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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.69 no.1 Ciudad de México jul./sep. 2019

https://doi.org/10.24201/hm.v69i1.3676 

Reseñas

Ana Santos Ruiz, Los hijos de los dioses. El grupo filosófico Hiperión y la filosofía de lo mexicano

Marialba Pastor Llaneza* 

* Universidad Nacional Autónoma de México

Santos Ruiz, Ana. Los hijos de los dioses. El grupo filosófico Hiperión y la filosofía de lo mexicano. México: Bonilla Artigas Editores, 2015. 488p. ISBN: 978-607-8348-98-5.


Con la finalidad de profundizar en el conocimiento de los problemas culturales del México contemporáneo, la joven historiadora Ana Santos Ruiz dedicó varios años de su vida al estudio del autodenominado grupo Hiperión. Tras haberla presentada primero como tesis de maestría en Historia y de retrabajarla después, esta investigación culminó en la publicación póstuma del libro que aquí reseño.

El Hiperión fue una de las reuniones de intelectuales más importantes del siglo XX mexicano. Sus integrantes más representativos (Emilio Uranga, Jorge Portilla, Luis Villoro y Leopoldo Zea) influyeron en numerosos jóvenes que debatieron en publicaciones periódicas y que, al igual que sus maestros, ocuparon puestos de investigación y cátedras de humanidades en círculos académicos de la capital de México, entre ellos El Colegio de México y la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Los escritos de estos intelectuales se elaboraron en un momento decisivo de la historia mexicana: el periodo de gobierno de Miguel Alemán (1946-1952), el cual se caracterizó por el cambio del poder ejecutivo en manos de los militares posrevolucionarios a los profesionistas civiles; la consolidación del Partido Revolucionario Institucional (PRI) como partido oficial y la modernización industrial del país, en parte propiciada por inversiones extranjeras. Como sostiene la autora de esta obra:

El Hiperión construyó su liderazgo a partir de una serie de estrategias combinadas: un hábil manejo de su imagen pública, consolidada a través de su relación con los medios de comunicación y la realización de cursos y conferencias abiertas al público en general; entrevistas en la radio y publicaciones en revistas de corte académico; así como en los suplementos culturales más importantes de la prensa nacional; la creación de la colección editorial México y lo Mexicano, la fundación del Centro de Estudios sobre el Mexicano y sus Problemas, y la organización y participación en congresos nacionales e internacionales (p. 175).

A diferencia de las obras que abordan a un personaje o a un grupo para ensalzarlo, el libro de Ana Santos se desmarca de la tónica del elogio o el vituperio, analiza las propuestas histórico filosóficas de los representantes antedichos y reconoce su importancia como los impulsores de un fenómeno cultural que dejaría una huella profunda.

Los llamados hiperiones diseñaron estrategias para impulsar un proyecto que, desde su posición de élite universitaria y cultural, se propondría incursionar en la autognosis del mexicano y desentrañar el misterio de la esencia y el devenir de la mexicanidad. Ambos problemas habían sido planteados por una generación intelectual anterior (Antonio Caso, José Vasconcelos, Samuel Ramos), conectada, de una u otra forma, con los científicos porfirianos. No obstante, los hiperiones aportarían elementos para conformar el discurso de la identidad del mexicano, el cual contribuiría a legitimar y reproducir al régimen al reconfigurar esa ideología nacionalista revolucionaria que se conservaría como la columna vertebral del PRI, es decir, al otorgarle un contenido filosófico que fortalecería el nacionalismo del partido oficial (pp. 443-444).

Si bien Caso, Vasconcelos y Ramos habían sido los más prominentes intelectuales posrevolucionarios que se habían adentrado en el tema del ser del mexicano, su intento por difundirlo había mostrado dificultades en virtud de sus explicaciones psicológicas y filosóficas poco accesibles: el complejo de inferioridad como rasgo central de la mentalidad del mexicano, en el caso de Ramos; el espiritualismo en la obra de Caso y el hecho fundante de la nación en una promisoria raza cósmica, en una de las facetas de la vida de Vasconcelos. Las reflexiones de estos tres intelectuales habían correspondido bien con las pretensiones político militares de los gobiernos del triángulo de Sonora (Adolfo de la Huerta, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles), así como con la esperanza de que los mestizos urbanos se consagraran como el “pueblo elegido” que salvaría a México de su atraso frente a los mundos norteamericano y europeo. Era -plantea la autora- una manera de absorber el descontento de los marginados y oprimidos y superar la vergonzante condición del indio, que en aquellos momentos respondía al estereotipo de un ser débil e ignorante que debía incorporarse como mestizo a la modernización y el progreso de México (pp. 183-193).

El mestizo como representante de la nación, distinto de cualquier otro grupo social, y la mestizofilia, una adecuación del racismo y el clasismo propios del organicismo spenceriano (parte del proyecto de eugenesia y blanqueamiento de la piel desarrollado en el siglo XIX en los círculos de los científicos porfirianos), se habían prolongado al siglo XX como ejes de vertebración ideológica y política de los grupos en el poder. En las postrimerías de su vida, con sus proyecciones más radicales, estos planteamientos desembocarían en textos autoritarios y racistas, como los escritos por Vasconcelos en la revista Timón, cuando atacó al comunismo y externó sus simpatías por los totalitarismos y los nacionalismos franquista y nazi.

La crítica de los principios ilustrados, en especial de los neokantianos, y la reprobación del comunismo, visto como producto del marxismo, serían continuadas por el grupo Hiperión. Lejos de posturas biologicistas, el grupo procuraría profundizar la línea de Samuel Ramos y, sobre todo, adaptar la fenomenología alemana de Husserl y Heidegger y del existencialismo más heideggeriano de Sartre al estudio del ser mexicano. Indicativo de esta adhesión a la fenomenología resulta el propio nombre adoptado por el grupo: Hiperión remite al ensayo de Heidegger sobre la novela inconclusa de Hölderlin donde el dios griego es la figura central. Hiperión, el hijo del Cielo y de la Tierra, de Urano y Gea, es el encargado de dar sustancia concreta, limo terrenal, a las ideas etéreas (p. 19). Es el titán que ve desde arriba, como “los hijos de los dioses” que, en lugar de proponerse la transformación del mundo, se dedican a contemplarlo, rehuyendo incluir en sus reflexiones las relaciones que establecen los individuos para la producción y la reproducción de su vida material.

La filosofía idealista y la fenomenología alemanas habían llegado a México, en especial a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y a El Colegio de México, en la tercera y cuarta décadas del siglo XX, con los exiliados de la Guerra Civil española, principalmente con José Gaos y Eduardo Nicol. La editorial Fondo de Cultura Económica publicaría la traducción de Fenomenología del espíritu de Hegel de Wenceslao Roces, un marxista, este último, también trasterrado español, y Ricardo Guerra, un filósofo cercano a los hiperiones; la obra completa de Wilhelm Dilthey en versión del filósofo español Eugenio Ímaz, así como El ser y el tiempo [sic] de Heidegger, en la traducción de José Gaos.

Gaos introduciría también en México la obra del filósofo español José Ortega y Gasset, de quien se sentía el mejor discípulo y continuador. Además, mostraría su admiración y promovería la filosofía hispanoamericana y mexicana a fin de coadyuvar a la emancipación cultural y la liberación -tanto de la península Ibérica como del continente americano- de su sometimiento al proyecto comunista o de su esclavización a la tecnificación capitalista (p. 127). Este filósofo y sus discípulos del grupo Hiperión, interesados en el ser del mexicano, avanzarían por los caminos de la mística hacia las especulaciones en torno a los problemas de la nada, la muerte, la finitud y el sacrificio; en especial el sacrificio reclamado por Heidegger para cumplir con el destino de la nación.

Con el vasto andamiaje teórico que retomó los principios de la ontología alemana, el método fenomenológico heideggeriano, el existencialismo sartriano y las reflexiones psicológicas y orteguianas de su tiempo, el grupo Hiperión se entregó a la tarea de encontrar en la historia de México y su vida cotidiana, así como en las actitudes y los comportamientos del mexicano, la esencia de su naturaleza, los rasgos distintivos de su cultura e historia, esto es, la identidad nacional, la identidad del ser nacional, para constituir la “doctrina de la mexicanidad”. De este modo, los trabajos filosóficos de estos “hijos de los dioses” intentaron incidir en la transformación moral del mexicano para superar su imagen negativa y alcanzar la unidad y la grandeza de la nación, tal y como, simultáneamente pero con otras palabras, lo difundía el discurso político nacionalista del gobierno y la burguesía nacional ya consolidada.

Si en términos políticos -escribe Ana Santos- la “doctrina de la mexicanidad” postulaba que las soluciones a los problemas propios debían buscarse en el seno del mismo ser nacional y no en “doctrinas exóticas”, en lo tocante a los problemas económicos, la mexicanidad partía de la convicción de que el bienestar se construiría con el esfuerzo y el trabajo comprometido de todos los mexicanos.

Y añade: “Como parte del mismo discurso se hacía hincapié en la necesidad de cambiar la mentalidad del mexicano, aquella que los filósofos de la mexicanidad habían definido en un primer momento como atávica, conformista, acomplejada, irresponsable, apática y des- esperanzada” (p. 297).

De acuerdo con Ana Santos, el Hiperión compartió el ideal de la constitución del Estado fuerte, todopoderoso y omnipresente de los totalitarismos europeos, y su filosofía contribuyó al control interno de la sociedad, a asegurar la centralización y reproducir las relaciones de dominación. En este sentido, esta “tercera vía” trató de enfrentar la Guerra Fría sin inclinarse por el comunismo o el capitalismo. Paradójicamente, al tiempo que el grupo cuestionó el eurocentrismo, aplicó teorías elaboradas al otro lado del Atlántico para otras naciones y circunstancias. La ausencia de una crítica a fondo de la historia de México y América Latina; el desconocimiento de las distintas formas de vida de los campesinos mexicanos; la conservación de la categoría unificadora de la diversidad bajo el concepto español de indio; el desconocimiento de las singularidades, las particularidades regionales y las distintas formas de trabajo y opresión en México, orientaron a los hiperiones a ubicar los grandes momentos de su historia en los mismos momentos políticos difundidos por la historia oficial.

En suma, la desmistificación lograda por la autora, sustentada de manera cuidadosa en lo plasmado en Los hijos de los dioses y en otras fuentes de primera mano, convierten a este libro en una aportación rica y útil para el conocimiento de la historia intelectual del México del siglo XX.

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