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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.71 no.3 Ciudad de México ene./mar. 2022  Epub 13-Dic-2021

https://doi.org/10.24201/hm.v71i3.4014 

Reseñas

Sobre Daniela Morales Muñoz, El exilio brasileño en México durante la dictadura militar, 1964-1979

Denise Rollemberg1 

1Universidad Federal Fluminense - Brasil

Morales Muñoz, Daniela. El exilio brasileño en México durante la dictadura militar, 1964-1979. México: Secretaría de Relaciones Exteriores, Dirección General del Acervo Histórico Diplomático, Red de Archivos Diplomáticos Iberoamericamos, 2018. 300p. ISBN: 978-607-446-132-9.


Las primeras narraciones sobre los exilios latinoamericanos de las dictaduras, que asolaron el continente entre 1960 y 1980, se referían a memorias de aquellos afectados por los regímenes militares. En ese contexto, surgieron autobiografías, biografías, testimonios orales y escritos, entrevistas, etc. En la década de los noventa se realizaron trabajos que resultaron de investigaciones de historiadores y sociólogos que habían sido exiliados, sobre los casos de Chile y de Argentina, donde el fenómeno adquirió dimensiones masivas. En ese sentido, los primeros estudios se caracterizaron por cierta dilución de los límites entre sujeto y objeto. Esa realidad, frecuente cuando se trata de temas del tiempo presente, favoreció y limitó, al mismo tiempo, la producción de conocimiento sobre el tema. Favoreció porque puso el tema en la agenda, mostró la necesidad de conocerlo, de reflexionar sobre la trayectoria de actores sociales que habían sido derrotados por las derechas civiles y militares, en los años anteriores; incentivó el surgimiento y recuperación de relatos, así como también de otras fuentes importantes para la investigación. Limitó porque, una vez que uno (el historiador) y otro (el exilio) se confundieron, la naturaleza crítica del oficio del historiador, muchas veces, terminó comprometida.

Esta fase inicial de los estudios de los exilios latinoamericanos ya está distante en el tiempo. Este campo de investigación, si podemos identificarlo como tal, ha visto un aumento significativo de obras exquisitas de historiadores que han hecho -y siguen haciendo- contribuciones relevantes a la producción del conocimiento sobre el fenómeno. Muchos de estos investigadores no habían vivido la experiencia y esa distancia entre sujeto y objeto cumplió un papel importante para la calidad de estos estudios. Quizá sea posible observar, en la actualidad, otra generación de estudiosos. Curiosamente, se trata de jóvenes investigadores que, sin algún vinculo personal o familiar con el exilio, alimentan cierta idealización del objeto, cierta nostalgia de lo que no vivieron. A los ojos del historiador que lleva más tiempo en el oficio, esa mirada parece un déjà vu. Henry Rousso y Tzvetan Todorov1 llamaron la atención sobre ese “raro” fenómeno que también verificaron en el caso de temas sensibles del contexto de la segunda guerra mundial, en particular, de la Shoah. El punto común entre temáticas tan distintas en cuanto a tiempo (1939-1945 y décadas de 1960-1980) y lugar (Europa y América Latina), me parece ser justo la fluidez entre memoria e historia. Pese a los enormes y preciosos avances, a los que me he referido antes, y del propio distanciamiento temporal de esa generación respecto al hecho, la “confusión” (Rousso) entre memoria e historia revela su capacidad para resistir a los “combates por la historia”. Mucho se podría pensar sobre ese aspecto. Sin embargo, aquí cabe solamente observar que, si bien la distancia entre el sujeto y el objeto se ha revelado fructífera para la historia de la historia de los exilios latinoamericanos, se ha demostrado también insuficiente frente a enfoques en los que la historia es derrotada por la memoria (sacralizada).

En este panorama aquí apenas delineado, Daniela Morales Muñoz y su El exilio brasileño en México durante la dictadura militar, 1964-1979 se sitúan en ese universo de trabajo comprometidos con la investigación histórica, que no renuncia a la criticidad del oficio del historiador. Originario de su tesis doctoral, es el resultado de una investigación de peso que involucra un enorme número y diversidad de fuentes.

Uno de los grandes méritos del trabajo, entre tantos otros, fue investigar, simultáneamente, los archivos en México y en Brasil, relacionando las informaciones producidas en los dos países, respetando las diferencias y las particularidades de los sucesivos gobiernos mexicanos y brasileños. De esa manera, los dos puntos de vista en los que se sitúa la autora -del país del exilio y del país del exiliado- se acompañan no en grupo, como si no hubiese desacuerdos entre los gobiernos de cada uno de ellos. Por el contrario, es capaz de cartografiar los vaivenes de las políticas internas en un contexto de Guerra Fría que, a su vez, también evolucionó en las décadas estudiadas. El resultado es un análisis sofisticado que incluye las complejidades de lo que existía en los sucesivos panoramas internos y externos.

Es a partir de esa perspectiva macrohistórica de las políticas internacionales que Daniela Morales inserta su personaje -el exiliado brasileño en México- demostrando de qué forma las tramas que envolvían a los países (y sus gobiernos) tuvieron que ver con los dramas de los brasileños que buscaban, en diferentes fases del exilio, asilo en México.

En cuanto a los archivos brasileños, la investigación, junto con fondos documentales producidos por órganos de la dictadura militar accesibles para consulta en los últimos años, revela aspectos importantes hasta entonces prohibidos no solamente a los investigadores, sino también a los ciudadanos en general. Como ejemplo, merece la pena observar el intercambio de documentos entre las embajadas de los dos países, poniendo en jaque, según otras investigaciones recientes, la supuesta “autonomía” de nuestros diplomáticos durante ese periodo.

Del lado mexicano, también a modo de ejemplo, Daniela Morales desmitifica la “buena voluntad” del gobierno para recibir a los desterrados liberados, en el episodio del intercambio de estos presos políticos por el embajador de Estados Unidos secuestrado en Río de Janeiro en 1969. Abrir las puertas del país a estos presos que, según algunos historiadores, lucharon contra la dictadura militar, según otros, por la revolución socialista, tuvo más que ver con los esfuerzos de México por alinearse con Estados Unidos. El país latinoamericano pretendía, sobre todo, contribuir a la liberación del diplomático, sin que en esta iniciativa hubiera ninguna manifestación de rechazo a la voluntad de un régimen excepcional en el continente.

También cabe destacar el papel especialmente interesante que debe desempeñar la mirada del extranjero. Al contrario de los defensores del “lugar de palabra” como decisivo para la observación, una tesis que cuestiona, en el límite, la existencia misma del historiador, es precisamente la condición de extranjero lo que permite a Morales Muñoz rescatar lo “invisible” o apenas perceptible para el “nativo”, porque se naturaliza. A favor de los buenos y viejos métodos de los antropólogos, que han explorado la “extrañeza” como método de producción de conocimiento, el exilio brasileño en México aporta este aporte.

Otro punto a destacar es el trabajo de entrevistas con exiliados brasileños, así como la investigación sobre sus actividades y producciones políticas, académicas, laborales, etc. Mediante él, Morales se dirige a la escala microhistórica de la realidad cotidiana de estos hombres y mujeres, en busca de la reconstrucción de sus vidas en el exilio, en sus diferentes dimensiones: en el ámbito de la macroescala -Guerra Fría, dictaduras militares, gobiernos brasileños y mexicanos, etc-, y en perspectiva con la escala micro, explorando cada detalle de las dos dimensiones, la realidad del exilio brasileño en México gana su mejor versión.

Por fin, un punto cuestionable. Daniela Morales se basa en la información de que hubieran existido unos 10000 brasileños en el exilio en varios países y continentes entre 1964 y 1979. Sin embargo, esta cuantificación no está respaldada en absoluto. Ciertamente, este número era mucho menor. Contrariamente a los casos chileno y argentino ya mencionados, el exilio brasileño nunca fue un movimiento de masas. De hecho, la propia estimación de este número hasta ahora resulta improbable, quizá incluso imposible. Empezando por la naturaleza del exilio brasileño, ya que muchos eran “autoexiliados”, término inapropiado para designar a quienes salieron del país legalmente, con pasaporte y sin ningún tipo de intimidación. En mi opinión, todos fueron exiliados una vez que decidieron abandonar el país, negándose a vivir bajo un régimen dictatorial. Incluso hubo varias situaciones en las que se establecieron en el extranjero con becas para programas de posgrado creados y consolidados como una política de regímenes militares, por cierto. Muchas veces, en contacto con exiliados en sus respectivos países anfitriones, se dedicaron a actividades de denuncia de torturas, terrorismo de Estado, etc., en el extranjero, haciendo temerario el regreso a Brasil. El hecho es que tal peculiaridad de nuestro exilio dificulta la cuantificación, porque buena parte de ellos no fueron registrados en ningún órgano público o no gubernamental en Brasil o en el exterior. De todos modos, la verdad es que nunca fue un fenómeno masivo. Morales se basó en autores que se embarcaron acríticamente en suposiciones hechas a partir de los últimos años antes de la aprobación de la Ley de Amnistía de 1979, que permitió el regreso de la mayoría de los exiliados brasileños. Son “datos” en sintonía con la lucha política en defensa de su retorno. Entre la ignorancia de la realidad del exilio y los enfrentamientos políticos, este número fue calculado muy por encima. Los primeros relatos tomaban estos números acríticamente y, como se ve a menudo en la historiografía, los historiadores terminaron repitiendo la información, sin cuestionarla. Por otro lado, Daniela Morales pudo identificar el número de brasileños exiliados en México: unos 200 pasaron por el país y menos de 30 lograron establecerse allí. No por su deseo, como lo demuestra Morales, sino por los obstáculos de los gobiernos mexicanos, especialmente después de la caída del gobierno de Unidad Popular en Chile, donde se habían establecido muchos brasileños y otros exiliados latinoamericanos. Este número reducido -menos de 30- es acorde con la propia dimensión, en términos cuantitativos, del caso brasileño, aunque México, incluso debido a las dificultades que reconstruye Daniela Morales, estaba lejos de ser un polo de concentración del exilio brasileño. Esto debe entenderse no en su cantidad, sino en su calidad, es decir, en el impacto que ha tenido en las izquierdas brasileñas. Daniela Morales lo sabe. Tal vez en ese momento se dejó seducir por el canto -y el encanto- de la memoria. Nada que pueda descalificar su trabajo. En El exilio brasileño en México es la Historia la que vence a la Memoria.

1Henry Rousso, La hantise du passé. Entretien avec Philippe Petit, París, Les Éditions Textuel, 1998; Tzvetan Todorov, Les abus de la mémoire, París, Arléa, 2004.

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