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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.70 no.1 Ciudad de México jul./sep. 2020  Epub 28-Ago-2020

https://doi.org/10.24201/hm.v70i1.3784 

Reseñas

Sobre Will Fowler y Marcela Terrazas y Basante (coords.), Diplomacia, negocios y política. Ensayos sobre la relación entre México y el Reino Unido en el siglo XIX

Erika Pani1 

1El Colegio de México

Fowler, Will; Terrazas y Basante, Marcela. Diplomacia, negocios y política. Ensayos sobre la relación entre México y el Reino Unido en el siglo XIX. ,, México: Universidad Nacional Autónoma de México, The British Council, 2017. 372p. ISBN: 978-607-300-100-7.


Tendemos a celebrar trabajos que describimos como pertinentes porque tratan temas que son muy actuales -y, en este momento, muy deprimentes: la violencia, la fragilidad institucional, el retroceso democrático-. Nadie puede pretender que éste sea el caso de la relación entre México y el Reino Unido, que se ha reducido a un vínculo terso pero distante y acotado, volcado sobre temas amables como el intercambio académico y cultural. En el plano de la historia internacional, nuestra atención se ha centrado -inevitablemente- en la complicadísima relación con el vecino del norte. El libro coordinado por Will Fowler y Marcela Terrazas sobre las relaciones México-Reino Unido nos recuerda, en cambio, que la historia no es un círculo del cual no se puede escapar, y que si bien la geografía es destino y aquélla es inalterable, éste es maleable.

El libro explora una relación que fue elemento medular -hasta que dejó de serlo- de la política exterior de México durante el primer siglo de vida independiente. Está compuesto por diez capítulos que analizan sus distintos aspectos y niveles: diplomáticos, financieros, comerciales, humanos. Estos textos invitan a reflexionar sobre la manera en que una relación que en un primer momento fue tan importante se fue adelgazando hasta desarmarse en el siglo XX, con el desencuentro petrolero, el ocaso del imperio británico y la dilución de la política bilateral en el marco de la Unión Europea.1 Aunque, como apunta la introducción, una historia general de las relaciones británico- mexicanas está por escribirse, este libro sienta ya -con las lagunas, énfasis y discontinuidades inherentes a las obras colectivas- las bases para hacerlo: por un lado, da la puntilla a la imagen, ya desgastada, que nos legaron el marxismo y la teoría de la dependencia, de un imperio casi omnipotente y parejamente insidioso y rapaz. Por el otro, porque bordando sobre la discusión de Paul Garner sobre el “imperio informal”, los autores identifican las características particulares de la relación mexicano-británica, y rastrean su evolución y consecuencias: el peso del prestigio y la autoridad del Reino Unido dentro del “concierto de las naciones”, la asimetría en cuanto a la importancia que tenía la relación para cada uno de los involucrados, la distancia con la que Londres miraba a México. Estos factores estructuraron una relación que puede describirse como “saludable”, en tanto estable y prudente, que podía estabilizar, e incluso desactivar, conflictos con otras potencias y notablemente con Estados Unidos. Los mismos factores, sin embargo, limitaban los alcances de la política británica en México. Así, los artículos de Marco Antonio Landavazo y Josefina Zoraida Vázquez muestran la importancia que tuvo la relación con el Reino Unido para México en su tiempo de nacer, tanto durante el desarrollo y desenlace del conflicto por la independencia que analiza el primero, como por el reconocimiento de México no como colonia rebelde sino como sujeto de tratado, ya que, como apunta Vázquez, citando a Lucas Alamán, fue Gran Bretaña la que “hizo la justicia de declarar que debíamos figurar en el rango de naciones”. Durante el resto del siglo, y a pesar de un declive progresivo, el Reino Unido representó un contrapeso en la relación de México con otras potencias, constituyéndose ese vínculo en un arma dentro del no particularmente bien provisto arsenal de los diplomáticos mexicanos, al que éstos recurrirían, sin embargo, con creatividad. De esta forma, el texto de Marcela Terrazas pone de manifiesto la complejidad de la interacción internacional que dio forma a la espinosa relación entre México y Estados Unidos, entre la independencia de Texas y la guerra de 1846-1848, y traza las fronteras del espacio -cada vez más restringido- de la diplomacia multilateral ante los embates del Destino Manifiesto.

En contraste, tanto Landavazo como Antonia Pi Suñer, que estudia las negociaciones del ministro español con el gobierno de Maximilia- no, revelan el peso del Reino Unido en Europa -y en especial para una potencia media y decadente como España-, en donde la política británica era no sólo una referencia ineludible sino una especie de campo magnético que moldeaba la política exterior de otras naciones, sobre todo cuando se trataba de potencias decadentes, como España. En ambos textos, quedan mal parados los artífices de la política española -los intransigentes ministros que se aferraron al vínculo colonial; el Marqués de Ribera, que necia e ilusamente insistió en que los acreedores españoles debían ser tratados como ingleses-. Queda por averiguar -no era éste el espacio- qué es lo que apuntalaba, y qué objetivos podía asegurar una política exterior obsesionada por el honor -al servicio de monarcas tan poco honorables-, que nos parece poco más que folclórica y ridícula.

En cambio, brilla la diplomacia británica: razonable, astuta, eficiente, pragmática. Se subraya la ecuanimidad de los gobiernos de Su Majestad británica y de sus representantes en México. Sin embargo, y sin pretender el desdoro de la insigne tradición diplomática británica, habría que insistir en dos cosas: su evolución histórica, marcada por claroscuros, y la importancia relativa de México en el complicado ajedrez que jugaba Londres. Como demuestra Silvestre Villegas en su texto sobre los tenedores de bonos y la difícil reconstrucción de la relación con México ya en la década de 1880, el compromiso del Foreign Office con evitar que los intereses privados contaminaran sus políticas no fue siempre el mismo. Por otra parte, habría que detenerse en que este desempeño ejemplar no se fincaba sólo en el habitus y la flema ingleses, sino en la clara conciencia de lo -poco- que representaban los intereses de Londres en la región. A diferencia de otros actores involucrados en la relación México-Reino Unido, ni al gobierno ni a sus representantes -salvo a los que no podríamos describir como provechosamente distanciados de la situación mexicana-2 se les iba la vida en México. Quizá no resulta entonces tan sospechoso que México esté prácticamente ausente en la bibliografía sobre el “imperio informal” británico en “América Latina”, y sería importante someter a la segunda categoría analítica al mismo escrutinio que a la primera.

Otra aportación importante de Diplomacia, negocios y política es que los autores identifican la diversidad -en cuanto a perfil, origen geográfico, ocupación y capital económico y político- de los “agentes del imperio”, que van desde un gran empresario como Weetman Pear- son, que tan bien conoce Paul Garner, a medianos como Wylie, Cook y Chabot que, como nos muestran Sergio Cañedo y Flor Salazar, animaron el comercio y el mercado de capitales en San Luis Potosí, hasta los mineros que migraron de Cornualles a Real del Monte que estudia Anne Staples. Los ingleses en México fueron agentes de cambio: con- tribuyeron a modernizar la infraestructura del país y a moldear el gusto de las clases medias provincianas, mientras la gastronomía y el ocio de los mineros anglohidalguenses influirían sobre lo que se consideran las manifestaciones más acabadas de la identidad regional -los pastes de Hidalgo- y nacional -el futbol y la lucha libre-. Como sus socios y rivales, los hombres de negocios británicos hicieron y perdieron fortunas; se vincularon provechosamente con la autoridad política y fueron esquilmados por guerrilleros y burócratas; recurrieron a la ley mexicana y a la protección consular, siendo éste un mecanismo que estaba vedado a algunas de sus contrapartes mexicanas. Establecieron relaciones densas y polivalentes, que rebasan con mucho las que suponíamos limitados a la extracción y la explotación. Queda, sin embargo, por precisar, con más exactitud, quién, en “México” se beneficia -o padece- de estas relaciones transnacionales.

La diversidad de escenarios, de protagonistas y de repertorios, y la importancia de esferas ajenas a la diplomacia, pintan un cuadro más complejo y heterogéneo, más exacto también, que el que esbozaban las historias del imperialismo y el neocolonialismo. No obstante, si tomamos en cuenta que el guion dependentista ofrecía una explicación más o menos satisfactoria del subdesarrollo, debemos quizá lamentar que lo que se gana en riqueza, color y precisión se pierda en fuerza explicativa. Éste es, no obstante, un desafío que tiene que enfrentar, y tratar de resolver, el gremio de historiadores.

1 Antonia Pi Suñer, Paolo Riguzzi y Lorena Ruano, Historia de las relaciones internacionales de México (1821-2010), vol. 5 Europa, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 2011.

2Pueden mencionarse, además de los empresarios que con provecho estudian Sergio Cañedo, Paul Garner y Flor Salazar en este volumen, los casos de Eustaquio Barrón y Ewen Mackintosh. Véase Gabriel Martínez Carmona, “Finanzas y política en una época de crisis: Mackintosh y la conversión de la deuda externa, 1824-1852”, tesis de doctorado en historia, México, El Colegio de México, 2016.

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