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Historia mexicana

On-line version ISSN 2448-6531Print version ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.71 n.1 Ciudad de México Jul./Sep. 2021  Epub July 02, 2021

https://doi.org/10.24201/hm.v71i1.4314 

Revisión

Estados Unidos y algo más*

Mauricio Tenorio1 

1The University of Chicago, Centro de Investigación y Docencia Económicas


La cosicosa comenzó muy pronto, no bien cumplidos los ocho años de Historia Mexicana (HM); me refiero a “lo gringo” en la revista. En 1959 apareció publicado el artículo “¿Qué significa gringo?” de Charles E. Ronan, sacerdote jesuita que por varias décadas enseñó historia en Loyola University, Chicago.1 El término no derivaba, sostenía Ronan, de la tonada cantada por los soldados estadounidenses durante la guerra contra México (“Green grow the rashes, Oh!”), ni del “griego” del dicho castizo “hablar en griego” (como quien en mexicano afirma “está en chino”). Porque desde el siglo XVII en la península y en Sudamérica se utilizaba “gringo” por extranjero; por tanto, Ronan, sin solucionar el enigma, y sacerdote que era, se apuntó a una solución pancatólica de la etimología -inspirada en el diccionario de Joaquín García Icazbalceta, otro católico-. Ronan sostuvo, pues, que gringo acaso provenía del lema de Irlanda, “Erin go bragh”: “Los irlandeses, como católicos, no tenían que temer persecuciones religiosas en España, y por lo mismo acudían allá muchos […] Erin es nombre antiguo de la isla, y el go bragh significa ‘siempre’. Si pronunciamos las dos primeras palabras del mote eringo, tendremos una muy semejante a gringo”.2 En fin, se trata de un largo e irresuelto dilema. Hay otro igual: sin etimología definitiva, sin cabida en HM, lo gringo ha reinado en la revista.

En efecto, el socorrido cliché -“pobre México, tan lejos de Dios bla bla bla…”-, ha tenido un irónico destino historiográfico: en siete décadas de HM, Estados Unidos ha sido Dios; esto es, está en todas partes, pero no existe.

Sin temor a equivocarme afirmo que Estados Unidos no sólo gana mención sino protagonismo en todos los artículos, notas y reseñas cuya cronología cubra de circa 1770 al presente. No podía ser de otra manera, así fue el pasado. No obstante, el trato más o menos específico de lo gringo en HM se reduce a 4 o 4.5% del total de artículos publicados en 270 números. Y esto siendo la mar de generoso al clasificar Estados Unidos como tema. Así, entre el total de artículos publicados por HM,3 encuentro 71 con tema más o menos gringo. Poco, y la cosa es todavía más parca si se repara en los detalles.

A mi ver, lo gringo aparece en HM en seis modalidades:

  1. Lo gringo cual mobiliario inevitable de las escenas e historias contadas (lo dicho, todos los ensayos que traten de circa 1770 “pa’ ca”). ¿Qué se pierde? Nada y todo. Si se trata de dejar a lo gringo como mobiliario más o menos trascendente de la historia mexicana, nada se pierde. Con el mínimo de datos sacados de un libro de texto o de la consabida imagen del imperialismo gringo basta y sobra. Si se trata de entender qué pasó, por ejemplo, en la Guerra Fría en México y sólo se sacan a cuento los datos mínimos de la política y sociedad estadounidenses para explicar el pasado mexicano, se pierde casi todo. Sería como interpretar la historia de la segunda guerra mundial en Francia leyendo sólo un libro de texto de historia alemana. Entender la complejidad del pasado estadounidense es reentender el pasado mexicano.

  2. Lo gringo como intersección esporádica con la historia mexicana o como la contumacia de creer que lo gringo es asunto exclusivo de la historia diplomática de México (en total 36 artículos).4

  3. Lo gringo como un vértice de triángulos de relaciones con eje México -vgr., Inglaterra, Estados Unidos y México, su petróleo o la Revolución o lo que toque- (un total de 8 artículos).5

  4. Una modalidad con algún antecedente remoto en HM pero que, enhorabuena, ha florecido en las últimas cuatro décadas, a saber, las relaciones más que diplomáticas, culturales, entre lo gringo y México (10 artículos).6

  5. Lo gringo cual sinónimo del tema migración mexicana (13, pero nada sobre la historia chicana).7

  6. La modalidad de historia de Estados Unidos, así, gringo history punto, a lo cual se han dedicado la friolera de 4 artículos en 270 números, en 70 años de total y absoluta integración económica, humana y cultural entre México y Estados Unidos.8

Por lo demás, aunque no es importante, es revelador que más de 40 de los 71 artículos en cuestión no fueron de autoría mexicana.9 En suma, pues, a todos incumbe Estados Unidos, pero ¿a quién le importa?

Éste es el panorama, para mí, desolador. Claro, HM no es mexicana en el sentido que es American la American Historical Review (AHR); es decir, calladamente, con lo de American la revista quiere decir universal, imperial si se quiere: el pasado, todo, desde la profesión histórica estadounidense o desde la ciencia como se debe, profesional y en inglés. The Journal of American History (JAH) o Reviews in American History surgieron con otro criterio: dedicación exclusiva al pasado de la nación-estado Estados Unidos.10 (Es curioso, no fue de AHR sino de JAH de donde por primera vez surgió, en la década de 1990, la iniciativa de internacionalizar y hacer menos parroquial la historia estadounidense).11HM es una revista dedicada a la historia del país, es de y por México. Esto podría sustentarse y a otra cosa mariposa. No: Estados Unidos y México constituyen la historia de un ente siamés cuyos rostros se entrevén, pero dirigen la mirada a otro lado y, sobre todo, no se ven el cuerpo. Así, a pesar de los esfuerzos de Daniel Cosío Villegas, Josefina Zoraida Vázquez y de, más recientemente, Erika Pani, la historia de Estados Unidos no está en los orígenes o estatutos de HM, pero es, y siempre ha sido, parte del job description del oficio de historiador del pasado mexicano. Éste es el reto.

Aquí termina el ensayo “Estados Unidos en Historia Mexicana”.

Inicio otro con un poco de análisis en tres direcciones: a) Estados Unidos y el sentido de HM para caer en b) el porqué, hasta ahora, en verdad casi no hay historia de Estados Unidos en HM y así c) reafirmar el porqué sí y avanzar algo sobre el cómo. Pero antes, lo que en inglés se llama un disclaimer: llegado al último trozo de la carrera, ya se vale decirlo: no lo hice, no logré convertirme en el Americanist que imaginé, en el historiador de temas específicos en una América que yo veía, pero para la cual no había ni hay un campo historiográfico. Me refiero a esa “melcocha” de cosas que involucran las historias nacionales de Estados Unidos, México, Canadá, Iberia, Centroamérica y el Caribe. Malamente me volví un resignado mexicanista, à la mexicaine y à l’américaine, y en un renegado Latin Americanist. Ni modo. Aquí mi consuelo idiota: haber lanzado dos botellas a la “mar océano” del futuro. La primera: el pasado me dictó, y escribí siempre, historias, malas o buenas, quizá, invisibles siempre, con temas algo más que mexicanos o al menos distintamente mexicanos, empeñándome en ver amexicanamente lo mexicano, y mexicanamente la historia de otros países. Ésta no es, claro está, manera de ganar amigos ni en la historiografía mexicana ni en la estadounidense. Pero tuve suerte y quizá tenga más: acaso algún día alguien recoja el mensaje de asfixia, de sollozos desmexicanizantes. Por lo pronto, ninguno de mis libros ha cabido en las reseñas de HM, y no hard feelings whatsoever; como decía el bolero que cantaba el Pirulí, “yo lo comprendo”.12

La segunda botella es, para mí, más importante pero aún más invisible. Como maestro, he procurado desmexicanizar mexicanos, intenté instalar en la visión de mis estudiantes una lente gran angular para descubrir temas no mexicanos o para observar temas mexicanos más allá de la historiografía nacional. En ocasiones, los invité a estudiar historia de Estados Unidos, de Brasil, de España, de Centroamérica, de la India. He apoyado sus carreras como he podido. Ante todo, con la ayuda de mis colegas Americanists, busqué impulsar una perspectiva mexicana de la historia de Estados Unidos. Hice lo que pude por traducir al inglés trabajos de mexicanos, brasileños y españoles. Me he empeñado, acaso sin gran éxito, en enseñar una historia sin nacionalidad, pero con lengua, con voz propia y enraizada en conceptos, fenómenos, que no caben en una historia nacional. No soy quién ha de reportar la derrota o victoria en mi ñoño esfuerzo. Ya se verá. O no. De cualquier forma, mi disclaimer y sus botellitas al mar me dan, si no autoridad, al menos permiso para decir lo siguiente.

Sentidos de Historia Mexicana

Ante todo, HM quiso o quiere decir dedicación a la historia de la nación-estado conocida como México, incluyendo el pasado “nacionalizado” anterior a la creación de dicha nación- estado. Lo cual ha implicado dos sentidos: por un lado, historia del universo de sucesos pasados que hoy delimitamos con la denominación geográfica, cultural y política “México”; por otro, HM tiene el sentido de examen de lo dicho sobre ese pasado, de lo escrito como pasado mexicano. Así, por siete décadas HM ha cubierto temas de historia colonial y nacional, remolinos de tiempo y espacio como la independencia, la Reforma, el porfiriato o la Revolución. Y también ha publicado balances historiográficos, recuentos de lo que llevamos escrito sobre todo eso. En todo ello, debe decirse, HM no ha sido historia escrita sólo por mexicano, sino también y sobre todo por estadounidenses.

Hasta ahora no he dicho nada interesante ni controvertido.

Resta señalar que en estos dos sentidos HM ha sostenido, consciente o inconscientemente, una consustanciación con saberes históricos que no provienen de, as it were, la historia mexicana. Por mucho tiempo, mexicanistas estadounidenses y mexicanos compartían agendas de investigación, leían las mismas fuentes, pero, ante todo, la misma historiografía. David Brading o Edmundo O’Gorman, a la mala o a la buena, dialogaban entre sí y con Lucas Alamán o Prescott o García Icazbalceta. A partir de la década de 1990, creo, las agendas se han separado de dos maneras. Por un lado, la historiografía estadounidense de México se ha alejado de muchas de las preocupaciones historiográficas mexicanas. Y al revés. El caso es que llevamos casi tres décadas de una historia de México escrita para mexicanos y otra para estadounidenses. No es ni bueno ni malo, es. Pero ha llevado a un pasado mexicano para o americano olhar y a otro para mexicanos. Todo bien, excepto por el mutuo ninguneo innecesario e improductivo. Claro, la historiografía estadounidense tout court es una industria cargada de modas cambiantes. No hay que estar al día. ¿Para qué? No creo que tenga que hacerse. Pero sucede que ahora se escriben libros de historia mexicana en inglés para los cuales los documentos en español cuentan, pero no las opiniones escritas en español sobre esos documentos y sus contextos. Para entender X tema mexicano, antes se busca “teoría” en una bengalí de Harvard o Chicago o en un francés o esloveno traducido al inglés, que en algo de O’Gorman, Enrique Florescano o Ariel Rodríguez Kuri. O se escriben libros de historia mexicana en español que sólo citan el mexicanismo gringo accesible en español o ensayos en español que consumen modas gringas traducidas despreocupados de las amplias discusiones y contextos de esas modas. Un despropósito a todas luces.

Por otro lado, la historiografía mexicanista estadounidense, después del apogeo de los años sesenta, acabó volviéndose gueto y alejándose del contexto intelectual de su creación. Las modas y grandes obsesiones se filtran, si tardíamente, al mexicanismo estadounidense, pero no hay dialogo continuo. A pesar de la moda transnacional y global, cada quién cría ganado para su rancho. Alguna historiografía mexicanista, sobre todo de las revoluciones de independencia o de la Nueva España, ha logrado mantenerse en la mesa de las grandes discusiones con historiadores de Estados Unidos, Europa y Asia. Pero poco. Además, ha surgido todo un nuevo campo en Estados Unidos, la historia chicana o latinx o como quiera llamársele, ajena al campo restricto de la migración mexicana a Estados Unidos o del mexicanismo estadounidense. De esto, nada en HM o casi nada en la historia de México en general.

Un tercer sentido de HM ha sido el de ser Historia, con mayúscula, desde México. Tan pronto como el número 2 (1951) de HM se publicó “La reconstrucción histórica” de Manuel Gamio, uno de esos ensayos forjadores y enjundiosos de don Manuel, dedicado éste a explicar qué es la historia. Un año después, José Gaos ensayó en HM el qué de la historia -su ser y su quehacer- desde México al examinar las nociones de América e Historia en Edmundo O’Gorman -en 1951 había sido publicado La idea del descubrimiento de América: historia de esa interpretación y crítica de sus fundamentos de O’Gorman-. Y en el mismo número, Emilio Uranga hacía un ejercicio de Historia cual esencia del ethos nacional, manía entonces viral; cosas como: “Parece que nuestro carácter es el de un ciclotímico, el de un maníaco-depresivo, que a instantes de euforia y de contento hace seguir momentos de desesperanza y melancolía. Pero en verdad nuestro carácter nada tiene de ciclotímico y sí más bien de esquizoide [sic]…”. Y en 1960, HM publicó la ponencia que Luis Villoro presentó en el II Congreso de Historiadores de los Estados Unidos y México, reunido en Austin, Texas, en noviembre de 1958. Como he contado en algún lado, antes de que estos congresos se volvieran ghettogethers de mexicanistas estadounidenses y mexicanos, se intentó el diálogo de historiografías. Así, en 1950 la sesión “La tarea del historiador desde la perspectiva de México y Estados Unidos” corrió a cargo de Villoro y de Arthur P. Whitaker, pionero del latinoamericanismo gringo, historiador muy influenciado por la idea de frontier, educado como Americanist en Harvard por Frederick Jackson Turner y Samuel Eliot Morison, y luego asesor del Departamento de Estado para cuestiones latinoamericanas. HM no publicó la perspectiva estadounidense de la tarea del historiador, pero sí la mexicana, la de Villoro. “La historiografía americana [nuevomundista]”, decía Villoro, “parte de la perplejidad ante la existencia inusitada de algo que no cabe fácilmente en el mundo hasta entonces conocido; consiste en la faena de transformar en razonable lo insólito, de volver hogareño y familiar lo inhóspito y extraño”.13 Historia, pues, con mayúscula, desde México. A cuenta gotas, pero HM ha mantenido su sentido de Historia desde México, sobre todo gracias a la influencia de Guillermo Zermeño.

A partir de la década de 1990, HM ha adquirido, al last, un consciente sentido de historia de México en el mundo, giro que doy por muy bienvenido. En 1991, al cumplir cuatro décadas HM, su entonces directora, Clara E. Lida, afirmaba: “hemos introducido algunas novedades, tales como la creación de una nueva sección que estimule el debate académico, la apertura a la historia comparada que sitúe a México en su hábitat histórico por antonomasia: Latinoamérica […]”. Para 2001, Javier Garciadiego daba en HM, no sé si por bienvenida, pero al menos por hecho que otras revistas habían girado la mirada al mundo: “En términos historiográficos, estas revistas muestran el tránsito del interés por lo regional al interés por lo internacional […]. Obvio, en tiempos de globalización resulta conveniente conocer el mundo”. Y metía en la “posmodernidad” a las muy endinas: “puede llamársele el momento de las revistas ‘posmodernas’: Eslabones, 1991; Historia y Grafía, 1993; Perspectivas Históricas, 1998; Signos Históricos, al año siguiente, y por último Istor, de 2000”. Pero en el mismo número, Jean Meyer, director de Istor, ponía en claro el reto perenne, nada posmoderno: “Lucharemos contra el nacionalismo intelectual y contra el tribalismo profesional que lleva a una terrible miopía y a la perdida de curiosidad”.14

Así, muy poco a poco HM ha ampliado su mirada al mundo y así las recientes discusiones mundiales sobre historia trasnacional, historias conectadas, historias cruzadas, historia global, irán encontrando eco en HM.15 No soy de la idea de que HM o los historiadores mexicanos hayan de montarse al corcel de cualquiera de estas nuevas escuelas; lo que sostengo es que ya no es aceptable una historia sólo y exclusivamente mexicana.

En suma, excepto en este último sentido, podría decirse que HM, cual su nombre y sus sentidos lo indican, no tenía ni tiene que ocuparse de la historia de Estados Unidos. Es más, podría argüirse que, cargando con tal nombre, lo gringo debe darse por bien servido en HM. Pero, repito, hay un pecado de “nacencia” en las historias de estos lares: cualquier historia mexicana es American history, no es una opción. Al revés también, y ya me he echado mis pleitos al respecto con mis colegas Americanists. La estadounidense es historia de, desde, para y gracias a México. Y al revés. Lo he escrito varias veces, pero lo repito: ¿qué tema de historia moderna mexicana puede ser escrito sin considerar a Estados Unidos? Lo hacemos: lo gringo está en todos nuestros temas, pero sin interlocutores, sin escuchar o debatir con la historia estadounidense.

Por qué no

Desde que los tiempos son nacionales, el monstruo, Estados Unidos, ha sido evocado en México y el resto del continente, pero ha sido poco estudiado fuera de Estados Unidos. Varios proyectos crecieron en México con esta labor aparentemente obvia y necesaria. En El Colegio de México, Daniel Cosío Villegas fue promotor entusiasta del estudio de las relaciones internacionales y de Estados Unidos. De ahí que contemos con Estudios de Asia y África, una de las pocas publicaciones en español en que se discute historia de China, Japón y la India, y con Foro Internacional (que acabó decantándose por la política exterior mexicana). En la Universidad Nacional Autónoma de México, durante la década de 1960, surgió un pequeño centro de estudios de Estados Unidos que publicó una noble revista anual, pionera de los estudios mexicanos de Estados Unidos, Anglia (1968-1974). La UNAM abandonó su centro y no hubo en México otros lugares donde se pudiera estudiar algo de Estados Unidos. En 1988 la UNAM reinició el esfuerzo, primero con el Programa Universitario de Investigación sobre Estados Unidos de América, cuna del Centro de Investigaciones sobre Estados Unidos de América (CISEUA). Con el NAFTA aquello acabó en el actual Centro de Investigaciones sobre América del Norte (CISAN), que publica dos revistas más o menos dedicadas a Estados Unidos: Norteamérica (2006-) -que edita en inglés y español, sobre todo temas políticos y sociales con temporáneos, aunque ahí la voz histórica de José Luis Orozco ha mantenido una de las poquísimas perspectivas históricas mexicanas de Estados Unidos- y Voices of Mexico (1986-), una revista (en inglés) de difusión de México y de temas México-estadounidenses.16

Por su parte, el Centro de Investigación y Docencia Económicas creó en 1979 el Instituto de Estados Unidos; la idea original vino de Fernando Fajnzylber, Bernardo Sepúlveda y Luis Maira. Pronto el proyecto empezó a publicar la Carta mensual. Estados Unidos, perspectiva latinoamericana (desde agosto de 1976). La Carta pronto se acompañó de la publicación de Cuadernos semestrales; ambas publicaciones dedicadas al conocimiento de la política interna, exterior y económica de Estados Unidos, muy influenciados por el pensamiento de la CEPAL, el antiimperialismo dependientista. El centro del CIDE fue descontinuado en 1990; Carlos Bazdresch, entonces director del CIDE, consideró al Instituto un “centro soviético” de estudios de Estados Unidos y lo cerró. Algo había de eso, pero no había ni hay muchas más instituciones en México que estudien a Estados Unidos, y menos su historia.

En 1982 se creó El Colegio de la Frontera Norte, que se ha consolidado como un verdadero centro, no sólo mexicano, de estudios de la frontera y la migración (con revistas como Frontera Norte, Migraciones Internacionales y Encartes). Más recientemente, Istor, revista de historia internacional, ha dedicado algunos números a la historia de Estados Unidos. Todos estos esfuerzos deben ser considerados en la misma línea de lo trazado por don Daniel Cosío Villegas, Josefina Z. Vázquez, Juan Ortega y Medina, José Luis Orozco y Erika Pani; esfuerzos que, desafortunadamente, no han tenido el eco necesario. En fin, poco, y poco menos que se espera.

¿A qué se debe el desdén? Al nacionalismo, claro, en varias presentaciones: nacionalismo ontológico, es decir, así estamos “formateados” los historiadores en Estados Unidos o en México, desde nuestro vínculo indisoluble con la creación de las naciones en el siglo XIX. Y más cargadas las tintas entre dos naciones creadas una con la idea de que era o es, se trataba de ser, justo la que la otra no era o es. Y además con guerra entre ambas naciones, con infamias que relatar. Es decir, el antimexicanismo es tan esencial al nacionalismo estadounidense como el antiamericanismo lo es al mexicano, como lo ha mostrado el renacer nacionalista y la elección de Donald Trump. No es excepcional, es lo mismo que el nacionalismo español vs. el catalán o el francés, o el nacionalismo polaco vs. el ruso o el alemán. Las cosas cambian poco y muy lentamente, y los verdaderos cambios de mirada no se guían por los buenos o malos deseos de los historiadores. Tuvieron que suceder cosas como dos guerras mundiales y una Unión Europea para que las historiografías nacionalistas alemana, francesa y española reencontraran el proyecto ilustrado de “la historia de Europa”, donde han cabido varias historiografías nacionales y nacionalistas sin necesidad de desdenes y ninguneos. Entre Estados Unidos y México, los historiadores podemos elucubrar lo que queramos, las cosas no cambiarán mucho hasta que lo evidente sea conciencia pública de época. Me refiero a lo obvio: en la región norteamericana cohabitan, peligrosamente, en una larga historia en común, varios nacionalismos cuya inconsciencia de esa historia común hace más peligrosa la cohabitación. Poco podemos hacer los historiadores, excepto no seguirle echando leña al fuego.

Nacionalismo metodológico, que es más nuevo y enredado. Sencillamente, todo el tinglado institucional para escribir historia profesional implica, por necesidad y por riñones, innumerables formas de nacionalismo. De los mexicanos, en general, el mundo espera que hablen de México o de la cuestión étnica mexicana en Estados Unidos, no de la Historia (con mayúscula) o de historia de Estados Unidos. De los historiadores mexicanistas estadounidenses se espera que enseñen el colectivo, a veces utópico, a veces meramente racial, América Latina, pero no que se asuman como los encargados de otra forma de historia de Estados Unidos. La profesionalización de la historia, además, nos ha llevado a temas muy delimitados: toda una vida dedicada a Carranza y la revolución mexicana o al porfiriato y los científicos. Lo cual se entiende, es lo que exige la investigación seria de los temas; el problema es que el nacionalismo metodológico también exige ojeras: discutir con la misma poca gente sobre los mismos temas. Además, está el problema de la lengua y el nacionalismo metodológico virado en universalismo intelectual. Veamos.

La lengua, cualquiera diría, no debería ser un problema ni para historiadores mexicanos -se asume que un doctorado obvia el conocimiento del inglés- ni para historiadores mexicanistas estadounidenses -cuyos documentos están en español-.¿Cuál es el problema? Bueno que en realidad la lengua es un gran enigma. Empecemos porque, a pesar del predominio del inglés en las ciencias y humanidades, la historia, de cualquier lugar, por ser storytelling, es conocimiento que se sigue y se seguirá escribiendo en vernácula, además de en inglés. La lengua ya no es importante para un matemático o un biólogo alemán, mexicano o japonés. Para un historiador sí. Y resulta que cada vez más la historia mexicana escrita en inglés no tiene muchos interlocutores en español; y la historia mexicana escrita en español, en general, suele cubrir lo básico en inglés del tema en cuestión, pero poco más, a menos que existan traducciones. Y de la historia de Estados Unidos se traduce poco o nada. A su vez, de historia mexicana o española o peruana se traduce casi nada al inglés -a don Edmundo nadie le tradujo Invention of America, él la reescribió en inglés-. Es decir, entre los que hoy hacen historia “latinoamericana” en Estados Unidos, se prodigan las citas de Ángel Rama o Alberto Flores Galindo o Néstor García Canclini porque han sido traducidos. En inglés, a nadie se le ocurriría hablar, por ejemplo, de la historia de la ciudadanía en México citando a Fernando Escalante, porque no está traducido: es decir, o no existe o si existe aún no es importante porque no está en inglés. Y una historiadora mexicana que escriba sobre, un decir, afromexicanos en Guerrero en el siglo XIX, citará los trabajos en inglés sobre el tema, pero, en general, no parecerá entender que ya escribe en inglés con el tema “afromexicanos”, que ya entró al partido en el minuto 80 y no sabe ni el marcador, ni las posiciones, ni las jugadas. Sin saber nada de Alabama, estará haciendo Alabama en Guerrero, casi sin querer, porque no se espera que sepa nadar en el nacionalismo metodológico virado en universalismo intelectual, porque eso es historia de Estados Unidos, y nada está traducido ni discutido en el contexto mexicano. La hegemonía del inglés académico estadounidense, escribe Fernando Escalante, as it happens in English, significa “the dominance of certain views, methods, theories, and a bias in the conversation of the academic community that goes largely unnoticed”.17

En efecto, el inglés cual lengua franca de las humanidades y las ciencias sociales ha hecho de lo que no es más que un nacionalismo metodológico un universal intelectual. Así, sin saber nada de los orígenes y contextos de los conceptos, cuando decimos, con gusto o con asco, “agencia”, “empoderamiento”, “intersticios”, “problematizar”, “resiliencia”, “poscolonial”, “subalterno”, “discursos”, “comunidad”, “gobernanza”… estamos compartiendo un nacionalismo metodológico sin darnos cuenta. Y qué decir cuando uno, como mexicano, escribe en inglés y del tema raza. Si en inglés, es casi imposible hablar de raza sin que sea un hablar en gringo. Otro ejemplo, en 1960 Frank Tannenbaum publicó en HM “Lázaro Cárdenas”; Tannenbaum decía:

Algo hay en Cárdenas del antiguo demócrata jeffersoniano. La gran ciudad no le interesa en realidad. Recuerdo que un día, habiéndole hecho observar que los militares adjuntos a su servicio parecían tener mayor integridad y más exacto sentido de la nación que muchos de sus acompañantes civiles, me contestó: “Es completamente natural. El militar procede del campo, donde todo es sano, mientras que los civiles vienen de la ciudad, en la cual todo está corrompido.18

Repare el lector en el párrafo y conteste: ¿dónde ganaba su sentido el comentario, en la historia del populismo estadounidense o en la del mexicano?

Debido a todo ello, se crea la ilusión óptica de que en realidad no estudiamos historia de Estados Unidos porque ya la sabemos. O sabemos lo que tenemos que saber sobre el monstruo, tal cual está instalado en el default definition de nuestra nacionalidad y nuestra profesión. Y como, además, poco o nada de la productivísima historiografía sobre Estados Unidos es traducido, enseñado, en México, entonces nos confirmamos en la creencia de lo que ya sabemos. El problema es que, por un lado, sabemos, reproducimos, mucho más de lo que nos damos cuenta y, por otro, sabemos poca cosa cierta de los mil y un entreveros del pasado de lo que hoy conocemos como Estados Unidos. Pero no hay problema, alguna joven historiadora mexicana se fascinará por la historia de Estados Unidos, la estudiará, encontrará su camino, seguramente no en México, no publicará en HM, pero hallará alguna revista estadounidense donde publicar, y podrá leer la inmensa biblioteca del pasado estadounidense muy quitada de la pena.

Sin embargo, si no hacemos de la historia mexicana una versión de la historia estadounidense y al revés, no saldremos de la historia de un pasado ya pasado; hoy, el pasado vivo, el que explica estos presentes injustos, complicados, enredados, pero comunes, entre Estados Unidos y México, aún no tiene historia.

Cómo

Ojalá en un próximo cumpleaños HM reporte avances en este frente. Repito, no creo que la revista debiera cubrir Estados Unidos como cubre México, ni siquiera como cubre España. Creo simplemente que debe ayudar a que la historia mexicana salga del armario: es y siempre ha sido tan gringa como mexicana. Por no dejar las cosas en sueños guajiros, respetuosamente avanzo unas cuantas sugerencias sobre el cómo, aunque no ignore que HM ni invita ni recibe consejos de “fueras” del reino.

Reseñas. Como la revista de historia más importante de México, HM tendría que cumplir un papel más activo en dar a conocer la historia estadounidense por medio de reseñas. Hasta ahora, el panorama es yermo.19HM podría, creo, dar noticia, presentar al mundo de habla hispana libros y debates de historia estadounidense, no sólo de relaciones México-Estados Unidos. Difundir, pues, lecturas mexicanas o en español del pasado estadounidense. The American Historical Review incluye reseñas de historiografía en general y de historia de varias partes del mundo. Por supuesto que HM no debe o no puede cubrir tanto, pero, hombre, no hay que ser… no es opción: indispensables la sección “Estados Unidos/Canadá” y la sección “Centroamérica y Caribe”.

Debates. No tenemos una masa crítica de mexicanos o de gente que en español escriba historia de Estados Unidos. Empecemos por algo más sencillo. HM puede inaugurar una sección de debates “entre historias”. Nada de congresos, ésos cuestan mucho y “aluzan” poco; mejor optar por simples diálogos entre historiado res dedicados a México e historiadores dedicados a Estados Unidos y Canadá. Cada debate con un tema, sostenido vía correos electrónicos que luego pueden ser editados, corregidos, traducidos y anotados con sus pies de página y bibliografía. Por ejemplo: “Debate entre historias” con el tema que se dio en el II Congreso de Historiadores de los Estados Unidos y México en 1958, “La tarea del historiador”; así, confrontar a calzón quitado los mutuos problemas institucionales, los mutuos provincialismos, las grandes corrientes y temáticas. O “Debate entre historias” sobre el tema “Raza”, o “Ley e historia: legal history vs historia del derecho”, o “Environment vs. Medio ambiente”, o “Capitalism: mine or your cronyism”, o “Mestizaje vs. Miscegenation”, o “México, Estados Unidos vs. Mexican-American History”.

Bajo pedido. HM podría encargar ensayos seleccionando las temáticas de historia estadounidense que juzgue importante discutir en español. Por ejemplo, que es relevante entender en estos momentos la importancia del New Deal o la transformación de la larga historia del populismo estadounidense, pues entonces pedir a Ira Katznelson y a Charles Postel un ensayo o pedirles que respondan a un cuestionario.20 Se traduce el ensayo, se le anota mexicanamente, y así vamos abriendo brecha.

En fin, después de lo dicho, mis propuestas resultan muy poca cosa, pero creo que ayudarían a servir mejor a la Historia, “contimás” a la mexicana.

1Charles E. Ronan, “¿Qué significa gringo?” (32), 1959, pp. 549-556.

2Charles E. Ronan, “¿Qué significa gringo?” (32), 1959, p. 556. Lamentablemente ni Yakov Malkiel ni Leo Spitzer le hincaron el diente al término; Joan Coromines se apunta a la teoría del “griego” (Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana, Berna, Francke, 1954). Véase Katherine Ward Parmelee, “Gringo”, en The Romanic Review, 9 (1918), pp. 108-110; y Victoriano Salado Álvarez, Minucias del lenguaje, México, Secretaría de Educación Pública, 1957, pp. 144-145 -don Victoriano creía que cada país tiene su gringo. Nada más cierto.

3Cifra que calculo, a ojo de buen cubero, en 1620 (a seis artículos por número).

4En esta modalidad es la guerra (1846-1848) lo que trae a cuento a Estados Unidos; asunto que debutó en HM en el número 2 -José Bravo Ugarte, “La guerra a México de Estados Unidos (1846-1848)” (2), 1951, pp. 185-226; continuó el tema Frank A. Knapp con ensayos que alargan, para atrás y para adelante, el tema de la guerra: “Preludios de la perdida de California” (14), 1954, pp. 235-249; “Edward Lee Plumb, amigo de México” (21), 1956, pp. 9-23, ensayo que resalta el papel de Plumb en la guerra y después, como inversionista e intermediario político y comercial, antes y durante el porfiriato; “John Quincy Adams, ¿defensor de México?” (25), 1957, pp. 116-123 -que estudia el papel aparentemente antianexionista del republicano y antiesclavista J. Q. Adams, pero demuestra que amigo, amigo, no fue-. Fuera de HM, Knapp publicó uno de los pocos trabajos de “historias paralelas” en sentido estricto, “Two Contemporary Historians: José María Iglesias and Hubert Howe Bancroft”, en Pacific Historical Review, 20: 1 (1951), pp. 25-29. Pero sin duda ha sido Josefina Zoraida Vázquez quien ha sostenido en HM el tema Estados Unidos-Texas-la guerra: “La supuesta República del Río Grande” (141), 1986, pp. 49-80, donde se prueba que la famosa República nunca fue un plan concreto sino mera propaganda texana; “Presentación. Un tema arrinconado, por la historiografía mexicana” (168), 1993, pp. 827-835 (el tema arrinconado es la historia de Texas que, passe Vito Alessio Robles, no había sido del gusto mexicano); “Presentación. A 150 años de una guerra costosa” (186), 1997, pp. 257-259. Sobre Texas y los antecedentes de la guerra: Horace V. Harrison, “Los federalistas de 1839-40 y sus tanteos diplomáticos en Texas” (23), 1957, pp. 321-349. La mezcla de Civil War y guerra de intervención en México ha sido otro eje del estudio de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y México; Richard Blaine McCornack se encargó del tema con varios ensayos: “Un amigo de México” (4), 1952, pp. 547-570, que trata sobre el papel de John T. Pickett, el filibustero sureño que participó en el ejército del nacionalista húngaro Kossuth y en la expedición de Narciso López a Cuba, y que trabajó para la diplomacia confederada en México -tema también de José Fuentes Mares, “La misión de Mr. Pickett” (44), 1962, pp. 487-518; mismo asunto que Richard Blaine McCornack trata en “Los Estados Confederados y México” (15), 1955, pp. 337-352; y Richard Blaine McCornack, “Juárez y la armada norteamericana” (24), 1957, pp. 493-509; finalmente, el reciente ensayo: Lean Sweeney, “Sobre su cadáver: diplomacia entre México y Estados Unidos, y la ejecución de Maximiliano de Habsburgo en México, 19 de junio de 1867” (272), 2019, pp. 163-1696. Estados Unidos y el porfiriato: Richard Blaine McCornack, “Porfirio Díaz en la frontera texana, 1875-1877” (19), 1956, pp. 373-410 (que concluye que ni el presidente Grant ni Hayes ayudaron a Díaz en la frontera norte en 1876); el mismo tema de Daniel Cosío Villegas, “Enlace y moraleja” (20), 1956, pp. 506-527, que fue la primera entrega de Estados Unidos contra Porfirio Díaz de don Daniel (México, Hermes, 1956). Creo que Cosío Villegas hizo una lectura somera y errada de las consecuencias, para Estados Unidos, México y el continente, del conflicto Hayes-Tilden en la importantísima elección presidencial de 1876. Finalmente, Chester C. Kaiser, “México en la Primera Conferencia Panamericana” (41), 1961, pp. 56-80. El tema económico y lo gringo ha merecido: Chester C. Kaiser, “J. W. Foster y el desarrollo económico de México” (25), 1957, pp. 60-79; David M. Pletcher, “México, campo de inversiones norteamericanas: 1867-1880” (8), 1953, pp. 564-574; Mario Cerutti, “Guerra y comercio en torno al río Bravo (1855-1867). Línea fronteriza, espacio económico común” (158), 1990, pp. 217-297; y, más recientemente, con un tema del siglo XX, Isabel Avella Alaminos, Anabel Hernández Romero, “La comercialización de petróleo entre México y Estados Unidos en el marco del Tratado de 1942” (268), 2018, pp. 1725-1778. La Revolución y lo gringo ha sido tema muy socorrido: Edward M. Heiliger, “La Revolución mexicana en la prensa de lengua inglesa, 1910-1952” (11), 1954, pp. 451-472; John P. Harrison, “Un análisis norteamericano de la Revolución mexicana en 1913” (20), 1956, pp. 598-618; Mario Gill, “Turner, Flores Magón y los filibusteros” (20), 1956, pp. 642-663; John P. Harrison, “Henry Lane Wilson, el trágico de la decena” (23), 1957, pp. 374-405; Jorge Flores D., “Carlos Pereyra y el embajador Wilson” (29), 1958, pp. 95-121; Marco Antonio Samaniego López, “El norte revolucionario. Diferencias regionales y sus paradojas en la relación con Estados Unidos” (238), 2010, pp. 961-1018; James W. Harper, “Hugh Lenox Scott y la diplomacia de los Estados Unidos hacia la revolución mexicana” (107), 1978, pp. 427-445 (un artículo con gran conocimiento de las contradicciones internas en Estados Unidos ante la Revolución, y el papel de Scott como negociador y, por un rato, villista; ensayo que sigue los pasos de William Appleman, The Tragedy of American Diplomacy, Cleveland, World Pub. Co., 1959); María Eugenia López de Roux, “Relaciones mexicano-norteamericanas (1917-1918)” (55), 1965, pp. 445 468; Berta Ulloa, “Las relaciones mexicano-norteamericanas 1910-1911” (57), 1965, pp. 25-46; Robert Freeman Smith, “Estados Unidos y las reformas de la Revolución Mexicana, 1915-1928” (74), 1969, pp. 189-227; James J. Horn, “El embajador Sheffield contra el presidente Calles” (78), 1970, pp. 265-284; E. James Hindman, “¿Confusión o conspiración?: Estados Unidos frente a Obregón” (98), 1975, pp. 271-301; James W. Harper, “Hugh Lenox Scott y la diplomacia de los Estados Unidos hacia la Revolución mexicana” (107), 1978, pp. 427-445; Lawrence Douglas Taylor Hansen, “¿Charlatán o filibustero peligroso? El papel de Richard ‘Dick’ Ferris en la revuelta magonista de 1911 en Baja California” (176), 1995, pp. 581-616. Y algunas visiones generales: T. H. Reynolds, “México y los Estados Unidos: 1821 1951” (7), 1953, pp. 412-420; César Sepúlveda, “Sobre reclamaciones de norteamericanos a México” (42), 1961, pp. 180-206.

5Inicia las triangulaciones en HM Walter V. Scholes, “Los Estados Unidos, México y América Central en 1909” (40), 1961, pp. 613-627; las continúa John E. Dougherty, “México, manzana de discordia entre Gran Bretaña y Estados Unidos” (74), 1969, pp. 159-188; y regresa Walter Scholes, con Marie V. Scholes, con “Gran Bretaña, los Estados Unidos y el no reconocimiento de Obregón” (75), 1970, pp. 388-396; la triangulación inglesa es continuada por Lorenzo Meyer, “La Revolución Mexicana y las potencias anglosajonas. El final de la confrontación y el principio de la negociación, 1925-1927” (134), 1984, pp. 300-352; y, con gran tino, Paolo Riguzzi, “México, Estados Unidos y Gran Bretaña, 1867-1910: una difícil relación triangular” (163), 1992, pp. 365-436. Con España como parte del ménage à trois: James W. Cortada, “España y Estados Unidos ante la cuestión mexicana: 1855-1868” (107), 1978, pp. 387-426. Finalmente: Teresa Maya Sotomayor, “Estados Unidos y el panamericanismo, el caso de la I Conferencia Internacional Americana (1889-1890)” (180), 1996, pp. 759-781; y Paolo Riguzzi y Francesco Gerali, “Los veneros del emperador. Impulso petrolero global, intereses y política del petróleo en México durante el Segundo Imperio, 1863-1867” (258), 2015, pp. 747-808.

6Las cuestiones más que diplomáticas tardan en entrar a HM. Fue pionero un ensayo sobre las dedicatorias de libros de William Prescott, el primer gran historiador moderno de las conquistas de México y Perú, e interlocutor de intelectuales mexicanos: Harvey Gardiner, “Prescott obsequia sus libros” (31), 1959, pp. 301 324. Pasan muchos años para que Deborah Baldwin publique su ensayo sobre el papel de las misiones protestantes en México “Diplomacia cultural: escuelas misionales protestantes en México” (142), 1986, pp. 287-322. En 2004, Pedro L. San Miguel publica un controvertido ensayo sobre historiografía mexicana que en realidad es un análisis de cómo hacen historia los gringos: “La representación del atraso: México en la historiografía estadounidense” (211), 2004, pp. 745-796. El ensayo, claro está, ganó la respuesta de Sandra Kuntz Ficker, que debatió con San Miguel sobre la validez de la historia económica a l’américaine: “Sobre el ruido y las nueces. Comentarios al artículo ‘La representación del atraso: México en la historiografía estadounidense’” (212), 2004, pp. 959-988. En esta modalidad cabe un interesantísimo y pionero ensayo de John Koegel sobre las estancias neoyorquinas de los músicos cubanos Ignacio Cervantes, “considerado el compositor nacional cubano del siglo XIX”, y Emilio Agramonte, y de los mexicanos Carlos Curti y Miguel Lerdo de Tejada: “Compositores mexicanos y cubanos en Nueva York, c. 1880-1920” (222), 2006, pp. 533-612; un ensayo sobre música, que se acompaña de otro de 1951, de Emma Cosío Villegas, sobre la Sociedad Filarmónica y la ópera a mediados del siglo XIX -two to tango en 270 números de HM-, Emma Cosío Villegas, “Un viejo ariete musical” (2), 1951, pp. 302-310. Alicia Azuela de la Cueva estudia el libro del más influyente interprete estadounidense de la Revolución, Frank Tannenbaum, y las ilustraciones de Miguel Covarrubias, “Peace by Revolution: una aproximación léxico-visual al México revolucionario” (224), 2007, pp. 1263-1307. Guillermo Palacio, quizá el único historiador que ha logrado publicar un libro entero, por entregas, en HM, se lanzó con una saga de estudios sobre arqueólogos bostonianos y el pasado maya en Yucatán, trabajos llenos de detalles de la historia intelectual estadounidense, con personajes tan enigmáticos como la pintora y arqueóloga de origen inglés Adela Breton: Guillermo Palacios, “Los ‘Bostonians’, Yucatán y los primeros rumbos de la arqueología americanista estadounidense, 1875-1894” (245), 2012, pp. 105-193; “El cónsul Thompson, los ‘Bostonians’ y la formación de la galaxia Chichén, 1893-1904” (257), 2015, pp. 167-288; “El dragado del cenote sagrado de Chichén Itzá 1904-c. 1914” (266), 2017, pp. 659-740. Finalizan la lista tres trabajos realmente pioneros en HM, que hablan de la reciente apertura de la revista a visiones más amplias sobre el significado de lo gringo y lo mexicano: Ariela Katz Gugenheim, “Las relaciones entre los judíos de México y de Estados Unidos. El Comité Mexicano Contra el Racismo” (246), 2012, pp. 795-858; Jorge E. Delgadillo Núñez, “La esclavitud, la abolición y los afrodescendientes: memoria histórica y construcción de identidades en la prensa mexicana, 1840-1860” (274), 2019, pp. 743-788; Celso Thomas Castilho, “La Cabaña del Tío Tom (Uncle Tom’s Cabin), la esclavitud atlántica y representaciones de la negritud en la esfera pública en la Ciudad de México de mediados del siglo XIX” (274), 2019, pp. 789-836; y Elisa Servín, “La experiencia mexicana de Charles Wright Mills” (276), 2020, pp. 1729. Este último ensayo resalta la relación de Wright Mills con Carlos Fuentes, Enrique González Pedrero, Pablo González Casanova, Víctor Flores Olea y Jaime García Terrés en el contexto de la revolución cubana, y la importancia de esta relación en la visión de Wright Mills del intelectual revolucionario en la “nueva” izquierda de Estados Unidos. C. Wright Mills nunca hablo alemán -sus traducciones de Max Weber eran en realidad de Hans Gerth- ni español, ganó en Carlos Fuentes un intermediario para volverse, antes que Noam Chomsky, en el gringo preferido de la izquierda latinoamericana, con la traducción y publicación, en 1961, de su Escucha yanqui (México, Fondo de Cultura Económica), libro que ha sido reeditado en 2020 por el Fondo de Cultura Económica, porque, seguro, nos hacía mucha falta.

7El tema de la migración mexicana a Estados Unidos se abre tarde en HM, pero se abre; lo inicia un lúcido estado de la cuestión de Arthur F. Corwin, “Historia de la emigración mexicana, 1900-1970. Literatura e investigación” (86), 1972, pp. 188-220. HM mantiene más o menos vivo el tema en la década de 1970 con: Abraham Hoffman, “El cierre de la puerta trasera norteamericana: restricción de la inmigración mexicana” (99), 1976, pp. 403-422; Lawrence A. Cardoso, “La repatriación de braceros en época de Obregón: 1920-1923” (104), 1977, pp. 576-595; Harvey Levenstein, “Sindicalismo norteamericano, braceros y ‘espaldas mojadas’” (110), 1978, pp. 153-184. En la década de 1980, cuando el tema florece en grande en la historiografía estadounidense, HM publica un artículo sobre el tema: Camille Guerin-Gonzáles, “Repatriación de familias inmigrantes mexicanas durante la Gran Depresión” (138), 1985, pp. 241-274. A partir de 1992, el tema florece: primero, con un excelente ensayo demográfico sobre matrimonios en Texas que, desgraciadamente, no rompe el tabú: miscegenation, Myron P. Gutmann, Kristine Hopkins, Kenneth H. Fliess, “Matrimonio y migración en la frontera: patrones de nupcialidad en Texas, 1850-1910” (165), 1992, pp. 45-76; el artículo no dice nada de lo que la historiografía estadounidense llama “interracial relations”. Normal, el tema ha sido tabú hasta muy recientemente (Peggy Pascoe, What Comes Naturally: Miscegenation Law and the Making of Race in America, Nueva York, Oxford University Press, 2009; Mark Brilliant, The Color of America Has Changed: How Racial Diversity Shaped Civil Rights Reform in California, 1941-1978, Nueva York, Oxford University Press, 2010; y John D. Smith, Racial Determinism and the Fear of Miscegenation, Pre-1900, Nueva York, Garland Pub., 1993). A partir de ahí, en HM ha cargado con tan importante tema Fernando Saúl Alanís Enciso, con excelentes y abundantes estudios: “Los extranjeros en México, la inmigración y el gobierno: ¿tolerancia o intolerancia religiosa?, 1821-1830” (179), 1996, pp. 539-566; “Manuel Gamio: el inicio de las investigaciones sobre la inmigración mexicana a Estados Unidos” (208), 2003, pp. 979-1020 -tema también de Patricia Arias y Jorge Durand, “Visiones y versiones pioneras de la migración mexicana. Manuel Gamio, Robert Redfield y Paul S. Taylor” (242), 2011, pp. 589-641; Fernando Saúl Alanís Enciso, “De factores de inestabilidad nacional a elementos de consolidación del Estado pos-revolucionario: los exiliados mexicanos en Estados Unidos, 1929-1933” (216), 2005, pp. 1155-1205; “‘Vámonos pa’ México’: La comunidad mexicana en Estados Unidos y la conscripción militar durante la primera guerra mundial, 1917-1918” (238), 2010, pp. 897-960; y “Mexicanos procedentes de Estados Unidos en el sistema de riego, 1930 1933” (256), 2015, pp. 1667-1728. Y también: Myron P. Gutmann, Robert McCaa, Rodolfo Gutiérrez-Montes, Brian Gratton, “Los efectos demográficos de la revolución mexicana en Estados Unidos” (197), 2000, pp. 145-165, artículo que desmiente el mito de la gran emigración mexicana durante la Revolución.

8En toda la trayectoria de HM se han publicado tres ensayos dedicados, sin más, a la historia de Estados Unidos. El primero fue de Robert W. Johannsen y al parecer trataba de México, de la guerra con México, pero en realidad fue un estudio de lo que la guerra significó en el mainstream del pensamiento estadounidense, de Ralph Waldo Emerson a Walt Whitman, “La joven América y la guerra con México” (186), 1997, pp. 261-284; Theresa Alfaro-Velcamp, “Buenos y malos extranjeros: la formación de clases como perspectiva ante las admisiones y exclusiones en la política migratoria de Estados Unidos en el siglo XX” (252), 2014, pp. 1709-1760, que sigue la senda, aunque no lo cite, del importante trabajo de Roger Smith: legal history, aplicada a la definición de la identidad estadounidense vía leyes migratorias y de nacionalización (Roger M. Smith, Civic Ideals: Conflicting Visions of Citizenship in U.S. History, New Haven, Yale University Press, 1997), y Jay Sexton, “William H. Seward, el vapor y el imperialismo estadounidense, 1850-1875” (269), 2018, pp. 285-312, el cual, más que hablar del papel de Seward en México, habla de su fascinación tecnológica en el contexto estadounidense. Incluyo en esta modalidad un lúcido trabajo, totalmente pionero y que debiera tener continuidad; se trata de un trabajo que trata de México y Estados Unidos, sí, pero no como historia diplomática, ni siquiera como historia mexicana stricto sensu, sino como una visión de la historia mexicana con ojos estadounidenses y al revés: Erika Pani, “Ciudadanos, cuerpos, intereses. Las incertidumbres de la representación. Estados Unidos, 1776-1787-México, 1808 1828” (209), 2003, pp. 65-115. Et voilà, c’est tout.

9Me resultan enigmáticos dos personajes que por dos décadas mantuvieron el tema de las relaciones México-Estados Unidos en HM, de los cuales he podido averiguar poco: Frank A. Knapp, nacido en 1922, que en algún artículo en inglés fue identificado como “instructor of history” de la Universidad de Texas, Austin, doctorado en historia en 1950 en la misma universidad con una biografía de Lerdo de Tejada, publicada un año después (The Life of Sebastián Lerdo de Tejada, 1823-1889: A Study of Influence and Obscurity, Austin, University of Texas Press, 1951). Y Richard Blaine McCornack, al parecer historiador al servicio del Departamento de Estado, doctorado en Harvard con la tesis “Mexico and Latin America, 1855-1872” (1948). Pero no parece haber mucha más información.

10Para los orígenes de los lectores y escritores de historia en Estados Unidos y el Reino Unido, Mark R. M. Towsey, Reading History in Britain and America, c.1750-c.1840, Cambridge, Cambridge University Press, 2019; para ver por temas y aproximaciones, Anthony Molho, Gordon S. Wood (coords.), Imagined Histories: American Historians Interpret the Past, Princeton, Princeton University Press, reedición 2018, original 1999; la mejor historia de la profesión sigue siendo la de mi extrañado colega Peter Novick, That Noble Dream: The “Objectivity Question” and the American Historical Profession, Cambridge, Cambridge University Press, 1988. Para la historia de AHR véase el clásico de John Higham, History: Professional Scholarship in America, Nueva York, Harper & Row, 1973.

11Antes de la moda “global”, reunidos por JAH, Americanists y otros nos embarcamos en discutir lo gringo no gringamente. Ecos de aquello (excluyendo autocitas): Thomas Bender (coord.), Rethinking American History in a Global Age, Berkeley, University of California Press, 2002; Ian Tyrrell, Historians in Public: The Practice of American History, 1890-1970, Chicago, University of Chicago Press, 2005; Thomas Bender, A Nation Among Nations: America’s Place in World History, Nueva York, Hill and Wang, 2006; Ian Tyrrell, Transnational Nation: United States History in Global Perspective Since 1789, Basingstoke, Palgrave Macmillan, 2007; David Thelen, “Rethinking History and the Nation-State: Mexico and the U.S.”, en Journal of American History, 86: 3 (1999), pp. 49-452; Grace K. Hong, “The Ghosts of Transnational American Studies: A Response to the Presidential Address”, en American Quarterly, 59: 1 (2007), pp. 33-39; Emory Elliott, “Diversity in the United States and Abroad: What Does It Mean When American Studies is Transnational?”, en American Quarterly, 59: 1 (2007), pp. 1-22; Marcus Graser, “Weltgeschichte im Nationalstaat: Die transnationae diposition der amerikanischen Geschichtswissenschaft”, en Historische Zeitschrih, 283: 2 (2006), pp. 355-382; y Christopher A. Bayly, “On Transnational History”, en American Historical Review, 111: 5 (2006), pp. 1440-1464.

12Eso sí, gracias a Josefina Zoraida Vázquez, y en ocasión de un homenaje a Edmundo O’Gorman, HM publicó hace años una de mis primeras entregas sobre el cómo de la historia entre Estados Unidos y México: “De encuentros y desencuentros: la escritura de la historia en Estados Unidos. Ensayo de una visión forastera” (184), 1997, pp. 889-925. Siempre agradecido con la Dra. Vázquez.

13Manuel Gamio, “La reconstrucción histórica” (2), 1951, pp. 165-172; José Gaos, “O’Gorman y la idea del descubrimiento de América” (3), 1952, pp. 468-493; Emilio Uranga, “Optimismo y pesimismo del mexicano” (3), 1952, pp. 395-410, cita en p. 396; Luis Villoro, “La tarea del historiador desde la perspectiva mexicana” (35), 1960, pp. 329 339, cita en p. 330. El II Congreso de Historiadores estuvo marcado por el legado de Turner, The Significance of the Frontier in American History y, curiosamente, una de las pocas historias generales de Estados Unidos traducidas al español había aparecido en 1951 y era obra de Samuel Eliot Morison, traducida por el distinguido economista catalán, exiliado en México, Faustino Ballvé: Samuel Eliot Morison, Henry Steele Commager, Historia de los Estados Unidos de Norteamérica, 3 vols., México, Fondo de Cultura Económica, 1951.

14Clara E. Lida, “Hacia la quinta década” (161), 1991, pp. 3-10, cita en p. 9; Jean Meyer, “Istor, revista de historia internacional” (200), 2001, pp. 995-1002, cita en p. 997; Javier Garciadiego, “Revistas revisitadas: ventana a la historiografía mexicana del siglo XX” (202), 2001, pp. 221-231, cita en p. 222.

15Ya en 1966, HM dedicaba ensayos a otras historiografías: España (Clara E. Lida) e historia universal (Margarita M. Helguera), pero no a Estados Unidos-véase el núm. (60), 1966-. Raro. En 1989, HM publicó un ensayo de historia de Perú de Nicolás Sánchez-Albornoz, “Territorio y etnia. La comunidad indígena de Santa Cruz de Oruro (Collao) en 1604” (153), 1989, pp. 167-179. Historia no mexicana se leyó también en HM en el número dedicado al quinto centenario, “México e Hispanoamérica. Una reflexión historiográfica en el Quinto Centenario” (167), 1993. En 1996, Laura Náter y Carlos Marichal dirigieron un número dedicado a México y América Latina, “Una mirada hacia afuera: México y América Latina, siglos XIX y XX” (180), 1996. En 2013 aparece el primer intento monográfico de una historia más global, con un excelente ensayo sobre la recepción de la película ¡Viva Villa! (1934, dirigida por Howard Hawks) en el mundo, y otro análisis, más bien anodino, sobre la “norteamericanización” de México y Chile -véase Bernd Hausberger, Stefan Rinke, “Presentación-. Entre espacios: México en la historia global” (248), 2013, pp. 1415-1420; en el mismo número Bernd Hausberger, “¡Viva Villa! Cómo Hollywood se apoderó de un héroe y el mundo se lo quitó”, pp. 1497-1550; y Stefan Rinke, Silvia Dümmer Scheel, “Entre el norte y el sur: norteamericanización en México y Chile en el siglo XX temprano. Una visión comparativa”, pp. 1609-1649. En 2018, HM publicó un nuevo intento de historia global -véase Bernd Hausberger y Erika Pani, “Historia global. Presentación” (269), 2018, pp. 177-196- que incluyó, sobre el siglo XX, alrededor de la idea de los global sixties, Stephan Scheuzger, “La historia contemporánea de México y la historia global: reflexiones acerca de los “sesentas globales” (269), 2018, pp. 313-358.

16Georg Leidenberger, “Exploring the Past of the ‘Other’: The Practice of U.S. History in Mexico”, en Journal of the Gilded Age and Progressive Era, 1: 4 (2002), pp. 308-329.

17Fernando Escalante, “Enlightened Blindless. Mexico: A Global Tragedy”, Keynote Lecture, International Summer School for Doctoral Students, Internationales Wissenschaftsforum Heidelberg, Universität Heidelberg, 21 de julio de 2019. Véase más sobre el asunto, que me importa mucho, en Carlo Ginzburg, “Our Words, and Theirs: A Reflection on the Historian’s Craft, Today”, en Susanna Fellman y Marjatta Rahikainen (coords.), Historical Knowledge: In Quest of Theory, Method and Evidence, Newcastle upon Tyne, Cambridge Scholars Pub., 2012, pp. 97-119; Michael D. Gordin, Scientific Babel. The Language of Science from the Fall of Latin to the Rise of English, Londres, Profile Books, 2017; y Sanjay Subrahmanyam, Aux origines de l’histoire globale [28 de noviembre de 2013], París, Collège de France, Fayard, 2014.

18Frank Tannenbaum, “Lázaro Cárdena” (38), 1960, pp. 332 341, cita p. 336.

19Desolador: en los 70 años que vieron salir los libros clave de Perry Miller, William McLoughlin, Gordon Wood, Martin J. Sklar, Warren Susman, Louis Hartz, William Appleman Williams, Bernard Bailyn, David Brion Davis, Eric Foner, David McCullough, Richard Hofstadter, C. Vann Woodward, Emily Rosenberg, Richard White, Joyce Chaplin, por mencionar muy pocos, HM reseñó 10 libros con tema de historia de Estados Unidos así: el volumen 2 de Wilson: The New Freedom (1956), de Arthur S. Link, fue reseñado con un en sayo cuyo título cercenó el libro, “El presidente Wilson y México”; es decir, la reseña no habla del libro, sino de las páginas del libro dedicadas a México -70, según el reseñador (el libro tiene casi 600 páginas). Francisco Cuevas Cancino, “El presidente Wilson y México” (25), 1957, pp. 157-160. The Diplomacy of Annexation: Texas, Oregon, and the Mexican War (1973) de David M. Pletcher, reseñado por Elizabeth Forsyth (109), 1978, pp. 131-138; Ana Flashner, “Conflicto y coexistencia. Las relaciones diplomáticas México-Estados Unidos, 1821 1848” (145), 1987, pp. 115-122, es reseña de Documentos de la relación de México con Estados Unidos (1992) publicados por Carlos Bosch García. Engracia Loyo reseñó Liberal Journalism and American Education, 1914-1940 (1991) de James Wallace, pero dedica la reseña a México como progressive education (181), 1996, pp. 163-167. Normal, pero, ¿no podría darse razón, nada más para informar, para abrir el apetito y la comprensión de la historia estadounidense sin excusa mexicana alguna? Ah, esto es todo lo dedicado a la historia chicana en HM: Manuel García y Griego, reseña de Work: A War of Words; Chicano Protest in the 1960s and 1970s (1985) de John C. Hammerback, Richard J. Jensen, José Ángel Gutiérrez (143), 1987, pp. 575-579. Las cosas han mejorado en la última década: en 2014, Josefina Zoraida Vázquez reseña a Amy S. Greenberg, A Wicked War. Polk, Clay, Lincoln and the 1846 U.S. Invasion of México (2012) (254), 2014, pp. 813-819, señalando que, a raíz de la guerra de Iraq, de repente aparecieron libros dedicados a la otra guerra injusta y absurda. Marcela Terrazas y Basante reseña lo que constituye uno de los poquísimos libros de historia estadounidense escrito por un mexicano, éste sí, Americanist como el que más: Gerardo Gurza Lavalle, Virginia y la reforma de la esclavitud, 1800-1865. Los límites del progreso en una sociedad esclavista (2013) 275), 2020, pp. 1378-1381. A su vez, Gerardo Gurza Lavalle reseña de Don H. Doyle (coord.), American Civil Wars: The United States, Latin America, Europe, and the Crisis of the 1860s (2017) (273), 2019, pp. 376-381. Se trata de uno de los recientes estudios dedicados a la importancia internacional de la Guerra Civil estadounidense, cuyos ecos llegaron a Europa y Asia. Gregory Downs reseña acaso la primera historia general de Estados Unidos escrita en español mexicano, Historia mínima de Estados Unidos (2016) de Erika Pani (266), 2017. Jesús Rodríguez Zepeda reseña la traducción de Adolfo García de la Sienra del libro Rawls (original en inglés de 2007) de Samuel Freeman; no es poca cosa, se trata de una interpretación, historia y síntesis del pensamiento del filósofo estadounidense más influyente del siglo XX (270), 2018, pp. 871-876. Y Francisco Zapata sobre David E. Nye, America’s Assembly Line (2013) (276), 2020, pp. 1861-1866.

20Ira Katznelson, Fear Itself: The New Deal and the Origins of Our Time, Nueva York, Liveright Publishing Corporation, 2013; Charles Postel, The Populist Vision, Nueva York, Oxford University Press, 2007.

*Agradezco los comentarios y desacuerdos de Erika Pani. Hizo lo que pudo, y nada de lo malo aquí es culpa de ella.

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