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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.71 no.2 Ciudad de México oct./dic. 2021  Epub 18-Oct-2021

https://doi.org/10.24201/hm.v71i2.3959 

Reseñas

Sobre Leonor Arfuch, La vida narrada. Memoria, subjetividad y política

Nora Rabotnikof1 

1Universidad Nacional Autónoma de México

Arfuch, Leonor. La vida narrada. Memoria, subjetividad y política. Córdoba, Argentina: Eduvim, 2018. 198p. ISBN: 978-987-699-481-1.


La vida narrada de Leonor Arfuch reúne una serie de ensayos, conferencias y ponencias que, al decir de su autora, “entablan una conversación grupal en torno a la relación tensa, oscilante y sin garantías entre memoria, subjetividad y política”. Memoria, subjetividad y política serán abordadas así desde la perspectiva del espacio autobiográfico, enfoque que ha guiado una larga y fecunda trayectoria de investigación previa. Con el término espacio autobiográfico se hace referencia, de manera canónica, a la biografía como género, (y por extensión, a la autobiografía, las memorias, los biotopics,) “en una perspectiva transdisciplinaria que quiere articular semiótica, análisis del discurso, crítica cultural, perspectivas sociológicas, categorías del psicoanálisis y también revisión de enfoque filosóficos contemporáneos” (p. 19). La vida narrada se transforma así en una ventana privilegiada para interpretar la conformación de las modernas subjetividades y para dar cuenta, de manera penetrante, de las dramáticas transformaciones de la cultura contemporánea.

Los tres términos (o significantes, en el lenguaje de la autora), aún tomados de manera separada, nos hablan de temas controversiales del debate público y del espacio académico. Más complejo y controvertido aún resultará el desafío de cruzar sus interrogantes y sobre todo arriesgarse en el camino del diagnóstico y la evaluación. Sabemos que, en el caso de la memoria, el llamado boom memorial fue interpretado alternativamente como expresión de la crisis de los grandes proyectos de futuro, como un síntoma del eclipse de las utopías movilizadoras o, más módicamente, como una muestra del desconcierto temporal contemporáneo. Para otros intérpretes, nos hallamos frente al intento desesperado de preservar el pasado frente a los riesgos de la aceleración temporal o de la destrucción violenta provocada por guerras y dictaduras. Pero, al decir de Andreas Huyssen, si en los años sesenta y setenta la teoría crítica podía hablar de una suerte de amnesia estructural, desde fines del siglo pasado se habla en cambio de un “exceso de memoria” o de una memoria “saturada”.

En cuanto a la subjetividad, llegamos a la culminación de un periplo que se inicia en el terreno académico con el “retorno del sujeto” en reacción al auge estructuralista: volver a la agencia, a la voluntad frente a la determinación estructural o a una idea de causalidad lineal. En las ciencias sociales ello se manifestó, entre otras dimensiones, en la valorización de la experiencia de los actores, captada por medio de técnicas cualitativas, y en el auge del testimonio. Este último casi se convirtió en sinónimo de experiencia (de quien vivió y de quien fue testigo) al punto de llegar a hablarse de la era del testigo. En la literatura, no solo la profusión de memorias, biografías y autobiografías inundaron el mercado editorial, sino que las “narrativas del yo” permearon las narrativas ficcionales de modos diversos, sobre todo incluyendo la voz del narrador como protagonista privilegiado de la trama. Baste recordar libros como los de Emmanuel Carrère (un personaje desconcertante como Limónov comparte cartel con Carrère como narrador y las dos vidas parecen tener igual valor biográfico) o a El impostor de Javier Cercas, donde la figura del sindicalista Enric Battle se desdibuja en la impostura del escritor Cercas. Ese giro subjetivo se verá complementado (aderezado por o confundido con) otro giro: el giro emotivo, que será analizado en uno de los capítulos iniciales del libro.

Por último, la política, tal vez la dimensión menos presente, sintetizará una serie de inquietudes y tropos del debate reciente: el descrédito de la política tradicional, su impugnación o redefinición por parte de los movimientos sociales, el “giro ontológico” con la distinción entre lo político y la política, el retorno del personalismo carismático.

El texto se organiza en tres secciones. En la primera, de mayor ambición teórica, la autora expone el giro subjetivo y su derivación en el giro afectivo. Es cierto que en este punto es difícil distinguir el alcance copernicano (Kant dixit), la transformación cultural de envergadura y la moda académica. Y ello hace que reflexiones cargadas de ironía que asimilan los giros académicos en las ciencias sociales (el giro lingüístico, ético, ontológico, afectivo, antropocéntrico) a una especie de danza derviche donde el bailarín da vueltas sobre un eje para volver al punto de partida, no suenen del todo desatinadas.1 Especial interés tiene aquí el llamado giro afectivo o el descubrimiento de que “las emociones cuentan”, lo que nos obliga a preguntarnos cuán estrecho es el concepto de racionalidad que acepta ahora la emocionalidad como novedad. Alguien podría decir que, desde la sociología comprensiva, por ejemplo, o desde la etnometodología, el mundo de las emociones o de las pasiones nunca fue segregado o excluido del análisis. Sin embargo, desde la inteligencia emocional hasta la autoayuda, o desde el evidente tránsito del yo pienso al yo siento, o desde los análisis del formato de comunicación en redes sociales, la transformación es notable, incluso para aquellos que no se adhieran a un emocionalismo prediscursivo. En este contexto de la narración y la coloración emocional Arfuch vuelve a exponer con agudeza el alcance de la pasión biográfica y, de interés para filósofos e historiadores, la novedad de la llamada autoficción biográfica. Se abona así el camino para el análisis de las narrativas de la memoria.

La infancia en dictadura como territorio privilegiado de la memoria es el hilo conductor de los diversos corpus que se seleccionan en varios capítulos de la segunda parte. En su momento, la temática de la posmemoria recogió teóricamente estas cuestiones: ¿se recuerda lo vivido o lo que nos han contado?, ¿tiene sentido esta distinción? ¿Quién recuerda, el niño que seguimos siendo, el adulto de hoy? ¿O tenemos que ver con la pieza (ropa) de color que se destaca en el ojo de la lavadora, según la conocida imagen de Koselleck? ¿Puede la categoría de experiencia límite o traumática dar cuenta de infancias que no pueden resumirse en la feliz foto familiar? Varias películas (Infancia clandestina, El premio, Los rubios, Papá Iván, M) dan cuenta de lo que se denomina autoficción, género cercano a la novela donde la marca autobiográfica se diluye en la tercera persona o en otro personaje (p. 83). En otro de los capítulos el corpus seleccionado gira en torno a la narrativa de mujeres cuya infancia se despliega o en la clandestinidad, o en el exilio, o en la aparente normalidad cotidiana de la Argentina de esos años. Esta profusión de testimonios, biografías, relatos de vida, etc., son una muestra también de la entrada al espacio público de múltiples voces, con su propia coloración afectiva y su criterio de autoridad vivencial. Algunos valorarán esta entrada como una inclusión de la pluralidad de voces, como una expansión de la interconectividad, como una expresión de las diferencias, y otros verán en ella una nueva muestra del individualismo, de la primacía de lo subjetivo frente a la solidaridad o la acción colectiva.

Podría decirse que de las víctimas de las violaciones a los derechos humanos y el testimonio en función judicial se avanzó hacia la voz de las subjetividades. Y aquí apareció un nuevo protagonismo: el de la generación posterior. Están en esta categoría los hijos de los militantes y las infancias clandestinas, los hijos del exilio, pero también aquellos que, crecidos en la aparente normalidad familiar, cuestionan el significado de vivir en dictadura. Así, el documental subjetivo (María Inés Roqué, Albertina Carri con Los rubios), la instalación fotográfica en su modalidad de collage o de comparación (la vieja foto familiar contrastada con la actual, la de los sobrevivientes), son muestra de la perseverancia del pasado y de un trabajo de duelo que pretende engarzar la biografía con la memoria del colectivo.

La última parte del trabajo de crítica cultural está dirigida a las representaciones artísticas de la memoria: monumentos y antimonumentos, exposiciones, instalaciones, todas relacionadas con diferentes tipos de violencia reciente. La inquietud estética orienta aquí la pregunta por “cómo mostrar”, es decir cómo interpelar una sensibilidad y una responsabilidad común sin banalizar la experiencia o caer en el efectismo (p. 137). Se trata de un tema que ha sido copiosamente abordado desde la primera guerra mundial (monumentos a los caídos, al soldado desconocido, analizados, entre otros, por R. Koselleck y por la crítica obra de Boltanski). En el caso del pasado violento de las dictaduras latinoamericanas, la obra de Doris Salcedo o de Guillermo Kuitca (ambos analizados por Huyssen) resultaron paradigmáticos de este arte público de la memoria. En esta sección, Arfuch nos introduce a la obra de dos mujeres: la chilena Nury González y la argentina Marga Steinwasser. La obra de ambas aproxima la instalación a la figura del archivo o de la colección de objetos (45 “mesitas de luz”, sillas vacías, ropa dispersa por el piso, diversos objetos aportados por la gente) que configuran experiencias desconcertantes en las que una suerte de objetos fetiche son expuestos, de manera descontextualizada, como símbolos de la subjetividad contemporánea (p. 140). Se trata de poéticas de la memoria que constituyen arte público, no por representarse en lugares abiertos sino por generar o constituir una especie de lugar público para la reflexión y la apropiación de un pasado común (p. 148). En estos casos, son los objetos cotidianos descontextualizados los que operan como eslabones entre la memoria del artista y la memoria colectiva.

El libro nos habla tanto de las diferentes formas de representar el pasado dictatorial (en la literatura, el cine, la instalación), como de los cambios en las formas de aparición de las vidas narradas en el espacio público. Todo ello entraña también deslizamientos y transformaciones en la idea misma de experiencia. Ya no se trata de la denuncia de las violaciones a los derechos humanos o de reivindicación de las víctimas de la violencia estatal. Con el relevo generacional el eje se desliza hacia las marcas o huellas del pasado en la subjetividad. Sin lugar a dudas, los primeros testimonios (en los juicios a las Juntas y en la Comisión de Nunca Más) narraron experiencias de horror que permitieron decantar en una especie de saber del terrorismo de Estado (cómo operaba, lugares, modalidades, responsabilidades, etc.). En un momento posterior, la profusión de biografías, autobiografías y testimonios de los protagonistas de aquellos años también pudieron ser encuadrados en una reconstrucción de los años setenta en Argentina. Tengo la impresión de que las obras surgidas con el giro subjetivo nos dicen más acerca del presente que del pasado reciente. O que forman parte de lo que se ha dado en llamar historiografía poética, en la medida en que es una escritura y reescritura del pasado que opera más como inspiración que como asimilación.2 En cualquier caso, siendo prudentes con los diagnósticos lineales o los vaticinios voluntaristas, nos brindan significativas pistas acerca del futuro de la memoria. Registrar e interpretar esas pistas significa seguir pensando, más allá de los clichés establecidos, la relación entre historia y memoria.

1“Es correcto afirmar que las grandes teorías han desaparecido de nuestro campo: evolucionismo, funcionalismo, culturalismo, estructuralismo, marxismo y otras. Pero es menos evidente que los ‘ismos’ han sido remplazados por los ‘giros’, que han transformado a los investigadores en una suerte de derviches en peligro de sucumbir al vertigo teórico.” Didier Fassin, “The endurance of critique”, en Anthropological Theory, 17 (1) (2017), pp. 429.

2En esta forma de lidiar con el pasado (una entre muchas), esta manera particular de entrar en diálogo con las experiencias de los otros, en la que no es la apropiación -la conversión o traducción de la diferencia en identidad-, sino la fricción -la aceptación de la irreductibilidad de la diferencia y su potencial desestabilizador- Carola Saiegh Dorín, Marisa González de Oleaga y Carolina Meloni González, “Transterradas: la infancia en el exilio”, en Haroldo. Revista del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti (2017).

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