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Historia mexicana

versão On-line ISSN 2448-6531versão impressa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.71 no.1 Ciudad de México Jul./Set. 2021  Epub 02-Jul-2021

https://doi.org/10.24201/hm.v71i1.4291 

Repaso

El México indígena

Pablo Escalante Gonzalbo1 

1Universidad Nacional Autónoma de México


La historia del México indígena ha estado presente en las páginas de Historia Mexicana desde sus orígenes. Esto quiere decir que la revista ha tenido un compromiso con la publicación de investigaciones sobre la totalidad de la historia de México, más allá de las líneas de investigación desarrolladas preferentemente en El Colegio de México. La revisión que aquí presento se refiere a los textos publicados en la revista cuyo tema central tiene que ver con la historia de los pueblos indígenas; por lo tanto, he incluido artículos y reseñas relacionados con la etapa prehispánica pero también con las condiciones de vida indígenas tras la conquista: esclavitud, trabajo, epidemias, transformación de las comunidades, fuentes escritas, códices. En general me refiero sólo a temas del siglo XVI, pero en algunos casos, como el ensayo sobre los apaches de María del Carmen Velázquez,1 las fuentes aludidas abarcan hasta el siglo XVIII. Con especial interés y satisfacción he revisado un grupo de artículos que, en mi opinión, son excelentes ejemplos de estudios etnohistóricos. En ellos se hace patente la premisa que, de alguna manera, me ha guiado a mí mismo en esta revisión, y es que no podemos separar la comprensión de las condiciones inmediatamente anteriores a la conquista de los sucesos que transformaron la historia de los pueblos indígenas tras la instauración del régimen virreinal; unas y otros se explican recíprocamente.

He leído 66 artículos, 83 reseñas y notas críticas, 12 textos no clasificables como artículos o reseñas. Un total de 161 trabajos de interés para la historia indígena: muchos de ellos, novedosos por su tema y su enfoque metodológico; varios, de enorme importancia para comprender el panorama en este campo de estudios en la segunda mitad del siglo XX. E incluso, como espero ser capaz de señalar, algunos de los trabajos son verdaderas piezas clásicas de nuestra historiografía indigenista.

Elaboré una tabla y algunas gráficas (véanse los cuadros 1 y 2) para tratar de entender si la presencia de los textos sobre historia indígena en la revista mostraba algún patrón inteligible. Y anoté por separado si se trataba de artículos o de reseñas.2 El número de artículos dedicados a temas indígenas creció entre 1951 y 1964; tuvo una ligera disminución en el lustro 1965-1969, y volvió a crecer en el siguiente. De mediados de los años setenta a mediados de los ochenta, hubo una notable caída. De hecho, después de 1977 no se publicó ningún artículo de nuestro campo de interés durante siete años. Luego ocurrió un repunte, entre 1985 y 1990: en un solo número (155) se publicaron cinco artículos y dos reseñas de temas de historia indígena.3 Pero tras este repunte vino un nuevo declive.

En términos generales, podemos decir que la publicación de artículos y ensayos sobre el México prehispánico e indígena creció durante los primeros 25 años de vida de Historia Mexicana. Luego de una fuerte caída y una recuperación pasajera, en los últimos 25 años se han publicado considerablemente menos artículos sobre el tema que en los primeros 25. Sin embargo, el crecimiento de las reseñas, a partir del año 2000, ha mantenido al México indígena presente.

Los viejos

El primer artículo dedicado propiamente a la etapa prehispánica que se publicó en Historia Mexicana fue “Origen de nuestras culturas”, de Eduardo Noguera, en 1952. Un poco atrapado aún entre adjetivos e imprecisiones… “culturas primitivas”, “grandes culturas”, “cultura perfectamente formada”…,4 el trabajo es una muestra interesante de ese momento previo a la estructuración del campo de estudio, cuando no había aún periodizaciones satisfactorias y los huecos temporales entre un hallazgo y otro eran inmensos. El “enigma” de cómo había ocurrido el tránsito de los cazadores recolectores del periodo arcaico a culturas agrícolas, como la de Tlatilco, embargaba a Noguera. Y otro tanto le ocurría con el surgimiento de la cultura olmeca en el Golfo de México. Faltaba casi una década para que se iniciara el gran proyecto sobre el origen de la agricultura en el valle de Tehuacán,5 que resolvería muchas dudas, y más tiempo aún para la publicación de trabajos sobre las etapas tempranas del fenómeno olmeca en Veracruz y tabasco. A fines de ese mismo año publicó Ángel Palerm un artículo notable en las páginas de Historia Mexicana, con el título de “La civilización urbana”. Se trataba de una reflexión a partir de los dos grandes modelos que guiaron durante décadas la investigación arqueológica, el del origen de la civilización, de Vere Gordon Childe,6 y el que situaba a las obras hidráulicas como detonante de la civilización en Oriente, de Karl Wittfogel.7 Palerm contaba con la guía de Wigberto Jiménez Moreno y Paul Kirchhoff para abordar el caso del México antiguo, sobre el que decía “ignoramos prácticamente todas las cuestiones básicas: regadío, demografía, urbanismo, organización militar y otras”.8 Justo cuando publicó ese artículo estaba iniciando, en colaboración con su paisano Pedro Armillas, los estudios que revolucionaron el campo de conocimiento de la tecnología mesoamericana.

Entre los viejos maestros, contemporáneos de Noguera, que alcanzaron a dejar una huella en la revista del Centro de Estudios Históricos, se encuentran Wigberto Jiménez Moreno, que había sido profesor de las primeras generaciones de historiadores formadas en El Colegio, y Alfonso Caso, que había participado en algunos seminarios.9 Ambos fueron miembros del consejo de redacción fundador de Historia Mexicana.10 No alcanzan las palabras para describir el legado de ambos en la construcción de nuestra idea del pasado mexicano anterior a la conquista. Los dos fabricaron el entramado metodológico que permitió acercarse de verdad al conocimiento del México antiguo. Encuentro dos excelentes ejemplos de esto en las páginas de la revista.

En el trabajo de Caso dedicado al calendario de los mixtecos,11 podemos ver al científico, conocedor al detalle de las colecciones arqueológicas en el mundo; riguroso en la consideración de los fechamientos de radiocarbono, en el tratamiento de cronologías y correlaciones calendáricas y, sobre todo, capaz de operar con una variedad enorme de fuentes: no sólo inscripciones en piedra con siglos de distancia entre ellas, también relatos del siglo XVI, vocabularios en lenguas indígenas, relaciones geográficas. El proceder de Caso no coincide con la manera de trabajar de ningún investigador de la actualidad. Para bien o para mal, la especialización ha desplazado la antigua labor del sabio universal.

Jiménez Moreno tuvo también esa grandeza, y uno de sus artículos en Historia Mexicana puede servir de muestra.12 Abordó en él dos problemas, centrales en su obra, el de la identidad étnica de los habitantes mayoritarios de Teotihuacán, y el de la movilidad de los grupos nahuas, a la cual se debe la conexión histórica entre metrópolis como Teotihuacán, Cholula, Tula y Tenochtitlan. El modelo de explicación de Jiménez Moreno abrió el camino para entender asuntos fundamentales de nuestra historia antigua, como la importancia de las migraciones, los vínculos entre Centroamérica y el México central, el papel de los nonoalcas, la liga entre Tula y Chichén Itzá, y tantos otros. Jiménez Moreno era ante todo un historiador, es cierto, pero en el sentido más amplio del término, que en su caso incluía un cultivo dedicado de la etnología, la arqueología y la lingüística.

El problema de la interpretación de las fuentes nahuas, las complejas relaciones entre mito e historia, y la función de entidades legendarias como Quetzalcóatl y Tula, han reaparecido varias veces en la revista a lo largo de las décadas. En un artículo de 1963,13 Enrique Florescano se ocupó de un problema que aún le sigue interesando: la necesidad de reconocer que algunos detalles históricos de la ciudad de Tula descrita por los colaboradores de fray Bernardino de Sahagún coinciden con la Tula del estado de Hidalgo, como lo indicaron Jiménez Moreno y Caso, pero, a la vez, la certeza de que los conceptos de Tula y la toltecáyotl (o tradición tolteca) se referían a una realidad mayor y más trascendente, del tiempo de Teotihuacán, cuando menos. El propio Miguel León Portilla, quien explicablemente publicaba la mayor parte de su obra en Estudios de Cultura Náhuatl, llegó a publicar en Historia Mexicana un artículo dedicado a Quetzalcóatl,14 aunque en este caso centrado en el problema de la conquista y la duda de si, durante algunos días, los mexicas pudieron interpretar la llegada de Cortés y su hueste como un retorno del dios tolteca.

La estructura social nahua

En las páginas de Historia Mexicana se han publicado tres artículos fundamentales para comprender la sociedad nahua del Posclásico. En el año 1974, en pleno auge del marxismo estructuralista, Alfredo López Austin trazó un modelo detallado de la organización social y política de los mexicas, que él creía aplicable al Altiplano central en su conjunto.15 Definió una estructura social marcada por la prevalencia de comunidades autosuficientes de productores llamadas calpultin (calpulis), cuyos miembros constituían la base tributaria que sostenía a la nobleza. Tales comuneros recibían el nombre de macehualtin (macehuales), y la gente de los linajes nobles eran los pipiltin (pilis). No es posible profundizar aquí en todos los detalles de la propuesta de López Austin. Acaso valdría la pena señalar que uno de los puntos polémicos del modelo tiene que ver con la contradicción entre la idea de comunidades autosuficientes y la evidencia histórica de la alta especialización laboral de los calpulis.16 Quizá haya sido la necesidad de encontrar un cumplimiento puntual en Mesoamérica de lo que Marx llamó “modo asiático de producción” lo que dificultaba atender esa contradicción. Como quiera que sea, el modelo resolvía la mayor parte de las preguntas, no sólo de cómo era la sociedad nahua sino de qué tipo de gobierno tenía. Aquel artículo se convirtió en el punto de partida más firme y completo para explicar lo que podríamos llamar el Estado mexica, y que se podría expresar con la voz nahua tlatocáyotl. Entre los muchos méritos de aquel trabajo se encuentra una formulación de enorme alcance para explicar la historia mesoamericana en su conjunto; me refiero a la idea de que, en un Estado como el mexica, y en muchos otros de Mesoamérica, al menos en el Posclásico, coexistieron una estructura tradicional de tipo gentilicio o tribal, y otra de tipo político. La estructura gentilicia se hacía más perceptible cuando algunas etnias emprendían procesos migratorios, por ejemplo; y el orden político parecía dominante durante los años de prosperidad de algunas ciudades, donde resolvía con eficiencia cuestiones como el comercio y la defensa.

Uno de los debates vigentes en el tiempo en que López Austin escribió su artículo era el del papel de cierto tipo de trabajadores serviles denominados en algunas fuentes mayeque, ligados a la existencia de tierras de beneficio privado. Pedro Carrasco, quien había dedicado muchos trabajos a problemas de la organización social mesoamericana, decidió, en el año 1989, esclarecer ese término, que era esquivo en las fuentes del valle de México.17 Lo hizo con la metodología que le caracterizó, como decano de los estudios etnohistóricos, aprovechando a fondo documentación de archivo, parte de ella en lengua náhuatl, relacionada con tierras, censos y diversos pleitos. El estudio de Carrasco no dejó dudas sobre la importancia de este tipo de trabajadores y sobre la normalidad con la que se habla de ellos en los documentos de las cañadas de Morelos y el valle de Puebla, en relación con las tierras de los caciques y las del Marquesado.

En general, los trabajos sobre organización social de las décadas de 1970 y 1980 centraban su interés en las nociones de estructura social y comunidad, y prestaban poca atención a la unidad doméstica. James Lockhart profundizó en ese tema con abundante documentación de archivo18 y enriqueció mucho los estudios mesoamericanos. Unos años después de publicarse la obra de Lockhart, Robert McCaa dio a conocer en Historia Mexicana un análisis demográfico de las familias nahuas de Morelos a partir de los censos de 1537, que incluían 325 unidades domésticas.19 El trabajo de McCaa confirmó la terminología detectada por Carrasco y Lockhart, que parte de la denominación nahua de patio, ithualli, y se refiere al conjunto de tres o cuatro casas o cuartos unifamiliares que rodean un mismo patio y constituyen “la familia”, una familia extensa, cemithualtin (lit. “el grupo de los del patio”). Pero lo más asombroso que demuestra el trabajo de McCaa es que, antes de que las grandes epidemias redujeran la población de esa región y, por lo tanto, sin que las epidemias puedan explicar en lo fundamental los patrones observados, había “un infierno demográfico, con esperanzas de vida inferiores a las peores condiciones de cualquier cuadro de vida estándar”.20 Los cemithualtin no eran la alegre suma de tres matrimonios con sus respectivos hijos y los abuelos, sino más bien una suma que podía resultar de un tío-abuelo, algunas viudas, un hermano, algunos niños, entenados y sirvientes. Entender las causas de este fenómeno es una tarea pendiente; McCaa dejó pistas en dos factores clave: una alta tasa de infertilidad, y el matrimonio infantil como regla. La mayoría de las mujeres estaban casadas antes de llegar a los 15 años; muchas se casaban a los 12, y también a los 8. El promedio se situaba entre los 12 y los 14 años.

Sobre la situación indígena tras la conquista

Es interesante encontrar en las páginas de Historia Mexicana algunos textos en los que se iban preparando libros que fueron importantes en su campo, o bien artículos que completaban ideas y agregaban algunos matices a obras recientemente publicadas y que se convertirían en clásicos. Para los temas que venimos revisando vale la pena recordar, por ejemplo, el caso de Silvio Zavala. En un artículo del año 195221 se ocupó del tráfico de esclavos de Pánuco a las Antillas, y explicó el papel de Nuño de Guzmán y algunos detalles de esta práctica que afectó a miles de indígenas durante el gobierno de la Segunda Audiencia, como las capturas indiscriminadas en los mercados, el herraje de los cautivos y su intercambio por piezas de ganado, que alcanzó montos de hasta 100 esclavos indios por un caballo. Unos años después, Zavala publicaría su libro dedicado a la esclavitud indígena,22 y en 1970 volvió sobre el tema en las páginas de Historia Mexicana.23

Sherburne Cook había empezado a publicar los resultados de su análisis demográfico de la población indígena tras la conquista, en compañía de Lesley B. Simpson, en 1948,24 y lo seguía haciendo, en colaboración con Woodrow Borah, con quien publicó un artículo en Historia Mexicana.25 Un artículo interesante, precisamente porque sus autores se refieren a su trabajo previo, corrigen algunos datos y realizan precisiones cuyo impacto veremos también en publicaciones posteriores. En este artículo de 1962 Borah y Cook ajustaron su estimación para la población indígena del México central26 en 25 000 000 de personas en tiempos de la conquista. También propusieron entonces un total de 1075000 personas para 1605; es decir, una supervivencia inferior a 5% de la población original.

Peter Gerhard, otro de los autores fundamentales en la construcción de las bases de nuestro conocimiento sobre el cambio de las condiciones de los pueblos indígenas tras la conquista, publicó artículos en varios números de Historia Mexicana entre 1954 y 1981; es decir, casi 20 años antes y casi 10 después de la publicación de su indispensable guía para la geografía histórica de la Nueva España.27 Justamente en estos artículos hacía lo que el formato y objetivos de la guía no le hubieran permitido hacer, como profundizar en etapas concretas del largo intervalo que la guía cubre, reflexionar sobre la naturaleza de las fuentes o realizar algunas observaciones generales sobre procesos de largo plazo. Me pareció especialmente importante incluir en este recuento el artículo que se refiere a las congregaciones de indios realizadas antes de 1570.28 En él habla Gerhard de un aspecto social de las congregaciones, que es el del rechazo de muchos indios a ser movidos de su asentamiento original, la resistencia y la consiguiente violencia que ocurrió en muchos de los traslados. Algunos de los indicios que emplea Gerhard para referirse a la resistencia indígena proceden de las instrucciones y correspondencia del virrey Velasco; y ése es un detalle importante del artículo, la información que ofrece sobre las fuentes y su ubicación en diferentes archivos.

Charles Gibson publicó un artículo en el número 12 de la revista, en 1954,29 un par de años después de la aparición de su Tlaxcala in the Sixteenth Century. En el artículo destaca el valor de los archivos locales, reflexiona sobre la singularidad del caso de Tlaxcala y su acentuado patriotismo, pero objeta la idea de que esta república de indios hubiese recibido tantos privilegios como se piensa.30

También corresponde a este tipo de artículos que completan con nuevos datos y reflexiones libros ya publicados, el interesantísimo artículo de Borah sobre la introducción de la sericultura en Oaxaca.31 Entonces habían transcurrido 20 años desde la publicación de su libro Silk Raising in Colonial Mexico. En el artículo se refiere al caso de la madre del célebre encomendero de Yanhuitlán, Gonzalo de las Casas, y presenta un documento muy valioso sobre la introducción de la sericultura en Texupan, por los hermanos Marín.

Jiménez Moreno y Carrasco, cuya investigación los llevó siempre a reflexionar sobre el pasado prehispánico desde la perspectiva de su conocimiento profundo del siglo XVI, se interesaron expresamente en valorar el proceso de transformación colonial de las comunidades indígenas. Y lo hicieron en sendos ensayos publicados en Historia Mexicana: “La conquista: choque y fusión de dos mundos” y “La transformación de la cultura indígena durante la colonia”.32 Ambos textos tienen un estilo más cercano al ensayo que al artículo de investigación. Esto ocurre a menudo en los números pasados de la revista, donde encontramos cierta libertad de estilo actualmente perdida.

Los trabajos referentes al cambio religioso y cultural de los indígenas en el siglo XVI me han parecido escasos. Vale la pena señalar el artículo de José María Kobayashi, “La conquista educativa de los hijos de Asís”, publicado justo un año antes de la aparición de su libro.33 Ya se anuncia en el artículo el tono profundamente apologético de su obra, y el énfasis en la noción de una misión civilizatoria franciscana. Con los pies más en la tierra, Solange Alberro escribió un bonito artículo,34 se diría que divertido, de no ser por lo trágico del caso que se narra: una compra fraudulenta con la cual algunos estancieros españoles se apropiaron a muy bajo precio de tierras y ganados que habían sido otorgados por el virrey Mendoza para que sus beneficios ayudaran a sostener el Colegio de la Santa Cruz. La estafa ocurrió entre 1555-1556, y los abusadores parecen haber aprovechado la inexperiencia administrativa de los indios, a quienes los franciscanos habían encomendado la conducción del colegio.

Historia indígena y etnohistoria

Podríamos decir que, en cierta forma, los estudios etnohistóricos se ocupan de procesos de transición entre una etapa de señoríos étnicos y otra de dominación política general, imperial. En ese proceso de transición se advierten las estructuras y dinámicas de los antiguos señoríos, pero también su extinción paulatina. Un estudio etnohistórico puede mirarse en dos direcciones: hacia atrás, se perciben las formas precoloniales, y hacia adelante, se aprecian las estrategias de supervivencia y las rutas de extinción. Por ello los estudios etnohistóricos escapan a la tajante división que hemos hecho de nuestro pasado: prehispánico/colonial. Varios trabajos publicados en Historia Mexicana entran en esa categoría, pero destacaría tres por su interés y complejidad.

Algunos años antes de publicar su libro sobre pueblos yucatecos,35 Sergio Quezada escribió “Encomienda, cabildo y gubernatura indígena en Yucatán, 1541-1583”.36 Se trata de una contribución muy importante para entender la estructura política del kuchkabal o señorío maya yucateco, y en particular el enlace entre el gobierno central de los halach winikoob y el gobierno local de los pueblos sujetos, a cargo de los batabes (o bataboob). El artículo muestra la forma en que las encomiendas, primero, y el desarrollo de los cabildos, inmediatamente después, quebraron la geometría de los señoríos (las redes de batabes sujetos a cada halach winik), a la vez que los nuevos cargos de gobernadores, alcaldes y regidores erosionaban la antigua autoridad de los jefes étnicos.

Los trabajos de Quezada se referían a la zona norte y costera de la Península de Yucatán, la que fue más urbanizada en el Posclásico y sometida más pronto al orden colonial. De manera análoga, Laura Caso barrera trabajó el interior y la zona selvática de la Península, hasta el Petén. Ambos proyectos de investigación son complementarios y representan un buen ejemplo de los estudios de doctorado en Historia en El Colegio, donde ambos investigadores se formaron. El mismo año en que apareció el libro derivado de su tesis doctoral,37 Laura Caso publicó un artículo extenso y profundo en compañía de Mario Aliphat,38 que es, al mismo tiempo, un esbozo de la historia de los itzaes y un análisis de su estructura política. Un pueblo con una movilidad y una capacidad de resistencia singulares, que entró y salió de las historias políticas de los reinos mayas, con especial notoriedad en la etapa “tolteca” de Chichén Itzá, y que resistió insumiso hasta 1697. Caso y Aliphat identifican un modelo de gobierno cuatripartita, con predominio de una cabecera, y mejoran nuestro conocimiento sobre un hecho cultural importante que se había identificado previamente: me refiero a la existencia de un hombredios, a la manera de Quetzalcóatl, llamado aquí Canek. El primer gobernante Canek del que se tenga noticia es mencionado en una estela del periodo Clásico, en Motul de San José,39 precisamente en la orilla del lago Petén Itzá, que sería el reducto de la resistencia de los itzaes hasta el siglo XVII. Se menciona a un gobernante Canek en otras ciudades mayas, y está presente en el fin de la hegemonía de Chichén Itzá. En tiempos de la conquista, los españoles se entrevistaron con el gobernante supremo de los itzaes, quien se encontraba en la casi inexpugnable fortaleza insular de Tayasal: en 1525, su nombre era Canek; en 1617, Canek; y en los últimos días de la resistencia, en 1695, era Canek.40

Otro artículo en el cual el tema es una historia étnica antes y después de la conquista es el de Alonso barros,41 dedicado a los mixes. Se trata de una historia, digamos, más narrativa, quizá porque las fuentes no permitían un análisis de la terminología y las estructuras de gobierno, pero muy interesante también. Una historia de resistencia frente la fuerza militar zapoteca, en el Posclásico, y luego ante la expansión del pastoreo que los zapotecos empezaron a practicar profusamente en la sierra. Finalmente hizo falta un ejército de 10 000 hombres, formado por españoles, nahuas, mixtecos y, por supuesto, zapotecos, para someter a los mixes.

Pienso en otros dos trabajos que vale la pena citar, que se ocuparon de comprender el modo en que algunos grupos y linajes indígenas construyeron una perspectiva propia para conservar o adquirir bienes y beneficios en el orden colonial. John K. Chance escribió sobre la familia Santiago, nobles nahuas de la localidad de tecali, Puebla.42 Un análisis muy interesante sobre el modo en que la institución del teccalli (casa señorial) se adaptó a la noción colonial del cacicazgo y al desarrollo de la hacienda. El primer cacique colonial de la familia, Martín de Santiago Cacalotzin, era reconocido con el nombre de tlatoani y acaparaba tres cuartas partes de la tierra y la fuerza de trabajo (sus mayeques).

Por su parte, Andrea Martínez Baracs presenta el caso de las colonias tlaxcaltecas, al norte y al sur de la Nueva España.43 Una de las contribuciones de este espléndido artículo está en la argumentación sobre el modo en que los tlaxcaltecas actuaron como una corporación, mucho más allá de su ciudad de origen, de tal modo que obtuvieron ventajas sobre otros grupos indígenas y sobre los propios españoles, especialmente para el acceso a la tierra y al agua.

Los indios del norte

En contraste con una mayoría de artículos dedicados a la historia de los pueblos indígenas de origen mesoamericano, encontramos sólo algunos trabajos sobre los indios del norte. María del Carmen Velázquez, alumna, maestra y directora del Centro de Estudios Históricos, publicó un artículo sobre los indios chichimecas, en el que destacaba su uso del arco y la flecha:44 un rasgo distintivo de estos grupos, que tuvo un fuerte efecto sobre los ejércitos que trataron de combatirlos, desde la época de la guerra del Miztón.45 Unos años después publicó un artículo dedicado a los apaches,46 en tono de ensayo, como una monografía etnográfica y con el mérito de haber realizado un recuento de las fuentes españolas sobre el tema, de los siglos XVII y XVIII (Benavides, Gálvez, Cordero y Bustamante).

Una arqueóloga que ha transformado nuestra visión de los pueblos de la Sierra Madre Occidental, Marie-Areti Hers, mostró en un artículo de Historia Mexicana47 la utilidad del trabajo complementario de archivo para el estudio del pasado indígena del área. Realizó un análisis de la religión de los coras y explicó el papel central que en ella tenía el oráculo. Por otra parte, pudo documentar el modo en que los líderes espirituales coras habían logrado asimilarse a los cargos de gobierno del cabildo.

Reseña y crítica

He contabilizado un total de 83 reseñas de libros relacionados con el México indígena en Historia Mexicana.48 Incluso en periodos en los que no hubo artículos sobre historia indígena, siguieron apareciendo reseñas, de modo que nunca quedó el tema totalmente ausente. He observado que, al menos en el área de conocimiento que me ocupa, las reseñas de Historia Mexicana son fundamentalmente noticiosas; muy útiles, por cierto, pero rara vez polémicas.

Destacaría, sin embargo, una reseña de Ignacio Bernal, tras la aparición en Francia de La vie quotidienne des Aztèques à la veille de la conquête espagnole, de Jacques Soustelle;49 otra de Luis Nicolau d’Olwer, sobre la edición de Ángel María Garibay de la Historia general de Sahagún;50 y una más, de Bernardo García, dedicada a otra edición del padre Garibay, la de la Historia de las Indias de Durán.51 Con más o menos cortesía, las tres reseñas hacen críticas importantes a obras que hubiera sido más fácil sólo celebrar.

Las reseñas más prolijas que he encontrado han sido, sin duda, las que han hecho Jesús Monjarás, Xavier Noguez, Alfredo López Austin y Guilhem Olivier. Una reseña de Olivier es casi como leer el libro.52

La única gran polémica abierta en las páginas de Historia Mexicana en el campo que revisamos es la que inició en dos extensas notas críticas Edmundo O’Gorman, dirigidas a Utopie et histoire au Mexique, de Georges Baudot.53 Todavía hoy extrañamos el hábil sarcasmo, el argumento tan lúcido, la crítica documental tan rigurosa. Baudot nunca respondió al desafío. Ocho años después, O’Gorman lamentaría en un nuevo texto la ausencia de Baudot en el debate.54

Conclusión

Sería posible decir todavía mucho más sobre los artículos y las reseñas que se han dedicado en Historia Mexicana al mundo indígena a lo largo de 70 años. La extensión marcada por los editores para este ejercicio no lo permite.

El México indígena ha tenido un lugar de cierta importancia en El Colegio de México, más de lo que suele pensarse; aunque también es cierto que no se trata de una institución de referencia para estos temas, a la manera en que lo son la Universidad Nacional Autónoma de México y el Instituto Nacional de Antropología e Historia. La presencia de Alfonso Caso, Wigberto Jiménez Moreno, Alfredo López Austin y Pedro Carrasco en algunos cursos y seminarios de El Colegio; la publicación de libros con un fuerte contenido de historia indígena como los celebra el trabajo del investigador belga, profundiza en la obra, expone sus principales contribuciones, muestra un conocimiento erudito sobre el tema; en fin, es una reseña que de Bernardo García, Rodolfo Pastor o Sergio Quezada,55 son motivo suficiente para afirmar que la mirada de la institución nunca se ha apartado del mundo indígena.56 Pero es fundamentalmente en las páginas de Historia Mexicana donde encontramos la huella de algunos de los principales autores, temas y problemas de la historia indígena de México.

Sólo me queda subrayar que han quedado fuera de mi comentario varios temas, textos y autores sobre los que hubiera sido muy interesante discutir, pero el espacio era limitado.

Cuadro 1 

Año

Artículos

Reseña, crítica

Testimonio, crónica

Total

1951-1954

5

2

3

10

1955-1959

6

5

4

15

1960-1964

8

4

4

16

1965-1969

6

8

1

15

1970-1974

9

3

0

12

1975-1979

4

10

0

14

1980-1984

0

3

0

3

1985-1989

10

8

0

18

1990-1994

6

8

0

14

1995-1999

3

4

0

7

2000-2004

2

2

0

4

2005-2009

2

6

0

8

2010-2014

2

11

0

13

2015-2020

3

9

0

12

66

83

12

161

Cuadro 2 Por lustro  

Referencias

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Zavala, Silvio, Los esclavos indios en la Nueva España, México, El Colegio Nacional, 1968. [ Links ]

1Velázquez, “Los apaches y su leyenda” (94), 1974, pp. 161-176.

2Hasta 1969 incluí una categoría, que luego dejó de existir, descrita en ocasiones como “testimonios” y otras veces como “crónica”.

3Se trata de un número dedicado a discutir un texto de Enrique Florescano, “Hacia una reinterpretación de la historia” (155), 1990, pp. 701-725, para el que se invitó expresamente a Georges Baudot, “Nota sobre el discurso” (155), 1990, pp. 687-699; Pedro Carrasco, “Sobre mito e historia” (155), 1990, pp. 677-686 y Alfredo López Austin, “Del origen” (155), 1990, pp. 663-675. Las reseñas eran de Xavier Noguez y Solange Alberro. Se pretendía propiciar un debate a partir del artículo de Florescano. No estoy seguro de que ese propósito se haya logrado, pero las reflexiones son interesantes.

4Noguera, “Origen de nuestras culturas” (4), 1952, pp. 541-546.

5El primer reporte preliminar de Richard MacNeish, previo al desarrollo de su enorme trabajo sobre Tehuacán, fue el First Annual Report de 1961.

6 Childe, Man Makes Himself; Childe, What Happened in History.

7 Wittfogel, Wirtschah und Gesellschah. No sé si Palerm había leído esta obra en alemán, del año 1931. traducciones y nuevos trabajos de Wittfogel se empezaron a publicar muy poco después, y una parte considerable de su obra fue contemporánea del trabajo de Palerm, cuyos trabajos conocía el profesor alemán.

8Palerm Vich, “La civilización urbana” (6), 1952, pp. 184-209, p. 186.

9 Lida, Matesanz y Vázquez, La Casa de España y El Colegio de México, pp. 183, 234, 255.

10Vázquez, “Historia Mexicana en el banquillo” (161), 1991, p. 13.

11Caso, “El calendario mixteco” (20), 1956, pp. 481-497.

12Jiménez Moreno, “Los portadores de la cultura teotihuacana” (93), 1974, pp. 1-12.

13Florescano, “Tula-T eotihuacán” (50), 1963, pp. 193-234. Florescano volvería a este tema muchos años después en las mismas páginas de Historia Mexicana, en su artículo “Los paradigmas mesoamericanos que unificaron la reconstrucción del pasado” (206), 2002, pp. 309-359.

14León Portilla, “Quetzalcóatl-Cortés” (93), 1974, pp. 13-35.

15López Austin, “Organización política” (92), 1974, pp. 515-550.

16López Austin, “Organización política” (92), 1974, pp. 521-522.

17Carrasco, “Los mayeques” (153), 1989, pp. 123-166. Justo en 1989 Carrasco formaba parte de la planta del Centro de Estudios Históricos, donde estuvo un breve tiempo. Se menciona en Lida, Matesanz y Vázquez, La Casa de España y El Colegio de México, p. 436.

18 Lockhart, The Nahuas, pp. 59-93.

19McCaa, “Matrimonio infantil, cemithualtin” (181), 1996, pp. 3-70.

20McCaa, “Matrimonio infantil, cemithualtin” (181), 1996, p. 33.

21Zavala, “Nuño de Guzmán y la esclavitud” (3), 1952, pp. 411-428.

22 Zavala, Los esclavos indios en la Nueva España.

23Zavala, “Los esclavos indios en Guatemala” (76), 1970, pp. 459-465.

24 Cook y Simpson, The Population.

25Borah y Cook, “La despoblación del México central” (45), 1962, pp. 1-12.

26Para los autores, el México central comprendía el territorio desde Tehuantepec hasta el límite de la civilización mesoamericana, en el norte.

27 Gerhard, A Guide to the Historical Geography… La obra fue completada por Gerhard con dos volúmenes dedicados a las provincias situadas al sureste (1979) y al norte (1982) de Nueva España, como es conocido. Gerhard, The Southeast Frontier, y Gerhard, The North Frontier.

28Gerhard, “Congregaciones de indios” (103), 1977, pp. 347-395.

29Gibson, “Significación de la historia” (12), 1954, pp. 592-599.

30Acaso el trabajo posterior de Andrea Martínez Baracs, como veremos adelante, podría dar nuevos motivos al argumento de que los tlaxcaltecas tuvieron un régimen con importantes privilegios.

31 Borah, “El origen de la sericultura” (49), 1963, pp. 1-17.

32El artículo de Jiménez Moreno, “La conquista” (21), pp. 1-8, es del año 1956. El de Carrasco, “La transformación” (98), pp. 175-203, muy posterior, de 1975.

33Kobayashi, “La conquista educativa de los hijos de Asís” (88), 1973, pp. 437-464. Kobayashi, La educación como conquista.

34Alberro, “El Imperial Colegio” (253), 2014, pp. 7-63.

35 Quezada, Pueblos y caciques.

36Quezada, “Encomienda, cabildo y gubernatura indígena en Yucatán, 15411583” (136), 1985, pp. 662-684.

37 Caso barrera, Caminos en la selva.

38Caso barrera y Aliphat, “Organización política de los itzaes” (204), 2002, pp. 713-748.

39Caso barrera y Aliphat, “Organización política de los itzaes” (204), 2002, p. 723.

40Caso barrera y Aliphat, “Organización política de los itzaes” (204), 2002, pp. 723-403.

41Barros van Hövell tot Westerflier, “Cien años de guerras mixes” (226), 2007, pp. 325-1133.

42Chance, “La hacienda de los Santiago” (204), 1998, pp. 689-734.

43Martínez Baracs, “Colonizaciones tlaxcaltecas” (170), 1993, pp. 195-250.

44Velázquez, “Los indios flecheros” (50), 1963, pp. 235-243.

45Ya Powell había reparado en esta “ventaja” tecnológica de los chichimecas frente a los españoles. Powell, Soldiers, Indians, and Silver.

46Velázquez, “Los apaches y su leyenda” (94), 1974, pp. 161-176.

47Hers, “Los coras” (105), 1977, pp. 17-48. El artículo aprovecha especialmente documentación del ramo de Provincias Internas del Archivo General de la Nación.

48Algunas de ellas se publicaron en una sección denominada “Crítica”.

49 Soustelle, La vie quotidienne y la reseña de Bernal, “La vida cotidiana de los aztecas” (19), 1956, pp. 440-453.

50 Sahagún, Historia general; Nicolau D’Olwer, “De nuevo Sahagún” (24), 1957, pp. 615-619.

51 Durán, Historia de las Indias; García Martínez, “Sobre Diego Durán” (71), 1969, pp. 463-464.

52Sería innecesariamente extenso enumerar aquí reseñas de todos los autores a los que considero más prolijos y enjundiosos. El lector puede localizarlas fácilmente en el índice de la revista. En el caso de Guilhem Olivier, me gustaría destacar su reseña sobre el libro de Graulich, Le sacrifice humain. Olivier enseña mucho y expone con claridad hallazgos, temas y problemas resueltos por Graulich. Una reseña como ésta vale tanto como un artículo (221), 2006, pp. 287-301.

53O’Gorman, “Al rescate… Primeros comentarios” (107), 1978, pp. 446-478; O’Gorman, “Al rescate… Segundos comentarios” (108), 1978, pp. 637-658. Baudot, Utopie et historie.

54Edmundo O’Gorman, “Esperando a Baudot”, Nexos (oct. 1986). Edición electrónica: https://www.nexos.com.mx/?p=4675.

55 García Martínez, Los pueblos de la sierra; Pastor, Campesinos y reformas; Quezada, Pueblos y caciques.

56Por supuesto, hay que tener en mente también los capítulos referentes a la etapa indígena en las diferentes versiones de la Historia general de México y la Historia mínima de México publicadas por El Colegio de México.

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