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Historia mexicana

On-line version ISSN 2448-6531Print version ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.68 n.3 Ciudad de México Jan./Mar. 2019

https://doi.org/10.24201/hm.v68i3.3616 

Reseñas

Sobre Antonio Calvo Roy, Ciencia y política. Entre dos repúblicas: Odón de Buen

Miruna Achim* 

*Universidad Autónoma Metropolitana-Cuajimalpa

Calvo Roy, Antonio. Ciencia y política. Entre las dos repúblicas: Odón de Buen. México: Ateneo Español de México, El Colegio de México, 2014. 527p. ISBN: 978-607-462-810-4.


A lo largo de más de 500 páginas, Antonio Calvo Roy recuenta la vida de Odón de Buen (1863-1945) casi en tiempo real. Con base en una minuciosa investigación archivística y hemerográfica, a partir de minutas de sesiones de congresos y reuniones, de cartas y de diarios personales, el libro reconstruye a Odón de Buen, injustamente olvidado por la historia, desde su nacimiento en el pueblo de Zuera, su brillante desempeño escolar, sus cátedras en universidades en Barcelona y Madrid, sus cargos políticos, su paso por la cárcel falangista, su exilio final en México. Se trata de un hombre polifacético: profesor, masón, científico, oceanógrafo, padre de familia, viajero, periodista, político, ateo, defensor del libre pensamiento y de una sociedad más justa y más igualitaria, convencido de poder lograrla por medio de la educación. Una vida a caballo entre dos siglos, recuerda Calvo Roy, entre las dos repúblicas españolas, cruzada por los horrores de las dos guerras mundiales y de la Guerra Civil española, y por tragedias y satisfacciones personales. Podrían, con base en la amplia información recopilada por Calvo Roy, hacerse varias biografías de Odón de Buen, cada una con un enfoque diferente: Odón el científico, Odón el político, Odón el fundador de instituciones. Tratar de resumir la vida de Odón de Buen en unas cuantas páginas sería un ejercicio injusto, con el libro y con el personaje. Optaré, más bien, por aproximarme al libro desde la historia de la ciencia, siendo ésta una actividad constante a lo largo de la vida de De Buen y sumamente relevante para entender cómo pensaba y cómo actuaba. Es decir, me acotaré a la producción y transmisión de conocimientos, a su materialización en clases, instituciones, reglamentos, barcos, mejillones, sardinas y vida marina en general, mareas y corrientes, laboratorios, instrumentos, nuevas disciplinas -como punto de partida para explorar una serie de preguntas: ¿de qué manera participa la ciencia de Odón de Buen de su contexto, tanto científico, como cultural, político, religioso?, ¿qué supone hacer ciencia entre finales del siglo xix y principios del XX en España?, ¿cómo implica la fundación de campos disciplinarios y de las instituciones propias de estos campos?

Libros

Uno de los capítulos más sorprendentes del libro de Calvo Roy es el quinto, titulado “En el índice de libros prohibidos”. ¿A qué libros prohibidos se refiere Calvo Roy, remitiendo a prácticas de una inquisición que uno supondría ya extinta para finales del siglo XIX? Los libros prohibidos en cuestión son una serie de tratados de historia natural -a saber, Tratado elemental de geología, Tratado elemental de zoología y Tratado elemental de botánica- que Odón de Buen escribió en 1890, 1891 y 1892 respectivamente, para los cursos de ciencias naturales que impartía en la Universidad de Barcelona, donde, dicho sea de paso, no existía un laboratorio para la enseñanza de las ciencias naturales. Sería De Buen mismo quien introduciría las prácticas de campo y el laboratorio, el microscopio, el bisturí y las excursiones pedagógicas al estudio de las ciencias naturales, lo cual le ganaría el apodo de “doctor protoplasma”.

¿Cuáles son los pecados de estos libros, las herejías expuestas por De Buen, para que el Boletín eclesiástico del 19 de septiembre de 1895 publicara la siguiente prohibición: “no es lícita a ningún católico la lectura y retención de dichas obras, y al autor de ellas […] exhortamos que retire de la circulación las obras mencionadas, retracte los errores que en ellas se contienen y se sujete humildemente a la autoridad de la Iglesia” (p. 138)? Además de ser ateo y de no haber bautizado a sus seis hijos, la Iglesia le reprochaba, por un lado, su rechazo a la narrativa bíblica, por el otro, su darwinismo. De Buen se atreve a dar clases de geología por primera vez en la vetusta universidad, por ejemplo, y su Tratado elemental de geología complementa esas clases. Y se pregunta: “¿Por qué había de exponer el profesor la dinámica de los seres vivos y no la de nuestro planeta [es decir, la posición de la Tierra en el universo, el conocimiento de las rocas y de los terrenos, la dinámica que modela el suelo, las edades terrestres]?”. “La geología contrariaba algún tanto el texto bíblico” (p. 116), se contesta él mismo. Si su Tratado elemental de geología contradice el Génesis, sus tratados de zoología y de botánica introducen el darwinismo en el estudio de la vida, es decir, describen al hombre, no como la imagen de dios en la tierra, sino como un animal más, regido por “las mismas leyes biológicas que rigen todas las organizaciones animales”. Éste, escribe De Buen, “es un principio tan axiomático que sería ridícula la simple duda” (p. 141). Y para que no hubiera ninguna incertidumbre, De Buen declara: “Los tiempos modernos comienzan en 1859, cuando Carlos Darwin publicó su memorable libro titulado El origen de las especies, que produjo una profunda revolución en la Biología” (p. 142).

Que la Iglesia rechazara las propuestas darwinistas de Odón de Buen no es tan sorprendente; lo que sí asombra es la polarización de la opinión pública, expresada en periódicos partidarios de De Buen, por un lado, y de la Iglesia por el otro, los tumultos incitados durante unos cuantos días en el otoño de 1895 por los alumnos de ciencias naturales de la Universidad, y la intervención del propio gobierno en Madrid. A fin de cuentas, De Buen conserva su puesto en la Universidad, pero este episodio ayuda a poner de manifiesto qué se estaba jugando mediante la práctica de la ciencia y de la producción de conocimientos científicos en la España de finales del siglo XIX. Ganada su victoria contra la Iglesia, De Buen sale del encontronazo fortalecido: se ha hecho de un nombre cada vez más reconocido, identificado ampliamente con la bandera del republicanismo, del librepensamiento, de la ciencia moderna. Pronto, incluso, será senador.

Laboratorios, razas, sardinas y corsés

Su posición política y su renombre fueron recursos importantes, que supo usar para su ventaja, para materializar sus intereses científicos, en particular en su ambición de hacer de la oceanografía una disciplina institucionalmente reconocida en España. De Buen encontró su pasión por los estudios sobre el mar -entendidos éstos en un sentido amplio, que uniría las aficiones de Odón de Buen por la biología, la química, la física y la geología- en el contexto de un viaje de exploración que realizó en 1886 al norte de Europa y al Mediterráneo. El joven científico aprendió de los museos y las academias suecas, de las sociedades científicas francesas, del acuario de Brighton y del Museo de Historia Natural de Berlín, pero fue la visita al laboratorio marino de Arago, en Banyuls-sur-Mer, al sur de Francia, lo que lo convenció de dedicarse a hacer del mar un laboratorio. El laboratorio de Banyuls-sur-Mer se convertiría en su modelo para el primer centro oceanográfico español, en Porto Pi, Mallorca, fundado en 1906 por orden de Alfonso XIII, y para los centros oceanográficos que Odón de Buen fundará en Málaga y Vigo.

Cada una de estas instituciones requirió de un hábil manejo de la política, que no siempre refleja la cara más desinteresada de la ciencia o los motivos más elevados del científico, como lo fue su pugna por el laboratorio de Santander, fundado bajo la tutela del Museo Nacional de Ciencias Naturales. No se trataba, sin embargo, sólo de saber cabildear y de usar la política para hacer ciencia, de aprovechar su participación como concejal en Barcelona, como senador en Madrid, o como periodista y corresponsal de varios periódicos. Al contrario, era imperativo mostrar las ventajas de la nueva ciencia oceanográfica para la política interna y externa española, resaltar cómo las ciencias de los mares producían conocimientos estratégicos, económicos y comerciales indispensables para el futuro del país.

La creación del laboratorio en Vigo, por ejemplo, se concibe como respuesta a la crisis pesquera en las rías gallegas. La ciencia oceanográfica, escribía De Buen, es la “base indispensable de la racionalización de la pesca y sus industrias y […] todas las instituciones que en el mundo se dedican al estudio del mar sirven igualmente a la explotación pesquera” (p. 346). Racionalizar la industria de la pesca implicaba enseñar a los pescadores “cuándo y dónde se encontraba el pescado que buscaban, cuáles eran los procedimientos para hacer lucrativa la pesca sin temor a agotarla por torpes medios” (p. 341). Es decir, la ciencia presta legitimidad a las prácticas industriales y éstas, a la larga, se ocupan de eliminar toda otra forma de (en este caso) pescar, por no cumplir con normas dictadas por los científicos. La alianza es fuerte, durable; los efectos no siempre son los que Odón de Buen hubiera deseado. La racionalización de la pesca dará cauce al desarrollo de monopolios pesqueros que llevarán a los pescadores locales a la miseria, como constatará con tristeza el científico. Desistiría, en el futuro, de sugerir proyectos de racionalización de las prácticas locales.

Es difícil resistir la tentación de citar una crónica local de la llegada de Odón de Buen a Vigo, para inaugurar el laboratorio oceanográfico, que coincide con la llegada de una bandada de ballenas en la costa y que sacude nuestras sensibilidades actuales y nuestros supuestos de las funciones de la oceanografía: “El océano, a decir verdad, no podía festejar más espléndidamente el nombramiento del Sr. De Buen. La cosecha de ballenas es tan importante, que desde hoy todas las fábricas de corsés anuncian rebajas muy considerables” (p. 370).

Para De Buen, los alcances y las ventajas de la oceanografía rebasaban los límites estrictamente nacionales. Así, el científico legitima la fundación del laboratorio marino en Málaga de la siguiente manera:

Estudiar metódicamente las condiciones físicas, químicas y biológicas de las aguas del Estrecho e inmediatas del Atlántico y del Mediterráneo; estudiar sobre todo su dinámica, corrientes, mareas, oleajes, no sólo interesa a España, sino a todas las naciones europeas […]. España tiene el compromiso […] de no cejar en el estudio del Estrecho de Gibraltar y Málaga se encuentra estratégicamente situada para este estudio (p. 224).

La importancia práctica, económica y política de la oceanografía para la España de principios del siglo XX, que ha perdido sus posesiones en el Atlántico y el Pacífico tras la guerra del 98, especialmente para la construcción de un nuevo plan de imperio y de ajuste de zonas de influencia en el Mediterráneo, se hace particularmente manifiesta en las reflexiones de Odón de Buen en torno a sus investigaciones marinas en Melilla y en Rif, al norte de África. Ve en la presencia de España acá una misión civilizadora:

Con una naturaleza tan abrupta, con un carácter tan independiente y guerrero, con un estado tal de barbarie, la vecindad de los rifeños ha de ser causa de frecuentes conflictos: sólo puede evitarlos una política a la vez atractiva y enérgica por parte de los gobiernos españoles: política que habrá de ser beneficiosa para todos, para España porque desarrollaría su comercio y su industria adquiriendo cada vez mayor y más sólido predominio en Marruecos, para los rifeños porque aumentarían sus rendimientos y su seguridad (p. 223).

La propuesta de De Buen es parte de un plan más amplio, que busca colonizar el Mediterráneo por la raza latina, donde España también jugará su papel y tomará su lugar:

Déjese en buena hora a Italia que ejerza su influencia en parte de Egipto y Trípoli; conserve y desarrolle Francia la riqueza de Túnez y de Argelia, modificando en sentido conveniente las fronteras de ésta, y dejad a España que extienda su predominio sobre Marruecos, que de este modo al Mediterráneo le estrechará un ángulo latino, la obra de la civilización quedará asegurada y poco podrán importar las competencias de las otras razas, que demasiado horizonte tienen donde probar sus energías (p. 100).

Desde la conquista de América, la corona española había hecho uso de la producción de conocimientos científicos sobre la desconocida realidad americana con fines prácticos, para la medicina, la navegación, la manufactura, la minería, la explotación del territorio y de la mano de obra indígena. En este sentido, la propuesta de Odón de Buen viene a ratificar las implicaciones de las ciencias en la vida económica y comercial del país, en el contexto de la realpolitik de principios del siglo XX.

Oceanografía

Para 1942, cuando Odón de Buen parte al exilio definitivo en México, ha dejado en España un importante legado científico: muchos discípulos y el Instituto Español de Oceanografía, fundado en 1914, con sus sedes en laboratorios en diferentes costas del país. Reflexionemos, en conclusión, cómo podemos leer la fundación de una nueva disciplina científica con base en la obra y la vida de Odón de Buen. En su influyente estudio de laboratorio Laboratory Life (1979), Bruno Latour y Steve Woolgar exponen el laboratorio como un sitio donde lo social y lo técnico se cruzan y se confunden constantemente. El hecho científico, más que una abstracción o reificación de teorías, se construye con base en la capacidad de movilizar capital humano y no humano y de afianzar alianzas. En el caso de Odón, es obvio que se trata de un hombre que sabe muy bien cómo crear aliados de todo tipo: otros científicos, otros laboratorios, sus seis hijos -Rafael de Buen y Lozano escribiría el primer Tratado de oceanografía en 1924, por ejemplo-, el rey, la prensa. Tiene también muchos enemigos y detractores: otros científicos, el rey (cuando no es su aliado), la prensa, la Iglesia, las guerras, la Segunda República (a pesar de haber sido republicano toda su vida, la Segunda República lo marginaliza a favor de nuevos republicanos), las fuerzas franquistas, el propio mar, los naufragios, la crisis económica. Fundar instituciones y disciplinas radica, por lo tanto, en la habilidad de conseguir más aliados, o por lo menos más poderosos, que críticos.

De hecho, aprendemos tanto de los fracasos de Odón de Buen como de sus éxitos. Su primer viaje de exploración, que tenía como modelo el viaje de Alejandro Malaspina a finales del siglo XVIII y el viaje del Beagle en la década de 1820, no será la circunnavegación del mundo, como se había propuesto inicialmente, sino, por falta de recursos, un viaje mucho más modesto, al norte de Europa y al norte de África, que De Buen recordará en su libro De Kristianía [Oslo] a Tuggurt (1887). Años después, De Buen no logra fundar un “palacio del mar”, un acuario, en Madrid. Y el Instituto Español de Oceanografía tiene un comienzo muy incierto, como se lee en las quejas de Odón de Buen en 1915, a un año de la fundación del Instituto, que no nos pueden parecer sino muy familiares hoy en día:

En esos presupuestos donde han pasado todas las codicias, todos los intereses parciales y privados por valor de cientos de millones, no han podido pasar las 40 000 pesetas que para personal y material tenía el mencionado organismo. El estudio de nuestros mares con sus inmensas riquezas, no significa para nuestros parlamentarios, lo que un triste camino vecinal (p. 278).

Queda como muestra de las incertidumbres futuras del Instituto la dificultad de darle un espacio fijo y su paso por toda una serie de instancias gubernamentales, desde Marina hasta Comercio; Transporte y Comunicaciones; Agricultura, Pesca y Alimentación; Ciencia y Tecnología, Economía y Competividad. El Instituto Español de Oceanografía no es diferente de tantas otras instituciones científicas, españolas o de otros lugares. Su fundación y existencia no son ni obvias ni naturales, requieren de esfuerzo, de cabildeo, de recursos. Más que de una abstracción teórica, la construcción de la oceanografía en España nos recuerda que la ciencia es precaria y frágil, que depende de contingencias y coyunturas específicas, de usos políticos y de críticas morales, y también de la tenacidad y la pasión de creadores de instituciones, como lo fue Odón de Buen. La biografía hecha por Calvo Roy pone a la disposición del lector y de futuros investigadores material esencial para empezar a reconstruir las facetas tan diversas de este personaje entre dos siglos, dos repúblicas y dos mares.

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