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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.70 no.4 Ciudad de México abr./jun. 2021  Epub 04-Mayo-2021

https://doi.org/10.24201/hm.v70i4.3881 

Reseñas

Tomás Pérez Vejo y Pablo Yankelevich (coords.), Raza y política en Hispanoamérica

Daniela Gleizer1 

1Universidad Nacional Autónoma de México

Pérez Vejo, Tomás; Yankelevich, Pablo. Raza y política en Hispanoamérica. México: Bonilla Artigas Editores, El Colegio de México, Iberoamericana Vervuert, 2017. 384p. ISBN: 978-607- 8450-90-9.


El lector encontrará en Raza y política en Hispanoamérica diez ensayos que muestran la complejidad que circunda al concepto de “raza”, sus múltiples acepciones e interpretaciones, sus usos variados en distintos contextos temporales y espaciales, sus funciones cambiantes, flexibles, ambivalentes, incluso en un mismo contexto espacial y temporal, y su vinculación con el ejercicio del poder. Como afirma Devoto en su ensayo, la noción de “raza” es ambigua, elusiva e inestable (p. 278). Los autores no realizan un análisis semántico, ni tampoco observan los cambiantes usos que ha tenido el concepto de “raza” en el tiempo,1 sino que se refieren primordialmente al papel que han tenido las ideas sobre raza y racismo en los procesos de construcción nacional de los países latinoamericanos. Retomando a Tzvetan Todorov, algunos autores utilizan la noción de racialismo más que de racismo, aludiendo con ello a las doctrinas ideológicas sobre las diferencias entre los seres humanos, más que a comportamientos de exclusión o de rechazo frente a individuos que poseen distintas características a las propias.2

Los autores de este libro de diez capítulos -más una presentación de los coordinadores- abordan una multiplicidad de temas vinculados a distintos contextos geográficos (México, América Central, el Caribe hispánico, Colombia, Brasil, Bolivia y Argentina) y distintos momentos históricos, pero parten, en su mayoría, de observar el papel que han tenido las ideas raciales en América Latina en los siglos XIX y XX, primera región cuyos Estados-nación -en palabras de Tomás Pérez Vejo- tuvieron que lidiar con la existencia de naciones multiétnicas, lo cual llevó a considerar necesario establecer tanto mecanismos de homogenización social como políticas inmigratorias que atrajeran extranjeros que pudieran explotar los territorios “vacíos” y “blanquear” a la población.

Dos herencias son señaladas como incubadoras de la racialización que acompañó a la construcción de las naciones hispanoamericanas: la herencia colonial, con su tajante división en castas (división que implicaba firmes fronteras socioeconómicas y geográficas, además de culturales) y la herencia de la Ilustración y de pensadores como Jean Baptiste Lamarck, Gustave Le Bon, o Gobineau, que fueron leídos y que marcaron su impronta en los pensadores latinoamericanos. Sin embargo, a pesar de estas dos fuertes influencias, la forma en que se diagnosticó y se procesó la diferencia varió según los distintos contextos nacionales, y es esta variación, en mi opinión, una de las cuestiones más interesantes que plantean los ensayos del libro en su conjunto.

No se trata de textos que surgieron como resultado del trabajo común de un grupo de académicos; por tanto, qué entiende cada uno de estos autores por raza y política varía, y dónde ponen el foco para realizar sus análisis también; de allí cierta dificultad para realizar comparaciones -que quedan como tarea para el lector-, pero de allí también la gran riqueza analítica del libro y la oferta de materia prima para poder comparar.

Tres capítulos tratan sobre la historia de la raza y el racismo en la construcción nacional mexicana: el primero, de Tomás Pérez Vejo, aborda un siglo de vinculación entre raza y construcción nacional (1810-1910), lo que le permite historizar el papel de la raza en la imaginación de los primeros 100 años de la vida independiente de México, mostrando que durante la primera mitad del siglo XIX el problema de la raza no se planteó: el problema era el Estado -la conquista de la soberanía política- y no la nación. Pérez Vejo, hilando fino, realiza un ejercicio de historización que bien podría servir de ejemplo para algunos otros autores que -incluso dentro del propio libro- trazan cierta línea de continuidad racial entre la etapa virreinal y el siglo XX. Es importante también su intento de ubicar cuál era el discurso racial de liberadores y conservadores, si bien muestra que la existencia de múltiples matices dificulta establecer una línea de división clara entre unos y otros. El segundo texto, de Rodolfo Stavenhagen, se centra en el análisis del indigenismo, en diversos ensayos de política pública que, en vinculación con la antropología, se enfocaron en la “mexicanización” -y control político- de la población indígena, desde la posrevolución hasta el siglo XX, lo que en sus palabras tuvo el efecto de “desindigenizar” a la nación. El tercero, de Pablo Yankelevich , pone el acento en la vinculación entre racismo e inmigración, para mostrar que el pretendido no-racismo del mestizaje mexicano (al desafiar la idea de la superioridad de la pureza racial, y al insistir en que la categoría “indígena” denotaba diferencias culturales, no raciales) frecuentemente se diluía cuando se hacía referencia a las “razas extranjeras”. A pesar de que en teoría se rechazaba la idea de razas superiores e inferiores, la práctica inmigratoria mexicana, que desde inicios del siglo XX construyó al extranjero como amenaza, categorizó y seleccionó a los inmigrantes con base en consideraciones raciales. Una de las principales paradojas que muestra el autor es que, si bien la selectividad de los extranjeros se hacía en función de dichos criterios, se exigía a los mismos no abrigar prejuicios raciales y estar dispuestos a integrarse al mestizaje nacional.

Patricia Funes y Fernando Devoto escriben artículos que abordan el tema de raza y política en Argentina. Funes analiza algunos ejemplos de “ensayística raciológica” en la primera década del siglo XX en Argentina, Brasil y Bolivia, y la forma en la que el racialismo se constituyó en un principio caracterizador de desigualdades para legitimar la dominación de las élites blancas. Devoto, al igual que Yankelevich, reflexiona sobre raza e inmigración, y sobre la valoración de la inmigración europea como el principal instrumento para superar tanto la supuesta condición “desierta” del territorio argentino como la barbarie de sus habitantes. Si bien inicialmente se pensó en los inmigrantes más para poblar que para civilizar, se prefería a los inmigrantes europeos que no fueran sajones ni protestantes. Sin embargo, a diferencia de la política inmigratoria mexicana del siglo XX, en Argentina no se implementaron mecanismos de selectividad étnica; por el contrario, cuando se trató de frenar la inmigración se intentaron endurecer las condiciones de aceptación de todos por igual.

América Central es abordada por Marta Elena Casaús Arzú, quien escribe sobre racismo, genocidio y nación, y aborda los casos de Costa Rica, El Salvador y Guatemala. En lo que puede percibirse como cierta idealización del proceso de mestizaje mexicano o brasileño, afirma: “no fuimos capaces, durante este periodo, de pensar en un proyecto de nación racialmente homogénea por la vía del mestizaje, y preferimos blanquear la nación e invisibilizar al ‘indio’ y al ‘afrodescendiente’…” (p. 180). Si bien frente a la opción de la negación o la invisibilización de la diferencia el incluyente mestizaje puede resultar una propuesta de avanzada, no hay que olvidar, como recuerda Alan Knight (quien es citado por Yankelevich), que el mestizaje como construcción ideológica y política de Estado no significó la eliminación de los prejuicios raciales ni de las prácticas racistas.

José Antonio Piqueras dedica su ensayo al Caribe hispano, abordando la relación entre raza y política en Cuba, como eje central, y en República Dominicana y Puerto Rico, como ejes secundarios. Cuba resulta particularmente interesante debido a que se trata de una de las colonias con mayor proporción “blanca” de América, y con mayor proporción de esclavos africanos, donde está ausente la categoría de “indio”. Un acierto del ensayo de Piqueras es no sólo analizar la raza en vinculación política estatal, sino también la politización de ciertos grupos que reclamaron espacios de participación en el proceso de construcción nacional. El caso del levantamiento del Partido Independientes de Color, que acabó en una terrible represión, en 1912, es uno de estos ejemplos.

Colombia es abordada por Marta Saade, quien se propone “pensar la racialización de las reflexiones sobre los problemas nacionales en el caso colombiano, en términos de la reproducción y legitimación de un orden político específicamente ‘moral’” (p. 246). El artículo es sumamente sugerente, debido sobre todo al esfuerzo de desnaturalizar el racismo y de pensar qué es lo que hace de lo racial un “sentido común”, cuando su primera cualidad es justamente su imprecisión.

Jeffrey Lesser se ocupa de raza y política en el caso brasileño y reflexiona sobre el papel de la inmigración en la identidad brasileña. Mientras que en México el inmigrante era visto como una amenaza, en Brasil era visto como el elemento de cambio y progreso, el que mejoraría, con su presencia -y la de sus descendientes- a la nación. A diferencia de países con mayorías indígenas, en Brasil la inmigración de Europa, Asia y Medio Oriente tuvo un impacto crucial en la formación de la identidad nacional. El ensayo de Lesser analiza la flexibilidad de las categorías raciales y étnicas en Brasil, un tema que es poco atendido por otros autores.

Por último, el ensayo de Joshua Goode se aboca a estudiar los debates en torno a las causas que ocasionaron la debacle del Imperio español en América en 1898, y la coincidencia de este momento con el de la planeación de una nueva empresa colonial en Marruecos. La hipótesis del mismo es que la idea de fusión racial (que tuvo un papel importante en los debates señalados) sirve como ejemplo clásico de una “teoría viajante”, en el sentido de que tiene distintas interpretaciones en diversos contextos, pero mantiene la misma forma estructural (p. 147).

Los diversos ensayos del libro ofrecen al lector un collage rico y variado de puntos de vista, información, interpretaciones, enfoques, temas a analizar, y sobre todo preguntas que abren nuevos espacios de investigación. Al observar el conjunto pueden identificarse ciertas certezas compartidas en la historia racial de la construcción nacional latinoamericana: la idea de que la humanidad estaba dividida naturalmente en razas, que éstas tenían distintas cualidades físicas, morales e intelectuales, y que la “raza blanca” se encontraba en la cúspide de la pirámide civilizatoria y evolutiva, mientras “indígenas” y afrodescendientes se encontraban en los escalafones más bajos. De igual forma, fue común la idea de que la homogeneidad era un requisito indispensable para la formación nacional.

Sin embargo, más allá de estas pocas, aunque fundamentales certezas, los contextos nacionales fueron moldeando historias divergentes. Si bien en todos los países hubo procesos de mestizaje y contacto entre individuos diversos, la valoración que se le otorgó a la mezcla fue muy disonante. En algunos países, como México, se entronizó al mestizo, convertido en el sujeto nacional por excelencia; en otros, como Argentina, “los mestizos aparecían como una identidad en tránsito, suspensiva y por eso pasible de ser modificada” (p. 140); mientras que para pensadores como el argentino Carlos O. Bunge, los mestizos cargaban “en su genética cierta inarmonía psicológica, una relativa esterilidad y falta de sentido moral” (p. 102). Estas diferencias, que el libro hace tan evidentes, señalan una tarea indispensable y urgente: ubicar, cuando se habla de “mestizaje” y “mestizos” en América Latina, los contextos particulares, temporales y espaciales, a los cuales se hace referencia.

Por otra parte, el libro advierte, quizá inintencionadamente, sobre otra cuestión fundamental: el variante uso de las categorías de clasificación para hacer referencia a grupos humanos que se perciben distintos y, por tanto, la maleabilidad de dichas categorías. Por ejemplo, en Cuba, los “indios yucatecos” fueron incluidos en el censo de 1861 dentro de la categoría de “raza blanca”, junto con los europeos y asiáticos. “Mestizo” se utilizó en el censo de 1919 en República Dominicana para referirse a los mulatos en cualquier de sus formas, mientras que “mestizo” en México era sólo el resultado de la mezcla de indígenas y españoles. “Moreno” hacía referencia en la Cuba colonial a los “negros libres” (para diferenciarlos de los “negros” que eran esclavos), mientras que “moreno” en otros contextos fue sinónimo de mestizo. En República Dominicana la categoría de “indio” surgió como una categoría racial “neutra”, que evitaba la dicotomía entre lo blanco y lo negro, mientras que “indio” en México o en Bolivia nunca ha sido una categoría neutra. Además, como bien afirma Stavenhagen, “La ‘superioridad’ de unos a costa de la ‘inferioridad’ de los otros podía variar según las relaciones de poder en juego” (p. 219).

Por último, la relación entre raza y política está presente desde el momento mismo en que la diferencia racial implica valoraciones distintas sobre las personas y el intento de justificar la dominación de los “superiores” sobre los “inferiores”. Aun así, aunque son múltiples las referencias a las formas del ejercicio del poder (físico, ideológico, simbólico, económico) no existe una reflexión puntual sobre las distintas vinculaciones entre raza y política, por lo que quedan varias preguntas por responder. La más apremiante quizá es: ¿por qué en algunos países, en algunos momentos, el racismo se convirtió en ideología de Estado (y se tradujo en políticas públicas o en actos de violencia masiva contra determinadas poblaciones) y en otros países que compartían ideas similares no sucedió esto?

La raza es un tema que sin duda está de moda. Para poder entender la complejidad de la misma, y su vinculación con la política, Raza y política en Hispanoamérica es un texto estimulante e imprescindible, que abre las puertas a un mundo lleno de matices, de situaciones diversas y de historias de construcción nacional que adjudican a las ideas raciales distinto peso y sentido. Se trata, además, de un volumen que aporta fundamentales lecciones metodológicas para abordar estos temas con el cuidado que se requiere.

1Véase para ello Carlos López Beltrán, “Para una crítica de la noción de raza”, en Ciencias, 60-61 (oct. 2000-mar. 2001), pp. 98-106.

2Véase Tzvetan Todorov, “Race and Racism”, en Les Back y John Solomos (eds.), Theories of Race and Racism: A Reader, Nueva York, Routledge, 2000.

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