoría étnica en esas cofradías. Desde luego, en este largo periodo, lo mismo encontramos momentos de enfrentamiento con las élites en el ámbito de lo simbólico, que de “proteccionismo” hacia los “negritos”.

Moreno señala además varios puntos de interés comparativo con las cofradías americanas, que sin duda hubiera sido interesante se retomaran en los capítulos posteriores. En cambio, el segundo capítulo que cierra esta primera parte, dedicada al tema de las “cofradías de negros”, de la autoría de Rafael Castañeda, es estrictamente un ejercicio de identificación de su presencia y sus devociones en el obispado de Michoacán, que sirve para constatar su reducido número y su poca importancia para la población de origen africano de la región. En franco contraste con lo planteado en buena parte de la obra, el tercer capítulo, escrito por la coordinadora, Teresa Eleazar Serrano, no corresponde a una cofradía ni “de negros” ni “de indios”, la del Escapulario del Carmen. Aquí pasamos de la “racialización de las desigualdades” que planteaba Moreno, a la cofradía como un instrumento de construcción de la cohesión social, más allá incluso de “las diferencias de clases”, según la autora.

La segunda sección del libro corresponde a seis estudios de “cofradías de indios” a escala local. La originalidad reside en que los cuatro primeros corresponden en realidad a dos casos: Chiapas, por una parte, y la ciudad de Querétaro, por otra. Dolores Palomo subtitula elocuentemente su trabajo sobre las cofradías chiapanecas “dimensiones de una institución religiosa”. En concreto analiza dos dimensiones: la económica y la sociopolítica; la primera corresponde a las implicaciones del manejo de bienes (desde tierras hasta capitales prestados a crédito), y la segunda a su constitución como espacios para reforzar las identidades étnicas y comunitarias, para organizar la solidaridad funeraria, para reforzar las jerarquías sociales y, por lo que hace a lo político en concreto, a su relación con los cabildos indígenas. Este prolijo examen, en el que sólo se echa de menos una reflexión más amplia sobre qué era lo religioso en una sociedad de Antiguo Régimen, culmina insistiendo en que la cofradía era un “espacio de resistencia”. En un sentido semejante, pero con ciertos matices, apunta el estudio de Dolores Aramoni Calderón sobre las cofradías de Tuxtla y Ocozocoautla. La autora analiza la forma en que las cofradías se habrían transformado en un mecanismo para la conservación de prácticas religiosas tradicionales y la organización social fundada en “calpules” de origen prehispánico. Asimismo, es un estudio interesante por hacer un seguimiento detallado de la transición de las cofradías con bienes a los sistemas de jerarquías de cargos que ha descrito ya la literatura especializada, y hacia la cowiná, otra forma de asociacionismo tradicional.

Por lo que toca a Querétaro, el estudio de la profesora Cecilia Landa analiza de manera general el conjunto de las cofradías y sus avatares entre 1750 y 1870. Si bien es un tema también presente en los estudios sobre Chiapas, aquí desplaza por completo a las otras preocupaciones sobre sus funciones, en beneficio de la identificación muy precisa de una “crisis”, producto de las reformas borbónicas, y luego de “cierta recuperación” tras la independencia. Siguiendo una narrativa ya muy clásica y no del todo ajena a cuestionamientos, la autora describe la primera etapa en términos mayormente negativos: la corona trata de “someter” a las corporaciones religiosas, sus reformas generan “litigios”, “enfrentamientos”, “resistencia” (aunque no violenta), “crisis y alteraciones”; en suma, “pone en jaque” o “daña” la “estabilidad tradicional” de las cofradías. La segunda etapa también está marcada por la “sobrevivencia” a pesar de los “afanes secularizadores” liberales. Esto es, se trata de un texto en que la secularización, tanto en su sentido más tradicional como en el moderno, se representa negativamente.

En el artículo de Ricardo Jaramillo volvemos, en cambio, a las problemáticas ya comunes. De manera concreta se interesa en las funciones económicas de las cofradías queretanas “de indios”, sobre todo en el préstamo de capitales, aunque dedica también un apartado breve a identificar su importancia social y las dificultades que atravesaron algunas de sus prácticas ante la crítica de las autoridades. El texto de Clemente Cruz se distingue por la multiplicidad de temas abordados: además de un breve recorrido por la historia del establecimiento de las cofradías en Nueva España, hace un recuento de las que fueron visitadas por el arzobispo Francisco Antonio Lorenzana señalando sus cultos, su organización, sus recursos, y desde luego, las reformas que tuvieron lugar en la segunda mitad del siglo. En fin, dedica el apartado más amplio al estudio específico de la cofradía de la Asunción de Tanjuco, partido de Pánuco. Por su parte, Jesús Edgar Mendoza estudia las de los pueblos de Coixtlahuaca y Tamazulapan retomando el tema, ya visto para el caso de Chiapas, de la transición de “cofradía colectiva a mayordomía individual”, como indica desde el título, una problemática en que hubiera sido deseable un mayor diálogo entre quienes participaron en el proyecto, bien que se notan coincidencias como la importancia que tuvo el cuestionamiento de las propiedades corporativas por parte de los liberales, así como los esfuerzos de parte de los pueblos en el sentido de hacer perdurar las celebraciones que sostenían los bienes cofraderos.

En fin, si el primer capítulo era original, en principio, por ir más allá del marco geográfico, el último merece una mención aparte por tratarse de un estudio etnográfico, obra de Antonio Reyes Valdez, dirigido a mostrar la forma en que las mayordomías de los tepehuanos de Santa María Ocotán contribuyen a la construcción de una versión local del cristianismo, que se singulariza tanto por sus creencias como por sus prácticas, e incluso por su propia jerarquía de intermediarios, aunque mantiene también elementos de tiempos virreinales.

Como puede verse, Cofradías de indios y negros resulta interesante tanto por las aportaciones específicas que realizan algunos de sus capítulos como por ilustrar de manera general, como obra en conjunto, las tendencias recientes de la historiografía sobre las cofradías novohispanas. Ojalá la historiografía mexicanista se siga enriqueciendo con nuevos estudios monográficos, así como con reflexiones generales y esfuerzos comparativos sistemáticos.

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