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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.70 no.3 Ciudad de México ene./mar. 2021  Epub 19-Feb-2021

https://doi.org/10.24201/hm.v70i3.4188 

Testimonio

Estudiar la desigualdad: contribuciones de historia*

Herbert S. Klein1 

1Columbia University y Stanford University


Desde la publicación del clásico estudio de Piketty El Capital en el siglo XXI sobre la tendencia a largo plazo de la desigualdad en los países capitalistas, el estudio de la desigualdad se ha convertido en uno de los temas más importantes en las ciencias sociales. El aumento de la desigualdad en la riqueza es ahora un problema importante no sólo en los países en desarrollo y en las regiones con altos niveles de desigualdad, como América Latina, sino que también es un problema fundamental en las sociedades industriales avanzadas. Incluso las naciones socialdemócratas de Europa Occidental, así como los sistemas de mercados autoritarios de China y Vietnam, están experimentando una creciente desigualdad. Para abordar esta pregunta, es esencial comprender cómo evolucionó la desigualdad en el pasado.1

Afortunadamente, éste es también un momento en que las ciencias sociales se han abierto como nunca antes a la investigación histórica. La validez de las teorías tradicionales más estáticas sobre la sociedad contemporánea que ha dominado las ciencias sociales hasta hace poco ha sido cuestionada. Este replanteamiento es causado por hechos exógenos que han demostrado ser un gran desafío para las normas aceptadas en las ciencias sociales, así como por debates básicos sobre la utilidad y la viabilidad de los modelos aceptados dentro de cada disciplina; por lo tanto, se han abierto al análisis histórico como nunca antes.

Varias de las creencias establecidas sobre la economía y el papel de las finanzas no sobrevivieron a la gran depresión mundial de 2008. Ésta nos forzó a repensar la naturaleza del mercado y el comportamiento de sus participantes, que ya no se ajustan a las teorías estáticas de las generaciones anteriores. La crisis de 2008 también revivió el interés en la evolución de los desequilibrios del mercado y cómo y por qué son recurrentes, lo que ha llevado a numerosos trabajos históricos de economistas que abarcan hasta un siglo o más de experiencia.2 Al mismo tiempo, el rápido ascenso de China hasta convertirse en una de las economías más ricas del mundo ha desafiado como nunca antes a los modelos occidentales aceptados. Esto ha llevado a cuestionar muchos de los prototipos establecidos sobre el desarrollo y los sistemas políticos.3

Estos hechos exógenos también coinciden con la aparición de nuevos campos de investigación económica que no estaban satisfechos con la teoría y la falta de experimentación, y exigieron pruebas de cómo estos modelos podrían operar en el mundo real. Si bien no entraré en detalles sobre todas estas nuevas tendencias, la gran innovación para todas ellas es el énfasis en los datos, los experimentos de campo y la investigación histórica. Esta nueva investigación experimental o aplicada no sólo ha aumentado dentro de la economía, sino que ha llevado a una creciente influencia de la economía en las otras ciencias sociales y a la voluntad de economistas de hacer referencia a otras disciplinas.4 El primero de los nuevos campos fue la economía del comportamiento (behavioral economics), que aplicó los hallazgos de la psicología sobre el razonamiento y el comportamiento humano a la economía, utilizando siempre experimentos controlados en laboratorios o en estudios históricos. Estos demostraron que las ideas básicas sobre los actores económicos, que en teoría son supuestamente ilimitados en su racionalidad, poder de voluntad y egoísmo, son de hecho bastante limitadas en los tres aspectos. Los estudios de Kahneman y Tversky demostraron fundamentalmente que la supuesta racionalidad de los actores del mercado era limitada o circunscrita y esto explicaba mejor los mercados y el comportamiento económico que los modelos estáticos tradicionales. Como ha señalado Richard Thaler, la teoría clásica caracterizaba un comportamiento óptimo pero tenía que ser complementada “con teorías descriptivas adicionales que se derivan de los datos en lugar de axiomas”.5 El resultado fue un Premio Nobel de Economía. Un segundo desarrollo fueron los experimentos de control aleatorio (random controlled experiments) probados en el campo que evalúan varios modelos económicos de comportamiento, principalmente realizados en países en desarrollo, lo cual se ha convertido en un nuevo campo importante de la economía y fue reconocido por tres premios Nobel de Economía el año pasado.6

Finalmente, una nuevo tercera área de investigación es el campo de la economía institucional, que se relaciona más es trechamente con cuestiones de interés para los historiadores. Como argumentó el influyente trabajo de Acemoglu, Johnson y Robinson, no todas las instituciones económicas son iguales. Los autores sostienen que las instituciones que influyen en el mercado están determinadas por decisiones políticas y sociales y, a su vez, que “las instituciones económicas que fomentan el crecimiento económico surgen cuando las instituciones políticas apoyan a grupos con intereses en la aplicación amplia de los derechos de propiedad, y cuando crean restricciones efectivas al poder de las élites”. Independientemente de que uno esté de acuerdo o no sobre cuáles son los factores que determinan si las élites pueden verse obligadas a promover el bienestar de la mayoría,7 hay pocas dudas de que estos desarrollos en el pensamiento económico hayan abierto un campo de investigación importante para los historiadores y, de hecho, Douglas North, el principal defensor de esta nueva área de investigación (economía institucional o institutional economics), también recibió el Premio Noble de Economía.

Si bien los experimentos controlados del laboratorio o del campo son útiles, muchos economistas y científicos sociales ahora reconocen que existe un laboratorio mucho más extenso, y ésa es la experiencia histórica. Como señaló Thomas Piketty al final de su obra maestra, El Capital en el siglo XXI, “la experiencia histórica sigue siendo nuestra principal fuente de cono cimiento. Ciertamente la causalidad histórica siempre es difícil de probar más allá de toda duda. Sin embargo, las lecciones imperfectas que podemos extraer de la historia tienen un valor inestimable e irremplazable”.8

A su vez, el surgimiento de China como potencia económica mundial ha desafiado nuestras percepciones sobre cómo se relacionó Occidente con el resto del mundo y si el capitalismo necesita un sistema democrático para funcionar. Una sorprendente cantidad de nuevas investigaciones ha tratado de explicar qué instituciones o factores permitieron a Occidente conquistar el resto del mundo en los siglos XV, XVI y XVII, cuando era la región más pobre del mundo. Entonces cabe preguntarse sobre las instituciones que realmente conducen al crecimiento económico y si estas pueden ser replicadas en cualquier sistema político o social, o son exclusivas de cada sistema. Esta interrogante ha creado una nueva ola de estudios históricos y económicos que aún no han alcanzado una respuesta definitiva.

Uno de estos nuevos campos comenzó con los trabajos de Pomeranz y la “Escuela de California”, llamada “la Gran Divergencia” de la productividad y el nivel de vida entre Europa y Asia, que según Pomeranz solamente ocurrió después de 1800 si uno compara las regiones ricas de Asia con las regiones más avanzadas de Europa.9Además, Pomeranz argumentó que Europa no podría haberse expandido sin las tierras vírgenes de las Américas, lo que compensó las limitaciones ecológicas dentro de Europa, y el acceso a combustibles fósiles baratos en Europa. Esta escuela no sólo ha desafiado la periodización de la dominación europea, sino que también ha creado una escuela de estudios completamente nueva que intenta evaluar los factores que finalmente permitieron a Occidente conquistar el resto del mundo y ser el primero en industrializarse. Los estudios recientes citan numerosas causas potenciales distintas. La concentración de artesanos en Europa en los centros urbanos es uno de esos factores causales junto con la capacidad de su sistema de gremios para organizar y transmitir conocimiento. Varios académicos han enfatizado la historia de guerra constante entre pequeños estados agresivos en Europa y los altos costos de la guerra; otros su modelo de matrimonio tardío que impidió un colapso maltusiano de la sociedad. Algunos académicos han enfatizado su temprano compromiso con los derechos de propiedad, otros la capacidad de Europa de explotar nuevas tierras, recursos y poblaciones dependientes y esclavas en el Nuevo Mundo. Incluso se ha sugerido que Europa experimentó tasas de mortalidad mundial más altas debido a la peste negra del siglo XIV y a sus niveles de urbanización inusualmente altos, y estos dos factores, junto con los matrimonios tardíos, llevaron a salarios y ahorros más altos que en Asia.10 A su vez, otros investigadores sostienen que los altos salarios de los trabajadores ingleses en comparación con los trabajadores asiáticos y su acceso al carbón barato fueron factores cruciales para promover la industrialización en Inglaterra.11 Como es obvio, estos modelos causales muy diferentes tienen poco que ver con la religión o con algún aspecto especial en el carácter o la cultura de los europeos e implican, al contrario, diferencias sutiles o factores exógenos que influyeron sobre las instituciones europeas antes de 1800 y que podrían explicar su ascenso a la dominación mundial.

Incluso se ha desarrollado un gran debate sobre lo que se llama la “Pequeña Divergencia”, o por qué Italia, Iberia y el mundo mediterráneo, la zona más rica de Europa en los siglos XVI y XVII, cedió su dominación europea a las tierras más marginales de los estados del Mar del Norte (particularmente el Reino Unido y los Países Bajos) a mediados del siglo XVIII. Una escuela sostiene que el acceso a las rutas comerciales del Atlántico fue un aspecto crucial en el surgimiento económica del noroeste de Europa.12 Un estudio reciente sobre Portugal ha llegado a la conclusión de que la riqueza generada por las rutas del Atlántico podría ser considerable, pero que esta nueva riqueza no promovió el crecimiento debido al atraso de la economía metropolitana.13 Otros sugieren que al menos los holandeses ya tenían un sistema fiscal progresivo y menos desigualdad que los estados del norte de Italia.14

Otro conjunto de estudios importantes ha sostenido que el capitalismo sólo se desarrolla bajo sistemas representativos en lugar de autoritarios. La más significativa de estas explicaciones fue propuesta por Douglas North y Barry Weingast. Ellos afirmaron en un estudio influyente que la victoria parlamentaria en Inglaterra en la llamada revolución gloriosa de 1688 finalmente proporcionó la estructura necesaria para extraer recursos importantes para el desarrollo del estado y esto fue el cambio institucional crucial, lo que conduciría tanto al rápido crecimiento de Inglaterra como a la revolución industrial. Plantean que este acontecimiento político redistribuyó el poder político de tal manera que proporcionó a los inversionistas privados un compromiso por parte del estado de garantizar los derechos de propiedad. A su vez, este compromiso sólo podía consolidarse mediante un sistema democrático representativo.15 Una versión algo modificada de este argumento sugiere que los estados europeos sólo desarrollaron sistemas de crédito público viables cuando crearon asambleas representativas populares en las que los comerciantes desempeñaron un papel importante. Tales sistemas de crédito público permitieron las grandes inversiones estatales, especialmente en la guerra, un factor que explica los avances militares de estos estados.16 Este modelo ha sido cuestionado de numerosas maneras, principalmente desde el punto de vista de que otras regiones también desarrollaron fuertes derechos de propiedad durante este periodo, en especial las ciudades-estado independientes en todas partes de Europa, y que el cambio del poder entre el Parlamento y la Corona en Inglaterra no resultó en un cambio significativo en los derechos de propiedad.17 Finalmente, por supuesto, está el debate sobre cuán necesarios son los llamados compromisos creíbles (credible commitments) del estado para proteger el capital privado y si únicamente un sistema democrático puede crearlos. Esto, por supuesto, está relacionado con la extraordinaria historia de la China moderna, que ofrece caminos alternativos para el desarrollo capitalista.

Como el economista Branko Milanovic ha señalado, China y Vietnam son sin duda sociedades capitalistas. Él define dicho sistema capitalista como “producción organizada con fines de lucro utilizando mano de obra asalariada legalmente libre y principalmente capital privado, con coordinación descentralizada”.18 Estas sociedades capitalistas autoritarias reemplazan el estado de derecho, una de las supuestas características esenciales del capitalismo, con una burocracia altamente eficiente y técnicamente capacitada cuya legitimidad se basa en el crecimiento económico. Lo que tienen es un sector privado vibrante sin voz política, con políticas bajo el control del partido y la burocracia técnica.19

El surgimiento de una sociedad capitalista en China plantea la pregunta de si el modelo anglosajón de evolución económica y política será la norma a la que evoluciona el mundo o es uno de los muchos sistemas posibles. El crecimiento de China y Vietnam ha demostrado que no hay impedimentos dentro de los nuevos modelos autoritarios asiáticos para el crecimiento innovador y a largo plazo. Pero ellos también exhiben una desigualdad creciente. Como señaló el economista Thomas Philippon, “los grandes debates en economía son sobre crecimiento y desigualdad” ya que ambos están altamente relacionados.20 ¿Puede ocurrir el crecimiento económico sin aumentar la desigualdad? ¿Qué instituciones o políticas son efectivas para controlar la desigualdad?

¿Hay alguna diferencia entre los regímenes de las democracias liberales, socialdemócratas o autoritarias en su capacidad para controlar la creciente desigualdad en este siglo? Finalmente, ¿es éste un fenómeno nuevo o las sociedades en el pasado también experimentaron una creciente desigualdad?

El historiador Walter Scheidel ha argumentado que todas las sociedades basadas en la agricultura en el periodo premoderno también han mostrado altos niveles de desigualdad que sólo se han eliminado mediante el fracaso del estado o la destrucción de las sociedades. Después de la industrialización, tales sociedades con altos niveles de desigualdad únicamente fueron controladas por la guerra o por revoluciones sociales totales. Según él, los gobiernos solo pueden moderar estas tendencias a la desigualdad creciente, pero no pueden eliminarlas.21 En contraste, Thomas Philippon cree que, si el estado protege la competencia, el mercado libre puede garantizar un crecimiento continuo y una disminución de la desigualdad.22 Ahora que se están cuestionando tantos modelos tradicionales básicos, la historia misma se ha convertido en el nuevo laboratorio para probar los modelos, las tesis y las ideas sobre cómo ha llegado a ser nuestro mundo actual y hacia dónde podría dirigirse.

Quizá ningún otro modelo nuevo haya tenido tanto impacto en la cuestión del capitalismo y su relación con la desigualdad como el trabajo de Thomas Piketty y la escuela Berkeley Oxford-París (Piketty, Saez, Zucman, Alvaredo, Atkinson) y sus estudios históricos sobre la distribución entre clases de ingresos de la riqueza y los salarios en numerosas economías avanzadas. Este trabajo ha desafiado las conclusiones del modelo económico clásico de Simon Kuznets, quien sugirió que el aumento de la industrialización y la modernización conducía a una disminución de la desigualdad en la riqueza.23 Sus trabajos muestran que la desigualdad ya no es un problema exclusivo para los países pobres o en desarrollo; ahora también es un problema fundamental en los países industriales avanzados. Estos nuevos estudios históricos, que cubren más de un siglo en varias sociedades avanzadas y en desarrollo, muestran que la capa superior del 1% está expandiendo su riqueza a costa de todos los demás grupos y estamos volviendo a niveles de concentración de la propiedad y de la riqueza nacional que no se veían desde fines del siglo XIX.24

Si bien Piketty no difiere del análisis de Kuznets del siglo XIX, enfatizó que el cambio en la desigualdad en el siglo XX no se debió a los cambios estructurales básicos dentro de estas economías, que Kuznets enfatizó, sino a las externalidades de dos guerras mundiales y una gran depresión mundial que finalmente rompió esta tendencia de creciente desigualdad. Además, sostiene que la disminución constante de la productividad y el crecimiento de las economías maduras en el siglo XXI conducen a una desigualdad lenta pero constante a medida que el crecimiento del capital aumenta más rápido que el crecimiento económico. De hecho, en la tercera década del siglo XXI, la desigualdad está alcanzando niveles cercanos a los que existían a fines del siglo XIX. Una influencia secundaria y menos importante, que actualmente es significativa sólo en Estados Unidos y Gran Bretaña, es que el grupo de ingresos del décimo superior se está expandiendo a un ritmo mucho más rápido que la parte que se destina al resto de la fuerza laboral debido a la expansión de ingresos corporativos de élite.

Utilizando sólo el periodo desde la industrialización temprana del siglo XIX hasta hoy, Piketty ve esencialmente una evolución de desigualdad en forma de “U”, que comienza en niveles altos y regresa a niveles altos después de un corto periodo de declive. Él ve la disminución inicial de la desigualdad como resultado del aumento de los salarios, las políticas gubernamentales y la expansión del conocimiento educativo y técnico, y en el periodo de madurez a factores exógenos como las guerras y la depresión que promueven esa tendencia. Pero una vez que se haya terminado el impacto de estos actos exógenos, que él estima ocurrieron alrededor de la década de 1970 para Estados Unidos, la tendencia es nuevamente a una creciente desigualdad. Casi todo el análisis de Piketty se basó en los estudios a gran escala de las declaraciones de impuestos desde finales del siglo XIX hasta el presente en docenas de países. La idea básica era estimar la cantidad cambiante de ingresos y riqueza total que toman por el 1% más rico a lo largo del tiempo; con esta estimación de la clase alta se logran buenas estimaciones de la evolución de la desigualdad. Éste fue un gran proyecto de recopilación de datos que arrojó información sobre docenas de países de todo el mundo, incluidas las naciones desarrolladas y en desarrollo.

Estas dos versiones de la relación entre desigualdad y modernización (es decir, industrialización y urbanización) nos ofrecen modelos en conflicto de evolución histórica en el periodo moderno. Pero ambos comienzan a mediados del siglo XIX. ¿Qué pasa con las sociedades preindustriales? Casi todos los investigadores anteriores consideraron que el periodo preindustrial es totalmente diferente. Aquí el modelo tradicional asume un patrón maltusiano estable, de salarios fijos y bajos niveles de vida, con esencialmente pocos cambios en la distribución de recursos y, por lo tanto, de la desigualdad. Éste es el modelo más común hoy en día entre los economistas, si no entre los historiadores económicos. Su principal preocupación es resolver la cuestión de cómo pasar de este “régimen malthusiano” inmutable a uno moderno de crecimiento. ¿Pero estaban estas sociedades premodernas tan estancadas como suponen y eran más desiguales o más iguales que las postindustriales? Ésta es una pregunta que ha generado recientemente una serie de debates sobre las economías y sociedades de periodos anteriores. Según Scheidel, todas las sociedades comienzan con una baja desigualdad que inevitablemente conduce a niveles cada vez más altos de desigualdad que sólo se han eliminado mediante la violencia, ya que no hay un retorno no violento a tasas bajas.

Branko Milanovic ofrece una visión algo similar del cambio constante en el periodo premoderno (que define como anterior a 1850), aunque a veces con un final diferente. La parte más innovadora de su análisis es que postuló muchos ciclos de curvas de Kuznets en sociedades preindustriales, tal como puede haber en las sociedades posindustriales. También sugiere que en el futuro podrían ocurrir nuevos ciclos de Kuznets. En lo que podría considerarse una modificación del modelo de Milanovic de múltiples ciclos de Kuznets, otros economistas han propuesto que tanto las sociedades preindustriales como las industriales tuvieron un alto crecimiento seguido de un crecimiento decreciente, y que la única diferencia en las sociedades industriales es que los picos se han aplanado en comparación con el periodo preindustrial.25 Incluso Milanovic especula que éste podría ser el caso en lo que él llama el segundo ciclo moderno de Kuznets. Parece pensar que estos cambios de altos niveles de desigualdad a niveles decrecientes en las sociedades posindustriales ocurrirán más por razones malignas que beneficiosas.

¿Cómo ocurrió esto en las economías avanzadas y cómo ocurrió también en todos los países en desarrollo? Todos estos temas tienen raíces históricas y, como ha demostrado la escuela Berkeley-Oxford-París, no hay dos sociedades que se muevan en la misma dirección al mismo ritmo de crecimiento. En una reciente contribución bastante original, Milanovic, Lindert y Williamson han propuesto que la desigualdad preindustrial varía más entre países que a lo largo del tiempo, y sugieren que la mayoría de las sociedades eran tan desiguales antes de la industrialización como después; una conclusión aún muy discutible.26 Pero Milanovic ha ido más allá y ha sugerido que al observar las tendencias a largo plazo en los últimos 500 años, uno puede ver muchos altibajos en los patrones de desigualdad en la era preindustrial. Él cree que el modelo Piketty no explica las tendencias preindustriales, aunque sí los patrones posindustriales.27 Él ve la dinámica de la población como uno de los factores clave. Con una población abundante los salarios crecen y la desigualdad aumenta. Pero luego puede alcanzar un nivel que resultará en una disminución de la población debido a que su crecimiento natural excede la producción de alimentos (un argumento maltusiano), lo que conduce a la crisis y la disminución de la desigualdad a medida que disminuyen las rentas de la élite. Pero los cambios en la desigualdad también puede ser impulsada por factores no demográficos como guerras, epidemias, conquistas o nuevos patrones comerciales entre las naciones. Todo esto está limitado por el pequeño cambio en los salarios medios a lo largo del tiempo, por lo que hay una serie constante de “olas” de Kuznets. Todo esto cambia con la revolución industrial, ya que los salarios medios aumentan y proporcionan más espacio para que la desigualdad aumente de manera secular.28

Milanovic, Lindert y Williamson, al estimar cuánto extraen las élites de una economía, ofrecen una herramienta muy útil que los historiadores pueden aplicar a las sociedades preindustriales. Miden la capacidad variable de las élites para extraer excedentes más allá de la subsistencia producida por la comunidad por medio de la “tasa de extracción de desigualdad”. Al estimar cuánto extraen las élites de una economía por encima de la subsistencia, estos economistas ofrecen una herramienta muy útil que los historiadores pueden aplicar a las sociedades preindustriales. Por supuesto, cuanto mayor sea la tasa de extracción por encima de la subsistencia, más desigual puede volverse una sociedad.29 Aunque sus hallazgos se basan en datos históricos aún modestos que necesitan ampliarse, su medición puede usarse para evaluar estas diferencias en el tiempo y el espacio y su cambio de intensidad puede explicar bien los movimientos en la desigualdad a lo largo del tiempo.

De hecho, varios estudios usan su tasa de extracción para cuestionar sus resultados sobre la desigualdad pre y posindustrial utilizando estudios de casos históricos muy bien desarrollados y específicos. Algunos sugieren tasas bastante bajas de desigualdad y extracción, incluso durante periodos de rápido crecimiento en el periodo premoderno. Así, investigaciones recientes sobre Portugal muestran que hubo una disminución persistente en la desigualdad nacional entre los siglos XVI y XVIII.30

Lo mismo se ha encontrado en España, donde la desigualdad disminuyó constantemente a medida que los salarios aumen taron hasta la década de 1570, y a partir de entonces volvió a aumentar la desigualdad.31 Portugal también experimentó un crecimiento del ingreso per cápita hasta la década de 1570 y luego volvió a crecer desde la década de 1630 hasta la de 1750, lo que lo convirtió en una de las naciones más ricas de Europa a mediados de siglo. Pero este crecimiento se volvió negativo en el resto del siglo y en la década de 1850 el ingreso per cápita volvió a los niveles de principios de la década de 1530, a medida que el ingreso se estancó y la desigualdad aumentó.32 Este crecimiento extraordinario a finales de los siglos XV y XVI en el ingreso per cápita no sorprendería a la mayoría de los historiadores dado el gran aumento de las ocupaciones y la riqueza derivada de las naciones ibéricas mediante sus conquistas americanas y de los comercios asiáticos y africanos. Pero este crecimiento en ambas naciones ibéricas no duró mucho y para fines del siglo XVIII España parecía tener un mayor nivel de desigualdad que hoy en día.33 Un estudio del noroeste de Italia del siglo XIV al XVIII descubrió un aumento constante de la desigualdad en tiempos de crecimiento, así como en tiempos de declive económico.34 Un importante estudio de Estados Unidos preindustriales encontró un aumento significativo de la desigualdad a largo plazo en el periodo posterior a 1800, que sorprendentemente se vio poco afectado por la Guerra Civil y continuó su tendencia a pesar de la disminución masiva de la desigualdad en el sur por causa de dicha guerra civil.35 Un estudio comparativo de las principales regiones de Holanda e Italia encontró que en ambas naciones creció la desigualdad entre 1500 a 1800.36 Japón, por otro lado, fue claramente mucho más igualitario en el periodo preindustrial y el crecimiento económico condujo a una creciente desigualdad.37 Utilizando un conjunto de datos bastante limitado, otros han sostenido que las personas en 1820 experimentaron tasas de desigualdad mucho más altas que las que el mundo soporta hoy en día.38 Una reciente reevaluación de los precios de los alimentos y artículos de lujo ha sugerido que el crecimiento europeo de 1500 a 1800 sistemáticamente vio un aumento de la desigualdad.39 Finalmente, se ha demostrado que no todas las crisis graves suelen romper la tendencia a la desigualdad, por ejemplo, un estudio de una epidemia severa en Italia en 1630 demuestra que no hubo una disminución de la desigualdad después de la crisis.40

Esta investigación sobre la desigualdad no necesita ser sólo un análisis cuantitativo. Se requieren estudios para mostrar qué factores circunscriben el poder de las élites y reducen su capacidad de obtener rentas. También qué instituciones relacionadas con el mercado promueven o inhiben la desigualdad. Otra área básica de investigación es la ideología que apoya la desigualdad. Recientemente, Piketty sugirió que las sociedades cambian sus formas de propiedad solamente cuando cambian sus ideas sobre la propiedad, y esto ocurre con los cambios políticos. Él cree que cuánta desigualdad aceptará una sociedad está determinada “por factores ideológicos y políticos, no por limitaciones económicas o tecnológicas”.41

Desafortunadamente pese a todo el trabajo positivo de los científicos sociales de usar la historia para desarrollar nuevos modelos de análisis, también ha surgido en los últimos años una agenda de investigación radicalmente antihistórica que intentan explicar los desarrollos contemporáneos por medio de supuestas investigaciones históricas. Así, Acemoglu, Johnson y Robinson intentan demostrar que las sociedades de colonos creadas por la expansión europea tienen resultados diferentes debido a sus condiciones de salud originales. En un trabajo muy citado, Engerman y Sokoloff sostienen que las dotaciones originales de factores geográficos son las que explican la organización de las sociedades contemporáneas.42 Esto ha llevado a un nuevo modelo de investigación conocido como “dependencia de la trayectoria” (path dependence), que es esencialmente un método ahistórico de investigación a pesar de su reclamo de validez histórica. ¿Cómo funciona este modelo de investigación? En innumerables estudios, los científicos sociales (sobre todo economistas y politólogos) seleccionan alguna región en los siglos XVI, XVII o XVIII, explican sus instituciones locales, ya sea por cómo fueron moldeadas por las condiciones endógenas a la sociedad, o cómo sus instituciones fueron influenciadas por actos exógenos. En la categoría de impactos exógenos, los estudios realizados por los economistas han tratado de evaluar la influencia del comercio de esclavos en las sociedades africanas precoloniales o la participación en trabajo forzoso como la mita entre los andinos coloniales.43 Luego saltan al siglo XXI y explican por qué estas comunidades o regiones locales son diferentes de sus vecinos e interpretan este impacto inicial como la definición de sus instituciones o actitudes contemporáneas. No tiene sentido que, desde 1600 hasta 2020, ningún otro hecho o cambio pueda haber ocurrido, es decir, que estemos ante un planteamiento de 420 años sin cambio alguno. Los investigadores de la escuela del path dependence justifican su falta de investigación histórica sistemática con el argumento de que la inercia institucional justifica su decisión de saltarse siglos enteros, pero los historiadores rechazamos totalmente este argumento. Si bien algunos de estos estudios de path dependency han seleccionado temas útiles para analizar que los historiadores deberían considerar cuidadosamente, y han creado algunos conjuntos de datos históricos nuevos y originales, el hecho de no observar cómo estas instituciones iniciales cambiaron con el tiempo es una debilidad fundamental.

También se debe enfatizar que los economistas no son los únicos en estudiar este tema o en ofrecer a los historiadores herramientas para analizarlo. Otra área importante de interés para los historiadores es el trabajo de geógrafos y otros científicos sociales que estudian la distribución de la desigualdad no sólo en el tiempo sino también en el espacio. Tanto los sociólogos como los geógrafos han desarrollado métodos para estudiar la desigualdad en términos espaciales. Una de las áreas más útiles es la de residencia relacionada con la raza, clase o grupos de ingresos. Este estudio de la desigualdad espacial es una preocupación básica para muchos países durante un largo periodo de tiempo, especialmente puesto que la mayoría enfrentan diferencias regionales significativas. Uno puede pensar en el norte y el sur de Italia o el norte y el sur de México, por ejemplo, o en la distribución opuesta de riqueza entre el sureste y el noreste de Brasil, para tomar sólo algunos ejemplos entre muchos posibles. Algunas de las medidas más útiles se usaron por primera vez en Estados Unidos para valorar la importancia de los guetos raciales en los centros urbanos y, a su vez, estas herramientas se han aplicado a Brasil para estimar la dispersión de la población no blanca dentro de los centros urbanos.44 La variación dentro de las regiones y entre ellas puede medirse de numerosas maneras, principalmente determinando cuán lejos de una distribución aleatoria normal de la raza o característica de riqueza está la distribución espacial local que se está estudiando. Los dos índices más frecuentemente citados son los de “disimilitud” y “aislamiento”. La disimilitud mide la concentración racial o étnica o económica al mostrar qué porcentaje de un grupo racial/ étnico/económico tendría que cambiar de residencia de un área a otra para lograr la igualdad con un segundo grupo. El índice de aislamiento muestra cuánta exposición tiene un grupo a otro grupo. Cuanto mayor es el porcentaje de aislamiento, menor es el contacto entre los grupos. A su vez, estas medidas pueden compararse a nivel nacional. Muchas de estas herramientas también se han aplicado en numerosos países para estimar cuán discriminatoria es la distribución espacial de la riqueza.45

Otro índice de desigualdad es la medición de las estatura de las poblaciones en el espacio y el tiempo. Este campo de la historia antropométrica es una nueva herramienta desarrollada recientemente por biólogos, economistas e historiadores que argumentan que la estatura de adultos reflejan bien los niveles de vida de una población determinada.46 Mientras que los primeros estudios históricos trataban sobre poblaciones en Europa y Estados Unidos, el trabajo reciente ha involucrado a países latinoamericanos, siendo México el caso mejor estudiado. Ahora tenemos estudios sobre la estatura de las poblaciones mexicanas del siglo XVIII al XX. Estas investigaciones han contribuido a los grandes debates en la historia de México sobre los orígenes de la crisis del crecimiento del siglo XIX y sus relaciones con el pasado colonial,47 y se han utilizado para estimar el impacto de la revolución mexicana en el nivel de vida.48 También se han utilizado para examinar las diferencias de clase dentro de la sociedad a lo largo del tiempo. Lo fascinante de este campo es que fueron los biólogos quienes primero expusieron la utilidad de esta medida de la talla de las personas para estimar el impacto sobre la estatura máxima de las personas del consumo de alimentos y diversas medidas de salud en la infancia, y fueron los economistas quienes comenzaron a usar este índice para estudiar cuestiones de bienestar en las sociedades históricas, pero hoy por hoy es un campo bien poblado por los historiadores.

Aunque existe una relación entre movilidad social y desigualdad, son dos variables independientes y su relación no es fija. Pero la mayoría de los académicos que estudian la desigualdad sugieren que si hay una tendencia a largo plazo hacia una mayor desigualdad de ingresos y salarios puede conducir a una disminución de la movilidad y a estructuras de clase más rígidas y, en última instancia, a colapsos estatales (state failures).49 Utilizando los ingresos como su variable básica, un grupo de economistas y sociólogos ha mostrado una mayor influencia de los ingresos de los padres en los ingresos de los hijos, más que el uso de la educación, estatus o la ocupación de los padres, que son las variables más utilizadas por los sociólogos.50 Otros han demostrado que hay una disminución relativa de ingresos para todas las clases pues los hijos ya no aumentan sus salarios sobre los de sus padres al mismo ritmo que la generación anterior. Raj Chetty y sus asociados, quienes usan declaraciones de impuestos para toda la población de Estados Unidos durante un periodo de casi medio siglo descubrieron que la fracción de hijos que ganaban más que sus padres cayó de aproximadamente 90% para los nacidos en 1940 a alrededor de 50% para los que ingresaron al mercado laboral en 2014. Esto se debió a que el ingreso absoluto se redujo en todas las clases, con las mayores disminuciones en familias de la clase media.51 Al mismo tiempo, parece haber una influencia creciente de las características socioeconómicas de los padres que influyen cada vez más en la movilidad de sus hijos, a medida que la desigualdad de ingresos en general se torna más sesgada.

Además de definir las tendencias recientes a la desigualdad, una de las contribuciones fundamentales de la escuela Berkeley-Oxford-París ha sido mostrar el importante papel de los gobiernos para frenar el crecimiento tendencial de la desigualdad en la mayoría de las sociedades capitalistas desde la segunda guerra mundial hasta la década de 1980. Además, a pesar del aumento de la desigualdad incluso en los estados socialdemócratas, el crecimiento de la desigualdad en los últimos cuarenta años es mucho menos severo que en aquellos estados que no respaldan una red de seguridad efectiva.52 Esto nos regresa a las preguntas sobre el estado, los grupos de interés y las políticas públicas, temas clásicos de investigación entre los politólogos. Como es obvio, en el trabajo de esta escuela las formas estructurales de gobierno en sí no son cuestiones cruciales. Algunas democracias como las anglosajonas limitan los esfuerzos del gobierno para reducir la desigualdad, mientras que otras, como las sociedades continentales europeas, creen en un estado poderoso que ha frenado el crecimiento de la desigualdad. Esta variación también existe en los estados autoritarios. Cómo se desarrollaron estos modelos alternativos es una pregunta básica con la que los historiadores han lidiado y que es fundamental para el debate sobre el estado y la sociedad. Según comentó el sociólogo Charles Tilly: “En el caso de la transformación del estado, no hay forma de crear explicaciones completas, verosímiles y verificables sin tomar en cuenta seriamente a la historia”.53 Ésta también es una posición crucial en el nuevo libro de Thomas Piketty, quien enfatiza el papel de las diversas ideologías que protegen los derechos de propiedad y juega un papel crucial en el apoyo a diferente regímenes de propiedad.54

Como reconocen ahora muchos científicos sociales, la historia es realmente uno de los mejores laboratorios para observar tendencias y probar diversas hipótesis. Como señaló Jared Diamond, la historia permite “experimentos naturales” que de otro modo no estarían disponibles para la mayoría de las ciencias sociales. Éste es especialmente el caso cuando se pueden contrastar dos sociedades comparables en las que sólo unas pocas variables son diferentes. Un caso clásico, por ejemplo, es la evolución de Corea del Norte y Corea del Sur después de la segunda guerra mundial, que proporciona un excelente estudio de caso para un experimento casi natural. Otro podría ser Alemania Oriental y Occidental después de la guerra, o la evolución de dos sociedades en una sola isla, como Haití y la República Dominicana. Pero hay muchos otros temas en los que se pueden hacer comparaciones controladas. Se podrían seleccionar regiones bajo dominación colonial directa versus aquellas que tenían autonomía política, como se hizo en el caso de India, o sociedades africanas que experimentaron el comercio de esclavos africanos, en comparación con las que no lo hicieron.

O tratar de explicar el impacto diferencial de las reformas napoleónicas en los países europeos conquistados por Francia.55 O uno puede examinar instituciones o grupos de personas a lo largo del tiempo y el espacio. Por ejemplo, las diferencias de la esclavitud africana en varios países americanos podrían ser un tema, o la diferencia en la integración de los inmigrantes italianos en Estados Unidos y en Argentina y Brasil.56 Estos estudios comparativos pueden ser de varios tipos, pero todos ofrecen a los historiadores una herramienta útil para determinar patrones causales generales y únicos.57

Además de utilizar el análisis comparativo para probar varias hipótesis, los historiadores también pueden participar de forma directa en los debates entre economistas sobre las tasas relativas de desigualdad, especialmente en la época premoderna. Como he mencionado, esto ahora se ha convertido en un tema principal de investigación. ¿Se puede tener crecimiento sin aumentar la desigualdad, como se sugirió en un estudio reciente del siglo XVIII en Portugal? ¿Es verdad que la desigualdad en sociedades con grandes propiedades agrarias y gran número de campesinos sin tierra alcanzó niveles que ni siquiera se veían en las peores tasas de desigualdad de fines del siglo XIX y principios del XX? Por lo tanto, no hay consenso sobre lo que sucedió con la desigualdad dentro de los países a lo largo del tiempo en el periodo preindustrial. Lo que también es evidente es que un simple argumento maltusiano no puede sostenerse al examinar cualquiera de estas sociedades, ni todos los choques conducen a los mismos resultados y no hay una uniformidad absoluta de respuestas a lo que Milanovic llama las fuerzas malignas y benignas que afectan a las naciones. Tampoco existe un consenso sobre qué modelos son correctos para interpretar el cambio de desigualdad en el periodo industrial moderno. Como es obvio, estos debates son fundamentalmente de naturaleza histórica, sin embargo, pocos historiadores han intentado analizar estos temas. Al examinar estos periodos preindustriales e industriales, es evidente que se necesitan dos conjuntos de habilidades. Sobre la cuestión de la participación relativa de los ingresos de los grupos de deciles y cómo han cambiado con el tiempo, existe una gran cantidad de documentación que se remonta a fines del siglo XIX y que aún se puede analizar por medio de materiales fiscales y encuestas de hogares que se han llevado a cabo en todo el mundo desde el último cuarto del siglo XX. Esta investigación puede ser realizada por historiadores con la capacitación necesaria.

Pero se necesita aún más investigación para el periodo preindustrial en la historia humana y aquí los historiadores podrán usar sus herramientas y métodos tradicionales. Lo interesante es que todos los estudios preindustriales que estiman el crecimiento y la desigualdad se basan en registros clásicos que los historiadores siempre han usado. En las sociedades occidentales, estos incluyen los diezmos recaudados por el estado para el mantenimiento de la Iglesia. Para todas las sociedades, incluyen los salarios de los trabajadores calificados y no calificados, y el precio de productos básicos como el trigo o el arroz, todos tomados de registros familiares, empresariales e institucionales.58

Los registros de impuestos gubernamentales (a nivel de ciudad, región y estado) de todo tipo aparecen siglos antes de los impuestos nacionales modernos. En muchas ciudades, estados y naciones hay listas extensivas de calificaciones de propiedad para votar.59 Hay valores de alquiler de tierras de registros notariales y de la Iglesia, e incluso de organizaciones benéficas en el caso de Inglaterra.60 Incluso tenemos registros de alquiler para ciudades enteras.61 Hay todo tipo de censos civiles y militares y encuestas catastrales, así como registros parroquiales de estadísticas vitales. Como señala Scheidel, incluso se puede usar el tamaño de las casas en la Grecia antigua y medieval como datos viables para generar índices de desigualdad y éstos también aparecen en otras sociedades. También se pueden crear índices indirectos al comparar alquileres y salarios en numerosas sociedades.62 Finalmente, los historiadores pueden crear lo que se llama tablas sociales, que invento Gregory King para Inglaterra en el siglo XVII, que divide a la sociedad en sus clases principales y proporciona su ingreso promedio estimado y la proporción de la población mediante la cual se pueden generar índices de desigualdad. Éstos son registros que los historiadores han estado usando durante muchos años y pueden ubicarse fácilmente para cada vez más sociedades y durante varios siglos diferentes. De este modo, podemos generar nuestras propias series e índices de desigualdad y comenzamos a entrar en el debate en curso sobre la desigualdad a medida que construimos un edificio cada vez mejor de materiales para reconstruir estos patrones históricos.63 En este caso, Piketty tiene algunos consejos muy útiles para los historiadores. Señala que “el objetivo principal de las estadísticas es establecer órdenes de magnitud y comparar periodos, sociedades y culturas diferentes y quizá remotas de la manera más significativa posible”. Acepta “la unicidad radical de cada sociedad”, pero sostiene que aún podemos hacer análisis comparativos siempre que los historiadores “sean conscientes de todas estas diferencias y nunca pierdan de vista las condiciones sociales y políticas bajo las cuales se construyeron los documentos fuente”. Las estadísticas históricas que sostiene “también son la mejor medida de nuestra ignorancia”, ya que muestra lo que está y no está disponible y nos permite “ser explícitos sobre qué comparaciones son posibles y cuáles no”.64

Como se puede ver en esta visión general muy rápida, los historiadores podemos usar todas nuestras herramientas y entrar en los grandes debates sociales y económicos del siglo XXI. Es evidente que tenemos mucho que ofrecer, especialmente porque algunos científicos sociales han transgredido lo que los historiadores aceptaríamos como análisis histórico válido. El modelo de path analysis tal como se aplica actualmente en muchos estudios de economistas y politólogos es incompatible con todo lo que sabemos sobre el cambio histórico. Finalmente, como ha señalado Stephen Ruggles: “los científicos sociales analizan datos históricos sin comprender el contexto del tiempo y el lugar en el que se generaron los datos, y sin interrogar los motivos y prejuicios de sus creadores”.65 De hecho, éstas son las herramientas básicas que poseen todos los historiadores y que las ciencias sociales necesitan desesperadamente.

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1Este creciente nivel de desigualdad en todos los tipos de naciones del mundo desde la década de 1980 está bien documentado en Piketty, Capital in the 21st Century y más recientemente en Piketty, Capital and Ideology, parte tres

2 Eichengreen, Hall of Mirrors; Reinhart y Rogoff, This Time is Different. Sobre los cambios en la industria financiera a lo largo del tiempo, véanse los importantes trabajos de Philippon y Reshef, “Wages and human capital” y “An international look at the growth of modern finance”.

3Un análisis fascinante sobre el potencial dominio mundial de China para 2030 se encuentra en Arvind Subramanian, Eclipse.

4 Angrist, Azoulay, Ellison, Hill y Feng Lu, “Inside Job or Deep Impact?, pp. 3 52.

5 Thaler, “Behavioral economics”, p. 1577. El trabajo fundamental de Tversky y sus asociados se encuentra en Kahneman, Slovic y Tversky (eds.), Judgment under Uncertainty.

6Para un estudio de estos experimentos véase Banerjee y Duflo, “The Experimental Approach to Development Economics”, pp. 151-178. Para cómo deberían hacerse véase Duflo, Glennerster y Kremer, “Using Randomization in Development Economics Research”, pp. 3895-3962.

7Mancur Olson propuso un modelo alternativo que argumentó que las sociedades estables alentaron la creación de pequeños grupos de interés “distributivos” que con el tiempo alentaron las actividades de búsqueda de rentas en lugar de promover el crecimiento, lo que inevitablemente condujo al declive económico. Véase Olson, The Rise and Decline of Nations.

8 Piketty, Capital in the 21st Century, p. 574. Véase también Piketty, “Putting Distribution Back at the Center of Economics”, pp. 67-88.

9 Pomeranz, The Great Divergence; Bin Wong, China Transformed y Frank, ReOrient. Sobre el contacto temprano de China con Occidente véase Abu-Lughod, Before European Hegemony. Para críticas recientes de la Gran Divergencia” véanse Broadberry y Gupta, “The Early Modern Great Divergence”, pp. 2-31, y Allen, Bassino, Ma, Molli-Murata y Van Zanden, “Wages, prices, and living standards in China”, pp. 8-38.

10 Pomeranz, The Great Divergence, pp. 101-146. Este es un tema más desarrollado en los estudios de Voigtländer y Voth, que enfatizan una combinación de altas tasas de mortalidad primero por la peste negra y luego por las altas tasas de mortalidad urbana, junto con el matrimonio tardío, que generaron salarios más altos y mayores ahorros en Europa. Véanse Voigtländer y Voth, “Malthusian Dynamism and the Rise of Europe”, pp. 248-254 y “The Three Horsemen of Riches”, pp. 774-811. Para la organización artesanal véase Rosenthal y Bin Wong, Before and Beyond Divergence; y Croix, Doepke y Mokyr, “Clans, Guilds, and Markets”. El papel central de la guerra constante europea y los altos gastos militares de los pequeños estados europeos y su “tecnología de pólvora” es el tema central de Hoffman, Why Europeans Conquered the World.

11Sobre el argumento de que los salarios más altos de los trabajadores en Europa ocurrieron mucho antes que en Asia, véase Broadberry y Gupta, “The Early Modern Great Divergence”, pp. 2-31.

12 Acemoglu, Johnson y Robinson, “The Rise of Europe”, pp. 546-579; y Allen, “Progress and Poverty in Early Modern Europe”, pp. 403-443.

13 Freire Costa, Palma y Reis, “The Great Escape?”, pp. 1-22.

14 Alfani y Ryckbosch, “Growing apart in early modern Europe?”, pp. 143-153.

15 North y Weingast, “Constitutions and Commitment”, pp. 803-832.

16Véase Stasavage, “Credible Commitment in Early Modern Europe”, pp. 155-186 y sus dos volúmenes States of Credit y Public Debt.

17 Leonard y Neal (eds.), Questioning Credible Commitment. La principal crítica que muestra los derechos de propiedad anticipando por muchas décadas la “revolución” de 1688 se encuentra en Clark, “The Political Foundations of Modern Economic Growth”, pp. 563-588.

18Milanovic, Capitalism, p. 2.

19Milanovic, Capitalism, cap. 3.

20 Philippon, The Great Reversal, p. 9.

21 Scheidel, The Great Leveler.

22 Philippon, The Great Reversal, cap. 1.

23Para un resumen de las nuevas investigaciones sobre los cambios en los patrones históricos mundiales de distribución de la riqueza, véase Atkinson, Piketty y Saez, “Top Incomes in the Long Run of History”, pp. 3-71; Piketty y Saez, “Inequality in the Long Run”, pp. 838 843; Piketty, Capital in the 21st Century; para repensar por qué el crecimiento económico no conduce a la reducción de la pobreza véase Alvarado, Atkinson, Piketty y Saez, “The Top 1 Percent in International and Historical Perspective”, pp. 3-20; Chancel y Piketty, “Indian Income Inequality”. Novokmet, Piketty y Zucman, “From Soviets to Oligarchs”, pp. 189-223.

24Véase Atkinson y Piketty (eds.), Top Incomes Over the Twentieth Century; Atkinson, Piketty y Saez, “Top Incomes in the Long Run of History”; Piketty, “Income Inequality in France”, pp. 1004-1042; Bourguignon y Morrisson, “Inequality among World Citizens”, pp. 727-744.

25 Broadberry y Wallis, “Growing, shrinking, and long run economic performance”.

26 Milanovic, Lindert y Williamson, “Pre Industrial Inequality”, pp. 255-272. Para una comparación más detallada usando estos “inequality extraction rates” véase Alfani y Ryckbosch, “Growing apart in early modern Europe?”.

27 Milanovic, Global Inequality, cap. 2.

28 Milanovic, Global Inequality, pp. 50 51.

29Piketty demuestra muy bien cómo las cuotas de riqueza total de la élite (10% y 1% superior) pueden aumentar hipotéticamente con el nivel creciente de ingresos medios más allá de la subsistencia. Esto también puede verse como un ingreso explotado por encima de la subsistencia. Señala que una vez que el ingreso per cápita promedio alcanza de cuatro a cinco veces el nivel de subsistencia en una sociedad determinada, las cuotas de élite pueden alcanzar hasta 80-90% del ingreso total. Piketty, Capital and Ideology, pp. 268-269, tabla 7.6.

30Para un desafío a los hallazgos iniciales de Milanovic, Lindert y Williamson de patrones comunes pre y posindustriales, véase el estudio bien desarrollado de Jaime Reis sobre Portugal, que mostró una disminución persistente en la desigualdad nacional entre los siglos XVI y XVIII. Reis, “Deviant Behavior?”, pp. 297-319. En contraste, España en el siglo XVIII parecía tener un mayor nivel de desigualdad que España en la actualidad, véase Nicolini y Ramos Palencia, “Decomposing Income Inequality”, pp. 747-772. Por otro lado, Japón fue claramente mucho más igualitario en el periodo preindustrial y el crecimiento económico condujo a una creciente desigualdad, véase Saito, “Growth and Inequality”, pp. 399-419. Utilizando un conjunto de datos bastante limitado, otros han argumentado que las personas en 1820 experimentaron tasas de desigualdad mucho más altas que las del mundo actual. Véase Bourguignon y Morrisson, “Inequality among World Citizens”, pp. 727-744.

31 Prado, Álvarez-Nogal y Santiago-Caballero, “Growth Recurring in Preindustrial Spain”.

32 Palma y Reis, “From Convergence to Divergence”, p. 478.

33 Nicolini y Ramos Palencia, “Decomposing Income Inequality”, pp. 747-772.

34 Alfani, “Economic inequality in northwestern Italy”, pp. 1058-1096.

35 Lindert y Williamson, Unequal Gains, cap. 6.

36 Alfani y Ryckbosch, “Growing apart in early modern Europe?”, pp. 143-153.

37 Saito, “Growth and Inequality”, pp. 399-419.

38 Bourguignon y Morrisson, “Inequality among World Citizens”, pp. 727-744.

39 Hoffman, Jacks, Levin y Lindert. “Real Inequality in Europe since 1500”, pp. 322-355.

40Alfani muestra que la plaga de 1630 en el norte de Italia no produjo un declive de la desigualdad sino todo lo contrario ya que las élites mantuvieron su riqueza intacta, mientras que los trabajadores calificados que morían eran reemplazados por campesinos pobres. Alfani, “The Effects of Plague on the Distribution of Property”, pp. 61-75.

41 Piketty, Capital and Ideology, p. 268.

42 Engerman y Sokoloff, Economic Development in the Americas since 1500.

43Véase, por ejemplo, Nunn y Wantchekon, “The Slave Trade and the Origins of Mistrust in Africa”, pp. 321-352, y Nunn, “Historical Legacies”, pp. 157-175. Sobre la mita véase Dell, “The Persistent Effects of Peru’s Mining Mita”, pp. 1863-1903.

44Las medidas básicas actualmente utilizadas fueron desarrolladas por Massey y Denton, “The Dimensions of Residential Segregation”, pp. 281-315. También véase Massey y Denton, American Apartheid. Para ver cómo se usaron para medir la segregación espacial por raza y etnia, véase Iceland, Weinberg y Steinmetz, Racial and Ethnic Residential Segregation in the United States 1980-2000; y Iceland, “Beyond Black and White”, pp. 248-271. Para el caso brasileño véase Telles, Race in Another America.

45Para numerosos estudios de países sobre este tema, véanse Kanbur y Venables (eds.), Spatial Inequality and Development y Lobao, Hooks y Tickamyer (eds.), The Sociology of Spatial Inequality Para métodos más avanzados utilizados para estudiar el ingreso y el espacio, véase Shorrocks y Wan, “Spatial Decomposition of Inequality”, pp. 59-81.

46Una encuesta reciente del campo ha demostrado que la altura es un mejor reflejo de los niveles de vida que el índice de masa corporal (IMC), otro mercado importante de características de la población. Véase Hruschka, Hackman y Stulp, “Identifying the limits to socioeconomic influences on human growth”, pp. 239-251.

47 Challú, “Agricultural Crisis”, pp. 17-41; Challú, “The Great Decline”, pp. 23-67; Dobado-Gonzalez, “Pre-Independence Spanish Americans”, pp. 15-59; Dobado-González y García Montero, “Neither So Low nor So Short”, pp. 291-321; Grajales-Porras y López-Alonso, “Physical Stature of Men in Eighteenth Century Mexico”, pp. 265-271.

48 López-Alonso, Measuring Up; López-Alonso y Porras Condey, “The ups and downs of Mexican economic growth”, pp. 169-186; Lópe- Alonso y Vélez-Grajales, “Measuring Inequality in Living Standards with Anthropometric Indicators”, pp. 374-396; y López-Alonso, “Height and Inequality in Post-1950 Mexico”, pp. 271-296.

49Este es el argumento de Tilly, “Inequality, Democratization, and de Democratization”, pp. 37-43. Esto es lo que parece estar sucediendo hoy en el mundo industrial avanzado; véase Corak, “Income inequality, equality of opportunity”, pp. 79-102.

50Véanse las interesantes diferencias entre los ingresos y las tasas de movilidad social entre generaciones en Gran Bretaña en Erikson y Goldthorpe, “Has Social Mobility in Britain Decreased?”, pp. 211-230.

51 Chetty, Grusky, Hell, Hendren, Manduca y Narang, “The Fading American Dream”, pp. 398-406. Para los factores sociales, económicos y residenciales que afectan la movilidad de Estados Unidos véase Chetty, Hendren, Kline y Saez, “Where Is the Land of Opportunity?”, pp. 1553-1623.

52Tanto Branko Milanovic como Thomas Piketty sostienen que estos sistemas no pueden frenar la desigualdad en el futuro, y ambos ven la necesidad de una socialización del capital y la igualación masiva de la educación como las mejores soluciones. Milanovic, Capitalism, y Piketty, Capital and Ideology.

53 Tilly, “Why and How History Matters”, p. 525.

54Piketty, Capitalism and Ideology.

55Véase Diamond y Robinson (eds.), Natural Experiments of History; Frey, Savage y Torgler, “Behavior under Extreme Conditions”, pp. 209-222; Ferwerda y Miller, “Political Devolution and Resistance to Foreign Rule”, pp. 642 660. Para un estudio económico de una experiencia histórico-natural frecuentemente citada en la literatura, véase Card y Krueger, “Minimum Wages and Employment”, pp. 772-793.

56He intentado hacer esto en varios estudios. Véanse Klein, “A experiência Afro-Americana em perspectiva comparada”, pp. 95-121; Klein, “The Transition from Plantation Slave Labor to Free Labor in the Americas”, pp. 213-230; y Klein, “A integração dos imigrantes italianos no Brasil, na Argentina e nos Estados Unidos”, pp. 95-117.

57Sobre los diversos usos del análisis comparativo véase Skocpol y Somers, “The Uses of Comparative History in Macrosocial Inquiry”, pp. 174-197.

58Véase, por ejemplo, Prado, Álvarez-Nogal y Santiago-Caballero, “Growth Recurring in Preindustrial Spain”, apéndices 1 y 2.

59Para el siglo XIX brasileño véase Klein, “A Participação Politíca no Brasil do Século XIX”, pp. 527 544. Estos datos se incorporaron a las estimaciones de Bértola, Castelnovo, Rodríguez y Willebald, “Income Distribution in the Latin American Southern Cone”, pp. 452-485.

60 Clark, “Land Rental Values and the Agrarian Economy”, pp. 281-308.

61Véase por ejemplo Klein y Willis, “The Distribution of Wealth in Late 18th Century New York City”, pp. 259-283.

62 Scheidel, The Great Leveler.

63Para un buen resumen de los principales índices utilizados para medir la desigualdad véase Piketty, Capital in the 21st Century, pp. 266-270.

64 Piketty, Capital and Ideology, pp. 43-44.

65 Ruggles y Magnuson, “The History of Quantification in History”, p. 381.

*Conferencia de Herbert Klein con motivo del Premio Alfonso Reyes, recibido el 19 de febrero de 2020 en El Colegio de México. *Deseo agradecer a Donald Treiman, Patricia Clarke Annez, Maria Emma Mannarelli, César Ayala y Pablo Yankelevich por sus comentarios y sugerencias.

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