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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.70 no.1 Ciudad de México jul./sep. 2020  Epub 28-Ago-2020

https://doi.org/10.24201/hm.v70i1.3786 

Reseñas

Sobre Mario Vázquez Olivera y Fabián Campos Hernández (coords.), México ante el conflicto centroamericano. Testimonio de una época

Héctor Lindo-Fuentes1 

1Fordham University

Vázquez Olivera, Mario; Campos Hernández, Fabián. México ante el conflicto centroamericano. Testimonio de una época. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2016. 328p. ISBN: 978-607-02-8792-3.


Esta compilación de trabajos es el resultado de un ambicioso proyecto que estudia las relaciones de México con Centroamérica, coordinado por la Universidad Nacional Autónoma de México y el Instituto Mora. La labor del equipo incluye la recopilación de información en archivos en México, los países centroamericanos, bibliotecas estadounidenses, amén de un programa de entrevistas con diplomáticos y otros actores. Las acciones de México como poder regional son muy bien conocidas por políticos centroamericanos que las tienen que tomar en cuenta en sus decisiones, no así por el mundo académico y mucho menos por el público en general, de manera que este esfuerzo es muy bienvenido para quienes se dedican a estudiar en profundidad los conflictos centroamericanos de finales del siglo XX.

El número de capítulos dedicado a cada país está más o menos en proporción con el nivel de involucramiento de la diplomacia mexicana. La obra presta la mayor atención a Guatemala, luego a Nicaragua, y en un poco menor medida a El Salvador. Además de un breve capítulo sobre Panamá. Una de las virtudes del libro es que no se limita a analizar las acciones y motivaciones de jefes de Estado y diplomáticos. Aunque las actividades de éstos reciben debida atención, quien lee la obra también aprenderá sobre el papel de otros actores estatales, como los servicios de inteligencia doméstica, además de actores no estatales como la prensa y la sociedad civil. Esta variedad se encuentra también en las disciplinas de los autores (seis de ellos mujeres), entre los que se incluyen historiadores, sociólogos, antropólogos, diplomáticos y exguerrilleros. El carácter multifacético de la obra se extiende a las formas de aproximarse a la problemática. Además de capítulos con un formato de historia académica encontramos análisis de medios de comunicación, entrevistas y testimonios.

Esta aproximación desde variadas perspectivas destaca el hecho de que el involucramiento de México en los conflictos centroamericanos se desenvolvió en diferentes niveles, desde las acciones del Estado, la presión de la opinión pública y acciones de grupos de la sociedad civil, hasta voluntarios armados. En el campo de las relaciones internacionales los países tenían que jugar ajedrez tridimensional tomando en cuenta la política doméstica, fuertes oscilaciones en el péndulo de la economía, la cambiante correlación de fuerzas en los campos de batalla, la lógica de la guerra fría y los equilibrios regionales con múltiples países latinoamericanos que entraban al juego.

Una de las características distintivas de esta obra se encuentra en su uso de fuentes previamente inexploradas. En ellas se encontraron descubrimientos valiosos. Entre los ejemplos más interesantes está la revelación de que un aspecto importante del cálculo de las autoridades mexicanas era de carácter netamente económico. Durante el sexenio de López Portillo se discutió la oportunidad que abrían los conflictos para profundizar las relaciones económicas con los nuevos regímenes que estaban por surgir en Centroamérica. Como dice el capítulo de Mario Vázquez, “el establecimiento de nuevas alianzas podría permitirle a México incrementar y diversificar sus exportaciones a Centroamérica y el Caribe” (p. 36). Otra información fascinante aparece en el capítulo de Fabián Campos Hernández, basado en su investigación en los archivos de la Dirección Federal de Seguridad (FDS). Él documenta cómo el presidente López Portillo hizo un trato con un representante de las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR) de Guatemala que permitió a los rebeldes “operar con libertad en los estados del sureste, siempre y cuando lo hicieran discretamente y limitaran sus contactos con la izquierda mexicana” (p. 163). Extraordinaria también es una afirmación del embajador Hermilo López Bassols en una entrevista con Mario Vázquez. Refiriéndose a William Walker, el embajador estadounidense en El Salvador, dice el diplomático mexicano que Walker fue “uno de los arquitectos del asesinato de Ellacuría y los demás jesuitas; por lo menos conoció previamente de este hecho” (p. 250). En un ámbito totalmente diferente, encontramos que el actual empoderamiento de las mujeres indígenas guatemaltecas y su participación en la política tiene en parte que ver con sus experiencias durante los años de exilio en México, como lo demuestra el capítulo de Mercedes Olivera. Estos breves ejemplos son suficientes para mostrar que la estrategia multifacética del libro y la investigación en múltiples archivos rindió frutos jugosos. En el limitado espacio de una reseña es difícil hacer justicia a cada una de las contribuciones de una compilación con 15 capítulos, por lo que me voy a limitar a destacar algunos de los aportes que más me llamaron la atención. En conjunto, el grupo de autores nos ayuda a comprender la evolución de los intereses mexicanos, la adaptación de las tradiciones de la política exterior mexicana a la cambiante situación, la importancia de la frontera sur y la forma en que las acciones oficiales y no oficiales respondían también a un contexto doméstico.

El conjunto de ensayos describe de manera muy rica y compleja la variedad de intereses de México en los conflictos centroamericanos y sus modificaciones a lo largo del tiempo. Los primeros capítulos por Mario Vázquez y Mónica Touissant, autores con una trayectoria distinguida en el estudio de las relaciones México-Centroamérica, describen de manera comprensiva las tradiciones de la política exterior mexicana y la forma en que el auge del petróleo inyectó un nuevo activismo a su diplomacia. Fabián Campos, que tiene como fuente principal los archivos de la DFS, complementa la comprensión de los intereses mexicanos ofreciendo la perspectiva de las exigencias de seguridad interna del Estado priista. Un capítulo por Kristina Pirker y Omar Núñez describe la forma en que consideraciones de seguridad interna definían los límites que se imponían a la operación de la izquierda salvadoreña en el exilio; Gobernación daba “un puntual seguimiento a las actividades políticas de los exiliados salvadoreños y su interacción con activistas mexicanos” (p. 288).

Esta obra nos ayuda también a comprender la medida en que la cultura política y la situación doméstica en México crearon un ambiente favorable para las insurgencias centroamericanas. La posibilidad de derrotar a las dictaduras militares de Centroamérica inspiró a sectores de la población para tomar acción, formar comités de solidaridad y, para un grupo nada insignificante, viajar a los campos de batalla dispuestos a todo. Al añadir números específicos a lo que se conocía de manera anecdótica se puede dimensionar la importancia de los guerrilleros internacionalistas. El capítulo de Héctor Ibarra Chávez sobre la solidaridad y el internacionalismo mexicano calcula que solamente en El Salvador se encontraron “alrededor de 500 mexicanos integrados en diferentes tareas y frentes de guerra […] y 20 caídos en combate” (p. 277). Como nos dice el autor, este fenómeno no se debió únicamente al interés intrínseco de los fenómenos de cambio en el Istmo, sino que estuvo enraizado en “la larga tradición solidaria e internacionalista mostrada desde los albores de la nación mexicana hacia las luchas de otros pueblos en favor de la libertad, la justicia social, la paz y la independencia” (p. 280).

La actitud de la población mexicana ante lo que ocurría en el Istmo la influenció en buena medida la cobertura periodística que analiza en detalle el capítulo de Mónica Morales Flores. Su trabajo, aunque en principio es sobre la cobertura periodística y fotográfica, tiene observaciones perspicaces sobre los medios mexicanos y el papel de la prensa escrita y el fotoperiodismo en la construcción de una narrativa para el público mexicano. Los periodistas y fotógrafos mismos se convirtieron en actores al moverse con frecuencia muy cerca de “la frágil línea entre el periodismo profesional y el militante” (p. 129), dice la autora refiriéndose al notable fotoperiodista Pedro Valtierra.

Como en el caso de Valtierra, varias secciones del libro ilustran su análisis de fenómenos más amplios con casos de individuos específicos. El uso extensivo de entrevistas ayuda a humanizar la política mexicana e introduce a la narrativa un intrigante grupo de personajes que rescata del olvido. De esta manera diplomáticos como los embajadores en Nicaragua y El Salvador, o el agregado cultural en Nicaragua, no aparecen simplemente como instrumentos para ejecutar las directrices del Ministerio de Asuntos Exteriores, sino también como individuos con gran consciencia del momento histórico y pasión por su trabajo. Surgen además otros personajes inesperados, como Susie Iruegas, la esposa del embajador en Nicaragua, que destacó por derecho propio como apoyo invaluable en la lucha contra Somoza.

Asimismo, encontramos una visión dinámica de la política mexicana que, aunque anclada en tradiciones de política exterior, se tuvo que adaptar a nuevos desafíos. Al pasar el tiempo, el auge del petróleo, que estaba en el trasfondo del activismo diplomático al inicio de los conflictos, fue sustituido por la crisis financiera. La fe en el triunfo de las revoluciones dio paso a la necesidad de superar el empantanamiento de la crisis centroamericana con iniciativas de negociación. Un capítulo, el de Mireya Tinoco discute las iniciativas mexicanas para solventar la situación en Nicaragua e introduce un tema que retoma el capítulo de Miguel Ángel Sandoval para el caso de Guatemala: las complejas negociaciones con otros países latinoamericanos y la necesidad de maniobrar alrededor de las intransigencias del gobierno estadounidense. Las tradiciones de la política exterior mexicana se vieron desbordadas por la entrada de numerosos refugiados. Los capítulos de Joel Pérez Mendoza y Mercedes Olivera Bustamante muestran cómo la legislación y las tradiciones mexicanas, que tenían muy clara la actitud oficial de apoyo a asilados políticos, no contemplaban la posibilidad de grandes oleadas de refugiados. El desbordamiento de la capacidad mexicana y la carencia de un marco legal e institucional llevó a conflictos con las autoridades y la población local.

Con una larga frontera con Guatemala, México no podía evitar el involucramiento en la problemática de ese país. El capítulo de Mario Eduardo Valdez Gordillo expone la forma en que la topografía, la débil presencia del poder central y las simpatías de la población se combinaron para crear un ambiente favorable para los grupos rebeldes guatemaltecos al sur de México. Valdez Gordillo revela la medida en que la actitud mexicana favoreció a los guatemaltecos permitiendo el uso del espacio aéreo mexicano, la acumulación de depósitos secretos de armas y la oportunidad de encontrar espacios para reagrupar y organizar actividades.

Un ángulo complementario lo ofrece el exmilitante guatemalteco Miguel Ángel Sandoval. Su punto de vista es el de quienes veían las oportunidades que ofrecía México y buscaban aprovecharlas al máximo para sus propios propósitos. El capítulo de Sandoval es particularmente bienvenido porque representa la iniciativa (agency) de los centroamericanos. La asimetría de la relación entre México y Centroamérica presenta retos analíticos. Me pregunto cuáles hubieran sido mis comentarios a una obra paralela sobre las relaciones asimétricas por excelencia, las que se tienen con Estados Unidos. Creo que hubiera estado alerta a identificar en qué medida se toma en cuenta la iniciativa de centroamericanos que, a pesar de que interactúan con un país más poderoso, buscan la forma de avanzar su propia agenda. El proyecto podría dejar más espacio para tomar en cuenta esta dimensión, aunque ciertamente la inclusión del trabajo de Valdez Gordillo y los capítulos sobre refugiados contribuyen a corregir el desbalance. Un corolario a esta observación es que, al concentrarse en el protagonismo de mexicanos, los autores corren el riesgo de convertir a los actores del país más poderoso en héroes de un proyecto benevolente. Éstos son problemas inherentes a un enfoque que da prioridad al análisis de la actuación mexicana más que a las relaciones entre México y Centroamérica. El otro lado de esta moneda es que el carácter singularmente mexicano de la obra añade una dimensión invaluable a la comprensión de los conflictos centroamericanos de finales del siglo XX.

Estas observaciones no buscan en absoluto restarle mérito a un libro que ilumina un aspecto importante y poco conocido de la historia del conflicto y contiene revelaciones importantes. Después de que los lectores entrelazan en la mente los varios hilos narrativos que surgen de esta colección se quedan con una visión rica del impacto de la política mexicana hacia Centroamérica.

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