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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.70 no.3 Ciudad de México ene./mar. 2021  Epub 19-Feb-2021

https://doi.org/10.24201/hm.v70i3.3849 

Reseñas

Sobre Graciela de Garay Arellano y Jorge Eduardo Aceves Lozano (coords.), Entrevistar ¿para qué? Múltiples escuchas desde diversos cuadrantes

Gerardo Necoechea Gracia1 

1Instituto Nacional de Antropología e Historia

de Garay Arellano, Graciela; Aceves Lozano, Jorge Eduardo. Entrevistar ¿para qué? Múltiples escuchas desde diversos cuadrantes. Ciudad de México: Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2017. 446p. ISBN: 978-607-947-574-1.


Hace más de 20 años, Graciela de Garay coordinó la publicación del Instituto Mora titulada La historia con micrófono (1994). El propósito de ese libro era introducir al lector al cómo y para qué de la historia oral. Fue el primero de una serie cuya finalidad ha sido abordar distintos problemas conceptuales y metodológicos inherentes al quehacer de la historia oral. El siguiente volumen continuó el enfoque didáctico, mientras que el tercero se volcó hacia la reflexión teórica más amplia; la reciente publicación continúa la labor reflexiva.

Escribir una reseña acerca de una compilación de artículos como la presente no es fácil. Participaron en su elaboración 18 autores, los cuales escribieron 15 textos, y los coordinadores nos alertan de que provienen de distintas disciplinas académicas: historia, antropología social, sociología, estudios latinoamericanos y ciencias políticas; y como bien añaden, cada autor responde a intereses diversos, y expresa propósitos y puntos de vista diferentes. Es un libro de 446 páginas, aunque las últimas 20 contienen el índice temático y la presentación de los autores. De cualquier manera, se trata de un voluminoso libro, cuyo contenido los coordinadores dividieron en tres partes: las primeras dos de carácter teórico y metodológico, y la tercera la bautizaron “experiencias empíricas”. Un acercamiento posible, y el que ensayaré en esta reseña, es tomar cada una de las partes como si fuera un todo, y al final preguntar si efectivamente las partes componen o no una totalidad coherente.

La primera parte, “Aproximaciones teórico-metodológicas”, contiene los ensayos de Perla Chinchilla, Jorge Aceves, Graciela de Garay y Sara Makowski. El hilo que hilvana los cuatro textos, con puntadas a veces flojas y a veces apretadas, es la escucha. En este sentido, la sección ofrece una respuesta a la pregunta que lanza el título: ¿para qué hacer entrevistas? Para escuchar. Aceves, de Garay y Makowski refieren la acción a quien entrevista; Chinchilla en cambio pone la mirada en quien abre un libro de historia oral, y su posición de receptor se asemeja a la del entrevistador que escucha al entrevistado.

Jorge Aceves, en un estilo directo, podríamos decir funcionalista y didáctico, desglosa la labor de clasificar, ordenar y sistematizar. Su texto discurre sobre la escucha analítica, es decir, qué escucha el investigador y cómo lo va acomodando en temas relevantes para su interés de investigación. De Garay y Makowski, si bien individualizan la escucha en el investigador que entrevista, también tienen en mente los oídos de la sociedad. De Garay propone la escucha reflexiva, que acredita la veracidad de lo narrado por quien responde y de esa manera otorga legitimidad a su dicho. Makowski externa preocupaciones similares y elabora sobre lo que llama escucha arqueológica, atenta a rastros y vestigios sonoros para escuchar a los excluidos y socialmente silenciados. La primera autora sitúa la escucha, al menos en parte, en las indagaciones posteriores a regímenes de terrorismo estatal cuyo propósito es esclarecer la verdad y enarbolar los derechos humanos. La segunda autora nos lleva a la cárcel y a la calle, para ahí ejercitar la escucha atenta a las huellas de lo humano en el silencio, que potencialmente devuelve la palabra que humaniza a quien fue despojada de ella. Ambas, con estilo barroco, denso en la primera, etéreo en la segunda, apuntan a situar la historia oral en el más amplio universo de las políticas de la memoria y la precariedad.

La diversidad de propósitos en la escucha justifica entonces la pregunta que se hace Perla Chinchilla: ¿qué debe esperar encontrar quien abre un libro que anuncia ser de historia oral? Los practicantes de historia probablemente no se formulan esta pregunta, y rara vez reflexionan sobre si la historia oral toma una forma discursiva que la identifique. Chinchilla, en cansino estilo posmoderno, indaga las operaciones que convierten a la historia oral en texto narrativo. Concluye que sólo cuando los historiadores orales abordan problemas de método, la forma discursiva tiende a la estabilidad; en cambio, cuando reportan sus estudios empíricos tienden a la dispersión. La identidad ambigua de los textos desbarata cualquier intento de anticipación que el lector no especializado ensaye respecto de qué encontrará en un libro de historia oral.

Los textos de las últimas tres autoras toman la parte por el todo. El artículo de Chinchilla no distingue entre historia oral como producto de la entrevista e historia oral como lo que el historiador escribe basado en esas entrevistas. Refiriéndose a la primera, Alessandro Portelli la calificó hace ya tiempo de género narrativo compuesto emparentado con la narración oral. La segunda, la elaboración académica que produce el investigador, responde a los modos narrativos disciplinarios, por un lado, y a la forma narrativa más adecuada para tratar determinado tema que aborda. Debido a que colapsa ambos significados en uno, Chinchilla termina viendo estabilidad sólo cuando se habla de método, que directamente no tiene que ver con ninguno de los significados mencionados de historia oral. De Garay y Makowski, por su parte, tratan de la relación de entrevista y sin embargo olvidan que la historia oral no produce testimonios, excepto en condiciones muy específicas de producción y uso de las entrevistas, de ahí que no se pueda generalizar la similitud entre el entrevistado que narra su recuerdo y el testigo que produce evidencia o el excluido que encuentra reconocimiento. Ambas autoras toman sólo una de las posibles formas de historia oral, la historia de vida. Chinchilla hace igual, y por ello se pregunta acerca de la similitud entre biografía, autobiografía e historia oral, para luego constatar que los historiadores orales usan los recuerdos de vida para diversos fines y no sólo la reconstrucción biográfica (incluso cita la desconfianza que tal empresa suscita en algunos de ellos). De Garay, en una discusión no siempre enfocada, retoma a Nora para argumentar que el historiador no arregla el pasado sino que lo intenta comprender. Parecería importante, sin embargo, plantearle a De Garay y a Makowski el problema respecto del lugar desde el que se escucha y comprende, ya que esto implica una postura política y una posición social. La historia, como la memoria, disputa la interpretación del pasado al tiempo que cuestiona la validez de quien la enuncia. Lo que faltaría en estos dos textos es precisamente este proceso de conflicto que es parte de las condiciones de producción del recuerdo y de la historia.

De manera clara Aceves se detiene en revisar el producto de la entrevista. Expone, con su afán didáctico, lo que considera las prácticas actuales de los historiadores orales y hace una detallada descripción de la sistematización de las entrevistas con base en un análisis temático. Aunque señala el problema de la fragmentación que implica este análisis, no trata de manera extensa el modo de contrarrestarlo. No trata, por ello, de la constitución del relato de vida durante la entrevista, la articulación de la experiencia, sino que lo considera preexistente: asemeja la fuente oral a diapositivas que se van mostrando tanto al entrevistador como al entrevistado. No considera que la escucha analítica dependa de la conversión de la imagen evocada en la mente a la palabra que la describe y comunica. Por lo mismo, no problematiza la relación entre la tematización nacida de las preocupaciones del investigador y el proceso contradictorio y creativo de dar significado a los recuerdos por parte del entrevistado.

La sección resulta provocadora y sugerente. Los textos, como cualquier reflexión en construcción, merecen una lectura crítica que les proponga problemas no contemplados o resueltos en su argumentación. Son por ello una bienvenida adición a las reflexiones en torno a la historia oral y sus usos.

Los tres artículos que componen la segunda parte sueltamente se acomodan bajo el encabezado de “Memoria y escritura de la historia”. Me atrevo a intuir que el subtítulo bautizó lo que exiguamente y después de su confección enlazaba los artículos de Philp, Camarena y Martínez, y Canales. Además, esta sección media no tiene conexión evidente con las secciones inicial y final.

El artículo más directamente vinculado a memoria y escritura histórica es el de Canales, quien de manera desenfadada e intimista -eco de un título que anuncia confidencias (“Crónica de una infidelidad”)- aborda problemas que surgen en la transcripción y posterior edición para publicar el resultado de una entrevista de historia oral. Haciendo alusión a la figura de traductor-traidor, Canales refiere que enfrentó la disyuntiva de seguir la riqueza en los modos de recordar y de la narración oral o de privilegiar la inteligibilidad requerida por un lector ajeno a la situación de entrevista. Explica entonces por qué decidió ser infiel a los modos de la memoria para no traicionar el propósito de hacer historia que originó la reunión entre entrevistado y entrevistador.

Canales señala, como también lo hacen Camarena y Martínez, problemas respecto de cómo llevar la memoria y la oralidad a la escritura. No son problemas nuevos -de hecho, existe una amplia bibliografía acerca del tema- y sus soluciones tampoco son novedosas; el propósito didáctico, quizá, justifica machacar sobre el asunto. Pero me parece que Canales limita las opciones a una enredada escritura psicologista o una inteligible pero limitada escritura histórica. Ya Portelli nos ha invitado a contemplar la manera en que William Faulkner ensayó trasmitir cadencia y textura del habla en su escritura; quien haya leído a Virginia Woolf reconoce que tiempo y memoria guiaron sus experimentos de composición, que resultaron tan inteligibles como complejos. En otras palabras, la insistencia en la interdisciplina que caracteriza a la historia oral tendría que abarcar también la composición y el estilo.

Ocho piezas componen la última sección que, sin conjugarse del todo, responden adecuadamente al subtítulo “Experiencias empíricas.” Tres de los artículos son historias de vida, de manera que justifican la identificación que hace Chinchilla entre historia oral y biografía; los otros en cambio justifican su aseveración respecto de la ausencia de una forma discursiva estabilizada.

Laguarda usa sus entrevistas, armado de conceptos y preocupaciones derivados de los estudios culturales y de género, para mostrar que un grupo de hombres católicos gay encuentra reafirmación de su fe en la devoción a la Virgen de Guadalupe. Martínez Omaña investigó las experiencias de quienes están en situación de discapacidad y quienes conviven con ellos para entender las autopercepciones y las experiencias cotidianas. Ambos autores, al igual que Makowski, afinan sus instrumentos para indagar acerca de aquellos que son silenciados o son marginales debido a la ignorancia y la intransigencia en la sociedad.

Pensado Leglise y Calderón Chelius recurren a la historia de vida con el propósito de ilustrar cuestiones que rebasan la individualidad. Pensado relata la vida de un sindicalista, y la experiencia individual es una ventana hacia lo que fueron experiencias y sentimientos compartidos. Calderón dibuja con frías estadísticas los riesgos y dureza en los desplazamientos de población actuales y usa la entrevista para darle dimensión humana al desarraigo, la discriminación, la incertidumbre y la violencia. Los ensayos son ejemplos de esa escucha analítica que ordena y tematiza las experiencias recordadas.

Los trabajos de Toussaint y de Leal Castillo nos remiten a la escucha que legitima. Toussaint reproduce el testimonio de un diplomático mexicano que tuvo una actuación destacada mientras estuvo en Nicaragua y El Salvador, en medio de la insurrección y la guerra civil. Leal describe la persecución criminal de un torturador argentino en México, y el éxito del esfuerzo por aprehenderlo en parte debido a una nueva sensibilidad y disposición para escuchar los testimonios como evidencia de peso jurídico. En este mismo tenor, Dutrénit y Tcach narran las primeras denuncias públicas de la represión en Argentina y el origen de los trabajos de antropología forense, para después complementar con testimonios más recientes. Retoman estos textos las preocupaciones enunciadas por De Garay y la importancia del testimonio en el ejercicio de la justicia transicional.

Así, el libro traza sutilmente conexiones entre los abordajes teóricos del inicio y las investigaciones del final. Hay una intención de hacer libro y no meramente de apilar textos. Al conjunto le sucede lo que a los conciertos de algunos compositores románticos. Inician con un movimiento fuerte, serio, cuya sonoridad es incluso abrumadora; el segundo movimiento amansa sin sostenerse; y el tercero ataca con brío especializado, y en sus sofisticadas variaciones y fugas vibran notas del primer movimiento. El especialista y el novato pueden encontrar materia para reflexionar y consejos para madurar la práctica.

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