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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.70 no.2 Ciudad de México oct./dic. 2020  Epub 20-Ene-2021

https://doi.org/10.24201/hm.v70i2.3808 

Reseñas

Sobre Mario Sznajder, Historia mínima de Israel

Yael Sandra Siman Druker* 

*Universidad Anáhuac

Sznajder, Mario. Historia mínima de Israel. México: El Colegio de México, Turner, 2017. 287p. ISBN: 978-607-628-216-8.


En un recorrido por la historia milenaria del pueblo judío y del Estado de Israel, Mario Sznajder muestra que desde tiempos bíblicos y hasta la actualidad diferentes historias han sido elaboradas y legitimadas por las élites políticas, ideológicas, religiosas y militares. Estas narrativas trascienden momento y lugar, recuperando mitos, rituales, símbolos y lenguaje con fines políticos. Negociación, cooptación, control e improvisación han sido estrategias del Estado para construir identidad, cohesión social, movilización y el debilitamiento de la oposición (pp. 140, 145).

El libro despliega los distintos relatos y los mitos movilizadores sobre Israel, el conflicto árabe-israelí y palestino-israelí, remontándose incluso al periodo bíblico. En los siglos XIX y XX, el sionismo moderno recuperó el relato heroico, glorioso y romántico del periodo de los reyes David y Salomón (pp. 14-15). Sin embargo, nos dice el autor, este relato contiene únicamente algunos elementos históricos confirmados por fuentes primarias exteriores a la Biblia. Historias que surgen en el periodo de las aliyot (olas inmigratorias) comprenden la figura del “nuevo hombre de la revolución sionista”: agricultor-pionero, combatiente y laico, imagen que contrasta con la del judío de la diáspora: habitante del gueto, barrio judío, que era urbano, pequeño comerciante o artesano, religioso y víctima de la violencia antisemita. Siguiendo al ideólogo A. D. Gordon, el liderazgo judío pretendía crear una sociedad productiva y autónoma, de base agrícola y luego industrial (pp. 42-43).

Nuevas realidades en Palestina/Israel dieron lugar a nuevas crónicas. Ante la confrontación bélica de 1947-1949 y el surgimiento de la cuestión de los refugiados palestinos, la explicación sionista sostuvo que este problema había resultado de una combinación de factores: la guerra, las divisiones internas del liderazgo árabe y palestino, y el llamado del liderazgo árabe para que la población de Palestina evacuara el terreno de la contienda ante una invasión árabe, para luego retornar a sus hogares. El autor explica que para la imagen del sionismo e Israel, evitar la culpa de haber sido los causantes del éxodo palestino fue y sigue siendo esencial en su legitimidad política. En la parte palestina, la versión central de la Naqba (catástrofe) argumenta que las autoridades sionistas utilizaron sus cuerpos armados (Leji, Etzel y Haganá), y luego el Estado de Israel su ejército, para expulsar a la población palestina de Israel durante la guerra de 1947-1949. Inculpar a la parte sionista e Israel ha sido necesario para justificar el derrotero asumido por los movimientos palestinos (pp. 97-98).

Uno de los objetivos centrales del libro es deconstruir estas crónicas populares mediante el método de investigación crítica: reunir y evaluar la información (y su veracidad), las ideas y las premisas, la precisión contextual, para producir un análisis razonado. Sznajder es así doblemente crítico: frente a relatos sionistas y también ante historias postsionistas. Para el autor, la versión más precisa sobre las causas del problema de los refugiados palestinos “probablemente” se encuentra en el libro de Benny Morris, The Birth of the Palestinian Refugee Problem Revisited (2001). De acuerdo con Morris, los árabes palestinos iniciaron la guerra de 1947-1949 tras la decisión de partición de la ONU para abortar el establecimiento de Israel. El problema palestino es así resultado directo de esa guerra y no del designio Israelí. Sin embargo, el desplazamiento de las poblaciones árabes fuera de lo que sería el Estado de Israel era inherente a la ideología sionista; como práctica en pequeña escala fue realizada desde las primeras décadas de la inmigración sionista mediante la compra de tierras y el desalojo “legal” de los inquilinos. Estos hechos y el pensamiento de “transferencia de población” de los líderes sionistas prepararon el terreno para el desenlace de 1948. En contraste, Sznajder descarta la tesis de “limpieza étnica” de Walid Khalidi e Ilán Pappé -en cuyo centro se encuentra el Plan Dalet y sus implicaciones- por no considerarla una interpretación verificable a nivel documental ni a nivel de los hechos (pp. 96-97, 103-104).

Seguridad y amenaza existencial se volvieron componentes fundamentales de la narrativa sionista. Tanto las inmigraciones previas a 1948 como las posteriores a la creación del Estado de Israel encontraron un “refugio seguro” o “quizá” un “Estado refugio” (p. 107). Esto fue así para los sobrevivientes del Holocausto y para los judíos que habían habitado históricamente en el mundo árabe / musulmán pero que a raíz de las guerra de 1947-1949 se vieron obligados a emigrar. Hace falta remarcar que la idea de un refugio seguro en Israel era aún más potente para las víctimas del nazismo en un contexto de posguerra en el que habitaban en campos de desplazados, esperando emigrar cuando la mayoría de los países mantenía sus puertas cerradas (Ouzan y Gerstenfeld, Postwar Jewish Displacement and Rebirth, 1945-1967, 2014). Si bien el primer ministro David Ben Gurión negoció reparaciones económicas con Alemania Federal para las víctimas judías del nazismo, el gobierno instaló una política de memoria de la Shoá; nos queda como tarea pendiente conocer con mayor profundidad qué tipo de condiciones -seguras o no- le proporcionó el Estado a los sobrevivientes (Tom Segev, The Seventh Million, 1991, y Hanna Yablonka, Survivors of the Holocaust. Israel after the War, 1994).

La idea de un Estado conflicto surge en el contexto de una guerra doble: intercomunitaria (judía y árabe-palestina) y con los países árabes vecinos. El papel de Israel como Estado refugio se vio acompañado desde el inicio por su antagonismo como Estado en conflicto frente a la cuestión árabe (p. 124). Sznajder examina de manera crítica la ecuación Estado refugio-Estado conflicto mostrando que históricamente las comunidades judías no siempre vivieron discriminación y violencia y que, en cambio, llegaron a desarrollarse y a florecer en entornos seguros en Europa y en el Medio Oriente (pp. 25-26, 30). Y si bien Israel se gestó en un Medio Oriente hostil, tuvo múltiples acercamientos directos con sus contrapartes palestina (familia Nashashibi) y árabe (emir Abdala de Transjordania, Avi Shlaim, Collusion Across the Jordan, pp. 62-63, 76, 145, 155).

El libro no logra deslindar por completo realidad e historia en situaciones en las que los hechos son irrefutables y constituyen patrones observables; cuando emergen realidades simultáneas o paralelas, conectándose entre sí; y en contextos de violencia simbólica combinados con intenciones no verificables del Otro en conflicto. Sznajder sugiere que, dado que no se podía saber con exactitud qué tan real era la intención (y capacidad) árabe y palestina de ‘liquidación del proyecto sionista’ o de ‘echar a los judíos al mar’ (pp. 58, 77), la idea de una amenaza existencial era plausible para David Ben Gurión y el liderazgo sionista. Otro hecho irrefutable es el entorno hostil en el que se encontraba Israel en su primera década de existencia. Por ello, la amenaza que enfrentaba Israel por parte de los estados árabes “se tornaba creíble y casi real”. A esta realidad concreta de inseguridad/amenaza refiere el autor en varios momentos de la historia de Israel: “Tras la firma de los armisticios en 1949, el cierre de las fronteras terrestres de Israel se probó como altamente permeable e inseguro […] Las infiltraciones desde los países árabes vecinos a Israel se multiplicaron y se transformaron en violentas hacia 1952 […]” (p. 132); a pesar de los diez años de tranquilidad y estabilidad que siguieron al fin de la Campaña del Sinaí, la perspectiva de una guerra entre Israel y su entorno árabe se volvió “real” (p. 154).

La violencia simbólica expresada discursivamente -como la declaración de la OLP para “liberar Palestina” y “revertir los resultados de la guerra de 1947-1949” mediante la “lucha armada” -o los “raudales de propaganda” palestina (del líder Haj Amin al Husseini) y árabe reforzaron la narración sionista de supervivencia del Holocausto y reconstrucción judía tras la guerra de 1947-1949 (p. 145). Aun cuando la propaganda árabe no tuviese equivalencia con la capacidad real militar y política de los gobiernos, Sznajder señala que no puede ser analizada al margen del contexto: se dio solamente tres años después del Holocausto (p. 82).

Un aporte adicional del libro es el despliegue de relatos alternativos al establishment (semanario Ha Olam Hazé -Este Mundo, o Shalom Ajshav- Paz Ahora) y que bajo ciertas condiciones cuestionaron y quebrantaron las posturas/relatos dominantes (por ejemplo, la idea de que no existía un interlocutor palestino). Por el otro lado, una descripción vista como problemática, que emerge como alternativa al relato mainstream y que adquiere cada vez más fuerza es la del sionismo revisionista y el mito movilizador del mesianismo. Sznajder señala que el sector nacionalista-religioso interpreta las guerras árabe-israelíes no sólo como heroicas y milagrosas, sino como “… el tañir de las campanas que anuncian la venida del mesías” (p. 78). Los resultados de la guerra de 1967 dieron lugar a otra agenda que rápidamente cobró significados sociales, políticos y económicos: la del nacionalismo religioso-mesiánico”, promovida ideológicamente por el rabino Avraham Kook (p. 167).

El libro nos acerca con sensibilidad crítica a las historias de los Otros en Israel. En cuanto a la minoría oriental judía (judíos inmigrados del mundo árabe a Israel), nos habla de una discriminación intencional, versión que ha sido rechazada por el Estado (p. 143). Un relato de discriminación es también el de la minoría árabe, señala Sznajder que, si bien el Estado judío les otorgó ciudadanía Israelí (1952), los árabes israelíes enfrentaban limitaciones de movimiento, toques de queda y detenciones administrativas. Varias leyes (propiedades ausentes y adquisición de tierras) sirvieron de base legal para la expropiación de tierras árabes, aunque fuese con fines públicos legítimos (p. 119). Otras minorías son mencionadas -druzos, circasianos y beduinos- como parte de la estrategia de cooptación que ejerció el Estado (pp. 115, 132); sin embargo, sus crónicas permanecen ausentes en el libro.

Finalmente, el libro señala que la cultura israelí ha supuesto la existencia de una amenaza existencial que se remedia con “seguridad” al tiempo que las élites se vuelven prisioneras de su propia historia, haciendo con ello muy difícil cualquier cuestionamiento en la esfera pública. Su hipótesis: el votante promedio israelí expresa su voluntad electoral y pública sobre una realidad que conoce muy poco, a pesar de que Israel opera fomalmente de manera democrática desde la época pre-Estado (pp. 10-11). De lo anterior se desprenden reflexiones relevantes acerca de la sociedad israelí y también sobre otras sociedades democráticas; en concreto, sobre las condiciones y los mecanismos que permiten que las historias construidas por las élites sean internalizadas por amplios sectores de la población sin ser cuestionadas. Asimismo, sobre los relatos alternativos de los Otros y las condiciones -la existencia de una ciudadanía informada y crítica- que permiten el quebranto de relatos dominantes que nos apartan de una visión humanista y universalista (epílogo).

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