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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.71 no.4 Ciudad de México abr./jun. 2022  Epub 04-Abr-2022

https://doi.org/10.24201/hm.v71i4.4424 

Semblanza

Alfredo López Austin y la gran renovación de los estudios sobre el México indígena

Pablo Escalante Gonzalbo* 

*Universidad Nacional Autónoma de México


Hace unos meses murió Alfredo López Austin. La cantidad de gente que expresó su emoción por el suceso es bastante elocuente: era un hombre admirado y querido por muchos. Mi propósito en estas notas es sólo el de recordar públicamente, entre historiadores, la trayectoria y el mérito de su contribución científica.

Del norte al sur, del artesano al científico

Alfredo López Austin llevaba el Norte en el corazón, y lo evocaba como un tiempo de libertad. Recordaba con emoción el efecto producido por la lluvia recién caída en el desierto, cuando una delgada capa de vegetación hacía reverdecer la arena. Conoció el mundo del ganado, practicó suertes de charrería, sabía operar a una vaca para extraerle del estómago la pelota de pelo que se les forma por lamerse. En su juventud, en Juárez, se interesó por la poesía y por el dibujo: una curiosidad que nunca se apagó en él, pues le gustaba elaborar las ilustraciones para sus libros, y participó en el diseño de algunas portadas propias y ajenas. En un gesto de gratitud, esculpió la efigie de su maestro, Ángel María Garibay, en la punta de un gis, y se la obsequió en alguna de las citas que tuvieron durante los más de dos años en que recibió de él clases particulares de lengua náhuatl. Cuando escribía poesía en su juventud usaba el seudónimo de Melecio Cíbolo, es decir, “el búfalo”. Y la última ilustración de portada en su página de Facebook es justamente una danza de los indios de las llanuras con cabezas de búfalo.

Durante sus estudios universitarios, López Austin fue atraído por el mundo académico de la ciudad de México. Después de cursar un año en la Universidad de Nuevo León (1954-1955), completó su carrera de Derecho en la UNAM (1956-1959), institución a la que permanecería ligado por el resto de su vida. El mismo año en que ingresó a la Facultad de Derecho empezó a estudiar la lengua náhuatl con Ignacio Dávila Garibi y se incorporó al Seminario de Cultura Náhuatl de Miguel León Portilla. La atracción por la historia y la lengua indígenas debió ser muy fuerte, pues su tesis fue un trabajo de historia política de los mexicas dirigido por el propio León Portilla: “La constitución real de México Tenochtitlan”.1

Tras graduarse, López Austin sólo llegó a trabajar un par de años como abogado en su tierra natal. No sentía ninguna motivación para el litigio, y más bien anhelaba volver al medio académico. Lo que sí conservó siempre fue su amor por el Norte. Y, si bien no dedicó ninguna investigación a problemas de las culturas de Aridoamérica, sí sembró ese interés en otros. Siempre recordaba que había que tener presente al México indígena en su totalidad, que Mesoamérica era sólo una parte. Pensaba con frecuencia en los kikapú, etnia a la que, según sus conjeturas, había pertenecido alguno de sus ancestros, y no dejaba de leer sobre arqueología y etnografía de aquella región. A veces pienso que el Norte era como el propio pasado mítico de Alfredo, un tiempo algo mágico y maravilloso, tras el cual vino el pecado de la emigración y el tiempo de la creación de esa enorme obra académica.

Sociedad y política nahua

La primera contribución académica de Alfredo López Austin fue el análisis de las instituciones mexicas que hizo en su tesis de licenciatura, citada hace un momento, y que perfeccionó unos años después en el ensayo “Organización política en el Altiplano Central de México durante el Posclásico”.2 Con ambos trabajos López Austin trazó un panorama de la estratificación social, la tenencia de la tierra y las estructuras de gobierno, con la terminología original derivada de su estudio de las fuentes en lengua náhuatl. Sobresalen en estos textos las argumentaciones sobre la importancia de los lazos de parentesco en el calpulli y sobre el carácter de las tierras de la nobleza, llamadas pillalli. Para López Austin lo que estaba detrás de esa noción no era una forma de propiedad privada de la tierra, sino una asignación real de parte del usufructo, a la manera de la encomienda.

Una de las propuestas más importantes, desarrollada especialmente en el segundo de estos textos, es la idea de que en Mesoamérica coexistieron un orden de tipo gentilicio y otro de carácter político, que se acoplaban para lograr largos periodos de estabilidad. El cargo de tecuhtli habría sido la pieza de enlace de los dos sistemas. El Estado intervenía en el orden gentilicio hasta cierto límite que no podía trasponer. Creo que mucho de la historia de Mesoamérica y algo de la historia colonial se entendería mejor si profundizáramos en esa forma transicional de organización del poder.

La historia y el códice florentino

Tras su regreso a México en 1963, Alfredo colaboró con Miguel León Portilla como subsecretario del Instituto Indigenista Interamericano3 y secretario del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, donde obtuvo una plaza de investigador auxiliar en 1965. Ese año empezó a estudiar la licenciatura en Historia, tomó aquellas clases particulares de náhuatl con Ángel María Garibay e inició un proceso de auténtica inmersión en el Códice Florentino.

En la misma línea iniciada por Garibay y León Portilla, de publicar traducciones críticas de diferentes secciones de los manuscritos de Sahagún,4 López Austin publicó su versión de lo que llamó “juegos rituales aztecas”,5 y una recopilación de supersticiones y presagios que tituló Augurios abusiones y es uno de los libros más curiosos e interesantes que hay sobre el mundo nahua.6 En esta obra asomaba la vida cotidiana de los nahuas como nunca antes se había visto: callejones y baldíos, escenas domésticas, exclamaciones, sustos, hábitos alimenticios, visitas entre parientes. López Austin estaba muy inclinado al análisis de las instituciones y de las estructuras del pensamiento; de tal modo que no reparó especialmente en enfoques como los de la historia cultural y de la vida cotidiana. Sin embargo, dejó un material valiosísimo para seguir esa línea.

Fruto de su primera especialización en los textos sahaguntinos, fue también una serie de artículos dedicados a la magia y a los magos.7 Trabajos muy interesantes y renovadores, en una escena dominada por los sacerdotes solemnísimos de la religión oficial y pública.

Su tesis de licenciatura en Historia se dedicó precisamente a entender cómo se había formado la formidable enciclopedia del mundo nahua que él estaba volcado a estudiar: “Estudio acerca del método de investigación de fray Bernardino de Sahagún. Los cuestionarios”.8

Encuentro con Quetzalcóatl

Sin abandonar la traducción de la obra de Sahagún, Alfredo se propuso como tema de tesis de maestría el estudio del problema de Quetzalcóatl. Así surgió Hombre dios. Religión y política en el mundo nahua,9 el primero de sus libros en tener un enorme impacto dentro y fuera de México. Empieza como un trabajo de historia política, incluso de biografía, en busca de Ce Ácatl Topiltzin; considera hechos de gobierno y señoríos específicos, pero a la vez es ya una contribución a la comprensión del pensamiento religioso mesoamericano. La principal afirmación que se desprende de la investigación consiste en que Quetzalcóatl no fue un personaje histórico que se hubiera divinizado, sino un dios que penetraba en el gobernante. El hombre/dios, todos los hombres/dioses de la historia mesoamericana, gobernantes, caudillos, gente de poder, eran hombres habitados por una esencia divina, y actuaban del modo en que lo hacía el dios en el mito.

Al menos en dos trabajos, Alfredo volvería a ocuparse del tema de Quetzalcóatl en relación con los fenómenos del poder del Posclásico. Me refiero a su artículo “El fundamento mágico-religioso del poder”,10 y al libro que escribió con su hijo, Leonar do López Luján, muchos años después: Mito y realidad de Zuyuá.11

El cuerpo, la salud y la enfermedad

A la vez que estudiaba el fenómeno del hombre/dios para su tesis de maestría, López Austin había empezado a traducir del náhuatl y estudiar materiales sobre el cuerpo humano, la salud y la enfermedad,12 que formarían parte de su siguiente investigación.

Su tesis de doctorado iba a ser el trabajo más complejo, más extenso; el tratado más formal de cuanto escribió. La comunidad académica la reconoce hoy como una de las obras más importantes sobre el pensamiento indígena; un punto de partida indispensable para estudiar la visión del mundo, no sólo de los nahuas, sino de los pueblos mesoamericanos en general.

López Austin inició sus estudios de doctorado en 1970, cuando era todavía miembro del Instituto de Investigaciones Históricas, y defendió su tesis en 1980. Cuerpo humano e ideología. Las concepciones de los antiguos nahuas,13 (nombre de la tesis doctoral y del libro que se publicó inmediatamente después) representa una bisagra, desde el punto de vista metodológico, entre el estudio de los documentos nahuas del siglo XVI y la proyección de las hipótesis y los modelos en el ámbito de la etnografía.

Durante el proceso del doctorado, López Austin publicó algunos avances parciales de su investigación. Fue muy importante su artículo sobre las partes del cuerpo humano en lengua náhuatl:14 un análisis filológico de los textos del corpus de Sahagún, que seguía estando en la base de su metodología. Precisamente de ese enfoque surgió uno de los resultados más concretos e importantes de aquella obra: la identificación de las principales entidades anímicas humanas (tonalli, teyolía ihíyotl) y la relación de cada una de ellas con diferentes conductas, destinos y aspectos de la salud. También publicó durante el proceso su libro Textos de medicina náhuatl,15 muy usado por los investigadores de la etno-medicina.

El giro

Alfredo López Austin había pasado más de diez años en el Instituto de Investigaciones Históricas como investigador, como editor de Estudios de Cultura Náhuatl16 y como secretario del instituto, cuando decidió cambiar su adscripción al Instituto de Investigaciones Antropológicas. El paso de Alfredo a Antropológicas en 1976 significó un cambio importante para él y para sus colegas, pero también para la metodología y el alcance de su investigación. El cambio de comunidad académica significó una posibilidad de re-enfocar el trabajo con nuevos recursos y métodos. La circunstancia de su cambio de adscripción, cuatro años antes de la conclusión de Cuerpo humano…, parece estar relacionada con la importancia que tomaron en la obra los estudios de varios antropólogos.

Uno de esos antropólogos a quienes López Austin conoció y aprendió a estimar en su nuevo instituto fue Alfonso Villa Rojas. Recuerdo una ocasión en la que conversábamos Alfredo y yo a la entrada del Instituto y se nos acercó Villa Rojas. Saludó, conversó algún asunto que tenía pendiente con Alfredo, y se despidió. Antes de reanudar nuestra conversación, Alfredo me dijo con una expresión de gran satisfacción “somos enanos en hombros de gigantes”. Le escuché expresiones de admiración similares sobre Kirchhoff, sobre Jiménez Moreno, pero estaba especialmente orgulloso de sus nuevos compañeros antropólogos, como sé que lo estuvo de Víctor Castillo y de Josefina García Quintana en Históricas.

Si bien el punto de partida de la investigación había estado en el análisis filológico, las estrategias comparativas con los estudios etnográficos fortalecieron discusiones importantes, como la que se refiere a la “doctrina” de lo frío y lo caliente en la cosmovisión mesoamericana.

La libertad y el rigor

La conclusión del doctorado, el fin de las responsabilidades académico-administrativas que durante tanto tiempo había cargado a sus espaldas, y el pertenecer a una nueva comunidad, podrían ser factores que expliquen la libertad de planteamiento de los libros de investigación que Alfredo realizó después.

Yo diría que estaba francamente alegre al concluir el primer borrador de Los mitos del tlacuache.17 Fue una obra que le permitió profundizar en aspectos de la cosmovisión que venía meditando, pero entrando ahora por el camino del análisis de los mitos. ¿Era esta ilusión por el estudio de los relatos míticos un reflejo de su antigua sensibilidad artística y del gusto que de joven tuvo por la literatura?

Esa libertad, como no podía ser de otra manera en el caso de Alfredo, venía acompañada de un gran rigor. Él era consciente de la ligereza con la que se usaba lo que, a veces, nombramos “analogía etnográfica” y trató de evitar un tratamiento oportunista de la información. Más bien avanzó en la construcción de un modelo sobre la tradición religiosa mesoamericana y el lugar que en ella tenían las creencias míticas. Entre las muchas contribuciones de Los mitos del tlacuache, hay una que me parece importante recuperar. Una de las conclusiones posibles de aquel trabajo es que los dioses personales de las religiones estatales encarnaban personajes míticos que habían existido, con funciones similares, mucho antes de las sociedades estatales, y parecen haber sobrevivido al colapso de los Estados. Más de una vez me he preguntado si, en ese sustrato mítico de larga duración, un personaje tan importante como Quetzalcóatl no podría haber transmutado en una criatura más cercana a la comunidad campesina, como el tlacuache: ladrones visitantes del inframundo.

Más para el método

Si uno de los trabajos de López Austin está dedicado al método, ése es Tamoanchan y Tlalocan.18 La comparación sistemática y controlada de los repertorios míticos de los tzotziles, los huicholes y los pueblos de la Sierra Norte de Puebla se vuelve un ejercicio de gran utilidad para revisar el enfoque que Alfredo había desarrollado, y que le llevó a afirmar la unidad de la tradición religiosa mesoamericana subyacente a la diversidad étnica. Puso a prueba su método con una propuesta para reconocer y definir Tamoanchan y Tlalocan, dos ámbitos sobrenaturales, nublados, interiores, ligados a las concepciones profundas sobre la manera en que se renueva, se disipa y se recicla la materia sagrada o divina que anima al mundo y forma a los hombres.

López Austin no aspiraba solamente a resolver problemas concretos, como el significado de cierto mito o el sentido de alguna imagen, sino a dejar herramientas metodológicas para el análisis de muy diversos asuntos. Y, de hecho, la mejor manera de honrar su legado sería poner a discusión los modelos, conceptos y procedimientos que él desarrolló, y experimentar con ellos.

La iconografía

Conforme avanzaba en el estudio del pensamiento religioso mesoamericano, López Austin valoró la utilidad que sus resultados tenían para la comprensión de la iconografía, e hizo algunos ejercicios sobre esculturas mexicas, como el llamado “Monolito verde” y el “Dios enmascarado del fuego”.19 El análisis de las imágenes lo llevó a entender un fenómeno que, de alguna manera, estaba previsto en el modelo de explicación que había ido construyendo: me refiero a lo que llamó “capacidad de fusión y fisión” de los dioses;20 la forma en que se dividían o juntaban la sustancias sagradas, coincidiendo a veces dos, distintas, para habitar un espacio como el de la imagen sagrada o ixiptla.

En colaboración con Leonardo López Luján y Saburo Sugiyama abordó la iconografía de un edificio completo, el Templo de Quetzalcóatl en Teotihuacán21 y, una vez más, ese análisis modificó la explicación que se había dado durante años a esta construcción.

El último libro de investigación publicado por Alfredo, nuevamente en colaboración con su hijo, estuvo dedicado a explicar el Templo Mayor de Tenochtitlan.22 Están allí presentes, ya depurados, exactos, los procedimientos de investigación que había seguido por muchos años: persisten el análisis filológico de los relatos míticos y el estudio comparado de las concepciones de varios grupos, sobre el origen del maíz, el papel de la montaña, las nociones de la riqueza agrícola como tesoro del interior de la tierra.

Divulgación y síntesis

No tengo espacio para profundizar más, pero quisiera recordar lo importante que fue para López Austin la publicación de trabajos generales que apoyaran la docencia universitaria y que pusieran los avances al alcance del público general. Una obra sencilla, clara y muy bonita, que él concibió como un texto universitario, fue Tarascos y mexicas,23 que incluía síntesis históricas, mapas y antologías de fuentes. Otro manual, más general, fue el que redactó con Leonardo, El pasado indígena.24 En esta obra aparece, por fin, el norte de México, de manera extensa y prolija, de Chihuahua a Colorado.

Hay que considerar también, por supuesto, síntesis de divulgación sobre la religión indígena, como las que publicó en compañía de Luis Millones, incluyendo recopilaciones de mitos, tanto de Mesoamérica como de los Andes.25

Despedida

Una valoración tan rápida, apenas hace justicia a la obra de Alfredo López Austin. Hay que estudiarla y discutirla, reeditarla y aprovecharla en la enseñanza. Ningún investigador ha hecho una contribución al estudio de la religión mesoamericana de la magnitud de la que ha hecho Alfredo. Quizá se podría comparar con la de Eduard Seler, salvo que la del autor de Los mitos del tlacuache es metodológicamente más sólida.

Este no era el lugar para evocar al maestro generoso, al político combativo o al hombre de familia. Cada quien quiere y recuerda de un modo distinto al hombre ejemplar que fue Alfredo López Austin.

Referencias

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León Portilla, Miguel, Ritos, sacerdotes y atavíos de los dioses, México, Universidad Nacional Autónoma de México,1958. [ Links ]

López Austin, Alfredo, La constitución real de México-Tenochtitlan, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1961. [ Links ]

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1Presentada en 1960 y publicada un año después. López Austin, La constitución real.

2 López Austin, “Organización política”.

3No sé hasta qué punto las tareas administrativas le hayan permitido entrar en contacto con los temas e investigadores del resto de América. Pero justo en aquellos años publicó un pequeño estudio sobre los guaraníes. López Austin y Cadogan, La literatura de los guaraníes.

4 Garibay, Veinte himnos sacros; León Portilla, Ritos, sacerdotes y atavíos.

5 López Austin, Juegos rituales.

6 López Austin, Augurios y abusiones.

7 López Austin, “Los temacpalitotique”; “Términos del nahualatolli”; “Cuarenta clases de magos”.

8Se presentó en 1969 y se publicaría después, como artículo: López Austin, “The Research Method”.

9La tesis se presentó en 1972 y apareció como libro el año siguiente, López Austin, Hombre dios.

10 López Austin, “El fundamento mágico”.

11 López Austin y López Luján, Mito y realidad.

12 López Austin, “De las enfermedades”; “Conjuros médicos”.

13 López Austin, Cuerpo humano.

14 López Austin, “Textos acerca de las partes”.

15 López Austin, Textos de medicina.

16Había sido editor de la revista en compañía de León Portilla y Garibay, entre el volumen VI y el IX; y lo fue en mancuerna con Víctor Castillo entre el X y el XII.

17 López Austin, Los mitos.

18 López Austin, Tamoanchan y Tlalocan.

19 López Austin, “Iconografía mexica”; “El dios enmascarado”.

20 López Austin, “Nota sobre la fusión”.

22 López Austin y López Luján, Monte sagrado.

23 López Austin, Tarascos y mexicas.

24 López Austin y López Luján, El pasado indígena.

25 López Austin y Millones, Dioses del norte; Los mitos.

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