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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.69 no.4 Ciudad de México abr./jun. 2020  Epub 02-Jun-2020

https://doi.org/10.24201/hm.v69i4.3716 

Reseñas

Sobre Raúl Figueroa Esquer (ed.), Memorias de Buenaventura Vivó. Ministro de México en España durante los años 1853, 1854 y 1855

Laura Muñoz* 

*Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora

Figueroa Esquer, Raúl. Memorias de Buenaventura Vivó. Ministro de México en España durante los años 1853, 1854 y 1855. México: Bonilla Artigas Editores, Secretaría de Relaciones Exteriores, Instituto Tecnológico Autónomo de México, 2017. 717p. ISBN: 978-607-845-097-8.


El más reciente trabajo de Raúl Figueroa brinda la oportunidad de recordar a don Buenaventura Vivó, un diplomático mexicano del que no se sabe tanto como se debería, si es que hay interés por conocer la historia política y diplomática de nuestro país. Se trata de la reedición del texto que Vivó escribió para relatar sus tres años como ministro de México en España. Su lectura abre la posibilidad de reflexionar en torno a su labor como representante de México, así como de analizar los objetivos que se propuso alcanzar al publicar los pormenores de ella. Anotado cuidadosamente por Figueroa, este libro resulta una fuente documental imprescindible.

Antes de viajar a Madrid, Vivó fue cónsul en La Habana de 1846 a 1852. Su desempeño en Cuba me hizo pensar, por primera vez, en el importante papel que en el siglo XIX tuvieron esos representantes de México que, sin muchos recursos económicos, pero con un amplio conocimiento y fervor patriótico cumplieron una excelente labor para salvaguardar los intereses del país. Con su labor, la idea de que lo central para ellos, como cónsules, era la regulación de la actividad comercial queda desmentida. Buenaventura Vivó demostró -como constatarán aquellos que se acerquen a sus memorias - ser un verdadero diplomático desde la época en la que vivió en la isla antillana y, desde luego, como enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de la República de México en España. Desafortunadamente, porque fue muy corta -apenas 9 años-, su trayectoria como diplomático estuvo ligada a Antonio López de Santa Anna, razón por la cual terminó al triunfo de la Revolución de Ayuda con la consiguiente salida de su protector en 1855. Tras su retiro como representante ante Su Majestad, a los 42 años, don Buenaventura no pudo volver a ocupar ningún cargo al servicio de México.

Vivó ofreció quedarse en la legación, en lo que se incorporaba el nuevo encargado, “sin carácter oficial alguno y sólo con el de simple ciudadano mexicano, participando al Supremo Gobierno... cuantos asuntos merezcan llamar su particular atención, persuadido de que el ilustrado ministro a quien tengo la honra de dirigirme apreciará en todo su valor esa resolución de puro patriotismo” (p. XXV). De estas líneas de la carta de Vivó, me interesa subrayar dos cosas: la razón declarada por la que ofrece ese último servicio y la concepción de política detrás de esa actitud. Creo que ese sentimiento, de puro patriotismo, fue albergado genuinamente por muchos de los representantes que cumplieron sus encargos en condiciones a veces francamente adversas, sin instrucciones precisas que seguir y obligados a cuidar el buen nombre de México. El mismo Vivó, en su experiencia en La Habana, pasó penurias económicas porque no llegaban sus salarios, pero sobre todo porque tuvo que defender su carácter oficial para tratar varios asuntos, carácter que el capitán general de Cuba no quería reconocer y que por ende se negaba a tratar con él temas que excedieran “los negocios mercantiles”. Pero en la actitud y respuesta de Vivó, al ser removido de su cargo en Madrid, evidente en esta y otras cartas, me parece aún más importante identificar la concepción que tenía de la política, en lo que coincido con Figueroa, una política de Estado, si tal cosa se puede decir para ese momento. Sus argumentos no incurren, ni menos reclaman, en el terreno de lo personal, sino en lo que habría de hacerse para preservar los intereses del país, en aquellos aspectos y acciones que no estaban considerando los nuevos encargados. He ahí la función de sus memorias y una de las pautas del editor para rescatarlas. El otro motivo, más evidente, fue, desde luego, ofrecer su versión de lo que vio, vivió y defendió en España, con lo que esperaba justificar y significar su labor.

El estudio introductorio apoya un mejor acercamiento a Buenaventura Vivó, no sólo a la persona -de la que se sabe muy poco- y a su trabajo, sino también a la época que le tocó vivir y en la que tuvo que actuar. La labor de edición resalta por el enorme trabajo de anotarla, por su escritura llana y fácil y, de manera sobresaliente, por el esmerado y prolijo empeño de proporcionar información abundante con la que es posible situar a otros protagonistas con los que Vivó interactuó o que tuvieron injerencia en diversos contextos con los que de algún modo tuvo vínculos nuestro diplomático. De ahí que el libro, sin resentirlo en su lectura, rebase las 700 páginas.

Es poco lo que se sabe de la vida personal de Vivó, más allá de que nació en México, que se trasladó muy joven a España, y quizá dos que tres datos más, como que estuvo en la marina mercante y recorrió las aguas del Golfo de México. Figueroa no se permite añadir algunos más, por considerarlos prejuiciosos. En su época, tampoco se sabía mucho de este personaje. Según Salvador Bermúdez de Castro, ministro de España en México, José María Lafragua, el ministro de Relaciones, decía que Vivó “era más conocido en La Habana que en la República”. Ya por ahí se da uno una idea. Completa el cuadro el que sepamos por su correspondencia que en la isla antillana lo identificaron como español causándole contratiempos en sus tareas, y, finalmente, que murió en España.

Las Memorias dejan ver algo de la experiencia de Vivó en La Habana, pero esencialmente se trata del recuento de su desempeño en España, cerca de su majestad Isabel II, y lo que se despliega en sus páginas es un excelente retrato del protagonista y, como llevo dicho e insisto, de la forma en que se perfiló y se desplegó una política internacional, tanto como la debilidad que la caracterizaron para llevar a cabo ciertas negociaciones. No voy a referirme a cada uno de los once capítulos que forman las Memorias, ni voy a contar con detalle siquiera uno de ellos, porque mi interés es que se acerquen a su lectura. Sí adelanto aquí que las páginas escritas por don Buenaventura Vivó aportan información que permite ubicarlo, develar sus méritos, explicar su figura y sus aportes, colocarlo en el ambiente de su tiempo y ahondar en la formulación y fundamentación de una propuesta de política internacional. El texto incluye un apéndice documental muy rico y variado, tanto de asuntos como de autores. Las miradas son personales, pero están inscritas en un proyecto del gobierno mexicano y constituyeron una base para que éste tuviera elementos suficientes para actuar mejor. Son un ejemplo de cómo estaba tejida la estructura, pero, asimismo, de cómo los representantes debían salir airosos de su encomienda poniendo en juego ingenio y preparación.

A lo largo de la narración se ofrece una compleja trama de temas y personajes. Yo quiero hacer alusión en estas páginas a las referencias que hizo Vivó a asuntos que se vincularon con Cuba. En ellas es evidente que para Vivó, lo que podríamos llamar la cuestión cubana, tuvo importancia en tanto afectaba a México. En su escrito examina los intereses internacionales y principalmente de Estados Unidos sobre la isla. Queda abierta una invitación a los lectores a analizar esas opiniones. A mí me interesa hacer mención de tres temas en particular. Dos de ellos abordados en el libro, uno extensamente, mientras el otro es menos atendido, y un tercero que no está en el recuento hecho por Vivó, pero que contribuye a mostrar cuáles eran sus intereses y su posición como representante de México. Se trata, en primer lugar, de “la discusión que se dio entre México y España con motivo de la introducción en la isla de Cuba de un crecido número de indígenas de Yucatán” para trabajar en los campos azucareros. Desde luego, en esa discusión es posible analizar su actitud en contra de ese tráfico, mostrada por primera vez siendo cónsul en La Habana. El asunto se volvió a presentar mientras era ministro en España y fue, según sus palabras, uno de los “hechos de más importancia” que tuvieron lugar durante el tiempo de su misión cerca de la corte de Madrid. Esas páginas son un ejemplo maravilloso de cómo se desplegaron estrategias y argumentos para defender la posición de México, de su jurisprudencia y de los principios que defendió, así como la reculada que tuvo que hacer Vivó para defender el cambio de política, cuando el gobierno mexicano concedió un contrato a la casa de Goicuría hermanos. En todo momento es posible reconocer la habilidad de nuestro diplomático para argumentar, la sutileza utilizada, el conocimiento profundo del derecho, y la diplomacia que lo caracterizaron.

El segundo tema se relaciona con un acta mexicana de navegación, cuya argumentación muestra la visión que el puesto en La Habana le había dado al representante para concebir, desarrollar y regular el tráfico en el Golfo de México. Incluso, como se rescata en el prólogo, Vivó escribió un proyecto de empresa de vapores que surcarían esas aguas.

El último tema no está incluido en el libro, pero no debe eludirse al hablar de Vivó y de su estancia en Cuba, y así lo percibe el editor al incluir un comentario en el prólogo. Se trata de la redacción del Tratado consular, uno de los primeros y muy pocos trabajos ÍCteóricos55 escritos desde la perspectiva mexicana. Redactado en 1849 fue publicado en 1850, tres años antes de trasladarse a España. Constituye una demostración de su conocimiento del derecho y ofrece una propuesta de lo que debían ser y hacer los cónsules. Es, en esencia, una reflexión acerca de las características y la significación que debía tener la representación mexicana en el exterior; de ahí su importancia. Una lectura cuidadosa de las Memorias permite identificar, sin duda, cómo esas propuestas fueron desplegadas en la práctica.

Estoy convencida de que rescatar el relato de Vivó constituye un esfuerzo relevante en el camino para conocer cómo se desarrollaron las relaciones internacionales de un país que al mismo tiempo se debatía por organizarse en su interior. El testimonio de Vivó permite saber de primera mano cómo se cimentó la política exterior de México. No está de más recalcar en que esos documentos solamente se encuentran ahí, reunidos por el autor, a excepción de otros cuantos que, sueltos, se pueden encontrar en algún archivo. A lo largo de las páginas escritas por Vivó, se muestra cómo se defendieron los intereses de nuestro país y cómo se utilizaron los principios para lograrlo. La documentación incluida evidencia el conocimiento de los encargados de las relaciones - artífices y operadores - , la posición oficial y la imagen de México en la época. Bien formados, utilizaban los argumentos desplegados por los publicistas más renombrados en el ámbito internacional y demandaban equidad, justicia y reciprocidad para México. Es decir, las Memorias constituyen una fuente directa para acercarse al proceso de construcción de una política exterior, con determinadas características, en las que predominó el respeto al derecho y a los principios, tan llevados y traídos en los siguientes siglos. Las Memorias confirman que desde el siglo XIX esos principios fueron esgrimidos sin importar si se trataba de gobiernos liberales o conservadores, centralistas o federalistas. Con las páginas escritas por Vivó podemos repasar y conocer el periodo de Santa Anna, tan cargado de opinión negativa, pero en el que encontraremos, sin embargo, a personajes fundamentales como Lucas Alamán, Luis G. Cuevas, Manuel Diez de Bonilla y, en otra escala, a don Buenaventura Vivó. Enhorabuena por esta iniciativa de Raúl Figueroa para redescubrir y revalorar esta importante fuente histórica. El lector preocupado por conocer la historia de México y cómo se construyó su política internacional verá mucho más que documentado y satisfecho su interés.

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