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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.71 no.1 Ciudad de México jul./sep. 2021  Epub 02-Jul-2021

https://doi.org/10.24201/hm.v71i1.4307 

Revisión

Historia social

Diego Pulido Esteva1 

1El Colegio de México


El propósito de este texto es mostrar, en primer lugar, la relevancia de la historia social en los artículos publicados en Historia Mexicana y, en segundo, apreciar la pluralidad de formas en que se ha cultivado este campo en las páginas de dicha revista. Independientemente de la subespecialidad y conocimiento de que se trate, un balance de la publicación en historia de mayor longevidad e importancia en nuestro país plantea desafíos. Las propias revistas y sus contenidos han cambiado de manera ostensible e Historia Mexicana no es la excepción. Baste tan sólo comparar los índices y, aunque escasos, atender los debates historiográficos, pues éstos sugieren la propia historicidad en formas de entender la investigación histórica.

Existe un consenso amplio sobre si la historia social es un enfoque de investigación particular en la investigación del pasado. En tal sentido, los historiadores que lo practican exploran cambios y continuidades en la experiencia de la gente común y corriente, privilegiando colectividades por encima de individuos.1 Quienes se adhieren a esta forma particular de investigar el pasado pesquisan su objeto sobre, cuando menos, dos presunciones: primero, que los sujetos colectivos poseen historias significativas para entender de mejor modo tanto el pasado como el presente; y segundo, que la gente común y corriente a menudo desempeña un papel mayor al que usualmente se le asignaba.

Sin dejar sus principios básicos, la historia social se ha transformado desde sus orígenes, en las décadas de 1920 y 1930. Los cambios han comprendido el uso de nuevas o renovadas teorías y técnicas de investigación. Han incluido grados divergentes en el interés por cuantificar, establecer series estadísticas, pero, desde la década de 1980, se ha puesto mayor atención a evidencias culturales. Está claro que ha sido profundo el interés en conocer y explicar las clases trabajadoras, tanto urbanas como rurales, pero la atención se ha dirigido a otros tópicos que incluyen el género -primero la historia de las mujeres y, recientemente, la construcción de masculinidades-, así como grupos etarios que van desde niños hasta viejos. Hay diversas facetas del comportamiento y prácticas que se han expandido para incluir rituales y aspectos cotidianos.

Como las propias definiciones de la historia social variaron en forma manifiesta, conviene detenerse en cómo fueron discutidas, por lo menos, en tres momentos: durante las formulaciones que la asociaban con la historia de las condiciones de vida y, sobre todo, de la población desposeída o por lo menos lejos de privilegios materiales y políticos. Este debate fue importante en la recepción del volumen sobre vida social de la Historia moderna de México. El segundo momento o etapa advierte una presencia fuerte de varias vertientes de la historia social que la ligaron al conocimiento de estructuras y procesos económicos. En tercer lugar, puede observarse una transformación culturalista que incorporaba las identidades a la categoría de clase social, pero era renuente a ser asimilada por ciertas formas de historia cultural que asignaban autonomía al lenguaje y al discurso.

Para ello, este texto está anclado en una revisión de 70 años de Historia Mexicana. Especialmente, se examina la columna vertebral de la revista, esto es, los artículos que han sido publicados, sea en números misceláneos o bien en dossiers temáticos. Con esa considerable longevidad a cuestas, es necesario un ejercicio de periodización o, cuando menos, indicar tendencias en prácticamente cinco generaciones de historiadores cuyo común denominador fue la profesionalización de un oficio antes en manos de eruditos, aficionados, bibliófilos, literatos y periodistas principalmente.

No es el objetivo de este texto adherir definiciones que generalmente se quedan cortas por restrictivas o por generales, sino conocer la historia social cultivada por los colaboradores en Historia Mexicana. A grandes rasgos, no fue receptáculo de corrientes y tendencias historiográficas, sino que casi desde sus inicios dio espacio a investigaciones con inquietudes sobre sujetos colectivos, trabajo y conflictos. La primera parte se ocupa de discusiones sobre la historia social en la revista. La segunda, por su parte, describe una radiografía temática, esto es, los principales ejes de las colaboraciones.

Definiciones y discusiones sobre la historia social en Historia Mexicana

Tras 70 años de publicarse, en las páginas de Historia Mexicana han aparecido algunos textos sobre la historia social como campo de conocimiento. Éstos pueden analizarse con cierta profundidad y atisbar la naturaleza de los debates, su sentido y, de manera excepcional, propuesta programática.2 Está claro que fue más bien titubeante en su comienzo, pues cabe recordar que como proyecto editorial estuvo impulsado por un historiador volcado en aspectos políticos. Sin embargo, Daniel Cosío Villegas (1898-1976) previó los fenómenos sociales en otra empresa editorial de altos vuelos, como fue la Historia moderna de México.

Antes del número 23, la reflexión sobre la historia social en la revista fue prácticamente nula. El detonante fue una reseña al tercer tomo de la Historia moderna de México, coordinado por Luis González y dedicado a la vida social durante la República Restaurada. Si bien la polémica se centró en grandes procesos como los efectos de las Leyes de Reforma, la población indígena y el latifundismo, las reacciones provocaron lo que pudiera considerarse el primer debate sobre el campo del cual tenemos noticia en una publicación mexicana. Protagonizaron el debate Moisés González Navarro (1926-2015), Luis González (1925-2003) y, de manera menos frontal, pero de ningún modo inconsecuente, Carlos Bravo Ugarte (1898-1967), Guadalupe Monroy, y Frank A. Knapp (1922-?) y Emma Cosío Villegas (1929-2015).

En su “crítica a una historia social”, González Navarro reconocía que era el campo con menos volumen bibliográfico respecto a la política y la economía: ya se hablase de aspectos demográficos o de problemas sociales acuciantes relacionados con la población indígena, así como con la propiedad de la tierra, era poquísimo lo que había escrito de manera sistemática al mediar el siglo XX. Pero incluso en su valoración del libro advertía un desbalance entre el análisis cuidadoso de las costumbres urbanas respecto a las rurales y lamentaba que nada se decía sobre las clases medias y altas.3 Por su parte, Luis González señaló que era imposible compilar “todos los temas sociales” y, por ende, el propósito había sido plasmar una “visión unificadora de la sociedad”.4 Lo cierto es que, desde entonces, los temas agrarios descollaban como eje fundamental en el escrutinio del pasado mexicano, generando interpretaciones divergentes sobre los efectos del liberalismo.

La mirada del único outsider en este intercambio abandonó las diferencias para ponderar una peculiar manera de entender el campo, pues “los autores interpretaron con amplitud la definición de historia social”, comprendiendo tanto aspectos usuales bajo ese enfoque, tales como población, clases sociales, mundos rural y urbano o costumbres, como otros menos comunes relacionados con la etnología y la antropología. Le llamó especialmente la atención la “escala social”: “El lector visita la propiedad del gran hacendado, entra en la miserable choza del peón agrícola y descubre la disparidad entre las necesidades de la familia y los medios con que cuenta para satisfacerlas […] y observa el vestir y la vida negligente del dandy citadino”.5 Mientras, el proletariado urbano y los artesanos, su incipiente asociacionismo y doctrinas abrían el camino a los estudios sobre el movimiento obrero. Por su parte, sobre “la vida cotidiana” a cargo de Emma Cosío Villegas, subrayó que cualquier “práctica social que el lector desee escoger -especialmente en la metrópoli-, se encuentra en estas páginas” (p. 431). Fue, entonces, de especial interés la apreciación de Knapp, para quien la historia social era un residuo de lo que no cabía en la fuerte tradición de historia política y, sobre todo, consideraba que se le entendía de manera heterodoxa, pues sumaba a la demografía histórica temas de interés para la antropología y cotidianidades.

En relativamente poco tiempo, se introdujeron versiones de la historia social cercanas a la llamada segunda generación de la escuela de los Annales. Influenciada por el pensamiento estructuralista y varias propuestas formuladas por Fernand Braudel, esta nueva manera de entenderla puso especial énfasis en unidades temporales largas, así como en una multiplicidad de escalas espaciales. Así, en 1965 apareció en Historia Mexicana un balance de la “historia económica y social” a cargo de Enrique Florescano y Alejandra Moreno Toscano. En dicho texto puede observarse la apropiación de una perspectiva materialista y estructural de los fenómenos sociales. De manera paradójica, los autores de esta revisión sugerían la novedad del campo, pero al mismo tiempo construyeron una especie de genealogía que se remontaba a escritos que poco se relacionaban con la historia social, como por ejemplo, de Alexander von Humboldt.6

En descargo de estas interpretaciones que, de manera un tanto forzada, calzaban la bibliografía que tocaba las sociedades en el pasado con nuevas maneras de entender y practicar la investigación histórica, era todavía modesto el desarrollo de este campo. Igual que en otras latitudes de América Latina, experimentó un periodo de crecimiento y consolidación durante las décadas de 1970 y 1980. Durante esos años se publicaron 71 de poco más de 200 artículos de historia social. Un balance sobre esta especialidad había tendido directrices predominantes de esta forma de estudiar el pasado en el mundo hispanoamericano durante los siglos XVIII y XIX.7 Las reflexiones, en este sentido, reconocieron la fuerte influencia que ejercieron en los estudios sobre los trabajadores varias obras de los historiadores marxistas británicos. También la historiografía francófona, sobre todo en torno a la revista Annales en su segunda generación, de carácter estructuralista y encabezada por Fernand Braudel, con fuerte peso Labrousiano en el ámbito mexicano. Fueron éstos los principales focos de reflexión que circularon y adquirieron carta de naturalización en el mundo latinoamericano del cual la producción mexicana y mexicanista difícilmente podría sustraerse.8 Traducciones de Crítica incluyeron con amplitud a los principales exponentes del mundo anglosajón -destacadamente a Eric Hobsbawm y a E. P. Thompson- y, sobre todo, la revista Historia Social acogió investigaciones tanto consagradas como de quienes abrían brecha. Lo hizo desde una pluralidad de enfoques que convergían en el estudio de grandes procesos, colectivos, pero también con escala microhistórica. El dinamismo resultó en propuestas novedosas, como la historia desde abajo y la subalternidad.9 Para contextualizar estas transformaciones, resultan especialmente importantes las reflexiones de José Antonio Piqueras, fuerte impulsor de este enfoque por medio de la revista consolidada de habla hispana en el campo: Historia Social.

En suma, las discusiones historiográficas no abundaron, mas fueron suficientes para pulsar cambios importantes en la manera de entender los objetos y enfoques de la historia social. Las generaciones tempranas de historiadores profesionistas mostraron mayor intuición que afinidad disciplinaria sobre la gente común y corriente, así como los hechos de masas. Es clara la afinidad de esta generación con corrientes historiográficas francesas, cultivando con un riguroso anclaje empírico, por encima de posicionamientos, la historia del trabajo, de la propiedad y de la población.

Las generaciones subsecuentes, en cambio, mostraron un diálogo fluido con la demografía y la economía, abriendo lo que pudiera considerarse la edad dorada de la historia social. Diferentes apoyaturas metodológicas, técnicas de investigación cuantitativa y formas de presentar la información, como la prosopografía, cliometría y la larga duración, mostraron “ciclos, fluctuaciones, modelos, series estadísticas, estructuras y coyunturas”, es decir, “ofrecían el soporte conceptual y metodológico del que cierta historia andaba necesitado [sic], una vez había desplazado el énfasis de los hechos individuales a los colectivos y sociales”.10

La siguiente transformación importante puede advertirse de la década de 1990 en adelante, cuando se advierten formas más plurales y, para algunos, culturalistas de entender e investigar lo social. Cabe mencionar que, a diferencia de otras latitudes, el diálogo con la antropología siempre mantuvo relevancia.11

En síntesis, de este repaso es posible afirmar que, sin dejar de incorporar reflexiones historiográficas, Historia Mexicana se consolidó como una publicación más que dispuesta a acoger investigaciones con un sólido anclaje en fuentes primarias, imprimiendo un sello que ha caracterizado la manera de entender y ejercer el oficio en el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México: “El nuevo historiador debía contribuir a la ampliación del conocimiento original y en particular de su tema, aun de manera modesta. Por principio, se descartó alentar genialidades espontáneas y sin solidez científica y, en cambio, se decidió estimular un trabajo menos pretencioso pero más riguroso y certero”.12

Practicar la historia social: algunos temas y problemas

Del total cercano a 1 450 artículos que se han publicado en Historia Mexicana, suman poco más de 200 los dedicados a la historia social, bajo el entendido de que los enfoques y contenidos de este campo se han transformado, tal como se mencionó con anterioridad (véase la tabla 1). Más allá de las divergencias en la definición de sus características y alcances, las colaboraciones en esta especialidad variaron de modo significativo a lo largo de los años.

Es importante recordar que su fundador y primer director, Daniel Cosío Villegas, tenía singular interés en aspectos políticos. Esto era una característica generalizada en la investigación histórica sobre México en aquellos años, por lo cual no sorprende que fuesen poquísimos los artículos que de manera exclusiva se abocaron a explicar fenómenos sociales durante los primeros 20 números de la revista. El interés por éstos y, especialmente, con un enfoque cercano a las corrientes francesas de la segunda generación de Annales -“historia problema”, cercanía con otras ciencias sociales, acercamiento con la demografía, etc.-, se intensificó durante las décadas de 1970 y 1980, cuando precisamente se consolidó esta corriente en diversos países de América Latina.13

En algunos balances temáticos realizados hasta ahora, se ha señalado que tras sus primeros 20 años, 22.7% de los artículos sobre el periodo colonial eran de historia social, 19.6 para el siglo XIX y apenas 12 sobre el XX.14 Esto cambió sensiblemente en las décadas subsecuentes, pues en su aniversario número 40, resultó que 16% de su contenido era sobre historia social.15

Tabla 1 Artículos de historia social publicados en Historia Mexicana, 1951-2021 

Años

Total

Historia social

%

1951-1961

169

12

7.1

1961-1971

200

21

10.5

1971-1981

173

35

20.2

1981-1991

198

36

18.2

1991-2001

223

34

15.2

2001-2011

224

23

10.3

2011-2021

261

41

15.7

Total

1 448

202

13.9

Fuente: elaboración del autor con base en los índices de la revista: https://historiamexicana.colmex.mx/index.php/RHM/issue/archive

En la gráfica 1 vemos que la distribución por áreas ha resultado en un balance temático relativamente equilibrado. Si bien las categorías para clasificar los artículos a veces no son tajantes, es posible identificar cuatro bloques. El primero comprende estudios sobre población, grandes procesos y estructuras, y tienden a apoyarse en series de datos cuantitativos recabados en padrones, matrículas y censos, así como a discutir aspectos demográficos sobre temas como migraciones, nacimientos, mortandad y epidemias. Estos artículos representan 27.2% del volumen total de artículos de historia social, destacando connotados mexicanistas y americanistas, como Woodrow Borah, Sherburne Cook, Nicolás Sánchez-Albornoz, Marcelo Carmagnani, Herbert Klein y Manuel Miño.16 Algunos desarrollaron técnicas cliométricas y formularon problemas de demografía histórica para explicar los efectos de la conquista y la colonización, o bien la composición de unidades productivas, como minas o haciendas. Buena parte de los temas en la etapa temprana se ocuparon del periodo colonial, desde las formas de vida aristocrática de los descendientes de conquistadores hasta la crisis y recuperación demográfica, así como otros asuntos que dejaron relativamente al margen procesos posteriores a la independencia.

Fuente: véase la tabla 1.

Gráfica 1 Tendencias temáticas en los artículos sobre historia social publicados en Historia Mexicana, 1951-2021  

En el segundo conjunto de estudios convergen investigaciones sobre la formación histórica de clases sociales, trabajo y trabajadores tanto libres como coaccionados. Suman 35.6% y se han desplazado de temas clásicos como los obreros, la industrialización, el mundo fabril, los enclaves mineros, las condiciones de vida y los salarios, a los trabajadores informales, clases medias, dependientes de comercio y pequeños comerciantes. Así, los artículos reunidos en esta categoría se han ocupado de sujetos fundamentales tras la transformación del orden corporativo, pero también de actores colectivos que surgieron y se consolidaron como parte del proceso de modernización y urbanización. En tal sentido, resulta fundamental entender la formación histórica de identidades, como artesanado, clases populares, proletariado y artesanado urbano. Estos trabajos ameritarían un examen más profundo, y debe decirse que han abonado a estos campos diversas generaciones de historiadores profesionales: desde Silvio Zavala, Luis González y Jan Bazant, hasta Clara E. Lida, Jean Meyer, Pablo Yankelevich, Sonia Pérez Toledo, Carlos Illades, Daniela Marino y Mario Barbosa. En sus inicios, se trató de una agenda guiada por dos rasgos que se volvieron tendencia: conflicto y desigualdad, plasmada sobre todo en visiones sobre los trabajadores y migrantes en una importante variedad de expresiones.

Por su parte, la tercera categoría es la menos robusta, pues reúne menos de 18% de las colaboraciones. Comprende trabajos sobre diferentes prácticas, sociabilidades, tradiciones, rituales y costumbres. Pudiera considerarse que varios de los artículos bajo este rubro desarrollan un estrecho diálogo con la historia cultural, cubriendo temas como el ocio de las clases populares, criminalidad y control social, discursos prescriptivos, procesos “civilizatorios”, lectoescritura y esfera pública. Se trata de un campo relativamente reciente y bastante dinámico, dentro del cual no cabe duda que los estudios de género se han transformado de manera sustancial, siguiendo patrones equiparables respecto a otras latitudes. Como señala Silvia Arrom, “la historia de la mujer en todas partes ha sido en alto grado ‘movement history’, o sea, una ‘historia comprometida’” que ha mostrado cómo la “posición subordinada” es resultado de una construcción histórica.17 Entre las páginas de la revista figuran varios trabajos que han desarrollado este enfoque. Los textos cubren un abanico de temas que van desde la vida conventual hasta transgresoras de la ley penal, como puede verse en las colaboraciones de Asunción Lavrin, Heather Fowler, Elisa Speckman y Martha Santillán.18

Por último, el escrutinio histórico ha consolidado líneas para explicar conflictos de índole muy diversa, representando 19% de los artículos publicados. Desde rebeliones campesinas hasta motines urbanos, desde estallidos revolucionarios con repertorios de violencia diversos hasta bloqueo de calles, huelgas y formas de interpelar a las autoridades, la conflictividad social es un rasgo destacado por los historiadores. Igual que en los bloques temáticos precedentes, combinan escenarios urbanos y rurales. Al reconstruir episodios de protesta social, se ocupan de la economía moral detrás de motines y rebeliones, así como de concepciones y nociones de justicia. No todos estos fenómenos tenían un componente político, pues figura también el estudio sobre bandidaje, marginalidad, desviación y control social, como la construcción del sujeto criminal. Estos temas se han sumado al estudio del conflicto y movimientos más organizados y articulados sobre reivindicaciones políticas con variados repertorios de movilización.19

Palabras finales

Tras este balance, debe decirse que la historia social en las páginas de Historia Mexicana se ha diversificado, especializado y renovado durante las últimas décadas. Temas que se creían agotados han resurgido con enfoques, metodologías e interpretaciones novedosas. De ese modo, una revisión de la producción de conocimiento histórico muestra el dinamismo de varias líneas de investigación.

A la historia demográfica se sumó el escrutinio del mundo del trabajo, pero éste desde sus inicios no se restringió al estudio de la clase obrera, pues incluyó a los artesanos y, más recientemente, empleados públicos. A categorías clásicas se han incorporado las de identidades y otros actores que, incluso en las críticas tempranas a la historia social, se echaban de menos, como los sectores medios.20

En general, los artículos no han perdido de vista el estudio de procesos de segregación social, etnicidades y pueblos de indios, análisis con perspectivas de género, movimientos sociales, trabajos libres y coaccionados a lo largo del tiempo; conflictos laborales, los efectos sociales de la urbanización, la transformación del mundo del trabajo, la criminalidad, justicia e instituciones de encierro; los problemas agrarios y conflictos por la propiedad y los recursos en ámbitos rurales, así como migraciones y exilios de índole diversa.

Ahora bien, ante el fantasma de una producción académica “totalmente estandarizada y uniforme”, el antropólogo Tim Ingold respondió que la tiranía de la evaluación le estaba quitando el alma a la escritura en ciencias sociales y humanidades. Frente a este fenómeno sostuvo que todos “queremos que nuestro trabajo tenga impacto, y valoramos el impacto que tiene. No es la idea del impacto la que objetamos, sino la idea de que sólo es confiablemente cierto aquello que se puede cuantificar”.21 Si atendemos la riqueza de los artículos que, de una u otra manera, se ocupan de la historia social, Historia Mexicana ha mantenido una innegable calidad y variedad que desafían la posible estandarización del conocimiento sobre este campo.

Referencias

Archila, Mauricio, “Ser historiador social hoy en América Latina”, en Historia Social, 83 (2015), pp. 157-169. [ Links ]

Bakewell, Peter, “Conversación sobre la historia: Entrevista de Peter Bakewell a Silvio Zavala”, Memoria de El Colegio Nacional, X: 1 (1982), pp. 13-28. [ Links ]

Klein, Herbert S., “The Old Social History and the New Social Sciences”, en Journal of Social History, 39 (2006), pp. 935-944. [ Links ]

Lauri, Antonio de, “El futuro de las publicaciones académicas. Entrevista con Tim Ingold”, Historias, 92 (sep.-dic. 2015), pp. 3-6. [ Links ]

Lida, Clara E. y José Antonio Matesanz, “El Colegio de México: una hazaña cultural, 1940-1962”, en Clara E. Lida, José Antonio Matesanz y Josefina Zoraida Vázquez, La Casa de España y El Colegio de México: memoria, 1938-2000, México, El Colegio de México, 2000, pp. 123-316. [ Links ]

Piqueras, José Antonio, La era Hobsbawm en Historia social, México, El Colegio de México, 2016. [ Links ]

Remedi, Fernando, “La producción en el campo de la historia social argentina en la última década”, en Historiografías, 1 (2011), pp. 53-67. [ Links ]

Stearns, Peter N. (ed.), Encyclopedia of European Social History: From 1350 to 2000, Nueva York, Charles Scribner’s Sons, 2001, 6 volúmenes. [ Links ]

Taylor, William B., “Between global Process and Local Knowledge: An Inquiry into Early Latin American Social History 1500-1900”, en Olivier Zunz, Reliving the Past: The Worlds of Social History, Chapel Hill, University of North Caroline, 1985, pp. 115-190. [ Links ]

1 Stearns, Encyclopedia of European Social History, vol. 1, p. XIX.

2Para consultar algunos balances sobre la historia social en América Latina, véanse Piqueras, La era Hobsbawm; Klein, “The Old Social History”; Taylor, “Between global Process”; Archila, “Ser historiador social hoy en América Latina”.

3González Navarro, “Crítica a una historia social” (23), 1957, pp. 406-412, esp. p. 410. Bravo Ugarte también advirtió la omisión de las clases medias y altas. Bravo Ugarte, “Una historia social” (23), 1957, p. 427.

4González, “Defensa” (23), 1957, pp. 413-416. Su réplica para reconocer los “programas sociales” de la Reforma fue lacónica. “Faltó tiempo, tranquilidad y dinero”, p. 415.

5Knapp, “Sustancia y valor de una historia social” (23), 1957, pp. 429 y 430.

6Florescano y Moreno Toscano, “Historia económica y social” (58-59), 1965-1966, pp. 311-378.

7Mörner, “Historia social hispanoamericana” (166), 1992, pp. 419-471.

8Es necesario aclarar que la revista ha combinado, de manera equilibrada, las colaboraciones de historiadores “de casa” con historiadores de otras instituciones y, de manera considerable, mexicanistas de otras latitudes.

9M. Meyer, “Habla por ti mismo, Juan” (87), 1973, pp. 396-408.

10 Piqueras, La era Hobsbawm, p. 41.

11La proximidad con la antropología ha permanecido como característica de la investigación histórica. Pensemos, por ejemplo, en las investigaciones de Juan Pedro Viqueira sobre tributarios indios en Chiapas con un riguroso trabajo estadístico y demográfico.

12 Lida y Matesanz, “El Colegio de México”, p. 180. Éste ha sido, a mi modo de ver, el perfil de una revista que ha apostado con éxito a la calidad de las investigaciones, como por ejemplo el número que dio cabida a las investigaciones de la primera promoción de egresados de la maestría. Predominaron temas económicos, pero era notoria la impronta de los estudios sobre el trabajo desarrollados por Silvio Zavala.

13Sobre la difusión de la historia social en América Latina, véase Piqueras, La era Hobsbawm, pp. 143-199. Para los casos específicos de Argentina y Colombia, véanse, respectivamente: Remedi, “La producción en el campo de la historia social”, pp. 53-67, y Archila, “Ser historiador social”, pp. 157-169.

14Vázquez, “Historia Mexicana en el banquillo” (161), 1991, p. 22. uno de los autores de esta etapa temprana fue José Durand Flores (1925-1990).

15Miño, “Historia Mexicana. Historiografía y conocimiento” (161), 1991, p. 30. Comenzaba su cuarta década cuando se hizo un importante diagnóstico. La sección de artículos, es decir, la columna vertebral de la revista, arrojaba 378 textos resultado de investigaciones y aportes al campo del conocimiento histórico. Por especialidad, en este corte de caja la historia social ocupó el tercer lugar en volumen de producción con 15.6 por ciento.

16Entre otros, pueden verse Carmagnani, “Demografía y sociedad” (83), 1972, pp. 419-459 y, especialmente, Borah y Cook, “La demografía histórica de América Latina” (82), 1971, pp. 312-327.

17Arrom, “Historia de la mujer” (166), 1992, pp. 379-418, p. esp. 380.

18Lavrin y Couturier, “Las mujeres tienen la palabra” (122), 1981, pp. 278-313.

19Tan sólo por mencionar un ejemplo: Falcón, “Descontento campesino e hispanofobia. La Tierra Caliente a mediados del siglo XIX” (175), 1995, pp. 461-499, esp. p. 493.

20Barbosa, “Trabajo y empleo público en la ciudad de México, siglos XIX y XX. Presentación” (270), 2018, pp. 657-666.

21 Lauri, “El futuro de las publicaciones”, p. 4.

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