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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.69 no.2 Ciudad de México oct./dic. 2019  Epub 20-Nov-2019

https://doi.org/10.24201/hm.v69i2.3684 

Reseñas

Pilar Gonzalbo Aizpuru, Del barrio a la capital. Tlatelolco y la Ciudad de México en el siglo XVIII

Marcela Dávalos1 

1Instituto Nacional de Antropología e Historia

Gonzalbo Aizpuru, Pilar. Del barrio a la capital. Tlatelolco y la Ciudad de México en el siglo XVIII. México: El Colegio de México, 2017. 212p. ISBN: 978-607-628-188-8.


Con la libertad que da la trayectoria de investigar durante varias décadas, la autora del libro Del barrio a la capital. Tlatelolco y la Ciudad de México en el siglo XVIII nos invita a seguir su apotitud explicativa sobre la conformación de las sociabilidades en la capital novohispana. Basada en el padrón de 1777, levantado por orden real, y en el de 1780 -realizado por los párrocos a solicitud del arzobispado con el fin de conocer "el cumplimiento pascual" y "la recepción de los sacramentos después de la cuaresma" - , Pilar Gonzalbo Aizpuru busca reconstruir, a pesar de "la frialdad de las cifras", diversas prácticas culturales entre los habitantes de la ciudad dieciochesca, tales como la conformación de las comunidades domésticas; sus vínculos según calidades raciales; el alcance de la movilidad, tanto social como jerárquica, o bien, la forma de sus identidades.

A partir de padrones, listas o planos, el texto examina "indicios" que expliquen la articulación histórica de cómo los individuos crean lazos o adoptan normas que permiten reconocer su inscripción dentro de un grupo específico en un momento dado. El uso cuantitativo y cualitativo de esas fuentes -que la autora problematiza y expresa que sólo brindan "imágenes de momentos y situaciones como instantáneas expresivas de determinados aspectos de la vida cotidiana"- sirve para ubicar a una ciudad que hasta 1782 estuvo dividida en jurisdicciones parroquiales. Los documentos son analizados en función de esa distribución espacial y, más específicamente, centran la atención en la parte que abarcó la parcialidad de Santiago Tlatelolco, en los barrios circundantes y en el segundo curato más extenso de la capital novohispana, que era la parroquia de Santa Catarina. Así, en ese territorio parroquial que incorporó a buena parte de los indios de la parcialidad de Santiago Tlatelolco, Pilar Gonzalbo Aizpuru proyecta aspectos como la calidad racial, las actividades laborales, los tipos de vivienda o las migraciones, a fin de indagar posibles especificidades que pudiesen distinguir a esa zona que alguna vez fue doctrina franciscana.

Al igual que para el resto de la capital, la autora atribuye a Santa Catarina y sus barrios adyacentes una vida llena de movilidad y dina mismo, reflejada en la circulación de los saberes, economías, migraciones o variedad de oficios; esto en contraste con el probable estatismo que se ha atribuido a las comunidades rurales, o al pretendido "prin cipio de separación racial" que la historiografía ha señalado como un rasgo fundacional de la capital novohispana desde el siglo XVI. De modo que la movilidad se muestra en diálogo con la creación de dos repúblicas que supuestamente pretendían separar a los naturales de los españoles: esto, expresa la autora, fue una ilusión en tanto los indios se hicieron cristianos o trabajaron en casas y talleres de españoles generando con ello una estrecha convivencia entre grupos. La movilidad y las relaciones sociales -aunque limitados en un espacio y tiempo específicos e inducidos de "unos cuantos datos, aunque sean pocos" - se ofrecen en el libro como indicios para comprender "la forma en que funcionaron durante casi dos siglos las relaciones sociales en la ciudad de México".

Varias preguntas guían la investigación. En la ciudad estamental del siglo XVIII ¿tuvo algún "alcance de realidad jurídica y social" el "término casta"? ¿Qué significaba ser indio en la ciudad de México a finales del siglo XVIII? ¿Hasta dónde podemos suponer el alcance de la normatividad entre la población novohispana? ¿Cómo se puede comprender la movilidad de los grupos en aquella época?

A partir de "la opinión del párroco y la información que le proporcionaban sus feligreses", la autora busca síntomas sobre la conformación de los grupos domésticos; el "tránsito" de estamentos; la "convivencia de personas de varias calidades"; la distribución de pagos de tributos, etc. Esa información, abastecida por los censores que recorrieron cuadro por cuadro las calles, trasminaron en sus anotaciones una idea de ordenamiento espacial ajena a la contemporánea, que exige ser explicada en sus propios términos. Las valoraciones que aquellos hombres del XVIII vertieron en sus trayectos pueden resultar ajenas a los referentes espaciales contemporáneos. Esas jornadas describen "terrenos", edificios, calles, puentes y demás rasgos físicos de un espa cio diseñado a partir de parámetros que aluden a un mundo tradicional.

De este modo -aunque el libro no contenga un plano que podría permitirnos seguir con minuciosidad las rutas de los censores-, es posible imaginar cada trazo sin perder de vista la mirada y expectativas contenidas en esos reportes premodernos. A esto refiere, por ejemplo, el contraste entre la parte más cercana al Sagrario y la zona populosa del suroeste, donde los "terrenos enfangados" se conjugaban con un "equilibrio" entre las proporciones raciales que, a diferencia de la zona central de la parroquia de Santa Catarina, acercaban sus cifras. En esos barrios limítrofes el porcentaje de españoles, indios, mestizos o castas es más equilibrado y no inclinado a una mayoría hispana.

De ahí que la autora subraye que ese "pequeño mundo de los barrios indios", no obstante su aparente precariedad homogénea, mostraba claras diferencias en su entorno. Entre la parte central de la parroquia de Santa Catarina y ciertos barrios lejanos, como el de Tolmayecan (en que predominaba el oficio de salitrero), los vecinos fueron registrados en un padrón señalado específicamente para naturales, diferenciando con ello las descripciones entre los barrios cercanos y los alejados del centro de Santa Catarina.

Derivado de las descripciones vertidas en los censos parroquiales, luego de reconstruir la organización interna de los grupos domésticos por calidad, número de jefes de familia o proporción de matrimonios endógamos o mixtos, la autora indaga sobre el sentido de confort vinculado a la modernidad: "desde la perspectiva del siglo XXI no es fácil acercarse a lo que podrían considerar una vida razonablemente cómoda y deseable los vecinos de Santa Catarina".

Lo anterior sugiere una veta sobre la cual podrían contextualizarse los tipos de vivienda y hábitos de aquellos barrios. La estructura de los alojamientos y la conformación de las comunidades domésticas van aquí de la mano: ambos son presentados cuantitativa y cualitativamente con efectos que inducen a construir más preguntas. ¿Cómo explicar la vecindad de un indio "distinguido" con dos familias de españoles? ¿Por qué en el padrón de naturales no aparece censada ninguna "man sión grande o señorial"? ¿Cómo contrastar el "lujo" de esa vivienda respecto a la gran mayoría de las de los indios registrados? ¿Esa diferencia refiere a hábitos ajenos a las formas culturales urbanas?

Al registrar la movilidad de los indígenas procedentes de aquellos barrios lejanos a parroquias como Santa Catarina, la autora hace notar el vínculo entre la clase de viviendas, el modo de vida doméstica y el arquetipo de las comunidades. ¿En qué condiciones de alojamiento o en qué clase de oficios se desempeñaban las nuevas familias instaladas ahí? Partiendo del principio de que "ni la sociedad ni la familia fueron las mismas" entre los siglos XVI y XIX, la autora busca la asociación entre cuartos de vecindad ubicados en corrales y ciertas labores tales como servicios domésticos, a fin de lograr describir la naturaleza de la emigración o la recomposición de tipos familiares -extensos o nucleares- que salían de aquellos barrios y se asentaban en las zonas céntricas. Por ello, los habitantes se muestran en una continua "movilidad horizontal" que les facilitaba transitar "de un oficio" a otro, de un barrio a otro", o que también suscitaba que "alguien nacido y bautizado como indio de una parcialidad pudiera pasar a ser mestizo operario en un taller de otra población".

Inmerso en aquel flujo de vecinos, las distancias étnicas entre los grupos sociales o las diversas formas de convivencia, "es indiscutible que el lugar de residencia influía en los hábitos de vida materiales y culturales", como se muestra al adentrarnos en la parcialidad de Tlatelolco. Sus fronteras territoriales marcaron en buena medida el predominio y ordenamiento de su población indígena, que se asentaba al norte de dos acequias -la de Tezontlale y la de Zorrilla- que marcaron una separación espacial y racial en el entorno de la parcialidad de Tlatelolco, particularmente en la parroquia de Santa Catarina:

En la parte meridional de la feligresía, se encontraban las calles relativamente ordenadas, las tiendas y los talleres propios de una población activa, mientras por el otro se apreciaban los terrenos baldíos, en parte encharca dos, las construcciones aisladas y la falta de los más elementales servicios urbanos [...].

De modo que los vecinos de las parcialidades de San Juan Tenochtitlan y Santiago Tlatelolco, inmersos en una continua movilidad social, adoptaban la normatividad del sitio en que vivían. Así, el libro Del barrio a la capital. Tlatelolco y la ciudad de México en el siglo XVIII, estimula una lectura sugestiva al integrar la movilidad social y cultural como un continuo. Más allá de la "nomenclatura confusa" y un tanto rígida, que refirió a las castas, en esos barrios "se alzaban realidades" que jerarquizaban a sus microcosmos sociales en una trama en la que las ocupaciones, oficios, ascenso social, flujo entre castas, etc., combinaban "caracteres físicos" y "elementos culturales". La circulación de saberes, economías o grupos sociales que se refieren para el conjunto de la ciudad, como para la parcialidad de Tlatelolco, invitan a resaltar un conjunto holístico en el que los movimientos sociales se presentan como permanentes y, además, marcados por el presupuesto de que "no hay formas de comportamiento homogéneas".

Pero esa movilidad va más allá del texto, en tanto conduce a rastrear problemáticas que han sido consensuadas por décadas: desde el principio de separación racial (que ha sido tomado por la historiografía como un acto fundador de la urbe colonial), que sólo "existió en el papel y estaba olvidado para finales del siglo XVIII", hasta la dificultad para presuponer la solidez de un "sentimiento de identidad", pasando por la idea de que quienes habitaron en la capital novohispana fueron receptores de mezclas étnicas y culturales, fronteras parroquiales desvanecidas o practicantes de sociabilidades en continuo cambio, el sugerente libro que nos ofrece Pilar Gonzalbo Aizpuru induce a hacer una lectura de cómo la historiografía elaboró esos relatos fundadores, al tiempo que nos hace percatarnos de que tampoco las reflexiones y preguntas historiográficas se mantienen estáticas.

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