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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.69 no.1 Ciudad de México jul./sep. 2019

https://doi.org/10.24201/hm.v69i1.3672 

Reseñas

David Vázquez, Mirando atrás: los trabajadores de origen mexicano de Los Ángeles y el Partido Liberal Mexicano, 1905-1911

Michael David Snodgrass* 

* Indiana University- Purdue University Indianapolis

Vázquez, David. Mirando atrás: los trabajadores de origen mexicano de Los Ángeles y el Partido Liberal Mexicano, 1905-1911. México: Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2016. 289p. ISBN: 978-607-9475-38-3.


Mirando atrás contribuye a la amplia bibliografía sobre los migrantes mexicanos en el sur de California, una de las comunidades más investigadas en la historiografía estadounidense sobre la inmigración. La investigación aprovecha los estudios pioneros de Carey McWilliams, George Sanchez y Douglas Monroy, entre muchos otros. En lugar de centrarse en los temas investigados por otros -el trabajo, el género, la asimilación, la deportación-, David Vázquez se concentra en la política de exilio durante un periodo corto, cuando los migrantes estaban “mirando atrás” no sólo a sus familias y comunidades de origen (como siempre lo hacen), sino a la situación política en lo que resultaba ser la víspera de la revolución mexicana. Sus protagonistas son los trabajadores urbanos y agrícolas que abrazaron la ideología del Partido Liberal Mexicano (PLM), y la historia es “un ejemplo poco explorado de la manera en que mexicanos emigrados buscaron influir en la situación social y política de su país de origen” (p. 33).

Vázquez narra un periodo breve pero intenso en la historia del magonismo. Empieza en 1905, cuando los dirigentes llamaron a sus simpatizantes a organizarse en clubes políticos. Un año después se lanzó el influyente programa del PLM, con sus puntos para un México nuevo, donde habría tierra para los repatriados y libertad para todos. Aparecieron clubes magonistas en todo el suroeste estadounidense. Pero Vázquez elige enfocarse en Los Ángeles, donde los hermanos Flores Magón y el PLM vivieron sus momentos más trascendentes. En contraste con hoy, el número de habitantes mexicanos sólo llegó a 4% de la población angelina. Era el nivel más bajo antes o desde entonces. Los magonistas se trasladaron a Los Ángeles en 1907 precisamente porque a la ciudad le faltaba la red de vigilancia porfirista que existía en Texas, cuna original de la política de exilio mexicana. El secreto de su presencia duró poco. Fue en Los Ángeles donde las autoridades estadounidenses detuvieron y juzgaron a los Flores Magón por primera vez, y donde se transformó la ideología magonista de un socialismo reformista al anarcosindicalismo. El cambio ideológico -que coincidió con el triunfo inicial del maderismo- resultó en una pérdida notable de apoyo. El movimiento sobrevivió hasta la disolución formal del PLM en 1918. Su legado duraría mucho más. Pero la historia de Vázquez concluye en 1911, cuando algunos de sus protagonistas de Los Ángeles tomaron parte en la quijotesca y fracasada invasión armada de Baja California.

Vázquez divide su estudio en dos partes. La primera presenta la historia típica de una comunidad transnacional en formación, desde los datos demográficos hasta sus movimientos sociales. Se establece el contexto para la historia política del magonismo, que sigue en la segunda parte. Los primeros capítulos tratan del “resurgimiento” de la población mexicana. Los 9000 migrantes que aparecen en el censo de 1910 habían llegado a trabajar en una ciudad dinámica y cosmopolita de 300 000 personas. Igual que en otros estudios sobre la inmigración mexicana del periodo, los lectores aprenden de los primeros sindicatos (de poca duración) y las pocas huelgas estalladas entre los trabajadores mexicanos. Pero, en contraste con los estudios pioneros, no sabemos mucho de la vida cotidiana de los migrantes, de su trabajo, los padrones residenciales, o sus relaciones con otros inmigrantes o con la sociedad dominante “angla”. Lo que sí aprendimos es de las cada vez más tensas relaciones que se desarrollaron entre la comunidad mexicana y sus representantes consulares. Como hoy, los cónsules estaban encargados de promover los negocios y de fomentar las organizaciones cívico-patrióticas. Pero el consulado porfiriano también cultivaba relaciones políticas con los agentes que investigarían a los magonistas. Y para este lector, uno de los aspectos más novedosos del estudio de Vázquez es su uso de varios archivos gubernamentales que demuestran las redes de vigilancia que tejían las autoridades mexicanas y estadounidenses en la víspera del primer Terror Rojo estadounidense. Sería fácil exagerar el impacto político de un movimiento exiliado en los sucesos históricos en su país de origen. Pero es cierto que el gobierno porfirista tomó a los magonistas en serio. Los registros archivísticos de Relaciones Exteriores indican que los cónsules empleaban a detectives privados para investigar a los activistas políticos, y hoy en día la correspondencia de los magonistas se encuentra en los archivos de Gobernación.

Los magonistas entran al escenario en la segunda parte, cuando Los Ángeles se hizo la sede central de un movimiento cada vez más temido y perseguido. Mientras que el cónsul cultivaba buenas relaciones con los migrantes más acomodados, los magonistas transformaron las mutualistas en clubes políticos pelemistas. Vázquez usa su correspondencia para demostrar que los Flores Magón ya abrazaban el anarquismo en 1908, tres años antes de la manifestación pública de su nueva línea ideológica. El cambio ocurrió durante la encarcelación de los hermanos (1907-1910) después de su juicio en Los Ángeles. Vázquez no ofrece detalles del importante contexto político estadounidense, como las leyes de neutralidad que resultaron en el encarcelamiento de magonistas (y las que tantas veces violaron los maderistas). Al contrario, son los socialistas estadounidenses quienes se hacen protagonistas al intentar defender a los famosos presos políticos mexicanos. Vázquez demuestra el gran interés de los radicales estadounidenses en los asuntos políticos mexicanos, pero hace excesivo hincapié en su capacidad de interesar al público en asuntos mexicanos y movilizar a los obreros estadounidenses en solidaridad con los magonistas encarcelados. Mientras tanto casi desaparece la narrativa sobre la comunidad de trabajadores mexicanos en Los Ángeles, un cierto reflejo de la “decaída de la movilización popular” (p. 162) en ausencia de los principales activistas magonistas. Vázquez indica que fue tanto el surgimiento de una verdadera revolución en México que el ciclo de represión por las autoridades norteamericanas debilitó al magonismo en el sur de California.

¿Quiénes eran los migrantes que se allegaban al magonismo? Vázquez define a los “seguidores” (los que se pueden identificar) como migrantes que pertenecían a algún club pelemista o eran suscriptores de su órgano oficial, Regeneración. Según estos cálculos, hubo “varios centenares” en el sur de California. El autor usa datos censuales para construir un “perfil social” de 25 de ellos. La mayoría eran “trabajadores”, entre las edades de 20 a 35, con un promedio de ocho años en Estados Unidos, y todos, aparte de un cubano y uno de Arizona, nacidos en México. No eran migrantes típicos, porque casi todos sabían leer y sus datos se encuentran en los censos oficiales del Servicio de Immigración. Lo más importante es que algunos se ven como “intelectuales orgánicos” -en el sentido gramsciano-, que tenían la experiencia y capacidad de articular los sentimientos políticos de los de abajo. Uno era un librero y otro un comerciante, y los dos ejercían cierta influencia política entre los jóvenes migrantes que frecuentaban La Placita para escuchar a los oradores “rojos” en el corazón del viejo barrio mexicano. Otros parecían ser exiliados políticos. Faltan datos biográficos, pero Vázquez afirma que algunos huyeron de México después de las luchas sindicales de Río Blanco y Cananea.

Es fácil entender el atractivo de la política magonista para un librero o los luchadores sociales de Cananea. Pero Vázquez es menos convincente respecto a los trabajadores migratorios que laboraban en la construcción o en el campo. Sostiene que ellos tenían unos deseos abstractos para “cambiar condiciones sociales y políticas prevalecientes de México”, mientras que admiraban la “libertad de prensa y de movilización política” que descubrieron en el Norte (pp. 193-194.) Pero los datos de Vázquez no permiten determinar los orígenes regionales o las experiencias previas de los emigrados que simpatizaban con el magonismo. No sabemos por qué dejaron su tierra natal o si iban a retornar, y qué deseos tenían para el futuro. Pero consideremos el caso de Primo Tapia, protagonista del estudio clásico de Paul Friedrich sobre la reforma agraria en el pueblo purépecha de Naranja (Agrarian Revolt in a Mexican Village). Tapia vivía en una casa magonista en Los Ángeles, después de migrar de un pueblo que fue desposeído de sus tierras por capitalistas españoles. ¿Cuántos otros llegaron a Estados Unidos en tales condiciones, las mismas que motivaron la promesa magonista de repartir tierras para los repatriados? ¿Y cuántos otros siguieron la iniciativa de Tapia para regresar al México posrevolucionario, armados con sueños magonistas y nuevas experiencias para entrar en las luchas sociales posrevolucionarias? Hay estudios suficientes sobre el proceso de la reforma agraria en Michoacán y Jalisco -los estados expulsores de migrantes más importantes de la época- de los que podemos concluir que muchos trabajadores migratorios regresaron a México para poner en práctica los ideales magonistas. Es una lástima que el autor no haya considerado las implicaciones de largo plazo de una investigación enfocada en unos seis años del magonismo angelino.

El capítulo final de Vázquez narra la invasión de Baja California en 1911. Desafortunadamente la narrativa se distancia pronto de Los Ángeles. Hay poco sobre el reclutamiento de “invasores” entre sus trabajadores (los presuntos protagonistas del libro) y mucho sobre la participación armada de radicales estadounidenses, la que avivó viejos temores de filibusterismo yanqui en tierras mexicanas. Pero Vázquez sí usa el episodio para revelar otro aspecto poco comentado sobre la comunidad mexicana en Los Ángeles: muchos migrantes se oponían al PLM. Sus voces crecieron después de la rebelión bajacaliforniana de 1911. Algunos eran maderistas que abandonaron el magonismo cuando el presidente Díaz se exilió. Además, los dos principales periódicos en español de Los Ángeles (La Opinión y El Heraldo) eran casi porfiristas y circulaban más entre los migrantes que Regeneración. A fin de cuentas, Vázquez demuestra que fluían muchas corrientes políticas y la admisión exhibe el “nivel de politización” de los trabajadores (y otros migrantes) de origen mexicano en Los Ángeles (p. 241).

La narrativa de Vázquez termina en 1911, pero la historia que relata siguió hasta finales de la década. Los hermanos Flores Magón se quedaron en el sur de California, viviendo la vida comunitaria de sus ideales anarquistas hasta la última encarcelación (1918) y controvertida muerte de Ricardo (1922). En México, los ideales magonistas informaron la Constitución de 1917 y las políticas laborales y agraristas del Estado posrevolucionario. En el Norte, los Industrial Workers of the World -el sindicato anarquista aliado al PLM-organizaron a los trabajadores migratorios mientras La Placita continuaba como punto de reunión para los oradores “rojos” en el barrio mexicano de Los Ángeles. En los años veinte, números sin precedentes de inmigrantes mexicanos llegaron a la ciudad y demostraron un “nivel de politización” cada vez más diversa, a medida que socialistas, cristeros, vasconcelistas y otros debatían la situación política en su país de origen.

La investigación de Vázquez refleja un momento excepcional en la larga historia de la emigración mexicana. Él sostiene que el activismo magonista de los trabajadores de origen mexicano “pone en entredicho la visión tradicional de alejamiento e indiferencia de estos migrantes respecto a lo que ocurría (y ocurre en México)” (p. 25). Pero cualquier análisis comparativo pondría de manifiesto que la política de exilio entre migrantes mexicanos duró poco tiempo. No hubo ningún movimiento similar en el “México de afuera” después de los años treinta. En contraste, los inmigrantes que llegaron a Estados Unidos antes (irlandeses, polacos) y después (cubanos) desarrollaron un activismo dedicado a su país de origen que dura por varias generaciones. La falta de una perspectiva comparativa es una de las debilidades más notables de Mirando atrás. Los lectores tampoco aprenden mucho sobre el movimiento magonista en otros estados, una omisión importante dada la movilidad geográfica de los trabajadores migratorios dentro de Estados Unidos. El enfoque estrecho que mantiene el autor quizá refleja el hecho de que Mirando atrás parece ser una tesis doctoral poco revisada, que se nota en la ausencia de una narrativa más absorbente. Entre los puntos más fuertes del libro encontramos breves biografías de algunos activistas clave, el perfil social de los simpatizantes magonistas, y el extensivo aprovechamiento de diversos archivos y de la rica historiografía sobre la inmigración mexicana y el magonismo, dos temas bien estudiados por autores como George Sanchez y Dirk Raat. Por lo tanto, Mirando atrás es un excelente punto de partida para los hispanolectores que desconocen los estudios publicados en inglés sobre esta relevante historia.

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