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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.68 no.4 Ciudad de México abr./jun. 2019

https://doi.org/10.24201/hm.v68i4.3629 

Reseñas

Sobre Horacio Tarcus, El socialismo romántico en el Río de la Plata (1837-1852)

Ricardo Melgar* 

*Universidad Nacional Autónoma de México, México

Tarcus, Horacio. El socialismo romántico en el Río de la Plata (1837-1852). Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2016. 384p. ISBN: 978-987-719-110-3.


Esta obra de historia intelectual constituye una valiosa novedad historiográfica en nuestro continente. Su lectura representa en muchos sentidos un espejo activo para investigar los orígenes de los socialismos románticos en los países andinos, centroamericanos y caribeños, y para realizar balances historiográficos más críticos y exigentes acerca de este tópico insuficientemente estudiado o mal tratado. Es un libro erudito, al tiempo que claro y ameno. Nos lleva a recuperar escenarios, tramas y redes en París, Buenos Aires, Montevideo, Santiago de Chile y otras ciudades de mayor o menor envergadura. En la primera mitad del siglo XIX, los nodos que tramaban la malla de relaciones socialistas transatlánticas estaban representados por figuras prominentes que vivían su tiempo de madurez intelectual y política, salvo Henri Saint Simón (1760-1825), fallecido unos años antes de su recepción rioplatense. Sus coetáneos, en cambio -Charles Fourier (1772-1837), Hugues-Félicité Robert de Lamennais (1782-1854), Étienne Cabet (1788-1856), Barthélemy-Prosper Enfantin (1796-1864) y Pierre-Henri Leroux (1797-1871) entre otros-, dejaron sentir sus ideas por medio de sus discípulos y sus publicaciones, insertos en un complejo circuito internacional de relaciones. No escapa a este pormenorizado registro el viaje y la residencia de Echevarría en París.

Subrayaremos dos hitos políticos: el reinado de Luis Felipe I, que dio inicio a las jornadas de lucha obrera en 1830 y la represión de abril de 1834 y la revolución de 1848. Entre los dos primeros, el faccionalismo saintsimoniano dejó sus huellas en las diferentes publicaciones, así como las deserciones oportunistas inducidas por el clientelismo monárquico, agudamente reseñadas por Tarcus. Tampoco faltaron los viajes: el de Leroux a Bélgica, el de Flora Tristán -la mujer mesías- al Perú, y el de Enfantin a Egipto, entre otros. El giro absolutista de abril de 1834 potenció el exilio de los socialistas románticos franceses. Nuestros protagonistas resentían el peso autoritario del rey que había asumido el poder cuatro años antes: la censura periodística, la represión dirigida tanto contra las sociedades mutualistas de obreros y artesanos como contra los integrantes de la Liga de los Derechos Humanos y las organizaciones socialistas. Dicho exilio aceleró la diseminación de sus ideas al encontrar un terreno fértil en varias ciudades del continente. Esto provocó que un discurso más universalista ganara posiciones a favor de la unidad entre Occidente y Oriente.

En tal contexto se dio el encuentro intergeneracional de ideas entre los socialistas franceses y los jóvenes intelectuales rioplatenses, así como la dialéctica cultural de la recepción a tiempo o destiempo, a través de sus obras y las de sus discípulos migrantes o desterrados. Hubo espacios de sociabilidad letrada relevante para tal fin: el salón literario, los gabinetes de lectura, las librerías, las tertulias. Espacios de sociabilidad y tejido de redes intelectuales tan importantes como los cumplidos por las revistas y periódicos de orientación socialista. Las ideas del socialismo romántico que se cribaron en esos espacios no estaban fuera de lugar, fueron encontrando sus modos criollos de enunciación y resignificación. Tarcus recuerda la metáfora de la “mirada estrábica” de Esteban Echevarría, por permitir cierta simbiosis entre la recepción de los idearios socialistas franceses y las raíces y problemas nacionales. Echevarría preanunció lo que más tarde sería un reclamo intelectual disidente y descolonizador martiano al escribir: “Hay que tener un ojo puesto en la inteligencia europea y el otro en las entrañas de la patria”.

Algo similar sucedió con la recepción del ideario italiano de Mazzini entre su Joven Italia y su Joven Europa, según el registro puntual del autor que no olvida a Garibaldi. La constitución de la Joven Argentina, a mediados de 1838, la refrenda bajo el lema “Asociación; Progreso; Fraternidad; Igualdad; Libertad; Dios, centro y periferia de nuestra creencia religiosa”. Esta entidad, liderada por Echevarría, Alberdi y Gutiérrez, proponía “la fusión de todas las doctrinas progresistas en un solo centro unitario”.

El autor precisa con claridad meridiana su norte (p. 68):

Nuestro foco estuvo puesto en los usos que ciertos actores locales hicieron de las doctrinas del socialismo romántico para pensar lo que identificaban como problemas (sea el poder de los caudillos, las guerras civiles, la organización estatal centralista o el individualismo de la sociedad mercantil) y para intervenir sobre ellos, conforme su respectiva colocación, sus intereses y sus necesidades en un campo local de recepción.

Propone, y lo consigue, una biografía colectiva de la nueva intelectualidad posindependentista, que fue beneficiaria del programa educativo de Rivadavia, quien facilitó el encuentro y convergencia de jóvenes promesas de la capital y de las provincias.

Los actores integrantes de este grupo pertenecieron a la generación del 37, integrada por Juan Bautista Alberdi (1810-1884), Esteban Echevarría (1805-1851), Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), Vicente Fidel López (1815-1903), Juan María Gutiérrez (1809-1878), Manuel José Quiroga Rosas (1814- 1844), entre muchos otros. Jóvenes intelectuales ávidos de futuro y compromiso social o político. Gracias al proceso de recepción conosureña, quedaron adscritos en las filas del socialismo romántico, corriente plural de pensamiento y acción que tuvo como inicial centro de gravedad las ciudades de París y Burdeos, y que vivía los ritmos y cauces de su internacionalización y reelaboración, los cuales se acrecentarían con sus viajes y destierros. La circu lación de ideas socialistas, gracias a diferentes publicaciones, venía borrando las fronteras. Coadyuvaron a favor de dicho emprendimiento libreros, editores, traductores, viajeros, exiliados y lectores, los cuales en sentido amplio constituyen también una categoría de “traductores”. El sustrato que nutrió dichos flujos de ideas y personas no fue ajeno al desarrollo de la segunda revolución industrial, en particular en los campos de la comunicación y el transporte.

El arco temporal de la investigación histórica cubre en profundidad un ciclo ideológico político que abarca tres lustros. Fue el tiempo de los profetas, como lo llamó Tarcus, recuperando la caracterización de Paul Bénichou, al cual podemos llamar, quizá con más propiedad, tiempo de los visionarios socialistas. Se desprende de la lectura del libro que los socialistas románticos, en su lenguaje, símbolos y ritos abiertos o herméticos, configuraron la ambigüedad de la primera forma de la politicidad de la izquierda rioplatense: un tanto religiosa, otro tanto secular. Fueron suscitadores del derecho a la futurición y al cambio -más moral que político- de los órdenes injustos y de los lastres coloniales. Su confrontación con los representantes y autoridades del clero fue más coherente que la librada frente al absolutismo y liberalismo elitista. Su fraseario replicante y transgresor logró establecer algunos vasos comunicantes con los artesanos, obreros, artistas e intelectuales pequeño burgueses, así como la convergencia de conceptos caros a los socialistas románticos europeos: categorías nativas como “la familia argentina”, “el color de Mayo”, “el pensamiento de Mayo”. En el mismo camino se inscribió la reconversión de la Joven Argentina en Asociación de Mayo (1846), la cual fue algo más que orgánica. Nativizar su identidad, recrear las raíces republicanas y decir e imaginar la nación acusaba un acentuado tono romántico, mientras que su deseo y proyecto de futuro colectivo era portador de un inconfundible sello socialista.

El socialismo romántico era en definitiva una síntesis a pesar de sus contradicciones. Promovió la educación, la edición de impresos y la lectura como pivotes de su misión moderna y civilizadora. Es necesario subrayar el hecho de que la emocionalidad del socialismo romántico rioplatense asumió contornos juvenilistas, comunitarios, transfronterizos, insumisos. Quiroga Rosas escribió con esclarecedor sentimiento: “todos los argentinos son uno en nuestro corazón”. Por otro lado, la emocionalidad puede significar formas negativas, como asco y odio frente al otro cultural, proyectando la segunda emoción al negado, aun si se trata de un nativo. Sarmiento escribió en 1844: “por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar […] Su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado”. Pasión libertaria, justiciera, propia de la “familia argentina” real e imaginaria; amor a la humanidad, a la patria, al prójimo, al oprimido, al paria. Sin embargo, el indígena -o “malón”- quedaba excluido, negado y revestido de fuerza irracional, como lo recordó Esteban Echevarría años más tarde en La cautiva.

Tiempo breve, intenso y fecundo en ideas y acciones políticas de los integrantes de dicha generación intelectual; aunque también afectado por momentos de censura, persecución, cárcel, destierro y no pocos reveses, disensos, deserciones y contratiempos.

Los cortes cronológicos están razonadamente justificados: 1837, año que por primera vez se enunció públicamente el vocablo socialista en un periódico platense, y al cierre, 1852, tras la derrota militar del presidente argentino Juan Manuel Rosas, la promulgación constitucional y las nuevas bases de la institucionalización estatal y cultural, con las que se inauguraba un nuevo ciclo histórico en el que los socialistas románticos -en su pluralidad y marco intergeneracional- pudieron manifestarse bajo nuevos moldes. El autor coincide con varios estudiosos del socialismo francés en que fue Leroux el primero en usar el término socialismo, al mismo tiempo que subraya que a sólo cuatro años de distancia ingresa al habla y pensamiento político argentinos.

Preside la escritura de Tarcus un esclarecedor paratexto. Nos referimos al epígrafe tomado del Shakespeare (1864) de Víctor Hugo, alusivo a la oleada reaccionaria y conservadora de la Europa monárquica e imperial, que estigmatizaba simultáneamente al romanticismo y al socialismo. El escritor francés, figura mayor del romanticismo social, destacó en el libro citado que la heterogeneidad signó por igual al romanticismo y al socialismo, acentuándose por sus respectivas polisemias.

En la misma dirección, Tarcus explora y analiza con detalle el proceso en que las variantes ideológicas se fueron manifestando, tanto en Francia como en los países sudamericanos estudiados. El corpus de la obra está bien estructurado e hilvanado. La introducción configura una bien meditada propuesta teórica y metodológica de carácter interdisciplinario, y logra desembarazarse de la camisa de fuerza del canon interpretativo de la historia del socialismo, para lo cual recusó, a partir de sus probadas debilidades, las tesis de Federico Engels acerca del proceso histórico del socialismo. La división dicotómica entre socialismo utópico y socialismo científico fue publicada entre los años 1876 y 1878 en las páginas del periódico socialista Vorwarts. El autor realiza un balance crítico y defiende la caracterización del socialismo romántico como la más consistente y esclarecedora. Su tesis al respecto merece ser evocada (p. 29):

Su rasgo distintivo fue su doble oposición: por una parte, eran críticos del absolutismo político y religioso, ante el cual erigían la bandera de la libertad. Pero al mismo tiempo lo eran de la Modernidad capitalista regida por el individualismo competitivo y egoísta, ante la cual levantaban las banderas de la igualdad social y la fraternidad humana. La crítica del absolutismo hacía modernos a nuestros socialistas románticos y los empujaba hacia el futuro venturoso que anunciaban, mientras que la crítica del individualismo capitalista los empujaba hacia el pasado, a la búsqueda de valores colectivos premodernos y formas de vida comunitaria que recuperar.

Es motivo de reflexión y disenso la última premisa, y merece algo más que un matiz. La búsqueda de valores comunitarios en el pasado no supone que las formas y estructuras comunitarias antiguas hayan sido necesariamente precapitalistas. En la misma dirección, pueden recuperarse, desde su contemporaneidad, modeladas por las nuevas formas de división y cooperación obrera fabril que configuró la segunda revolución industrial y su reinvención bajo el arropamiento de falansterios y comunas. La propia etnografía socialista y anarquista decimonónica registró la existencia de microsociedades no capitalistas. Reclus dejó elocuente rastro de ello, y no fue el único.

El socialismo romántico reveló además la tensión ideológica y práctica entre el dogma, la razón y los rostros de su emocionalidad colectiva. ¿Qué tan moderno era realmente uno de los polos de esta incómoda contradicción a la que no le faltaban mediaciones?

Le siguen al estudio introductorio tres capítulos y un brevísimo acápite de conclusiones. El autor en el primer capítulo: “Del lado de acá. El socialismo romántico en la generación del 37”, centró su análisis en el proceso argentino bajo el régimen autoritario de Juan Manuel de Rosas durante los años de 1835 a 1852, sin descuidar el análisis del experimentado por sus pares y mentores en la ciudad de París, entre la crisis del movimiento saintsimoniano y la emergente figura de Pierre Leroux.

Destacaremos el interés en documentar el papel jugado por las revistas, tanto románticas como socialistas: Revue de Paris, Revue de Deux Mondes, Le Globe, Revue Encyclopédique, Revue Sociale, L’Éclaireur. Pasa luego a precisar la relevancia que tuvieron los periódicos y las revistas socialistas argentinas: La Moda, animada por Alberdi entre septiembre de 1837 y abril de 1838; El Zonda, dirigido por Sarmiento y Quiroga Rosas durante dos meses del año de 1839. Completa esta auscultación hemerográfica la consulta de Le Messager Français y El Iniciador en el segundo y tercer capítulos. Merece elogiarse el esfuerzo de indagación hemerográfica de Tarcus en bibliotecas sudamericanas y europeas, considerando las escasas y no siempre completas colecciones locales, mínimamente atenuadas por tres ediciones en facsímile. La historia intelectual y cultural durante las últimas dos décadas ha puesto en la agenda académica estudios particulares o comparativos sobre revistas o periódicos, principalmente del siglo XX. Una revista o un periódico de izquierda también dice la época, las tramas intelectuales y políticas, las redes, la configuración de búsquedas y problemas, sus proyectos y sus sueños. Tarcus en este libro ha ingresado con buena mirada sobre sus particulares expresiones decimonónicas transfrorentizas. De otro lado, sus esfuerzos por rescatar las publicaciones periódicas por medio del cedinci, entidad de la cual es director, es meritoria, al abrirla a consulta pública e integrarla al patrimonio cultural letrado con mejores signos. Dicho acervo trasciende los contornos de una hemerografía nacional generada por las clases y minorías subalternas.

El segundo capítulo, “El intermezzo. Entre Buenos Aires y Montevideo”, ilustra una zona liminar que borró las fronteras y garantizó la reproducción y reelaboración de ideas, a pesar de la censura rosista y el exilio argentino. No fue la censura argentina una excepción, como lo recuerda el autor cuando refiere la represión de 1845 en Chile bajo el régimen de Bulnes. Sobresale el rescate de un debate fundacional del socialismo romántico librado el año de 1847 entre Esteban Echevarría y Pedro de Angelis.

El tercer capítulo, “Del lado de allá. El socialismo romántico en la Nueva Troya”, registra las ondas expansivas de las guerras civiles de los caudillos nacionales y las de los países conosureños, para centrarse en Montevideo como el nuevo polo de irradiación ideológica del socialismo romántico. Un hito lo constituye el debate acerca de las orientaciones de la filosofía contemporánea de Alberdi con Salvador Ruano, el cual tenía una implicancia formativa s universitaria. Se rescatan figuras intelectuales desconocidas o poco conocidas, como Marcelino Pareja o Jean-Baptiste Eugéne Tandonnet. El primero fue introductor del legado de Sismondi, activo colaborador de La Abeja del Plata y autor de una obra interesante y polémica, Consideraciones generales sobre el lujo (1837), publicada por entregas en las páginas de su revista. El segundo, inmigrante francés ilustrado y difusor del pensamiento de Charles Fourier y sus falansterios por medio del vocero de la colonia francesa: Le Messager Français, en 1842. Su debate con José Rivera Indarte, y su cercanía y diálogo con Domingo Faustino Sarmiento, a pesar de sus diferencias políticas, sorprenden por su novedad y aporte.

Cierra el libro con un brevísimo y sustancioso epílogo y un valioso inventario de fuentes consultadas. El primero preanuncia que el primer socialismo romántico, que cierra su ciclo en 1852, tuvo un protagonista importante pero olvidado: Manuel J. Quiroga Rosas. Se subraya que al final del periodo se fueron haciendo visibles las mudanzas ideológicas de Alberdi y Sarmiento hacia el liberalismo. Anuncia que la segunda etapa del socialismo romántico se llevará adelante bajo una representación social e intelectual ampliada, la cual enfrentará nuevos desafíos, resintiendo en el terreno de las ideas la emergencia y el desarrollo por un lado del realismo, y por el otro, del anarquismo.

En conclusión, de la estimulante lectura de este libro se desprenden dos faltantes y algunas derivas de investigación a ser asumidas por otros investigadores. En la obra, no obstante, las coordenadas propias del romanticismo y de las vertientes fourieristas y neosansimonianas, la cuestión de la mujer como representación, presencia o ausencia, es débilmente mencionada. Algo similar sucede con la mirada acerca del 48 europeo. Aprecio de muy buen grado una deriva que me toca. Tarcus ha fundamentado la existencia de un corredor del socialismo romántico que enlaza Buenos Aires, Montevideo y Santiago de Chile, que obviamente hermana a las nuevas generaciones y me invita a expandirlo. Otras fuentes nos sugieren que ese mismo corredor se extendió al Perú gracias a la residencia del uruguayo Juan Espinosa y al destierro de los chilenos Francisco y Manuel Bilbao. Este flujo de personajes e ideas convergió parcialmente con la red nativa que enlazaba al peruano Pascual Cuevas, desterrado en Chile, y al limeño Enrique Alvarado con los hermanos Bilbao. De otro lado, el eje Perú-Francia parece haberse bifurcado regionalmente, entre el limeño José Casimiro Ulloa, refugiado en París y adscrito al círculo más cercano de Lamennais y el viaje del puneño Juan Bustamante.

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